Mi hermanastro me bajó la calentura

Con una inyección de semen. (CON FOTOS).

Cuando llegué a la casa no había nadie, así que decidí desnudarme pues andaba muy caliente. Había ido a jugar tenis al club, y ahí me había encontrado con un chaval al que hacía ya tiempo andaba persiguiendo sin conseguir nada pues tenía novio y se rehusaba a serle infiel el muy maldito. Para mi suerte, lo primero que me dijo al yo acercarme a platicar fue que el mentado novio le había puesto los cuernos. Yo, como el buen samaritano que soy, lo abracé para consolarlo y levantarle el… ánimo. Le puse la mano en la rodilla, la fui subiendo con dirección a su entrepierna y una vez llegando ahí, pro debajo de la mesa y de sus bermudas, le agarré la verga para empezarlo a masturbar. La tenía gordita y circuncidada y pronto me latía entre los dedos. Le sugerí irnos a los vestidores o al vapor para atenderlo mejor, y aceptó. Él cubriéndose la excitación con una gorra y yo con la raqueta, caminamos hasta las regaderas y lo metí en un cubículo para mamársela hasta que se vino en mi boca. Luego creí que me devolvería el favor o me daría las nalgas, pero sin siquiera decir gracias tomó sus cosas y se marchó dejándome con las ganas, razón por la cual al llegar a casa me quité toda la ropa buscando bajarme un poco la temperatura sin lograrlo. Pensé que sería bueno darme un baño.

Después de acabarme la soda que abrí con la intención de refrescarme y que sólo terminó por llenarme el estómago de gas, subí a mi cuarto y me metí bajo el chorro de agua esperando deshacerme de la ansiedad, momento perfecto para describirles mi apariencia. Soy de tez blanca, cabello y ojos oscuros y un aire infantil en el rostro que seduce a más de uno. Como ya lo comenté, suelo practicar el tenis, y además realizó dos horas diarias de ejercicio, por lo que me mantengo más que en forma. Tengo un cuerpo que la verdad es casi perfecto, rematando con un buen pedazo que esa tarde se negaba a reducirse al mínimo tamaño. No se me paraba pero tampoco se estaba en paz, y entonces no me quedó de otra que recurrir a una paja ya que, siendo jueves, seguramente ninguno de mis amantes ocasionales podría ayudarme. Me sequé perfectamente y caminé así desnudito hasta el despacho, para aunque fuera cambiarle de escenario.

Para agregarle algo de morbo al asunto, me senté en el sofá en el que acostumbra sentarse mi padre cuando habla por teléfono y me imaginé que él me veía, por lo que bastó con sacudírmela un par de ocasiones para tenerla durísima y rogando acción. No quiero sonar arrogante, pero la verdad es que mi polla está riquísima, tanto que a veces quisiera ser contorsionista nada más para chupármela a mí mismo. Me encanta admirarla, su buena longitud y su punta entre rosada y café, cómo se ladea un poco a la derecha. No les miento al decirles que es mi mejor amiga y que me gusta darle lo mejor, y que sentí lástima de que aquella tarde fuera a regalarle una simple paja. Pensando en ese chico que sólo me utilizara para bajarse el coraje del engaño y en el culo de mi padre, que aquí entre nos siempre se me ha antojado, repasé con mis dedos el esplendor de mi miembro hasta que el cosquilleo previo al clímax me puso de rodillas y exploté regando el piso.

Los chorros de semen alcanzaron casi los dos metros, y ya medio satisfecho regresé a mi habitación para vestirme ligero y bajar a ver televisión, sin saber que desde hacía ya un buen rato tenía compañía. Me senté en el mueble y sintonicé el canal de caricaturas sin sospechar que había alguien más en casa, alguien que terminaría de bajarme la calentura y que se decidió a entrar a escena mientras yo miraba concentrado Bob Esponja.

– ¡Hola, hermanito! – me saludó Javier sentándose a mi lado y echándome unos ojos que me advirtieron algo pesado finalmente pasaría entre nosotros.

Javier en realidad es mi hermanastro y no mi hermano. Mi padre y su madre, ambos adictos al trabajo, no dudaron en casarse al encontrar uno en el otro una pareja a la que no tendrían que dedicarle más de dos horas por semana., y tanto él como yo fuimos arrastrados por la situación. Javier es un hijo de mami así como yo lo soy de papi y a pesar de ya estar en edad de independencia ni siquiera trabajamos pues de nuestros respectivos progenitores obtenemos todo, por lo que vivíamos con ellos antes del enlace y obviamente, pasamos a vivir juntos después de éste. Él es rubio y de buen cuerpo, casi tan atractivo como yo. En cuanto nos vimos nos gustamos, lo noté, pero sabrá Dios por qué tonta razón, en casi un año de compartir el techo no habíamos salido del puro coqueteo, algo que al sentarse junto a mí aquella tarde presentí iba a cambiar. Y no me equivoqué.

– Ho… hola – respondí a su saludo no con muchas ganas, algo sorprendido pues no sabía que estaba en casa –. ¿Y tú a qué hora llegaste? – le pregunté regresando la vista al televisor.

– Hace rato – contestó pegando su brazo al mío.

– ¡¿Ah, sí?! – exclamé mirándolo de reojo –. Pues ni siquiera me di cuenta – comenté despreocupado.

– ¡Claro que no te diste cuenta! – aseguró en tono sospechoso –. ¿Cómo ibas a notarlo si estabas tan entretenido? – apuntó al tiempo que su mano me rozó "accidentalmente" la pierna, detalle que habría sido insignificante en cualquier otra ocasión pero que esa tarde andando yo caliente fue suficiente para que mi pene reaccionara.

– ¿A… qué te refieres con eso de que estaba tan entretenido? – lo cuestioné tratando de ocultar el temblor de mi voz.

– Pues… al lindo juguetito que tenías entre tus manos – me dijo acariciándome el muslo ya con toda la intención.

– ¿Cuál juguete? – inquirí con la verga ya saltándome en el pantalón.

– ¡Este! – respondió agarrándome el paquete y ya no pude soportar tanta tensión, ya no pude contener la emoción.

Me lancé encima de él y comencé a lamerle todo el rostro mientras el seguía estrujando el bulto oculto bajo mis jeans. Le chupé la frente, las mejillas, la nariz y las orejas una y otra vez, y cuando mis labios se toparon con los suyos nos unimos en un beso apasionado tras el cuál nos confesamos lo mucho que nos deseábamos, lo mucho que habíamos estado esperando ese momento en que por fin nos decidiéramos a ser algo más que simples hermanastros.

– ¡Ay, Javier!, ¡no te imaginas el suplicio que ha sido tenerte al otro del muro y no poder tocarte, no poder besarte! – declaré prendiéndose mis dientes de su cuello –. ¡No sabes las ganas que te traigo, condenado!

– ¡No más de las que yo te traigo a ti, Rubén! – afirmó dejándose hacer –. Desde que mi madre y yo llegamos a esta casa te me metiste por los ojos, ¡cabroncito! No me había atrevido a pasar de las insinuaciones pues tú como que no me hacías mucho caso, pero después de haberte visto masturbando… ¡ya no pude resistirme!

– Así que me viste masturbándome, ¿eh? ¡Niño malo! – le reclamé mordiéndole los labios.

– ¡Ay! – chilló adolorido –. Pues aunque me muerdas, así fue. Sí te vi. Y déjame decirte algo: ¡tienes una polla hermosa que muero por tener dentro de mi boca! ¡La tienes casi tan rica como la de tu papá!

– Pues entonces vayámonos al cuarto, ¿no? – propuse ignorando su último comentario pues el primero me dejó el ego embobado –. Para no hacerte esperar y estar más cómodos – señalé poniéndome de pie y ofreciéndole la mano.

– Está bien – acordó parándose también.

Tomados de la mano y regalándonos miradas encendidas, caminamos hasta su recámara y nos sentamos al borde de la cama para volver a acariciarnos. En nuestra desesperación, en nuestra inmensa calentura preferimos tocarnos por encima de la ropa con tal de no esperar, pero luego de un par de minutos de ya no bastarnos, y un tanto más serenos, nos dispusimos a encuerarnos. Y como todo buen hombre con la hormona alborotada, fueron los cierres de los pantalones lo primero que bajamos.

Fui yo el primero en dejar su verga libre, o al menos la punta triangular y rosadita que empecé a sobar hasta ponerla babosita y apresurar a sus manos con eso del destape. Mi playera amarilla, su playera negra, nuestros pantalones y calzones, todo salió volando contra el piso y las paredes hasta que quedamos uno frente al otro como Dios nos trajo al mundo. Bueno, un tanto más desarrollados, que de haber tenido esos pedazos cuando niños habríamos terminado de atracción de circo. Y hablando de pedazos, Javier se tragó el mío sin permiso hablado. Obligándome a echar la espalda hacia atrás de un leve empujón para así quedarle mi petrificado falo más a modo, se dispuso a ensalivarlo justo como ya le urgía.

Como tiene boca pequeña, tuvo que esforzarse para abarcarme en todo mi grosor, pero a pesar del rojo de su cara me la mamó como un experto por un largo rato y luego se pasó a mis huevos gordos y depilados, metiéndose primero uno y luego el otro y causándome un placer tan grande que ni siquiera me di cuenta cuando sus labios tomaron el camino hacia mi ano.

Repartiéndome pequeños besos conforme se iba acercando, llegó hasta mi peludo agujerito y lo atravesó de un lengüetazo, haciéndome temblar y ayudarle a levantar mis piernas para facilitarte la tarea. A pesar de que nunca en mi vida había estado con una mujer, yo me consideraba tan hombre que jamás le había permitido a nadie hurgar en esa parte, ni siquiera con los ojos. Pero esa tarde andaba tan caliente, le traía tantas ganas a mi hermanastro y él me estaba comiendo el culo de una manera tan deliciosa, que yo mismo le pedí que continuara.

Estuvo alrededor de cinco minutos con eso del beso negro, y mientras yo jadeaba por las atenciones de su lengua él sacó de debajo de la cama una herramienta de la que no me percaté hasta rozar mi piel.

– ¡¿Qué es eso?! – le pregunté alarmado, imaginando de lo que se trataba y de lo que con ello pretendía.

– Un consolador que le robé a mi madre – me contestó confirmando mis sospechas.

– ¡Ni lo pienses! – exclamé antes de escuchar sus intenciones –. ¡Eso sí que no!

– ¿Por qué no? – inquirió surcándome con él las nalgas –. ¿No te pone cachondo saber que ella lo usó y que ahora tú puedes hacerlo? – insistió pasándomelo por el ano, arrancándome un suspiro –. ¿No te prende imaginarla masturbándose con él o, mejor aún, pensar que fue tú padre quien con él gozó? ¿Eh? ¿No te calienta pensar que tu papá es tan puto como tú?

El que mencionara a mi padre, el que hiciera sobre él esas insinuaciones de una manera que me hacía pensar eran verdad, fue por lo que acepté que Javier me penetrara con aquella polla falsa. Eso y que la verdad me emocionó el que seguro después de la de plástico vendría la de verdad, la suya. Y una vez habiéndole dicho que sí, sin más lubricante que la saliva que me habían dejado sus lamidas, me atravesó con la punta del juguete arrebatándome un quejido.

Creí que me lo introduciría completo, pero al entrar la cabeza se limitó a moverla de un lado a otro para, tal y como yo pensaba, prepararme para él. Contrario a lo que yo pensaba, la sensación resultó tan placentera que en un instante ya le rogaba me cogiera, y él no se hizo del rogar. Luego de arrojar el consolador y colocarse un condón, acomodó su glande en mi entrada y empezó a hacer presión.

A pesar de que el pene de plástico me había dilatado, el grosor de su miembro era mayor y en cuanto la punta me invadió sentí que iba a partirme en dos. Cerré los ojos por instinto, y apreté los dientes para no gritar.

– ¿Te duele? – me interrogó sin detenerse y poniéndome debajo de las nalgas una almohada –. No te preocupes, Rubén. Ya verás como pasa rápido y después te gusta. Ya verás como vas a pedirme más – aseveró avanzando poco a poco hasta que la tuve por completo en mi interior.

Una vez que eso sucedió, una vez que me ensartó hasta el fondo y sin sacármela por un solo segundo, me fue dando la vuelta hasta ponerme boca abajo y entonces empezó a follarme sin reparo, sin importarle que me lastimaba pues siendo él el primero yo estaba muy estrecho y sus promesas de que pronto gozaría de poco o nada me servían.

Su verga arremetió sin piedad contra mi culo a pesar de que le pedí se detuviera varias ocasiones. El ardor de sentir mis músculos demandados al máximo amenazaba con nunca terminarse, pero de repente, de tanto golpear la punta de su endurecido miembro mis adentros, la molestia fue cediendo campo al agasajo. Mi rostro comenzó a reflejar placer.

Y en ese ya estar gozando de tenerlo dentro, le pedí me la sacara y se acostara boca arriba para después yo sentármele encima y dirigir la cabalgata. Él aceptó gustoso y se colocó en la posición que le indiqué, deteniendo su polla por la base para hacerme más sencillo el yo mismo ensartarme. Sin perder el tiempo, me paré sobre el colchón con mis piernas a sus costados y me fui bajando lentamente al tiempo que con las manos me abría el agujero. Su verga me fue entrando poco a poco hasta que me la tragué entera y mi trasero chocó contra sus huevos. Entones eché la espalda para atrás y me dispuse a saltar sobre aquella exquisita herramienta que tan deliciosamente me llenaba.

Al principio mis sentones fueron suaves, pero conforme el tiempo transcurría se fueron acelerando hasta llegar a dejarla toda fuera para de inmediato volver a introducírmela entera. Los dos gemíamos como locos y nos decíamos cosas sucias que ayudaron a que en poco tiempo ambos explotáramos en un orgasmo por demás intenso. Javier lo hizo primero, y a pesar de estar el condón de por medio pude sentir cada trallazo. Poco después le hice segunda escupiéndole mi leche hasta la cara, misma que recogió con sus dedos para después tragar y compartir conmigo en un húmedo beso. Luego nos acostamos uno junto al otro a descansar.

– Oye, ¿por qué dijiste eso de que la tengo casi tan rica como mi padre? – le pregunté una vez que la sangre me volvió al cerebro.

Javier me miró con sonrisa maliciosa y después de ponerme como condición que ahora yo me lo cogiera, me relató toda la historia. Yo con gusto se las contaría, pero… esa es harina de otro costal.