Mi hijo, mi amor, mi perdición. Cap. 8 Parte II

Desde el momento en que quedó confirmado que Víctor, el amigo de mi hijo David, vendría con nosotros a pasar esas mini-vacaciones de cámping y playa, supe con certeza que me iba a acostar con los dos chicos. Lo que no podía imaginarme es que iba a ser tan rápido -en gran parte gracias a mí o por mi culpa-, tan intenso ni que iba a acabar como acabó.

Mi hijo, mi amor, mi perdición. Capítulo 8 Parte II

Desde el momento en que quedó confirmado que Víctor, el amigo de mi hijo David, vendría con nosotros a pasar esas mini-vacaciones de cámping y playa, supe con certeza que me iba a acostar con los dos chicos. Lo que no podía imaginarme es que iba a ser tan rápido -en gran parte gracias a mí o por mi culpa-, tan intenso ni que iba a acabar como acabó.

El día antes de salir para Cap d'Agde me ofrecí una sesión de belleza completa: manicura, pedicura (pies y manos de rojo cereza) y depilación completa (ni un solo pelito). Mientras me afeitaba el vello de mi vulva, no pude evitar masturbarme pensando en mi hijo, en su amigo... Por suerte, David dormía esa noche en casa de Víctor. Vendrían los dos al día siguiente con una tienda grande de dos habitaciones que los padres del chico nos prestaban. Y digo por suerte porque estaba tan excitada que me los hubiera tirado a los dos antes de coger el coche. Y eso no hubiera estado bien... ¿O sí?

Al llegar al cámping (que por cierto esta irreconocible de aquel al que iba con mis padres), a primera hora de la tarde, los dejé montando la tienda y me fui a cambiar, a ponerme el bikini, coger una toalla e irme un rato a la playa, que estaba a apenas cien metros de donde teníamos asignada la plaza. Cuando regresé del baño, con el bikini puesto, estaban los dos con el torso desnudo, sudando la gota gorda, hermosísimos ejemplares de apolos adolescentes. Cuando llegué a su altura, se me quedaron mirando fijamente, los dos:

  • ¡Joder, mamá!
  • ¿Qué pasa, cielo?
  • Este bañador no te tapa nada.

Víctor tenía la boca medio abierta, la mirada fija en mis pechos. Es cierto que mientras me lo ponía me daba cuenta de que a fuerza de sol, agua de mar y lavados se había quedado reducido a la mínima expresión:

  • ¿Tú qué opinas, Víctor? Le pregunté acercándome a él, con las manos en jarra, viendo cómo de reojo mi hijo me miraba con lascivia, pero también con cierta sorpresa.
  • Señora, yo... yo la encuentro magnífica...
  • Eres un encanto, le dije acariciando suavemente su mejilla sudada. Cuando terminéis, poned las bolsas dentro y venid a la playa que os invito a un refresco.
  • Igual vamos a la piscina, nosotros, dijo mi hijo.
  • A mí me gusta más la playa, terció Víctor.
  • ¿Desde cuándo? Siempre me has dicho que odias la playa, le replicó con sorna David.

Me los miré una última vez antes de darme la vuelta y con la toalla a la espalda dirigirme hacia la playa sabiendo que me estaban mirando las nalgas que mi bikini-tanga dejaba al descubierto.

Estaba tumbada de espaldas, agradeciendo el calor del sol de media tarde en mi espalda -me había quitado la parte de arriba del bikini- cuando, media hora más tarde, los oí llegar. Allí los tenia, como dos niños con zapatos nuevos, acalorados, impacientes, fogosos. Dejaron las toallas a mi lado y fueron corriendo a zambullirse en el mar. Me di la vuelta y los estuve observando un buen rato, nadando, jugando en el agua, saliendo y tirándose de cabeza un montón de veces, haciendo piruetas. Como lo que eran, dos jóvenes hombrecitos. Y yo, que acababa de cumplir los treinta y ocho, me los miraba con ternura... Con ternura y deseo crecientes.

En aquella época, eran muchas las mujeres que hacían topless en la playa. Cómo han cambiado los tiempos. Parece que vayamos para atrás, como los cangrejos. Una de esas mujeres era yo. Por eso, cuando vi que volvían tuve un momento de duda en que me dije que debía volver a ponerme la parte de arriba. Pero no lo hice.

  • ¿Cómo está el agua? Les pregunté sin hacer amago de taparme las tetas.
  • Buenísima, contestó David. Deberías bañarte... ¿Quieres que vaya contigo?
  • Sé ir sola, no te preocupes, listillo. Esperadme aquí y cuando vuelva vais a comprar unos refrescos, ¿vale?

La segunda semana de julio no era todavía el momento álgido de gente en las playas por lo que estábamos relatívamente solos, Además, ya eran las siete pasadas y los franceses desaparecen para cenar en cuanto se cruza el umbral de las 19h. El agua no estaba tan buena como decían, más bien fresquita, así que se me pusieron los pezones de punta en un santiamén. Pero el baño fue muy agradable, relajante.

Para una mujer es una delicia ver como los hombres te observan con deseo. Y así era como me miraban los dos. Miraban mis senos, mi vientre entonces inexistente, la raja de mi coño que se adivinaba bajo la casi transparente tela rosa del slip de baño. Yo estaba orgullosa de mis pechos. Hoy que tengo cincuenta y siete años, aún siguen manteniéndose bastante tersos pero es que en aquella época eran como dos obuses con la punta mirando hacia el cielo.

  • ¿Qué? Dije sonriéndoles. Sólo son dos tetas.
  • Señora... Balbuceó el chico. Me tumbé entre los dos, de cara. Intuía sus penes palpitantes bajo sus bañadores bermudas:
  • No me llames “señora”, por favor... Puedes tutearme, hay confianza. ¿Tu mamá no hace topless?
  • No, nunca. Bueno, que yo sepa...
  • Pues, que sepas que a David le vuelven loco los cántaros de tu madre, ¡jajaja!
  • ¡Joder, mamá! Eso no se dice.
  • Valeee... No vamos a tardar, ¿eh? Que tengo mucha hambre.

Tras la ducha nos dirigimos al self del cámping para cenar. Me había puesto un top que me dejaba el ombligo a la vista y un short, unos tejanos cortitos que me marcaban bien el culo; para terminar el conjunto, unas sandalias de tacon alto. En esta ocasión, fue Víctor quién se dirigió a mí:

  • ¡Qué guapa estás, Claudia!
  • Hombre, así me gusta...Tuteándome y llamándome por mi nombre. Ven, acércate, que eres muy alto para mí.

El chico, sin comprender muy bien que pretendía yo, acercó su cara a la mía.

  • Gracias, le dije dándole un besito en los labios. El chaval se puso rojo como un tomate y yo aproveché para añadir dirigiéndome a mi hijo: - A ver si aprendes de tu amigo...
  • Luego te diré lo guapa que estás...Mamá, me replicó David agarrándome por la cintura como si fuera su pareja, deslizándola hasta sobarme una nalga.
  • Esas manos quietas, pulpo, exclamé medio sonriendo y guiñando un ojo para... para los dos.

Mientras cenábamos David me pidió que le contara a Víctor porqué estábamos en ese cámping y qué me había pasado veintidós años atrás:

  • ¿Qué edad tenías, tú, mamá? Me preguntó acariciándome el muslo por debajo de la mesa. Le cogí la mano y se la puse encima de la mesa.
  • Acababa de cumplir los quince...
  • ¿De qué habláis? Preguntó ingenuamente el chico.
  • Mi mamá perdió su virginidad en este cámping, dijo David volviéndome a meter mano.
  • ¿Ah, sí? Con sólo quince años... Y él, ¿qué edad tenía?
  • Era un poco mayor que yo... ¡David! ¡Estate quieto con las manos! ¿Qué va a pensar tu amigo?
  • Un poco mayor, dices... Anda, mamá, dile la verdad.

La cara de Víctor era todo un poema. Por muy inocente que fuera era evidente que estaba viendo algo inusual delante de sus narices. El chaval no sabía dónde mirar pero era obvio que se estaba poniendo caliente...

  • Treinta, tenía el doble que yo...
  • ¡Uauuu! ¿Y tú estabas con tus padres, no? Preguntó Víctor que vio como esta vez dejaba que su amigo siguiera jugando con su mano.
  • Yo estaba con mis padres y él con su mujer, embarazada de ocho meses...
  • Y... ¿cómo fue? ¿dónde fue? Víctor ni tocaba su pizza.
  • Fue en varios dias, no creas... El cámping está muy diferente, claro... La primera noche, había un baile, me pidió para bailar... No entendía nada de lo que me decía porque era alemán.
  • ¿No me habías dicho que era holandés? Me preguntó mi hijo apoyando sus dedos sobre mi entrepierna, ligeramente abierta.
  • Alemán, holandés... que más da. La primera noche, después del baile y cuando mis padres y su mujer se fueron a dormir, me invitó a tomar un baño nocturno...
  • ¿Vamos a hacer lo mismo, esta noche? David estaba más salido que un toro bravo.
  • ¿Te gustaría, Víctor? Pregunté guiñando un ojo al chico.
  • Que si me gustaría... Ahora mismo haría lo que me pidieras, Claudia...
  • Anda, mamá...¿has oído? Haría lo que tu quisieras. No sé ni cómo lo hizo pero David había conseguido desabrochar el botón de mi short y deslizar un par de dedos sobre mi pubis, rozándome el clítoris con sus yemas.
  • ¡Por Dios, David! ¡Vale ya! Y tú, Víctor, cómete esa pizza que debe estar ya fría.

Media hora después, con un par de toallas, nos fuimos a la playa. Nos alejamos un poco de la que estaba frente al cámping, hasta llegar a una pequeña caleta, la misma en la que Johnas (el holandés o alemán) me hizo sentir mujer por primera vez. Aquel día, había luna llena. En esta ocasión, casi a oscuras, una luna en cuarto menguante, teñia de penumbra aquel rincón.

Me saqué las sandalias y puse los pies en el agua. Estaba caliente. Los chicos se despojaron de sus camisetas y se tiraron al agua en bermuda. Me los miraba con cariño, con devoción, con deseo. Eché un vistazo a derecha y a izquierda. Estábamos solos. Me desnudé y me acerqué a la orilla. Los dos me miraron en un silencio sepulcral. Yo era perfectamente consciente de mi desnudez, de mis pechos erguidos, con los pezones como puas, de mi pubis liso y blanco como el culito de un bebé:

  • ¿Cómo está el agua, chicos?

Como toda respuesta, David se deshizo de su bañador y lo echó sobre la arena. Víctor seguía parado, como un pasmarote. Me tiré de cabeza al agua. Nadé unos metros y me situé entre los dos, donde tocaba de pies en el suelo.

  • ¡Uf, qué buena que está el agua! Exclamé salpicándolos con las manos.
  • ¡Sácate el bañador, tío! Instó mi hijo a su amigo.
  • Me da corte...
  • ¿Qué? ¿Te has puesto palote?
  • No le agobies, cielo... Si no quiere sacárselo, no pasa nada...

Supongo que se picó porque se lo sacó e hizo como mi hijo, echarlo sobre la arena. Estábamos los tres con el agua que nos cubría de medio cuerpo para abajo. Intuí que era un momento delicado. Mi libido estaba por las nubes y cuando eso ocurre, el sentido común y la prudencia desaparecen. Si Víctor todavía tenía alguna duda sobre la naturaleza de la relación que teníamos mi hijo y yo, lo que siguió las despejó para siempre.

David se acercó a mí, por detrás. Me abrazó sujetándome las tetas como si sus manos fueran las copas del sujetador. Ladeé la cabeza y mi boca buscó la suya. Y mi lengua encontró la suya. Un morreo incestuoso y salado.

  • Ven, Víctor... Chúpale las tetas...
  • Yo...
  • Ven, cielo... Tengo ganas... Le dije para darle valor.

Qué bien que se estaba en el agua. La tenue luz de la luna se reflejaba sobre la superficie plácida del mar. Era el paraíso. Emití un agudo gemido en cuanto Víctor se puso a mamarme las tetas. La verga de David se iba haciendo camino entre mis muslos. Me penetró con bastante violencia...

  • ¡Auuuhh! ¡Brutooo! Chillé.
  • ¿Has visto cómo le gusta, Víctor? ¿Muérdele los pezones! Le encanta.

Pero en lugar de hacerle caso, se pegó a mí y buscó mi boca para besarme. Lo besé con gula a la vez que sentía la dureza de su sexo golpear mi vientre. David me agarraba por las caderas, martilleando mi vagina con fuerza, a ritmo creciente. Agarré la verga de Víctor y lo pajeé bajo el agua. No conseguía rodearla con mi mano...

  • ¡Me corroooo! ¡Mamaaaaa!
  • ¿Ya?
  • Yo también, Claudiaaa...
  • ¡Jodeeer! ¡Vaya par de conejillos!

La primera corrida de Víctor se perdió en las aguas mediterráneas, dando de comer a los pececillos y el semen de mi hijo se alojó mansamente en mi coño sin que yo hubiera tenido tiempo de recrearme en los placeres orgásmicos.

  • ¡Bah! Salgamos, conejillos... Vamos a secarnos y a la tienda.
  • Lo siento, Claudia... Estaba muy excitado... Se disculpó tiernamente el chico.
  • No te preocupes, cielo... Lo vamos a arreglar.

Al salir del agua pude fijarme en lo que mi mano había sentido. Una maravillosa verga, larga, gruesa... hermosísima.

  • ¿Lo ves, mamá? Ya te dije que no iba a decepcionarte, ja, ja, ja. ¿Sabes cómo le llamamos en el vestuario?
  • No... ¿cómo? Pregunté mientras me secaba el goteo seminal de mi entrepierna con la toalla.
  • ¡Anaconda!
  • ¡Vaya! Pues encantada de conocerte, anaconda... Y le agarré la polla como si le diera la mano. - Me cuesta creer que seas virgen, Víctor...
  • He tenido algunas novietas pero...
  • Les da miedo cuando llega el momento de pasar a cosas mayores... Añadió mi hijo como si hubiera asistido a esos momentos de intimidad.
  • Es un poco cierto lo que dice David...
  • ¡Hum! Un desafio para mí... ¡jajaja!
  • ¿Esta noche? Cuestionó con ironía mi hijo.
  • ¿Quieres? Le pregunté yo a su vez.
  • Quiero... ¡Y tanto que quiero!
  • Pero tú te quedas en tu habitación, marrano. Dije dirigiéndome al salido de mi hijo.

Continuará...