Mi hermano me recetó pastillas para la lactosa.

Relato incestuoso entre mi hermano y yo.

Mi hermano me recetó pastillas para la lactosa.

Desde que éramos unos críos mi hermano y yo siempre hemos tenido una relación muy particular. Al vivir en una urbanización cerrada en la que sólo vivían personas de más de cincuenta años éramos el uno el compañero de juegos del otro, por lo tanto, salvo los cuatro amiguitos puntuales que teníamos dentro del recinto del colegio, éramos nuestra única compañía.

Ya desde pequeños apuntábamos maneras. Recuerdo que nos masturbábamos por encima de la ropa para darnos placer. Sabíamos de sobra que era una travesura porque lo hacíamos en silencio, sin mediar palabra, y siempre estábamos serios. Mi hermano era dos años mayor que yo y conforme íbamos creciendo la cosa se fue poniendo más seria. Dejamos nuestros juegos del placer, ya que alguna vez algún adulto nos pilló y nos regañó, pero seguimos manteniendo unas dinámicas de lo más inusuales entre hermanos.

Cuando yo cumplí  años, pillé a mi hermano por primera vez masturbándose con mi ropa interior. Me gustó tanto la idea, que me fui a mi habitación y comencé a tocarme por encima de la ropa –como había aprendido con él- y tuve mi primer orgasmo. Comencé la iniciativa de correrme todas las mañanas al despertarme y dejarle a mi hermano un regalito en su mesita de noche. Cuando sonaba su despertador iba corriendo y lo espiaba antes de meterme en la ducha. Cada mañana estaba como loco pajeándose con mis tangas. Luego los metía debajo de mi almohada. Yo, al regresar de la ducha, iba a buscar mi premio y me lo ponía empapado en semen y así marchaba al instituto.

La cosa fue subiendo de nivel. Mi madre trabajaba durante toda la tarde y permanecíamos siempre solos, desde pequeños. El trabajo de mi madre y el padre ausente propició, sin duda, nuestros peculiares principios. Al regresar del instituto, aún con el tanga lleno de semen de mi propio hermano, cogí como costumbre quedarme comer en la mesa del salón semidesnuda mi bol de cereales antes de echarme la siesta. Al principio él me espiaba y se masturbaba. Yo fingía ver alguna serie de mierda y quedarme dormida. Lo cierto es que estaba cachonda como una perra de saber que mi hermano estaba meneándosela por mi culpa. A veces, abría mucho las piernas y dejaba escapar uno de mis labios superiores. Alguna vez, subiendo el nivel, mi hermano se acercaba a mí y echaba su leche encima de mi coño o en mis tetas. Yo fingía seguir durmiendo y por supuesto, fingía no darme cuenta de nada. Él sabía de mi juego, ya que nunca se preocupó por limpiar la leche que cada día invadía mi cuerpo.

Otros días me colocaba unos leggins grises muy pegados a mi cuerpo y no me ponía bragas. Me paseaba delante de él fingiendo hacer otras cosas para que observara mi coño pegado a mi ropa. Me mojaba tanto hacer eso que una mancha enorme de humedad se quedaba impregnada en la tela. Olía tanto a coño que mi hermano abría todos sus sentidos, como un animal en celo, mirándome descaradamente. Un día no aguantó más y en una de mis libres exhibiciones incestuosas me besó y comenzó a magrearme descaradamente. Yo me bajé los leggins y él se sacó la polla, allí mismo en el sofá comenzó a metérmela. El primer día hicimos la postura del misionero. Estábamos nerviosos. Poco a poco comenzamos a experimentar más entre nosotros. Al principio le pedí que no se corriera dentro, me daba miedo. Una sola vez no me hizo caso y no pudo contenerse: me dejó mi coñito destrozado relleno de leche. Ese día me trajo una pastilla de la farmacia y me dijo que la tomase si no quería tener un problema. Entendí que era para no quedarme preñada, así que le hice caso a mi hermanito.  Unos días después me empezó a dar una pastilla diaria y me pidió que por favor, tenía que ser buena. Que eso me permitiría tomar leche sin ponerme malita. Me estaba empastillando para poder correrse dentro de mí cuando le diese en gana, el muy cabrón. Yo fingía siempre delante de él ser una niña pequeña alérgica a la lactosa que debe cuidarse para no ponerse malita. Le pedía cada día mi pastilla para poder tomar mi leche. Él me la daba y comenzaba a tocarse por encima del pantalón y al tomármela comenzaba a follarme.

A veces, se corría en mi boca. A mí me desagradaba el sabor, pero me obligaba a tragármela.  Otras veces, al llegar del instituto, venía tan desesperado que con sólo mirarme ya sabía qué tenía que hacer: sin mediar palabra, me bajaba la ropa hasta las rodillas y me ponía a cuatro patas. Él comenzaba a reventarme el coño y se corría en medio minuto dentro de mí. Volvía a colocarme la ropa y almorzábamos.  Durante el almuerzo a veces no hablábamos nada y nos limitábamos a ver la TV. Otras veces, cuando esto ocurría, me contaba que su novia Alicia le ponía la polla durísima pero que todavía no le había dejado tocarla.

Los calentones con Alicia duraron unos meses. Recuerdo a mi hermano como poseído buscando mi coño cada día para hacerse una paja con él. A veces al terminar se quedaba un rato dentro y se meaba dentro de mí. Yo, permanecía obediente y me corría también como una absoluta zorra. A veces, verbalizaba lo cachonda que me sentía con estas situaciones fugaces y mi hermano me callaba. Siempre pensé que tenía miedo a que yo le contase a alguien lo que ocurría entre nosotros.

Cuando comenzó a follar con Alicia nuestra relación cambió. Alguna vez, cuando se veía muy desesperado o estaban enfadados seguía follándome. Yo me dejaba. Había tenido ya algunos novios en aquella época, pero el sexo era malísimo. Cuando salía de fiesta y volvía borracho también se metía en mi cama. Ahí me despertaba tapándome la boca y pegándome una hostia, sabía que me gustaba. Comenzaba a follarme sin parar hasta correrse. Luego, sin despedirse de mí,  me subía las bragas y se marchaba. En una de sus borracheras, en las que ya nuestro sexo era muy escaso, me folló el culo. Mientras me follaba el culo me masturbaba el coño con un consolador enorme de 23 cm que tenía en mi cajón. Así de abierta en canal me llenó por primera vez el culo de leche. Luego se meó encima de mi culo y se quedó dormido. Alcancé a oír un «lávate guarra».

Prolongamos nuestra relación incestuosa hasta los veintitrés. Luego cada cuál marchó a una ciudad a vivir. Nos veíamos en Navidad y cuando nos casamos nunca más volvimos a hablar de ello. Yo a veces, todavía, me masturbo pensando en que mi hermanito me usa como orinal o me rellena de leche.