MI HERMANA Y YO - Parte 14
La relación de Cintia con don Blas y como éste enseña a la chica a comportarse y permite que se relaciones con otros muchachos de su edad
MI HERMANA Y YO - Parte 14
- Como has dormido princesa? – le preguntó Felisa, cosa que hizo que Cintia recordara de inmediato lo que había pasado la noche anterior con don Blas.
Esa pregunta la incomodó bastante, porque se le dio por pensar que ella ya sabía lo que don Blas le había estado haciendo la noche anterior. Se preguntó incluso si eso no sería moneda corriente en esa casa, no sería ella una chica más en la vida de ese hombre mayor y poderoso? Esos interrogantes le llegaron justo cuando la mujer la despertaba, justo cuando ella empezaba a sentirse realmente bien viviendo en la mansión de don Blas, que ella consideraba su propia casa.
- Buenos días Felisa, estoy agotada – se le dio por decir, luego se arrepintió de haberlo dicho, porque era una forma de confirmarle que anoche había estado haciendo algo con el dueño de casa y que además la había pasado bien.
- Te preparé el desayuno que a ti te gusta, aliméntate así luego te preparo el baño, te vistes y te pones linda – me propuso Felisa.
- Si Felisa, eres tan buena.
- Cuando estés lista, me dijo don Blas que le llames a su celular, no lo olvides, si?
- Seguro, lo haré.
Desayunó en el dormitorio, luego se dio una ducha reparadora y se vistió como para salir al centro, quería comprarse algunos perfumes y renovar la ropa interior, le estaba haciendo falta algo más sexy. Tal como le prometió a Felisa, lo llamó a don Blas a su celular a ver que se le ofrecía, pensó, que querría hacerle algún comentario por lo ocurrido la noche anterior.
- Hola Blas, buenos días, me dijo Felisa que te llamara, estás ocupado?
- Para nada pequeña, era para invitarte a pasar el fin de semana fuera de casa, te gustaría ir al hotel del río, tiene casino y podemos probar fortuna.
- Me encantaría, solo conozco ese hotel por la publicidad que le hacen en la televisión y tú sabes que al casino no he ido nunca – le respondió Cintia.
- Entonces, prepárate, te mando a buscar en dos horas.
- Necesito un poco más de tiempo, pensaba ir al centro a comprarme algo de ropa que me está haciendo falta – contestó la chica.
- Muy bien, cuando tú lo dispongas, le dices a Felisa que te consiga un auto y que te traigan a mi encuentro.
- Está bien, así será – y terminó la conversación.
Llegados al hotel Cintia se sintió impresionada por el recibimiento que le dispensaron, pensó que tal vez Blas fuera un asiduo concurrente al mismo, pero se equivocaba, la bienvenida que les dieron se debía a que su hombre era el dueño del hotel y también de la concesión del casino.
Eso fue lo que les dio el derecho a ocupar la suite presidencial, con vista al río y que era tan grande como una casa. Tenía un recibidor, living con bar y comedor, dos baños, vestidor, balcón sobre el río, a lo que había que sumarle los detalles de buen gusto y confort como no había visto nunca.
- Nos cambiamos y bajamos a cenar, luego al casino, está bien? – propuso don Blas.
- Lo que tu digas, te sigo a donde vayas – le contestó la chica.
Cenaron en un comedor elegante y distinguido, Cintia no estaba acostumbrada para nada a esas exquisiteces, ni al trato que le dispensaban los camareros. Tuvo que aplicar todos los conocimientos y enseñanzas que había tomado en la casa de don Blas, para hacerle frente a la situación. Se sintió como en el cielo.
Mientras se desarrollaba la cena, don Blas le fue hablando de sus intenciones para con ella.
- Espero que estés a gusto pequeña y si algo no te cae bien, solo tienes que decírmelo – comenzó con su mensaje don Blas.
- Estoy viviendo un sueño Blas, quisiera que esto no termine nunca – respondió Cintia.
- Solo tienes que seguir en la línea en que te estás manejando y el sueño que tú dices, no se acabará. Tienes mucho por darme y yo se que lo harás.
- Te obedeceré en todo lo que me digas, no olvides que te dije que soy tuya.
- Yo dije que eres mi perrita, a eso te refieres?
- No lo quería decir en esos términos, pero si, a eso me refería.
- Entonces serás mi perrita y yo te enseñaré el camino y ambos viviremos una hermosa vida – le dijo don Blas, apoyando su mano gorda, sobre la de la niña, por sobre la mesa.
- Y yo aprenderé lo que tenga que aprender y lo haré, sea lo que sea.
- Hablemos un poco de eso, más allá de cómo vaya nuestra relación, tu ubicación en la casa, será en el cuarto al lado del mío, donde estás ahora, de acuerdo?
- Creí que me ibas a pedir que me mude a tu dormitorio – le dijo Cintia medio asombrada por el pedido de don Blas.
- Tú, solo concéntrate en hacer lo que yo digo, pequeña. Todo tiene un porque y cuando considere oportuno decírtelo te lo diré – selló lo dicho el hombre, mostrando que él era el que llevaba las riendas en este tema y en todo lo demás también.
Cintia advirtió con esas últimas palabras, que no le había dicho una sola palabra de más, si él era capaz de manejar tantas otras vidas, porque no podría manejar la suya, que era insignificante según su modo de ver las cosas. Pero para don Blas, ella no era insignificante, era algo muy valioso, del que se valdría para alcanzar otros objetivos.
- Cada vez que yo tenga deseos de estar contigo, me pasaré a tu habitación y haremos lo debido, tu a partir de ahora tienes como misión en esta vida, darme placer, piensa eso. Y para que todo esté como corresponde, acércate a Felisa, ella sabrá aconsejarte para que luzcas a mi agrado, en modales, vestuario, etc. – siguió diciéndole don Blas.
- Pero con ella no debo hablar de nuestras cosas?
- De nuestras cosas no hablarás con nadie. De ello solo se enterarán las personas que corresponda, pero eso a ti no te incumbe.
- Está bien Blas, me da un poco de miedo, no estar a tu altura.
- Lo estarás muy pronto. Ahora disfruta la cena, luego iremos a probar algo de suerte en el casino y por último te daré unos mimos en nuestra suite.
- Si Blas – contestó adaptándose a su rol en la vida.
La gente no paraba de saludarle desde distintos rincones a don Blas, siempre se lo veía acompañado de hermosas mujeres, pero ahora estaba acompañado de una niña, en comparación con su edad. En su estancia en el casino, despertó la envidia de todo el que lo veía pasar, provocaba además comentarios de lo más variados, por ejemplo de donde habrá sacado esa chiquilina, otros pensarían si sería pariente suya o se trataría de una muñequita de lujo, seguramente la usará y la dejará tirada, como a tantas otras mujeres que pasaron por su vida.
Después del periplo por el restaurante, bar y casino, volvieron a la suite y allí pensó Cintia, tendría que someterse y agradarle a don Blas, ya que no se iba a permitir perderlo bajo ninguna causa, haría lo que le pidiese, sea lo que sea, no quería volver a esa vida miserable que le habían dado sus padres y mucho menos, saber de ellos.
Esa noche don Blas la puso a prueba, ni bien cerró la puerta le pidió como si tal cosa, que se desnudara y se acostara en la cama en la misma posición en la que él la dejó la noche que la visitó en su cuarto. Se lo dijo con vos calma y en bajo tono, antes de decirle eso ya le había dicho que no le gustaba repetir lo que decía, porque eso lo ponía de mal humor. Para ello tenía que estar atenta siempre a cualquier pedido que pudiera hacerle y por supuesto, no lo dijo pero quedaba sobre entendido, no debía contradecirlo nunca.
Cintia corrió al baño que estaba dentro del dormitorio, se quitó la ropa retocando su maquillaje y perfume corporal y presta y con la mejor sonrisa se acomodó boca abajo con piernas abiertas, brazos en cruz, tal como le había solicitado su hombre.
A todo esto, don Blas se había sentado en la barra del bar a prepararse un trago, mirando distraídamente algún programa en el inmenso plasma que estaba empotrado en la pared, sonriendo para sus adentros cuando comprobó que su pedido había sido acatado como si de una orden se tratara.
- Bien chiquilla, así se hace, eso es lo que yo digo un buen comienzo – le dijo.
- Soy una perrita mala, tu perrita mala, Blas – le contestó Cintia.
- Muy bien preciosa, recuerda que mi voluntad está sobre todo, ok? Para que esta relación funcione, las cosas serán siempre así.
- Lo tengo presente Blas, no pienso defraudarte.
El hombre se acercó hasta Cintia, no se había quitado la ropa, solo se había aflojado la camisa, se arrodilló sobre la cama, entre las piernas de la chica y comenzó a besarla en todo el cuerpo, recorriendo toda la espaldas, el dorso de las piernas, los brazos, las axilas, las nalgas y separándolas con sus manos, finalmente lamió y chupó ese delicioso ojete hasta hacerla saltar en la cama, como había ocurrido la vez anterior.
- Contrólate perra, que solo te estoy chupando, soo perra, quieta, que me vas a golpear con tu culo – le decía don Blas.
- Es que me matas Blas, déjame hacerte mimos yo a ti, déjame demostrarte lo que siento Blas, un poquito, si? – Cintia estaba muy caliente y don Blas no permitía que ella se moviera de la cama y cuando se le venía el orgasmo, no podía manejar su cuerpo y de ahí las convulsiones y saltos que pegaba su cuerpo, que golpeaban algunas veces al hombre.
- Perra, tu solo te dejas hacer lo que yo te haga, no quieras imponerme nada, de acuerdo?
- Si Blas, de acuerdo, muero por darte algo – contestó medio lloriqueando Cintia.
Don Blas estiró una de sus manos y apagó las luces de los veladores, quedaba el cuarto iluminado por la luz que llegaba de los ambientes contiguos. Luego hizo girar a Cintia, colocándola boca arriba y continuó con sus caricias, besos y lamidas, por toda la cara, lamiendo la boca, ojos, orejas, nariz, cuello, tetas, vientre, piernas, bajando hasta los pies y volviendo a subir para repetir sus lamidas y besos, que enloquecían a la chica y eso parecía que era lo que hacía gozar y disfrutar al máximo a don Blas.
Cuando los gemidos de placer que lanzaba Cintia se hicieron demasiado sonoros, el hombre que estaba acomodado entre sus piernas se zambulló sobre su sexo y chupó, mordiendo suavemente el clítoris totalmente inflamado, emanando flujo desde su vagina que impregnaba la frazada con un olor delicioso, de calentura juvenil.
Don Blas había advertido esto, su placer era inmenso, por lo que la siguió chupando, pasando con su lengua desde el clítoris a la vagina, de ahí al orto, clavando su lengua en los agujeros, como si se tratara de un mini pene, haciendo enloquecer aún más a Cintia, que parecía descontrolada de placer.
Fue una noche de sexo oral para Cintia, ella se quedó con deseos de devolver a su hombre algo de lo que él le había dado, pero don Blas se había negado a recibir caricias o mimos de ella. Y tenía sus razones. Más tarde se las haría saber, eso fue en el viaje de regreso.
- Debes saber que no es caprichoso lo que yo hago contigo en la cama, chiquilla – comenzó diciendo don Blas a Cintia que miraba el paisaje por la ventana del automóvil que los llevaba de regreso a la ciudad.
- Me imagino que tendrás tus razones, Blas, pero tu no me permites que te pregunte el porque de las cosas que suceden y yo te voy a hacer siempre lo que tu me digas. Aunque muero de ganas por saber a que se debe que no pueda mimarte yo a ti – le contestó Cintia, atemorizada pensando que había hablado de más.
- Te voy a contar algo de mi intimidad – le dijo el hombre. A continuación le narró todo el tema de su impotencia, causada por el accidente en su niñez.
- Yo quiero que sepas que eres todo para mi y que haré lo que sea por que estés bien, eso es lo único que me importa – le contestó Cintia.
- Te voy a ir pidiendo cosas, iremos de a poco, quiero saber hasta donde eres capaz de dar – le dijo don Blas, cerrando el tema de la conversación.
Días después, le hizo saber a Cintia que debía continuar su vida, con cierta independencia de la suya, lo cual no quería decir que se desentendiera de la relación que los unía, sino todo lo contrario, que él le daba libertad para que pudiese vivir una vida plena.
Para esto la convenció de la necesidad e importancia de que continuase sus estudios, cosa que a Cintia le pareció una muy buena idea.
- Me encantaría que pudieses estudiar idiomas, me hace falta una traductora de extrema confianza – le dijo don Blas.
- Te prometí hacer lo que me pidas, estudiaré el idioma que tú creas conveniente – le contestó Cintia y así comenzó a socializarse con gente de su edad, volviendo de esta manera al mundo real.
Mientras estudiaba conoció a chicas y muchachos, uno en particular que le hacía perder la cabeza, con el cual mantenían largas charlas en los recreos de la universidad, entre curso y curso. Se sintió muy desconcertada por esta circunstancia y no quiso profundizar más esta relación porque a su juicio, eso sería portarse mal con don Blas.
No se esperaba de ninguna forma que pudiese tener una salida de esta forma, del intríngulis en que sus sentimientos se encontraban.
Esa noche después de cenar, don Blas le había dicho que la visitaría en su habitación. Ella supo que sería para una de sus sesiones de sexo oral y se dispuso para recibir la visita del hombre que la gobernaba.
- Como está mi princesa? – le dijo don Blas al ingresar a la habitación.
- Te estaba esperando Blas – le contestó Cintia, que comenzaba a desprender su desabillé para acostarse desnuda sobre la cama, tal como era la voluntad de su hombre.
- No, no te desvistas, hoy he venido solamente a charlar contigo – le dijo don Blas.
- Lo que desees Blas, está bien para mí, soy tuya.
- Quiero que me cuentes como van tus estudios, princesa.
- Van bien, me gusta estudiar idioma, espero terminar la carrera en tiempo y forma. Tengo buena relación con mis compañeros y profesores, no me puedo quejar por nada.
- Me alegro mucho, algo para comentarme, algo que puedas o quieras compartir conmigo? – le dijo don Blas, inquietándola por el tono inquisidor de la pregunta.
- No, nada – contestó Cintia, pensando a que se refería don Blas.
- Mira chiquilla, quiero que sepas que a mi no se me escapa nada. Estoy enterado desde el primer día, de tu acercamiento con Damián, de las charlas que mantienes con él.
Cintia cuando escuchó esto, enrojeció como un tomate, por una parte y por la otra, se tranquilizó al pensar que ella no había hecho nada malo con ese muchacho, que no pasaban de unas charlas y que ni él, ni ella, se habían pronunciado en cuanto a sentimientos.
- Yo Blas, debo decirte que . . . – en realidad no pudo concretar la frase porque fue interrumpida por don Blas.
- Yo se que ese muchacho te gusta y eso es algo natural. Esta es una prueba que te pone la vida. De mi parte no hay inconveniente para que tengas un romance con ese muchacho, tan profundo como tú lo creas conveniente.
- No voy a mentirte Blas, Damián es un muchacho muy agradable, pero a la hora de elegir, me quedo contigo, sin dudarlo – contestó inteligentemente Cintia.
- Me alegro, conmigo tienes un compromiso superior. No tengo inconveniente en que te lleves a la cama al muchacho. Que tengas tu primera vez con él, no me preocupa. Lo que me interesa a mi es saber cual será tu reacción después de estar con él – le dijo don Blas.
- No pensé en meterme en la cama con él, solo me atraía como persona.
- Debes pensarlo y hacerlo si es tu gusto, tienes mi visto bueno.
- Puedo pensarlo Blas?
- Con esa respuesta ya me has respondido. Todavía eres virgen, yo no te he penetrado, nunca podría hacerlo, por más que quisiera, Damián si puede hacerte dar ese paso. Yo solo me sentiré feliz y satisfecho si después de estar en la cama con él, vuelves conmigo. Esa es una de las pruebas, la primera tal vez. Que tengas buenas noches. Mañana seguiremos hablando.
- Buenas noches Blas.
- Algo más. Por supuesto que eres libre de seguir tu vida junto a ese muchacho. Yo no te lo impediré, es más podría llegar a cederte el departamento que ocupas para que vivan juntos – con eso que dijo don Blas, dejó muy en claro que clase de persona era.
Cintia se quedó sin dormir hasta muy tarde. Blas era evidente que se enteraba de todo, tendría espías por todas partes, incluso el mismo Damián tal vez fuera un empleado suyo, camuflado de estudiante, para enamorarla a ella y de esta forma poner a prueba su fidelidad hacia él.
Que confuso que estaba todo para ella en ese momento de su vida.
Pero el deseo y la calentura pudieron aclarar la situación. En los días que siguieron, las conversaciones entre ella y Damián fueron subiendo de tono, ya que Cintia se había relajado al sentirse en libertad de movimientos y emociones y cuando quiso darse cuenta, se encontró compartiendo la cama con el muchacho en un albergue transitorio.
Esa tarde fue su primera vez con un hombre, descubrió el placer de la penetración vaginal, aunque el dolor por la rotura del himen fue tan fuerte que casi no pudo gozar el resto de la relación. De alguna manera estableció una comparación entre el sentimiento que le daba don Blas, puro placer y goce y cero dolor o molestias, con lo que le había brindado Damián, calentura más dolor y casi nada de disfrute.
Uno era un hombre mayor y gordo y el otro un joven apuesto, eso era enfrentar a la experiencia de lo añejo con lo lindo de lo nuevo. Algo muy difícil de poder lograr.
Al llegar esa noche a la casa, cenó casi sin pronunciar palabra y palideció cuando don Blas le dijo que la visitaría más tarde en su habitación. Cintia se sentía molesta y dolorida, luego de su primera y frustrante relación sexual con penetración incluida. Su ánimo estaba por el piso, pero de algún lado tendría que sacar fuerzas para recibir al hombre que la quería y protegía.
Cuando sintió golpear la puerta de su cuarto, el corazón quería salírsele del pecho.
- Adelante, pasa querido – le dijo.
La puerta se entreabrió y vio asomar un enorme ramo de flores y tras éste, la mano de don Blas.
- Felicidades amorcito mío – le dijo el hombre – has dado un gran paso en la vida, si quieres lo charlamos y si prefieres dejo esa experiencia para ti misma.
- Estaba segura que lo sabías Blas – le dijo Cintia, que sabía que a él nada se le escapaba – pero quiero que sepas que no te cambio por él, nunca lo podría hacer. Tu eres un hombre, él un muchacho muy apuesto, no más que eso.
- Es bueno para mi saber que además de bonita eres inteligente, conmigo llegarás lejos y tendrás todo lo que puedas desear. El único compromiso que conmigo asumes, es la lealtad, que no tiene que ver con las relaciones sexuales que podamos tener.
- Siempre te seré leal, lo comprobarás con el tiempo.
En el tiempo que siguió, Cintia conoció a otros hombres, de su edad todos ellos, con los que se fue relacionando en forma amistosa, compartiendo estudios y salidas. Con alguno de ellos tuvo relaciones sexuales y en todos los casos hizo partícipe de estas a su hombre, a su dueño, que era don Blas. Este no ponía la menor objeción en esto que pasaba con su niña y ella a su vez, le seguía dando a su hombre todo lo que él le pedía cuando la visitaba en su cuarto.
- Ya has probado el sexo con gente de tu edad, creo que puedes establecer comparaciones y decir quien te resulta un buen amante y quien no, es así?
- Si Blas, comparando los tipos que he tenido puedo decir quien es bueno, si a eso te refieres.
- No me interesa saber quien es bueno, me importa que tu sepas distinguir una cosa de la otra, entiendes?
- Si, te entiendo.
Esa noche don Blas llevó varios juguetes sexuales para probar con su niña, a la que hizo acabar no menos de diez veces en un par de horas, mediante la utilización de esos artefactos combinados con su lengua, con sus caricias y con su arte. En el momento de la despedida, cuando el hombre ya se volvía a su dormitorio, Cintia le confesó:
- Quiero que sepas que no te cambio por nadie, eres el único que me hace gozar como la perrita mala que soy.
- Por eso, ahora iremos aumentando la apuesta. Te seguiré probando amorcito. Buenas noches.
MARCELA ( marce459@live.com.ar )