Mi hermano Juan

Aventura inesperada tras un día de excursión.

Mi hermano Juan, cinco años mayor que yo, es un chico esbelto y simpático que, en general, suele gustar a las chicas. Estudiaba arquitectura en Madrid y solía venir por casa algún fin de semana que otro. Aunque nunca habíamos tenido una profunda relación por la diferencia de edad, nos queríamos como buenos hermanos y, sobre todo, mantenía una relación un tanto paternalista conmigo.

Cierto fin de semana, a mis padres se les ocurrió la idea de ir a pasar el día al pueblo con la hermana de mi madre y su marido, es decir, mis tíos, con los que tienen una muy buena relación, y, dado que estaba relativamente cerca, decidieron ir en un sólo coche ya que había que ahorrar gasolina según decían.

En otros tiempos, cuando íbamos más de cinco en el coche, a mí siempre me tocaba ir en las piernas de mi hermano, pero en ese momento, ya me consideraba muy mayor para viajar de esa manera, incluso mi hermano protestó por la ocurrencia, aunque no le sirvió de nada. Mis padres, que aún me consideraban una niña, decidieron que iría así.

A poco rato de ponernos en marcha noté lo que me pareció una incipiente erección de mi hermano. Aquello me resultaba un tanto extraño pues nunca había mostrado el más mínimo interés hacia mí como mujer. Pero sí, efectivamente, la erección iba a más y en pocos minutos la noté grande y dura en mi trasero. El intentaba ahuecar el espacio entre su pene y mis nalgas para que yo no notase la erección, pero, dado el poco espacio que había en el coche, resultaba un esfuerzo inútil. A mí no me importaba demasiado, al fin y al cabo era algo natural y, aunque no me atraía sexualmente, me parecía una coyuntura bastante divertida. Una vez asumida la situación por mi hermano y viendo que no me incomodaba, decidió sacarle el mejor partido posible al traqueteo del coche. Intentó escurrirse hacia abajo para que su pene se acercase a mi vulva, pero, como consecuencia de la postura inicial, resultó imposible conseguirlo y se limitó a disfrutar del roce que nos proporcionaba la carretera.

Después de un agradable día primaveral comiendo en el mesón del pueblo y visitando a los amigos, emprendimos el viaje de vuelta. Esta vez mi hermano, aduciendo que en el viaje de ida se le habían dormido las piernas, me colocó como el decidió que sería más cómodo para los dos, a horcajadas; puso su trasero lo más fuera que pudo del asiento, y me situó encima de él. Para mí estaban claras sus intenciones, quería disfrutar de lo que no pudo en el anterior; pero no me importaba lo más mínimo pues yo también podía gozar de la situación. Nada más sentarme noté ya su erección y como todavía no coincidía su pene con mi vulva, forcé un poco la postura sacando el culo hacia afuera para hacerlos coincidir. El viaje fue estupendo, su pene estaba más duro y grande que antes pues seguramente se lo había colocado bien para que el calzoncillo no impidiese su pleno desarrollo. No sé si se correría, pero yo terminé completamente húmeda y sofocada por la excitación, y aquella noche, ya en mi habitación, me masturbé con una ansiedad indescriptible hasta que quedé dormida de placer y agotamiento.

El siguiente fin de semana volvió a aparecer mi hermano por casa y, cosa rara en él, propuso a mis padres que se fuesen al cine el sábado por la noche puesto que él cuidaría de mí. Dio la casualidad que ponían una película que mi padre tenía ganas de ver y, ya que no salían muy a menudo, aceptaron encantados la propuesta. Para mí, después de lo sucedido la semana anterior, estaban muy claras sus intenciones, pero, aunque no me atraía sexualmente, siempre le había admirado y haría cualquier cosa que me pidiese. Después de recordarnos a mi hermano y a mí que tenía que estar en la cama a las once y media como muy tarde, mis padres se fueron dejándonos solos con nuestras fantasías.

Me fui directamente a mi cuarto y, sospechando que al poco rato iría mi hermano con claras y evidentes intenciones sexuales, decidí facilitarle un poco las cosas. Me cambié de ropa, me quité el sujetador y me puse una blusa suelta y levemente transparente, lo justo para que mis pezones se intuyesen tras la seda; cambié mis braguitas de colegiala por un bonito tanga ajustado que tenía para ocasiones especiales, y mis vaqueros por una mini falda vaporosa; me descalcé, ordené los cojines de la cama y allí me senté con un libro esperando a que él apareciera.

Como sospechaba, al cabo de un buen rato, llamó a la puerta preguntándome si podía pasar, le dije que por supuesto y que se sentase en la cama, a mi derecha, que es donde había colocado los cojines, y charlaríamos un rato. Noté su evidente nerviosismo al verme tan ligera de ropa, pero lo disimuló y empezó la típica conversación banal sobre los estudios. Subí y doble las rodillas para que mi falda se remangase y mostrase mis muslos en toda su integridad, y dejé caer descuidadamente mi pierna sobre la de mi hermano, de tal manera que pudiese ver claramente mi bonito tanga que apenas tapaba el monte de Venus. Evidentemente la situación no era fácil para él, pero en un momento de valentía, puso su mano sobre mi pierna. Como pasaba el tiempo, mi hermano no se atrevía y yo estaba decidida a disfrutar el máximo posible antes de que volviesen mis padres, tomé la iniciativa; cogí la mano de mi hermano que estaba sobre la pierna y la puse sobre mi vulva. Después de eso, Juan se lanzó de lleno a los placeres de la carne. Me besó lujuriosamente mientras introducía sus dedos en mi vagina. Yo le toqué el miembro grande y duro que se intuía tras el pantalón. Quise sacárselo, pero mi inexperiencia lo complicó bastante; pero él se dio cuenta y me facilitó el trabajo desnudándose completamente y desnudándome a mí. Su polla era preciosa, no de las más grandes que había visto en las pelis porno, pero dura y vigorosa como un roble. Tenía muchas ganas de chupársela, nunca había tenido un pene en mi boca y me apetecía muchísimo, así que fui hacia él y me lo introduje hasta la garganta. ¡Qué placer! mi boca era como una vagina, la misma textura, la misma humedad y esa sensación de plenitud. El me echó sobre la cama y, sin quitar su polla de mi boca, se puso encima de mí y metió su lengua en mi coño. Recorría con fruición todos mis órganos sexuales; lamía con ansia mi clítoris mientras con sus dedos friccionaba mi vagina; chupaba mi culito e incluso metió su lengua en mi ano. Estaba entusiasmada. Nunca sospeché que mi hermanito pudiese darme tanto placer. Él estaba tremendamente excitado; yo sabía que en el momento en que me la metiese se correría de la excitación, así que le pedí que me follase. Acercó su polla a mi ardiente coño pasando su glande por los candentes labios de mi sexo y, al acercarle a la entrada de la vagina, como si un potente aspirador lo hubiese absorbido de golpe, se introdujo totalmente dentro de mí. Fue el delirio, di un grito de placer y le clavé mis uñas en su espalda. Se puso a bombear violentamente su polla en mi coño, y en pocos segundos vació su esperma en lo más hondo de mis entrañas ayudado por los espasmos que en mi vagina producía el salvaje orgasmo que estaba teniendo. Durante un largo rato nos quedamos inmóviles, los ojos cerrados, disfrutando de los rescoldos del inmenso placer que nos habíamos proporcionado, hasta que poco a poco fuimos recuperando la sensación de realidad. Él siguió con su pene en mi vagina a pesar de que se iba quedando flácido; pero no llegó a quedarse totalmente pequeño. Me besó, acarició mis pechos que, según decía, eran los más bonitos que había conocido, y eso le fue devolviendo vigor a ese pene que crecía dentro de mí. Cuando estuvo totalmente duro, volvió a sus movimientos rítmicos, solo que esta vez más calmado que la anterior. Me puso a cuatro patas y me folló como si fuera una perra. Se tumbó sobre la cama y me puso encima de espaldas a él. Yo me reí, pues me acordé del anterior fin de semana y pensé que así era como le hubiese gustado hacer el viaje; se lo dije y, riéndose, me hizo girar sobre mí sin sacar su polla, lo que nos dio un tremendo placer, y me dijo que así es como le hubiese gustado, frente a él. Siguió moviéndose y abrazándome hasta alcanzar una salvaje excitación; aceleró el ritmo conmigo tumbada bocabajo y él encima golpeando mis nalgas hasta que nuestros cuerpos, ebrios de pasión, estallaron en un descomunal orgasmo que nos dejó exhaustos sobre la cama un tiempo indefinible.

Poco a poco fuimos recobrando la conciencia de la situación en que nos encontrábamos y nos besamos y abrazamos. Ël limpió con los klínex que yo había preparado el semen que manaba de mi vagina, aprovechando para besar mi vientre y subir por mi cuerpo hasta mis pezones, que le gustaban especialmente, y mi cuello, mis orejas y mis labios, para por fin tumbarse a mi lado con una placentera relajación.

Como tenía miedo a que nos quedásemos dormidos y había pasado suficiente tiempo para que pudiesen volver nuestros padres, decidió levantarse y vestirse. Me volvió a besar, me dijo que era la hermana más guapa del mundo y se fue al salón a esperar a que volviesen nuestros padres. Coloqué las cosas, fui al baño a lavarme y de paso a provocar un poco a mi hermano pasando desnuda frente a él, que se levantó y me volvió a besar y a acariciar los pechos y a punto estuvimos de volver a empezar, pero como no era posible, volví a mi cuarto, me puse el pijama y me metí en la cama a disfrutar de la felicidad que sentía.

Al día siguiente, a pesar de que nuestros cuerpos se deseaban con ardor, decidimos no volver a repetir la experiencia pues no había que olvidar que éramos hermanos y podría ser peligroso para nuestra integridad psíquica. De todas formas, creo que tanto a él como a mí, nos quedó la sensación de que en cualquier momento cederíamos a la tentación.