Mi hermana se hace la dormida mientras la toco 1

Recupero una de mis viejos relatos. En este caso rememorando mis primeras experiencias con el incesto. La historia es real. Espero que la disfruteis.

Mi hermana se hace la dormida mientras la toco. No siempre lo supe, pero hace ya tiempo que descubrí que en realidad no estaba dormida, sólo fingía. Aunque quizá es mejor que inicie mi narración desde el comienzo de nuestra historia.

El primer coño que vi fue el de mi hermana pequeña. Mis padres siempre nos habían bañado juntos; así que, para nosotros, era normal ver nuestros cuerpos desnudos. A menudo nos quedábamos solos en la ducha o en la bañera sin que ninguno de los dos le diera la menor importancia al hecho de poder vernos. Pero con el tiempo todo cambió.

Recuerdo un día en especial. No sé qué edad tendríamos, pero aún éramos unos simples preadolescentes. Como tantos otros días, mi hermana y yo compartíamos un baño de agua caliente, riendo, jugando y hablando de nuestras cosas. Pasando el tiempo mientras disfrutábamos del agradable momento. De pronto mi hermana se puso en pie y empezó a aclararse el pelo para sacase la espuma. Entonces la miré y me sentí como si la estuviera viendo por primera vez.

Lo cierto es que, por aquel entonces, yo seguía siendo bastante infantil y apenas estaba interesado en las chicas. Aunque ya había empezado a fijarme en los cuerpos de algunas compañeras de clase, aún no podría decirse que tuviera una sexualidad plenamente desarrollada. Supongo que por eso nunca antes me había fijado en los cambios que estaba experimentando el cuerpo de mi hermanita. Pero, en aquel instante, fue como si el tiempo se hubiera detenido ante su magnificencia.

Lo primero que me llamó la atención fueron sus dos pezones puntiagudos, tiesos como escarpias a causa del agua fría. Mi hermana mantenía los ojos cerrados para evitar que le entrara jabón, así que pude deleitarme contemplando su figura. Recorrí varias veces su cuerpo con la mirada, desde sus pequeñas y redondas tetitas hasta su vientre. ¡Era tan hermosa!

A medida que el agua resbalaba sobre su cuerpo, la espuma que lo cubría se iba disipando, rebelando ante mis ojos más partes de su anatomía. Mi mirada seguía fija en ella, deleitándose en su cuerpo, cuando un bendito chorro de agua retiró al fin la espuma que ocultaba su pubis, mostrándome su coño adolescente en todo su esplendor.

Aquella era la visión más bella que había tenido en mi corta vida. Su coñito era redondito y sutil, no muy grande, aunque bastante abultado, con los labios exteriores un poco gruesos en proporción al conjunto y los labios interiores escondidos bajo su prominente vulva, parcialmente cubierta por una fina capa de pelo rubio que se hacía más densa a medida que se acercaba a su ombligo.

Mi poya reaccionó al instante poniéndose dura como un mástil. Creo que aquella fue mi primera erección. Y si no fue la primera, ninguna ocasión anterior quedó retenida en mi memoria como lo haría ésta. Aún a día de hoy, puedo asegurar que mi hermana tenía sin duda uno de los mejores coños que he visto a lo largo de toda mi vida. Era sencillamente perfecto. Y yo lo estaba viendo como si lo mirara por primera vez. Mi poya estaba tan dura que empezaba a dolerme y, de pronto, me sentí tan avergonzado que no me podía mover.

Aun tardé un buen rato en salir de la bañera, el suficiente para poder recrearme contemplando las voluptuosas caderas de mi hermana y su culito respingón mientras se secaba el cuerpo sin mostrar ningún pudor hacia mí. Ella seguía hablándome como si nada estuviera pasando, ajena a la tormenta de sensaciones que mi cuerpo experimentaba.

Pude vislumbrar su coñito de nuevo, ésta vez desde atrás, mientras levantaba una pierna para ponerse las braguitas. Creí que iba a desmayarme en ese mismo instante. Estaba tan confuso y excitado que no osé levantarme de la bañera hasta que mi hermana había salido del baño, temeroso de que descubriera mi secreto.

Cuando al fin salí de aquél cuarto de baño, aunque estaba más calmado, ya no era la misma persona que había entrado. Un nuevo universo, desconocido hasta entonces, se abría ante mí con una luz cegadora. Desde entonces fui consciente de los potenciales placeres que me esperaban, de la belleza intrínseca en el cuerpo femenino, y, en especial, de la magnética sensualidad que desprendía mi hermana. Y así fue como empecé a obsesionarme con ella.

Supongo que fue en parte por ser la mujer que tenía más cerca y en parte porque era muy hermosa y me gustaba, pero cada día que pasaba a su lado me sentía más y más atraído por ella. Hice todos los posibles por ocultar mis emociones, pera era imposible que ella no lo percibiera. Cada roce accidental, cada gesto o movimiento que revelara alguna de sus curvas me dejaba sin respiración. Y, sin que quisiéramos darnos cuenta, el morbo y la provocación pasaron a formar parte de nuestra relación fraternal.

Progresivamente nuestros juegos cambiaron y fueron adquiriendo un carácter cada vez más erótico. Con el tiempo mi hermana también empezó a desarrollar una enorme curiosidad por mi cuerpo y, en especial, por mis frecuentes erecciones. Por aquel entonces nuestros juegos ya eran abiertamente sexuales. Llegó un punto en que la mayor parte del tiempo que pasábamos a solas estábamos mirando, tocando o restregándonos mutuamente los genitales sin saber muy bien lo que hacíamos.

Por aquel entonces ninguno de los dos tenia demasiada información sobre el sexo. Para nosotros sólo era un juego, un juego íntimo y placentero que hacíamos a escondidas. En realidad, creo que ninguno de los dos le daba demasiada importancia. Supongo que fue por eso que, aunque lo intentamos, no le pusimos suficiente atención al escondernos. Al final terminó por suceder lo inevitable y alguien nos descubrió.

Viéndolo con retrospectiva, imagino que nuestros juegos debieron llamar la atención de alguien que alertó a nuestros padres. O quizás, por instinto, ya se lo olían. Por el motivo que fuera llego un día en que mi madre nos tendió una encerrona a mi hermana y a mí.

Sucedió que, tras dejarnos a ambos en el cuarto de baño, fingió ir a hacer sus cosas como hacía normalmente, sólo que esta vez se quedó tras la puerta esperando y, tras un tiempo prudencial, la abrió de improviso sorprendiéndonos a mi hermana y a mí en una situación terriblemente comprometida.

Justo cuando mi madre entró, mi hermanita estaba de rodillas en la bañera con mi poya metida en la boca. Yo estaba de pie, mirando hacía la puerta y fui el primero en ver a mi madre entrar. Recuerdo su mirada de fuego y su cara roja como el carmín. Lo que pasó a continuación fue una pesadilla.

Nos separaron a mi hermana y a mí.

Mientras mi madre hablaba con mi hermana en otra habitación, mi padre me lanzó una de las mayores broncas que soy capaz de recordar.

Nunca supe lo que hablaron mi madre y mi hermana, pero desde aquel día nuestros juegos se terminaron para siempre.

Lo intenté de todas las maneras posibles, pero mi hermana nunca volvió a acceder a ninguna de mis propuestas. Incluso sentí como se distanciaba de mí. Cuando hablaba con ella, me mostraba la misma calidez de siempre, pero nuestros juegos, hasta los más inocentes, empezaron a ser cada vez menos frecuentes hasta extinguirse.

Así fue como ingresé en la adolescencia, perdidamente enamorado de mi propia hermana, con la que cada vez me sentía más distanciado.

Es cierto que por aquel entonces ya empezaba a tener chicas bonitas a mi alrededor. Pero a pesar de que algunas de ellas me gustaban realmente y que incluso llegué a enamorarme, los tímidos besos, roces y frotamientos propios de mi edad no conseguían saciar aquel incendio que mi hermana había provocado en mí. Así que mi obsesión por ella, lejos de desaparecer, cada vez se hacía más fuerte. Aprovechaba cualquier ocasión para espiar su cuerpo desnudo a escondidas, temeroso de ser descubierto por mi hermana. Me aterrorizaba la idea de enojarla y que se alejara definitivamente de mí.

Por aquel entonces mi mejor amigo era un vecino que respondía al perfil del clásico adolescente pajillero. Siempre tenía revistas porno escondidas, las cuales en aquella época eran muy preciadas al ser una de las poquísimas maneras en que los chicos de nuestra edad podíamos ver un coño de cerca. Fue él quien me enseñó a masturbarme correctamente, pues hasta ese momento tan sólo atinaba a restregar mi miembro erecto contra algo, ya fuera este algo el suelo, un colchón o las suaves nalgas de mi hermanita.

A menudo me quedaba a dormir en su casa. Mi amigo vivía en un dúplex y su habitación quedaba muy separada de la de sus padres, que dormían en el piso inferior, por lo que en la noche nos era muy fácil escurrirnos hasta el salón de su casa para pasar la noche viendo películas eróticas, cuando no directamente pornográficas, y nos la machacábamos sin parar hasta caer rendidos. Cuando habíamos terminado, mi amigo se encargaba de recoger las pruebas, incluidos mis restos de semen, y volvíamos sigilosamente a la cama.

Mi amigo y yo fuimos ganando confianza y nuestros juegos subieron en intensidad como antes lo habían hecho con mi hermana. Aprendimos a darnos placer mutuamente. A menudo nos masturbábamos el uno al otro mientras nos contábamos historias subidas de tono.

Con el tiempo ya ni siquiera íbamos hasta el salón. Nos quedábamos en su habitación jugando con nuestros cuerpos al son de la imaginación. En más de una ocasión terminamos por chuparnos las poyas. Fue la primera vez que probé el semen.

El lector puede pensar que aquello despertó nuestra homosexualidad, pero no fue en absoluto lo que sucedió entre nosotros. Ambos pasábamos el día persiguiendo a las chicas, hablando de ellas, anhelando el cuerpo femenino por encima de todas las demás cosas.

No, no éramos gais. Pero aquella era la única forma en que podíamos calmar nuestra calentura, cada vez más desbordada.

Fue en una de esas sesiones masturbadoras cuando por primera vez me habló de su hermana.

Resultó que el también espiaba a hurtadillas a su hermana en la ducha o mientras se cambiaba. Hasta me explicó como algunas noches se colaba en su cuarto para tocarla mientras ella dormía. Me describió el tacto de sus tetas y me aseguró que no importaba lo que él le hiciera, ella no se despertaba nunca. Incluso se ofreció a demostrármelo esa misma noche si aguantábamos despiertos hasta la madrugada.

Por motivos que, a estas alturas de la narración, ya deberían ser obvios para el lector, aquella revelación causo una honda impresión en mí.

A pesar de la sinceridad que mi amigo había mostrado, me sentí incapaz de hablarle de mis sentimientos por mi propia hermana. En lugar de eso, decidí aceptar su propuesta movido por la excitación y una enorme curiosidad.

No sé cuánto tiempo permanecimos en silencio bajo la oscuridad de aquella habitación, pero estoy convencido que ninguno de los dos llego a cerrar los ojos ni un solo momento. Cuando el silencio más absoluto se había apoderado del entorno, al fin alguno de los dos habló.

  • ¿Estas despierto?

-Sí.

  • ¿Aún quieres hacerlo?

  • ¡Vamos!

Y sin añadir más palabras ambos nos dispusimos a salir en silencio al pasillo interior.

La habitación de su hermana, estaba pegada a la de mi amigo, entre ésta y el salón, en el piso superior. Por lo que, si colarse en el salón había sido fácil, entrar sigilosamente en la habitación de su hermana fue un juego de niños.

Tardamos bastante en llegar a su cama. Mi amigo se veía nervioso. Lentamente nos fuimos acercando hasta llegar al borde del lecho. Entonces yo me quedé a un lado contemplando la escena gracias a la poca luz que entraba por la rendija de la puerta. Mi amigo, mientras tanto, metió su mano muy despacio bajo las sabanas de su hermana, a la altura de sus pechos y, con mucha cautela, siguió avanzando hasta posarlas en ellos. Al cabo de poco, decidí secundarle y, con cuidado, hice lo propio hasta sentir el tacto de esas cálidas masas de carne.

Para mi sorpresa, mi amigo tardó poco en perder la cautela con que había procedido mientras siseaba, susurrándome al oído:

  • ¡¿Lo ves?! Le puedes hacer lo que quieras. ¡Nunca se despierta!

Yo hacía un rato que había trasladado mis actividades, un poco más al sur, dejando para mi amigo aquellos agradables melones, deseoso como estaba de tocar de nuevo un coño con mis propias manos. Fue entonces cuando mi amigo, al ver que le había dejado vía libre, se abalanzo con ambas manos sobre su hermana para manosear sus pechos a placer. Es muy probable que su hermana ya llevara un tiempo despierta, pero no fue hasta sentir la intrusión de aquella tercera mano cuando reaccionó llamando a su hermano por su nombre.

  • ¿Gerardo? ¿Eres tú? ¡Gerardo! ¡¿Qué haces?!

La frase de su hermana sonó prácticamente como un susurro, quizás un gemido... Su voz estaba ronca, seguramente por la excitación. Pero, a pesar de ello, nos dio un susto de muerte. Huimos a toda prisa a la seguridad de su habitación mientras le recriminaba sus promesas.

  • ¡¿No decías que ella nunca se despierta?!

  • ¡Ya, tío!, ya...

Esa fue la última vez que me invitaron a aquella casa y, con el tiempo, mi amigo y yo nos fuimos distanciando. Aunque aquel episodio, más que un final, para mi significó el principio de lo que estaba por venir, pues aquella experiencia me dio nuevos motivos para seguir ahondando en mi obsesión.

Desde que nuestros padres descubrieran lo nuestro, mi hermana y yo no habíamos vuelto a ducharnos juntos, ni a cambiarnos en la misma habitación. Incluso le habían arreglado a mi hermana una habitación en lo que antes era el trastero, para evitar que durmiéramos juntos.

Las únicas ocasiones en las que logré ver su cuerpo desnudo eran cuando conseguía espiarla oculto tras alguna rendija. Necesitaba más.

Durante muchas noches estuve tramando una estrategia para volver a gozar del anhelado cuerpo de mi hermana, aunque fuera del modo en que lo hacia mi amigo con la suya. Me quedaba despierto hasta altas horas de la noche, buscando el momento propicio, aunque al final nunca me atrevía materializarlo.

Recuerdo que fue durante las navidades de ese mismo año, cuando alguien me hizo un regalo que resultó ser muy especial para mis propósitos. Me regalaron una pequeña linterna portátil, tan pequeña que me cabía en la palma de la mano. En otras circunstancias un regalo así habría pasado sin pena ni gloria, sin embargo, yo lo percibí como una señal del destino.

Esa misma noche, mientras daba vueltas en mi cama, sucumbí a la tentación de volver a ver aquel hermoso coñito de cerca. Así que cogí mi linterna y me dirigí directo a su habitación poniendo tanto cuidado en no hacer ruido a mi paso como si me fuera la vida en ello.

Aún recuerdo el ambiente seco de aquella cálida estancia. Recuerdo mi corazón bombeando con violencia contra mi pecho. Recuerdo el sonido de mi respiración y el momento en el que distinguí el sonido de la suya. Estaba dormida. Con mucho cuidado de no despertarla, fui retirando el edredón hasta descubrir sus piernas y su cintura, tapando por completo su cara.

Me costó un buen rato decidirme a continuar mientras contemplaba extasiado las voluptuosas curvas que se insinuaban bajo el pijama. Finalmente me armé de valor y comencé a bajar con sumo cuidado el elástico de su pantalón mientras sostenía la pequeña linterna en mi otra mano. Ésta tan sólo proyectaba un tenue punto de luz, aunque fue más que suficiente para permitirme contemplar su tan anhelado tesoro cuando al fin emergió bajo la goma del pantalón, precedido por su hermosa mata de pelo rubio.

Estaba tan absorto mirándola que no me di cuenta de los cambios que estaba experimentando el sonido de su respiración. Al cabo del rato sentí la necesidad de tocarla y apagué la linterna para poder sostener la goma de su pantalón de pijama mientras introducía mi otra mano para acariciar con cuidado la suavidad de su vientre.

Empecé a tocarla rozando con mis dedos el vello aterciopelado que cubría la parte inferior- Tuve que forcejear un poco con la goma de su pantalón para poder alcanzar sus labios mayores. Después, respiré hondo y seguí descendiendo hasta llegar a la curvatura de su vulva.

Hubo un momento en que me sobresalté al notar que su cuerpo daba un ligero respingo. Aunque no detuve mi avance, pues para entonces ya estaba demasiado excitado. De todos modos, ella permaneció inmóvil y en silencio, aunque creo recordar que su respiración no era la misma que cuando había llegado a su habitación. ¿Estaría despierta?

Continué explorando su coño como si fuera la primera vez que lo tocaba, agradeciendo al destino por haberme brindado aquella nueva oportunidad. Recorría sus labios mayores de arriba hasta abajo, como si buscara algo sin saber el qué.

Finalmente descubrí un punto en la parte inferior de su rajita del que emanaba una abundante humedad y, movido por la curiosidad, dirigí hacia ahí mis caricias. Justo en ese momento, mi hermana dio de nuevo un respingo y empezó a moverse, cambiando de postura mientras yo sacaba a toda prisa la mano de dentro de su pantalón.

Aquello me asustó de verdad y salí corriendo de ahí a toda prisa.

Ya en la seguridad de mi cama me hice una paja monumental. Lo cierto es que me sentía culpable, pero también sabía que, tarde o temprano, lo volvería a hacer.

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CONTINUARA