Mi hermano Zoe

Tras una ruptura vuelvo al hogar familiar. Mi hermanito pequeño ha cambiado. Mucho.

Volví a casa porque no aguantaba más. La situación con mi marido era insostenible y tras aguantar mucho más de lo que hubiera debido decidí pedir ayuda a mis padres y volver temporalmente con ellos.

Me casé no hace ni dos años con un chico con el que llevaba saliendo apenas unos meses. Estaba enamoradísima y con veintitrés años, tres menos que él, cedí a sus continuas súplicas y nos casamos. Al principio las cosas entre nosotras eran geniales. Felipe me mimaba y se encargaba de llevar comida al plato. Trabajaba mucho y cuando volvía a casa me trataba como a una reina.

Pronto nació Cristina. A partir de ese día la situación se fue degradando. Aunque mi marido intentó que no se le notara, sé que se disgustó. Él deseaba un niño y no le hizo muy feliz que nuestro primer retoño fuera una niña. De sus mimos y carantoñas continuas iniciales, pasó a prácticamente ignorarnos a nuestra hija y a mí. Luego empezaron los desprecios y las vejaciones psicológicas. Cuando le recriminé su indiferencia, me dio la primera bofetada. Me pidió perdón arrepentido enseguida, pero el dolor que me causó, que desapareció en unos minutos, tardé semanas en olvidarlo. La tercera vez que me pegó llamé a mi padre.

Ahora estaba tocando a su puerta con mi niña en brazos, con todas nuestras cosas en mi destartalado coche y los ojos llenos de lágrimas. Me sentía una fracasada. Es cierto que había hecho lo correcto, al menos a mi mejor entender. Tenía en marcha la demanda de separación y una denuncia por maltratos, pero me sentía como si estuviera dando un paso atrás en mi vida. Un psicólogo que me atendió en la comisaría, me explicó que era todo lo contrario, que no era un retroceso sino un avance. Una forma digna y segura de continuar con mi vida y la de mi hija, pero un nudo en mi corazón se empeñaba en decir lo contrario, que había fallado como mujer, como esposa.

Con los ojos empañados por las lágrimas no reconocí a la chica que me abrió la puerta. Más alta que yo, y con el pelo corto, me sonreía como reconociéndome aunque yo no sabía quién era.

—Hola hermanita, te estábamos esperando – me dijo. La voz me resultó familiar.

—¿Hermanita? – respondí confusa.

—Jajaja, si no te hubieras aislado dos años sabría quién soy, Ela.

Solo mi hermano pequeño, Santi, me llamaba Ela. Mis padres me llamaban Daniela y los amigos Dani. Le miré más detenidamente. Mi mandíbula cayó cuando reconocí a mi hermanito en ese cuerpo de mujer. Piernas larguísimas en ajustados vaqueros, cintura estrecha, pechos medianos y una bonita cara. Pero miré sus azules ojos y esos no habían cambiado. Eran los ojos de mi hermano.

—¿Pero, pero? – sin salir de mi estupor le abracé de lado para no espachurrar a Cristina. Mi hermano me cubrió de besos y me rodeó con sus brazos apretándome hasta dejarme sin respiración.

—Te he echado mucho de menos, Ela. Bueno, todos te hemos añorado. Pasa, los papás están deseando verte y conocer a mi sobrina, jajaja.

Todavía aturdida le seguí al interior. No terminaba de creerme el cambio de mi hermano, ¿o es hermana? ¿Y de dónde había sacado esas tetas? Me llevó de la mano hasta el salón. Mis padres me esperaban juntos, de pie. Papá me miraba serio, como siempre, pero sus ojos se dirigieron a la niña y ya no se movieron de ahí. Mi madre, frotándose nerviosa las manos, me miraba como si fuera la octava maravilla del mundo sollozando en silencio.

Santi me cogió la niña de los brazos y me tiré a mi madre. Refugiada en su abrazo lloramos las dos sin decir nada, me limité a disfrutar de su calidez, su cariño. Si mi padre no hubiera carraspeado me hubiera quedado allí para siempre. Solté con desgana a mi madre para abrazar a mi padre. Mi padre era una persona que sin ser excesivamente severa era muy serio. De pocas palabras y muchos silencios. Aunque aparentemente era frio y adusto, siempre me había sentido muy querida por él. Me lo demostró cuando me dijo al oído sin dejar de abrazarme : “Bienvenida a tu casa”.

Tras varias rondas de abrazos y besos, y que se fueran pasando a Cristina que miraba todo y a todos sorprendida sin saber si reír o llorar, nos sentamos todos.

—Cuéntamelo – me pidió papá.

A pesar de que me costaba un mundo hablar de lo que me había pasado les expliqué lo sucedido. Durante un cuarto de hora les detallé mi vida desde que me fui de casa para casarme hasta ese momento. Me vacié entera. Cuando terminé se quedaron en silencio, pensando en lo que había explicado. Aproveché para preguntar a Santi, la intriga me tenía en ascuas.

—¿Y tú, Santi? ¿Me vas a contar?

—¡Ay, hermanita! Si hubiera venido o llamado alguna vez ya lo sabrías.

—Lo sé – respondí avergonzada bajando la mirada -, pero a Felipe no le gustaba que os llamara, decía que su familia era él y tenía que olvidarme de mi vida anterior. Perdonadme.

—Ya no importa, Ela, ahora estás en casa y nos lo vamos a pasar genial – aplaudió.

—Gracias, sois muy buenos, ¡y ahora cuéntamelo de una vez!

—Jajaja. Fue al poco de irte. Me di cuenta que me gustaba los chicos y que me sentía mujer. Los papás se portaron muy bien y me llevaron a un psicólogo. Al poco empecé a hormonarme y en cuanto pude me operé y me puse prótesis mamarias. No hay mucho más que contar.

—Lo que me he perdido – se me escapó un sollozo -. No sabes cuánto siento no haber estado contigo, Santi, hermanito.

—Ahora me compensarás – respondió sonriente -. Empieza llamándome hermanita en vez de hermanito. Y me he cambiado el nombre. Me llamo Zoe.

—¿Zoe?

—Sí, Zoe.

—Vale, hermanita. Serás Zoe.

—Hija – intervino mi madre -, tendrás que compartir habitación con tu hermana. Cuando te casaste convertimos tu habitación en un despacho para papá.

—No me importa. Como si queréis que duerma en el sofá.

—De eso nada – dijo mi padre -. De momento dormirás con Zoe, luego ya veremos.

—No quiero ser una carga, mañana mismo me pondré a buscar trabajo.

—No – dijo papá con rotundidad -. Tómate un tiempo para descansar y poner tus pensamientos en orden. Cuida de tu hija, ahora te necesita mucho. Como está empezando el verano puedes recuperarte en estos meses y rehacer tu vida poco a poco. Ya buscarás trabajo cuanto llegue otoño.

Volví a llorar. Yo no era especialmente llorona, pero sentía tanto amor y cariño en casa que no podía evitar emocionarme. Lo que me había perdido. Tenía los sentimientos a flor de piel. Santi, quiero decir Zoe, pasó su brazo por mis hombros y me confortó contra su pecho. Entre la congoja y la alegría, me sentía dichosa por primera vez en mucho tiempo.

Todavía hablamos mucho tiempo, luego mi padre salió a por el equipaje y me acoplé en la habitación de Zoe. Me reí como no recordaba haberlo hecho. Cada prenda que sacaba de la maleta, mi hermanita se la ponía por encima para probársela. ¡Hasta mis sujetadores!

—Si somos de la misma talla – me dijo mirándose al espejo con un sujetador de encaje por encima de la camiseta.

—Ese es de antes de la niña, ahora tengo un par de tallas más.

—¿Me lo prestas? – la ilusión brillaba en sus ojos.

—Claro, Zoe, puedes coger cualquier cosa que te guste.

—¡Yupi! ¡Viva!

Me encantó su alegría. Santi había sido más bien tímido y reservado, pero Zoe era alegre y vivaracha. El cambio le había sentado bien. Recordé que solo tenía dieciocho años y no tendría mucho dinero para ropa.

—¿Con quién vas de tiendas? – pregunté curiosa.

—Con mamá.

—Me lo imaginaba. Creo que tendremos que ir pronto tú y yo, mamá es genial, pero tiene cincuenta años.

—Eso sería estupendo, casi todo el dinero que ahorro me lo gasto en ropa. Muchas cosas de las que tengo ya no me las puedo poner.

—Bueno, aunque tienes más talla que yo hay cosas mías que creo que te vendrán bien – me sacaba quince centímetros y era más ancho de espaldas -. Pruébate lo que quieras y si te vale úsalo cuando quieras.

No esperaba que lo hiciera en ese momento, pero se sacó la camiseta y el sujetador básico de algodón que llevaba y empezó a probarse los míos. Yo le miraba divertida advirtiendo que no tenía nada de vello y sus pechos eran firmes y muy bonitos.

—Mira, ven, toca – me dijo al verme mirarla.

Tiró de mi mano hasta ponerla sobre uno de sus pechos. Palpé con curiosidad. Se notaba que no eran naturales, pero el tacto era muy bueno. Sin cortarme le agarré los dos y los sopesé. No eran muy distintos de los míos. Cuando se cansó de probarse cosas nos sentamos cada uno en su cama y dedicamos la tarde a charlar. Me contó que la mayoría de sus amigos había llevado bien su cambio, aunque perdió la amistad con alguno. Estaba deseando empezar la universidad para que nadie supiera que había sido hombre y le trataran como a una chica normal. Me explicó que seguía con sus clases de Karate y que ahí no había tenido ningún problema, salvo que no se duchaba en el gimnasio. Cuando llegó la hora de cenar era como si nunca nos hubiéramos separado.

Antes de cenar saqué a Cristina de la cuna para darla el pecho. Nos costó un poco situar bien las dos camas y la cuna. Al final pegamos la de mi hermano a una pared, dejamos un espacio para la mesilla y pusimos la mía. Entre la mía y la pared cupo la cuna. Me desnudé de cintura para arriba y di de mamar a la niña ante la mirada embelesada de Zoe, que no apartaba la mirada de la carita de Cristina.

—Pronto tengo que empezar con los biberones – le expliqué -, de momento solo toma leche.

—¿Cuántas veces le das de mamar al día?

—Las que me pide, lo peor es que por la noche me suele despertar, pero ya me he acostumbrado a no dormir mucho, jajaja.

Dejamos a Cristina dormida en la cuna, saciada y limpia. El rato que habíamos estado en la habitación lo habían aprovechado mis padres para ir de compras. Me regalaron un vigilabebés, un montón de ropita, un sonajero, pañales… Y yo otra vez a llorar. Terminé entre lágrimas y risas ante la risa de mi madre y la sonrisa breve de mi padre.

Esa noche dormí como un tronco, exhausta por el trajín del día. Como a las tres y pico de la mañana me despertó Zoe.

—Cris lleva un ratito llorando – me dijo sacudiendo mi hombro.

—Ay, gracias. No me he enterado.

Cogí a la niña, me quité la camiseta del pijama y la amorré a mis pechos. Primero uno, luego el otro. Zoe miraba tumbada de la lado desde su cama. Dormía solo con unos shorts, ya que a principios de verano ya hacía bastante calor y siempre había sido caluroso. Aproveché para cambiarla el pañal en el espacio que había destinado en la mesa de estudio de Zoe. Luego volvimos a acostarnos. Tenía suerte de que Cristina era muy buena en ese aspecto. Dormía bastante bien y no me despertaba a menudo.  Zoe me dio un ratito de conversación, pero enseguida volvimos a dormirnos.

Así fueron mis primeros días de vuelta en casa. Tanto mi madre como Zoe se encargaban de la niña y me miraban dolidas cuando se la quitaba de las manos. Aprendí muy pronto a ceder y dejarlas hacer todo el trabajo, jajaja. Sobre todo mi madre disfrutaba mucho, le gustaba ser abuela. Después de una visita al pediatra empezamos con los biberones de cereales. Primero le daba el biberón y luego le daba de mamar. Esto ocasionó que me dolieran los pechos, ya que se me acumulaba la leche. Una noche me estaba quejando al acostar a Cristina nuevamente en su cuna cuando me preguntó Zoe.

—¿Qué te pasa, hermanita, te encuentras mal?

—No, Zoe. Es que me duelen los pechos, ahora Cris mama menos y tengo demasiada leche.

—¿Te puedo ayudar?

—Ja, como no quieras mamar tú – dije en broma.

—Pues claro, todo sea por mi hermanita mayor.

Sin darme tiempo a reaccionar se sentó a mi lado en la cama y aprovechando que todavía no me había vuelto a poner el pijama se llevó uno de mis pezones a la boca. Me dio tanto apuro quitarla con lo bien que se portaba conmigo que dejé que mamara de mis pechos. Tuve que decirle que aumentara un poco la succión, lo hacía con tanta suavidad que no salía casi nada. En cuanto le cogió el tranquillo fue una gozada. Primero me vació un pecho y luego el otro. Yo respiraba aliviada acariciando su pelo. Fue una situación tan íntima y con tanto amor que disfruté muchísimo y me sentí muy unida a mi hermana.

—¿Te ha gustado? – le pregunté cuando terminó y se limpiaba los labios con la mano.

—Mucho, aunque yo echaría un poco de azúcar a la leche. Mañana toma azúcar antes de acostarte, a ver si así está más dulce.

—No creo que eso funcione - le dije -. ¡Anda tonta! – le di un golpe en el brazo cuando me di cuenta que me estaba tomando el pelo.

—Jajaja, eres muy inocente, pero tu leche está buenísima.

—Ven, trasto, dame un abrazo.

A partir de ese día todas las noches Zoe mamaba de mis pechos. Se despertaba como un reloj en cuanto Cristina lloraba y esperaba pacientemente su turno. Noté que cada noche cogía más confianza. Iba alternando entre los pechos, de forma que chupaba varias veces de cada uno. También ahora me los cogía con las manos, dándome un masaje mientras mamaba. Una noche estaba terminando, con un pecho apretado en cada mano y mamando de un pezón en tanto yo le acariciaba la espalda y el pelo con cariño. Apreté los muslos sorprendida. ¡Me estaba excitando! Avergonzada disimulé hasta que terminó. Luego nos acostamos y se quedó dormida.

Yo no pude dormir analizando mis sentimientos. Me había excitado con mi hermana. Lo di vueltas bastante tiempo. Al final me tranquilicé. Era una simple respuesta fisiológica. Llegué a la conclusión de que no pasaba nada salvo el tiempo que llevaba sin hacer el amor. Entre los numerosos defectos de Felipe no se encontraba el de desatenderme en ese aspecto. Aunque el acto sexual fue cambiando de apasionado y amoroso a un simple desahogo, me había acostumbrado a hacerlo a diario, y ahora ya llevaba mucho tiempo sin catarlo. Ese era el motivo de mi excitación, concluí. Me dormí más tranquila y sintiéndome mejor, no pasaba nada reprochable.

Las siguientes noches fueron similares, Zoe cada vez dedicaba más tiempo a masajearme los pechos. Los estrujaba suavemente en sus manos mientras succionaba de mis duros pezones. Yo hacía esfuerzos para no dejar escapar ni un sonido, pero he de reconocer que cada vez me gustaba más que la anterior. Llegué a pensar si a ella le excitaba como a mí, pero en cuanto terminaba se acostaba rápidamente, por lo que deduje que no compartía mis sentimientos. Una noche no pude más y me masturbé. Esperé unos minutos a que se durmiera y, en silencio absoluto me toqué hasta que me corrí dulcemente. Me inquietó un poco que lo último que imaginé mientras me corría fue la boca de mi hermanita en mis pechos. Pero no iba a pensar en mi ex, ¿no?

Seguimos así varias noches. Me parecía algo tan bonito que no veía llegar el momento. Si resultaba que al final era algo erótico para mí, con más motivo estaba agradecida con mi hermana. No solo me aliviaba el dolor de los pechos, sino que ayudaba a relajar mi obligatoria abstinencia.

Pronto la vida en casa de mis padres se hizo cómoda y fácil. En cuanto mi madre se sintió segura con la niña nos animó a salir y divertirnos. Zoe enseguida le tomó la palabra y me sacaba de casa en cuanto teníamos oportunidad. Fue dando un paseo una mañana, haciendo tiempo para ir al cine en sesión matinal, cuando mi hermana se sinceró conmigo.

—Tengo que contarte algo, pero no quiero que te enfades conmigo, Ela – me dijo mientras paseábamos de la mano.

—No creo que pueda enfadarme contigo, Zoe.

—Mejor, pero por favor, no te tomes a mal lo que te voy a decir – me di cuenta que rehuía mi mirada.

—Puedes decirme lo que quieras que no me voy a enfadar. Eres la mejor hermanita que se puede tener.

—Acuérdate de eso cuando te lo diga.

—Que sí, tonta. Venga, dime.

—Verás, es que…

—Arranca, cariño.

—Es que, verás… hay una cosa que todavía no te he dicho de mi operación.

—¿A no? ¿El qué?

—Que todavía tengo pene.

—¿Qué? – me quedé estupefacta. Cierto que no había visto completamente desnuda a Zoe, siempre se ponía el pantaloncito del pijama y se vestía en el baño, pero no había notado nada, ningún bulto sospechoso o algo que me hiciera pensar que tuviera pene.

—Pues eso, que todavía no me he operado el pene. Está previsto que lo haga en cuatro o cinco meses, pero en realidad no tenía ninguna prisa.

—Vale, me lo tenías que haber dicho – aduje -, pero no creo que tenga importancia, ¿no?

—No, claro que no, pero lo que yo quiero decirte es otra cosa. Desde que empecé el tratamiento me quedé impotente. No volví a tener ninguna erección. Las hormonas se encargaron de eso.

—Lo entiendo, pero ¿cómo lo ocultas? No me había dado cuenta.

—Lo llevo hacia abajo y atrás, lo tengo blandito siempre y más pequeño, así que no es molesto.

—¿Y cuál es el problema?

—Pues que como me dijeron los médicos no he tenido erecciones, al menos hasta hace unos días.

Detuve el paseo y le miré a la cara. Seguíamos agarrados de la mano y le tiré para que me mirara.

—¿Has tenido erecciones? ¿Es un problema? ¿Hay que llevarte al médico? – pregunté temerosa.

—No, no pasa nada – bajó la mirada con un asomo de sonrisa -. No es un problema, al contrario. Creo que me gusta, aunque sigo decidido a operarme y terminar el cambio. El problema es otro.

—¿Cuál? me tienes hecha un lío.

—Verás, como no sé cómo decírtelo te lo diré directamente. Se me pone dura cuando mamo de ti por las noches.

Me quedé anonadada. Aunque a mí me calentaba hacerlo no esperaba que le pasara lo mismo.

—¿Por eso te vas tan rápido a tu cama cuando terminamos? – asintió con un gesto -. ¿Quieres que dejemos de hacerlo.

—¡NO! Quiero decir : no. Me gusta aliviarte, lo que me da mucha vergüenza es sentirme así contigo, eres mi hermana.

—Ya – me giré para seguir paseando buscando unos segundos de tiempo para pensar -. Es cierto que somos hermanas, pero no creo que sea nada malo. Supongo que es una reacción fisiológica normal, nada de lo que preocuparse.

—¿Tú crees? – preguntó con alivio en la voz.

—Claro, el cuerpo reacciona ante los estímulos. En nuestro caso más por el tiempo de abstinencia.

—¿Nuestro caso?

—Quiero decir en tu caso – disimulé -. ¿Cuánto llevas sin tener relaciones?

—Ah, eso. Bueno… nunca he tenido relaciones. Ya sabes, no me gustaban las chicas y no quería que me gustaran los chicos.

—Más a mi favor, ¿no te masturbas?

—No. Ya te he dicho que no se me levantaba. Las hormonas me han quitado la virilidad.

—Cierto, cierto. Eso lo confirma. Es una reacción normal. No creo que tengas de qué avergonzarte – fui cobarde, pero no me atreví a explicarle que me pasaba o mismo.

—¿Entonces no está enfadada?

—Jajaja, claro que no, hermanita.

—Uff, ¡qué alivio!

—Ven, tontorrona.

Nos fundimos en un abrazo que nos tranquilizó a las dos. A pesar de sacarla siete años, me sentía pequeña entre sus brazos. Cuando nos separamos nos fuimos al cine. Al ser una sesión matinal compartimos la sala con solo otra pareja, unos chicos de nuestra edad que se pusieron más adelante. Intenté concentrarme en la película pero no lo conseguí. En mi cabeza daba vueltas y vueltas la nueva información que tenía de Zoe. Me resultaba curioso que tuviera pechos y pene a la vez, también me sentí un poco vanidosa. Solo yo conseguí que tuviera una erección. Creo que fue esa vanidad lo que me empujó a pedirle una cosa totalmente impropia.

—Zoe – susurré pegando mi cabeza a la suya.

—Dime.

—Enséñame el pene.

—¿Qué? ¿Estás loca?

—Quiero verlo.

—Estamos en un cine.

—Anda, hermanita, por favorcito, enséñame el pene.

—Si quieres luego te lo enseño en casa, pero ahora déjame ver la peli.

—Ahora, Zoe. No puedo esperar.

—No seas pesada, no lo voy a sacar aquí.

Insistí hasta que cedió. Nunca había podido resistirse cuando me empeñaba en algo. Sorprendida de todas formas porque hubiera cedido vi cómo se bajaba un poco los pantalones y metía la mano en sus braguitas. Con la poca luz que había en la sala contemplé su pene. Era pequeño y muy blanquito. Aguantó unos instantes antes de volver a guardárselo.

—Espera Zoe, déjame tocarlo.

—Estás loca.

A pesar de decirme eso dejó que lo tocara. Era muy blandito. Lo acaricié de arriba abajo con suavidad, presionando la cabecita.

—Ya – me dijo.

—No, un poco más.

Continué las caricias. Me gustaba mucho. Cuando sentí que crecía en mi mano miré a mi hermana. Su mirada estaba fija en la pantalla sin reflejar nada. Seguí tocándolo hasta que se hizo considerablemente más grande. Más pequeño de lo normal quizá, pero de un tamaño respetable. Me gustó tanto tener en mi mano el miembro de mi hermana que no me contuve y empecé a masturbarlo. Ella seguía en la película, sin dejar que su cara cambiara de expresión. Mi mano se deslizaba arriba y abajo por toda su longitud. No parecía algo indebido, me resultaba como tocar un juguete, un apéndice de mi hermana pero que no era realmente mi hermana. Estuve así hasta que terminó la película, de la que por cierto no recuerdo ni el nombre. Justo antes de que se encendieran las luces Zoe se lo guardó y se colocó la ropa.

—Eres malvada – me dijo al salir, pero el brillo en su mirada desmentía sus palabras.

Esa noche, en la cama, no conseguí dormirme. Estaba deseando que mi bebé se despertara exigiendo su leche para que después Zoe me hiciera lo suyo. Reconocí que estaba muy salida, pero no dejaba de ver y sentir en mi mano su pequeño pene erecto. La anticipación me estaba matando. Casi di un gritito de alegría al notar a Cristina rebullendo en la cuna. La cogí hasta que estuvo saciada. Luego Zoe vino a mi lado. Siempre lo habíamos hecho conmigo sentada, esta noche me tumbé. Mi hermanita se lanzó a mis pechos, agarrándolos entre sus manos.

—Suave, Zoe. Recuerda que me duelen.

—Sí, perdona.

Fue un poco raro. Mi hermana me magreaba los pechos mirándome a la cara. La escasa luz de la lamparita que dejábamos para poder ver a Cristina, iluminaba lo suficiente para ver su cara concentrada. Suspiré cuando sus labios se apoderaron un pezón y succionó. Le dedicó muy poco tiempo antes de pasar al otro, pero fue suficiente para dejarlo duro y deseoso de más. Mis tetas, hinchadas y sensibles, me produjeron escalofríos de placer. No pude esperar más. Mi mano serpenteó por el cuerpo de Zoe hasta colarse bajo sus pantaloncitos y braguitas. Cuando llegué a su pene, que empezaba a estar enhiesto, fue mi premio. Creo que perdimos un poco la cabeza. Olvidamos que éramos hermanas y nos dedicamos a darnos placer. Zoe homenajeaba mis tetas, yo la hacía disfrutar de una suave masturbación.

—Ela – susurró.

—Dime Zoe.

—Esta tarde me han dolido los testículos, no sé por qué.

—Creo que tengo la solución – respondí después de pensarlo un poco. A mi ex le dolían si tenía mucho tiempo una erección y no eyaculaba -. Desnúdate y deja que te alivie.

La hice tumbarse boca arriba y reanudé la paja acariciando sus pechos.

—¿Qué vas a hacer Ela?

—Si eyaculas dejará de dolerte, voy a hacer que te corras.

—No creo que pueda.

—Déjame intentarlo.

Durante una media hora moví mi mano sobre su miembro, acaricié sus pequeños testículos, magreé sus pechos. Zoe suspiraba y emitía pequeños gemiditos. Sabía que la estaba gustando pero no parecíamos llegar al punto de no retorno y mi mano ya estaba cansada del sube y baja.

—¿No llegas, cariño? – la pregunté.

—No, ya sabes lo que hacen las hormonas.

—Ya no sé qué más hacer – dije apesadumbrada.

—Podrías chupármela, a ver si así funciona.

—¿Qué? ¿Quieres que tu hermana la que te saca siete años te la chupe? – dije entre risitas.

—¿Sí? – su expresión estaba entre jocosa y avergonzada.

Sin dejar de mover la mano lo pensé. Una cosa era ayudar a mi hermanita a aliviarse y otra una mamada. Parecía como traspasar una frontera que no debíamos cruzar. Miré su pene, tan blanquito y suave con la cabeza congestionada. ¿Cómo iba a dejarlo así? Seguro que iba a dolerle. Lentamente, todavía pensando en si era correcto, bajé la cabeza. Mis labios se abrieron sobre su glande, a apenas un par de centímetros. Todavía le di vueltas a si era apropiado. Al final, separé un poco más los labios y me introduje el pene en la boca. Me quedé quieta unos segundos, percibiendo el calor que desprendía. Cerré los labios aprisionándolo y lo lamí con la lengua. Me di cuenta de que lo deseaba. Mucho. Mi cabeza empezó a subir y bajar por toda su longitud. No era muy aficionada a las felaciones, pero puedo decir que me gustó mucho hacérselo a mi hermanita. Sentirla suspirar, estremecerse bajo mis labios, me encantó. Lo hice lo mejor que supe. De vez en cuando la sacaba de mi boca y lamía el tallo, luego rodeaba el glande con la lengua provocando los gemidos de Zoe. Seguía metiéndome su polla en la boca hasta que no podía más y aspirando al subir. Supe que lo estaba consiguiendo cuando movió sus caderas frenéticamente.

—Creo que va a salir, Ela, que sale… - me dijo con urgencia.

Redoble mis esfuerzos hasta que su polla palpitó entre mis labios. Justo antes de que lanzara el primer chorro de semen la saqué y seguí con la mano.

—Echa todo, Zoe, no dejes nada.

Vi como expulsaba chorro tras chorro, no fue una gran cantidad, pero sí muchas veces. Seguía pajeándola para que se vaciara del todo. Su mano fue a su boca para amortiguar sus gemidos. Cuando el semen dejó de manar cayó exhausta en la cama, con los ojos cerrados y expresión plácida.

—¿Qué tal ha sido? – pregunté.

—Uff.

—Jajaja, ¿cuánto hacía que no te corrías?

—Creo que unos tres años, quizá un poco más.

—Entonces lo necesitabas mucho.

—Es posible, aunque no era consciente. Ha sido fantástico. Gracias, hermanita.

—Gracias a ti. Me has aliviado todas las noches.

No me respondió. Se había quedado dormida con carita feliz. La limpié con pañuelos de papel y me tumbé a su lado. Pasé un brazo sobre ella y me dormí yo también.

A la mañana siguiente nos costó un poco volver a ser las mismas. Nos levantamos avergonzadas las dos, sin saber muy bien cómo comportarnos. Al final la di un beso estrechándola en mis brazos.

—Te quiero, microbio – no se lo llamaba desde que tenía nueve o diez años, luego me superó en altura y dejé de decírselo.

—Jajaja, ya no me acordaba. Pero ahora Cris es el nuevo microbio.

—Tienes razón, además me sacas la cabeza, no estoy muy segura de que me guste.

—¿Qué sea más alta que tú?

—Cuando eras un chico estaba bien, pero ahora que eres mi hermanita pequeña no me gusta sentirme pequeña a tu lado.

—¡Ja! Pues te aguantas, pequeñaja.

—¿Pequeñaja yo?

No tuve más remedio que hacerla cosquillas, sé que era su punto débil. Pronto pedía piedad retorciéndose.

—Bueno, ahora que ya sabemos quién manda, dime Zoe ¿qué vamos a hacer hoy?

—Mamá se queda con la niña si queremos, podemos ir donde quieras.

—¿Qué te parece si vamos de compras? Así renuevas un poquito la ropa interior, que falta te hace.

—Genial – contestó dando saltitos -. Me apetece mucho.

Dedicamos la mañana a las tiendas. No gastamos demasiado, pero entramos en todas las tiendas de lencería que encontramos. Nos lo pasamos de fábula. La hice probarse lo más sugerente y bonito que encontramos. Seguro que ir sexy por dentro la ayudaba en su situación. Al llegar a casa le enseñamos todo a mamá, aunque cuando llegó nuestro padre nos apresuramos a esconder todo.

Los días fueron pasando, y las noches también. En todas ellas se la mamaba a Zoe, lo habíamos tomado como costumbre y disfrutábamos las dos, aunque cada día me iba frustrando. Mi hermanita conseguía su desahogo, pero yo tenía que masturbarme en la ducha, sola, para aliviar mi calentura. Todo esto cambió un día en que estábamos solos en casa. Cristina dormía plácidamente y Zoe y yo veíamos la tele.

—Ela, me duelen los testículos – me dijo con desfachatez girándose hacia mí en el sofá -. ¿Me ayudas?

—¿Ahora? Mejor esperamos a la noche.

—Es que es ahora cuando me duelen, por favor Ela.

Tampoco es que tuviera que hacerse mucho de rogar. Cogí el monitor por si lloraba la niña y, por seguridad, nos metimos en el baño. Zoe se desnudó rápidamente y se sentó en el inodoro bajando la tapa. Tuve que arrodillarme entre sus piernas para meterme su polla en la boca. Entre que yo sabía cómo le gustaba y que me cogió la cabeza entre sus manos y me manejó a su gusto fue bastante rápido. Quizá demasiado. Para mí era una gozada tener entre mis labios la dulce polla de Zoe, me gustaba sobre todo sentirla vibrar en mi boca al llegar al clímax. Cuando se corrió sobre mi camisa me preguntó por primera vez.

—Gracias, Ela. ¿Tú no necesitas desahogarte?

Lo pensé unos instantes. Estaba tentada, pero algo me impedía llegar a ese punto con mi hermana.

—No, no hace falta.

—¿Seguro? Puedo ayudarte.

—Seguro, no te preocupes.

—Es que me sabe un poco mal. Solo disfruto yo.

—Yo también disfruto. Me gusta hacerlo.

—¿Ah sí? ¿Mucho?

—Sí – respondí cohibida.

—¿Te gusta mi polla?

Me sorprendió. Nunca habíamos sido tan explícitos en nuestras palabras. Era como si al no hablar claramente de lo que hacíamos no fuera malo. Como si por no mencionarlo, el hacerlo entre hermanas no tuviera importancia. Yo estaba bien con el silencio. No me parecía tan bien hablar tan claramente de ello, pero le respondí.

—Me gusta mucho. Es pequeña, pero muy bonita. Y es tuya.

Sus labios se curvaron en una sonrisa y sus ojos brillaron. Me gustaba verla de esa manera, tan satisfecha y encantadora.

—A ella también le gustas tú, jajaja.

—Qué caradura tienes. Anda, deja que me limpie.

Ese día supuso un cambio en nuestros juegos secretos. Ya no nos limitábamos a hacerlo a mitad de la noche. Si nos quedábamos solos por el día y teníamos la oportunidad, Zoe me lo pedía y yo lo hacía con mucho gusto. Quizá por eso, la noche en que después de que se corriera metió la mano en mis braguitas no se lo impedí, al contrario. Separé los muslos y le fui guiando. Zoe era totalmente inexperta, pero sus dedos pronto aprendieron el camino para darme placer. La primera vez se sorprendió. No esperaba ver cómo me retorcía y movía las caderas convulsivamente. Debió gustarle, porque no había noche en que no me hiciera correr dos o tres veces en su mano.

La mañana en que me invitó al cine matinal vi algo extraño en su cara, pero no dudé en aceptar. Me gustaba mucho el cine, pero como mi ex no compartía mi afición, no había ido mucho. Mi madre se quedó con Cris y Zoe y yo nos fuimos. Esta vez había algo más de gente que la última vez, pero aún así la sala estaba casi vacía. Mis sospechas de que Zoe pretendía algo raro se confirmaron cuando se empeñó en que nos sentáramos en la última fila. En cuanto se apagaron las luces y empezó la peli sentí sus manos en mi entrepierna.

—He pensado mucho en la otra vez que vinimos – susurró -. Aquí empezó todo, y hoy te lo voy a hacer yo a ti.

Y me lo hizo. Consiguió que me corriera dos veces casi seguidas. Me daba morbo estar con los pantalones bajados en el cine, donde cualquiera podría vernos, y lo disfruté muchísimo. Cuando volví a colocarme la ropa, vi que Zoe se bajaba los pantalones.

—Chúpamela, hermanita.

Con los brazos de las butacas no podía hacerlo desde mi sitio, así que me arrodillé a sus pies. A pesar de haberme corrido dos veces estaba muy cachonda y se la mamé como una campeona. Estaba llegando al punto final cuando pensé que no podía mancharme, no quería volver a casa con semen en la camiseta o en los pantalones de Zoe. Así que cuando empezó a eyacular mantuve su polla en mi boca y tragué. Tenía un sabor dulce y amargo a la vez. No me disgustó. Zoe me sujetó la cabeza contra su pelvis haciendo que su polla llegara muy adentro. Sus últimos chorros entraron directamente en mi garganta. Tosiendo miré su cara. Me devolvió la mirada con una sonrisa de satisfacción.

—Ha sido muy erótico, Ela. Increíble. Eres la bomba.

Con una risita volví a mi butaca mientras se subía los pantalones. Al menos vimos morir al malo, jajaja.

Nuestros juegos continuaron. Cada vez más atrevidos. Después de que Zoe aprendiera a masturbarme le enseñé a comerme el coño. Yo unas veces la masturbaba con la mano y otras se la mamaba. Cuando lo hacía me tragaba su semen, no tenía buen sabor, pero había descubierto que me gustaba recibirlo en la boca. Yo seguía pensando que lo que hacíamos no estaba mal, que éramos hermanas pero al no haber penetración en nuestros juegos se quedaban en eso : solo juegos.

Llevaba una vida feliz y cómoda. Tanto mi madre como mi hermana me ayudaban con Cristina y me daban, con papá, su amor. Creo que nunca había estado tan satisfecha con mi vida. Un día en que veníamos Zoe y yo de la compra cargadas de bolsas me quedé paralizada en el sitio. Zoe caminó un par de pasos antes de darse cuenta. Me miró y se fijó dónde estaba mirando. Siguió la dirección de mi mirada y vio que por la acera, sonriendo desagradablemente, venía Felipe.

Zoe enseguida vino a mi lado, y las dos hicimos frente a mi ex. Se detuvo a menos de dos metros de nosotras y escuchamos la lindura que salió de su boca.

—No me has cogido el teléfono, puta.

Me encogí de miedo. Fue la mano de Zoe en la mía la que me dio valor para contestar.

—No quiero saber nada más de ti. Deja de llamarme.

—¿Cómo está mi hija?

—¿Ahora te preocupas por ella? Nunca la has querido.

—Lo que quiero es que mi esposa vuelva a casa.

—No voy a volver.

—Ya lo creo, vas a volver y te vas a comportar como se espera de una mujer, o te voy a dar la paliza de tu vida, zorra.

—Ya te he dicho que no. He pedido el divorcio – respondí con la última gota de valor que me quedaba.

Al oír la palabra “divorcio” a Felipe le cambió la cara. Frunció el ceño y enseñó los dientes. Levantó los puños y se lanzó a por mí. Zoe, a mi lado, soltó las bolsas y se interpuso. Apartó de un manotazo el puño de Felipe y, aprovechando que venía hacia nosotras, me arrastró apartándonos a un lado y le puso la zancadilla. Mi ex cayó en la acera a todo lo largo. Zoe, no contenta con derribarle, le asió de la muñeca y le dobló la mano. De alguna manera que se me escapa, apenas sin esfuerzo, le tenía inmovilizado gruñendo del dolor en su muñeca.

—Sois unas putas, las dos.

—Mira, guapito – dijo Zoe muy tranquila -. Si vuelves a acercarte a mi hermana te voy a romper las piernas. ¿Lo has entendido?

—Os voy a matar.

—¿Lo has entendido? – repitió Zoe doblándole más la mano.

—Sí, sí joder. Suéltame.

La gente que pasaba se había detenido observando la escena. Pude ver algunos móviles grabando.

—Vámonos Zoe – le pedí a mi hermana.

—Vale, este mierda no merece la pena.

Recogimos las bolsas ante la mirada de odio de Felipe y nos fuimos a casa. No hablé en todo el camino, me concentré en caminar sin que se me doblaran las temblorosas piernas. Estaba muy nerviosa. Cuando entramos y dejamos las bolsa en la cocina me abracé a mi hermanita y me eché a llorar. Había sido demasiada tensión para mí.

—Sssss, vale, vale, cariño – me decía acariciando mi espalda -. Ya ha pasado, estás segura conmigo.

—Eres mi héroe – dije entrecortadamente entre sollozos aferrada a Zoe, incapaz de soltarla.

—Jajaja, tantos años de karate tiene que servir para algo.

Zoe me daba besitos en la cabeza y la cara, mostrándome su amor. Yo me sentía segura en sus brazos y poco a poco fui calmándome. Cuando miré a mi hermana vi amor en su expresión, pero también determinación en protegerme. Me enamoré en ese momento.

Mi padre llegó al anochecer y le contamos la historia. Nos hizo subirnos al coche y poner una denuncia en comisaría. Reconocí que tenía razón. Quizá cuando hicieran declarar a Felipe se le quitaran las ganas de acosarme.

Esa noche no pude dormir de los nervios, me revolvía en la cama sin conciliar el sueño. Zoe lo notó y se vino conmigo. Estuvimos despiertas dándonos mimitos hasta que di de mamar a Cristina. Luego, sin hacer nada por primera vez en muchas noches, me dormí en sus brazos. Segura y querida.

Por la mañana estaba radiante. Entre Zoe y yo nos encargamos de la niña e hicimos las tareas de casa. Yo aprovechaba cualquier oportunidad para tocar a mi hermana. Una caricia, un apretón cariñoso, un azote en el trasero. Ella se daba cuenta y se dejaba hacer riéndose entre dientes. Creo que se acercaba a mí más de lo normal para dejarse tocar, buscando también el contacto. Era feliz con mi hermana. Cuando mi madre salió para ir a la peluquería aproveché el momento. Sabía que al menos tendríamos un par de horas para nosotras. Llevé a Cristina a su cuna y llamé a mi hermana. Cuando entró en la habitación eché el pestillo por si acaso y me lancé a besarla. Salvo algún piquito ocasional, nunca nos habíamos besado, pero mordí su labios y metí mi lengua en su boca con gula, con avaricia, ansiosamente. Zoe correspondió al beso y nuestras lenguas lucharon en nuestras bocas. Recorríamos nuestros cuerpos con las manos ávidas de piel. Nos quitamos la ropa como pudimos, deseando sentirnos sin barreras. Disfruté del manjar de sus pechos y ella de los míos, lamí su polla hasta que ella se encargó de mi coñito.

—Fóllame – la dije cuando no pude más -. Métemela, hermana, lo necesito.

—¿Qué? No podemos hacer eso.

—Sí podemos. Te amo, Zoe, y quiero que me hagas tuya – respondí sin dejar de tocarla por todas partes -. Ni se me pasa por la cabeza poder estar con nadie más.

—Pero soy tu hermana.

—Sí, y también eres mi heroína, como Wonder-Woman, o Supergirl, a la Viuda Negra.

—Jajaja, ¿de verdad me ves así?

—Sí, te veo como mi amor, como mi vida. Y te necesito dentro de mí, necesito entregarme a mi heroína.

—¿Estás segura?

—Por favor, hermanita.

Me tumbé en la cama con las piernas abiertas. Los segundos que tardó Zoe en ponerse sobre mí se me hicieron eternos. Cuando se colocó entre mis piernas gemí de anticipación. Agarré su miembro y lo dirigí a mi agujerito. Estaba choreando de excitación y, al primer empujón de Zoe, entró sin problemas. La apreté contra mi cuerpo gozando de sentirlo en mi interior, sin dejarla moverse, solo disfrutando de la sensación. Al final mi anhelo me pudo y empecé a mover las caderas. Zoe me siguió torpemente al principio, y como una experta poco después. Sentía las paredes de mi vagina, tanto tiempo vacía, adaptándose a su polla. Entraba y salía de mí como un pistón. Nuestros pechos chocaban entre nosotras. Su cara, contraída en un rictus de placer, era adorable. Mi defensora.

Zoe aguantaba mucho, seguro que por las hormonas, y yo me corrí primero.

—Me corro, hermana, me corro…

—¿Paro?

—No, no pares, sigue follándome.

Gocé de mi orgasmo como una condenada. No recordaba ninguno tan intenso, tan deseado. Se me escaparon un par de lagrimitas de felicidad.

—¿Estás bien, Ela? ¿Paro?

—Sigue. Estoy muy feliz. Sigue follándote a tu hermana.

—Pero estás llorando.

—Es de felicidad, tonta.

Normalmente al correrme necesitaba un descanso, pero estaba tan entregada que no podía detenerme. Necesitaba seguir haciendo el amor con mi hermana y no parar nunca. La agarré del culo y la empujé más profundo, más adentro. Mis caderas subían reuniéndose con las suyas. Zoe resopló.

—Me voy a acorrer, Ela. No aguanto más.

—Córrete, amor. Llena el coño de tu hermana. Hazme tuya.

Zoe se arqueó y gimió de placer. Sentí su cálida semilla derramarse en mi interior. Fue el calor de su semen lo que me precipitó a un nuevo orgasmo. Gemimos como perritas las dos disfrutando del inmenso placer. Finalmente, vacías y saciadas, yacimos juntas en la cama, agarradas de la mano y recuperando el aliento. Un gorjeo se escuchó a nuestro lado. Era Cristina riéndose. Eso nos hizo reír a las dos mirándonos a los ojos.

Esa noche, nada más acostarnos, estuvimos charlando cada una desde su cama.

—Oye hermanita – me dijo Zoe -, ¿lo de hoy vamos a repetirlo o era solo de una vez?

—¿Tú qué quieres? – respondí juguetona.

—Creo que si tengo que dar una paliza a alguien para que te vuelvas a poner tan cachonda voy a estar todo el día pegando a alguien.

—Jajaja, creo que no será necesario, pero yo no estaba cachonda.

—¿Ah no?

—Bueno, sí. Pero no es lo que crees. Lo que me pasa es que te amo. No te mentía cuando te decía que quería entregarme a ti. Me he enamorado de ti.

La miré esperando su reacción. Con la escasa luz de la habitación pude verla sonreír dulcemente.

—Bien – dijo. Eso me hinchó el pecho de felicidad.

—Oye, Zoe – me dijo al rato -. ¿Vamos a probar más posturas? Ten en cuenta que tengo mucho que aprender.

—Jajaja, eres una caradura. Pero sí, probaremos todas las que tú quieras y de todas las formas que quieras.

—¿Todas, todas?

—Todas, pero dime en qué estás pensando.

—Es que ya sabes que a mí me gustan los chicos. Bueno, tú más, claro, pero cuando me imaginaba en una relación con un chico, esto… ya sabes…

—No te acabo de pillar – la dije confusa.

—Que me imaginaba penetrándolos analmente, ya sabes.

—¿Lo que estás diciendo es que quieres mi culo?

—No. Bueno, sí. Pero solo si tú quieres. Mejor olvídalo, haz como si no hubiéramos hablado de esto.

Ocultando la risa con una tos salí de la cama y me tiré encima de Zoe. Mis manos buscaron sus costillas para hacerla cosquillas, después de torturarla me tumbé a su lado con las cabezas muy juntas.

—Hermanita, ya me has chupado las tetas y el coño. Te has corrido en mi boca y en mi vagina. Si quieres correrte en mi culito estaré feliz de entregártelo.

—¿De verdad? – me dijo con una sonrisa que le iba a romper la cara.

—De verdad. Pero debemos tener cuidado. Será mi primera vez y no quiero que me duela mucho.

—¿Nunca lo has hecho por ahí? Si no quieres no es ningún problema.

—No, nunca lo he hecho, pero sí que quiero. Quiero darte mi primera vez, aunque sea la de mi culito.

—¿Cuándo lo hacemos?

—Jajaja, te veo un poquito ansiosa, pero no te preocupes. En la primera oportunidad que tengamos. Necesitamos comprar lubricante y tener bastante tiempo. No creo que debamos apresurarnos en la primera vez.

—Vale, mañana compro el lubricante. Ya encontraremos el momento.

—Te quiero, Zoe.

—Yo también te quiero, hermanita.

Nos besuqueamos hasta quedarnos dormidas abrazadas.

La vida siguió su curso. Cristina creció más deprisa de lo que me gustaba y pronto empezó a andar y luego a hablar. El sexo con mi hermana era genial. Cuando me desvirgó el culo fue muy dulce y considerada. Para mi sorpresa lo disfruté desde la primera vez. Una vez que follamos se rompió una barrera. Ya no nos preocupamos por hacerlo entre hermanas. Bastaba con que a una de las dos nos apeteciera para que la otra estuviera dispuesta y hacíamos el amor en cualquier momento y en cualquier sitio.

Cuando Cristina cumplió el año encontré un trabajo y finalmente me mudé a un apartamento. Me costó mucho tomar la decisión, me era difícil dejar otra vez a mis padres y, sobre todo, a Zoe. Pero ella ayudó a convencerme prometiendo visitarme todos los días. Lloré mucho cuando me fui, pero necesitaba sentirme independiente. Zoe cumplió su promesa y me visitaba con mucha frecuencia. En cuanto entraba por la puerta nuestra ropa volaba y nos sumergíamos en nuestros cuerpos con gula. Creo que una de las mayores alegrías de mi vida fue cuando me dijo que se mudaba conmigo, por fin había convencido a nuestros padres y le dieron permiso.

La operación para quitar el pene a Zoe sigue pendiente. Después de pensarlo mucho decidió posponerla indefinidamente. Siempre podía hacérsela más tarde y estábamos sacando mucho partido a su miembro, jajaja. Ahora vivimos como una pareja. Ella estudia y yo trabajo. Nuestros padres le pagan los gastos así que vivimos holgadamente. Nuestra vida sexual es más que satisfactoria, tenemos más cuidado ya que Cristina está creciendo, pero nos lo pasamos genial y Zoe a aprendido a follarme como una campeona. Mi culo es suyo para lo que quiera, y hemos descubierto que el suyo también le da placer. Así que de vez en cuando la penetro con un consolador hasta que se corre gritando, y es que la cabra tira al monte, y Zoe es toda una mujer.

La mía.