Mi hermano, detrás

El siguió jodiéndome aumentando la rapidez, y me di cuenta de que con mi orgasmo me había empapado las piernas y su polla entraba y salía con demasiada facilidad.

Antes de irse, mi prima me contó una cosa que casi me hizo vomitar. Yo había creído que ella y mi hermano habían practicado sexo completo. Cuando me explicó que sólo habían tenido juegos de insinuación extrema o un poco de exhibición genital, todo me dio vueltas. Lo que yo había estado haciendo ese último mes con Tomás no tenía nombre ni perdón. ¿Y en qué pensaba él? Primero me sentí engañada, pero comprendí en seguida que fui yo la que empezó, por una envidia estúpida. Me sentí aún peor cuando fui consciente también de que aunque Nandi y Tomás hubiesen tenido algún contacto, ellos no eran hermanos, sino primos, primos segundos. Si bien Nandi era como una hermana, no era nuestra hermana. Yo sí era la hermana. Me di una ducha muy fría, quería que el dolor y el frío me alejasen de mí misma. Salí del baño temblando.

Esa misma noche, después de cenar y ya sin mis tíos y mis primas en la casa, me encontré con Tomás en la azotea. Quise hablar con él, pero no supe por dónde empezar y la conversación no iba a ningún sitio en concreto. Me sentía culpable por todo. De pronto, sentí cómo introducía dos dedos por debajo del calzón, metiéndose hábilmente bajo la braguita y buscando mi rajita. El ya sabía el camino, demasiado bien. Le dije que no, pero de una forma tan débil que no nos lo creímos ninguno de los dos. Se puso detrás de mí y encontró la forma de penetrarme sin bajarme siquiera el pantalón, abriéndose paso por la pernera. Yo me ahogaba por la ansiedad cuando recibí su pene hinchado en mi coño mojado. Y es que estaba empapada a la vez que asqueada por mí. Le agarré las manos y le dije que esa sería la última vez. El me dijo que sí, que nunca más, en un tono de sentida liberación al poner punto y final a aquello. Yo lloré pero no quise girarme para que me viera así, secándome las lágrimas entre mis jadeos. Sentía su polla como nunca y estaba segura que para él también fue especial. Por primera vez me corrí antes que él, y sin tocarme con los dedos. He de reconocer que tenía la ayuda del pantalón y las braguitas tirando de mi coño en las embestidas, así que me corrí como nunca antes, con las piernas y el coño temblando. El siguió jodiéndome aumentando la rapidez, y me di cuenta de que con mi orgasmo me había empapado las piernas y su polla entraba y salía con demasiada facilidad. Antes de poder reaccionar, me volví a correr, sintiendo por segunda vez esa corriente eléctrica que me había hecho levitar. Me temblaban las piernas de manera incontrolada y mi hermano empujaba cada vez más fuerte. Por tercera vez, la polla de mi hermano me iba a llevar al orgasmo, y me sentí enormemente sucia. Y contra más sucia, más quería seguir con su polla dentro. Entonces los espasmos los empezó a tener él, corriéndose completamente dentro de mí. Cuando sacó el pene, yo estaba a punto de empezar el mío y me quedé con un apetito que no se me fue en días. Una vez que nos separamos, bajé a la casa sin mirar atrás. Fui directa al baño. Me vi la cara llena de churretes por mis lágrimas secas, pero más abajo, escondida en esas calzonas mojadas, mi coño palpitaba. Me miré con un espejito y encontré mi rajita con vida propia, goteando lascivia y deseo a cada espasmo.

Como me temía, hubo una siguiente vez, y a esa le siguieron más. Si antes follábamos como conejos, sin algún tipo de carga moral, ahora había dejado de ser un juego, y todo el peso de la aberrante relación incestuosa no hacía sino aumentar nuestro gozo. La siguiente vez que me corrí de forma incontrolada fue cuando al fin tocó mi cuerpo. Me estaba jodiendo por detrás, y de pronto sus manos fueron a tocar mis pechos con lujuria. Al fin mis pequeñas tetas quedaron atrapadas en sus manos, estrujadas. Por primera vez me sentí deseada por un Tomás que hasta ahora sólo había tocado mi coño. La novedad de sentir sus manos apretando mis pechos, haciéndolos desaparecer, apretándome unos pezones que apenas podía sujetar con sus dedos, me hizo temblar otra vez y me dejé llevar. Mientras me derretía con sus pollazos, me apretó tanto los botoncitos que pasé de sentir un placer concentrado a sentir dolor, y al momento volví a tener aquel orgasmo sublime, con temblores y flujo incontrolado. Aquel fue otro pequeño punto de inflexión, pues empezamos a follar mirándonos cara a cara.

Los encuentros también fueron más salvajes, en cuanto que Tomás empezó a tocarme y usarme con desesperación, como si cualquier día se acabase lo nuestro. Yo no me cansaba de su polla erecta, me daba igual si quería mi boca o mi coño. Si pasaba el día y él no me había buscado, lo encontraba yo. Una noche llegó tarde a casa y quise comerle la polla para que dulces sueños. El silencio y sumisión de Tomás mientras le abría completamente la bragueta anticiparon la pequeña sorpresa de que su pene olía a coño. Me lo metí en la boca. Además de a vagina también sabía a semen, no me cabía duda. Cuando su polla se acabó de ponerse completamente dura, yo también estaba preparada. Tomás estaba eufórico, pues era su segunda hembra esa noche. Yo me sentía como una puta en celo mientras comprobaba, una vez más, cómo su polla y mi coño encajaban siempre tan bien, preguntándome si la otra lo había disfrutado tanto como lo estaba haciendo yo.

Una noche que mi hermana dormía en casa de unas amigas, alguien entró en mi habitación y se acostó conmigo, detrás de mí. Sentí un pene duro entre mis glúteos, pero fue la mano en mi pecho la que me hizo ver que no era Tomás, sino Alberto. Me sentí desolada y horrorizada. ¿Qué le pasaba a mi familia? Con Tomás me sentía sucia y excitada, pero ahora sólo sucia. Su mano no paraba de tocarme y el pene se hacía más y más duro. Intenté hacerme la dormida, pero el gemido que me salió me delató. Alberto restregaba ligeramente el pene en mi culo, sintiéndolo desde el ano hasta la rajita. Paré aquello y hablamos. Alberto siempre había sido más reservado, dentro y fuera de la familia, así que le presté especial atención con lo que me decía, a pesar de lo previsible de su argumentación: me había visto hacerle a Tomás alguna que otra felación y él quería también usar su pene conmigo. En ningún momento insinuó o amenazó con ir a contárselo a nuestros padres, lo cual me hizo confiar en él.

Le dije que una y no más, sabiendo perfectamente en la trampa en que me metía. Lo hice sentarse en la cama y le quité el pantalón del pijama. Yo me quedé en braguitas y me puse de rodillas. Era la segunda polla que probaría mi boca. Su glande era más almendrado que el de Tomás y el resto de la verga era algo más larga pero más estrecha. Se la chupé lentamente, de la cabeza hasta la base. El empezó acariciándome el pelo, pero poco a poco fui viendo cómo su estilo difería claramente con respecto al de Tomás. Dejó caer cosas ligeramente groseras sobre mi habilidad manejando penes, para terminar usando directamente puta, zorra, comepollas. Me tocaba la cara y dirigía la mamada como si yo fuese un mero instrumento de placer. Cuando eyaculó, que no avisó, yo tenía el coño empapado como una puta zorra comepollas. Tragué todo, la cantidad delataba que alguna paja se habría hecho antes de entrar a mi cuarto, y acerqué mi boca abierta a su cara. Esperaba que se apartara, Tomás lo hubiese hecho, pero Alberto se acercó aún más, casi metiendo la nariz en ella, y me dijo lo satisfecho que estaba conmigo.

Ahora tenía dos machos a los que atender. Me di cuenta de que Alberto sólo quería felaciones y que Tomás alternaba y me usaba de cualquier manera. Un día le dije a Alberto que podía follarme y así lo hizo, desde atrás, como solía hacer con Tomás, pero a su estilo. Sujetándome del cuello, apretándome ligeramente, diciéndome lo puta que era. Y lo era. Una puta en celo que follaba con sus hermanos. Alberto me folló muy duro, sin descanso hasta eyacular. Me hizo sentir una perra cuando me pidió que le limpiara la polla con la boca al quitarse el condón. Pero a pesar de su evidente satisfacción, pasaron los días y no me volvió a pedir que folláramos.

Me costó un mes y mucha insistencia el poder abrir el caparazón de Alberto y averiguar que a él se le ponía dura pensando en que me follaba por el culo. Alguna vez había metido algo por ahí, pero había sentido más placer en la excitación de la idea de practicar la sodomía que por el hecho de hacerlo. No me importaba probar con una polla y que fuese él quien llevase el compás, quizás así fuese distinto. Le dije que si de verdad veía mi culo atractivo, suyo era, y él me dijo que lo tenía divino. Decidimos probar. Tras diez minutos besándome y lamiéndome el ano, yo ya estaba a cien. Probó mi dilatación con un par de dedos, el primero apenas lo sentí, el segundo fue como si me abrasara y me dolió un poco. Estábamos tan excitados que no nos paramos. Con un poco de vaselina, metió el glande. Me dolió, pero no como para que lo dejáramos, sólo nos dimos un respiro y lo sacó. En cuanto me relajé, me metió la mitad de la polla al segundo intento. Aquella sensación era nueva para mí. Metió el resto y empezó a follarme lento. Era placentero e incómodo a partes iguales, sentía como si se me fuera a abrir el culo y a mearme literalmente de gusto a la vez. Instintivamente le pedí más ritmo y entonces empezó a ir todo bien, sobre todo cuando empecé a hablarle sucio y él a mí. Sentía su polla recorrerme y él dejó de insultarme pues sólo oía sus jadeos y la respiración entrecortada, para finalmente eyacular y, tras poder tomar una bocanada de aire, sacar lentamente la polla aún erecta. Cuando me duché más tarde, limpiándome el semen que iba saliendo goteando, reflexioné de la experiencia. No estuvo mal hacerlo por detrás, no sabía si situarlo por encima o por debajo de la felación en relación de cosas que me ponían que un chico me hiciese, y supe que repetiría. De lo que no me cabía duda era de que ahora era una puta completa.