Mi hermano, su mujer, el culo de ella y yo (8)
Duerme profunda borrachera el inútil en su alcoba mientras que al ritmo de sus bulliciosos ronquidos, su bella e insatisfecha mujer goza en el living de las nerviosas, temerosas,complacientes y efectivas atenciones de su hermano menor.
Mi hermano, la mujer de él. el culo de ella y yo (parte ocho).
Tenía mas o menos 19 años el tiempo del que data este nuevo relato de mis muchos encuentros sexuales con la mujer de mi hermano mayor, mi tierna cuñadita. En ese tiempo, sufría largos períodos de encierro, por la profesión que aspiraba alcanzar, que tenía que ver con la milicia. Mi abstinencia sexual forzada, pasó de ser un simple inconveniente a una obsesión. Mi voluntario sometimiento a tal sacrificio y a tanta soledad estaban directamente ligados al desperdicio de mi hermosa cuñada, quien estaba también sola y siempre dispuesta a complacerme.
Por las largas noches que tenía que soportar mi cárcel autoimpuesta, el solo hecho de pensar que tenía las llaves de la casa de mi hermosa cuñada (que ella misma me dio) y que sólo bastaba cubrir una corta distancia en un taxi para disfrutarla a mi antojo, me hacía temblar del puro deseo. Pero todo quedaba lastimosamente ahí, ya que las medidas de seguridad del lugar y las normas internas de comportamiento eran tan estrictas que cualquier falla, significaría mi automático despido; por lo que al momento de tomar algún riesgo por muy mínimo que fuese, me sobraba reflexión sobre mi futuro.
Mi adorable y siempre sedienta cuñadita por su parte, compartía su vida al lado de sus dos hijos, uno muy pequeño y el mayor (mi hijo) ya con tres años, mientras soportaba la ausencia de su marido que por razones de trabajo vivía en lugar alejado. Disipaba su soledad en los cuidados a los niños (que no eran pocos).
Una tarde de jueves, tras una bien pensada excusa, obtuve un permiso especial. No tenía espacio en mi mente para otra cosa que no sea la casa de mi cuñadita a la que llegué en un santiamén. Con algo de sigilo usando las tan preciadas llaves me deslicé al interior; con el corazón a ritmo de locomotora y los ojos llenos de la imagen del cuerpo desnudo de mi querida cuñadita. En el interior, frente al televisor a medio volumen mi hijo se distraía mirando dibujos animados, mientras que el otro niño permanecía en su cuna, con un biberón a medio vaciar; ninguno de ellos tomó atención a mi presencia.
Con mucha cautela estudié el espacio, tratando de determinar cual era la ubicación de mi ansiada presa, los nervios parecían traicionarme y a punto estuve de tropezar con un florero. Traté de escurrirme hasta la cocina pasando por la entreabierta puerta del dormitorio principal. Justo cuando estaba por logarlo, alcancé a escuchar un gemido tan característico de mi cuñada cuando hacía el amor, era una especie de canto de sirena que ella emitía cuando sentía mi miembro ingresando en su cochito, un sonido inconfundible que hacía suponer una sola cosa: ella estaba haciendo el amor, lo que estaba en duda era con quién.
Me asaltaron los celos mas terribles, a punto estuve de irrumpir en el dormitorio y como un loco amante engañado, mandar al demonio a quien osaba tomar lo mío. Pero en un momento de lucidez alcancé a preguntarme ¿y qué pasa si es su propio marido quien está con ella?
A dios gracias esa era la verdad, junto a los débiles gemidos de ella se escuchó algo pronunciado por mi hermano a quien logré reconocer la voz y pude además entender que se encontraba ebrio, sus dubitantes expresiones daban cuenta de su estado. Acepté la triste verdad de que la mujer que amaba con toda el alma estaba siendo poseída por mi hermano, al final su marido, quien además se encontraba ebrio. Ella no se merecía tal trato, quien la poseyese debería estar íntegramente cuerdo para disfrutarla y con los cinco sentidos lúcidos buscar su felicidad.
Sin embargo esa era la realidad, mi cuñadita estaba seguramente disfrutando a medias, las torpes caricias de su marido ebrio, tratando de alcanzar el orgasmo que siempre buscaba. No se escuchaban los gritos de ella cuando lo hacía conmigo, era una especie de farsa, era quizás por cumplir y por eso no debía sentirme engañado, pensaba a modo de frágil consuelo. Pero mi corazón no entendía razones y me sentía terriblemente traicionado.
Alejándome de la puerta y en una especie de lealtad o de especial muestra de mi amor hacia ella, me dediqué a la atención de los niños, posiblemente con el deseo escondido de evitar cualquier perturbación a la poca felicidad de mi querida cuñada, que en verdad debió ser muy escasa ya que al rato sentí que mi hermano dormía en medio de sonoros ronquidos. Esto me animó a asomarme a la entreabierta puerta del dormitorio. Lo que alcancé a ver produjo una mezcla de sentimientos encontrados en mi mas íntimo sentimiento. Mi hermano dormía la borrachera de cara a la puerta y mi querida cuñada, de espaldas, con el cuerpo apenas cubierto por las sábanas, se estremecía en medio de caricias dirigidas a su autosatisfacción.
Me alejé ahora sí con el mas absoluto sigilo, estaba esperanzado en por lo menos oír el deleite de tan bella mujer en esa su práctica de hacer el amor con ella misma. Mis deseos de poseerla ahora sí se manifestaban incontrolables, pensando en que había quedado (naturalmente) insatisfecha por la desatención de mi hermano, mi latente miembro, reclamaba ser liberado de entre mis pantalones para terminar aquello que él había dejado incompleto.
El llanto de unos de los niños interrumpió mis encontrados pensamientos y de seguro interrumpió también la feliz faena de mi querida cuñadita, por los ruidos en el dormitorio casi podía ver sus ágiles y nerviosos movimientos tratando de vestirse y presurosa para salir a ver qué acontecía con sus hijos. La esperé sentado en el sofá con el hijo mayor en mis brazos, en primera instancia hice como si no la hubiese visto, cuando levanté la vista, me topé con su rostro completamente sonrojado, quizás por la sorpresa de verme, el temor de haber sido descubierta o la angustia de no haber alcanzado lo que estaba a punto.
Hola, me dijo, no sabía que estabas aquí.
Ola, le dije, no quería interrumpir, pensé que tomabas un descanso y quise ayudar un poco con la atención de los niños, lástima que no pude logarlo.
Se dirigió con la misma prisa hacía el baño para tomarse una rápida ducha y salió ataviada con un amplio vestido que acostumbraba usar en casa. Sentándose frente a mí, me pidió al niño (mi hijo) y sonriente me preguntó:
¿Qué tiempo llevas aquí?
No mucho, le dije, apenas me senté y tomé al niño en brazos cuando el otro lloró.
Tu hermano está en la alcoba durmiendo, está ebrio, me dijo.
Que lástima, fue mi corta respuesta.
Lástima por lo primero o por lo segundo, me preguntó.
Lástima por mí, porque parece que vine en el momento menos oportuno, le contesté.
La noche estaba por caer, los ronquidos de mi hermano interrumpían por momentos nuestra débil conversación. Mi nerviosismo me impedía hilar ideas para sostener el breve intercambio de frases incompletas, ambos estábamos pendientes al milímetro de lo que decíamos, sin correr el mas mínimo riesgo de delatarnos en nuestros secretos respecto de qué había logrado yo ver y de cuanto sabía ella de eso que había logrado ver.
Es el cumpleaños de tu hermano y le dieron permiso especial en su trabajo para festejarse, me dijo
Que raras coincidencias ocurren en la vida, también obtuve un permiso especial pero para festejarte, le dije.
No me respondió, pero a partir de ese momento, casi en silencio y con los nervios a punto de romperse, se dedicó a dar todas las atenciones a los niños para llevarlos a descansar. Por mi parte, fingía ver la televisión sin entender nada, solo tenía una idea y bien clara, debería poseerla a como de lugar. En cierto momento y aprovechando que ella inclinó el cuerpo para levantar a mi hijo del sofá mostrándome toda su hermosa cola levantada, me aferré a tan bella parte de su cuerpo y apegando el mío, le hice notar mi virilidad incontenible. Sólo me dirigió una sonrisa apenas ladeando el rostro, con una mirada cómplice y un casi tímido beso, selló un sagrado compromiso de entregarse totalmente a mí y cuanto antes.
Y llegó la hora de dormir para los niños, mi hermano aún persistía en su festín de sueño profundo. Con la mas absoluta sangre fría y sin hacer ningún otro comentario, cerró con llave la puerta del dormitorio donde el inútil Orfeo descansaba y apagó las luces principales y el televisor, quedándonos en medio de la complicidad del silencio y la leve penumbra. Se tendió boca arriba abriendo las hermosas piernas hacia mí apuntándome con su bello cochito que se veía íntegro, oscuro y desnudo ya que no llevaba las bragas puestas.
- Ven mi amor, me dijo, disfrutemos del permiso especial y con el permiso de mi marido.
Apenas alcancé a quitarme los zapatos y los pantalones junto a mi ropa interior, ella se incorporó levemente y tomándome de la mano, me arrastró hacia su incontenible corriente de deseo que en esos momentos prácticamente fluía sin control.
La penetré en la posición del misionero arrancando de ella sus consabidos gritos de placer pero frenados con aquello que ambos sabíamos era terrible, el tremendo sentimiento de temor a ser descubiertos nos hacían cometer errores en nuestros movimientos pero animados por la pesadez del sueño de mi hermano ebrio y seguros de la seguridad de la llave en la puerta de la alcoba, nos entregamos al placer completo de amarnos sin freno pero con temor. Los ronquidos de mi hermano nos sometía al mas absoluto nerviosismo pero parecían alentarnos mas en los movimientos rítmicos de ambos, las bocas se encontraban ansiosas por ratos en interminables besos que apagaban los jadeos, nuestros sexos se unían y separaba a gusto, mientras el sueño de mi hermano caía como un manto de complicidad sobre los anhelantes cuerpos.
- Estoy por acabar papitoooooooooo, me dijo al oído apenas con un susurro jadeando nerviosa.
Fue la señal que estaba esperando, arrecié mis movimientos mientras ella sacaba sus hermosas tetas por el escote del amplio vestido, cada vez mas convencida de no ser descubierta, cada vez mas abierta, cada vez mas completa para mí. Tratando de darme todo tipo de satisfacciones. El vaivén de esos dos hermosos melones con sus respectivas manchas color chocolate en el lugar preciso, ayudaron a mi excitación y justo cuando ella se estremecía en su codiciado orgasmo, la llené de mi abundante líquido seminal, en medio de gritos apenas disimulados por el miedo a ser descubiertos y por nuestros nerviosos besos. Ella aprisionó fuertemente mi miembro entre su sexo, hasta sacarme la última gota, como era su bella costumbre.
Se levantó temerosa del piso y apegó el oído a la puerta del dormitorio donde su marido aún dormía para asegurarse de que no había ningún peligro, al volver hacia mí se despojó de su amplio vestido, segura de continuar aquello que habíamos empezado y que debía continuar hasta quedar ambos exhaustos y satisfechos al completo. Los ronquidos de él nos daban la tranquilidad deseada pero a la vez nos recordaba su amenazante presencia.
Se recostó a mi lado mostrándome la espalda de su desnudo cuerpo, entre sus preciosas nalgas, justo donde nacía su hermoso pelambre de su bello cocho, bajaba lentamente un chorro mezcla de semen y jugos que se asomaba como testigo de nuestro placer y nuestro pecado.
No había tiempo para reflexiones, me acerqué por detrás mientras ella dirigía una de sus manos hacia mi miembro para asegurarse de que esté ya listo y sin decir nada me ayudó a penetrarla por detrás. Otra vez su gritito de gata traviesa y sus jadeos que tanto me gustaban. Otra vez los ronquidos de mi hermano que ahora mas que incomodarnos nos alentaban. Otra vez el hermoso culo de mi cuñada viniendo tembloroso hacia mí y alejándose de mi cuerpo impaciente para volver otra vez. El tronco de mi miembro se podía ver de vez en cuando en la acción del mete y saca del culo de tan hermosa mujer y al ritmo de los ronquidos de su marido.
Se volcó completamente sobre su pecho y me ofreció ahora el culito competo e indefenso, no conforme con aquella delicia, le dije suavemente que se ponga en la "del perrito", lo hicimos así logrando una penetración perfecta y un espectáculo inolvidable para mí, pues podía ver en forma deliciosa mi pájaro entrando y saliendo de aquel hermoso nido protegido apenas por un mechón de pelos, ahora ya húmedos por nuestra excitación.
Aún en la posición del perrito, sentí que ella metía una de sus manos entre nuestras piernas y con la mas absoluta ternura me acariciaba el miembro, llegando a sacarlo del interior de su cocho, para suavemente acariciarlo en toda su extensión y metiéndoselo nuevamente. Otra vez su maullido de gata en celo y una vez mas los ronquidos complacientes de mi hermano dormido.
Pasó a acariciarse ella en su cochito, justo encima de su parte mas sensible y luego de sobarme las bolas y de empujárselas ambas hacia el interior de su cocho, como queriendo metérselas también adentro, volvió a las alocadas caricias que con sus dedos se practicaba a modo del mas veloz vibrador imaginado.
Voy a terminar lo que empecé hace rato y tu me interrumpiste, me dijo.
Fue sin querer mi amor, le contesté, solo quería oírte disfrutar aunque fuese sola.
Estaba claro que ella sabía lo que yo sabía y ambos ahora buscábamos completar aquello, yo metiéndole mi verga por detrás en la posición del perrito y ella empujando el culo hacia mí y acariciándose alocadamente el cocho.
¡Métemela mas adentro, métemela mas adentroooooo!, me imploró mordiéndose los dientes y tratando de no hacer demasiado ruido.
¿Te gusta?, alcancé a preguntarle entre susurros, ¿Es esto lo que quieres?
Esto es lo que quiero papito, quiero culear así, no como el inútil de tu hermano, me contestó.
Alentado por las palabras, cumplí silencioso con su deseo aumentando mis movimientos y conteniendo mi orgasmo que hace rato se asomaba, sentí que ella se estremecía en medio de sus ronroneos de gata a punto de ser satisfecha y coronada de los ronquidos y el permiso de su marido, mi hermano.
Se la saqué lentamente mientras ella se volcaba boca arriba, ofreciéndome todo ese bello cuerpo desnudo, sus ojos brillosos, su pelo abundante cubriéndole parte del rostro en armonioso desorden, sus tetas agitadas del placer experimentado, sus brazos y piernas abiertos hacia mí en señal de eterna espera, su palpitante cocho dispuesto a ser llenado otra vez. No me resistí ni me dejé esperar. La penetré limpiamente, con la ayuda de los mutuos lubricantes llegué hasta el fondo, justo hasta donde nacían sus anhelantes gritos, justo donde morían todos mis impulsos de macho cabrío sediento de placer.
Un leve movimiento pareció sentirse en la alcoba mientras los ronquidos bajaban en intensidad, quedamos petrificados en medio de un beso, ella me mordía nerviosamente el labio inferior con sus filosos y blancos dientes, me miró angustiada ante el peligro de ser descubierta. Queríamos morirnos del miedo, pero ninguno de los dos cedía un solo milímetro en el inexistente espacio de nuestros sexos fundidos, inmóviles como frágiles presas resignadas a las garras de un cruel predador. Inmóviles en medio de la amplia alfombra, esperanzo el zarpazo de nuestro victimador, nos miramos a los ojos y nos dimos cuenta que nos amábamos y estábamos dispuestos a cualquier sacrificio.
Felizmente no ocurrió nada, pero la inminencia del peligro y las premuras del cuerpo me hicieron decidir que era la hora de la estocada final, debería desahogar mis deseos en el cuerpo de mi hermosa cuñadita. Ella entendió también así y me dijo pícaramente al oído:
- Metémela en el culo, a ver si no lo despierto con mis gritos.
No podía haber invitación mas morbosa, imagínense el cuadro, un joven muchacho tirándose a la mujer del hermano mayor, metiéndosela por el culo en la alfombra del living, mientras el ebrio cornudo deja oír sus sonoros ronquidos prueba de su profundo sueño y de su obligada complacencia.
Se puso boca abajo, puso el culito en pompa separándose las nalgas, alcancé a mojarle con mi abundante saliva aquel ingreso prohibido para su verdadero dueño (pero libre para mí) y me apresté a penetrarla tal como ella me lo pedía.
- Solo la puntita, solo la cabecita, me susurró.
Seguí fielmente sus instrucciones logrando apenas ingresar hasta desaparecer el glande en el interior de aquel bello orificio, acto que arrancó un sordo gemido apenas disimulado por los almohadones entre sus dientes y por el temor de despertar al marido.
Con una de sus manos por debajo de su cuerpo tratando de no moverse mucho para evitar que mi potente prisionero no abandone la hermosa celda, inició una ronda de caricias directas a su clítoris buscando un rápido orgasmo.
- Ahora métela hasta donde quieras, me dijo.
Lentamente la penetré hasta que mis bolas toparon con sus dos hermosas nalgas y luego también lentamente se la saqué mientras ella seguía acariciándose y lanzaba gemidos de gata moribunda en medio de un suave compás de nuestros cuerpos.
Estaba yo apunto de llegar al orgasmo, lo que fue percibido por mi hermosa pareja y en medio de susurros alcanzó a decirme:
- Acaba afuera y riégame la espalda.
Estaba esperando justo eso, se la saqué e incorporándome con la prisa que me permitía mi orgasmo próximo, aferrando la verga con mi mano derecha, alcancé el orgasmo despidiendo un primer chorro que cayó justo en medio de sus dos hermosas nalgas, un segundo en la espalda y un tercero en medio se su abundante cabellera. Su cuerpo entero se estremecía parte por el contacto de la tibia leche con su piel y parte por el glorioso orgasmo que acababa de experimentar.
Nos vestimos con algo de prisa, la noche había caído completamente, los ronquidos ahora se escuchaban menos autoritarios y ya no tenían sentido alguno. Era hora de marcharme. Me acompañó hasta la puerta de ingreso y en medio de una cómplice penumbra me dio un beso nervioso a manera de despedida, mientras en el interior se escuchaba otra vez el llanto de uno de los niños.