Mi hermanita me pidió follarle el culito
Entonces me aferré a sus anchas caderas, y echándome hacia atrás volví rápidamente a...
Siempre fuimos hermano y hermana. Y estábamos muy unidos, tanto como podían estarlo un hermano y su hermana.
Eso fue hasta que se echó novio, ya que en ese momento me sentí de alguna manera en un segundo plano. Algo normal por otra parte, pues ella era mujer y yo hombre y cuando la calentura aprieta la naturaleza manda.
El caso es que yo no me llevaba bien con su novio y él tampoco hacía por que me llevara. Engreído, sin gracia, feo, tonto y estúpido. Estos son los calificativos que se me venían a al mente, ¡cuando pensaba en aquel pendejo!
Y esto no hizo sino distanciarnos, donde antes hubo amor y convivencia, ahora había distancia y evitación. Sí, lo sé, parece un poco triste y lo es.
Por eso aquel día, en que entré en casa y los pillé chingando en el sofá, ¡la rabia que me corrió por las venas fue increíble!
—¡Pendejos, ya se están largando a chingar a otra parte! —les grité como a perros.
—¡Tranquilo hermanito, dijo mi hermana en bolas levantándose! Sí, ¿tu ya comprendes? Somos novios y esto es lo que hacen los novios.
—¡Yo no comprendo! ¡No comprendo una mierda, se van a chingar al auto o a la casa del estúpido de tu novio! ¡No en nuestra casa!
Lo cierto es que ver a mi hermana con su chochito peludo y sus pechos al aire no hicieron sino que me fijase en sus hermosos atributos, pero la rabia me corroía por dentro.
—¡Ey güey! ¡Para el carro! —dijo el otro con la minga al aire.
—¡Güey tu puta madre! ¡Que te vayas a chingar a otra parte! ¿Es que no tienes carro? Por que claro, eres un mamón que se pasa todo el día holgazaneando, ¿no?
Entonces el tipo quiso agarrarme por el cuello, con el sofá donde chingaban por medio. Forcejeamos y mi hermana trató de separarnos, al final acabé gritando aún más y los tres caímos. Yo sobre el sofá, el pendejo sobre mí y mi herman sobre él tratando de apartarlo.
El muy cabrón intentó ahogarme y ciertamente por un momento me ví perdido. Hasta que mi hermana chilló y le dió de puñetasos en la espalda, pero ni por esas el mamón me soltaba.
Finalmente quedé liberado y este se echó para atrás.
—¡Esto no va a quedar así! Hablaré con papá, ¡le contaré como tu pendejo trató de estrangularme aquí mismo!
Cuando el pendejo me señaló y fue a amenazarme, mi herman le chilló y no le dió la oportunidad de hablar.
—¡Vete! ¡Vete ya, que sólo lo estás empeorando! —le dijo tirándole los pantalones a la cara.
Así el pendejo tuvo que meter su rabo entre las piernas y marcharse.
Admito que hice algo de teatro y exageré el ahogamiento, pero bueno, en el amor y en la guerra todo se vale, ¿no?
El caso es que mi hermana, aún desnuda se acercó al sofá a ver como estaba.
—¿Estás bien cariño? —dijo acariciándome el pelo.
—¡Estoy bien de milagro! Pues el pendejo hijo de su madre casi me ahoga —dije yo incorporándome.
—Está bien, ahorita te traigo un poco de agua —dijo ella yéndose para la cosina.
Cogiendo de camino el vestido volvió con él puesto y el vaso en la mano. Tomé un sorbo y se lo dije a las claras.
—¡Tienes que dejarlo! ¿No viste lo que intentó haser?
—Tranquilo hermano estás nervioso, y lo siento. Pero él no es mala gente, sólo que tú le pusiste nervioso también a él.
—¡Nervioso, casi me ahoga! —dije yo malhumorado.
—Bueno, pero no pasó nada —dijo ella restándole importancia al asunto.
—Ese pendejo depravado podía haberlo hecho herman, ¿no te diste cuenta cómo me agarraba?
—Bueno yo creo que estás traumatizado, será mejor que lo hablemos en otro momento.
—¡No, a mi no me pasa nada! ¡Les contaré a papá y a mamá lo que el pendejo de tu novio ha intentado hacerme aquí mismo en nuestra casa!
Mi hermana cambió el gesto. Pues bien sabía que de airear todo aquello, no le traería nada bueno. Así que intentó convencerme de que no lo hiciera.
—¡Vamos hermanito! No recuerdas los buenos ratos que pasábamos antes —dijo melosa acariciándome mi camiseta rasgada.
—¡Sí que los recuerdo! Pero llegó el pendejo, ¿no lo recuerdas? Y te olvidaste de mi, como de un perro.
—¡Ay hermanito, eso no es sierto! ¡Yo no he dejado de quererte! —dijo ella sin cambiar de actitud melosa.
—¿Ah sí, pues te confieso que me gustó verte en bolas? Tras sacarte la puja del puto de tu novio —dije yo con descaro.
—¡Hermanito, no te consiento! —dijo ella ofuscada.
—¿No me consientes qué? Quieres que le cuente como te daba por tu culito, aquí en el sofá de casa a nuestros padres, ¿eh? Pues me he dado cuenta que no era tu vagina lo que penetraba el puto pendejo, ¿tan bajo has caído como para dejarte meter por tan oscuro agujero?
La bofetada sonó por la estancia, rebotando y provocando reverberación. Me lo tenía bien meresido, si bien, aún tenía por el mango la sartén.
—¡Eso tú empeorando la situasión! —dije tocándome la cara dolida.
—¡Hermanito no quise hacerlo! ¡Pero me sacaste de mis casillas! ¡Entiéndelo! —dijo ella echándose a llorar.
Como se suele desir, lágrimas de cocodrilo o de serpiente, pues así engañó ella a Adam seguramente.
—¡Tranquila hermanita, todo se puede arreglar! Tan sólo has de hacer una cosa por mí —le dije tocándole el hombro.
—¿Qué? —preguntó ella recuperando rápidamente la compostura, pues efectivamente eran lágrimas de cocodrilo.
—Ofréceme tu culito a mi también y todo habrá quedado olvidado.
—¡Tú estás pirado! ¿Cómo se te ocurre pedirme tal cosa?
Apartándome un paso atrás para evitar el posible nuevo golpe, la dejé que bajase su furia y forcé la situación sin hablar en un rato.
—Comprendo que estés enojada hermanita, pero te vi desnuda y no pude evitar excitarme, ¿comprendes? Tú lo haces y yo me olvido y luego si quieres hacer lo que sea con el pendejo, lo haces fuera de casa, donde yo no te vea, ¿de acuerdo?
Esta sopesó la situación, este sí que era un dilema. Pasar por el aro y afrontarlo, o negarse y también afrontarlo. Pues un hermano en pie de guerra puede hacernos mucho daño y tal vez por eso ella decidió afrontarlo.
—¿Y cuándo lo quieres, lo hacemos ya hermanito? —dijo ella girándose y levantándose el vestido enseñándome parcialmente su culito.
—¡Sí, hagámoslo ya, antes de que cambie de idea y decida contarles a nuestros padres lo ocurrido! Tal vez te prohiban volver a ver a mi agresor, ¿lo quieres ya hermanita?
—¡Sí hermanito, hagámoslo ya! No sea que la víbora en que te has convertido se muerda la lengua y se muera con su propio veneno.
Entonces, por increíble que parezca ella se echó en el sofá y se puso en cuatro, y yo poniéndome detrás levanté su vestido. No podía creerlo, ¡qué buen culo y su concha allí desnudos! Ante mi, a mi merced y voluntad.
Me entretuve acarisiando su culo y cuando bajé a su concha esta se removió inquieta.
—¡Tranquila hermanita! Sólo quiero carisias, ahí no entraré, puedes estar tranquila.
—¡Eso tenlo seguro, ahí está prohibido tanto para tí como para mi novio! No quiero quedar preñada en mi juventud.
Entonces mi dedo pulgar se coló en su culo y con mi índice acaricié su clítoris al mismo tiempo, tal vez no esperaba esta combinación, pues con la incómoda situación estaba un poco alterada como yo. Y apretando los labios calló por respuesta, pero su resoplido la delató.
También me permití acariciar la entrada de su vagina, hallando su concha muy excitada y lubricada, detectando un mar de fluidos que bajaban por su hoyito mojándola toda.
—¡Lo vas a hacer ya! —dijo impacientándose.
—¡Sí ya voy, no desesperes!
Y fuí. Mi pija dura y tiesa apuntó a su ojal, y este sonrosado agujero, prieto y arrugado con el esfínter cerradito, fue cediendo a mi presión y yo viéndolo desde atrás.
Un nuevo bufido de ella me alertó, ¿era por dolor o por plaser? No podía saberlo, sólo continuar y esperar acontecimientos.
Despacito se la introduje, centímetro a centímetro y ella apretó los puños mientras lo hacía, en cuatro bien agachada por delante, disfruté cada segundo de aquel osado arte.
Una vez dentro le dejé acomodarse, yo también necesitaba ese respiro, pues era mucha la excitación, tanta que sentía que el corazón se me salía por la boca.
Entonces me aferré a sus anchas caderas, y echándome hacia atrás volví rápidamente a meterla, sintiendo cómo la llenaba, saliendo y entrando una vez más. Así comencé a follarla rico por detrás. Ella apretando los puños y yo apretando sus caderas y mi pija a su culo. Sintiéndola dentro, moverse en aquel calor abrasador, bajo la firme presión que su ojal hacía sobre su base, que cuando la sacaba y la volvía a meter, sentía esa presión firme y constante, lo que incrementó mi placer hasta tener que pararme.
Al verme parado ella comenzó a moverse locamente, haciendo que su culo rebotara en mi pelvis, pues no quería esperar más, quería precipitar el final y acabar. Pensé en sacarla… demasiado tarde, cuando la saqué y la cogí en mi mano apretándola fuertemente por la base, el semen ya había llegado a la vena y pugnaba por salir, así que al soltar la presión para aliviar, el primer chorro blanco salió disparado.
Entonces quise volverla a meter y apretándola contra su culo de nuevo entró en su ajustado ojal, mientras yo me corría arremetí con fuerza contra su culo y la follé con tremendas ganas ya sin disimulo, esta gritó al sentirla entrar y no paro de gritar y gemir mientras me corría y contra ella con gran fuerza arremetía.
¡Uf qué intensa sensación! Sentirla dentro corriéndome por primera vez, fue mi pérdida de la virginidad. En el culo de mi hermanita aquel día, y la dejé dentro todo el tiempo, hasta quedarme detenido, detenido en el tiempo. Ella también agradeció esos momentos de quietud, ensartada por mi pija por su culo, recuperándose del que parecía haber sido también su orgásmo, pues cuando súbitamente la regresé a su culo y sintió que me corría en su interior, en ella se disparó también la excitación y alcanzando su orgásmo nos corrimos al unísono sin yo sospecharlo en aquel momento. Sólo después las pistas de lo ocurrido me lo dieron a entender, pero sí, le había gustado…
Cuando la saqué limpia, su espalda seguía con mi chorro de semen, así que cogí mi camiseta y la limpié como buen gesto. Esta se incorporó y me hizo ver lo ofuscada que estaba.
—¿Contento tras tu chantaje? —me preguntó desafiante.
—¡Sí, ya veo que también has disfrutado! —dije yo poniéndole media sonrisa.
Entonces ella amenazó de nuevo con abofetearme, pero se arrepintió al momento. Bajándose el vestido fue al baño, pues seguramente sentía algo que le caía y quería lavarlo.
Así terminó nuestra alocada aventura. Yo dormí de escándalo aquella noche, recreando los detalles del encuentro, ahí deduje que ella también se corrió y lo mucho que le gustó.
En los siguientes días todo volvió a la normalidad, si bien, tardó en volver a ver a su novio. No sé bien qué pasó, sólo que al siguiente fin de semana, mientras yo dormía en mi cama. De repente un cuerpo se metió a mi espalda.
Al volverme, ¡era ella! ¡No podía creerlo!
—¡Qué pasa hermanito! ¿Me follas el culito...?
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