Mi hija hanna: del odio al amor (segunda parte)

Hanna había descubierto un mundo hasta entonces desconocido: el sexo, y desde ese momento,se moría de ganas de volver a probar, y a la menor oportunidad, intentaba tentarme. Lidiar con sus hormonas estaba empezando a estresarme, pues me había propuesto no volver a repetir el desliz de la primera vez

Aconsejo a los lectores leer la primera entrega de la saga para que la trama adquiera sentido:

Mi hija Hamma: del odio al amor (amor filial)

MI HIJA HANNA: DEL ODIO AL AMOR (SEGUNDA PARTE: HANNA Y SUS HORMONAS...)

7. Viviendo una nueva vida

Sin lugar a dudas, era nuevo en esto de la paternidad.

De la noche a la mañana había pasado de ser un hombre sin compromisos y con un reputado oficio a... cómo lo digo para definir de manera clara mi situación actual... ¿amo de casa? Realmente suena fatal ese apelativo, sin desmerecer a quien lo sea, pues creo que a partir de este momento, se ha convertido en mi nuevo ídolo.

Para ser sincero se me daba de pena, no estaba hecho para eso, por no hablar de la comida: mi principal reto. Todavía recuerdo cuando intenté hacer una tradicional tortilla de patatas y debí pelarlas mal, porque tan solo masticarla, una telilla dura se quedaba adherida al diente como si fuera una funda.

Hanna me miraba con sus expresivos ojos verdes, y en lugar de montar un cirio, me tendía el teléfono de forma automática para que pidiera algo decente. Ciertamente esa era mi manera de proceder hasta la fecha, pero ¡joder!, yo quería hacerlo bien, no me podía creer que este trabajo fuese tan complicado.

Después de nuestro primer y último encuentro íntimo, nuestra relación había mejorado, por así decirlo. Ella se había quitado la coraza completamente y se abría mucho más a mí, incluso sentía la imperiosa necesidad de contármelo todo. Pero eso no era lo peor, lo peor era la persecución que se había establecido en casa. Hanna había descubierto un mundo hasta entonces desconocido: el sexo, y desde ese momento, me perseguía como una gata en celo, se moría de ganas de volver a probar, y a la menor oportunidad, intentaba tentarme, solo pensar que teníamos un largo verano por delante, me infundía pavor.

Lo que no era capaz de entender es que yo no quisiera seguirla. En los momentos de lucidez, pensaba que lo que mi hija necesitaba era un chico de su edad, con el que descubrir el sexo poco a poco y experimentar; yo no era una alternativa. Cierto es que cediendo a uno de sus caprichos me dejé embaucar la primera vez, pero cometer el error una segunda, sería imperdonable.

Aunque jamás pude prever la agudeza de su astucia, pues cada día se esmeraba más, y aunque sus tácticas de seducción eran algo así como... rústicas, reconozco que poco a poco las perfeccionaba. Por suerte, hasta la fecha podía esquivarla con relativa facilidad.

—Papá, creo que me ha picado un mosquito —dijo cubriéndose el muslo con la palma de la mano.

Sonreí para mí y me senté con indiferencia en el sofá, extendiendo el periódico delante de la cara.

—¿Sabes lo que decía la abuela? —pregunté retóricamente— Para aliviar el picor, ponte un poco de vinagre.

No pude ver su expresión, no obstante, volví a reír imaginándomela.

Entonces sentí como su pie subía al sofá, colocándose en un hueco cercano a mi entrepierna. Nada más sentir el roce de la punta de sus dedos sobre mi miembro, di un respingo y retiré el periódico rápidamente.

—Creo que deberías echarle un vistazo —dijo hundiendo el pie más en la grieta—, no tiene buena pinta.

Señaló su muslo con el dedo índice, inclinando la rodilla hasta casi tocarme el pecho.

Con una mano, aparté su hermoso pie con cuidado antes de recolocarme en el sofá cruzando las piernas.

—Hanna, por favor, ¿estás intentando seducirme? —pregunté con sorna.

—¡Jo papá! —espetó cabreada— ¡Eres el hombre de hielo! ¡Ya no puedo más!

Cruzó sus brazos sobre el pecho y se sentó a mi lado con brusquedad, yo hice como si nada e intenté retomar mi lectura, aunque para ser sincero, los titulares dejaron de tener interés para mí.

—¿Por qué no quieres hacerme el amor, es que no te gustó?

—Vamos, Hanna, ya hemos hablado de eso...

—Sí, pero tu explicación no tiene lógica, por un lado dices que lo disfrutaste y por otro te niegas a repetir.

Ya está; se acabó mi paz. No tuve más remedio que girarme en su dirección y volver a decírselo, por enésima vez.

—Fue increíble, así que no dudes ni por un momento que no lo disfruté, pero lo que sucedió entre nosotros... no puede volver a repetirse, fue un error. Eres hermosa, Hanna —le dije mirándola a los ojos—, puedes estar con el chico que desees y quiero que lo hagas, que disfrutes de este momento, porque esta etapa no dura toda la vida.

—Bien, pero resulta que yo quiero disfrutar de esta etapa contigo.

—Pero eso no puede ser, cariño, eres mi hija y por si eso fuera poco soy demasiado mayor para ti.

—Solo tienes cuarenta años —dijo como si no fuera nada.

Sonreí con ternura, era tan cabezota como su madre, como se le metiera algo entre ceja y ceja...

—Tal vez para ti no sea una gran diferencia, pero para mí es toda una vida, además, tengo miedo.

—¿Miedo? —repitió confusa.

—Sí, tengo miedo de que te acerques tanto a mí que no quieras iniciar una relación con otras personas, no puedo consentir que eso suceda, lo comprendes, ¿vedad?

Miró sus manos mientras jugueteaba con los pulgares, valorando mi argumento.

—Yo solo sé que quiero estar contigo ahora, y que tengo muchas ganas de... ¡Jo papá, me subo literalmente por las paredes! No puedo dejar de pensar en... ¡Argggg! Esto es... ¡frustrante! —manifestó llevándose las manos a la cara.

Empecé a reír solo de imaginar lo alteradas que debían estar sus hormonas para que me hablara así.

—¿Sabes Hanna? Creo que no me necesitas para eso, juega un poco con tu cuerpo... O mejor aún, podríamos ir a comprar un dildo , ¿qué me dices?

Sonrió con maldad, era esa clase de sonrisa que aventuraba una idea peligrosa...

—Y si me compro uno, ¿me enseñarás a usarlo?

Puse los ojos en blanco.

—¡Vamos Hanna!

—¡Pero papá! ¡Yo no quiero hacérmelo sola, necesito sentirte cerca!

Me levanté negando con la cabeza, esto no podía continuar así y lo peor era que no podía enfadarme con ella, la culpa había sido completamente mía por haber sucumbido a la tentación la primera vez, ¿ahora qué esperaba? Así que solo me quedaba una cosa por hacer... un último intento desesperado por devolver el agua a su cauce.

Por mi experiencia sabía que lo peor que había para pensar en sexo era disponer de demasiado tiempo libre, así que podría controlar ese factor si...: mataba a Hanna de agotamiento. De acuerdo, el plan era un poco rebuscado, pero también sencillo, lo único que me preocupaba era que ya no tenía veinte años y habían más probabilidades de que ella acabara conmigo en el primer asalto, pero por ahora no se me ocurría nada mejor.

8. Plan de despiste:Distracciones

—Bien, ¿preparada? —pregunté colocándome las gafas de sol.

—¡Vamos allá! —espetó con energía.

Sonreí y puse la lancha en marcha, Hanna se agarraba a las cuerdas con firmeza, preparándose para practicar esquí acuático. Por lo que sabía, era una experta esquiadora, pero hasta la fecha no lo había hecho de este modo. Aceleré la lancha y fui cogiendo velocidad, en cuestión de segundos ella se deslizaba sobre el agua como si fuera mantequilla. Empezó a gritar por la emoción, incluso se atrevió a hacer unos cuantos giros; aprendía rápido.

Aceleré un poco más, haciendo caso a su petición y ella volvió a reír sin dejar de flexionar las rodillas para no perder el equilibrio.

Al terminar, fuimos a comer a un famoso restaurante del puerto donde solo servían marisco, y mientras degustábamos exquisiteces, me hablaba de lo que había sentido sobre el agua, aun emocionada.

Pero el programa de actividades que tenía preparado para ella no se había acabado, no bien acabamos de comer, conduje varios quilómetros en dirección a la montaña, no quise contarle los detalles, solo mencioné que iba a darle una sorpresa. Lo que no se esperaba era lo que le tenía preparado a continuación: una excursión a caballo.

Obviamente me negué a acompañarla, pero contraté a un monitor para que la enseñara y le hiciera de guía mientras yo atendía asuntos de trabajo.

Al caer la tarde, el cielo se tiñó de negro de regreso a casa, parecía que mi plan había funcionado, pues Hanna daba pequeñas cabezadas en el asiento del copiloto, intentando controlar el cansancio; no obstante, yo aún tenía cuerda para rato. La mantuve despierta el tiempo suficiente para ver una película, una de esas comedias adolescentes de actores guapos y plásticos que volvían locas a las niñas de su edad, y por fin, el día llegó a su fin.

Durante los días siguientes fui haciendo lo mismo, organizaba actividades y proponía retos a mi hija para que hiciera deporte, participara en juegos... cualquier cosa que requiriera una gran actividad, de esa forma me aseguraba de que al caer la noche, solo tendría ganas de dormir.

Al principio mi plan funcionó a la perfección, hasta que una de las noches, acompañé a mi hija exhausta a su cuarto, para ayudarla a meterse en la cama. Casi no podía tenerse en pie, pues había hecho que madrugara mucho para practicar rafting y descenso de cañones durante la mañana.

Sonreí con ternura mientras la tumbaba sobre el colchón, seguidamente le quité los zapatos e hice a un lado las sábanas para que estuviera más cómoda.

—No creas que no sé lo que estás haciendo —musitó con voz pesarosa.

—¿Y qué estoy haciendo, cariño?

—Estás ocupando mi mente de cosas para que no piense en sexo —continuó con los ojos cerrados  mientras hundía la cabeza en la almohada.

Reprimí una carcajada y la tapé con la sábana.

—No digas tonterías, solo quiero que este verano sea para ti inolvidable.

—Sería más inolvidable si te tuviera entre mis muslos... —alegó en apenas un susurro.

Confieso que ese inesperado comentario me dejó bloqueado, y por extraño que pueda parecer, mi miembro se agitó ante la nítida imagen de esa escena, dado que mi mente la recreó a la perfección en una décima de segundo.

9. Nadando a contracorriente

Me separé de Hanna después de haberla acostado, por suerte, no tardó en quedarse dormida, estaba literalmente derrotada. Eché un último vistazo a la habitación antes de cerrar la puerta y dirigirme al baño.

Me miré en el espejo, me encontraba raro, era como si... miré hacia abajo y me acaricié el pene por encima de la tela del pantalón, hacía tanto que no tenía sexo... y con Hanna revoloteando a mi alrededor constantemente eso era impensable, así que mi necesidad empezó a ser incontrolable.

Me desnudé y contemplé mi falo duro, rígido, apuntando al cielo, deseando ser estimulado. Hasta la fecha el sexo era para mí algo fundamental, de hecho no recordaba haber pasado un día entero sin descargar, y ahora, hacía tanto que...

Suspiré y me metí en la bañera, encendiendo el grifo para que el sonido del agua bloqueara mis gemidos, dado que no podía continuar así; francamente, el dolor de huevos empezaba a ser insoportable.

Acaricié la base de mi miembro con la mano, apretando con decisión antes de deslizarla hacia arriba estirando la piel hasta cubrir el glande. Mis testículos también estaban duros y jamás los había visto tan hinchados como en ese momento.

Bajo el grifo sentí el agua tibia resbalar por mi cuerpo desnudo, por todo mi miembro, incluso podía sentir las gotas picoteando la punta, casi hervían al topar con el desmedido calor de mi excitación. No me hizo falta más, empecé a mover mi mano lentamente, ciñéndome fuerte al músculo, sintiendo el relieve de las gruesas venas que parecían esculpidas en la carne. De mi garganta brotó un gemido ahogado; me sentía bien, a gusto... Y como era de esperar, mi mente se llenó de imágenes, recuerdos confusos de un lejano pasado en el que tocaba a mi esposa, acariciaba la suave piel de sus pezones hasta que se volvía rugosa, y recorría su cuerpo como si mi mano fuera un cincel esculpiendo sobre un bloque de talla caliza, hasta abrirme paso entre sus jugosos muslos. Notaba los labios húmedos, rebosantes de flujo y entonces el deseo se desató por todo mi cuerpo, empezando a mover la mano sobre mi miembro con movimientos rápidos, rítmicos, duros... Las imágenes del pasado siguieron torturándome: me agaché para saborear su esencia, para beber su orgasmo sin dejar de tocarla. Pude sentir mi aliento contra su clítoris, incluso su olor invadiendo mis fosas nasales, todo era perfecto hasta que alcé el rostro y me topé con los ojos de Hanna. En mi mente el recuerdo había sido relegado y ahora no estaba con mi difunta esposa, sino con mi hija. Intenté parar esa fantasía, pero era tan vívida que no pude más que consolarme con su recuerdo, y entonces, mi hija abrió sus piernas, preparándose para recibirme; no pude negarme. Me hundí en ella con fuerza, reteniendo sus caderas, acomodándome a su estrechez, a su reconfortante calor... dentro, fuera, dentro, fuera, dentro... así varios minutos hasta que finalmente, exploté en mil pedazos, disparando chorros de semen que resbalaron por las paredes de la bañera hasta perderse entre el agua.

—¿Qué haces duchándote a estas horas?

Escuchar a mi hija en el baño me hizo dar un respingo, me moví con rapidez, con tal mala suerte que me resbalé cayendo de espaldas y llevándome conmigo la cortina de plástico.

—¡Me cago en la puta! —grité al sentir un agudo dolor en la espalda.

—¡Papá!, ¿estás bien?

Hanna se acercó con rapidez e hizo a un lado la cortina para ayudarme a levantar, y así, como quien no quiere la cosa, volvía a estar desnudo frente a ella. Tapé rápidamente mi hombría y rehusé su ayuda poniéndome en pie por mí mismo.

—¿Se puede saber qué haces levantada?

—Tenía ganas de hacer pis.

Desvié el rostro avergonzado y cogí una toalla para envolvérmela alrededor de la cintura.

—¿Es que no sabes llamar?

Mi hija sonrió y señaló hacia un punto en la bañera.

—¿Qué es eso?

Me giré para mirar el punto que había centrado su interés y descubrí restos de mi desliz  decorando las baldosas.

Me afané en borrar las pruebas con abundante agua antes de volver a mirarla.

—Ya sabes lo que es, así que me ahorraré el bochornoso proceso de explicártelo.

Se le escapó la risa y la fulminé con la mirada.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó fingiendo indignación— Has preferido masturbarte a hacerme el amor, lo tuyo no tiene nombre.

—Mira, Hanna, vete a dormir, es tarde.

Me giré en dirección a la puerta.

—¡Madre mía papá! ¿Eso te lo has hecho ahora? —preguntó horrorizada.

—¿El qué?

—Eso... —señaló mi espalda y yo me volví automáticamente, para verla en el espejo.

—¡Joder, menudo golpe!

En cuestión de segundos, se había extendido un feo hematoma que cubría el costado.

—Creo que deberías ponerte algo ahí... ¿Seguro que estás bien? ¿No necesitas ir al médico?

—No te preocupes, no es tan grave, anda, vete a la cama.

Hanna abrió uno de los cajones del baño y sacó un bote de crema hidratante.

—Deberías ponerte un poco... Ven.

Me cogió de la mano y me llevó hasta la entrada de su habitación.

—No pienso picar, cariño —le dediqué una sonrisa de medio lado—. Reconozco que has sido muy astuta, pero no cuela.

—¡Por favor, papá, céntrate! —bramó con energía— No voy a hacer nada, solo quiero que te tumbes un momento para ponerte un poco de crema, luego puedes irte.

—Efectivamente, luego me iré —repetí, aunque no tuve claro si lo hice por convencerla a ella o a mí mismo.

Entré en su habitación, y anudándome la toalla fuertemente a la cintura, me tumbé boca abajo sobre la cama, resignándome con un suspiro.

—Será mejor que te des prisa, es tarde...

Sonrió de esa forma tan suya, con cierta picardía y musicalidad, y no sé por qué, me asaltó un escalofrío.

Mi hija destapó la loción hidratante y vertió una generosa cantidad en su mano, a continuación, la posó con delicadeza sobre mi espalda. Sentí como si un torrente de agua helada corriera bajo mi piel en ese instante, el sutil roce de su mano envió una señal directa a mi entrepierna y emití un bufido para intentar controlar las desatinadas reacciones de mi cuerpo.

Su masaje barría mi piel empezando por la nuca, e iba descendiendo siguiendo el camino que marcaba la columna vertebral hasta llegar al costado, el lugar donde me había golpeado, pero su caricia fue tan delicada, que no sentí dolor. La otra mano frotaba la zona lumbar con pequeñas rotaciones, ¡Dios!, no era normal todo el placer que me estaba dando este casual contacto. Proferí un incontrolable suspiro de satisfacción, y entonces, ella se alzó, poniéndose  a horcajadas sobre mi trasero para seguir masajeándome. Sus manos acariciaron mi cuello y se abrieron hacia los lados para abarcar mis hombros, con cuidado me pellizcaba la piel, amasándola con mimo una y otra vez.

En ese instante, había perdido el control sobre mi propio cuerpo, dándole a ella el poder de dominarlo a su antojo, incluso me relajé tanto dejándome llevar por sus caricias, que desperté de golpe al darme cuenta que las manos de Hanna habían dejado de tocarme, y ahora las caricias provenían de sus pechos. Sentí sus duros pezones, como dos botones, dirigirse de omoplato a omoplato y luego descender con sensualidad. Me resultaba confuso ese contacto, pero no quise detenerlo; simplemente, me quedé sin fuerzas para continuar luchando.

Fue recorriendo mi cuerpo con sus senos, hasta que se retiró, y cuando menos me lo esperaba, una de sus manos se infiltró dentro de la toalla para palpar mis testículos. Gemí al sentir ese contacto, y entonces supe que había vuelto a empalmarme. Hanna me tocó un poco más, se recreó durante un buen rato cerca de mi ingle hasta que fue tumbándose poco a poco sobre mi espalda, y con voz seductora, susurró junto a mi oreja:

—Esta tarde, cuando fui al centro esperando a que vinieras a recogerme, pasé por un lugar... —sus siseos junto a mi oreja me hicieron estremecer—, y te he hecho caso.

Se inclinó para abrir el primer cajón de su mesita y extrajo un dildo verde de forma cilíndrica, no demasiado grande. Rompí a reír no bien lo colocó junto a mí.

—Tal vez, querrías enseñarme a usarlo...

—¿Has ido tu sola a comprar eso?

—Sí —contestó orgullosa.

—¿Y nadie te ha explicado para lo que es?

Me miró extrañada.

—¡Para qué va a ser! ¿Crees que soy idiota?

Volví a reír, me encetaba su inocencia.

—No, solo que no sabía que tenías deseos por la estimulación anal, debo confesar, Hanna, que es toda una sorpresa.

—¡No jodas! —exclamó con incredulidad— ¿De verdad esta cosa tan grande puede entrar por el culo?

Cogí el dildo y puse cuatros dedos sobre él, abarcando su longitud máxima.

—¿Enserio lo ves tan grande, cariño? Yo diría que es para principiantes —alegué escondiendo la risa.

Me miró con los ojos tan abiertos que por un momento temí que le fueran a salir de sus órbitas.

—No me puedo creer que esta cosa sirva enserio para eso —repitió aún incrédula.

—Bueno, creo que fue diseñado para entrar por ahí, pero vamos, para esto no hay reglas, así que si quieres usarlo en cualquier otro agujerito...

—¡Menuda mierda! —espetó mirándome con los ojos muy abiertos —¿Crees que me dejarán devolverlo?

Volví a reír y me incorporé en la cama sujetando la toalla con la mano, para que no cayera.

—Prueba...

Me levanté y ella se afanó en hacer lo mismo.

—¿¿¿Te vas???

—Por supuesto —admití sin titubear.

—Pero... papá... yo...

—Buenas noches, cariño —sentencié dándole un casto beso en la frente.

Había faltado poco, muy poco para haber vuelto a caer en sus redes y eso me aterraba. En el momento en que Hanna descubriera que podía derribarme, me tendría a su merced, pues yo no era tan fuerte; francamente, cada día me costaba más mantenerme firme, era como si estuviéramos estirando ambos extremos de una misma cuerda, y cada día ella me ganaba más terreno.

10. Mi segundo desafío

Aquella noche hacía mucho calor. En la soledad de mi cuarto me agitaba inquieto en la cama, y me desplazaba de un lado a otro intentando encontrar la postura perfecta.  No estaba dormido, me encontraba en la tercera fase del sueño, es decir, en la fase de transición hacia el sueño profundo, pero aún podía percibir ciertos sonidos del exterior, como la circulación de los vehículos o algún gato maullando por los alrededores.

Mi mente empezó a entrelazar imágenes mezclando sensaciones reales, como la reconfortante brisa que entraba por la ventana acariciándome la piel, con el recuerdo de los turgentes pechos de mi hija, los cuales encajaban a la perfección en mi mano. La avidez de esos recuerdos me aceleraron la respiración y entonces empecé a sentir esa presión en la entrepierna... Sí, mi verga estaba dura otra vez, deseaba ¡qué digo!, anhelaba hincarse en grutas carnosas, estrechas y cálidas. Confieso que esa sensación me estaba volviendo loco, pues nunca en toda mi vida había experimentado algo similar.

Creí perder la cordura al ser engullido por ideas pecaminosas que no hacían más que alimentar el demonio que se había instalado dentro de mi cuerpo, y al que cada día, me costaba más mantener a raya, pues se alimentaba de mi debilidad para forjarse un profundo hueco en mi interior, y poco a poco, invadir mi mente de pensamientos impuros, que no me llevaban a ningún lado.

Sentí la sutil caricia de una mano recorriendo mi torso desnudo,  provocándome un ligero cosquilleo a medida que avanzaba en su descenso hasta detenerse justo debajo del ombligo, entonces, mi cuerpo se tensó en respuesta. Abrí los ojos de par en par y aparté de un brusco estirón la mano de Hanna, que había quedado soldada a mi cuerpo.

—¡Hanna! —jadee nervioso— ¿Qué estás haciendo?

Tras despertar de esa manera, me encontraba aturdido por completo. El sueño que estaba teniendo era tan real, tan vívido, simplemente... sensacional. Pero lo que no podía entender, a lo que no podía ofrecer una explicación lógica era a qué hacía mi hija en mi habitación.

Cuando mis pupilas se adaptaron a la oscuridad, mis ojos recorrieron confusos su cuerpo. Hanna llevaba un precioso vestido de encaje negro que transparentaba sus perfectos pechos, unas discretas cintas rojas se anudaban en el centro, manteniendo el diminuto vestido unido. Su vientre estaba al descubierto, tan plano, firme y suave que me dieron ganas de palparlo. Ese provocativo atuendo hacía juego con sus braguitas, del mismo color y bordado.

No tenía ni idea de que mi hija tuviera esas cosas, aunque enseguida comprendí que tal vez se lo había comprado en la misma tienda donde adquirió el dildo anal.

Tragué saliva, intentando volver a ordenar los pensamientos hasta que logré calmarme y preguntar:

—¿Por qué estás en mi habitación?

Sus ojos se llenaron automáticamente de lágrimas, y tuve miedo de que le hubiese ocurrido algo malo, por lo que me acerqué y sostuve su rostro con firmeza para estudiar cada una de sus reacciones.

—Oh... —exclamó respirando con agitación.

Entonces esas lágrimas que tanto esfuerzo ponía en retener, empezaron a chorrear por sus mejillas. Me afané en restañarlas con los pulgares, intentando secarlas con frenesí antes de que cayeran sobre mi lecho.

—¡Hanna! —chillé para hacerla reaccionar, estaba alarmado por su reacción. No entendía su comportamiento.

—Papá, es que... —empezó cautelosa, con cierta timidez.

—¿Qué ocurre, cielo?

—Verás, yo...

Detuvo su discurso, devolviendo la mirada a mis ojos llenos de angustia. Su rostro de ángel apenas era discernible de la oscuridad que reinaba en la habitación. Hanna continuó así durante un rato, mirándome con amargura, y poco a poco, esa pena irracional  comenzó a disminuir.

—Cuéntamelo, cariño —le supliqué—, dime qué te ocurre.

Ella descartó la opción de poner voz a sus sentimientos, y en  su lugar, colgó los brazos en torno a mi cuello y trabó su boca a la mía con un afán casi febril. Entonces capté el motivo de su aflicción, mi hija no sentía deseo en absoluto, era pura necesidad, agudizada por el dolor que le producía mi distanciamiento. Tardé unos segundos en reaccionar, para deshacerme con elegancia de su premeditado ataque, y sintiendo un inmenso dolor por no poder dar rienda suelta a mis sentimientos, que en ese momento eran un eco de los suyos, la rechacé. Me deshice de ella con toda la dulzura de la que fui capaz, apartándome lentamente mientras la sujetaba de los brazos.

—No puede ser Hanna... —musité con preocupación.

—Pero papá... —rechistó segundos antes de asumir su derrota y dejar caer los brazos, mostrando su rendición.

Y entonces volvió a llorar, las lágrimas cayeron como un fresco torrente y era incapaz de detenerlas, mientras se alzaban desmedidos sollozos de su garganta.

Ese sonido, ahogado y resignado me enterneció, y cediendo a un impulso incontrolable, la abracé. La abracé con fuerza, dejando que descargara a gusto en mi hombro; no podía verla llorar, simplemente era algo superior a mí.

—No sé por qué insistes tanto, Hanna, ya te he dicho que no —susurré entre gemidos llenos de angustia por no poder darle justo lo que me pedía en ese momento.

—Por favor, papá, solo por esta vez... —me pidió como si fuera un favor que tuviera que concederle, cuando en realidad yo era el primero que quería dejarse llevar por la situación y hacerla mía en ese instante.

—Eres indestructible —afirmó ahogando su voz contra mi hombro.

—¿Eso es lo que crees, cariño, que soy indestructible?

Ella asintió sin verbalizar la respuesta.

—Pues no lo soy, Hanna, no soy tan fuerte. Si supieras cómo deseo volver a tocarte, a sentirte por mi cuerpo... Si supieras el deseo imparable que me produces cada vez que te veo...

Ella se alejó lo suficiente para mirarme a los ojos.

—¿Lo dices enserio?

Asentí con resignación, rompiendo la última molécula que quedaba de mi impenetrable coraza.

Y os juro que no sé bien lo que me pasó, aún intento encajar tantas emociones, poner nombres a sentimientos que han quedado descritos a medias. No sé si fue mi hija la que con su insistencia, consiguió doblegar mi voluntad de hierro, o fui yo el que al constatar que ella se resignaba, quise volver a despertar su interés, sea como fuere, la verdad es que ya no me quedaban fuerzas para seguir luchando.

Animada por la duda que reflejaba mi rostro, Hanna volvió a unir sus labios a los míos, los percibí prudentes esta vez, pero en esta ocasión no puse resistencia; simplemente, me dejé vencer.

Llevé mis manos hacia sus pechos, para palparlos a través de la fina tela de su camisón, y seguidamente, desaté la cinta roja para poder acariciar directamente su piel: Allí estaba el motivo de todos mis desvelos, así que rindiéndome con un ronco gemido, llevé mi boca hacia ellos.

Lamí la aureola de sus pezones, succionándolos levemente de tanto en tanto mientras ella se retorcía de placer bajo mi cuerpo, que bloqueaba completamente el suyo. Mordisqueé suavemente sus senos y volví a lamerlos, deslizando mi lengua varias veces de uno a otro para a continuación, soplar con suavidad. En el proceso su piel se volvía de gallina, estremeciéndose a cada vez, mientras su cuerpo era incapaz de permanecer quieto; mi hija era como una pequeña anguila.

Seguí dibujando con mi lengua su cuerpo, recorriendo su vientre, deteniéndome en su diminuto ombligo hasta llegar justo ahí. Hanna gimió al sentir mi rostro tan cerca de su sexo. Con exquisito cuidado mordí la goma de sus braguitas y fui retirándosela con la boca, destapando lentamente su intimidad, ese pequeño lugar, que ya había descubierto, pero que seguía siendo solo para mí; no tenía ni idea de cuánto tiempo duraría esta locura, pero ahora que estaba viviendo el sueño, quería alargarlo tanto como me fuera posible.

Besé su inmaculado pubis y descendí con la lengua, hundiéndola entre los labios para saborear su jugosa vagina. Ella gimió aun más fuerte y se retorció en una especie de espasmo; me encantaban ese tipo de gestos, las primeras reacciones de su cuerpo inexperto, eran todas para mí, un regalo que no estaba seguro de merecer y sin embargo, ella me lo había entregado sin más.

En mi descenso pasé las manos por sus piernas, clavando las yemas de mis dedos hasta llegar al pie, y gustoso, me lo llevé a la boca. Lamí todos y cada uno de sus pequeños dedos y eso le gustó, pues así me lo decían las reacciones de su cuerpo. Hice lo mismo con el segundo, dibujando el contorno de los dedos con mi lengua, antes de llevármelos a la boca.

Volví a ascender, palpando cada centímetro de su anatomía con mi cuerpo hasta detenerme en sus manos para entrelazar mis dedos en ellas, únicamente pude hacerlo con la izquierda, la derecha se resistía formando un apretado puño.

—¿Qué tienes ahí? —susurré contra su piel.

—Nada.

Ese "nada" me desató una sonrisa, además de una enorme curiosidad.

Llevé mi mano a la suya y la abrí ignorando su resistencia hasta descubrir el dildo anal que había comprado esa misma tarde.

—Bueno, está bien —admitió viéndose acorralada—, pensé que podrías enseñarme a usarlo.

Se me escapó una risotada.

—Bien, cariño, tus deseos son órdenes para mí —se lo arrebaté de la mano para estudiarlo con detenimiento.

—Pero... —continuó en tono dudoso—, había pensado que tal vez podríamos utilizarlo de la manera correcta.

—De la manera correcta —repetí sin entender a qué se refería.

—Ya sabes, por el ano.

Abrí desmesuradamente los ojos por la impresión, al tiempo que apretaba una sonrisa.

—¿Es eso lo que quieres? —volví a preguntar para asegurarme, me costaba creer que quisiera iniciarse tan pronto en eso.

Ella asintió sin más, así que con decisión me lo llevé a la boca.

Lo dejé dentro, asegurándome que solo sobresalía una pequeña parte y fui trazando un camino descendente por su cuerpo, esta vez, con la base del dildo sobre su piel. La caricia le hacía cosquillas, y así me lo demostró desatando una discreta risita a medida que lo guiaba por las costillas, por su cintura y su ingle. Cuando llegué al vértice de unión entre sus muslos, me lo saqué de la boca y lo orienté hacia la entrada de su sexo. Hanna estaba tan mojada que no hubiese hecho falta la lubricación de mi saliva, pero no importaba, con decisión fui hundiendo cuidadosamente la punta y ella abría más las piernas, rindiéndose a la intrusión. El dildo era muy pequeño y fino, nada comparado con el grosor y longitud de mi miembro, por lo que entró con facilidad. Una vez insertado completamente, empecé a moverlo de dentro hacia fuera, incluso me atreví a dibujar circulitos en el interior de su vagina. Sus gemidos empezaron a hacerse más profundos, prácticamente desesperados mientras jugaba con el dildo , pasándolo por cada pequeño lugar de su intimidad. Con decisión lo llevé al clítoris y froté con suavidad, hasta que Hanna cerró las piernas, como acto reflejo para detener el placer que había conseguido despertar en ella. Estaba cerca del orgasmo, lo intuía, y así jugué con el aparatito, llevándolo dentro de su agujerito y orientándolo hacia el punto G, mientras mi otra mano estimulaba rítmicamente su abultado clítoris.

Ella empezó a convulsionar, los músculos de todo su cuerpo se tensaron, incluso sus manos agarraron con fuerza las sábanas mientras aumentaba el ritmo de de los movimientos, haciendo caso a las instrucciones que me ofrecía su cuerpo. Diez segundos después, desató un incontrolable orgasmo, se corrió humedeciendo todavía más mis dedos, que habían entrado un poco acompañando las acometidas del dildo .

Su respiración se ralentizó poco a poco y saqué mi mano de su vagina, aún húmeda, chorreante más bien, por no hablar del dildo ...

En todo el proceso de su liberación, mi pene estuvo duro como una piedra, incluso empezó a manchar el calzón con líquido pre seminal. Hanna pareció intuir mis sensaciones y se afanó en retirarme la ropa interior, y con una sonrisa cargada de erotismo, fue guiando mi cuerpo hasta tumbarme en la cama.

No nos hizo falta hablar, sabíamos lo que iba a hacer y me relajé esperando a que subiera a mí. Hanna no me decepcionó, cogió un preservativo de la cajita de nácar y me lo enfundó con maestría, lo cual me sorprendió, pero decidí no interrumpir ese glorioso momento preguntándole al respecto. En cuanto hubo deslizado el preservativo hasta la base del tronco, subió a horcajadas sobre mi miento y orientó la punta del pene hacia su agujerito. Tragué saliva, pues este momento requería de toda mi concentración, pero estaba tan excitado, hacía tanto que no tenía sexo..., que no sabía si me correría en menos de dos segundos.

Con movimientos lentos, mi hija fue incrustándose poco a poco mi verga, entreabriendo la boca mientras sentía deslizarse la carne dura y gruesa a través de ella. Otra vez sus estrechos músculos me envolvieron, me atraparon de tal manera que era incapaz de moverme, solo esperar a que lo hiciera ella. En cuanto llegué hasta el fondo, los dos gemimos al unísono y ella empezó a moverse, no demasiado rápido, al ritmo perfecto. Intenté mantener la mente fría, no quería correrme todavía, así que alcancé el dildo, aún recubierto de flujo, y lo llevé con cuidado hacia su ano. No pretendía hundirlo por completo, solo hacer que Hanna percibiera el estímulo para despertar su curiosidad más adelante. No bien notó la punta presionando su ano, dejó de moverse, esperando paciente el próximo movimiento. No quise hacerla esperar, así que hundí un poco más el juguete y ella gimió muy fuerte. Detuve la acometida y me dediqué a hacerlo girar con los dedos, su boca volvió a abrirse, y sin esperármelo, su cuerpo se reactivo y empezó a moverse con ganas, como una auténtica Diosa encima de mí. Me costaba concentrarme en el movimiento del dildo mientras ella se movía intentando ordeñarme, solo quería retener sus caderas y moverme salvajemente hasta desatar mi orgasmo. En uno de sus incontrolados brincos, Hanna se hundió en mí tan fuerte que el dildo casi se incrustó en su ano por completo. Intenté no reírme, ya que había proferido un alarido de dolor y se había detenido en seco, pero ser nuevamente testigo de su impaciencia, me hacía mucha gracia.

Tras un rato en reposo, Hanna volvió a moverse, y sin querer, metí el juguete hasta el fondo de su ano, pero esta vez no se detuvo, estaba completamente descontrolada y con rudeza se tumbó sobre mi pecho para abrazarme mientras se movía de norte a sur con rabia, con deseo, con tanta fuerza que me estaba volviendo literalmente loco, así que dejé el dildo incrustado en su orificio y rodeé su cintura con las manos para seguir su ritmo posesivo, clavándome a ella sin descanso, hasta que por fin, retuve su cuerpo soldándolo literalmente al mío y me dejé ir profiriendo un ronco gemido.

Mi orgasmo había sido brutal, tanto tiempo reprimiéndome, rehusando su contacto por temor a no poder contenerme, habían acabado de la peor manera posible, pues acababa de constatar que no era más que un juguete en manos de mi propia hija. Desde que habíamos traspasado esa puerta, todo se había vuelto confuso, incluso podía confirmar que no solo quería a mi hija, además, la amaba. La amaba como un hombre ama a una mujer.

Gracias a los lectores por comunicarme sus impresiones y hacer sus valoraciones desde la primera entrega.