Mi hermano, mi hombre
Desde que tengo uso de razón me enamoré de mi hermano.
Me llamo Noelia, soy una solterona de 22 años y desde que tengo uso de razón estoy enamorada de Jesús, mi hermanastro que ya ha cumplido los 23 abriles y que es un hombre muy atractivo. No puedo decir que sea una mujer fea, ya que mis redondeces femeninas, según dicen mis amigos que son muy apetitosas, pero quizá por culpa de los muchos fracasos sentimentales que he tenido, me han hecho sentir una atracción fatal hacia ese amor prohibido, con el que convivo y que es mi amante desde que nos quedamos huérfanos y él se divorció de la zorra de mi ex-cuñada, que nos resultó ser un mosquita muerta, pero más zorra que las gallinas y al pobre Nacho le puso unos cuernos de vikingo, sumiéndole en una depresión terrible para él.
Mi pasión incestuosa surgió a los 16 años, cuando nos quedamos huérfanos de padre y al trabajar Lidia, mi mamá, que al casarse con su difunto padre en segundas nupcias era su madrastra, a la que Dios tenga en su gloria, como empleada de una empresa de limpiezas en turnos de noche, venía a casa de madrugada, cuando mi hermanastro se iba a trabajar a un almacén situado en un polígono industrial de Sevilla, con su moto. Afortunadamente yo aún permanecía un ratillo entre los sábanos esperando la hora de ir al colegio.
Una noche de verano cayó una tromba de agua, en el transcurso de una tormenta muy fuerte, con mucho aparato eléctrico y truenos ensordecedores. Tuve miedo y sin pensármelo dos veces me dirigí al cuarto de mi hermanastro. Yo era una chica muy desarrollada para mi edad y al levantar el embozo de su cama vi sorprendida que él estaba desnudo.
Jesús me dijo que pasara tranquila, que él no me iba a comer, pero yo cuando me pidió que me quitara el camisón y la braguita y me uniera desnuda a su cuerpo, no lo dudé ni un momento y le obedecí. Noté que me abrazaba con una pasión poco lógica entre dos hermanos de padre y nuestras bocas se unieron en un beso muy sensual, y su lengua lamió la mía, mis dientes y hasta el velo de mi paladar, excitándome.
Mi hermanastro me atrapó los pechos, que ya eran como dos melocotones, aunque mucho más pequeños que los de mamá, que parecía una tetona de esas que salían en las revistas. Jesús que parecía un experto en acariciar mujeres rozó con sus dedos mis pezones tiesos y luego jugó con las zonas más sensibles de mis tetas, llevándome al placer más alucinante que hasta entonces, yo que era un cría salida pero ingenua, había experimentado.
Inconscientemente agarré esa salchicha larga que tenía entre sus piernas y noté como crecía y engordaba, a la vez que una humedad incontrolable me brotaba de mi sexo hambriento, ansioso por sentir ese pedazo de carne tan delicioso en mi interior, barrenando mis entrañas. Mi amiga Elena que ya había follado con varios novietes y con algunos amigos de su primo, me explicó que una sentía al ser taladrada por una buena polla un pequeño dolor, que al poco rato y si el paternaire era algo hábil, se transformaba en un placer maravilloso.
Mi querido Jesús puso los dedos en mi vagina y como no tenía vello en mi almejita, más que una suave pelusilla apenas imperceptible y rubia, mis labios se abrieron dándole acceso al interior de mi sexo, al botoncito de los placeres que con su manipulación viciosa e impropia de un hermano creció y ya perdí el concepto de mi dignidad, quedándome como una esclava dócil sometida a los tocamientos, a lo que quisiera hacer con mi cuerpo infantil, que quería abrirse como una flor a las dulces manipulaciones que él me hacía.
Se puso excitadísimo cuando me obligó a amorrarme sobre su bajo vientre y me colocó ese falo salvaje y sabroso delante de mi boca y de mi nariz. Yo no sabía muy bien que debía de hacer, pero él me explicó con palabras muy groseras, con la poca delicadez de la que suelen hacer los muchachos cuando están cachondos, que se la tenía que chupar, sin hacerle daño con los dientes como si se trata de un helado riquísimo. Como en aquella época por culpa de una educación muy noña, y dado que estudiaba en un colegio de monjas, no había visto "hoja verde", creo que lo hice fatal, pero el deseo de agradarle a Jesús y de que me considerase algo más que una hermanastra, me hizo superarme y poco rato más tarde lo oí jadear y le salió un chorro de un líquido viscoso, como especie de clara de huevo, que siguiendo sus órdenes me tragué sin rechistar y se la chupé hasta que no quedó ni gota de ese tibio semen que me brindó.
Como yo siempre he sido un poco culona y tenía un trasero bastante desarrollado, para no dejarme encinta, me pidió que me diera la vuelta y me echara bocabajo, con la almohada bajo mi vientre y el culo en pompa. El me mordisqueó los glúteos, me ensalivó por detrás la vagina y el ano y con vaselina me lubricó mi ano. Se apoyó sobre mi espalda y me puso esa estaca dura de nuevo en mi esfínter empujando con delicadez y poco a poco, notando como su sable me atravesaba el culito y aunque pensé que me lo desgarraba, en unos cuantos empujones controlados logró meterme su gran salchicha en mi agujerito.
Me cogió de las tetas y me metió un dedo en la rajita acariciando también mi clítoris que ya estaba excitado, lo que distrajo mi atención, me puso como una loca de excitada y gocé como una cerda mientras él me enculaba, disfrutando a tope con la tonta de su hermanastra, que para él solo era una muñeca hinchable en la que podría vaciarse.
Después dormimos muy abrazados, hasta el amanecer y antes de que regresara mamá de trabajar, me fui a mi cama, después de lavarme la boca y mi culito que lo tenía bastante dolorido a causa de sus juegos amorosos, en los que por vez primera me sentí mujer y fue como un preludio de los goces que juntos, Nacho y yo, íbamos a disfrutar y que hoy, tantos años después también nos ponen a tono formando una pareja ideal, en la que ambos nos entregamos a tope sin reservas ni tabúes, porque en nuestra relación todo está permitido.
Dos años después disfrutamos Jesús y yo de una acampada en plena montaña, a la que fuimos en un puente festivo, engañando a mi madre, a la que expliqué que ambos nos íbamos con varios amigos, cuando en realidad estuvimos los dos solos, durmiendo juntos y como consecuencia de esos días de vino y rosas, perdí la virginidad y conocí el sexo con toda su dulzura, con el hombre que mejor me hizo vibrar de goce entre sus brazos.
Lo que enturbió nuestra relación tuvo lugar en una tarde de domingo invernal, en la que mamá no trabajaba. Yo me había ido a comer con unas compañeras de la Universidad y volví a eso de las cuatro de la tarde, porque me encontraba bastante mal y regresé antes los previsto.
Como no había nadie en la casa, di una vuelta por todas las habitaciones y me extrañó que se hubieran ido dejando la televisión encendida y un par de cigarrillos en el cenicero, aún humeantes. Fui a las habitaciones de mamá y de Jesús y no estaban. Como me estaba haciendo pipí antes de seguir con la búsqueda me dirigí al cuarto de baño y al abrir la puerta oí sus voces detrás de la cortina de la bañera.
Me eché a temblar, al ver la ropa interior de mamá y la de mi hermanastro en el bidé tirada, y sus zapatillas en el suelo, mientras que encima del inodoro se encontraban sus albornoces listos para ser usados por esos dos traidores. Debo de reconocer que ante ese hecho inesperado, sentí que mi dolor de cabeza se hacía insoportable y con decisión corrí la cortina y junto a la nube de vapor les vi a ellos desnudos y abrazados bajo la ducha.
Les insulté y me dolió observar a mamá y a mi hermanastro juntos. ¿Qué habría visto ese cerdo de mi hermanastro, en la que era la viuda de su difunto padre?
Jesús avergonzado, con ese cuerpo que tantas veces besé y lamí en los cuatro puntos cardinales de su anatomía y ese pene grande y altivo, entonces caído por la humedad de esa ducha cálida y la sorpresa de verse descubierto en plena acción punible y despreciable, me juró que me adoraba y que era la mujer de su vida. Mi madre, se convirtió entonces en mi rival y a punto estuvimos las dos, como lobas en celo de echarnos las uñas a la cara, y arañarnos hasta que una de las dos derrotara a la que le trataba de quitar a su hombre, aunque las dos éramos unas incestuosas asquerosas.
Después de ese día nuestra relación filial fue desastrosas. No me hablaba con mi madre porque ella podía elegir a otro hombre de su edad y no hacerlo con un joven maravilloso, que se había convertido en el amor de mi vida. A Jesús también lo perdí, porque me obstiné en irme a vivir a casa de tía María, la hermana de mi padre y estuve en Barcelona, en su casa unos cuantos años hasta que al cumplir los 21, falleció mamá sin que pudiéramos reconciliarnos, cosa que me duele ahora al recordarlo y el piso lo heredamos mi hermanastro y yo.
Cuando vi de nuevo a Jesús, me di cuenta de que ya era un hombre adulto, pero igual de atractivo. Tenía una terrible historia de desamor a las espaldas y a sus 22 años deseaba rehacer su vida. Al entrar en el piso que fue escenario de nuestros encuentros amorosos, sentí como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo volviera a ser igual que ayer. Sin saber que hacía lo abracé con todas mis fuerzas, y él me besó en la boca con idéntico ímpetu y pasión que cuando los dos éramos dos adolescentes.
Yo recordaba que había perdido con Jesús la virginidad, que me había hecho mujer y también mucho daño al engañarme, con mi difunta madre. Tuve el remordimiento de pelearme con ella por culpa del amor de mi hermanastro. Cuando ambos nos desnudamos mutuamente y nuestros cuerpos se unieron en un estrecho abrazo en la cama de mamá, sin poder evitarlo ambos lloramos como dos niños dolidos por los avatares de una vida, que para ninguno de nosotros había sido fácil.
Me sobraban los polvos que eché con varios hombres, de los que no recordaba nada más que sus jadeos, y las caras de estúpidos integrales disfrutando de mis encantos de mujer, pero ellos a mí no me hicieron sentir orgasmos del calibre de los que obtuve con Jesús, mi único amor, el príncipe azul que todas las mujeres tenemos y que pocas veces llega a convertirse en nuestro compañero sentimental.
Fui poseída por él y todos mis músculos, vibraron al igual que mis pechos que él besó, y mi vagina que supo humedecer con sus caricias linguales, y con sus penetraciones que me llenaron de placer; de dicha jamás experimentada con ninguno de mis amantes ocasionales. Me hizo un griego fabuloso y yo le regalé una cubana impresionante entre mis pechos que ahora eran grandes y redondos, como los de una mujer superdotada, una tetuda como a él le gustaba llamarme. Sus labios le dieron a mis pezones el masaje erótico que ningún hombre antes supo brindarme, obsesionados con llenármelos de baba o darles excitadísimos, algunos mordiscos, que yo reprobaba con una bofetada e incluso con algún rodillazo en cierta parte, que los dejaba con pocas ganas de volver a hacerme daño en mis fresitas del placer.
Mi hermanastro me confirmó que me quería, que deseaba estar toda la vida a mi lado y hacerme muy feliz. Yo le acepté y desde ese hermoso días enamoradísimos y ya somos padres de dos niñas, una de cuatro meses y otra de 2 años, que son mi viva estampa y que tienen los ojos y la nariz muy parecidas a las de su abuela, mi difunta madre, que desde el cielo o donde esté estoy segura de que aprobará nuestra relación, aunque sea incestuosa. Yo que soy una mujer muy liberal y no me considero una mojigata, estoy convencida de que amar de verdad nunca puede ser pecado.