Mi hija apuesta por nuestro futuro II, El trío
Mi hija deberá superar las hazañas sexuales de mi madre para salvar nuestro futuro
Relato publicado durante el XXV Ejercicio de autores del Foro Trovadores.
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El día siguiente fue un martirio. Me sentía bastante preocupado. No pude desayunar y solo conseguí comer, pasadas las cuatro de la tarde, a causa de las exigencias de mi hija. Deborah, sin darme explicaciones de su comportamiento, canturreó toda la mañana y parte de la tarde. Se notaba relajada y contenta, como si esperara con ansias la media noche.
Salimos a casa de mi hermana a eso de las diez e hicimos el trayecto casi en silencio. Intenté tocar el tema de nuestro encuentro sexual anterior, pero ella me pidió calma, y paciencia; nunca hasta entonces la había visto tan segura de sí misma y temí que esa entereza fuera una máscara que ocultara la incertidumbre o el derrotismo.
—¿Confías en mí? —preguntó antes de entrar en casa de Ruth.
—Confío en ti, amor —respondí—. No confío en tu tía, han sido muchos años de rencor y distanciamiento.
—¡A esa puta déjala en mis manos! —exclamó segura—. No sabe lo que le espera, cuando acabe con ella… mejor no te anticipo nada.
Nunca antes había visto a Deborah en una situación tan difícil. Sus reacciones eran idénticas a las de mi madre. Por muchos vídeos de la Deborah original que hubiese visto, el brillo de sus ojos, las inflexiones de su voz y la dureza de su sonrisa de medio lado eran rasgos clonados, no impostados. Sentí temor, duda y un punzante dolor por la perspectiva de perderla o hundirme con ella en un mundo de degradación.
Llamamos a la puerta y los sistemas automáticos nos flanquearon el acceso. Pasamos a la estancia donde nos esperaba mi hermana.
Ruth llevaba puesto un vestido corto y semitransparente, a través del cual se notaba un diminuto tanga y sus tetas, libres de sujetador.
—Ha llegado el robot árbitro —comentó sin saludar—. Pensé que os acobardaríais y me dejaríais esperando.
—En lo futuro, dirígete a mí cuando quieras hablar conmigo —ordenó Deborah—. Detesto que hables con mi padre sobre mi persona como si yo no estuviera presente. Es como si no me consideraras un ser humano.
—Jonás —se dirigió a mí—, esta es una putita muy valiente. O la has educado muy mal o pretende asustarme. Debería ser más respetuosa con su futura ama y señora.
—Eso está por verse, querida hermana —atajé sin amilanarme. .
Miré de reojo al robot árbitro. La máquina me devolvió una ojeada inexpresiva desde el fondo de sus celdas fotoeléctricas.
—¿Queréis beber algo antes de empezar? —ofreció Ruth con sorna—. No veo motivo para no ser civilizados esta noche. El futuro de esta criatura será lo bastante desagradable como para negarle un último capricho.
—¡No beberemos nada! —respondió mi hija con brusquedad—. ¡Serías capaz de drogarnos para que yo no pudiera cumplir con la apuesta! ¡Si no tienes inconveniente, quiero comenzar cuanto antes!
Sin esperar respuesta, Deborah me señaló uno de los sofás y, con una seña, me indicó que me sentara. Obedecí sin saber lo que vendría a continuación.
Ruth y mi hija se miraron frente a frente, erguidas, desafiantes y sin aspecto de querer conciliar nada.
—He solicitado que me traigan un par de perros del zoológico para que folles con ellos —silabeó mi hermana—. Mi madre no dejó constancia de haber fornicado con animales, por lo que ese sería un buen desafío. Si permites que dos perros te monten, te revienten el culo y se corran dentro de ti, estarás demostrando que eres digna del ADN que posees.
—No lo haré —sentenció mi hija.
El universo entero pareció detenerse para mí. Ruth me miró estupefacta, como queriendo preguntarme cuál era el juego de mi pequeña.
—¿Comprendes lo que estás haciendo? —preguntó—. ¿Entiendes que te estás poniendo en mis manos, maldita criatura de mierda?
Mi hija se arrodilló ante su tía y agachó la cabeza hasta besar los dedos de los pies de Ruth.
—Me postro ante ti —murmuró—. Te pido que me des placer y que me permitas dártelo. Después se hará lo que determine el árbitro.
Ruth dejó escapar una carcajada. Su tensión de segundos antes se disipó y pareció experimentar un regocijo triunfal.
—Se hará como dices, criatura —respondió magnánima.
Mi hermana me miró a los ojos mientras tomaba entre sus manos los bajos del vestido para subirlo por su cuerpo. Se despojó de la prenda y me mostró su desnudez, sólo interrumpida por el diminuto tanga. No pude evitar que mis ojos se distrajeran en la generosidad de las tetas.
—Levántate —ordenó—, quiero gozar de tu cuerpo ahora que aún no has sido destrozada por los pervertidos que te esperan en algún lupanar de mala muerte.
Mi hija obedeció y, dándome la espalda, imitó el movimiento de su tía. Al deshacerse del breve vestido pudimos ver que solo llevaba un tanga debajo. Su trasero quedó expuesto a mi mirada, pero me sentí más angustiado que nunca.
Tía y sobrina se abrazaron. Por un instante imaginé lo que debió ser para Ruth aquella época de sexo lésbico con nuestra madre. Cuando ambas restregaron sus senos en lúdica caricia, supuse que mi hermana caía en la cuenta de que un encuentro con mi hija sería muy parecido a revivir los placeres con la Deborah original.
—Eres idéntica a mamá —susurró Ruth instantes antes de besar la boca de mi hija.
Ambas se abrazaron e hicieron que sus manos acariciaran las curvas de una y otra. Las últimas palabras de mi hermana corroboraron mis sospechas.
A todo esto, mi hija no mostraba señales de duda o temor. Correspondía a los besos de su tía con afán y verdadero deseo. Los pezones de ambas estaban enhiestos, sus respiraciones sonaban agitadas y los gemidos saturaban el ambiente.
Sentí piedad por Ruth y me avergoncé de mi actitud de años antes. Ella, una mujer apasionada, que sabía brindar placer y deseaba recibirlo, había sido rechazada por un tipo como yo. Me odié, me maldije y me habría dado un puñetazo en mi propio rostro de cretino si mi hija no me hubiese hecho una seña.
“Desnúdate”, pareció indicarme con sus manos mientras su tía mamaba uno de sus senos.
Obedecí, más por inercia que por voluntad propia. Me sentía angustiado, pero mi cuerpo opinaba diferente, o al menos así me lo indicó mi verga enhiesta, ansiosa por entrar en acción.
Las amantes pasaron al sofá. Conservaban los tangas, pero seguían besándose y mamándoselas tetas una a la otra.
Quedaron de rodillas sobre el asiento. Miré al robot árbitro, como buscando una expresión de solidaridad que no encontré. Las hembras se besaron con lujuria. Galatea tenía razón, Deborah se parecía demasiado a mamá y, con sus veinte años bien desarrollados, guardaba un innegable parecido con su tía.
Mi hija se inclinó para tomar las tetas de mi hermana y masajearlas mientras distribuía besos sobre la sensible piel. Ruth vibró excitada. Los besos se volvieron mordiscos y mamadas en los pezones.
—Con cuidado —solicitó mi hermana—. Con cuidado, que no soy una ginoide a la que puedas morder sin lastimar.
Por toda respuesta, Deborah escupió varias veces sobre las tetas de su tía, para después recuperar su propia saliva y lamer exagerando los sonidos de deglución.
La chica giró a la mujer madura para acomodar los codos de esta sobre el respaldo del sofá. Con esta acción me mostró el culo de su tía. Me guiñó un ojo y propinó un sonoro azote en la nalga izquierda de Ruth. Quitó despacio el tanga a su tía para masajear la zona recién castigada.
Mi hermana meneó el trasero mientras mi hija se lo acariciaba. Le cerraba las nalgas para después separarlas y mostrarme los orificios que, años antes desprecié.
Me sobé la verga mirando los labios vaginales de Ruth. Cuando niños y durante nuestra adolescencia nos habíamos amado como hermanos. Yo disfruté de mil y un momentos de felicidad junto a ella, todo sin connotaciones sexuales. Llegue a pensar que, en caso de compartir un encuentro sexual, el amor que nos profesábamos resultaría dañado. Dupliqué este error al rechazar a la Deborah original y terminé lastimándolas a ambas.
Mi hija tomó una mejor posición al lado de mi hermana. Tiró de la nalga izquierda de su tía para mirar bien los orificios y escupió en la raja del culo. Recogió su saliva con la lengua en reiterados viajes ascendentes desde los labios vaginales de Ruth hasta el ano, donde se detenía para hacer girar su lengua y picotear con esta sobre la entrada posterior.
Deborah abandonó el cuerpo de su tía unos instantes para ponerse en pie. Sonrió al ver mi erección y me mostró la lengua en gesto lascivo, como emulando la expresión del placer que le produciría lamer mis genitales. Se arrodilló detrás del culo de su tía y acomodó la boca a la altura del canal. Separó las nalgas de Ruth para regalarle un húmedo y sonoro beso negro.
La mujer madura se revolvió y golpeó el respaldo del sofá con los puños crispados.
—¡Así! —gritó— ¡Joder, lo haces igual que ella! ¡Me comes el culo igual que mi madre! ¡No pares, maldita criatura de mierda!
Mi hija lanzó un azote iracundo sobre la nalga derecha de su tía.
—¡A callar, zorra! —gritó con la beligerancia que caracterizaba a mi madre—. ¡Si vas a decirme algo, quiero que sea para que nos calentemos las dos! ¡Detesto que me degrades!
Mi hermana no respondió. Mi hija se dio a sí misma un par de azotes en el trasero y volvió a la labor de lamer y lubricar el ano de su tía.
El beso negro se prolongó varios minutos durante los cuales Ruth gritó y gimió mientras la lengua de Deborah chasqueaba en su ano. Ambas se pusieron en pie entre jadeos y volvieron a mirarse a la cara. Esta vez, sus expresiones estaban cargadas de lujuria y sus miradas parecían desafiarse para definir quién podía dar más placer.
Noté que el coño de mi hermana estaba empapado en flujo vaginal y saliva, e imaginé que mi hija debía sentirse igual de caliente. Yo me meneaba la verga con una mano mientras me masajeaba los cojones con la otra. El robot árbitro miraba la escena con la misma actitud impasible que pudiera mostrar cualquier mueble o accesorio.
Volvieron a besarse en la boca. Esta vez lo hicieron con más frenesí, con la ansiedad de sentir que ente ellas nacía algo muy morboso.
Deborah se arrodilló en el asiento del sofá y apoyó los codos en el respaldo, tal como hiciera antes su tía. Mi hermana acarició las nalgas de mi hija, pareció dudar si sería o no conveniente darle un azote, pero prefirió besar su trasero y restregar las mejillas sobre la nívea piel.
Con los dientes sujetó el hilo lateral del tanga y tiró hacia abajo para mostrarme el culo de su sobrina.
Ruth me miró desnudo, con las manos en los genitales y sonrió con gesto entristecido. Sentí piedad por ella y me dolió su sufrimiento de todos estos años. Dejándome de lado, volvió el rostro para lamer el culo de mi hija. Como antes hiciera Deborah, Ruth se arrodilló sobre la alfombra para poner nariz, boca y mentón entre las nalgas de mi pequeña y pasear su rostro en medio del canal. En esta postura pude contemplar el trasero de mi hermana. Mi verga endurecida pedía atenciones, pero no me animé a consolidar la paja.
Durante un rato mantuvieron la postura, la sobrina ofrecía su culo a las caricias orales de la tía. La joven se revolvía y gemía en estado de celo mientras la madura le estimulaba y lubricaba ambos orificios.
Deborah se retiró del respaldo y se dejó caer boca arriba en el sofá. Separó las piernas y flexionó las rodillas mientras, con una mano, se sobaba el clítoris en gesto de invitación.
—¡Eres deliciosa, no imaginé que podría llegar a disfrutarte tanto! —exclamó mi hermana entre jadeos.
—¡Chúpame el coño, tía! —solicitó mi hija—. ¡Vamos, prueba mi flujo!
Era la primera vez en toda la noche que no se intercambiaban insultos. Quizá comenzaban a aceptarse o la lujuria conseguía difuminar el mutuo desprecio. Lamenté que, hicieran lo que hicieran, el encuentro sexual no podría ser superior a las experiencias de mi madre.
Me aproximé despacio a las amantes para mirar lo que hacían. Mientras yo me arrodillaba a prudente distancia, mi hermana se puso en cuatro a lo largo del asiento y chupó el clítoris de mi hija. Deborah gritó por la caricia. Ruth se envalentonó e inició una secuencia de viajes linguales que corría desde la entrada vaginal de su sobrina, viajaba coño arriba y remataban en el clítoris para prodigar varios lametones y succiones. En el descenso, la lengua de la mujer más experimentada culebreaba sobre los labios vaginales para volver a encontrar la entrada.
La expresión de mi hija era de lujuria absoluta. Su cabello estaba empapado de sudor, sus ojos me miraba sin ver y su garganta dejaba escapar jadeos y gemidos mientras recibía un cunnilingus en toda regla.
Cuando los gemidos de Deborah se volvieron más roncos, Ruth se acomodó para dar ligeras palmadas sobre el clítoris de mi hija mientras lamía su orificio vaginal, alternando la caricia con algunas penetraciones linguales en su ano. Mi pequeña se amasaba las tetas y llevaba uno u otro pezón hasta sus labios para mamarlo y sentir más placer.
El primer orgasmo de la noche estalló en el cuerpo de mi hija quien, gritando, expulsó gran cantidad de fluido desde el fondo de sus entrañas para empapar el rostro de mi hermana. Ruth aprovechó la lubricación para empapar los dedos de su zurda y penetrar con el índice el ano de su sobrina. Mi hermana meneaba todo el cuerpo de adelante a atrás, como deseando ser penetrada. En ese momento no pude contenerme más y me decidí a actuar.
Me incorporé y corrí para situarme detrás del culo de Ruth. Acomodé mi verga entre sus nalgas, orientando el glande hacia arriba, sin penetrarla, pero mojando mis genitales con sus flujos y la saliva de Deborah. La tomé por la cintura y me agaché para besarla en la boca. Mi hermana correspondió y la caricia se tornó agresiva. Sus labios sabían al néctar femenino recién recolectado del coño del clon de nuestra madre.
—Fui un imbécil —reconocí—. Debí follar contigo cuando lo deseabas. Nunca he dejado de amarte.
—Jonás, eres un cabrón —sentenció ella—. Nunca he dejado de desearte. Me he tirado a todo el Departamento De Administración Terrestre, a todos sus androides y a todas sus ginoides, pero no deja de calentarme la fantasía de follar contigo… ¡Disfrútame, hermano! ¡Gózame y hazme gozar!
Contando con su permiso, volví a enderezarme. Le di un par de azotes suaves, como verificando hasta dónde me permitiría llegar. Al no recibir ninguna protesta, amasé sus nalgas para resguardar mi verga entre ellas. Mi hermana movió la cadera hacia atrás, como si ya hubiese sido penetrada, yo correspondí con un avance y ambos nos enzarzamos en una danza que simulaba la cópula sin serlo.
Mis testículos chocaban con su entrada vaginal y yo agachaba el cuerpo para restregarlos y hacérselos notar, después me enderezaba refregando mi mástil por toda su raja para, aprovechando la curvatura del miembro, sobar su ano y llevar sus flujos íntimos de un lado al otro.
Mis genitales se empaparon con los líquidos de Ruth, nuestro ritmo fue aumentando en cada nuevo movimiento y ella gimió desesperada. El juego, aunque morboso, no resultaba muy estimulante para mí, pero mi hermana estaba siendo sobada por todo el exterior de su intimidad.
—¿Por qué has dejado de lamerme el coño? —preguntó mi hija con voz seductora.
Ruth detuvo sus movimientos para volver a llevar la boca a los genitales de su sobrina. Aproveché la pausa para golpear las nalgas de mi hermana con el mástil de mi verga. Cuando Deborah volvió a gemir, apunté el glande al orificio vaginal de Ruth y avancé despacio.
—¡Fantástico! —grité—. ¡Qué delicia de coño tienes, húmedo, caliente y con ganas de joder!
—¡Anda, fóllame! —exigió— ¡Llégame al fondo! ¡Méteme toda tu polla y hazme chillar de gusto!
El robot árbitro nos miraba con fijeza. En algún lugar de su cerebro debía estar registrándose el momento en que, por primera vez en mi vida, penetré a mi hermana.
Mi ariete avanzó despacio, abriendo los pliegues cálidos de Ruth. La amaba, siempre la había amado. Aunque alguna vez, siendo adolescente, llegué a pajearme pensando en ella o viendo sus vídeos de cuando follaba con androides de alquiler, nunca me planteé la posibilidad de materializar un coito con ella. Era una lástima que nuestra madre no pudiese presenciarlo, le habría encantado ver realizado uno de sus más grandes anhelos.
Ruth emitió un grito agudo cuando mi glande chocó contra su matriz. Apretó toda mi tranca con las paredes de su coño. Deborah tomó a Ruth por las orejas y, sujetándola con fuerza, la obligó a colocar la boca sobre su vagina. Mi hija me miró a los ojos y sonrió, con el mismo gesto que empleaba mi madre cuando ordenaba algo sin pronunciar palabra. Por mi parte, entendí lo que quería. Me estaba pidiendo que follara a mi hermana con toda la intensidad posible.
Afirmando las rodillas sobre el asiento del sofá, retrocedí para retirar un tercio de mi hombría del coño de mi hermana y le devolví la carne sustraída con un empujón violento. Ruth sintió la primera embestida y gritó con la boca sobre el coño de mi hija.
El primer envío de verga fue seguido de varios más. Con las manos aferradas a la cintura de Ruth, penetraba a fondo para retirarme y volver a empujar. Me esmeré dando profundas penetraciones que hacían chapotear mi hombría en sus entrañas mientras se deslizaba hasta el fondo. Nuestros cuerpos se encontraban en estallidos que resonaban en toda la estancia para retirarse entre gemidos y lamentos de placer.
—¡Así, Jonás, esto es follar! ¡No te detengas! ¡Por el coño de nuestra madre, no te detengas!
—¡Por el coño de nuestra madre que dejaré tu coño irreconocible! —respondí—. ¡Vamos, muévete, cúmpleme ahora las promesas de placer que me hiciste hace años!
En realidad, Ruth no necesitaba ninguna arenga. Movía todo su cuerpo de adelante a atrás, llevando sus caderas al encuentro de las embestidas que yo le daba. Estábamos tan bien sincronizados que supe enseguida hasta qué punto éramos similares.
La follada era brutal, mi hermana no podía concentrarse en lamer el coño de mi hija. Se limitaba a mantener la boca abierta y la lengua de fuera para aprovechar el vaivén de nuestra cópula y lamer la intimidad de su sobrina.
Mi hija reptó debajo del cuerpo de mi hermana para acomodar sus tetas a la altura del rostro de su tía. Yo detuve mis embestidas y Ruth, succionando la teta derecha de Deborah, meneó las caderas en una danza destinada a empalarse a sí misma y follar mi verga sin que yo me moviera.
Mi glande topaba con el fondo de su coño, ella se retiraba para sacar parte de mi verga y oprimía con sus músculos internos. Volvía a penetrase y se retiraba de nuevo con más opresiones placenteras.
Reemprendí el ataque embistiéndola con furia. Cada vez que la penetraba conseguía que su cuerpo se elevara y separara las rodillas del asiento del sofá. Cuando retrocedía, ambos gemíamos con la desesperación de querer seguir follando. No resistí la tentación de humedecerme el índice de la mano derecha e introducirlo en el ano de mi hermana mientras le daba un fuerte azote en la nalga izquierda con la mano libre.
Continué bombeando sin piedad hasta que sentí que todo su cuerpo temblaba. Mi hermana emitió un gemido ronco, gutural y salvaje mientras yo la penetraba a fondo y la llevaba a un orgasmo húmedo que la hizo vibrar de placer.
—¡Me corro! —gritó ella—. ¡Me corro!
Sentí cómo las paredes de su interior se contraían y aprisionaban mi verga para no dejar escapar nada del deleite que le estaba dando. El flujo que surgió de su vagina salpicó mis cojones y le corrió muslos abajo.
Cuando Ruth dejó de temblar por el orgasmo retiré mi verga de su coño.
Me agaché, tomé a Deborah por la cintura y deslicé su cuerpo debajo del de mi hermana para colocar el coño de mi hija a la altura de los genitales de su tía. Levanté las piernas de mi pequeña y llevé mi polla a su vagina, acomodé el glande en su entrada para empujar y enviar dentro de su cuerpo la mitad de mi hombría.
No me engañaba, Ruth había disfrutado de la follada, ero eso no implicaba que pudiese ablandarse, dejase pasar la apuesta y nos permitiera marchar al planeta Leonis M II. Si corríamos el riesgo de ser degradados o separados a la fuerza, yo tenía que darle a mi hija la mayor cantidad de placer que pudiera generar.
—¡Métemelo todo, papá! —solicitó Deborah—. ¡Fóllame, que se entere mi tía de cuánto nos amamos!
—Espera, tengo otra idea —respondí.
Saqué la verga del coño de mi hija para agacharme entre las nalgas de ambas. Tenía los cuatro orificios a mi disposición y no quise perder la oportunidad de gozarlos.
Llevé mi lengua al ano de Deborah y ascendí dando lametones profundos en medio de su raja, llegué a su orificio vaginal para recoger los flujos de ambas mujeres y seguir ascendiendo hasta el coño de mi hermana. Sorbí parte del néctar de su reciente orgasmo y subí aún más, hasta el orificio anal que perforé con la punta de mi lengua.
El camino de descenso fue similar, me ayudé con la nariz que, saturada de los aromas combinados, se internaba en cavidades para deleitarme y hacerlas vibrar de deseo.
—Os amo a las dos —confesé entre jadeos.
Deseaba lo imposible, la paz entre mis dos mujeres amadas y la autorización para que Deborah pudiese abandonar la Tierra en mi compañía.
Continué con el barrido vertical, poniendo especial interés en las reacciones de las hembras.
Fue muy excitante notar que ellas mismas restregaban sus cuerpos, los senos de las dos se friccionaban mientras sus Montes De Venus buscaban compartir calor, humedad y excitación.
Me arrodillé y, sujetando los tobillos de mi hija, volví a penetrarla despacio. Esta vez llegué al fondo de su coño mientras su tía se retorcía sobre ella.
Mi ritmo fue constante, vigoroso y entusiasta. Me producía mucho placer penetrar a Deborah hasta el útero mientras Ruth frotaba sus tetas contra las de mi hija y levantaba las nalgas para sentir en su carne el impacto de mi abdomen.
—¡Así, papá! —arengó—. ¡Dame duro, quiero tu verga bien clavada en mí!
—¡Sí, siénteme dentro! —grité—. ¡Goza lo que tengo para ti!
Bombeé con desesperación, procurando que con cada embestida los cuerpos de los tres sintieran el placer de estar juntos.
Deborah apretaba y distendía las entrañas para acompañar mis penetraciones con fuertes contracciones que nos daban placer a ambos. Mi hija se corrió entre gemidos y chillidos que Ruth se apresuró a guardar dentro de su boca mediante un intenso beso lésbico.
Sin correrme, di un sonoro azote en el culo de mi hermana y ella se incorporó. Temblando de ansias montó sobre el rostro de mi hija. Aproveché para juntar las piernas de Deborah y esperé a que consolidaran la postura.
Ruth le ofreció el coño a su sobrina, la joven se lanzó a lamer cuantos fluidos escurrían de las entrañas de mi hermana. De este modo volví a guardar mi ariete en la vagina de mi pequeña.
Viéndose libre del peso de su tía en la zona pélvica, mi hija correspondió a las embestidas que yo le daba. Nuestros cuerpos chocaban y nuestros genitales lubricados chasqueaban y chapoteaban en medio de líquidos amatorios.
—¡Lo mamas igual que mi madre, no pares! —exclamó mi hermana.
—¡Tu coño me sabe a la verga de mi padre! ¡Cuando pruebes su lefa, te vas a hacer adicta!
Su charla me motivó a seguir penetrando a mi hija.
—¡Papá, me corro de nuevo! —gritó—. ¡No pares, llévame al orgasmo!
—¡Siéntelo! —respondí intentando elevar mi voz sobre sus alaridos—. ¡Tómalo, es tuyo!
Deborah alcanzó el clímax bufando y gimiendo con la boca pegada al coño de Ruth. Abandoné su vagina para ponerme en pie; deseaba la bebida que nos ofreció mi hermana al llegar, pero temía romper el encanto del momento.
Miré al robot árbitro y me encogí de hombros. Alguna vez había programado artefactos similares, simples y utilitarios, sabía por experiencia que la máquina no sacaría conclusiones o emitiría juicios al nivel de los androides o las ginoides. Nuestro encuentro sexual quedaría registrado, pero sería para él un dato tan irrelevante como la ficha técnica del sofá sobre el que habíamos follado.
—Papá, no te has corrido todavía —señaló mi hija y se arrodilló ante mí.
En algún momento de mis reflexiones, Ruth se había separado de Deborah y se había levantado. Ahora mi pequeña llevaba mi verga a su boca.
Deborah lamió mi glande y lo succionó haciéndome gritar. Mi hermana se arrodilló al lado de su sobrina y le arrebató el falo para mamarlo.
Ruth me miró a los ojos con fijeza. Abrió mucho la boca, se introdujo la mitad de mi hombría y movió la cabeza de adelante a atrás varias veces.
Las dimensiones de mi tranca parecían imponerle un nuevo desafío que aceptó gustosa. Cuando mi glande llegaba a su garganta, hacía gárgaras de saliva que vibraban en mis puntos sensitivos para darme mucho placer. Al retirar parte del miembro, succionaba con fuerza, como queriendo retener mi capullo. Deborah se agachó para lamer mis cojones y recoger con su lengua la saliva que escurría de mi tronco y la boca de su tía.
En ocasiones, mi hermana dejaba de mamar para escupir sobre mi polla, restregarse el rostro y el cuello con el tronco y volver a chupar.
—¡Quiero que te corras! —declaró—. ¡Quiero probar tu leche y disfrutarla!
Se llevó mi glande a su garganta y succionó con fuerza. Ejecutó movimientos de lengua, hizo gárgaras y lamió.
Me sentía muy excitado. Las opresiones, succiones, juegos linguales y demás estimulaciones me estaban llevando a la locura.
—¡Me corro en tu boca, Ruth! —grité—. ¡Mírame a los ojos mientras eyaculo!
Ella llevó mi glande a su garganta y succionó con intensidad. Me dejé verter derramando mi simiente en su cálida cavidad. Conforme eyaculaba, noté que Ruth iba sacándose mi miembro hasta tener solo el glande entre sus labios.
Me enseñó la lengua llena de semen, abrió y cerró la boca para formar hilillos y espuma. Escupió parte de la corrida sobre mi polla para restregarla por su rostro. Mi hija quiso su porción y la obtuvo al besar a su tía.
Luego, Deborah se acomodó ante mi verga para mamarla también. Ruth la abrazó por detrás y besó su cuello, se inclinó un poco, escupió semen y saliva sobre las tetas de mi pequeña y embadurnó la mezcla de fluidos desde los costados hasta los pezones.
Me acomodé sobre el sofá, apoyando la espalda en el respaldo y dejando la espalda baja fuera del asiento, con los pies pisando la alfombra. Mi verga erecta esperaba impaciente.
Ruth ganó la postura. Montó sobre mí y tomó mi miembro para golpearse el clítoris unas cuantas veces mientras me miraba con expresión de lujuria.
—Te vas a enterar, cabrón —sentenció—. Te voy a mostrar lo que te perdiste.
—Menos palabras y más acción —exigí—. Vamos, llénate de la verga de tu hermano.
No necesitó más. Separando las piernas acomodó mi glande entre los pliegues de su coño. Con un grito triunfal, mi hermana se dejó caer para guardar mi hombría en su intimidad.
Sincronizamos el coito. Ella ejecutaba movimientos de cadera que hacían bailar sus tetas mientras yo sacudía la pelvis de arriba abajo para penetrarla con firmeza. Nos miramos a los ojos y Ruth se dejó caer para estrechar un abrazo filial.
—¡Me estáis excluyendo! —gritó mi hija momentos antes de acomodarse detrás de su tía y darle un fuerte azote en el culo.
El coño de mi hermana se apretó alrededor de mi polla y gritamos al unísono. Mi hija atrapó mis cojones con una mano y acompañó mis movimientos de penetración con un profundo masaje mientras, con los dedos de la otra mano, hurgaba en el ano de su tía.
—¡Tienes que recibir la verga de mi padre por el culo! —sugirió—. ¡Su manera de sodomizar es mucho mejor que la de los androides que has probado!
Ruth gimió sin control y arqueó la espalda. Mi hija coordinaba sus juegos anales con las penetraciones que yo ejercía. Mi hermana apretó los puños y gritó en un largo alarido de placer cuando el orgasmo la recorrió entera. Mientras Ruth se corría con mi verga tocando su útero, mi hija presionó mis cojones con algo de rudeza y me miró a los ojos. Entendí lo que quería y no dudé.
Tomé a Ruth por la cintura y la retuve mientras eyaculaba en su interior. La ocasión me pareció memorable; el de mi hermana era el segundo coño natural que llenaba de semen. Deborah besó a Ruth en la boca mientras yo terminaba de descargar.
Mi hermana deshizo la postura, se dejó caer de lado y suspiró juntando las piernas mientras mi semen escurría desde su coño.
Deborah acudió a su encuentro, acarició sus cabellos y la besó en la boca con intensidad. Después se tendió sobre el cuerpo de su tía para formar un sesenta y nueve. Contemplé el acoplamiento mientras me masajeaba la erección empapada de fluidos. Mi hija alzó el rostro de entre los muslos de su tía y me miró, con una seña me indicó el siguiente paso. Imaginé que ella pensaba que, al otorgarle mi confianza me ponía a su disposición. Acudí encantado.
Me arrodillé detrás de las nalgas de Deborah y Ruth sonrió desde debajo de mis cojones. El rostro de mi hermana estaba empapado de flujos vaginales y su expresión de lujuria me demostraba lo mucho que estaba gozando.
Golpeé las nalgas de Deborah con mi mástil y luego restregué el glande por el rostro de Ruth. Mi hermana gritó por algo que mi hija hacía con sus genitales y aproveché la oportunidad para embestirle la boca con mi ariete y dárselo a mamar unos momentos.
—¡Fóllame, papá! —solicitó—. ¡Méteme tu verga, quiero sentirla de nuevo!
Ruth succionó cuando sintió que mi carne masculina abandonaba su boca y retuvo el glande unos segundos entre sus labios. Rió cuando conseguí liberar mi verga de la felación. Sonreí, pues su risa me pareció una buena señal.
Mi hermana tomó mi verga entre sus manos y llevó mi glande al orificio vaginal de mi hija. Empujé muy despacio, gozando con el calor que las entrañas de Deborah me proporcionaban. Ella y yo gemimos cuando, tras el avance, mi glande llegó a su útero.
—¡Fóllala, Jonás! —exigió Ruth—. ¡Dale duro a esta criatura, que desea verga!
El coño de Deborah chapoteaba mientras yo me esmeraba por enviar mi mástil a lo más profundo de su gruta amatoria. Mi hija gemía y clavaba las uñas sin piedad en los muslos de su tía. Ruth escupía sobre mis cojones o mantenía la boca abierta sin importarle embarrarse el rostro de saliva y flujos de Deborah.
Mi hija sabía oprimir los músculos vaginales. Cerraba y abría para ofrecer resistencia a mis penetraciones y gozarlas más. Gritó, sacudiendo la cabeza y entendí que era el momento de su orgasmo. No quise Dejarla sola en el placer y, penetrándola hasta el fondo, eyaculé intensas ráfagas de semen dentro de ella.
Cuando terminamos de corrernos, saqué la verga del coño de mi hija y la clavé en la boca de mi hermana.
—Papá, tienes que encular a mi tía —indicó Deborah—. Quiero ver cómo la sodomizas.
Mi hija se incorporó para acomodarse sobre la alfombra. Separó las piernas y apoyó los pies en el asiento del sofá. Levantó las caderas y comenzó a deslizar las manos sobre su coño para recolectar la mezcla sexual que le escurría desde dentro.
Ruth se acomodó al lado del clon de nuestra madre. Se inclinó para quedar de rodillas, con el hombro derecho en el suelo para apoyar la parte superior de su cuerpo.
—¡Anda, hermano, encúlame! —exclamó dándose un sonoro azote en la nalga izquierda.
Ellas habían tenido juegos anales previos, así que el culo de mi hermana estaba lubricado. Acomodé el glande sobre su entrada anal y empujé un poco. El orificio ofreció cierta resistencia y me detuve. Ruth suspiró complacida y procuró relajarse para permitirme avanzar. Segundos después envió las caderas hacia atrás para recibir una pulgada más de hombría en su trasero.
Avancé otro poco y ella correspondió con algo más. Ambos nos detuvimos cuando toda mi verga estuvo dentro de su culo. Grité cuando oprimió su ano un par de veces alrededor del mástil.
—Jonás, esto es delicioso —reconoció—. Espera un poco para que me acostumbre. Después, encúlame sin piedad.
Mi hija nos miraba con ojos entornados. No había cambiado de postura. Con sus manos recogía semen y flujo vaginal y llevaba la mezcla a su boca para lamerla de sus dedos.
—¡Ahora! —gritó Ruth y ambos iniciamos el galope.
Mi hermana apoyó la frente sobre la alfombra y extendió los brazos a sus costados. Cerró los puños y chilló extasiada por las penetraciones que, con vigor, enviaban mi erección al interior de su ano en repetidos viajes.
Yo sudaba y alzaba la cabeza, buscando sincronizar mi respiración con nuestros movimientos mientras escuchaba el rítmico impacto de las nalgas de Ruth contra mi abdomen. Mi hija me miraba con la misma expresión lasciva que, años antes, viera en el rostro de mi madre cuando me propuso tener sexo con ella.
—¡Jodes de locura, papá, reviéntale el culo a mi tía! —gritó Deborah.
Me parecía excitante que mi hija nos observara y me jaleara. Al mismo tiempo, me remordía un poco la consciencia; podía tener una excusa más o menos plausible para no haber follado con mi hija, pero nada nos impedía haber compartido alguna sesión grupal con androides y ginoides. Era imperdonable que no lo hubiéramos hecho antes, me preocupaba que, después del trío con Ruth, mi hermana recuperara lo que ella consideraba "cordura" e intentara separarnos. Yo no lo permitiría.
El dolor de estos pensamientos me llenó de una euforia animal. El cuerpo de mi hermana se agitaba a causa de la follada que estábamos dándonos, pero la ira por la posible destrucción del futuro de mi hija me embargó. Sincronicé mis penetraciones con sonoros azotes sobre sus nalgas; enviaba mi hombría a lo más profundo de su culo para extraerla casi por completo, golpear y volver a penetrarla sin contemplaciones. La estaba castigando por lo que ella pretendía hacerle a mi hija.
—¡Cómo me pone, Jonás, sigue así, me corro! —gritó Ruth en arenga entrecortada.
El orgasmo de mi hermana fue salvaje. Profirió un grito desgarrador mientras levantaba las nalgas y agachaba el resto de su cuerpo para frotar sus tetas contra la alfombra. Apretó mi verga, como queriendo exprimirla. Penetré a fondo y, dándole un par de azotes más, eyaculé dentro de su culo para irrigarle los intestinos con mi simiente.
Cerré los ojos mientras vertía mi semilla y disfrutaba de los apretones anales que Ruth daba a mi verga. Al mirar abajo, vi a mi hija arrodillada junto a la cabeza de su tía. Deborah hacía gestos con la boca, al parecer había estado jugando con mi semen y su flujo vaginal, combinándolo con su saliva.
Mi hija acarició la cabeza de su tía y se agachó para besarla en la frente. Ruth, con mi verga aún dentro de su culo, sonrió a su sobrina como si nunca hubiesen tenido rencillas.
Deborah besó a mi hermana en la boca y, sin darle tiempo a nada, escupió la mezcla de fluidos sexuales para obligarla a tragarlo todo. Sujetó a Ruth por la nuca con una mano, con la otra le tapó la nariz hasta asegurarse del resultado. En seguida, sin darnos tiempo a nada, cruzó con una bofetada el rostro de Ruth.
Mi hermana, por acto reflejo, apretó el esfínter comprimiendo mi erección; noté que mi semen recién eyaculado ya escurría entre sus labios vaginales.
—¡He ganado la apuesta, puta inmunda!
Ruth tosió un par de veces y pareció aclarar sus ideas. Con esfuerzo, volvió a la realidad de lo que estaba sucediendo.
—¡Te declaraste vencida desde el principio, criatura!
—¡Me puse a tus pies, que no es lo mismo! —señaló mi hija levantándose—. El robot árbitro ha visto todo, él podrá decírtelo.
—La joven tiene razón, mi señora informó el robot—. No reconoció una rendición, se puso a los pies de usted y solicitó sexo.
—He ganado la apuesta —sentenció Deborah—. Gané desde anoche, al ser la primera hembra humana con quien ha follado mi padre. El mayor logro es que he conseguido que tu hermano follara contigo. ¡Mírate, de rodillas, con el culo lleno de la leche y la verga de Jonás! ¡Lo he conseguido yo! ¡Lo he desencadenado yo! ¡Son proezas sexuales que tu madre nunca consiguió! ¡He ganado yo!
—Mi señora, la joven Deborah tiene razón —vocalizó el robot—. Todo lo que dice entra en los lineamientos de vuestra apuesta; ha ganado en buena lid y usted deberá cumplir.