Mi hermanita Lorena y Susana, su mejor amiga

Me obsesiona Susana, la tía más buena del instituto. Como me odia, la ayuda de mi hermana Lorena será imprescindible para poder follármela.

-¿Está Lorena? –Preguntó inquieta Susana al ver que era yo quien abría.

Me sorprendió tener esperando en la puerta de mi casa a la chica más guapa de toda la ciudad, pero con Lorena viviendo allí cualquier cosa podía pasar.

-Sí… eh… ahora, ahora sale. –Mascullé. Y para sorpresa de aquella diosa cerré en sus narices.

No podía explicarle a Susana que Lorena se estaba poniendo a toda prisa la ropa que minutos antes había desperdigado por todo el salón. Como siempre que nuestros padres nos dejaban solos, se había desnudado ante mí dispuesta a recibir una nueva legendaria comida de coño, arte que había ido perfeccionando gracias a una constante práctica. Mi nueva hermanita se vistió con nervio y salió a recibir a su mejor amiga con un cariñoso beso y un tierno abrazo.

Antes de convertirse en mi hermana y saber que yo existía, Lorena tenía en el instituto su propia familia. El grupo, inseparable, era una especie de aquelarre de brujas que conocía como nadie el poder de la atracción. Como si hubieran sido reclutadas por la Madre Naturaleza, solo las más bellas del lugar lograban formar parte de él. A todo el instituto tenían hechizado y siempre a su lado revoloteaban los chicos más atractivos, populares o ricos del lugar.

Susana era la líder de aquel cónclave de ninfas. Era tan alta como yo y su rostro risueño era una obra maestra de la creación. Sus ojos eran grandes y negros, sus labios gruesos siempre dibujaban una sonrisa perfecta. Su pelo moreno parecía sacado de un anuncio de champú y caía con gracia sobre su cara. No era una potencia sexual como Lorena, sino pura belleza, una tan brutal, elevada e innegable que la convertía en una hembra única. Durante mucho tiempo estuve enamorado de ella en silencio, como muchos otros. Ahora estaba sentada en el salón de mi casa dedicándome una mirada de furia que no había visto nunca antes en aquella candorosa criatura.

-He venido porque me he enterado de lo que pasó. Y quiero saber por qué tu…

-…hermano. –Apuntó Lorena antes de que su amiga eligiera un apelativo menos cordial para mí.- Nuestros padres quieren que nos llamemos así.

-Pues eso, por qué tu hermano golpeó a mi novio.

Me sorprendió la pregunta porque yo ya consideraba agua pasada todo aquel incidente. Desde que me había sumergido en el universo de placer que guardaba Lorena entre sus piernas, parecía que el mundo exterior se hubiera detenido. Deduje que durante nuestra forzada ausencia en el instituto nadie más hablaba de aquello. Juro que en su momento no tenía ni idea de que aquel enorme gilipollas fuera el novio de aquella divinidad, pero al escuchar a Susana hablar todo encajó. Por alguna cuestión que se me escapaba los mayores capullos terminaban siempre junto a las tías más buenas.

-Bueno, Susana… Es que los tíos ya sabes cómo son…

Lorena intentaba suavizar la situación pero yo no me contuve. ¿Cómo podía cuestionar mis actos cuando solo había intentado defender a mi hermana? Respondí con toda la ira de mi orgullo herido.

-A ver, Susana. –Interrumpí.- Si vienes a pedir explicaciones sobre mis actos, hablas conmigo, no con ella.

-Bueno, pues hablo contigo. –La noté más dubitativa que al llegar, cohibida por mi agresividad- ¿Por qué hiciste algo así?

-Le partí la cara a tu novio porque él y los gilipollas de sus amigos intentaban aprovecharse de Lorena y eso no lo podía consentir. Seguro que a él esa parte se le ha olvidado contarla, pero como en el fondo sabes que es un capullo sabrás también que esta es la verdad. Y si no es que eres tonta del culo. Así que en vez de venir aquí a pedir explicaciones a un tío que impidió que tu novio abusara de tu mejor amiga, creo que deberías pedírselas a él.

Toda su infinita belleza se volvió prístina cuando se quedó blanca de la impresión. Casi temblando por mis palabras Susana se despidió de mi hermana, me dedicó una enigmática mirada y salió a toda prisa de nuestra casa.

-¡Joder tío! ¡Cómo te pasas! La acabas de joder la vida. –Me gritó Lorena nada más cerrar la puerta.- Estaba súper enamorada de él. No dejaba de decírnoslo.

-¿Y tú quieres que siga con semejante elemento? Con un poco de suerte se ha desengañado y se libra de él.

-Pues sí, eso está muy bien. Pero podías haber tenido un poco más de tacto, coño. Susana es mi mejor amiga. Es casi como una parte de mí. La quiero mucho y hemos pasado por mucho juntas, así que trátala bien, tío, porque no está acostumbrada a que la hablen de esa manera.

-¿De qué manera?

-Pues sin lamerla el culo.

-Pues es lo que hay. Lo siento si la ha parecido mal.

-No, parecerla mal no creo. Como mucho la habrá puesto tan cachonda como a mí.

Creí por un momento que me estaba vacilando pero descubrí que no era así. Le di muchas vueltas a aquello. ¿Cómo podía un simple discurso despertar aquellos instintos en ella? Me empecé a percatar del poder de seducción que albergaba una sólida seguridad en uno mismo. Supe que de no haber llegado nuestros padres, Lorena me habría demostrado que no mentía sobre su excitación. Supe también que a pesar de ser interrumpidos de nuevo, no tardaría en surgir otra oportunidad.

Estrenar su propia habitación no logró separar a Lorena de mí más que unos metros. A mitad de la noche escuché las puntillas de sus pies descalzos acercándose a mi cama. Empujó la puerta semiabierta y entró. Esta vez había venido vestida tan solo con una corta camiseta que dejaba su pubis al descubierto. Su tanguita se había perdido por el camino. Con lentitud, evitando todo ruido, se subió a mi cama y se encaramó a mi cara, dejando su coño a la altura de mi boca.

Saqué mi lengua y rocé su clítoris. Aquello fue suficiente como para lograr que suspirara. Su sabor era para mí cada vez más reconocible y su gestualidad, sus movimientos, sus convulsiones, cada día más familiares. Mover mi lengua en su vagina, capturar su clítoris con mis labios, besar, lamer, comer, devorar su coño ardiente, era un arte que dominaba con mayor pericia tras cada experiencia.

Supe que estaba a punto de correrse y la capturé por la cintura con mis fuertes manos. Era tan pequeña que la abarcaba por completo. Seguro de mi presa, aumenté el ritmo y la llevé al orgasmo. Ella aguantaba como podía el deseo de soltar un sonoro coro de gemidos. Mordió sus labios. No quería que nuestros padres nos descubrieran.

La torturé durante minutos, alargando su placer hasta casi las lágrimas. Cuando me harté de recibir sus jugos en mi boca, la liberé. Me besó con dulzura, deleitándose con su propio sabor capturado en mi lengua y se marchó con la misma quietud con la que había llegado. No me importó que mi enorme erección, casi dolorosa, quedara pendiente de satisfacción. Sabía que Lorena me recompensaría.

Al día siguiente, en cuanto nuestros padres desaparecieron por la puerta, Lorena se mostró dispuesta a continuar con nuestras “prácticas”. Para ella, yo era un proyecto que ir desarrollando hasta convertirme en su amante perfecto. Como la práctica lleva a esa perfección, no dejábamos de experimentar a cada oportunidad. Ante mis ojos se desnudó por completo y gateando sobre la alfombra del salón, llegó a mi calzoncillo. Con habilidad me liberó de él y sin que este hubiera llegado a tocar el suelo, ella ya se había tragado mi polla. Como buena profesora, Lorena intentaba perfeccionar su técnica mientras enseñaba. Así, sus mamadas habían alcanzado un nivel legendario.

Ahora era yo el torturado. Presionó con sus labios carnosos cada centímetro de mi erección, pringando mi piel con su abundante saliva, que caía al suelo con un curioso chapoteo. Tan magnífica era su técnica, que tanto placer me parecía haber hecho inmune a correrme con precocidad. Me sorprendía mi aguante y ella se aprovechaba de él. Se subió de un salto a la mesa del salón, separó sus piernas y me invitó a entrar. La penetré de un empujón, como me había confesado que más le gustaba, y sin demora comencé a follarme a mi hermanita a un ritmo brutal. Lorena, entre gemidos, me guiaba, corregía y aleccionaba para obtener de ella el máximo placer. Yo por supuesto, le sacaba partido a aquellas lecciones.

No sin gran disciplina para no llenar su coño de lefa, logré llevarla así a un nuevo orgasmo. Agradecida se arrodilló ante mí y succionó mi verga hasta provocarme una vez más a una corrida antológica. Notaba como cantidades de semen grumoso se perdían en su garganta sin que ella reaccionara con algo más que deleite. Como en cada uno de nuestros juegos, ni una sola gota de mi leche quedó desperdiciada. Lorena, me confesó, era casi una adicta a ella.

Como siempre tras todo aquel combate, nos apartamos para dejar a nuestros cuerpos recuperarse. Sudorosos y agotados nos contemplamos. No sé por qué, en aquel momento en el que aún era notable mi orgasmo, mi mirada se perdió en el sofá en el que había estado sentada Susana. Recordé aquellas largas piernas, ese culito perfecto y unos pechos que no podían estar mejor puestos. Recordé el impacto que había logrado en ella mi brutal respuesta y mi polla palpitó.

-Quiero follarme a Susana. –Dije en voz alta. Noté la sorpresa en Lorena.

-Pues buena suerte. Como ahora la caes súper bien…  –Respondió al salir de su estupor.

-Tengo que hacerlo.

-¿Tienes? –Rio.

-Sí. Lo necesito. Quiero follármela porque me pone…

-No te jode. Como a todo el mundo.

-Déjame terminar, mujer. Por eso y porque quiero demostrarme a mí mismo que me puedo follar a una tía así.

-¡Ey, oye! –Dijo Lorena fingiendo indignación- Ya te estás follando a una tía así.

-Lo tuyo ha sido por suerte, no digas que no. ¡Joder Lorena!, si es que has aparecido a los pies de mi cama literalmente. Sino no me habrías hecho caso en la vida.

-¿Y lo de la amiga de tus padres? ¿Suerte también?

-Lo de Muriel fue porque se encaprichó conmigo y porque estábamos solos en el culo del mundo.

Ella pareció comprender mis tribulaciones de inmediato. Entendió que no confiaba en mis propias posibilidades de ligar con otras chicas. Sabía que todo aquel que lograra seducir a Susana sería capaz después de conquistar a cualquier mujer.

-¿Entonces lo haces por ti mismo más que por ella?

-Sí.

-¿Y es solo por eso? ¿No me irás a decir que no te la pone dura?

-Tú me la pones dura. Ella… también. Pero no es lo mismo.

-Susana es la tía más guapa de toda la ciudad.

-No lo niego. Por eso me la pone dura. Pero por nada más. Es diferente…

-Claro, diferente. Porque yo tengo pintas de guarra y ella de niña buena. Así que yo debo ser una cerda y ella la Virgen María.

-¿Y no es así?

-Claro que no, tonto del culo. A Susana hay que cogerla el puntillo para sacar a la guarra que lleva dentro.

-No sabía que llevara una putilla dentro de ese envoltorio tan bonito.

-A ver, que lo de guarra lo digo como un halago. Por lo que hablamos, es una tía que sabe disfrutar si merece la pena. Pero ah, eso sí. Es bonita toda ella. Hasta el coño lo tiene precioso.

-¿Y cómo sabes tú cómo tiene el coño? –Pregunté si pararme a pensar en vestuarios compartidos.

Se ruborizó. Era la primera vez que la veía así. ¿Qué ocultaba? Intuí entonces que Lorena, a su manera, formaba parte de aquel grupo de románticos desesperados por la atención de Susana. Encerrada conmigo en nuestra casa, mi nueva hermana echaba de menos a su alma gemela.

Lorena confirmó mis sospechas cuando volvimos al instituto. Pronto se unió al grupo y no dejó el lado de Susana. En los recreos podía verlas compartiendo confidencias entre risas y luego cómo, para mi sorpresa, Susana me buscaba con la mirada. Sus ojos se clavaban en los míos con aquella aura enigmática que resultaba indescifrable para mí. Lo que sí tuve claro es que jamás debía apartar la mirada o mostrarme intimidado.

Desconozco el motivo pero aquel inocente juego se convirtió para mí en una tortura. Lo esperaba cada día, deseando que fuera distinto. Ansiaba con ingenuidad que ella diera un paso, que me mandara una señal. ¡Estúpido! Era deseada por todos y yo solo era uno más. Uno que, para más inri, la había humillado ante su mejor amiga.

Al rato ella siempre cesaba su acoso visual y volvía a prestar atención a los moscones que pululaban a su alrededor. Muchos pobres chicos sin ninguna posibilidad de conquistarla le confesaban su amor solo para tener el privilegio de su rechazo. Ser humillados en público por Susana era para ellos el único contacto real que tendrían con su amada.

Cada vez que algún chico se acercaba y buscaba su atención una ira ancestral surgía de mi interior. Eran episodios similares a los que me habían llevado a golpear con furia a su desgraciado novio, ahora un pelele olvidado por la diva y apartado del grupo. No eran celos, sino la seguridad de que si lo intentaba como ellos, seguiría su mismo destino.

Lorena notaba mi tribulación pero por algún motivo rehusaba a calmarla. Supe que mi hermana, maestra en el sexo, me estaba dando una importante lección. “Si quieres algo échale huevos y ve a por ello”. No se conquista a una hembra así sentado en la lejanía pero tampoco, como los demás, hincando con sumisión la rodilla ante ella. ¿Cómo iba a ceder Susana ante ellos cuando le demostraban con sus gestos de falsa humildad que no estaban a su altura?

Empecé a meditar estrategias, a fantasear con situaciones, a soñar con los ojos abiertos. ¿Cómo podría conquistarla? ¿Cómo lo había logrado un capullo como al que había golpeado días atrás? La imagen de aquella hembra perfecta me obsesionaba. Cada gesto que hacía en la distancia me parecía memorable. Repasaba en mi mente cada pequeño detalle de su físico y de su vestimenta. El tirante furtivo de su sujetador negro que se escapaba bajo su top.  El escote que realzaba la firmeza de sus pechos. El pantalón que moldeaba la magnífica composición de su culo.

Uno de aquellos días, tras susurrarse secretos al oído con Lorena, Susana se acercó a mí y se sentó a mi lado. Estaba ocurriendo lo imposible. Mi corazón palpitaba a un ritmo salvaje y mis ojos parecían sobrepasados por aquella sobredosis de belleza. Miré a mi alrededor para ver cómo todos los allí presentes cuchicheaban asombrados por aquel giro de los acontecimientos. La chica más guapa del instituto iba a charlar con el tío que había noqueado a su novio. Era mi oportunidad.

-Le he dejado. Lo que dijiste era verdad. –Su voz era dulce y melosa. Nunca me había hablado así.

-Ya lo sé. –Hice acopio de todo mi coraje y me forcé a calmarme.

-Además Lorena me ha contado lo que pasó con pelos y señales. Mi nov… Mi ex se lo merecía.

-Sí que se lo merecía. –Logré controlarme, aunque parecía que las palabras salían solas de mi boca.

-Así que eso, perdona si te pareció mal que fuera a tu casa a pedirte explicaciones.

-Me pareció mal pero acepto tus disculpas. Aquí no ha pasado nada.

-Bueno, sí que ha pasado así que ya te lo intentaré compensar de alguna manera.

¿Compensarme de alguna manera? Estaba claro. Me probaba, jugaba conmigo, como con todos los demás que no eran dignos de su atención. Supe que ahí terminaría todo y algo se rompió en mi cabeza en aquel preciso momento. Sentí cómo se quebraba mi vergüenza, mi espíritu romántico, mi cobardía y mi pretenciosa galantería. Me alcanzó la epifanía y supe cómo debía tratarla. La hablé, como hasta entonces sin saberlo, de igual a igual. Sin temer su reacción, sin mostrarme cohibido, pequeño, inferior. Fui directo. Para ganar a alguien tan valioso como ella debía mostrar que no tenía miedo a perderla.

-¿De qué manera? –Lo espeté con rabia. No se lo esperaba.

-¿Qué?

-¿Cómo me vas a compensar? Lo decías por decir, ¿verdad? Conmigo no vas a jugar como con todos los demás así que habla claro y déjate de historias.

Miró a su alrededor como buscando una tabla de salvación y solo encontró sonrisas de las que no era dueña, sino víctima. Ruborizada se levantó y se alejó contoneando su perfecta figura hacia la seguridad de su grupo. Me sentí harto. Cansado de ser esclavo del destino, una marioneta en manos de las decisiones de otras personas, un simple elemento coyuntural. Me levanté y caminé con rapidez hacia Susana. La capturé cuando aún estaba lejos de sus acólitas. Al notar que la cogía del hombro se le escapó un suspiro de temor. La arrastré hacia el baño ante la mirada de todo el instituto, incluyendo la de una sorprendida Lorena. Entramos, me aseguré de que estábamos solos y cerré la puerta.

El mundo entero desapareció para mí. Solo existía aquel baño de colegio, ella y yo. La miré, avancé hacia ella y viendo que no se apartaba la cogí de la cintura con una mano, sujeté con la otra su cuello y la besé. Para mi sorpresa la candorosa Susana no lo rechazó, sino que se sumió en aquel juego de labios y lenguas durante lo que parecieron minutos. Como si hubiera sido un sueño diurno, escapó de mi presa y se alejó de mí unos pasos. Nos miramos unos segundos, como si nos viéramos por primera vez. De algún modo, era así.

-¿Crees que eres el primero que me mete aquí para enrollarse conmigo? –Me preguntó desafiante.

-No te he metido aquí para enrollarme contigo.

Estaba poseído, fuera de mí. No lograba reconocerme en el reflejo de los espejos de aquel sucio lavabo. Aquel era un nuevo “yo”, uno mucho más poderoso. De dos pasos me planté a su lado y la atrapé de nuevo. Ahora sí que la notaba atemorizada pero también llena de curiosidad. Supe que no tenía ni idea de lo que iba a pasar y me di cuenta de que, en el fondo de mi mente, yo también lo desconocía. Había dejado a mi cuerpo al mando y este siguió sus instintos.

No perdí el tiempo con caricias ni besos. Sabía que Susana había tenido con otros chicos demasiado de aquello. Me centré en lo que sabía hacer, en lo que Lorena me había enseñado a base de práctica. La sujeté con firmeza por el cuello y repasé sus labios gruesos con mis dedos. Su expresión era casi de pánico, pero me dejó hacer. Noté que deseaba dejarse llevar. Levanté poco a poco su falda descubriendo unas braguitas de diseño infantil. En ellas era visible una pequeña marca de humedad que desvelaba la excitación de su dueña.

-¿Qué haces…? –Me preguntó desvalida. –Por favor…

Estaba perdida. Aquello terminó por desatarme. Mi mera actitud había sido suficiente como para calentar a la chica más hermosa del lugar. Palmeé su entrepierna sobre la tela con contundencia. Notaba cómo su coño vibraba con cada pequeño golpe y cómo su humedad aumentada. Susana, paralizada, me observaba con una expresión de absoluta indefensión. Parecía un animalillo atrapado por un depredador. Sentirme por primera vez al mando me puso a mil y decidí pasar a mayores. Con un rudo movimiento bajé aquellas bragas mojadas y dejé su pubis al aire.

Al contrario que Lorena, que siempre iba completamente depilada, Susana se había ocupado de recortar su vello dejando tan solo una llamativa franja de pelo. Dirigí mis dedos a sus labios vaginales y los masajeé impregnándome de su humedad. Los moví con una pericia aprendida durante las últimas semanas, centrándome en estimular un clítoris cada vez más hinchado. Susana gimió entre mis brazos. Aquello me excitó aún más.

Me arrodillé ante ella y para su asombro besé sus muslos chorreantes, subí hacia su oloroso coño y lo empecé a comer con voracidad. Susana, la diosa, la más bella y deseada por todos los chicos de la ciudad, estaba gozando como una auténtica puta con mi lengua en su coñito. De allí no dejaba de manar un líquido que me sabía a manjares a pesar de su fuerte sabor. Era el flujo de la diva, no cabía despreciarlo. Sin importarla que tras la puerta del baño se hubiera arremolinado una multitud, Susana empezó a correrse convirtiéndose en una auténtica fuente. Me inundaba la boca pero no cedí hasta lograr hacerla gritar. Fui entonces yo el asombrado.

Sus piernas temblaron, su cuerpo empezó a convulsionar con violencia y sus rodillas cedieron. Cayó al suelo ante mí, como poseída por un demonio surgido de tan impío placer, y pareció desmayarse. Jamás había visto ni oído hablar de semejante reacción ante un orgasmo tan salvaje. La imagen se quedó grabada en mi mente. Susana había perdido el control por completo. Estaba desmantelada, tirada en el suelo mugriento como una muñeca de trapo, con su falda levantada, sus braguitas por los tobillos y su coño chorreante desprotegido.

Se me cruzó por la cabeza follármela allí mismo sin contemplaciones, pero los sonoros golpes que propinaban nuestros compañeros en la puerta trancada me despertaron del trance que parecía haberme poseído. Me calmé y me apiadé de ella. La levanté como pude, coloqué su ropa, la llevé ante un lavabo y mojé su cara con agua fresca con ternura. Solo entonces pareció regresar de su dimensión de placer. Me miró aún fuera de sí.

-Ay joder, ¿qué me has hecho?

No supe qué responder pero tampoco pude. Me cogió el rostro entre sus delicadas manos y me besó. Estuvimos así hasta que las voces de los profesores llegaron desde el exterior. Abrí la puerta y sin decir ni la más mínima palabra a la muchedumbre que nos esperaba, me fui a casa.

-Se te va la olla muchísimo, chaval. –Me dijo Lorena cuando llegó horas después.

-¿Qué te ha contado?

-A mí, ¡nada! Ha estado como alucinada todo el rato. Lo único que ha dicho a los profesores ha sido que estabais “charlando”. Pero vamos, que tampoco es que hagan falta muchas explicaciones. ¡Joder, estás loquísimo!

Lorena dio unas cuantas vueltas por nuestro salón hasta que su ira cesó y su habitual morbo hizo aparición.

-¿Te la has follado? –Preguntó con su característica picardía.

-No. Solo la he comido el coño.

-¡Qué fijación tío! Pero bueno, no es que me queje porque cada vez se te da mejor. ¿Le gustó?

-Pues viendo lo que pasó, yo creo que sí.

-Joder, cuéntame.

Mientras explicaba a Lorena cómo su mejor amiga había tenido un orgasmo tan intenso que la había dejado al borde de la inconsciencia, mi hermanita no podía dejar de tocar su caliente entrepierna y de morder sus preciosos labios de excitación.

-Jo, qué envidia que me das. –Dijo al terminar mi relato.

-¿En serio?

-Sí. Ver a esa cosita tan guapa corriéndose así debe ser un morbazo que lo flipas. Solo de imaginarlo me estoy poniendo cachonda perdida… no te digo más.

Esa era Lorena, mi nueva hermanita, una auténtica máquina de follar y de ingeniar perversiones. La mejor maestra en el sexo y la vida que había tenido. Gracias a ella había adquirido no solo nuevas habilidades, sino que había descubierto mi potencial.

El día siguiente fue complicado. Todo el mundo comentaba lo ocurrido y los profesores no dejaban de vigilarnos. Las especulaciones sobre lo que había pasado eran por suerte confusas y muy poco acordes a la realidad. Unos decían que me había pegado por hostiar a su novio. Otros que estábamos enamorados en secreto y que habíamos cortado, de ahí aquellos gritos. Había incluso gente que decía que le había propuesto matrimonio y ella lo había rechazado. Aquellas locuras ocultaban una verdad mucho más interesante.

-Tío, ¿pero qué pasó de verdad? –Preguntó Rube. Era, posiblemente, el tío con el que mejor me llevaba. Como no tenía más amigos, Rube era por definición el mejor de todos ellos.

-Pues nada, Rube. Charlamos un rato sobre lo de su ex, discutimos un poco y nada más. A la gente se le va la pinza y se monta sus películas.

-Jo macho. Me quedo yo solo con la Susana en el baño y me explota la polla.

Reímos a carcajadas y aquel fue el único momento en el que pude dejar de pensar en ella en todo el día. Apenas duró un par de segundos. El resto del tiempo solo podía elucubrar con atraparla de nuevo y conseguir llevarla a otro orgasmo antológico. Tenía que follármela como fuera, pero no la encontré por ninguna parte. Pasaron las horas, terminaron las clases, recogí mis bártulos y, abatido, me dispuse a marcharme a casa. Fue entonces cuando Lorena salió a mi paso.

-¿Vamos? –La pregunté para volver juntos como cada día de vuelta a casa.

-No. Ven.

Me sorprendió pero no la llevé la contraria. Supe de inmediato quién la enviaba. La seguí por los cada vez más vacíos pasillos del instituto.

-Solo quiere hablar contigo. –Me dijo Lorena.- Hablar, eh. No te vuelvas loco.

Asentí y la forcé a caminar más rápido hacia nuestro destino. Lorena se detuvo ante la puerta del gimnasio viejo. Era un espacio olvidado, alejado de las aulas y los despachos, que servía de almacén de útiles deportivos. No tenía ni idea de porqué estaba abierto pero entré sin dudarlo. Ella estaba dentro.

Llevaba una pequeña falda, una fina blusa y unos botines de tacón. Relucía entre toda aquella amalgama de balones, pesas y colchonetas. Pensé que nunca la había visto tan atractiva como en ese momento. Me miró preocupada, haciendo acopio de sus fuerzas para poder hablar y decirme lo que, sin duda, había estado pensando desde nuestro encuentro. Me regocijé al verla tan incómoda y dubitativa. Mi seguridad la había aplastado. El miedo había cambiado de bando.

-Mira, aquí no nos ve nadie y así podemos hablar.

-Ya.

-Solo quería decirte que… lo que pasó ayer me gustó pero…

-Ya sé que te gustó. Eso quedó claro, Susana.

-Lo que no sé… lo que no sé es porqué me gustas tú. No… no me lo explico y…

-Igual es que no necesita explicación.

-Ya pero… Verás… No podemos hacerlo otra vez… No sé ni porqué te dejé hacerlo. Yo no soy así.

-¿Qué no eres así?–La interrumpí sin contemplaciones. – Lorena. Vigila que no venga nadie.

Las dos chicas no tuvieron otra opción que ceder a mis deseos. Volvía a estar poseído por el espíritu cada vez más fuerte que surgía de mi interior. Dejé de ser el chico inseguro que había logrado follar por suerte y me transformé en un macho que buscaba lo que quería sin contemplaciones. Así alcancé a Susana y la sumí en un profundo beso.

Quería tomármelo con más calma, disfrutar. Mi entrenamiento con Lorena me había ayudado a dilatar el placer y a posponer el deseo de sentirlo. Ahora, sin presión, decidí que quería apreciar cada centímetro de aquel cuerpo soñado entre mis manos. Agarré su perfecto culo y comencé a manosearlo al tiempo que subía su faldita hasta la cintura. Como el día anterior, su ropita interior era puro candor al contrario que mi tosca actitud. Palmeé su culo y llamé la atención de mi hermana.

Hacía unos segundos que Lorena había pasado de sus labores de vigilancia y se había centrado en nosotros. Pude ver cómo su morbo aumentaba con cada uno de mis movimientos sobre el cuerpo de Susana. Desbotoné uno a uno los cierres de la blusa revelando los turgentes pechos. Ella ante mis caricias y mis avances constantes empezaba a estar, como el día anterior, a mi completa merced. Con habilidad solté su sujetador y dejé al aire sus tetas. Sus pezones morenos se habían erizado y la sutil dureza de sus pechos les hacía parecer tan perfectos que parecían irreales. No pude evitar succionarlos, elevando el ardor de mi amada.

Cuando por fin me separé de sus pezones vi que Lorena estaba a mi lado. La noté cachonda y perversa y supe que aquello se iba a poner aún más interesante para los tres. Lorena, como buena depredadora, quería parte de la presa.

-¿Cómo estás, Susana? –Le preguntó a su amiga.

-Cachondaaa. –Susurró como pudo. Estaba totalmente controlada por el placer.

-Quiero quedarme y ver cómo mi hermano te folla.

-No… no, Lore…

-Sí, tía.

Mi hermanita se despojó de sus pantalones ajustados quedando su perfecto culo, envuelto en un minúsculo tanga, al alcance de mi mano. Sin soltar de la cintura a Susana, le di una contundente palmada en el culito a Lorena, que lo recibió con una mirada de morbo desatado.

-Susana, si hago que te corras como ayer nos vas a dejar hacerte lo que queramos.

-No… no por favor.

-¿No quieres correrte?

Dudó unos instantes. Aquella carita de auténtica incertidumbre me volvía loco. Qué caprichosa y malvada había sido la naturaleza al poner semejante nivel de excitación en aquel cuerpo perfecto, tan alto que era capaz de nublar el juicio a su dueña.

-Sí, sí que quiero correrme. Haz que me corra por favor…

Lorena se llevó las manos a la cabeza sintiéndose superada por aquella situación. Estaba al borde del llanto de tanta emoción. Supe entonces que para ella todo aquello era una secreta fantasía. Todo encajó. Lorena, como yo, deseaba por encima de todo aquel momento. El morbo nos desbordaba. Teníamos a nuestra disposición a la chica más guapa de la cuidad. Era nuestra.

Lorena se puso de puntillas y para mi deleite besó con pasión a su mejor amiga. Susana se dejó capturar por aquel beso infame mientras que permitía a mi mano explorar su coñito chorreante bajo sus bragas. Supe que estaba lista para el siguiente paso. Di una violenta patada a una colchoneta para que cayera al suelo y la tumbé sobre ella. Con la ayuda de Lorena terminé de despojarla de la blusa y de la falda. Entre los dos, como si fuera un ritual herético, bajamos sus braguitas por sus infinitas piernas hasta tenerlas en nuestras manos. Estaba desnuda entre nosotros, la perfección femenina hecha carne.

Abrí sus piernas con cierta violencia y ella gimió. Aquel trato la perdía.

-Susana, escúchame. Hoy te van a comer el coño como nunca antes.

-Ay Dios mío… -pudo decir ella.

Miré a mi hermana y no necesitó ninguna otra señal. Lorena tragó saliva y se colocó entre las piernas de Susana. Besó con delicadeza sus muslos temblorosos y llegó a su coño. Cuando el piercing de la lengua de mi hermana hizo contacto con el clítoris latente de la chica que me obsesionaba, no pude aguantar más. Me bajé los pantalones y el slip y liberé mi polla. Susana, entre sollozos de placer causados por Lorena, abrió los ojos solo para posarlos en mi erección. Apenas pudo hacer más que separar los labios hambrienta. Era incapaz de controlar su cuerpo ante el placer que le estaba dando su mejor amiga.

Repasé sus labios gruesos con mi capullo y poco a poco introduje mi verga en su boquita. La noté ávida por chuparla como seguramente sabía, pero estaba fuera de control. Lorena y su habilidad con la lengua la estaban llevando a un placer tan elevado que era incapaz de concentrarse en otros asuntos. Tomé la iniciativa y sujetándola por la nuca comencé a follarme su boca. Aquella forma tan vulgar de obtener tanto gozo de un cuerpo sagrado no hacía más que excitarme. Solo me detenía cuando ella, la pobre, se veía colapsada por el cúmulo de babas en su interior y tenía que escupirlas en la colchoneta.

Al cabo de unos minutos Susana no pudo aguantar más. El morbo de la mirada de Lorena mientras le comía el coño y la propia habilidad de mi hermana la llevaron de nuevo a un brutal orgasmo. Sus gritos se habrían escuchado por todo el instituto de no tener mi polla dura en su garganta. De nuevo llegaron sus convulsiones, sus ojos nublados y la inacabable fuente de flujo que salía de su interior. Tras unos instantes ambos nos apiadamos de ella y la liberamos. Nuestra clemencia no duró mucho.

Lorena me atrajo hacia ella y me besó, dándome a probar el sabor de Susana. Tanto había descargado en la cara de mi hermana que los suculentos jugos se perdían por su barbilla.

-Quiero ver cómo te la follas. –Me dijo. La noté también fuera de sí.

Lorena cogió mi verga dura y la dirigió a la entrada del coño de Susana. Ella aún convulsionaba de placer, dispuesta a dejarse hacer lo que se nos cruzara por la cabeza. Meneando mi polla abrió los labios vaginales de su amiga y me invitó a penetrarla. No podía aguantar más y de un empujón se la clavé hasta el fondo. Ella despertó de su orgásmico letargo para recibirme con un sonoro gemido y una mirada de pasión. Quería más y se lo di. Empecé a moverme con violencia sobre aquel cuerpo soñado. El golpeteo de mis caderas con sus muslos se hacía cada vez más audible y Lorena me miraba con un morbo indecente. Sin invitación alguna se centró en comer los pechos de Susana, aún impregnados de mi saliva.

-Ay para, por favor… ay, ay para… -Susana no sabía lo que decía.

-Fóllatela más fuerte. –Dijo Lorena con crueldad.

Seguí su consejo y para sorpresa de ambos, Susana se volvió a correr. Aquella vez fue incluso más intenso, brutal y sobre todo alargado. Chorreaba sobre mi polla hasta tal punto que su líquido se deslizaba por mis huevos. Empezó a chillar y Lorena la tuvo que acallar con un soberbio morreo.

No sé el tiempo que estuve follándomela sin remisión, con el único objetivo de alargar su placer. Sentía que podía correrme en cualquier momento y llenarla de leche, pero también que era capaz de contener mi orgasmo. Pensé en Lorena y supe que tenía que premiarla por todas sus valiosas lecciones.

-Ven aquí. –Le dije.

Ella sonrió, abandonó a su presa, se desnudó con brío y se acercó a mí. Nos besamos ante la mirada de una alucinada y cachonda Susana. No podía más. Me puse en pie, agarré el pequeño cuerpo de Lorena por la cintura, lo elevé como de costumbre y lo clavé sobre mi polla. Fue rápido, explosivo y violento. Nos contorneamos el uno contra el otro, reconociéndonos en cada movimiento, en cada beso, caricia y mordisco. Entre mis brazos Lorena sucumbió a mi ímpetu y se corrió con su habitual disciplina, ahogando sus gritos de placer en una lujuriosa danza de movimientos involuntarios.

Sin demora se arrodilló ante mí y se tragó mi polla. Miré a Susana para descubrir cómo se masturbaba ante el espectáculo que la estábamos proporcionando. Me iba a correr como nunca antes y Lorena no me decepcionó. Cuando notó que mi leche salía despedida contra el fondo de su garganta, la sacó de ella, apretó mi erección y apuntó al cuerpo desnudo de Susana. Al liberar mi polla y masturbarla con sus manitas, un chorro enorme salió disparado contra su amiga, regando por completo su cuerpo perfecto. Otro chorro alcanzó su carita divina, otro más manchó sus tetas y el último terminó sobre su pubis.

No contenta con aquello Lorena succionó el semen que aún quedaba y, golosa, caminó hacia Susana con mi manjar en su boca. Morbosa como siempre cogió la cabeza de su amiga y la besó. Susana, perdida como estaba entre tanto placer, no rechazó el beso y compartió con mi hermana el producto de tanto gozo.

-Toma su lefita… -Dijo Lorena como una gatita traviesa mientras sus lenguas jugueteaban.

Estaba agotado pero muy orgulloso de mí mismo. Aquello no había sido el romance que siempre había soñado con la chica más bella del lugar, sino un premio obtenido con habilidad. No me había ligado a Susana, había logrado entender lo que quería y cómo tratarla para obtenerlo. Con aquellas dos hembras hermosas, sensuales, morbosas, satisfechas y bañadas por mi semen ante mis ojos, supe que desde aquel momento no habría nada que no pudiera conseguir de la mujer que deseara.