Mi hijo, mi amor, mi perdición. Cap 8. Parte III
Es curioso que mi experiencia sexual como mujer me permite calibrar la del hombre que está conmigo en la manera que tiene de realizar esta maravillosa práctica de sexo oral. Y Víctor no tenía demasiada, por no decir ninguna, experiencia. Eso sí, le ponía mucho entusiasmo y era muy obediente.
Mi hijo, mi amor, mi perdición. Capítulo 8. Parte III
- Más suave, cariño. Mi clítoris es muy...mmm...sensible... Como si lamieras un helado de fresa... Mmm... Así, así... Mmmmmmmm...
Víctor estaba aprendiendo rápidamente cómo hacer un buen cunnilingus. Al principio, cuando me abrí el coño y le pedí que me lo comiera casi se abalanzó sobre mí dando lengüetazos a diestro y siniestro como lo haría un perro -y creedme, sé de qué hablo. No es que no me gustara, y más viendo como el chaval suspiraba de satisfacción hundiendo la lengua en mi vagina y saboreando mis jugos y los restos de semen de mi hijo que seguían fluyendo. Es curioso que mi experiencia sexual como mujer me permite calibrar la del hombre que está conmigo en la manera que tiene de realizar esta maravillosa práctica de sexo oral. Y Víctor no tenía demasiada, por no decir ninguna, experiencia. Eso sí, le ponía mucho entusiasmo y era muy obediente.
- Sigue, vida, sigue... Mmmmm...Los pechos...Acaríciame los pechos...
Y os preguntaréis dónde estaba David. Pues muy fácil. Al volver al cámping vimos que habían montado una pequeña fiesta, con música de baile y le dije que se fuera a tomar una cerveza y que nos dejara a Víctor y a mí una buena horita. Protestó pero le hice ver que era un momento muy importante para el chico y que yo quería que tuviera un recuerdo inolvidable de su primera experiencia. Y sabéis qué me contestó, me dio un beso y me dijo que yo era una tia de puta madre. Hermoso juego de palabras. Así que cogí de la mano al chico, sin pasar por la ducha ni nada, bien saladitos los dos y me lo llevé a la tienda. La habíamos plantado en una parcela iluminada por dos farolas que nos permitían estar dentro de la tienda en una especie de penumbra anaranjada.
- Aaahhh... Los pezones...Pellízcame los pezones...No, no pares con la lengua...Aaaammmm... Más fuerte...Más fuerteeeee...
Comencé a arquearme, las manos a la altura de mis riñones, levantando la pelvis para dirigir el recorrido de su lengua, de mi botoncito del placer, pasando por mis suaves y resbaladizos labios vaginales y llegando a mi ojete que, satisfecho de sentir la húmeda caricia, empezaba a dilatarse poco a poco.
- ¡Síiiii! ¡Qué buenoooo! Mmmmmmmm... ¡Qué lengua, vida! Aaaaaammmmmm...
A los jóvenes hay que marcarles el camino y si ponen buena voluntad hay que animarlos aunque no pasen a la historia por la calidad de sus prestaciones. Y como a Víctor pareció encantarle lamerme el ano y como que sea que mi clítoris se sitúa a unos cuantos centímetros más arriba, tuve que redirigir sus lametones.
- El clítoris... Chúpame el clítoris, Víctor... Y... Mmmmmm... Méteme un dedo...
Lo que decíamos. La falta de práctica. El chico estaba mareado con tanta consigna. Le faltaban manos, le faltaba lengua...Ya no sabía si tenía que pellizcarme los pezones, lamerme el coño, ni dónde meterme el dedo. Así que cuando se paró para preguntarme dónde quería que me metiera el dedo, tuve que ayudarle, una vez más.
- En el culo, cielo...No paressss ¡Asiiiiii! Guauuuuu...¡Qué deliciaaaaaaaa!
Ya estaba llegando. Mi cuerpo empezaba a convulsionarse. Me temblaban los muslos. Mi coño rezumaba fluídos como una fuente termal. El pobre Víctor intentaba hacer todo lo que le pedía pero sin ningún control, no daba abasto, el pobre. Le agarré del pelo con fuerza y lo atraje hacia mi coño, aprisionándole la cara entre mis muslos como si fueran un torno. Iba a correrme como una perrita en celo.
- ¡Yaaaaaaaammmm! ¡Aaaaaaagggggggg! ¡Dioooooooohhhhhhhsssss!
Me olvidé por completo que estábamos en un cámping, que no estábamos solos, que cualquiera que estuviera a menos de cincuenta metros podía oirnos, vaya, oirme quiero decir. Lo siento, nunca he sido muy discreta en el momento del orgasmo, más bien todo lo contrario. Así me ha hecho la madre naturaleza. La cuestión es que mis gritos alarmaron al pobre Víctor que con gran esfuerzo consiguió deshacerse de la prensa de mis muslos...
- ¿Está bien, Claudia? ¿Le he hecho daño?
Santa inocencia, pensé. Me incorporé un poco, los codos apoyados sobre el colchón hinchable, las piernas abiertas, las rodillas flexionadas. Me lo miré. El estaba de rodillas frente a mí, Un verdadero Apolo. Su cara brillaba de sudor y de mis juguitos. Su cuello robusto, la cuadratura de sus hombros, su magnífico torso, más velludo que el de mi hijo, sus abdominales marcados como tabletas de chocolate, sus brazos fuertes, musculosos...
- Estoy divinamente, Víctor...Divinamente.
- Tenía miedo de decepcionarla...
Bajé la vista hacia su sexo. Colgaba entre sus piernas, largo, grueso, pero flácido.
- Al contrario, Víctor. Has estado muy bien... Pero veo que yo a ti sí que te he decepcionado...
- Oh, no señora... Nooo... Es que estoy muy nervioso...
- No tienes porqué estarlo... Y ya te he dicho que no me hables de usted... Ven, ponte de pie.
Víctor se incorporó. La cabeza tocaba prácticamente el toldo de la tienda. Me puse de rodillas. Tomé su verga entre mis manos y se la acaricié suavemente, tirando hacia abajo la piel del prepucio, descubriendo su glande, color caramelo de fresa. Con una mano lo pajeaba poco a poco. Con la otra le masajeaba los testículos, pesados, calientes, cubiertos de pelillos rizados y oscuros.
- ¡Oooohhh! ¡Mmmmmmmm! Gimoteó cuando me introducí su falo en la boca.
Sabía a sal, a yodo, a semen. Lo engullí hasta que mis labios rozaron sus pelos púbicos. Mi lengua lo lamía con lúbrica dulzura. No tardé en sentir como la flacidez dejaba paso a una turgencia que me iba llenando la boca de su fálica carne. Sus manos se posaron en mi cabeza, mansamente, meciendo mi pelo. Oía sus suspiros, sus gemidos. Le agarré firmemente las nalgas, clavándole las uñas, hundiéndome su polla en mi garganta hasta quedarme sin aliento.
- Claudia, Claudia... Aaaggg
Me separé de él. Ante mí se erguía majestuosa la famosa anaconda. Un palmo de verga erecta, dura como un bate de béisbol. Me tumbé, abrí las piernas y le dije:
- ¡Tómame! ¡Yaaa!
Se tumbó sobre mí, apoyándo las palmas de las manos sobre el colchón. Tomé su verga con la mano y la dirigí hacia mi coño...
- ¡Fóllame!
Me penetró con furia. Me sorprendió la fuerza del embite. Tuve la impresión de que se me desgarraba el coño. Abrí la boca como si me faltara el aire. Con los ojos desorbitados me lo miré suplicante, abandonada a él, colmada. Y chillé como una cerda en el matadero:
- ¡Hiiiiiiiiiiiii! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Fuerteeeeeee!
A la tercera embestida ya me estaba corriendo. Pero él seguía, seguía, seguía. Se me salía el corazón por la boca. Estaba perdiendo los sentidos como si entrara en trance. Era como una muñeca de trapo a su disposición. Dos, tres, hasta cuatro orgasmos consecutivos. El nirvana absoluto.
De repente, se abrió la cremallera de la tienda y apareció David.
- ¡Joder! ¡Se os oye en todo el cámping!
Víctor reaccionó saliendo de mí, produciendo un sonoro “flop”.
- ¡Sal de aquí ahora mismo!
- Me dijiste una hora, mamá.
- ¿Ya ha pasado una hora? Me pregunté a mi misma en voz alta.
- Sí, una hora bien larga... Y dirigiéndose a su amigo, añadió: ¿Qué? ¿Te lo estás pasando bien?
- Yo... Sí... Bueno... ¿Qué hago, Claudia?
- ¿Cómo que qué haces? Seguir con lo que estabas haciendo...
- Pero... ¿Y David?
- Puedo participar... Si no os importa...
Sin esperar respuesta, David se desnudó y se acercó a nosotros. Lucía una maravillosa erección. Todo un campeón, mi hijo.
- Ponte de cuatro patas, mamá. Y acompañó sus palabras ayudándome a girarme hasta que me puse en plan perrita.
- Eres mi perdición, hijo. Fue lo único que se me ocurrió decir.
- Vamos, Víctor...¡Móntala!
Giré la cabeza para mirar hacia atrás pero mi hijo me la volvió a poner mirando al frente y me ofreció su polla. La penetración de nuevo brutal de Víctor me hizo abrir la boca y mi aullido de gusto quedó ahogado por la verga de David.
- ¡Qué boca tienes, mamá!
- Slurrrp, slurrrp...Mmmmmm
- ¿Te la ha mamado, Víctor?
- Jjjjj...Jjjjj.... Sí... Maraviiii...Jjjjj...llosaaa.
Tuve un nuevo orgasmo y Anaconda seguía martilleándome el chocho, sin correrse. Parecía que había encontrado la cadencia rítmica ideal para aguantar sin llegar al clímax. Mientras tanto, cuando me parecía que David iba a correrse en mi boca, se apartó para observar como su amigo se follaba a su querida mamá.
- Para un poco, Víctor... Tengo una idea, le dijo David.
- Nooo...No pares, cielo...
- No te preocupes, mamá...Te va a gustar aún más. Venga, Víctor, túmbate...Bien...Ahora, mamá, siéntate sobre su polla.
Obedecimos los dos. Víctor se estiró y yo me empalé sobre él sintiendo aproximarse los estertores de un nuevo clímax. Me dejé caer sobre su torso pero el chico me buscó la boca para morrearme. Nuestras lenguas se retorcieron àvidas de placer...
- Junta las piernas, Víctor. Le instó mi hijo.
- ¿Qué...qué vas a hacer? Pregunté aunque ya conocía la respuesta.
- Te vamos a follar los dos a la vez, mamá.
- ¡Dios! ¡Me vais a matar!
- Es lo que te mereces... Que te matemos de gusto.
- Un momento, cielo... Tráeme el bolso...
- ¿El bolso?
- Tú tráelo, anda...
Víctor me miraba embelesado. Me lo miré y le acaricié la cara:
- Tú lo sabías, ¿verdad?
- ¿El qué?
- Que mi hijo y yo teníamos relaciones sexuales...
- Yo...
- Dime la verdad...
- Sí, sí que lo sabía...
- Vaya...Sólo espero que no se lo hayas contado a nadie más.
- Noooo...Le aseguro que no se lo he contado a nadie.
- Ya me estás hablando de usted otra vez, jajaja.
Un minuto después, David regresó con el bolso. Le pedí que sacara el tubo de vaselina y que me pusiera una buena dosis en el ano. Con ambas manos, separé mis nalgas dejando bien en evidencia mi ojete rosado. Víctor seguía estando duro dentro de mí. Podía sentir las vibraciones de su pene en el fondo de mi vagina. David aplicó la vaselina con un par de dedos que terminó por introducir en mi ya dilatado esfínter.
- Me encanta tu culo, mami...¿Quieres sentir mi polla dentro?
- ¡Siiiii!
El éxtasis fue brutal. Penetrada por mis dos orificios, aplastada por aquellos cuerpos jóvenes, fuertes, viriles, inicié un concierto de gemidos, de alaridos y de gritos que la boca de Víctor intentaba apagar sin conseguirlo.
Si dijera que nos corrimos los tres a la vez mentiría pues la verdad es que perdí la conciencia de su placer de tan concentrada que estaba en el mio. Unos minutos más tarde, cuando yo seguía retorciéndome lascivamente, sentí como David salía de mi culito y como la verga de Víctor había recobrado su flacidez inicial. Me habían inundado de su simiente y ni me había enterado.
- ¡Vaya par de cabrones! Les dijé un poco más tarde, con el albornoz puesto, la toalla y el neceser, lista para tomar una ducha antes de acostarme.
Cuando regresé a la tienda, me los encontré a los dos durmiendo a pierna suelta. Me estiré entre los dos, me acurruqué contra la espalda de mi hijo y deslicé una mano para sentir sus genitales, como una niña que necesita su peluche para poder dormirse.
Continuará.