Mi hermano, su mujer, el culo de ella y yo (5)
Mis encuentros sexuales con la mujer de mi hermano, tomarán un camino diferente, casi dramático, pero igual de placentero
Mi hermano, la mujer de él, el culo de ella y yo (quinta parte).
Llegó la hora de terminar mis estudios en colegio. Llegó también un pequeño agasajo que se acostumbra en mi país en honor de quien finaliza una etapa de estudiante y se apresta a iniciar la Universidad.
Como era normal, decidí acudir a la fiesta con mi enamorada y pasamos con amigos y compañeros de curso muy bellos momentos, hasta que llegó también la hora de atender los inconvenientes que se presentan en este tipo de acontecimientos familiares especialmente con los parientes borrachines tal fue el caso de mi hermano, que estuvo mas entusiasmado que el propio dueño de la fiesta y tuvieron que llevárselo a dormir no sé dónde, ebrio; dejando su mujer sola en la fiesta.
Mi noviecita también se retiró ya que tenía permiso no hasta muy tarde y prácticamente me quedé para atender mis invitados ya libre de ella.
Sucedió entonces que tuve que atender también a mi querida cuñadita. Bellamente ataviada, con un vestido parecido al de Marilyn (en su foto mas famosa), alegre, por demás jovial y entusiasmada, se desenvolvía con todo encanto en medio de los invitados que aún quedaban. Visiblemente con "alguna copita demás", se esmeraba en dar atención a un hombre joven y apuesto (claro mayor que yo), quien acudió a la fiesta invitado por algún otro amigo o pariente (por lo que supe, ya había compartido con mi familia alguna otra reunión). Lo cierto es que ella se deshacía en atenciones, parecía una mujer libre de todo compromiso, conversaba muy amenamente, de rato en rato llenaba el salón con su alegre risa.
Todo parecía ser normal, hasta que él la sacó a bailar una pieza bastante lenta como para que sus cuerpos armoniosamente unidos se deslicen al compás de la música como abandonados a su suerte y por supuesto, seguidos de las miradas de muchos (junto a la mía) ya que se trataba de una pareja realmente atrayente y sobresaliente del resto. De no saber yo (y muchos) que se trataba de la mujer de mi hermano, se podría pensar que eran dos enamorados o esposos.
Ella se acercó un poco mas a su ocasional pareja pasándole el brazo alrededor del cuello y su mirada se cruzó con la mía por encima del hombro del "experto danzante". Me encontraba de pie junto al bar, seguramente con unos ojos destellantes de una mirada ensangrentada producto de la ira por el espectáculo que estaba presenciando, con la cabeza repleta de los celos mas perniciosos y con un enorme reclamo de explicación por su actuación.
Desvió la mirada y no me dijo nada. Mas bien pareció ignorarme lo que me dolió mas aún, socavando en lo mas profundo de mi amor propio. Al acabar la música, se dirigieron a la pequeña mesa dispuestos a seguir disfrutando de la fiesta. El cada vez mas cerca de ella y con algunas insinuaciones que yo las percibía claramente, visiblemente afectado por la bebida ingerida, "mi ocasional contrincante", aturdido además por la excitación que mi hermosa cuñada le provocaba, no podía contener algunos ademanes muy próximos al escándalo.
Me acerqué discreto a su mesa y de la forma mas cordial (disculpándome con el principiante de galán de telenovela) le pedí a mi cuñada hablar a solas. Ella aceptó un tanto disgustada. Salimos al recibidor, me miró a los ojos y se adelantó con una pregunta:
Ya te dejaron solo? Refiriéndose a la partida de mi noviecita.
Veo que tú aprovechas mejor tu soledad que yo. Le respondí.
No me abandonaste a mi suerte? O tengo también que serte fiel al igual que a tu hermano, sin esperar nada a cambio?
No confundas las cosas, no hagas papelones y vámonos de una vez. Le ordené en tono autoritario.
Me iré a la hora que me dé la gana y con quien me de la gana y no tienes ningún derecho para exigirme nada. Estoy a punto de tomar decisiones importantes en mi vida, por lo tanto será mejor que me dejes tranquila, ya que puedes precipitar las cosas.
Se dirigió a la mesa donde su atento acompañante le esperaba impaciente ya de pie. Felizmente el resto de los invitados bailaban una pieza muy alegre por lo que el asunto pasaba desapercibido. Ya sea por mi sentido de responsabilidad con los intereses de mi hermano o por mis celos de "macho traicionado", fui a la guardarropía, saqué su abrigo, me planté en la mesa y le ordené salir para irnos.
El infeliz tuvo la intención de levantarse para posiblemente increparme algo. Ella lo detuvo por el brazo le dijo algo al oído posiblemente una mentira que pareció dejarlo tranquilo, le dio un beso en la mejilla y salió arrancando de mis manos al pasar su abrigos con paso ligero y sin emitir palabra, seguido de mis nerviosos pasos con dirección a la calle.
Abordamos un taxi, ella estaba muy enojada tanto que se rehusaba mirarme, pude ver sus hermosos pies con el vestido que le cubría las bella piernas hasta un poco mas abajo de las rodillas, sus frágiles pies cubiertos delicadamente por las primorosas medias de seda casi transparentes, los deliciosos y finos zapatos que un momento antes se deslizaban ágiles en la pista de baile. El vaporoso vestido que cubría su agitado pecho que parecía temblar producto de la rabia contenida, su hermoso rostro, su mirada perdida
Quería amarla en ese mismo momento y en ese mismo lugar, sin mas trámite ni espera. Quise tomarle de la mano, la retiró sin mirarme.
- Qué te trae ahora, estas enfadada porque te arruiné la noche con tu improvisado amorcito? Le espeté con algo de burla.
No me contestó, pero me dirigió una de esas miradas que matan y nuevamente desvió la vista hacia ningún lugar.
Maestro llévenos al motel más próximo!. Le dije al chofer un tanto discretamente, pero asegurándome que ella escuchara para ver su reacción.
No, ahora no. Alcanzó a decir.
El chofer me miró a través de retrovisor. Le repetí la orden ahora con mas aplomo. Ella ya no discutió y continuó el viaje completamente ausente. Como si en parte estuviera resignada al sacrificio o segura de que no cedería ante mis intenciones.
Llegamos al pequeño y discreto motel. Ni bien atravesamos la puerta la cogí con fuerza y la llevé hacia la cama, la tumbé en ella así vestida de fiesta como estaba. Mientras me desvestía apresurado, la observaba completamente indefensa, vestida como una reina, desparramada sobre la cama cual frágil rosa arrancada por el viento, quizás un poco asustada, pero seguramente con tremendos deseos de amarme.
No, ahora no puedo. Estoy en mis días de peligro y no tomo ningún anticonceptivo! Me dijo en tono suplicante.
No le contesté, sencillamente continué desvistiéndome, hasta quedar completamente desnudo. La idea de estar indefensa ante mi virilidad me subieron los deseos de poseerla, importándome un cuerno las consecuencias. Ella me observaba ansiosa semirecostada en la cama, se notaba que tenía tremendas ganas de coger, sus ojos iban de uno a otro lado y cuando terminé de sacarme la ropa interior, liberando lentamente mi ansioso miembro mirándole directamente a los ojos: se rindió, recostándose por completo en la amplia cama con su vestido de reina pero completamente indefensa. Me acerqué acariciando levemente mi verga hacia ella, entrecerró los ojos, abrió su hermosa boca en espera de un beso y al mismo tiempo abrió sus hermosísimas piernas en señal de aceptación resignada al sacrificio, aún con el peligro del embarazo no deseado.
La besé en los labios con la bronca de marido traicionado, de cornudo enamorado. Agarré su cuerpo con las garras del ave rapaz que estuvo a punto de perder su presa ante otra de mayor tamaño, le acaricié las tetas por encima de las ropas y con una de mis apresuradas manos, busqué entre las finas telas de su vestido, su delicioso culo, su cochito que sabía me esperaba ansioso, sus piernas sensualmente protegidas por las medias de seda, palpé su intimidad para introducirme y ejercer mi derecho de dueño clandestino de aquel hermoso ajeno tesoro.
No tuve tiempo de sacarle siquiera los calzones, simplemente la volqué boca abajo, mientras ella me susurraba entre gemidos que había peligro de embarazo; le hice de lado el diminuto calzoncito, introduje uno de mis brazos por debajo de su cuerpo haciendo que su precioso culo emergiera libre para mí, con el calzoncito apartado a un lado de su sensible canal, nerviosamente mojé mi verga can saliva que en ese momento de excitación manaba abundante en mi boca y se la metí en su ya humedecido cocho.
Esto es una locura, me vas a embarazar. No quiero otro hijo ahora. Sácala papito, no me la metas, no me la metaaaaaaaas! Me suplicaba jadeante.
Sin embargo su cuerpo decía otra cosa, empujaba y recogía las nalgas con la sabiduría de potranca viciosa mientras gemía y suspiraba con el gesto en el rostro de frágil ángel en pecado. Moviendo el cuerpo en perfecto ritmo con mis enviones, siguiendo ahora los acordes de la música mas deliciosa que es la del pecado; haciendo que mi verga entre y salga de su glorioso agujero.
Incorporando levemente el cuerpo sin dejar de meterle y sacarle la verga, pude ver el hermoso paisaje que se dibujaba en la amplia cama: su cuerpo semicubierto por el vestido de fiesta, sus medias de seda sujetadas por aquellos prendas de color negro que la hacían ver como sensual artista de cine para adultos, su hermoso culo emergiendo de entre las telas suaves en busca de mi verga con su hermoso agujero negro en el centro que se entregaba íntegro a mi orgulloso miembro, su pelo que le caía sobre las espaldas como cascada, sus hermosas uñas pintadas de carmesí que se aferraban a las almohadas como pidiendo socorro.
No aguanté mas y le llené el cocho con dos o tres chorros abundantes y apresurados de mis leches, no quería dejar ni una sola gota afuera, ella sintió el desastre y alcanzó a decir "no, adentro noooooo" entre gemidos. Le agarré por los pelos inmovilizándola para que no se separe de mi cuerpo y terminé de vaciar mis leches en su ansioso pero esquivo interior, muy a propósito, con una loca idea en la cabeza, con las ansias del marido engañado que pretende aferrar a la pareja a su lado mediante el nacimiento de un hijo, con la tozudez de cualquier animal salvaje que solo busca marcar su territorio, de perpetuar su estirpe, de dejar su semilla en su territorio querido o mejor, con el amor y seguridad del hombre que sabe que ama a la mujer con quien desea perpetuar su nombre.
Se soltó de la prisión que la sujetaba, dándose vuelta en la cama me besó apasionadamente, con las ganas aún incompletas de hembra insatisfecha, pero con la tremenda incertidumbre de estar desafiando el peligro de algo muy complicado.
- Eres un animal. No debiste hacerlo. Sabes que hay mucho peligro. Eres irresponsable.
Protestaba mientras me besaba apasionada. No entendía lo que pasaba. Por un lado me sentía culpable por los reproches de mi cuñada, por otro, tremendamente feliz porque sabía que ella me necesita y además, aturdido por las enormes ganas de seguir haciendo aquello que, supuestamente era lo mas prohibido dentro lo prohibido, pero nuestros cuerpos lo buscaban, ella lo necesitaba y me lo pedía con ansias; yo no tenía las fuerzas para negárselo.
Mi marido no quiere mas hijos por ahora, estamos en cuarentena desde hace mucho tiempo, no habrá forma de hacerle creer que es hijo suyo .
Parecía que alucinaba, pensaba en voz alta o hablaba con ella misma sin la esperanza de encontrar respuesta mía mientras me llenaba de besos en la boca, en el pecho, en el estómago y por último apoderándose de mi aún erecto miembro con sus labios, llenándose la boca. Entonces ya no pudo hablar, se limitó a chupar deliciosamente emitiendo gemidos de vez en cuando.
No puedes ser tan cruel, sabes que me gusta pero no hoy, precisamente hoy.
Seguía con sus fingidos reproches, mientras con una de sus manos me sujetaba del cuello para atraerme hacia sus besos y con la otra hábilmente se quitaba los calzones y acariciaba mi verga asegurándose de que esté bien parada para sin ninguna otra precaución ni objeción, metérsela hasta el fondo lanzando un gemido.
Ya nos arruinamos cuñadito, terminá lo que empezaste, ya no me importa nada, métemela y acaba cuanto quieras dentro mío, hazme lo que quieras, déjame la leche que tengas, ya no me importa nada.
Me desconcertaban enormemente sus palabras, pero mis deseos podían mas que mi cordura y empecé a bombear en el interior de mi cuñadita, ella levantó las piernas y las abrió a manera de tijeras, otra vez pude ver la belleza de su cuerpo, sus hermosas extremidades emergiendo de esa especie de capullo que formaban las finas telas de su vestido. Gemía maldiciendo, jadeada anhelante, me pedía mas y mas, ya sin importar las consecuencias.
Dame mi amor, dame todo lo que tengas, ya que estamos en el asunto, hazme feliz, Luego ya no importa nada.
Me recosté sobre ella, la besé profundamente mientras nos movíamos rítmicamente diciéndole al oído:
Acabe mi amor, goce de este momento, sea tan feliz como se lo merece, hagamos un hijo felices.
Violentamente y sin ningún otro anuncio llegó su orgasmo, en medio de contorciones, me apretaba con las piernas atrayéndome a su interior, me arañaba la espalda con sus afiladas y crecidas uñas, me besaba con tremenda fuerza, me imploraba que le de mas y mas. No creo que haya hombre que aguante tanto placer, por lo mismo, lanzando un grito muy fuerte, mas de bronca que de placer, acabé nuevamente en su interior llenándole nuevamente el cochito con mis abundantes leches. Pretendía con mi miembro llegar a lo mas interior de mi cuñada, quería dejar mi semilla en el terreno más fértil, quería asegurarme de haber pecado, estaba dispuesto a todo.
- Prefiero la muerte antes de renuncia a tu cuerpo y a este placer! Le grité mientras me deshacía en espasmos.
Cuando todo terminó, me tendí a su lado completamente agotado, no tenía el valor ni de mirarle, ella permaneció en silencio con los ojos cerrados aún recuperándose del momento de placer vivido. Me agarró de la mano y me apretó con mucha fuerza. Dirigiendo la mirada hacia su rostro lentamente, ví sus ojos cerrados y una gruesa lágrima rodando por su sien, en camino de la almohada.
Pasó algo así como un mes. Una tarde me llamó por teléfono solo para decirme:
Estoy embarazada.
Es todo por hoy, créanme que los recuerdos aún me torturan. Espero que escriban. Saludos.