Mi hijo en Grindr

Una noche en casa, viendo perfiles de Grindr, encontré el de mi propio hijo

Esta historia sucedió cuando tenía 42 años. En aquellos tiempos ya hacía diez años que me había separado de mi mujer porque descubrí lo que quería en la vida. La decisión de abandonar mi estilo de vida actual tuvo también como consecuencia no vivir con mi hijo, la única razón por la que no di el paso antes. Solo tenía ocho años cuando me fui de casa, pero le prometí que jamás me echaría de menos y así fue: seguíamos pasando mucho tiempo juntos, fines de semana, vacaciones… Recuerdo que era un chico dulce, vivaracho e infantil, pero lo vi convertirse en un hombre adulto, atractivo y de cada vez más responsable.

Como tenía un trabajo estable en el momento del divorcio, decidí comprarme un piso en la misma ciudad, no muy alejado de la casa que se quedó mi mujer para que Mateo, mi hijo, pudiera venir cuando quisiera. Como el piso era para mí solo, no necesitaba más que un salón con cocina, un baño y una habitación. Aunque tuviera pocas habitaciones, el tamaño del piso era suficiente para mí. Allí seguí hasta el momento en que comienza la historia que voy a contar.

Yo nunca he tenido pareja desde que me divorcié. He tenido algunos amigos, que han durado más o menos tiempo, y algún rollo, pero nunca pareja. Entonces, además de algunos bares que frecuentaba, la única manera que tenía de conocer a gente es por Grindr. Por allí conocí a bastantes chicos para tomar algo y para lo que acabase surgiendo.

Una noche de primavera, que ya empezaba a hacer algo de calor, después de cenar me puse a ver la tele, pero estaba bastante aburrido. Decidí meterme en Grindr para encontrar a alguien con quien quedar. En Grindr solía ser bastante discreto, solo tenía una foto de mi cuerpo con la cara cortada, pero no tenía ningún problema en enviar las fotos que fueran necesarias. La gente solía describirme como un oso: era alto y corpulento, aunque también tenía barriga. Bastante pelo por todo el cuerpo, una barba poblada y el pelo rapado. Por lo general, me gustaba quedar con hombres de mi edad, aunque no me cerraba a nada cuando algún joven me hablaba.

Esa noche me llegó un mensaje de un perfil con una foto similar a la mía: la de un chico sin cara, sentado en un muro de piedra. La descripción de su perfil confirmó que tenía dieciocho años, algo que me sorprendió porque aparentaba algunos menos. Comenzamos a hablar y lo encontré un chico bastante simpático y agradable. La conversación avanzó de forma muy agradable hasta llegar a la inevitable pregunta que se hace en esta aplicación: “¿Qué te trae por aquÍ?”. A mi edad, ya no buscaba una relación seria, estaba muy cómodo soltero. Como ya he dicho, tenía la aplicación para tomar algo y, si surgía, follar. Le dije al chico que eso era lo que buscaba y que entendía que él, debido a su edad, probablemente no buscase lo mismo.

“Puede que sí lo busque”, contestó él. Empecé a pensar en que nunca había estado con alguien tan joven y que no me importaría hacerlo. Esa noche estaba bastante excitado, así que no me costó seguir la conversación. Siguió diciéndome que no tenía mucha experiencia, que tan solo había hecho pajas y alguna mamada a un chico con el que estuvo, pero nunca llegaron a más. Yo le dije que no tenía importancia, que las mamadas bastaban para pasarlo bien, a lo que me respondió que le gustaba mucho hacerlas. “Seguro que un hombre como tú tiene una polla enorme” me afirmó. La conversación que estábamos teniendo, efectivamente, me la había puesto bastante dura, por lo que decidí hacerme una foto para enviársela. El chaval no iba mal encaminado: mi polla sí que era grande. Medía unos veintiún centímetros y era bastante gruesa, circuncidada y peluda, con algunas venas que se marcaban. “¿Es lo que te imaginabas?”, le dije después de enviarle la foto.

Pareció gustarle, porque después de eso me propuso que podríamos quedar para follar. Haber conseguido un chico para quedar me acabó de poner demasiado cachondo, tanto que no pude evitar agarrarmela para hacerme una paja. Acompañó su propuesta con una foto de su culo en pompa a cuatro patas. ¡Eso sí que era un culo! Blanco, sin ningún vello, el ano rosado, una forma perfecta. Tenía muchísimas ganas de metérsela. “Estoy solo en casa, puedes venirte si quieres. Pero antes me gustaría ver una foto de ti”, le dije. Lo tenía en el bote. La foto era el paso previo a que viniera a casa; me gusta saber con quién quedo antes de hacerlo. Me envió la foto.

Me quedé totalmente petrificado. Reconocí los rizos castaños, los ojos color café y la dulce cara de mi hijo. No supe cómo reaccionar, dejé el móvil y me puse a pensar. Había descubierto que mi hijo ya había follado, que usaba Grindr y que se hacía fotos subidas de tono. Me había sentido atraído por él, y él por mí al haberle enseñado el rabo. ¿Se habría dado cuenta de que era yo? Era poco probable, ya que nunca me había visto así. Pero, ¿y si lo había hecho y por eso había seguido la conversación? Decidí irme a dormir, aunque mi calentón seguía estando ahí y mi polla seguía estando dura.

El próximo fin de semana vendría a pasarlo conmigo y yo no sabía si sacarle el tema o no. Opté por hacer como si nada, aunque por dentro estuviera muy nervioso. Además de ver a mi propio hijo en esa situación, existía la posibilidad de que él me hubiera reconocido. Al llegar el viernes por la tarde, cuando mi hijo se presentó en casa, noté que todo seguía como siempre por su parte, por lo que deduje que no sabía nada. Tras ponernos al día en la cena, nos sentamos cada uno en una punta del sofá a seguir charlando. No podía evitar mirarle, imaginarlo en la postura de la foto. Cuando la vi sí que me sentí incómodo, pero viéndolo con ese pijama corto y holgado, imaginarla de nuevo me ponía algo a tono.

Decidí, finalmente, hablarle de lo que pasó. Le pregunté si tenía novio; él había salido del armario conmigo hace unos meses. Me contestó que no, así que tuve que ingeniármelas un poco más para sacarle el tema. Comencé con una retahíla de preguntas como si ya había estado con chicos, si lo había probado, si lo había hecho con protección y todas las que se me fueron ocurriendo. La información era la misma que me había dicho días atrás por Grindr, pero no pude decir que ya lo sabía. Directamente, le pregunté si utilizaba la aplicación, a lo que me respondió que no.

En ese momento supe que me estaba mintiendo. Cogí aire y comencé a contarle nuestra conversación por Grindr. Su rostro fue cambiando de color hasta volverse rojo, al igual que mi tono de voz fue pasando de serio a comprensivo. Concluí diciéndole que, por favor, tuviera cuidado con lo que hiciera con esa aplicación. Me pidió perdón y, acto seguido, fue a dormir. Como en mi piso solo había una habitación, él y yo dormíamos juntos. Comencé a dudar de si había hecho lo correcto en contárselo, ya que parecía que le había hecho pasar un mal trago innecesario. Tardé un poco en irme a acostar, quería que mi hijo estuviera solo e igual no quería coincidir conmigo. Bebí una cerveza y me fumé un cigarro mientras veía una película antes de irme a dormir.

Como de costumbre, al meterme en la cama, me quité el pijama y quedé en calzoncillos. Me acerqué a mi hijo y le susurré las buenas noches. Obtuve un pequeño encogimiento por su parte a modo de respuesta, estaba dormido. Pasados unos minutos noté cómo mi hijo se abrazaba a mí, poniendo su cabeza y su mano sobre mi pecho. Su corazón iba muy acelerado.

  • ¿Sabes? La otra noche me toqué con la foto que me enviaste. - dijo mientras bajaba lentamente su mano de mi pecho hasta mi barriga, acariciando con ella todo el vello de mi torso. Mi respiración se acompasó con su corazón.

  • Nunca había visto una tan grande… - soltó mientras deslizaba sus dedos por debajo del elástico de mis calzoncillos. Me encontraba realmente tenso: estaba nervioso porque mi propio hijo estaba metiéndome mano de forma descarada y, a la vez, excitado por la misma razón.

  • Y ahora que la tengo tan cerca… - decidí no decir ni una palabra y escuchar qué tenía que decirme él - … no puedo evitar pensar cómo sería tenerla entre mis manos.

Como si de una invitación se tratase, me aparté un poco los calzoncillos y dejé que fuera él quien metiese la mano. Comenzó a sobarla, con mucho cuidado, pero también de forma muy ansiosa. Como era de esperar, no tardó ni un minuto en ponerse dura como una piedra, lo que sorprendió a mi hijo, que comenzó a pajearme y a jadear como si nunca hubiera experimentado tanto placer.

No dudó ni un momento en ponerse de rodillas entre mis piernas y comenzar a lamer mi polla. Las sacudidas de antes había hecho que soltase algo de líquido preseminal, que él mismo recogió gustosamente con su lengua. Una vez limpia, como si todavía buscase más, se metió la mitad de mi polla en la boca y comenzó a mamar. Yo solté todo el aire que había contenido en el momento que él empezó a pasarme la lengua por el capullo y comencé a jadear mientras él me la chupaba. Parecía que estaba claro que mi papel era el de gemir mientras el suyo el de hacerme disfrutar.

Mi hijo pedía más, y yo quería dárselo. Me arrodillé encima de la cama, ya sin ropa alguna, y quité la camiseta de mi hijo, dejándolo en calzoncillos. Él, que seguía a cuatro patas, volvió a meterse mi polla en su boca y siguió mamando mientras yo le acariciaba la cabeza. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con una comida de polla. Yo le acariciaba la espalda mientras el chico hacía su trabajo, dejando pasar mi mano por su culo, tan suave y redondo. Noté cómo mi hijo intentaba tragarse toda mi polla y, al ver que no lo conseguiría, le ayudé empujando su cabeza. Mi rabo quedó totalmente ensartado en su garganta, oía cómo él gemía con su boca llena de la polla de su padre y, pasados unos segundos, lo sacó de mi boca jadeando que lo follase, con la voz entrecortada por el esfuerzo.

No lo dudé, ni siquiera pensé en no hacerlo. Simplemente, me puse detrás suya, le quité sus calzoncillos y, ambos arrodillados, comencé a meterle la polla a pelo. La había dejado tan llena de saliva que ni siquiera hizo falta lubricarle el culo. Iba abriéndose paso su culo mientras mi polla avanzaba. Yo le agarraba con fuerza las caderas, apretándoselas más cada al mismo tiempo que se la iba metiendo. Él, que aguantó como un campeón la polla de su padre, emitía una mezcla entre gemidos y gritos que me ponían aún más cachondo. Por experiencias anteriores tomé la decisión de hacérselo lento; algunos no habían aguantado una polla como la mía. Mientras rodeaba su suave torso con mis brazos y me acercaba su oreja a mi boca, movía lenta y rítmicamente las caderas, sonando mi cuerpo contra el suyo como un aplauso.

Le gemía al oído, preguntándole si le gustaba cómo su padre lo estaba follando. Él no me respondía con palabras, sino con gemidos, a lo que le respondía con más gemidos y más embestidas. Al rato de mantener esa misma postura, su cuerpo cayó cansado sobre la cama, manteniendo mi polla dentro. Me dijo que estaba cansado, pero que quería que ahora yo le follara sin importar cómo. Su culo y mi rabo encajaban a la perfección. Ya había notado hace rato que no le dolía, así que no veía qué tenía de malo en follarle como me pedía.

Tumbé casi todo mi cuerpo sobre el suyo, le agarré las dos muñecas con las manos y se las puse sobre la cabeza, cogí aire y empecé a follarlo muy bruto. Él, totalmente inmovilizado, tan solo podía gemir mientras yo embestía con fuerza su culo. Ambos disfrutábamos de la situación; en ese momento dejamos de ser padre e hijo a ser dos hombres que se atraían sexualmente y que querían disfrutar el uno del otro. Aunque pensase eso, la realidad era que mi propio hijo me había ofrecido su culo, con el que unas noches atrás había fantaseado. La reacción al pensar eso fue clavarle bien dentro mi polla. Soltó un grito placentero y los músculos de su culo comenzaron a tensarse con fuerza hasta que, de repente, comenzaron a palpitar acompañando a sus gemidos. Mi hijo se había corrido, sin tocarse, solo con mi polla.

Se la saqué y comencé a pajearme. No quedaba nada para que me corriera; la situación me había calentado más que ninguna otra. Mi hijo, se volteó y puso la cara cerca de mi capullo. Se le veía exhausto, pero quería recibir la leche de su padre en la cara. Seguí pajeándome mientras miraba su cara abierto y su barriga manchada de su propia corrida. A los pocos segundos, comencé a correrme. El primer disparo fue a parar a su cara, pero al darse cuenta de que mi leche estaba saliendo, mi hijo se amorró a mi polla y la recibió toda en su boca. No sé cuánta corrida saqué, pero sí que mi hijo, antes de tragársela, tenía la boca totalmente llena.

Esa noche dormimos ambos desnudos, sudados, llenos de semen y satisfechos por haberlo hecho. A partir de entonces, nuestra relación mejoró en poquísimo tiempo y cogimos muchísima confianza. La misma noche que os he contado se repitió algunas veces, días y noches en los que, por un momento, dejamos de lado quiénes somos y nos dedicamos un tiempo a disfrutar de nuestros cuerpos y nuestros deseos.