Mi hermana, su amigo y yo

A mi lado, estaba un joven descomunalmente grande, de raza negra. Rondaría los dos metros, incluso puede que los superara. Con la cabeza rapada, muy musculado. Y lo que ya era del todo alucinante es que estaba como Dios le trajo al mundo, completamente desnudo, con sus veinte centímetros de flácido instrumento colgado de ahí.

Sólo hacía tres días que mi mujer se había ido de casa, cuando ya mi madre me propuso que volviera a instalarme en la casa familiar. Así no estaría solo, tendría menos tiempo para comerme la cabeza y me ahorraría el dinero del alquiler. Tenía bastante razón. Al fin y al cabo vivíamos a apenas cuatro calles, hecho que había contribuido a que mi mujer siempre me echara en cara que en realidad yo nunca me había acabado de irme de casa de mis padres.

A pesar de que la oferta, como digo, era tentadora y hasta lógica, en principio me resistí. En el fondo supongo que mi subconsciente me retenía ante una eventual reconciliación con mi mujer. Bastaron siete meses para convencerme de que dicha reconciliación no se produciría nunca. Así que allí estaba yo. Un separado recién entrado en la treintena reinstalándome en la casita unifamiliar de tres plantas en la que había pasado mi adolescencia.

A parte de mis padres, también tendría que convivir con mi hermana Marta. Tenía 26 años y seguía soltera y sin compromiso. Me constaba que le gustaba la situación y que sabía encontrar la forma de divertirse. No era una chica despampanante, pero tenía algo. Morena, sus rasgos eran algo infantiles, siempre pareció más joven de lo que era. A pesar de que había ganado algún kilito, los 175 centímetros de su cuerpo tampoco estaban nada mal. Rotundos eran sus pechos, grandes de verdad, me imagino que su talla de sujetador estaría en torno a la 100. Su trasero tampoco estaba mal. Cuando yo estaba en los 18 o 19 años y ella tenía 15, se lo pellizqué más de una vez. Nunca pasé de ahí, aunque siempre me quedó la sensación que a Marta no le hubiera importado haber ido a más.

Los fines de semana mis padres solían huir a un apartamento en la costa. Estaban deseando que pasaran los pocos años que faltaban para la jubilación de mi padre para poder instalarse allí más tiempo. Así que teníamos la casa enterita para mi hermana y para mí. Aunque no había conseguido ninguna prueba concluyente, me resultaba evidente que mi hermana se traía a tíos a pasar la noche. Pero los despachaba antes de que yo me levantara a la mañana siguiente. Nunca había coincidido con ninguno. Hasta aquella noche de viernes.

Yo no solía salir mucho con los amigos. Supongo que la experiencia matrimonial me había hecho más sedentario. Pero aquella noche, algunos de mis amigos solteros me convencieron. Como ellos decían, había pasado más de un año desde mi separación (casi un año y medio de hecho, hacía ya diez meses que estaba reinstalado en casa de mis padres) y aún no nos habíamos corrido ninguna juerga. Fuimos a tomar unas copas. La noche parecía seguir el guión típico y tópico de nuestras salidas de los viejos tiempos. Alcohol, mucho alcohol. Pero, de repente, la cosa dio un giro. Susana, una gran amiga de mi mujer, entró por la puerta del bar. Y el alcohol pasó a ser un interés secundario para mí.

A la semana de haberse ido mi mujer, llamaron a la puerta de casa. Era Susana. Ellas siempre decían que no eran amigas, que eran hermanas. La invité a pasar. Venía a decirme que pasara lo que pasara, ella quería seguir teniendo una buena relación conmigo, pues me valoraba mucho como persona. Tres minutos después, estaba arrodillada haciéndose una espectacular mamada. Cuando acabó le ofrecí un kleenex y me contestó:

-¿Para qué? - se lo había tragado todo.

Estuvo viniendo a casa esporádicamente hasta que me mudé. Echamos unos cuantos polvos, lo pasamos bien. Pero ella y yo sabíamos que era imposible que la cosa pasara de allí. Susana seguía siendo la "hermana" de mi mujer.

Aquella noche estaba especialmente guapa. Con su negro pelo suelto y no recogido como solía llevarlo. Vestida de negro, con minifalda. Realmente guapa. Me echó en cara que ya no la llamara casi nunca. Estuvimos tonteando ante las cómplices y sonrientes miradas de mis colegas. Le metí algo de mano y ella llegó a palparme el paquete por encima del pantalón. Y se fue. En el fondo se estaba vengando por mi falta de delicadeza al no haberla llamado todo aquel tiempo. Y supongo que no encontró mejor manera que dejarme allí en el bar con mis amigos y con la polla tiesa.

Me entraron ganas de irme a casa rápidamente. Así que aguanté estoicamente alguna que otra broma de mis amigos y me marché. Tenía quince minutos andando hasta casa. El paseito me abrió el apetito. Así que cuando llegué a casa a eso de las dos y media, fui directo a la nevera a buscar algo que llevarme al estómago. En ello estaba cuando me percaté que no estaba solo en la cocina. A mi lado, estaba un joven descomunalmente grande, de raza negra. Rondaría los dos metros, incluso puede que los superara. Con la cabeza rapada, muy musculado. Y lo que ya era del todo alucinante es que estaba como Dios le trajo al mundo, completamente desnudo, con sus veinte centímetros de flácido instrumento colgado de ahí. Y fue en esos veinte centímetros en donde se clavó mi mirada.

  • Hola, soy Mike – me dijo sonriente, con un inequívoco acento anglosajón.

No pude contestarle, pues apareció en la cocina mi hermana, ataviada con una bata bajo la cual me imaginé que no habría ninguna otra prenda.

  • Vaya, ya has vuelto – dijo – Él es Mike.

  • Sí, ya me lo ha dicho – contesté – Yo soy Edu – dije mientras tendía la mano hacia el mastodóntico amigo de Marta.

Me dio un buen apretón de manos. Intenté seguir como si aquello fuera lo más normal del mundo. Al fin y al cabo, ni Mike ni mi hermana parecían ruborizados ni mucho menos.

  • Estaba buscando algo para picar. Tengo hambre.

  • Ah, pues nosotros veníamos a lo mismo – contestó Marta - ¿Tal mal has cenado?

  • No, el restaurante no estaba mal del todo, pero me ha entrado apetito de camino para casa – le expliqué mientras acertaba a sacar de la nevera una caja en la que había unos trozos de salchichón.

  • Me parece que nosotros vamos a optar por algo más dulce – dijo mientras sacaba un bote de mermelada y otro de nata montada.

Mike se había sentado a la mesa con total naturalidad. Yo saqué del armario una caja de pan tostado y me senté frente a él. Marta se sentó a su lado. Empezamos a comer. Ellos no paraban de juguetear con la mermelada. Marta la recogía directamente con los dedos y se la daba a Mike. No se cortaban demasiado. Pero tampoco me imaginaba lo que iba a pasar entonces. Ni corto ni perezoso, Mike le abrió la bata a mi hermana dejando a la vista sus grandes melones, los untó generosamente con la nata montada y empezó a chuparlos glotonamente. Yo seguí comiendo como si aquella escena fuera lo más normal del mundo, aunque dentro de mi pantalón, mi polla empezaba a dejar claro que no lo era. Tampoco fue normal lo que siguió. Mike dejó un momento su labor devoradora y me dijo:

  • Eh, amigo. Aquí hay suficiente teta para los dos.

Me costó unos segundos asimilar lo que me estaba diciendo. Me imagino que él sabía que aquellas tetas que estaba chupando eran de mi hermana. Fue ella la que se encargó de dar el siguiente paso.

  • Va, Edu, no te cortes, que lo estás deseando.

Tenía razón. Lo estaba desando. Así que me levanté y me amorré a aquellos gigantescos senos. Los chupé, los estrujé, los mordí con ansia. El pobre Mike tuvo que apartarse un par de veces para que nuestras cabezas no chocaran más de la cuenta. Aproveché una breve pausa pedida por Mike para volver a embadurnar las tetas de Marta con nata y mermelada para liberar mi polla, que estaba demasiado incómoda dentro de los pantalones. Estaba totalmente erecta, pero ni aún así llegaba a las dimensiones de la Mike, que curiosamente seguía más bien flácida a pesar del gran atracón que nos estábamos dando.

Seguimos a lo nuestro, ya coordinándonos mejor. Él se encargaba del pecho derecho y yo del izquierdo. Lo deje limpio de nata y mermelada en apenas un minuto, y luego seguí jugueteando con la lengua en el erecto pezón.

  • Chicos, ¿por qué no vais para abajo? – dijo Marta mientras nos apartaba y se semincorparaba para quitarse la bata ya del todo. Era cierto que había ganado unos kilitos en la tripita, pero estaba muy buena así y todo.

Su deseo fue una orden para mí. Casi me abalancé sobre la mata de pelitos recortaditos en forma de triangulo que mi hermana había dejado a nuestro alcance. Mike me paró:

  • Espera amigo. Vamos a ponerle de esto – y empezó a embadurnarle el coño con nata y mermelada. Era un accesorio que él parecía gustarle. A mí la verdad ya me daba igual.

Allí estábamos los tres. Mi hermana sentada en una silla con las piernas totalmente abiertas y nosotros dos arrodillados compartiendo la mezcla de nata y jugos que la vagina de Marta empezaba a producir. Debimos estar más de cinco minutos, hasta que Marta dijo:

  • Bueno, creo que yo también quiero chupar.

Nos pusimos en pie como dos resortes. El pollón de Mike ya había crecido algo de volumen, pero aún no estaba erecto del todo. El mío no lo podía estar más.

  • No sé si empezar por el choricillo o por el morcillón – bromeó Marta.

Optó por el morcillón, mientras a mí me la masajeaba lentamente. A ella no le hizo falta embadurnar nada con nata o mermelada. Era tremenda la capacidad que mostraba para tragarse buena parte de la descomunal polla. Faltaba poco para que le cupiera enterita en la boca. Con la mía no iba tener problemas en llegar hasta los huevos. En un momento dado, Mike la detuvo, dejando buena parte de la polla dentro de su boca.

  • Esto es lo que más me gusta – me dijo, mientras sonreía de oreja a oreja.

Con las dos manos, agarró la cabeza de mi hermana y empezó a ser él el que bombeaba. Pensaba que Marta acabaría vomitando, su mejillas se enrojecieron, aunque teniendo en cuenta lo que tenía en la boca, hubiera sido normal que más que enrojecerse se hubieran puesto azules. Tras casi sesenta segundos de mete-saca, Mike la liberó.

  • Dios – exclamó Marta, que apenas tuvo una arcada.

  • Chupa un poco al amigo – dijo Mike, mientras se sentaba en la silla y se liaba a comer más nata.

  • Vaya, esto está apunto de reventar – dijo mi hermana a la vez que empezaba a lamerme los huevos. Tal y como había imaginado, no tuvo ningún problema para tragársela entera, de principio a fin. Era bastante hábil, no tanto como Susana que en eso era única, pero lo hacía muy bien. No paró hasta que le dije:

  • Quiero hacer lo mismo que ha hecho él.

  • Está bien – dijo ella, ofreciéndome su boca todo lo abierta que podía estar.

La agarré de las sienes y le ensarté la polla en la boca, bombeando una y otra vez. Entraba entera, mis huevos rebotaban contra su barbilla. Unos cuarenta segundos después me corrí copiosamente en su garganta. Cuando la saqué, una considerable gota de semen fue a caer entre sus tetazas. A pesar de haber descargado, mi polla aún estaba bastante dura, pero me retiré a la silla y dejé paso a Mike, que ya había acabado con todo el bote de nata.

Mike hizo que Marta se pusiera de pie. Se agachó un poco y lamió entre sus tetas, justo en donde estaba aposentado el gotón de mi lefa.

  • No está malo, ¿eh? – le dijo mi hermana.

  • Mejor la nata.

Mike le pidió que se girara y se apoyara en el mármol que había tras ella. Él se colocó a su espalda y la instó a que separara un poco más sus piernas. Así pudo él insertar su pollón en el coño de mi hermana y empezar a bombear, primero lentamente para ir acelerando el ritmo paulatinamente. Me incorporé y me puse al lado de la fregadera para poder ver botar las tetas de Marta ante las acometidas de su amigo. ¡Cómo botaban aquellos melones! No pude evitar empezar a pajearme allí mismo, mientras Mike seguía follándose a mi hermana de forma implacable. Siguió durante tres, cuatro, cinco minutos. Me parecía increíble que no se corriera. Entonces se la sacó. No sé calcular cuanto debía medir aquella verga, pero era increíble. Y se la había estado metiendo casi hasta el fondo.

  • Por el culo. Tú encima – dijo escuetamente Mike, mientras se tumbaba en el suelo.

Su polla parecía un mástil. Marta iba a tener trabajo para acoplarla a sus intestinos. Se puso en cuclillas y poco a poco fue metiéndosela. Trabajaba casi a ciegas, porque se había puesto dando la espalda a Mike y mirando hacia el lado donde yo seguía haciéndome una lenta paja. Mike la guiaba desde el suelo. No sé si los gritos y sonidos que Marta emitía los producía el placer o el dolor. Pero lo cierto es que cuando una buena parte del pollón ya había desaparecido dentro de su trasero, mi hermana empezó lentamente a botar encima de su amigo. Era increíble.

Decidí volver a la acción activa y sin dejar de pajearme me acerqué a Marta y le ofrecí mi polla para que me la chupara. Tuvo que coordinar su botes encima del pollón de Mike con las acometidas que con su legua hacía sobre mi verga. Al poco tiempo se la sacó de la boca y me dijo:

  • Mi coño está libre.

Tocaba pues un poco de contorsionismo. Tampoco muy complicado, la verdad. Ella echó su cuerpo para atrás, apoyando los brazos en el torso de Mike y yo pude acertar a metérsela por delante sin demasiados problemas. Mike y yo empezamos a bombear, cada uno en su orificio. En las acometidas mis huevos rozaban con la parte de la polla que el intestino de Marta no podía admitir. El sándwich duró unos cinco minutos. El tiempo que tardé en sacársela y correrme en las tetas de mi hermana. A pesar de haber descargado un rato antes, la corrida fue abundante.

Mike aún aguantó un minuto más. Era increíble como podía retener tanto tiempo. Un cachete en la nalga, fue la señal para que Marta se levantara y se diera la vuelta para recibir el semen de su amigo en la cara. La corrida fue de campeonato y eso que me imagino que también él debía haber descargado con anterioridad aquella misma noche, antes de que yo llegara a casa.

El reloj de cocina marcaba las tres y veinte. Habíamos estado casi una hora follando. Tras descansar un instante, Marta se incorporó y dijo que ella iba a ducharse, que nosotros podíamos recoger un poco la cocina. Supongo que la estampa era curiosa. Dos tíos de diferente raza en pelotas, recogiendo y limpiando la cocina. Después me retiré a mi habitación. Mike fue al lavabo donde mi hermana aún estaba duchándose. Me imagino que aún tuvieron tiempo para más.

Me dormí enseguida y no me desperté hasta que noté que alguien me bajaba los pantalones del pijama. Era Marta. La luz del día entraba ya por la ventana, Mike se debía haber ido ya. Ella había venido con su cámara fotográfica y me explicó que quería hacerle una foto a mi polla, pues llevaba cinco años coleccionando fotos de las pollas con las que follaba.

  • ¿Cuántas llevas?

-Camino de las setenta. Si quieres luego te enseño el álbum.

Me puse de pie y ella se sentó en la cama, para estar a la altura de poder hacer un primer plano a mi miembro. Hizo la foto. Entonces yo le dije:

  • Creo que estamos en una posición magnífica para que me la chupes, hermanita.

Dejó la cámara encima de la cama y empezó a masajearme y besarme la polla. No tardó mucho en estar dura.