MI HERMANA Y YO - Parte 13

Lucia me cuenta lo vivido junto a su pervertido hermano, mientras Cintia relata sus primeros pasos en la casa de don Blas

MI HERMANO Y YO - Parte 13

Pero pasado un tiempo el hermano quiso más y ahora solo le quedaba a Lucia entregar su parte de adelante, su virginidad. Nada se le ocurrió para resistirse, sabía que cualquier cosa que se le ocurriese decir o hacer, a su hermano no le importaría, además estaba queriendo saber que era lo que tanto sentían esas mujeres que ella veía por internet, que jadeaban tanto, que gemían y suspiraban como locas. Así que se dijo que le pediría a su hermano que se cuidara, porque sabía que nada podía hacer oponiéndose, máxime estando la amenaza por parte de su hermano de entregarla a sus amigos para que la sodomicen o bien para que ella les practicara mamadas.

No, eso ya no le gustaba, prefería aprender todo lo posible del sexo en familia, para lo que vendría después, sabía que había un después para ella y quería estar preparada.

- Por favor, ya que me vas a quitar la virginidad, no me hagas sentir mal, quiero gozar a la par tuya – le suplicó a su hermano.

- Te prometo que te voy a coger despacito, no te haré doler, aunque la primera vez siempre duele, pero podemos empezar con un dedo como hicimos con tu culito y después vamos haciendo el caminito hasta que te quepa la verga.

- Si hermano, despacito, por favor.

Antes de ponerle el lubricante, el hermano se dedicó a calentarla a Lucia, para lo que vendría después. Comenzó besando su cuello, sus orejas, sus hombros, deslizando su lengua húmeda y cálida por el cuerpo, untando su cuerpo con bastante saliva, bajando hasta alcanzar los pezones para mordisquearlos, porque sabía que eso enloquecía a su hermana.

Su lengua siguió en descenso directo besando su pancita, sus carnes firmes, su ombligo y mientras descendía acomodaba su cuerpo entre las piernas de Lucia, raspando con su pera el comienzo de los labios vaginales, el clítoris y la vulva entera. Luego hizo subir su lengua para situarla alrededor del clítoris, adonde se posicionó envolviéndolo con sus labios, mientras lo acariciaba con su lengua, lo mordía con extrema suavidad.

Lucia comenzó a sentir los mimos y caricias que su hermano le estaba prodigando, arqueando su espalda, abrazando con sus piernas la espalda de quien le estaba comiendo su sexo y gimiendo como la peor de las putas, escandalosamente, porque el orgasmo se venía y no podía pararlo de ninguna manera.

- Me muero, ahhh mmmm no pares, sigue chupándome la concha, me muero, ajjjjmmmm – enloquecida del placer que le estaba dando la mamada de su hermano, la primera que le hacía en casi un año de todo tipo de prácticas sexuales – sigue, sigue y después tómame que soy tuya, mmm.

El hermano espero un tiempo prudencial que se calmara Lucia, para untarla con el lubricante que tan buenos resultados venía dándole y luego hizo lo mismo con su verga, que parecía que iba a reventar de lo hinchada y colorada que la tenía.

- No, hermano, por favor, antes de ponerte crema déjame que le de una chupadita, que lo quiero hacer por ti y por mi – le dijo Lucia sorprendiendo a su hermano.

- Yo sabía que te iba a sacar una buena putita, toma perra chupa la verga, vamos putita, que después te voy a romper la conchita y ya vas a ver como después me pides que te coja todos los días.

- Si, dame, soy tu putita, mmm glup glup mmm splash.

- Como te gusta la pija, eh perrita, dime que te gusta.

- Glup glup si, me gusta mucho, me gusta tú pija, hermano.

- Te gusta chuparla puerquita?

- Si, glup splash.

- Ya vas a tener oportunidad de chupar otras vergas y comparar, verdad perrita.

- Nooo, glup glup, yo solo quiero chupar la tuya.

- Vas a chupar la mía y las que te diga que tienes que chupar, como buena puta, eh?

- Nooo, glup glup, solo la tuya.

- Quieres que te la saque?

- Nooo, por favor, quiero chupártela.

- Vas a hacer lo que te digo que hagas.

- Si, hermano, siempre hago lo que tú me dices.

Cuando ya casi no podía aguantar más, el hermano le sacó la verga de la boca a Lucia y se acomodó entre las piernas, levantándolas para colocarlas sobre sus brazos y direccionó su pija hacia la puerta de la concha de su hermana que temblaba como una descosida.

Lucia la tomó con una de sus manos y cerró los ojos cuando la soltó para permitirle la entrada, le entró con suavidad, pero con firmeza y ahí sintió un poco de dolor cuando traspasó la delgada pared del himen, dolor que soportó estoicamente a la espera del placer que llegaría en poco tiempo.

Cuando el aparato de su hermano llegó al final del recorrido, comenzó el mete y saca, suave, suave y cada vez menos suave, hasta que los golpes hacia adentro se hicieron sentir y el placer se hizo presente. Sentir los huevos golpear las nalgas, de por si es un placer, porque la persona que está penetrada se da cuenta que tiene adentro toda la verga de su macho. Y su macho en ese momento era su hermano, el que le había enseñado todo lo que ella sabía hasta ese instante.

No tardó mucho en sentir el temblor en el cuerpo de su hermano, que preanunciaba que comenzaba a acabar, por lo que Lucia decidió dejar salir a su segundo orgasmo, que tenía a flor de piel y que estaba reteniendo justamente para eso, para poder terminar juntos, lo que se dio de una manera esplendorosa.

Esa fue su primera vez, la que ella hubiera querido tener con su príncipe azul y no con su propio hermano. A partir de ese momento, de ese día, las cosas cambiaron para ambos.

Ella le había entregado la virginidad a su hermano y éste la siguió teniendo como su hembra durante un tiempo más, hasta que consideró que ya estaba suficientemente domada. Y ahora que la tenía sometida le pedía más, le había dicho que traería a su propia casa a personas de su confianza, para que tuvieran sexo con ella.

Y entonces Lucia pensó que tendría que convertirse en una prostituta a favor de su hermano, que no tenía escapatoria, porque siempre se hacía lo que su hermano decía.

Entonces pensó en escaparse de su casa, pero no podía hacerlo de inmediato por ser menor de edad, debía esperar unos pocos meses, para alcanzar la mayoría de edad y luego se prostituiría por su cuenta, en su propio beneficio, con la única finalidad de juntar dinero para alejarse de su hermano.

Pero mientras tanto tendría que acceder a los caprichos de éste, quien todos los días hacía ir a su casa a alguna persona para que tuviera sexo con ella y cobrar por el servicio que ella daba.

Hasta que una tarde su hermano trajo a una pareja, conformada por un señor mayor y una chica de su misma edad. Así fue como conoció a Cintia, que estaba saliendo con este señor que era conocido del padre de la muchacha.

El padre de Cintia era un jugador empedernido, compulsivo, que había perdido todo en su vida, su casa, su trabajo, su auto, su familia entera, comenzando por su mujer y terminando por su hermosa hija, Cintia. Ofreciéndola como prenda de pago, salvó su vida que estaba en manos de gente inescrupulosa, que no dudó en requerir la entrega de la muchacha como saldo de deuda, para a su vez entregarla al señor que ahora la acompañaba.

Este hombre era un empresario pesquero muy poderoso, del que circulaban rumores variados, desde que era una buena persona, hasta que era un sádico asesino. El destino quiso que se derritiera de amor con la sola presencia de Cintia y de esa forma, su mayor placer consistió en mimarla y darle lo que a ella la hacia feliz.

Le compró ropa, zapatos, perfumes, le regaló computadora, teléfono celular, filmadora y todo lo que la chica le iba pidiendo a medida que tomaba confianza con él y se daba cuenta del poder que ella ejercía sobre don Blas, este era el nombre del señor que se hizo cargo de Cintia.

Don Blas solo le pidió a Cintia que se fuera a vivir con él, que la vida al lado de su padre llevaba mucho riesgo, incluso temía que pudiera llegar a prostituirla. Como muestra de lo que le estaba diciendo, estaba la forma en que la había entregado a sus órdenes, como si fuera una perrita.

- Tome, llévela, trátela bien, es todo lo que me queda – había dicho su padre en el momento que la entregó a don Blas.

Ella lloró y se resistió, fue necesario sedarla, para poder trasladarla hasta la mansión de don Blas. Una vez allí y bajo el efecto de los tranquilizantes, el hombre se fue acercando a la chica y hablándole, tratando de trasmitirle que junto a él no corría ningún tipo de peligro.

Cintia sufrió horrores, no saber nada de su madre, la forma en que se despidió de su padre, cuando éste la entregó como si fuera una bolsa de papas, todo eso la había resentido terriblemente en su parte anímica. Así que agotada de llorar y pedir por su padre, porque aunque lo odiara, él era el único y último de los parientes que ella tenía, se dejó estar y tentada por las delicias que le ofrecían, decidió empezar a probar algún bocado en su habitación y sociabilizar al menos con el personal de servicio.

A ella la atendía casi exclusivamente una mujer cincuentona, muy agradable, que siempre intentaba comunicarse con ella utilizando su mejor modo, sin resultado positivo alguno. Ahora había decidido comenzar a charlar con la persona que a cada momento entraba a su habitación para ver que se le ofrecía.

Así se fue enterando quien era don Blas, supo que era un hombre con mucho poder económico, con mucha gente a su alrededor, sirviéndolo, trabajando para él, pero en el fondo era un hombre que vivía en soledad, que no tenía a quien darle un beso de buenas noches y a la vez era una persona recelosa, ya que su fortuna hacía que mucha gente se le acercara y no con buenas intenciones.

- Ya lo conocerás más a fondo a don Blas y sabrás por tu misma que clase de persona es – le decía Felisa, que era la dama entrada en años que la servía y que no dejaba que nada pudiera faltarle.

- Odio a mi padre, pero aún así, lo extraño y lo perdonaría, pero no se – le decía Cintia a Felisa en los primeros diálogos que tenía.

- Por que ese sentimiento tan feo, preciosa? – le preguntó Felisa, queriendo descubrir cual era el drama que padecía la muchacha.

- Porque mi padre a causa del juego entregó a mi madre, la prostituía con gente que le llevaba a casa, yo tenía que encerrarme en mi habitación para no sentir lo que con ella hacían o le obligaban a hacer, siempre con el consentimiento de mi padre.

- Que feo lo que me cuentas.

- Y tanto le hizo la vida imposible a mi madre, que terminó escapándose de casa.

- Lo que no entiendo porque no te llevó contigo tu madre – observó Felisa.

- Porque estaba amenazada tanto ella como mi padre, por culpa de él. Se negó a filmar películas porno, pero lograron convencerla amenazándola con echarle ácido en el cuerpo, hasta transformarla en un monstruo.

- No te puedo creer y todo por culpa de las deudas de tu padre, verdad?

- Si, luego de que filmara películas porno, una atrás de la otra, el próximo paso sería la filmación de películas de zoofilia y ahí mi madre me escribió una nota y se escapó de la casa en donde la tenían sometiéndola a todo tipo de vejámenes.

- Es increíble lo que me cuentas. Y la nota como te la entregó – le decía Felisa.

- Me la dio una persona con la que mi mamá había tenido algún acercamiento, algo de confianza, supongo. Por eso no se que pensar, me siento muy sola. No se cuanto hay de cierto en lo poco que se de mi mamá, me entiendes?

- Te comprendo, preciosa, ahora trata de alejar esos pensamientos y concéntrate en una nueva vida que tendrás acá, lejos del dolor y de las humillaciones que tuviste que soportar.

Después de esa charla, Cintia se atrevió a salir de la habitación en donde se había auto recluido y comenzó su reconocimiento de la mansión en donde estaba viviendo. Todo le parecía increíble, el tamaño de los ambientes, los cuartos, los sanitarios, el jardín, la piscina, la sala de juegos, todo era de película según la visión de ella.

De a poco se fue familiarizando con don Blas, se fueron acercando, teniendo charlas y comenzaron a reírse juntos, Cintia comenzó a extrañarlo cuando no estaba en la casa y en la medida que la confianza crecía, comenzó a tener salidas al centro, visitaba galerías comerciales, disponía de una tarjeta de crédito y podía darse gustos y comprarse las pequeñas cosas que desea la gente de su edad.

Cuando la relación entre ella y don Blas se hizo más fuerte, él hizo que se mudara a una habitación contigua a la suya en la planta alta de la mansión y ahí empezó la otra etapa de su relación con este hombre.

Don Blas se fue acercando más y más a la muchacha, quien empezó a darse cuenta que además de tener a una buena persona en él, tenía a un hombre que la deseaba. Si bien Cintia a sus jóvenes años conservaba su virginidad, no era para nada inocente, máxime después de todas las desventuras que tuvo que vivir a consecuencia de la mala vida que le dio su padre, tanto a ella como a su madre.

De alguna forma sabía porque lo sentía como mujer, que don Blas la estaba deseando, lo podía ver en sus miradas, en sus acercamientos, en sus caricias que sin ser obscenas, eran demasiados largas y densas.

Lo que no sabía Cintia era que don Blas, tras esa presencia imponente, de hombre triunfador, dueño y amo de todo lo que le rodeaba, tenía una gran carencia, que más tarde solo ella iba a conocer.

Don Blas era sexualmente impotente, a raíz de un accidente que había padecido de niño y que habían dañado sus testículos, los que no habían llegado a desarrollarse lo necesario para que su cuerpo pudiera funcionar correctamente. De esta circunstancia, la gente que lo rodeaba no tenía conocimiento, don Blas era un hombre de cuidarse mucho y se suponía que sus conquistas amorosas las tenía lejos de su casa, en sus continuos viajes, de forma de no comprometerse ante ninguna mujer.

A sus amigos o a la gente que tenía dentro de su entorno, siempre les decía que a las mujeres había que tenerlas a la distancia, para que no se creasen lazos o vínculos que pudieran comprometer al hombre, por eso siempre aplicaba la misma frase cuando de mujeres le hablaban: yo toco y me voy, el famoso touch and go.

Pero esa deficiencia física que padecía don Blas, no había mermado en absoluto su deseo por las mujeres, claro que para disfrutar de ellas debía utilizar su lengua, sus manos, sus labios, su olfato y el órgano sexual más poderoso que es el cerebro. Y a juzgar por los comentarios que en alguna oportunidad me llegaron de parte de Cintia, hacer el amor con don Blas era garantía de pasarla bien, aún a sabiendas que no habría penetración. El placer máximo de él, era el orgasmo o mejor dicho, los múltiples orgasmos que le arrancaba a sus parejas. Logrando eso, se sentía gratificado y tranquilo consigo mismo.

Así que de a poco se fue acercando a Cintia, lo cual la muchacha percibía y no podía rechazar dado el sentimiento que él le había generado con tanto mimo, buen trato y respeto, sentimientos que ella no había conocido en toda su vida, ya que le tocó crecer en un hogar totalmente desorganizado. A esto, había que adicionarle la comodidad que le generaba vivir en su casa, la seguridad de manejar una tarjeta de crédito a su voluntad, sin que nunca le haya hecho la más mínima objeción por gasto alguno.

En suma, todo estaba de parte de don Blas, ella se sentía tremendamente agradecida por la vida que le daba y creía que debía retribuir de alguna manera tanta dedicación que le dispensaba el hombre.

Don Blas había entrado esa noche al dormitorio de Cintia, a altas horas, cuando la casa ya estaba en silencio y sentándose al pie de la cama toma sus manos, le mira a sus ojos y le dice:

- Tu sabes bebé que me tienes muerto de amor, no sabes cuanto daría por tener unos años menos, para que puedas fijarte en mi.

- No digas eso Blas, yo desde el mismo día que me trajeron a tu casa, la cual considero como mi casa, me he fijado en ti. Al principio tenía un sentimiento de odio, de rencor y de a poco lo fui cambiando hasta sentirme la chica más afortunada por haberte conocido y porque tú me quieras y trates como lo haces.

- Pero tu percibes cual es mi sentimiento contigo?

- Soy joven, pero ya soy una mujer, Blas, me doy cuenta de tus sentimientos.

- Y que piensas tu de esto que me pasa? Quiero que sepas que lo que siento no es de ahora, sino desde el mismo día que te conocí y decidí traerte a mi casa.

- Se que entre nosotros no hay lazo de sangre, me da un poco de cosa la diferencia de edad, pero eso no creo que sea muy importante.

A esta altura de la conversación, don Blas se había aproximado más al cuerpo de Cintia con claras intenciones de besarla. Y lo hizo, muy suavemente, en su cuello primero, subiendo después hasta sus mejillas, tomándola con sus fuertes manos de sus brazos, para atraer ese cuerpo hasta juntarlo con el suyo.

Cintia se dejó llevar, lo dejó hacer, ella acariciaba el cabello de don Blas, metiendo sus dedos acariciando el cuero cabelludo, provocándole cosquillas y de a poco fueron juntando sus cuerpos y correspondiendo las caricias y mimos que le estaban haciendo.

- Puede venir Felisa al cuarto – dijo Cintia, que se encontraba destapada con el camisón medio desprendido y las piernas prácticamente descubiertas.

- No te preocupes, esta es mi casa y la gente que me sirve conoce mis reglas. Perdón, esta es nuestra casa, jajaja.

- Gracias por ser bueno conmigo Blas, no me eres indiferente, eso tenlo seguro – le dijo Cintia muy cariñosa.

Don Blas al escuchar estas palabras, se despojó de los pocos miedos que le quedaban respecto a provocar un sentimiento adverso en la joven y se dedicó a explorarla y besarla en todo el cuerpo. Notó muy entusiasta la devolución que Cintia le hacía de sus caricias y eso lo envalentonó mucho más todavía y siguió avanzando hasta desnudarla totalmente, mientras él seguía sin quitarse una sola prenda de vestir.

Cintia a su vez, esperaba que él también estuviese desnudo, sin embargo se dejó llevar por la timidez que la embargaba, por la diferencia de edad y por el respeto que sentía por don Blas. Dejó que el hombre hiciera con ella lo que fuera su antojo y estando desnuda sobre la cama sintió como las manos de don Blas y los labios y lengua, la recorrieran de cuerpo entero. No pudo evitar lanzar pequeños gemidos de placer cuando sintió los tentáculos de don Blas sobre sus pechos, besando, chupando y mordiendo sus pezones y amasando sus tetas con especial dedicación y delicadeza. Tampoco pudo reprimir su escozor cuando don Blas la dio vuelta sobre la cama, para colocarla boja abajo y comenzó un besuqueo desde la nuca hasta la planta de los pies.

La piel la tenía erizada, sentía cosquillas en todo el cuerpo tras el paso de los dedos y la lengua de don Blas, que depositaban besos y chupones por donde iban. Cintia sintió como se mojaba y quiso llevar una de sus manos hasta su sexo, pero don Blas no se lo permitió. La tenía acostada boca abajo, con las piernas abiertas y los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo en cruz.

- No, no, no chiquita, deja tu mano alejada de tu cuerpo, que yo me encargaré que nada te falte – le decía muy meloso don Blas – cierra los ojos y relájate, déjame hacer a mi, que tengo mucho para darte.

- Si, te dejo Blas, me haces calentar mucho, me da un poco de vergüenza, mmm, ahh.

- Es lo que busco, dime que te gusta lo que te hago, dime que quieres que siga y si algo no te gusta, dímelo también.

- Nooo, todo lo que me haces me gusta, sigue Blas, sigue así y dame más de lo que me estás dando.

Cintia no exageraba nada, sentía el paso de la lengua de don Blas y las yemas de los dedos que se metían por cada rincón de su cuerpo, haciéndola vibrar. Y cada vez que pasaban por cerca de su cola o sexo, tanto la lengua como las manos, saltaban esa zona y seguían para arriba o para debajo de su cuerpo, desde la cabeza hasta las extremidades, sin tocar nada de lo más sensible de la chica. Y eso la exasperaba a Cintia, quería sentir las caricias de don Blas en esa zona suya a donde nadie había llegado.

En cambio para don Blas esto recién había empezado, él no tenía ningún apuro en llegar a esa zona, quería saber hasta que punto Cintia era permeable a sus caricias.

- Ahh, mmm, quiero que me abrases Blas, quiero sentir tu cuerpo junto al mío, mmm – Cintia comenzaba a demandar lo que quería sin ni siquiera pensar, que su hombre tenía cierta dificultad amatoria que le hacía imposible consentir lo que ella pedía.

- Shhh, tu relájate y déjame hacer a mi, yo te daré todo lo que necesitas y más también si es que te lo mereces, shhh, calla y goza lo que te doy.

- Si Blas, sigue, no sabes cuanto te necesito, mmm.

Don Blas seguía con su lengua, se había concentrado besando la planta de los pies, primero una y luego la otra, le chupó delicadamente cada uno de sus dedos, siguió besando el empeine, los tobillos, lamiendo las piernas hasta la rodilla, recorriéndola toda, por delante y por detrás, con todo el tiempo del mundo, subiendo por los muslos hasta llegar a la entrepierna.

Ahí se concentró en darle mucho cariño, mucha lengua, mucha saliva, hasta que se posicionó con su cuerpo entre las piernas de Cintia, pasando la lengua desde la entrepierna hasta el comienzo de la raya del culo. Con sus manos separó las nalgas para permitir recorrer la zanja con la lengua, saltándose el orto y volviendo hacia arriba para empezar a bajar nuevamente.

Cintia comenzó a saltar en la cama, ofreciendo el culo suyo para que don Blas lo chupe a voluntad y éste lo esquivaba y vuelta a esquivarlo, pasando la lengua por toda la zona sin tocarlo.

- Por favor, bésame en el culito, me late mucho, no aguanto más – le suplicó Cintia en un estado de calentura extrema, saltando de la cama, golpeando su cuerpo contra la sábana, completamente histérica.

- Shhh sooo perrita, tranquila, que si saltas me golpeas la cara, shhh.

- Me dijiste perrita Blas, me dijiste perrita, porque me llamaste así?

- Porque ahora eres mi perrita, solo por eso, acá eres mi perrita y serás mucho más que eso, si?

- Si, seré lo que quieras que sea Blas.

- Me vas a dar todo lo que te pida?

- Siii, todo Blas.

- Vas a ser mía.

- Siiii, solo tuya Blas.

- Quieres que te enseñe cosas sucias, pero bien sucias, perrita?

- Si Blas, quiero que me enseñes todo lo que quieras, soy tuya.

- Que eres mía?

- Tu perrita Blas, soy tu perrita buena.

- Yo quiero una perrita bien mala, no me gustan las buenas.

- Seré la más mala entonces.

- Harás solo que yo que te diga?

- Si Blas, todo lo que tu me pidas.

- Mira que te puedo pedir cosas chanchitas.

- Las haré Blas, si tu me las pides, soy tu perrita.

Y esa noche don Blas, tras esa conversación la dejó así, en ese estado de calentura extrema. Se levantó y se retiró de la habitación, luego de darle un beso paternal en el cuello, por detrás, donde termina la espalda.

Cintia quedó esperando que don Blas regresara, pensando que se había retirado para cambiarse o para buscar algo, sin embargo el hombre no volvió por el cuarto y pasó la noche desesperada de la calentura. Involuntariamente llevó sus manos a su sexo y luego de frotarse unos pocos segundos tuvo un orgasmo colosal, que mojó sus piernas, sábanas y llegó hasta el colchón. Luego de eso, Cintia agotada como estaba, durmió placidamente hasta que a la mañana siguiente fue despertada por Felisa,

para desayunar como todas las mañanas lo hacía.

MARCELA   ( marce459@live.com.ar )