Mi hermano es el líder de una banda de mafiosos

Y para entrar al grupo primero ha de cogerme.

Tengo una cintura estrecha, unas nalgas y unos pechos grandes y firmes y un rostro angelical que oculta mi fogosidad innata detrás de facciones aniñadas. Estoy buenísima, y desde siempre he sido el sueño húmedo de muchos. Me gusta llamar la atención, saber que los hombres babean cuando me miran el escote y las mujeres mueren de envidia cuando camino junto a ellas. Es placentero saber que muchos incluso pagarían por un poco de mi atención, pero tengo que admitir que ser tan hermosa y tener un cuerpo escultural también tiene su lado problemático. Algunos creen que por mi forma de vestir y de actuar ando por la vida acostándome con medio mundo, pero no es así. Soy en extremo sensual, lo sé y lo gozo, pero de eso a dárselas a cualquier hijo de vecino hay mucha diferencia. Por desgracia no todos lo entienden, y eso me ha causado dos que tres conflictos. El más grave de ellos ocurrió una tarde de febrero, en mi propia casa

Recuerdo que pensé que estaba sola, por lo cual no me preocupó salir desnuda de la regadera. Suena demasiado egocéntrico, no tienen que decirlo, pero me encanta admirar mi perfección en el espejo, observar mi cuerpo desde todos los ángulos y agradecerle a la genética por mi belleza. Eso mismo hacía aquella tarde, cuando de pronto mi padre entró al cuarto sin al menos avisar. Se suponía que su jornada de trabajo terminaba hasta las siete de la noche, pero el muy idiota se había agarrado a golpes con su jefe y lo habían corrido una vez más. Eso no me lo dijo él, sino uno de sus compañeros días después. Mi padre estaba demasiado borracho como para hacer algo más que disfrutar con descaro de mis atributos. Le gustó tanto la escena que cuando intenté cubrirme me quitó la toalla y la tiró al piso. Luego me arrojó contra la cama y se echó encima de mí. El muy desgraciado pretendía violarme como lo hizo por años con mi madre.

Un par de golpes le fueron suficientes para someterme, y enseguida me clavó su aliento a alcohol en el cuello y separó mis piernas. Se bajó los pantalones y me presumió una polla que apestaba más que su boca. Me dijo que con ella iba a hacerme mujercita, y su babosa punta recorrió desde mi cara hasta mi vientre. Afortunadamente apareció mi hermano y el degenerado de mi padre calló al suelo antes de lograr meterme algo. Aldo había salido temprano de su última clase y se dirigió inmediatamente a casa para comer conmigo, pero en lugar de eso encontró a mi padre tratando de abusar de mí, y sin pensarlo dos veces comenzó a golpearlo. Gracias a la desarrollada musculatura de mi hermano y al estado inconveniente de mi padre, el rostro de éste pronto se cubrió de sangre. Yo estaba pasmada, incapaz de intervenir, pero cuando sorpresivamente mi asqueroso padre le dio un giro a la pelea, tomé las tijeras con las cuales me cortaba el pelo y

El filoso instrumento atravesó los músculos del cuello y provocó un sangrado escandaloso e incontrolable. Mi padre se retorcía tratando de jalar aire, mientras mi conciencia disfrutaba llamándome asesina. En un par de minutos mi progenitor dejó de existir y mi hermano decidió pagar mi crimen, pues no quería que su hermanita se pudriera en una cárcel. Ahora sé que no fue justo, que debí ser yo la detenida, pero en ese momento ni siquiera me negué, pues el trauma de haber matado a alguien me paralizó. Cuando un oficial de la policía esposó a Aldo y lo subió a la patrulla ni siquiera derramé una lágrima. Estaba ida, completamente falta de juicio, incapaz de asimilar lo que ocurría a mi alrededor. Los paramédicos me llevaron a una clínica donde me atendió una psicóloga, quien a base de paciencia y constancia me devolvió la cordura días después. Fue entonces que la admiración hacia mi hermano alcanzó niveles de deseo.

Gracias a su gran inteligencia, su habilidad natural para jugar básquetbol y sus dotes artísticas, mismas que jamás entendí de quién heredó, mi hermano siempre ganaba becas y concursos y el dinero que obtenía compensaba la irresponsabilidad de mi padre y nos ayudaba a irla pasando. Cuando un infarto terminó con la vida de mi madre, además de ser el hermano modelo, mi ídolo, Aldo se volvió mi consejero, mi sustento emocional. Siempre lo respeté y lo quise mucho, pero cuando se culpó de la muerte de mi padre ese respeto y ese cariño se convirtieron en pasión. Todas las noches soñaba con su regreso, y la idea de entregarle mi cuerpo para premiar su sacrificio fue lo único que me sostuvo durante el tiempo que él estuvo preso. Yo tenía dieciséis cuando se fue, cuando se lo llevaron por mi culpa. No sabía absolutamente nada de la vida, pero el amor platónico y carnal que Aldo me inspiraba me dio fuerzas para vencer cualquier obstáculo.

A pesar de que el homicidio se cometió en defensa propia, el juez condenó a Aldo a diez años de cárcel. Cuando el juicio se llevó a cabo mi hermano tenía diecinueve, lo que significaba que al término de su sentencia estaría rozando la treintena y su vida estudiantil y deportiva habría acabado y la desdicha lo perseguiría hasta la tumba. O al menos eso creí, porque la realidad fue muy distinta. Antes de cumplir seis años de su pena mi hermano tocó inesperadamente a mi puerta. Más que volverlo a ver, libre mucho antes de lo esperado, lo que me impactó fue lo cambiado que él estaba. Aldo había suplido su vestimenta algo ñoña con unos jeans rotos, una playera sin manga y un corte de cabello al ras del cráneo, además de llevar un par de tatuajes en el brazo. Parecía uno de esos vándalos que abundan por el barrio, y aunque debo de admitir que su nuevo look de delincuente me atraía en extremo, fue imposible no quedarme con la boca abierta.

– ¿Ya no te acuerdas de mí o qué? – Protestó mi hermano ante mi falta de emoción.

– Este… sí, nada más que… – intenté explicar lo que sentía, pero fue imposible continuar hablando y me eché a llorar.

– ¡Ven para acá, princesa! – Exclamó Aldo con la voz entrecortada, antes de abrazarme y de llorar conmigo, demostrando que a pesar de la rudeza de su atuendo en el fondo era el mismo que de niña me contaba fábulas.

Entramos a la casa y por un buen rato todo fueron lágrimas y abrazos, pues las palabras no alcanzaban a expresar nuestro grado de alegría. Aldo me besaba la frente, me miraba a los ojos y me volvía a apretar entre sus brazos, mientras que yo olvidé por un segundo mi deseo de estar con él en una cama. Cuando nos calmamos me contó que los dos primeros años en aquel cerezo fueron un martirio, pero que después vivió como rey debido a que se convirtió en el jefe de una banda tras asesinar al antiguo líder, y que fueron los contactos que ganó por ese crimen los que consiguieron reducirle la sentencia. Su historia sonaba a guión de serie gringa, pero ni siquiera le tomé importancia. Si mi hermano había matado pues estábamos iguales, y si era el jefe de una banda yo tenía un negocio de hotline. Quizá la vida nos llevó por rumbos poco honestos, pero lo que para mí contaba era volver a compartir la cena, estar juntos después de tanto tiempo.

– Creí que a mi salida ya serías doctora – comentó cuando le dije lo de mi trabajo –. Según recuerdo, antes de marcharme eso querías.

– Pues eso quería, pero la verdad es que ni terminé la prepa – confesé –. Cuando te marchaste también se fue el dinero de tus becas, y tuve que elegir entre comer y estudiar.

– Lo siento mucho – se disculpó innecesariamente –. Te juro que no pensé en eso cuando me llevaron.

– La que debe disculparse es otra, ¿no crees? – Sugerí al tiempo que retiraba los platos de la mesa –. Sé que no te voy a devolver estos seis años, pero siento mucho que te hayan castigado en mi lugar. Perdón, hermano. ¡Y gracias!

– Ni lo menciones, que así lo quise yo. La cárcel es muy dura y… ¡Ya todo está olvidado! Mejor cuéntame de ti. ¿Qué onda con la hotline? – Inquirió curioso.

– Pues no es la gran cosa – respondí con falsa indiferencia –. Cuando caí en la cuenta que tenía que mantenerme sola comencé a buscar trabajo, pero nadie quiso contratarme por mi linda cara. Cuando me llegó la desesperación pensé en prostituirme, pero no sabía lo difícil que es ese negocio con eso de los padrotes y las cuotas a los policías. Una chava me contó sobre esas ondas y mejor me fui por otro lado. Fue cuando encontré un anuncio que solicitaba mujeres con bonita voz. Yo de ingenua imaginé que pronto sería la gran cantante, pero nada que ver. Ahí me tienes a los dos días describiéndole mi cuerpo a un desconocido. La verdad me dio flojera, pero al parecer mi voz adolescente incrementó el número de llamadas y poco a poco me fue yendo mejor, hasta que me hice socia del patrón y ahora tengo mi propia sucursal. ¿Qué pasó contigo? ¿Cómo pasaste de ser un genio a líder de una banda de mafiosos?

– Pues igual que a ti no me quedó de otra, pero después te digo. Mejor sígueme contando de tu sucursal. ¿Están ricas las chavas que contestan? – Delató su calentura acumulada –. ¿Cobran caro la llamada? ¿Qué tipo de cosas dicen?

– En lugar de contestarte – tomé un pedazo de papel y una pluma y anoté el número de mi línea caliente y una clave de acceso gratuito –, ¿por qué mejor no lo averiguas? – Le entregué la nota –. Si les dices esa clave, va por cuenta de la casa. Es lo menos que puedo hacer para recompensarte. Llama mientras yo me doy un baño.

En cuanto me fui dizque a bañar, Aldo se sentó en la sala y agarró el teléfono, dispuesto a desahogarse aunque fuera con palabras. Mojada tan sólo de pensar en verlo masturbarse, abrí la llave de la regadera para que no fuera a sospechar que en realidad lo estaba espiando. Él había dicho la clave y cuestionaba a una de mis chicas sobre su sostén y sus braguitas. En verdad que andaba urgido, porque de inmediato se bajó los pantalones y empezó a sobarse por encima de la trusa. Al poco rato la excitación de Aldo era tan grande que sus calzoncillos no pudieron contenerla y se sacó la verga. ¡Casi me derrito al verla! Mi adoración por Aldo me había hecho idealizarlo y me lo imaginaba bien dotado, pero nada era seguro. Comprobar que sus medidas reales no rompieron con la fantasía me calentó hasta el punto de quitarme los calzones y meterme un par de dedos. Tuve que esforzarme para no gemir, o de lo contrario Aldo me descubriría.

Aunque mi calentura me decía que era una pendeja por dejar que mi hermano se masturbara con las palabras de una tonta en lugar de que estuviera dándome fierro, no quería apresurarme. Tenía que ser inteligente y llevarlo hasta el punto en que él mismo me rogara hacerle el favorcito, tener paciencia o Aldo terminaría rechazándome. Lo intenté, de verdad. Mientras él se la machacaba y le decía cosas sucias a la zorra en el teléfono, yo jalaba de mi botoncillo y me mordía los labios para no correr al sillón y echarme a mi hermanito. Mientras su polla se ponía cada vez más dura y su voz prácticamente era un jadeo prolongado, yo apretaba mis pezones imaginando que era mi hermano quien lo hacía. Aguanté lo más que pude, pero más de veinte años de pureza ya son muchos, y al final corrí a la sala, me senté encima de Aldo y lo besé en la boca. Para mi desgracia, y como era de esperarse, él me empujó y caí de nalgas contra el suelo.

– ¡¿Qué chingados traes?! – Preguntó entre molesto y confundido.

– No me rechaces, Aldo – le pedí al tiempo que me le colgaba de las piernas –. No me hagas sentir una arrastrada, por favor.

– ¡Pues entonces quítate de encima! – Exigió volviéndome a empujar.

– ¿Por qué me tratas así? – Inquirí haciéndome la digna, cuando en realidad si yo fuera mi hermano ya me había matado a golpes por rogona –. Me salvaste de la cárcel, me confesaste que eres líder de una banda de delincuentes por haber matado al antiguo jefe, te regalé una llamada con mis chicas, te masturbabas en mi sala… ¡Creí que había confianza!

– ¡Párale, chiquita, que estás diciendo puras tarugadas! Por supuesto que hay confianza, pero de eso a que tengamos sexo… ¿En qué andabas pensando? ¡Somos hermanos, carajo! – Exclamó el muy cursi.

– No estoy loca, sino enamorada – continué con la cursilería –. Eres el hombre de mi vida, Aldo. ¡Sigo siendo virgen para ti!

– ¿Qué…? ¡Estás pero si bien mal, mujer! A mí se me hace que tanta llamadita ya te puso loca – aseguró el muy maldito, quitándole importancia a mis profundísimos sentimientos –. Y mejor ni sigas, que me largo a un hotel – advirtió, y enseguida se encerró en su antiguo cuarto.

¡Vaya escena! Según yo queriendo ser paciente para no ahuyentarlo, tratando de actuar inteligente para seducirlo, y lo primero que hice fue tirarme a sus pies y convertirme en la reina del drama. ¡Qué estúpida! Era lógico que se encabronara y me mandara al diablo. Para envolverlo debí de hacerle insinuaciones poco a poco, irlo seduciendo, pero en verdad que la calentura aquella noche era bastante y no pude contenerme. Todo estaba perdido, o al menos eso pensé cuando Aldo se metió a su cuarto y volvió a llamar a mis muchachas, dispuesto a matarse a pajas el muy desperdiciado. Los meses pasaron y mi hermano cada vez se distanciaba más. ¡Estaba desesperada! Afortunadamente me topé con Bianca, una de las pocas integrantes hembras de la banda que Aldo encabezaba desde hacía un par de años. Sin que yo me lo esperara y sin que ella lo supiera, la oportuna chica me informó la forma de cumplir mi sueño. Pronto Aldo sería mío


Siendo sinceros, cuando aquella noche marqué a la hotline de mi hermana imaginé que era ella la que me decía cómo gozaba con mi verga dentro. Tenía seis años sin ver a una mujer, y al llegar a casa me encuentro con que Alma está echa un cuero y trabaja en el negocio del sexo telefónico… ¡Así a cualquiera se le olvida el parentesco! Además, con el tiempo que vivimos separados y ese como rencor que me dejó la cárcel ya no me sentía su protector. Es más, ya casi ni su hermano. Pero fue ese casi el que me hizo reaccionar como lo hice. Bien podría haber aceptado desvirgarla, mas todavía quedaba un poco de fraternidad en mí. Me aterraba que mi hermana me insistiera, porque iba a terminar cediendo a sus caprichos, y mal que bien todavía creo en Dios. Por suerte Alma se calmó… pero tan sólo un par de meses. Bianca, una perra estúpida a la que no podía quitarme de encima fue de rajona con mi hermana, y entonces sí que no hubo escape.

– ¡Quiero entrar al grupo! – Exigió Alma a mitad de una junta de negocios.

– ¡¿Qué… haces aquí?! ¡¿Quién te dijo donde estaba?! – Inquirí sumamente encabronado, parándome de la silla y golpeando la mesa donde los líderes de otras dos bandas y yo nos repartíamos la zona.

– Una tal Bianca – contestó despreocupada –, pero eso no importa. Quiero que me admitas en tu pandillita, y según lo que me dijo ella no puedes negarte.

Como se han de imaginar, no es sencillo enrolarte en un grupo como el que dirijo, no se trata de dejar solicitud para ver si te llamamos, ¡no!, es un camino largo y doloroso en el cual se van quedando muchos. Hasta antes de que yo llegara al trono así se manejaban las entradas, prueba tras prueba y castigo tras castigo. Sin embargo, obedeciendo a la calentura, siempre mala consejera, se me ocurrió la grandísima idea de hacer algunos cambios cuando se tratará de una "dama". Con tal de desquitar esos seis años sin gozar de una hembra, y como si a mi salida no me sobraran oportunidades, decreté que si una mujer quería ser parte de la banda tendría primero que pasar por mi cama, sin excepciones ni rechazos, así fuera la vieja más fea tendría que echármela. Y la verdad es que todo iba poca madre, hasta que mi inoportuna hermana interrumpió la junta exigiendo su ración de polla, enfrente de otras dos pandillas, por si fuera poco.

– ¿Qué onda, pues? ¿Cuándo y dónde va a ser? – Preguntó Alma en tono burlesco, sabiéndome atrapado.

– Mañana a las cuatro – respondí después de unos segundos –. Aquí mismo.

– ¡Perfecto! – Exclamó la desgraciada, y enseguida se marchó.

La verdad es que no sé qué me molestaba más, pero estaba que me llevaba el tren. Sí, es cierto, yo también me la quería coger, pero por más ganas que tuviera la mendiga conciencia continuaba sermoneándome. Además, había sido ella la que me había estado cazando, y eso hacía sentirme menos hombre. Aunque las nuevas reglas decían que no podía rechazar a ninguna, pude hacerlo, que al fin y al cabo yo era el jefe, pero haber dicho que no me habría acabado. Si me hubiera negado habría quedado como maricón ante mi gente, y en el bajo mundo no te sirve ser una nenita, a menos que quisieras terminar en la barranca con una bolsa en la cabeza y un cuchillo en el trasero. Fingí que habían sido las circunstancias las que me obligaron a decir que sí para no sentirme tan degenerado. ¡Tendría sexo con mi hermana! Es irónico, pero ese asuntó me causaba más remordimientos que el asesinato que ordené después de que mi hermana se largara.

Cuando mis hombres se enteraron de la relación que había entre Alma y yo me miraron con ojos de terror los muy cabrones, como si fuera yo el peor de los psicópatas. Al igual que yo habían cometido crímenes, pero al parecer ninguno era más grave que acostarse con la hermana. Según ellos ninguno lo haría pues la familia era sagrada, y por eso más me respetaron, por cumplir con mi palabra a pesar de todo. Al menos ellos se fueron tranquilos, sabiendo que su jefe era un maniático con los huevos suficientes para realizar cualquier atrocidad con tal de hacer cumplir los reglamentos que el mismo había impuesto. Ellos iban a dormir como angelitos, pero yo iba a despertarme a media madrugada por los manoseos de Alma. Desesperada e impaciente como ella sola, como si al día siguiente no fuera a pasar, la loca de mi hermana se metió bajo mis sábanas, me bajó los pantalones y empezó a mamármela, tan rico, que al instante se me puso dura.

– ¡Lárgate de aquí! – Le grité en cuanto descubrí que aquello no era un sueño. Me subí los pantalones –. Ya conseguiste lo que querías, ¿no? ¿Por qué no puedes esperar hasta mañana? – Mientras le reclamaba su impaciencia noté que iba desnuda, y se me puso todavía más dura.

– Para qué esperar, si ya estás más que listo – hizo referencia a mi erección –. ¿Por qué mejor no aprovechar el tiempo? – Empezó a acariciar sus enormes y hermosos pechos –. ¿Qué te parece si lo hacemos ahorita y mañana pretendemos que nada pasó para así volverlo a hacer? – Apretó suavemente sus oscuros pezones, tan rígidos como mi verga –. ¿Qué me dices? – Se recargó contra la pared y se metió dos dedos en el coño –. ¿Esperamos a mañana o no? – Me ofreció sus dedos con sabor a hembra, mismos que chupé goloso, haciéndola sentirse victoriosa –. Ya me imaginaba que también me traías ganas – comentó orgullosa, sacándome del trance erótico que era su cuerpo.

– ¡Lárgate de aquí, maldita bruja! – Repetí falsamente molesto, fingiendo que me daba asco su actitud –. Si algo habrá de suceder entre nosotros es única y exclusivamente porque tengo que cumplir con las reglas que yo mismo impuse, y no porque te traiga ganas como dices – mentí otra vez.

– Está bien, está bien. Si jugar al santurrón te hace sentir mejor, está muy bien. – Caminó hasta la puerta –. Pero ya verás mañana… – finalmente se marchó, y yo corrí a hacerme una paja.

Las horas que faltaban para que el reloj diera las cuatro transcurrieron lentamente. A pesar de que el nocturno encuentro con mi hermana y la proximidad de aquel que habría de ocurrir en mi oficina me tenían en excitación constante, los restos que aún quedaban del antiguo Aldo no paraban de fregarme. Y de estarme chingue y chingue terminaron convenciéndome de no asistir a la esperada cita, por lo cual se me ocurrió que el más cercano de mis hombres me reemplazaría. Aun cuando la idea de follarse a mi hermanita se la puso como piedra, él fingió que no quería, argumentando que podría tener problemas con la banda y otras madres. Al final aceptó, no sin antes dejar en claro que sería un sacrificio. ¡Sí, cómo no! ¿Con quién creía que estaba hablando? ¡Maldito hijo de puta! A leguas se notaba que el muy puerco babeaba por mi hermana y eso me emputó. Quise matarlo a golpes, pero pude controlarme. Que fuera él quien se cogiera a Alma, era sin duda lo mejor

– Ya estoy aquí – anunció mi hermana a las cuatro en punto.

– Qué bueno que llegaste, chiquita – sentenció Josué, mi hombre de confianza, quien vestido con tan sólo una bata se paró frente a mi hermana –. Porque ya me muero por… probarte – agregó quitándose la bata, mostrando su erección ante mi hermana.

– ¿De qué estás hablando? ¿Quién demonios eres tú? – Le preguntó Alma, claramente sacada de onda por habérselo encontrado a él en vez de a mí.

– Soy al que le vas a dar el tesorito, mi reina – contestó Josué –. Y no me pongas esa cara, que así lo decidió tu hermano. Yo nomás estoy cumpliendo órdenes.

– Con que así lo decidió mi hermano, ¿no? – La expresión de Alma cambió de completa confusión a malicia aterradora, como si estuviera a punto de vengarse por mi cobardía –. ¡Pues entonces que así sea! – Exclamó llena de júbilo –. Ven acá y quítame la ropa – le ordenó a Josué, y el bastardo de inmediato obedeció.

No sé si Alma se imaginó que los veía escondido tras una pila de cajas, pero el placer que había en su rostro, ya fuera por hacerme sufrir o porque en verdad le había gustado la idea de que Josué se la cogiera, me encabronaba más que ver sus prendas caer una a una al suelo. Supuestamente me había quedado en aquella bodega que usábamos como cuartel para supervisar que todo saliera bien y que las cosas no se fueran a poner violentas, pero cuando mi estúpido secuaz encueró completamente a Alma ya no pude pretender que estaba ahí para cuidarla. El hijo de perra la besaba como animal y no dejaba de meterle mano, y la puta de mi hermana se dejaba hacer. Y no sólo eso, sino que tomando iniciativa se sentó sobre un banquito y se tragó la verga de Josué. Fue entonces que masturbarme viendo aquella escena ya no me bastó, y saliendo de mi escondite empujé a mi achichincle y clavé mi hinchado pene en la boca de mi hermana.

A la mejor mi hermana sí era virgen, pero en las mamadas ya era experta. A pesar de que para nada la tengo chiquita, Alma se metió entera mi polla y comenzó a lamerla de una forma que me puso como loco. Subía y bajaba por el tronco, me chupaba la puntita, la dejaba en su garganta sin asquearse… Me la puso más dura que nunca, y a punto estuve de venirme. Afortunadamente me contuve y luego de sacársela me apoderé de sus redondos senos. Los besé y los lamí por horas. Mordí sus ricos pezoncitos, para enseguida hundir mi cara entre sus piernas y morderle ahora el clítoris. Alma se retorcía de gozo con cada caricia y con cada dedo que le iba introduciendo. Su coño escurría. Sus manos empujaban mi cabeza más adentro. No paraba de gemir. Estaba excitadísima, pero más lo estaba yo. ¡Necesitaba follármela! La cargué hasta una mesa, la abrí de piernas y sin más reparos le enterré la verga, hasta el fondo, justo como ella lo deseaba. Inicié la cabalgata.

Antes de que me llevaran preso me cené varias damitas, pero ninguna tan estrecha como Alma. Me apretaba delicioso, y me impulsaba a darle con más fuerzas. Sus jadeos y los chasquidos que se oían cuando la penetraba me pusieron como toro, y cada vez se la clavaba con más ganas. Sus gemidos también fueron en ascenso, hasta que entre gritos se corrió a mares, y aprovechando que sus jugos le chorrearon por entre las nalgas, me dispuse a desvirgar su otro hoyito, recordando el tiempo que viví en la cárcel. Gracias a que estaba en medio del orgasmo, Alma ni siquiera se enteró que le estaba dando por el culo. Para cuando lo notó, la parte complicada había pasado, por lo que se limitó a mover su caderita. Con la intención de que su segunda llegara antes que mi primera, acompañé mis salvajes embestidas con caricias en sus tetas y en su concha, pero en eso me acordé del pobre de Josué. Misericordioso como soy, lo invité a participar.

– Ven y fóllatela por delante – le ordené al sorprendido muchacho, quien hasta entonces se había conformado con ver.

– Eres… un cerdo, hermanito – comentó Alma al percatarse de mis planes –. Y… – la voz se le cortaba – ¿sabes qué? ¡Me encanta! Ven y… métemela por delante – secundó mis instrucciones, y Josué la obedeció.

Pensé que el trío se acoplaría mejor de pie, pero decidimos acostarnos. Josué se puso de espaldas contra la mesa y Alma se sentó en su erecto falo, que si bien no tiene el largo ni el grueso del mío tampoco está mal, por lo que mi hermana suspiró cuando lo tuvo dentro. Para que se me bajara un poco lo caliente y le aguantara el ritmo a mi achichincle, me entretuve manoseando el culo suavecito de mi hermana. Después también se la clave, y entre los dos le dimos la cogida de su vida. Contra todo pronóstico, el primero en terminar fue mi sirviente, quien por primera vez llenó de leche el coñito delicioso de mi hermana. Luego fue mi turno y exploté abundantemente entre las nalgas de Alma, quien al sentir que el semen le bañaba ambos orificios no tardó en correrse. Los tres estábamos exhaustos, pero a mí se me antojaba más. Ahora que la caja de pandora estaba abierta, ya no la quería cerrar. Mi hermanita había pedido verga, y justo eso le iba a dar