Mi hermana y mi marido
Mi hermana vino en vacaciones a nuestra casa. Mi marido y ella apenas se conocían. Un secreto desvelado y una traición. Y un viaje de ida a Finlandia.
MI HERMANA Y MI MARIDO
Invitamos a mi hermana a pasar las navidades en nuestra casa. Hacía ya que no nos veíamos cerca de dos años, y eso para mi hermana y para mí, es un mundo. Nos hemos criado juntas, hemos compartido todos los secretos de la vida y nos llevamos mejor de lo que unas hermanas se pueden llevar.
Hace casi dos años me casé con Roberto, un tipo algo comedido, poco dado a las bromas y honesto a carta cabal. Desde ese día no he vuelto a ver a mi hermana. Ella vive en Finlandia. Vive allí desde que me casé. Tres días después de nuestra boda, se marchó allá a trabajar. Encontró un buen empleo. Por eso la invitamos Roberto y yo a nuestra casa para pasar las navidades y fin de año.
La recogimos en el aeropuerto y nos trasladamos a casa. Ellos ya se conocían de antes de la boda, pero no habían intimado mucho. Al llegar a casa, le indicamos cual era su habitación y lo primero que hizo fue ducharse. Dijo que luego abriría la maleta y nos daría un regalo que nos había comprado en Finlandia. Mientras ella se duchaba, Roberto y yo nos sentamos en el salón a esperarla. Nuestra sorpresa fue mayúscula, bueno la de Roberto, la mía no tanto, cuando se presentó delante de nosotros desnuda completamente. A Roberto se le notó en la cara lo violento de la escena. Yo la llamé la atención y le dije que estaba casada, que no estaba sóla, que ya no era como en nuestra casa. Que se pusiera algo encima. Ella se excusó diciendo que lo sentía, que era su costumbre y también la mía, lo cual casi genera una bronca entre Roberto y yo, y se alejó a la habitación a ponerse algo encima.
Roberto era un poco remiso a que mi hermana viniera con nosotros en esas navidades, pero yo le convencí de ello. Mi hermana se llama Ana y es más pequeña que yo. Dos años menos. Y tengo 28 y ella 26.
Ana salió de su habitación dispuesta a cenar y todo su atuendo era una camiseta en la que los anchos de la manga de tirantes la llegaban casi hasta la cintura, dejando bien al descubierto parte de su costado. Y por supuesto, sus pechos. Yo no dije nada pero Roberto se violentaba. Ana era muy animada y no paraba de hablar. Hablaba tanto que nos costaba seguirla en las conversaciones.
Terminamos de cenar algo calentitos y nos fuimos a dormir. Ana había adquirido en Finlandia unas costumbres bien vistas allí, pero no aquí, y menos con mi marido en casa. Se paseaba enseñando parte de su cuerpo todo el día. Yo estaba segura que Roberto ya le había visto las tetas en alguna que otra ocasión, exceptuando la del primer día cuando se duchó y la llamé la atención. El me decía que no, que no se fijaba en ella, pero no era ciego y yo tampoco.
A los pocos días de estar en nuestra casa, Roberto nos invitó a cenar en un restaurante del centro. Cuando terminamos de cenar entramos en un local a tomar una copa y como estaba lleno de gente y en la calle hacía frío, decidimos irnos a casa y tomar algo allí. Y así lo hicimos.
Llegamos a casa y nos sentamos en el salón, y ahí mi hermana empezó con su discurso. No sé si fue debido a las copas que tomamos, tampoco sé si fue debido a sus nuevas costumbres finlandesas, lo cierto es que ella ni corta ni perezosa empezó a hablar de sexo. Nos estuvo contando que se había acostado al menos con diez tipos en aquél país. Roberto se sorprendía con la tranquilidad que nos contaba las cosas. Yo insistía en llamarla la atención y le decía que no era normal acostarse con todo el que se le pusiera por delante. Ella reía y me decía que ya la conocía. Que yo siempre había sido una tía muy abierta y ahora parecía una paleta de nuestro pueblo. Nos llegó a preguntar que con cuanta asiduidad hacíamos el amor. La dije que lo normal y Roberto se enfadó bastante. Como ella notó que Roberto se enfadaba con aquella conversación, continuaba con ella y cada vez era más incisiva. Hubo un momento en que le preguntó a Roberto si estaba bien servido. El se puso colorado. Y yo me reí. Seguimos con las copas, pero sin llegar a emborracharnos. Al menos eso creo. Es cierto que nos desinhibió un poco, pero sin llegar a marearnos.
Roberto estaba que se subía por las paredes de los nervios que mi hermana menor le provocaba. Entonces fue cuando ella hizo mención al primer día que llegó a nuestra casa. Y a su ducha. Y a su desnudez cuando salio del baño. Se rió de nosotros porque nos escandalizamos al verla desnuda. Y no se la ocurrió otra cosa que pedirnos que nos desnudáramos los tres.
Naturalmente no la hicimos caso. Nadie se desnudo. Nos llamó estrechos y cosas por el estilo y nos dijo que nosotros no podríamos vivir en Finlandia. Que no nos adaptaríamos a ese país. Aquello me molestó, pues no me gustaba que mi hermana, con sus 26 años, me diera ninguna lección de comportamiento nudista o sexual, por mucho que se hubiera acostado con 10 tipos en ese país.
Sentada en el sillón, se cruzó de piernas y sus muslos quedaron a la vista de Roberto. Yo estaba a su lado sentada y le dije que se tapara un poco con la falda, que se le veía todo. Ella se reía y me decía que era una estrecha, que mi marido no se iba a asustar por ver los muslos de su cuñada. No sólo no se bajó la falda, si no que se la subió más, dejando parte de su glúteo a la vista de Roberto. Luego, sin más, me preguntó que si me masturbaba. Le dije que no, por supuesto. Ella se reía de mí. Me dijo que eso estaba mal. Que una mujer, aunque este abastecida por su hombre, debe masturbarse con regularidad. A igual que hacen los hombres.
Ella nos contó que lo hacía a menudo y nos desveló que desde que estaba en nuestra casa, ya lo había hecho dos veces. En mi casa llevaba 6 días. Aquello a Roberto le encendió. Se le notó en la cara. Pero se le notó más cuando Ana se echó mano a su entrepierna y se toco los muslos como si se acariciara. Ella le miró y le dijo que no se pusiera colorado, que no había echo nada. Luego me miró a mi y me dijo que si no le había contado a Roberto lo de "aquella vez en nuestra casa". Mi hermana se deslengua con facilidad.
Me quedé de piedra, mi hermana era una desconocida para mí. Había cambiado mucho en esos dos años. Aquello ocurrió cuando teníamos 18 ella y 20 yo. Nuestros padres nos habían dejado solas en casa, pues se habían ausentado un par de días y después de ver una película porno en la tele, nos masturbamos las dos. Pero ella a mi y yo a ella. Nos comportamos como unas lesbianas, pues incluso llegamos a lamernos nuestros sexos. Aquella experiencia nos resultó grata y decidimos que ese secreto lo guardaríamos siempre, y que aunque nos casáramos, no debíamos contárselo a nuestros maridos. También decidimos que lo repetiríamos otra vez. No volvimos a hacerlo pero no fue por falta de ganas, pues yo me lo pasé muy bien y mi hermana también. Y con veinte años y ella con dieciocho, aún éramos vírgenes. Era una manera de sentir placer y no perder la virginidad, cosa que en nuestro pueblo, sería el no va mas si lo hacíamos antes de casarnos, por que por más que los tiempos cambiaran en la ciudad, en nuestro pueblo seguían las cosas igual. Con tradiciones y costumbres.
Roberto se interesó mucho por lo que mi hermana acababa de decir, quizás pensando que se podía enterar de algún secreto con el que luego chantajearme. Y mi hermana ante la insistencia de él y los ruegos por mi parte, de que se estuviera callada, soltó todo tal y cómo pasó.
Roberto se empalmó. Lo noté en el bulto de su pantalón. Mi hermana se excitó más y yo me avergoncé tratando de excusarme como podía, diciendo que éramos muy jóvenes y que no sabíamos nada del sexo, en fin, cosas así. Pero mi sorpresa fue cuando Roberto dijo que no tenia importancia, que el no me conocía aún, y que si nos hubiéramos conocido por aquel entonces, el me hubiera suministrado placer. El placer que nos habíamos dado las dos hermanas. E incluso hizo una broma, diciendo que nos hubiera proporcionado placer a las dos. Roberto no era así El era muy comedido en sus juicios. Y en sus palabras, muy parco. Mi hermana Ana, aquello lo celebró de buen agrado y yo tampoco me enfadé demasiado al ver como Roberto lo había aceptado bien. No se había molestado. E incluso parecía que le gustaba la idea de lo que habíamos hecho 8 años atrás.
Pero lo que yo no esperaba era que Roberto, quizás pasado algo de copas, aunque a mi no me lo parecía, le preguntara a mi hermana que si yo había gozado con la lengua de ella. Roberto no me había lamido el coño nunca. Ni casados. Quizás las costumbres de pueblo. Y mi hermana, como no podía ser de otra forma, le explicó con detalles mis gemidos, e imitó alguno que otro y teatralizó lo que pudo con la lengua. Roberto se encendió. Y mi hermana también. Yo, ya llegó un momento que me reía, viendo las caras de Roberto y de Ana. Ella haciendo gestos con su lengua y el mostrándose muy peliculeramente sorprendido y excitado.
Ahí, en ese justo momento fue cuando mi hermana se echó mano a su entrepierna y se acaricio por encima de la braga. Roberto dio un bufido y se sirvió otra copa. Miré a mi hermana enfadada, pero ella era irresistible e insensible. Se acercó a mí y levantó mi falda para tocar mis muslos. La retiré la mano y ella seguía erre que erre. Decía que no me avergonzara de aquello y que aunque se lo había contado a Roberto, a este parecía que no le había molestado. Entonces Roberto dijo que no sólo no le había molestado, si no que le encantaría que le hiciéramos una demostración allí mismo. Desveló a mi hermana que el nunca me había lamido el coño y dijo que si le hacíamos una demostración, tal vez aprendería como hacérmelo. El no va más. Por un momento tampoco conocí a Roberto.
Mi hermana se lo tomó al pie de la letra. Estaba dispuesta. Ahora sólo había que convencerme a mi misma y yo no estaba por la labor. Hasta que mi hermana me humilló diciendo que si era tan remisa y tan estrecha, no la extrañaría que Roberto se buscara otra en un par de años. Aquello me ofuscó mucho y le pregunté directamente a Roberto si lo que decía mi hermana podría pasar. El me dijo que no entraba en sus planes separarse de mi, ni mucho menos buscarse otra, pero que Ana tenía razón, que era un poquito estrecha. Y supuesto estábamos en familia, no pasaba nada porque nosotras dos le hiciéramos una demostración de lo que allí había ocurrido cuando mis padres nos dejaron solas. Se aseguró de insistir que le gustaría verlo, claro si a mi hermana no la importaba que el la viera desnuda y todo eso. Bla, Bla, Bla. ¡Precisamente a mi hermana la iba a molestar desnudarse y que Roberto la viera como la trajeron al mundo y haciendo sexo! ¡Si ya se encargó ella el primer día de mostrarse desnuda ante él!
Yo no se, bueno no imaginaba como iba a acabar aquello, pero mi hermana al parecer no tenia remilgos para nada. Me levantó la falda y me metió la mano entre la braga a la vez que miraba a Roberto. Este se hacía el interesante, como si estuviera viendo algo que jamás hubiera visto, y en cierto modo así era, la actitud de mi hermana, no era la más lógica. Roberto me pidió por favor que dejara hacer a Ana, que se moría de ganas de ver aquello. No se cómo, pero accedí. Dejé que Ana me bajara las bragas y me tocara mi sexo. Luego, y ante la atenta mirada de mi marido, nos dejamos llevar. Ella tocó y tocó, y yo sentí el placer de sus dedos. Ella misma se bajó sus bragas y ahí empezó todo. Me dejo desnuda y se hizo con mi cuerpo. Ella, entre intervalo e intervalo, se fue despojando de su ropa y también quedó desnuda. Roberto, sentado en su sillón con la copa en la mano, no daba crédito a lo que veía. Sólo abría la boca para decirnos que hiciéramos esto o lo otro y mi hermana se lo daba con gusto. Yo me dejé llevar por la situación y ya colaboraba con Ana. Pronto estuvimos las dos desnudas lamiendo nuestros sexos como hacia 8 años en nuestra casa del pueblo.
Ana estaba tumbada en el sillón y yo estaba situada encima de ella, con mi cabeza entre sus piernas. Lamía su sexo. Y ella el mío. Estábamos haciendo un 69 en toda regla. Roberto asistía a la escena conmocionado. Me estaba dejando llevar por el placer que nos estábamos proporcionando las dos hermanas y me estaba olvidando que Roberto estaba presenciando lo que hacíamos. Pero mi sorpresa vino cuando noté que algo se arrimaba a mi coño. Era la polla de Roberto, que se había bajado los pantalones y me la estaba metiendo. Miré hacia atrás y pude comprobar como él se hundía dentro de mí apenas a unos centímetros de la boca de mi hermana Ana. Ella, pese a presenciar en primer plano la penetración de Roberto, seguía lamiéndome. Vi las estrellas. Fue algo increíble. Luego Roberto me la sacó mientras yo seguía en la raja de mi hermana. Pasó por mi cabeza la palabra puta, pero ante el gozo que sentía la deseché. Nos estábamos masturbando mientras mi marido me follaba. Levante mi cabeza como demandando que Roberto me la metiera otra vez, pues me quería correr.
Vi a mi hermana con la polla de Roberto en su boca y aquello me hizo estremecer. No sabía si me gustaba lo que presenciaba. Ya no había remedio, había sucedido. Era mejor dejarlo estar. Reconozco que ella no se sació de su polla, pues ella misma enseguida la devolvió a mi coño y el apretó más y más. Me corrí de inmediato. Luego, como Roberto no se había corrido aún, cambiamos de postura. El se situó tras de mi y me la metió mientras mi hermana acababa sentándose a nuestro lado y se masturbaba. La miré a los ojos mientras era embestida por mi marido. Ella también a mí. Roberto seguía empujando. Las dos hermanas mantuvimos una conversación con los ojos. Nos dijimos de todo. Hablamos todo lo que no habíamos hablado antes. Sólo con la mirada nos comprendimos.
Me aparté de Roberto y me levanté del sillón, dejando a mi hermana en el medio de los dos. La besé en la boca mientras con la mano tomaba la polla de Roberto y la apuntaba a su raja.
Ella cerró los ojos. Roberto empujó. Yo besé a mi hermana y una lágrima se me escapó de la comisura de mis ojos cuando los oí gritar al ritmo del orgasmo que ambos recibían.
Terminamos la noche follando en nuestra cama. Los tres. Primero conmigo y después con Ana, Roberto se sació y se secó. El cabrón de Roberto gozó de las dos hermanas cuanto quiso y como quiso, y a fuer de ser sincera, las dos gozamos del estupendo pene de mi marido. Al fin y al cabo, éramos hermanas. Me lo decía para consolarme. Mi hermana se marcharía a Finlandia y aquí no había pasado nada.
Mi hermana nos abandonó, y al poco tiempo de aquello, en Febrero, Roberto recibió una carta de Finlandia en la cual le ofrecían un trabajo que le había buscado mi hermana allí. No me gustaba la idea de que aceptase el trabajo. No pensaba mal, pero no quería quedarme sin marido a los dos años de casada.
El marchó a Finlandia. Mi hermana dijo que le cuidaría. El dijo que vendría a menudo. Y así lo hizo. Venía cada 15 días a verme y nos dábamos unas sesiones de sexo de espanto, con lamidas incluidas. Roberto había aprendido mucho de sexo. Me dejaba saciada para los 15 días que tendrían que pasar hasta su regreso. Días en los cuales, yo me masturbaba asiduamente con alguna peli porno que me servía de inspiración.
Pasaron cinco años así. El viniendo y yo esperando. En Vacaciones, venía 20 días. El primer año, vino mi hermana con él. Ella seguía igual de guapa. Me contaron que el estaba a gusto en el trabajo y ganaba mucho dinero, y era verdad. No me faltaba de nada. Enviaba a casa dinero cada dos por tres y cuando venía cada quince días me traía algún regalo y dinero extra. Mi hermana estaba un poco rara. Pensé que se debía a que no nos veíamos desde hacía cinco largos años. Deduje que sería porque aún no tenía novio ni nadie que se la follara, aunque conociendo a mi hermana eso no era del todo cierto, pues ella no tenía reparos en llevarse a un tío a la cama aunque le conociera de apenas media hora.
En esas primeras vacaciones de Roberto y mi hermana en casa, no hubo sexo conjunto. Sólo lo practicamos mi marido y yo. Mi hermana salía mucho y apenas estaba en casa. Momentos que aprovechábamos Roberto y yo para dar rienda suelta a nuestra lujuria. Pues Roberto se negaba a follar conmigo con mi hermana en la casa.
Luego Roberto empezó a venir en vez de cada quince días, una vez al mes. Luego cada dos meses. Luego cada tres. El ponía como excusa lo caro que costaba el avión. El dinero ya no fluía como antes, aunque yo no tenía escasez, pues el seguía mandando en cantidades aceptables para que yo viviera sin faltarme de nada.
No había conseguido quedarme en cinta de Roberto y eso la verdad, no le preocupaba mucho. Pese a mis 36 años, aún tenía tiempo de ser madre. Mi hermana tenía entonces 34. Decidí hacer un viaje sorpresa a Finlandia con algo de dinero que había ido guardando.
Al llegar a Finlandia, tomé un taxi en el aeropuerto y le indiqué al taxista la dirección de mi hermana, la cual llevaba anotada en un papel. Roberto vivía en la ciudad y pensé ir a buscar a mi hermana, pues conocía el idioma, y ella misma me acompañaría a dar una sorpresa a mi marido. Me ilusionaba que mi hermana quedara gratamente sorprendida al verme en Finlandia.
Al llegar a su casa observe dos niños correteando por el jardín. Pensé que me había equivocado de casa. No me había equivocado. Esa era la casa de mi hermana. ¿Pero y los niños? Pensé que serían de algún vecino. Luego, todo se desvaneció ante mí. Cuando estaba en el taxi pagando, vi la silueta de Roberto salir de aquella casa y en español llamó a los niños. Un "Roberto, Luis, venid a casa ya. Mamá ya os ha preparado la merienda" y la respuesta de los niños sonriendo de alegría y vitalidad contestando "Ya vamos papá". Papa. Le habían llamado papa a mi marido. Entonces sin saber como, me entró una taquicardia. Mientras mi corazón marchaba excesivamente rápido, sostenía el billete con el que iba a pagar al taxista. El, sorprendido lo tomó en la mano y procedía a devolverme el cambio. Rehusé tomarlo y le dije una palabra internacional, entendida por todos los taxistas "Aeropuerto, salidas". El taxista no comprendió nada y arrancando el coche me llevó de nuevo al aeropuerto. Pensaría que me había olvidado algo. Ni me enteré del viaje de vuelta al aeropuerto. Creo que en el camino de vuelta, me oriné encima. Al menos algo de pis se me escapó.
Mi vestido estaba mojado. Con mi maleta en la mano me apresuré hacia un hotel en el mismo aeropuerto. Subí a la habitación. Me desnudé, me duché, me cambie de ropa y escribí una carta que mas tarde eché al correo.
De regreso a mi casa, al poco tiempo, recibí una carta de Finlandia en contestación a la que yo había enviado a mi hermana. Dentro había una foto. Roberto, ella y los niños que había tenido con ella. El mayor era clavado a Roberto. Y una frase lapidaria que aún tengo grabada. Escrita por la letra de mi hermana, de su puño y letra, sin dolor, sin consideración, decía "Lo siento hermana. Son cosas que pasan. Nos sentíamos solos. Y nos gusta el sexo."
Yo no he rehecho mi vida aún. Ni creo que pueda rehacerla. Estoy sumida en una depresión constante. Tengo 37 años casi, no tengo marido, no tengo hijos y tengo dos padres a los que tengo que cuidar pues su salud es lamentable. Mi hermana tiene 35 años casi, tiene dos hijos de mi marido, Roberto de cuatro años y Luis de tres, y tiene a Roberto. Tiene una familia a mi costa.
Maldigo el día en que tomé la polla de Roberto y la dirigí hacia mi hermana para que el se soslayara y le diera placer. Y la maldigo a ella, por ser tan liberal, por acudir a mi casa hace años con aquella historia de cuando nos masturbamos en el pueblo. Y maldigo a Roberto por haberme engañado en sus viajes cada quince días, pues ya había dejado embarazada a mi hermana y se acostaba conmigo. Y maldigo a mis padres por haberla traído al mundo. Y me maldigo otra vez por haberle permitido marchar a ese trabajo de Finlandia. Maldigo todo, excepto a los dos niños, Roberto y Luis, a los que ya, en mi mente, he tomado como mis auténticos hijos, a los que Roberto priva de que me vean y disfruten de su madre. Definitivamente, me estoy volviendo loca.
Cuando recibo visitas y me preguntan por Roberto, siempre digo lo mismo "Está en Finlandia trabajando y ganando mucho dinero". Les digo que ya no puede volver a España hasta que se jubile para no perder la pensión. Enseño la foto de mis sobrinos y mi hermana, en la que también aparece Roberto. Sé que alguna de mis amigas habrán pensado que Roberto y mi hermana tienen un lío, pues el niño mayor, Roberto, es igual que mi marido. Ninguna me dice nada. Pero yo me estoy volviendo loca de atar.
Coronelwinston