Mi hermana quiere ser ilustradora (III)

Las habilidades de Ari.

The.sister.of.clara

A la mañana siguiente me despertó un ruido en la casa. Miré el reloj y me sobresalté por lo tarde que era. El aire estaba viciado. Olía a choto y a sudor… es decir a sexo concentrado. De un salto abrí las ventanas para ventilar la habitación. Entré en el baño y dejé correr el agua caliente. Mientras tanto pude verme por primera vez en el espejo. Reconozco que me impresionó mi aspecto. A unas leves ojeras había que añadir el pelo revuelto y mechones apelmazados. En la cara también había restos de algo que parecía una mezcla de flujo reseco y saliva. Haber estado follando con mi hermana me había dejado como si saliese de una fiesta de escupitajos. Sin embargo tenía que reconocer la felicidad que albergaba en interior. Mi primera noche con Ari la recordaría toda la vida.

Ya en la ducha, por mucho que quisiera pensar en otra cosa, las imágenes del cuerpo de mi hermana pequeña me asaltaban a cada instante. No podía dejar de hacerme preguntas muy juiciosas como si era yo realmente lesbiana y no lo había sabido. O de si Ari sentiría por mí lo mismo que yo por ella, ya que no podía negar que me estaba enamorando de aquella chica. Y si fuese así, si querría ser mi novia y qué les parecería a los demás esa relación. Luego negaba con la cabeza y concluía que se me estaba yendo la olla con todo aquello.

Ninguna de esas reflexiones pudo evitar que acabara excitándome y haciéndome una paja. Imaginé que las caricias líquidas de la ducha proyectada sobre mi clítoris era la boca de Ari, y logré la corrida que estaba pendiente.

Ya aseada, peinada y modosita, bajé a la cocina. Me encontré a Alberto terminado de desayunar.

—¿No está mamá? —pregunté, aunque presentía que estábamos solos. —¿Y Ari?

—Yo que sé… —refunfuñó Alberto dejando la taza del desayuno en el fregadero.

—¡Al menos podrías fregar tus cosas! —le recriminé.

—Pasa de mi, pijita —me soltó con desprecio dejándome sola.

Una ola de furia me invadió. Me dieron ganas de ir tras él y darle un puñetazo. Estas actitudes confirmaban lo mucho que detestaba a aquel imbécil. Aún no entendía qué coño le veían mis amigas cuando me preguntaban por él tras las vacaciones. O a Ari, que siempre acababa riéndose con sus bobadas.

Terminé de desayunar y me dispuse a fregar los cacharros cuando sentí entrar a Alberto nuevamente en la cocina. Por un momento pensé que iba a disculpase o a hacer alguna broma para disimular su impertinencia. Pero al acercarse dejó en el fregadero el vaso y el plato de su habitación, aún con restos de comida.

—Tengo un regalito para ti… —sonrió con socarronería antes de darme la espalda.

Los días transcurrieron sin grandes incidencias. A medida que se acercaba el lunes, que es cuando Ari había decidido que posáramos para ella aprovechando que mamá tenía guardia, me sentía como si llegara la época de exámenes. O un fusilamiento. Intenté sumergirme en mis estudios para disipar semejante ansiedad. Ari se encerraba en su habitación con sus dibujos y Alberto en sus videojuegos.

Un día Ari decidió acudir a la peluquería. Cuando apareció al mediodía casi se me cae la mandíbula de la impresión. Se había cortado flequillo por encima de los ojos, dejando el resto igual de largo que siempre. Su aspecto dulce se había incrementado. Se parecía mucho a la cantante Aitana. Me pareció hermosísima. Dijo que le molestaba para dibujar, porque se le caía todo el rato sobre la cara, y que ahora estaría mucho más cómoda. Mi mamá sonrió al verla y dijo que le quedaba muy bien. Mi hermano se quedó embobado.

Una mañana, que coincidimos en el baño comunitario, noté a Ari algo alicaida. Me explicó que le habían borrado muchos dibujos en @the.sister.of.clara, su cuenta de Instagram. De repente habían empezado a entrar muchos seguidores. Según decían habían leído un relato en Internet que un tipo había escrito a raíz de ver sus dibujos. Eso había llamado la atención de gente no tan simpática y habían denunciado su alto contenido explícito. Como consecuencia la red social le había mandado serios avisos de cancelación, al tiempo que eliminaba muchas imágenes y textos.

—¿Y qué vas a hacer Ari? —pregunté mientras intentaba consolarla.

—No lo sé. Un follower me ha aconsejado que la ponga en privado. Pero he perdido ya mucho material y también, al ser privada, la posibilidad de promocionar la página —dijo haciendo pucheritos.

Mientras me lo contaba me puse detrás y fui peinándola con cariño. Veía nuestro reflejo en el espejo y me asombraba lo mucho que nos parecíamos. La forma de nuestros ojos almendrados, los labios carnosos y la pequeña nariz eran muy semejantes. Sin embargo ella aún se gastaba una dulzura que yo intentaba adivinar de donde provenía. Quizá eran sus ojos ligeramente más elevados en los laterales o sus labios más mullidos… no lo sé.

Procuré que no se disgustase más con el asunto de Instagram haciendo bromas y animándola a seguir subiendo aquellos formidables dibujos de chicas desnudas disfrutando de su sexualidad. Al final nos pusimos mimosas, con alguna caricia perdida y algún besito en el cuello. Ella cerraba los ojos y sonreía por la bajo. Parece que funcionó y acabamos dándonos lengua.

La tarde del lunes mamá se despidió antes de ir a trabajar.

—¡Nenas, me marcho! Tenéis cena en la nevera. Solo hay que meterla en el microondas. No quiero que os acostéis muy tarde. Y tu Alberto deja de una vez esos juegos y ponte a estudiar, que andas todo el día haciendo el vago. ¡Aprende de tus hermanas! —fue diciendo mientras se calzaba para salir.

Antes de que se pusiera la mascarilla, Ari y yo nos lanzamos sobre ella, como siempre, y la cubrimos de besos.

Cuando cerró la puerta nos quedamos mirando unos a otros, un poco perdidos sin saber qué hacer. Y como el Sr. Smith en Matrix, cuando Neo sale volando del patio y los deja a los clones allí plantados, cada uno se perdió por una esquina.

—Nos vemos a las siete ¿vale? —nos dijo Ari desde su habitación.

Esas dos horas se me hicieron eternas. Estuve viendo un poco de “Girls”, pero no era capaz de centrarme en los diálogos. Cada poco miraba el reloj y esa espera se me hizo muy pesada. Decidí matar el tiempo poniéndome guapa. Hidraté mi piel, recorté los pelitos del pubis, y alisé mi larga melena. Luego fui al cuarto de mamá y le cogí unas pulseras que dejé caer en brazo derecho. Me miré en el espejo y me encantó mi aspecto.

A la hora señalada fui directamente a la habitación de Ari. Mi hermana había preparado su cuarto como si fuese un improvisado plató de fotografía, con luces potentes dirigidas al centro y una alfombra cómoda y amplia, muy cerca de la cama. Su taburete tenía ya un block de dibujo y un par de lápices de diferente numeración preparados.

Ari se había hecho un moño muy gracioso y llevaba un top blanco que le quedaba muy bien.

Al poco irrumpió Alberto. Se quedó mirando todo aquello, pero no dijo nada del atrezzo.

Esas horas en mi cuarto había decidido que, ya que me había metido en todo aquello, no pensaba dejar que la timidez se apoderara de mi.  Cuando Ari nos dijo que íbamos a empezar ya, sin más demora, tomé la iniciativa y me empecé a desvestir sin que nadie me lo hubiera pedido. Alberto se quedó allí como un pasmarote. Me encantó ver su cara de bobo cuando me quité la camiseta y mis tetas dieron un pequeño bote mostrándose en su esplendor.  Me tomé mi tiempo doblando cada una de las prendas dejándolas  sobre la cómoda antes de quitarme el pantalón y las braguitas. Solo me dejé calzadas las playeras claras. Me sentí orgullosa de mi misma por no haber mostrado ningún titubeo. Esta iba a ser la nueva Clara y no pensaba dejarme intimidar fácilmente.

Me volví hacia Alberto con los brazos apoyados en mis caderas sin titubeos, como diciendo: ¿tengo que esperar mucho?. Ari hizo lo mismo. Agarró el cuaderno con los dos brazos y se sentó en el taburete mirando a Alberto, a la espera.

—¡Qué! —es lo único que atinó a decir mi hermano.

Qué tonto es. Cuando comprendió la situación, empezó a desabotonarse la camisa, resignado. Ari y yo nos miramos y nos guiñamos un ojo.

Arrojaba la ropa con desgana y nos miraba un poco confundido, pero nuestros rostros eran inexpresivos. Cuando metió los pulgares por la goma del boxer y se hizo de rogar sentí un poco de impaciencia. Pero no estaba preparada para ver aquello. Ni Ari tampoco. Al quitarse el calzoncillo mi hermano nos sorprendió con un pene bastante bien formado. Se había recortado el bello y eso hacía que pudiéramos apreciar las formas de los testículos y la longitud y el calibre de tronco. Pedazo rabo, dije para mis adentros. Ari miraba detenidamente los genitales de Alberto. Creo que ya había empezado a dibujar mentalmente.

—Vaya, hermanitas. Veo que os ha gustado. Os habéis quedado mudas jo, jo —dijo Alberto balanceando ligeramente aquella verga a un lado y a otro.

—Tranqui hermanito. Estos ojos han visto cosas más interesantes —respondí intentando normalizar todo aquello.

—En tus sueños, Clarita —contestó Alberto recuperando su arrogancia. —A ver Ari, dime qué vamos haciendo.

Mi hermana estaba ensimismada. Era difícil saber lo que pasaba por aquella cabeza. Cuando recuperó el habla sus primeras palabras fueron dichas con suavidad y decisión.

—Poneros juntos. Tu Alberto de perfil y Clara mirando hacia mi. Coloca la mano sobre su hombro.

Hicimos lo que solicitaba. Ya solo poner la mano sobre el hombro de Alberto era algo que me repugnaba. Pero había asumido que algo así podría pasar, es decir, que habría algún roce. El cuerpo de Alberto, había que reconocerlo, estaba suficientemente trabajado como para resultar atractivo. Noté el calor que desprendía su piel cuando puse mi mano sobre el hombro. Desde mi posición podía, a poco que bajase la vista, mirar su pene sin ser vista. Tenía mucho interés en poder observarlo con tranquilidad, había que admitirlo.

Ari abrió el cuaderno y volvió a meterse en su mundo cuando dibujaba. Nos miraba detenidamente, sin mostrar expresión alguna, y trazó las primeras líneas del lápiz sobre la hoja.

Cuando notamos que las piernas empezaban a cansarnos Ari interrumpió la pose.

—Muy bien chicos. Voy cogiendo mano. Vamos a por otra pose —dijo animada. —A ver Clara. Ahora ponte de espaldas en el suelo y Alberto mirando hacia mi sentado en la cama.

Me alegré de que pudiera descansar un rato sobre la alfombra. Sin embargo cuando Alberto se puso delante, sentado sobre la cama, mis mejillas se encendieron. No había caído en que esa pose dejaba el pene de mi hermano a escasos diez centímetros de mi cara. Hice esfuerzos porque no se me notase la turbación.

—Tranquila hermanita —que no se me va a levantar —dijo Alberto mientras me acariciaba la cabeza, como si fuese un perrito.

¡Pero qué se creía aquel imbécil! dije para mis adentros. Mientras Ari seguía dibujando yo tomaba aire y hacía esfuerzos por evitar responder a su provocación. El tener tan cerca aquel pene se me hacia muy extraño. Mi hermano me sacaba de mis casillas de una manera profunda y visceral. Siempre acabábamos discutiendo y lograba echarme del lugar donde él estaba si no quería que las cosas fuesen a mayores. No lo aguantaba. Pero ahora no podía hacer nada de eso. Tenía que resignarme y quedarme mirando su entrepierna durante todo el rato que durase aquella sesión. Decidí distraerme y estudiar aquella pija con detenimiento. Es cierto que no se le había levantado y que su verga descansaba colgando por el borde de la cama. Aún en reposo el grosor era bastante imponente. Su falta de pelo hacía que luciese limpia y definida. Me preguntaba si alguno de mis antiguos novios la habían tenido así de grande en reposo. Llegué a la conclusión de que no, ninguno de ellos. Recordaba con nitidez el calibre de aquel novio al que se la había chupado. También las sensaciones que me produjeron en mi boca. Me surgían serias dudas si algo como aquello que tenía ahora delante, en erección, podría siquiera entrar. “Joder, pero qué estaba pensando”.

—Mira para acá Alberto y ponte más recto, que ya casi acabo — dijo Ari sacándome de mis pensamientos.

Al moverse en su sitio la polla de Alberto osciló un poco, como una trompa de un animal africano.

—Muy bien chicos, esto marcha. Vamos a por otra pose —nos anunció Ari.

—Esto es un puto rollo —manifestó Alberto de forma brusca. —¿No podrías ir más rápido Ari? Me estoy aburriendo un huevo.

Ari se quedó parada con el lápiz en la mano. Por un momento vi como titubeaba. Alberto no solía mostrar su rudeza más que conmigo. Aquella manera ordinaria de hablar me reafirmó en lo bruto que podría llegar a ser mi hermano. Pero otro otro lado me dio pena de mi hermana, que parecía descolocada.

—¿Por qué no nos sacas fotos y luego las dibujas? Así al menos iríamos más rápido —propuso Alberto.

Me irrité sobremanera por su forma de romper la dinámica de todo aquello. Poder contribuir al arte de Ari consistía en asumir la observación lenta del natural. Era como un ritual singular e intimo. Reducir todo a un puñado de fotos resultaba vulgar. Sin embargo había algo de lógica en aquella solución, ya que agilizar el proceso de posado entrañaría que Ari dispondría de un montón de material para sus futuras ilustraciones. Y también, por qué no admitirlo, daría por finalizado el sacrificio de tener que estar cerca de aquella maravilla de polla que la naturaleza le había otorgado a un cretino.

—Bueno, es una solución ¿verdad Ari? ¿Por qué no pruebas con tu móvil a ver qué tal? —dije intentando consolarla. —Si no funciona seguimos tu y yo, ¡y este que se pire!.

—Eh, bueno. No te pongas así, hombre —balbuceó Alberto

Obedientemente  Ari dejó el cuaderno en una de las mesas de su habitación y cogió su móvil. Activó la cámara no muy convencida de este cambio.

Había que reconocer que este procedimiento resultaba especialmente cómodo para nosotros. Podíamos hacer muchas poses en poco tiempo: poniéndonos de espaldas, de rodillas cara a cara, uno sentado y otro tumbado o con la mano de Alberto rodeando mi cintura. Quizá esta es la que más me costó al principio. Cuando Ari nos la propuso no tuve más remedio que aceptar. Como si fuéramos novios abrazados, mi hermana nos fotografió desde distintos  ángulos. Lo siguiente ya fue algo más atrevido. Ari me pidió que enterrase mis manos en el cabello de Alberto mientras él pegaba su cara a mi pecho.

Alberto lo estaba ahora disfrutando. Se le veía emocionado con ese manoseo. Al apoyar por primera vez su cara sobre mis tetas pude ver de reojo, por primera vez, como su pene empezaba a cobrar vida. La entrada de sangre en aquel cuerpo esponjoso logró que aumentara su tamaño. Y pese a no llegar a ser una erección más que ligera, me turbó su tamaño. Pese a que su presencia me incomodaba hasta el rechazo, no podría decir lo mismo de su pene, que me suscitaba una atracción difícil de negar.

Ari pidió a mi hermano que se pusiese detrás de mi y me cubriese los pechos con las manos. Lo más gracioso fue comprobar las dudas de Alberto, ya que las mantuvo alejadas unos centímetros de mis tetas sin atreverse a tocarlas.

Sin pensarlo se las cogí y las aplasté contra mis pechos.

—Así idiota, que no muerden —le dije.

Después de unos momentos de sorpresa, se pegó un poco más a mi cuerpo. Aplastó los senos con suavidad y sentí su pene rozar mi culo.

— Se ve que te gusta, Clarita.

—Qué bobadas dices Alberto, y estate quieto de una vez.

Ari se movía a un lado a otro sacando fotos desde diferentes puntos de vista y se comportaba de manera muy profesional. Se agachaba o se ponía encima de la cama para encontrar nuevos ángulos. También se acercó mucho para tomar detalles de los dedos de Alberto estrujando mis tetas o a mis pezones aplastados que ya se estaban endureciendo.

Lo siguiente que sucedió ya fue realmente loco. Ari no se cortaba nada. Era algo que ya debería haber asumido. Aún así no estaba preparada para lo siguiente.

—Bueno, creo que con esto  tengo mucho material de pareja. Ahora me gustaría centrarme un poco más en Alberto. ¿Podrías ponerte completamente erecto, Alberto? dijo con seguridad mirando a su hermano  a los ojos.

—Jo, jo, jo. Vaya con la princesita. Sí que le va la marcha —farfulló Alberto.

Ari lo miró con severidad y Alberto se corto de seguir con la tontería.

—Lo que pasa es que esto no va así hermanita. Esto no se sube a voluntad.

—Ya. Había pensado que vieras algo de porno. ¿Te traigo tu móvil? —dijo Ari señalando hacia su ropa.

—Estoy harto de ver porno. Y tampoco me apetece estar aquí buscando escenas delante de vosotras. Pero se me ocurre otra solución —dijo Alberto e hizo una pausa antes de continuar —Podríais tocarme la polla para ver si se me levanta. Anda Clarita, tócamela un poco.

—¿Qué cojones dices?, ¡¿estás tonto?!

—Qué más te da tía. Además llevamos toda la tarde tocándonos. Esto no es más que otra parte del cuerpo.

—¡No me llames tía!. ¡No pienso tocarte tu polla ni borracha!.

—Venga Clarita, no te pongas así. Con lo buena que estás, seguro que ya has tocado muchas pollas. Además, yo lo hago por los dibujos de Ari. No soy yo quien está queriendo ponerse palote. —Dijo mientras se palpaba los genitales de manera obscena.

Me sorprendió que mi hermano dijese que estaba buena. Su manera de ignorarme siempre me había hecho pensar que ni siquiera se había fijado en mi. Aquella revelación me incomodó, aunque no sabría decir la raíz última de esa incomodidad. Lo de tocarle el pene se me hacía bizarro. Y aunque una parte de mi parecía querer asumir el reto de lograr ponérsela dura, algo que estaba segura que no me costaría mucho esfuerzo, otra parte en mi interior no olvidaba de a quién pertenecía aquel miembro y se negaba en redondo.

—A ver, si no me la vas a tocar, esto no se va a levantar como si tuviese poderes de levitación —dijo Alberto haciendo el gesto de un mago que levanta objetos, algo que nos hizo gracia. —Propongo otra cosa. Si tanto lo necesita Ari, y tu no piensas tocármela; ¿por qué no os besáis para mi?. Quizá así pueda empalmarme.

Mi hermana y yo nos miramos con sorpresa por la solución y luego con complicidad. No hacían falta palabras. Alberto no sabía que ya nos habíamos besado. No una, sino muchas veces. Y con pasión desatada. Hacerlo una vez más no iba a suponer ningún conflicto. Lo único diferente sería que esta vez tendríamos un espectador. Y pese a ser mi hermano, por mi parte estaba dispuesta a realizar esta concesión.

—Esta bien Alberto, pero de esto ni una palabra a nadie —dije levantando un dedo y poniéndome frente a Ari.

—¿¿Lo vais a hacer?? —preguntó Alberto sin ocultar su impaciencia ante el espectáculo que iba a presenciar.

Ari se arrodilló delante, hasta quedar cara a cara. Qué hermosa me parecía siempre. Además ahora fingía una timidez de primeriza,  que no tenía otro fin que el de representar el papel de hermana apocada.

—Saca alguna foto al menos—dijo Ari mientras le pasaba el teléfono a un Alberto que nos miraba embobado.

Con una mano retiré el pelo de la cara de Ari, y ella me acarició la nuca. Introdujo sus dedos en mi cabello, cosa que me hizo temblar de gusto.

Con lentitud, como si fuese la primera vez, nos fuimos acercando una a la otra mientras entrecerrábamos los ojos. El primer contacto fue ligero y agradable. Pero nos tuvimos que separar para poder reírnos. Alberto debía pensar que estábamos cortadas, pero nosotras nos reíamos de nuestra  interpretación. De nuevo volvimos a acercar nuestras bocas, esta vez con más decisión. Cerramos los ojos y abrimos los labios para que nuestras lenguas pudieran entrar en contacto.

—Joder, qué pasada —rugió Alberto.

—¿Te vas a callar, que nos desconcentras? —le dijo Ari haciéndose la enfadada.

—Si, si… es que estáis tan buenas, hermanitas… no paréis.

Ari y yo nos reímos por lo salido que ya iba Alberto. Pero esta vez decidimos darle un buen espectáculo. Ari pasó sus brazos por mi espalda y nos abrazamos fuertemente. Empezamos a comernos el morro con furia. De vez en cuando nos separábamos y un hilo de saliva quedaba colgando entre nuestras bocas. Lográbamos recogerlo antes de volver a mezclar nuestras lenguas.

—La hostia, qué espectáculo. Joder con las princesitas.

Aquel comentario me llenó de orgullo. Que me equiparase a la hermosa Ari me encantó. De reojo me fijaba en su pija, que había ido creciendo más y más y ya mostraba una erección muy notable. Un poco sofocadas terminamos separándonos.

—¿Bien así? —Dijimos.

Si, si… ha sido una pasada, niñas.

Ari recogió el teléfono que le tendía Alberto y sin demora se puso a sacar fotos de aquel vigoroso pene. Las venas se marcaban nítidamente. Parecía durísimo. Su depilación aumentaba el efecto inóptico de semejante dimensión. Quizá podría habérsela tocado. Es cierto, no me hubiera importado. Aunque temía sus posibles mofas y bromas los días siguientes. Me consolé recordando el comentario sobre nosotras, que me había encantado por lo espontáneo de su naturaleza.

Ari sacó todo tipo de fotos de aquel pene erecto. Parecía que Alberto estaba disfrutando de ser el centro de atención, orgulloso de su virilidad. Ari le obligaba a moverse y a poner diferentes poses, como esos actores de cine que hacen posturitas en el photocall. Pero Ari era mucho más intrépida de lo que imaginábamos: siempre quería más. Le dijo que se pusiera de rodillas sobre la cama, de espaldas, y que se echase hacia delante. Podíamos ver el grueso pene de Alberto sobresalir entre las piernas, como uno de aquellos adonis de Mapplerthorpe, con sus músculos marcados y falos como flores asilvestradas.

—Y ahora, con las dos manos, ábrete el culo —dijo Ari con absoluta seguridad. Alberto pareció dudar un poco, pero su culo y su ano no es algo que no estuviésemos viendo ya.

Después de unas pocas fotos de cerca, Ari, que ya iba muy lanzada, le ordenó:

—Métete un dedo en el culo.

—¡Qué cojones dices Ari —dijo Alberto indignado, incorporándose y volviéndose hacia Ari.

—Ya salió el troglodita, ja, ja, ja —dije divertida. —Tranqui Alberto, que nadie va a cuestionar tu virilidad. Creía que eras más moderno.

—¡Pasa de mi Clara! ¿De qué vas Ari? ¿Se te ha ido la olla? —dijo confundido, sin saber que hacer.

—Solo es un dedo para las fotos. Si crees que no puedes, me vale solo con la punta del dedo. En esta postura nadie va a verte la cara, tranquilo —explicó a decir Ari, un poco nerviosa por la violenta reacción de Alberto.

—Ya…, pero es que es raro Ari. Eso es de maricas y duele.

—¡Qué va doler! —exclamó divertida por aquella reacción —Cómo se nota que no eres chica. Ya verías tu cada mes lo que es dolor.

Alberto se nos quedó mirando a mi hermana y a mi sin atreverse a hacer nada. Había algo en la mirada de Ari que impresionaba. ¿De dónde sacaba aquella niña esas ideas? Había que deducir que Ari no era Ari: cuando se trataba de cosas de arte parecía mucho más madura. Me estaba enamorando perdidamente de aquella chica.

Desde nuestra posición podíamos ver perfectamente los huevos de mi hermano colgando, redondos y del tamaño de pelotas de golf. El pene erecto reposaba sobre la cama y estaba ligeramente aplastado por el vientre de mi hermano, acostado hacia delante.

—Toma, saca tú las fotos—me dijo Ari pasándome el teléfono y arrodillándose ante el culo en pompa de Alberto.

Se chupó un dedo hasta tenerlo bien pringoso de saliva y lo acercó al culo de su hermano.

—Ari, que coño vas a hac… —apenas pudo continuar hablando cuando sintió las caricias alrededor del ano. Suavemente Ari fue esparciendo la saliva y dando masajes delicados con su dedo. Luego empezó a ejercer un poco de presión hasta lograr introducir la punta. Es verdad que los dedos de Ari eran finos. Meter un dedo en el esfinter de Alberto no debería ser nada doloroso. Además no paraba de sacarlo para ensalivarlo y volver a meterlo bien lubricado, cada vez más profundamente.

Alberto se había callado. Por fin dejaba hacer a Ari su magia. Yo ya sabía lo maravilloso que era tener el dedo de Ari en el culo: ¡era de una ternura deliciosa! Me había olvidado de las fotos y mi hermana me lo recordó con un gesto. Empecé a registrar aquel espectáculo sin perder detalle.

Alberto no decía ni mu. Sólo su respiración parecía más agitada de lo normal. Se estaba dando una lucha en su interior entre sus prejuicios y el placer que Ari le estaba proporcionando.

—Hoy en día muchos heteros piden a sus novias que jueguen con su agujero, y eso no los hace menos heteros, Alberto —empezó diciendo Ari. —Deberías conocer mejor tu cuerpo para sacar todo su partido.

Mi hermana parecía muy segura de si misma y muy atenta a las reacciones de mi hermano. Pero eso no le impidió girar du dedo, hasta ponerlo en forma de gancho y realizar leves movimientos en el interior. La reacción de Alberto fue inmediata

—¡La virgen Ari!

—¿Te he hecho daño? —preguntó Ari un poco asustada

—No…no por dios, sigue uff, que cojon…

Ari sonrió ligeramente y me guiñó un ojo. Sin duda estaba tocando algo muy sensible en el interior. Yo estaba tan alucinada que tenía que recordarme de sacar fotos. Por eso pude registrar como la polla de Alberto se había puesto como una barra de hierro, que de vez en cuando se agitaba sin que nadie la tocase, dando saltos involuntarios, de pura excitación. Los ojos de Alberto estaban cerrados de puro goce y resoplaba sin disimulo.

—Bueno —dijo Ari —creo que ya tenemos suficientes fotos. —Con cuidado fue sacando el dedo.

Alberto se tumbó de lado. Tenía la cara congestionada y parecía estar un poco perdido. Yo me fijé en su polla de la que colgaban babillas hasta la colcha de la cama.

—¿No ha estado mal, verdad? —pregunté a Alberto mientras Ari se ausentaba para ir a lavarse las manos.

—Joder Clarita, ha sido raro, raro. Pero una pasada —dijo muy aturdido...¿Pero dónde coño ha aprendido esto Ari?

—No me preguntes Alberto. Creo que Ari ya hace tiempo que dejó de ser una muñequita y se ha convertido en una mujer muy interesante.

—Ya lo creo. Vaya, joder. Ha sido una pasada. Tengo que reconocer que no me esperaba que fuera a pasarlo tan bien esta tarde con vosotras.

—Querrás decir con Ari. No creo que conmigo te lo estés pasando tan bien —respondí.

—Ay, Clarita. Qué boba eres. No te enteras de nada.

Al poco entró Ari secándose las manos. Cogió el móvil y estuvo revisando las fotos que yo había hecho. No pudo disimular una sonrisa de satisfacción mientras iba pasando una a una.

—¿Qué hacemos ahora Ari? —dijo Alberto mostrando cierta impaciencia —Me da miedo lo que se te haya podido ocurrir.

—Ji, ji, ji. No te preocupes, no creo que te dé miedo. Más bien pienso que te va a gustar —empezó diciendo Ari mientras se arreglaba el moño. —Ahora lo que quiero es que seas tú el que le meta el dedo a Clarita en el culo.

—¿¿Qué dices Ari?? ¿Con Alberto? Ni de coña ¡¡Qué obsesión con los culos!!

—No lo veo tan disparatado. Y además, hace un rato bien que te reías de Alberto. Y mira cómo se ha atrevido a hacerlo. ¿Tú vas a ser menos?

Menuda brujita teníamos en casa. Cómo sabía dar la vuelta a la situación: me tenía atrapada. Me daba escalofríos pensar cómo sería esta niña unos años mayor. Se iba a comer el mundo: menuda manipuladora. Ari se acercó y me dio un beso en la mejilla.

—¿Te apetece?

Vale, reconozco que aquello que nos estaban pidiendo Ari era un poco disparatado. Pero otras cosas disparatadas habían pasado esos días y al final había accedido. No me agradaba en absoluto tener que dejar que Alberto metiese un dedo dentro de mi culo. Pero qué narices, todo sea por el arte de mi hermana y por no parecer menos atrevida que Alberto.

Rechacé ponerme en la misma posición que mi hermano en la cama. No quería que tuviera una visión tan privilegiada de mi chichi. Que por otro lado, debía de ser más que evidente mi humedad. Me coloqué en el sillón de la habitación, dando la espalda a mis hermanos. Busqué la posición más cómoda de modo que pudiera reposar mis brazos sobre el respaldo y sacar en pompa el culo.

Al poco sentí como se acercaron los dos. Alberto se había arrodillado y miraba embelesado mi trasero. No podía reprochárselo, no era el primero que se quedaba hipnotizado viéndolo. Sentí el primer contacto del dedo de Alberto cerca de mi ano y me estremecí un poco. Sus manos fuertes y grandes me parecieron muy varoniles. Sin embargo no empezó a hacer presión hasta pasado un rato. Antes acarició con cuidado mis nalgas y los alrededores de mi ano y agradecí la delicadeza. Por la ventana había oscurecido. Estaba siendo una jornada muy extraña. Mi hermano me estaba sorprendiendo con facetas de su personalidad que antes no había reparado. Sin embargo, cuando empezó a intentar introducirme el dedo me di cuenta de que esos dedos no eran tan finos como los Ari y que la empresa iba a ser algo incómoda.

Al ver la dificultad Ari salió disparada de la habitación y regresó al poco con un frasco de los que había cogido del baño de mamá. Después de leer las instrucciones y ver la idoneidad, echó una buena cantidad en su mano, antes de esparcírmelo por el ano, cosa que se sintió deliciosa. Le pasó el frasco a Alberto para que hiciese lo mismo con su dedo. Me encantó el frescor de las manos de Ari, pero al poco volví a sentir las rudas manos de Alberto y su dedo volviendo a hacer presión.

Esta vez el dedo logró a entrar con  facilidad. Sentí como el ano se me abría en dos a medida que lo introducía y una sensación de rareza se apoderó de mi. Podría decirse que era como cagar hacia dentro, lo que no era necesariamente doloroso. Solo raro.

—Así vas bien Alberto, así. Sigue un poco más.

—¿Te duele? —preguntó Ari, que se estaba limpiando la crema de las manos para poder seguir haciendo fotos.

—No, que va. Uf, es… raro. Pero creo que me gusta.

Esto lo dije para que no se preocupase. Pero Alberto lo recibió como una invitación y presionó centímetro a centímetro hasta que ingresó el dedo en su totalidad. Y los dedos de Alberto no son precisamente cortos.

—¡Uf, por dios! —atiné a decir mientras lo sentía llegar a un lugar imposible en las profundidades de mi conducto.

—Ya está Ari, puedes empezar a sacar fotos —anunció Alberto mientras me acariciaba la otra nalga con la mano libre.

Acercándose mucho y encontrando la mejor composición, Ari empezó a sacar fotos de mi ano con el dedo anular de Alberto metido. Lo cierto es que tenía que reconocer que me agradaba. Noté un ligero vaiven, que no me molestó. La crema permitía que la fricción fuese la justa y el movimiento oscilante del dedo de Alberto mandaba réplicas que llegaban hasta mi vagina.

—Muy bien Clara, ya tengo fotos suficientes —dijo Ari al finalizar la sesión, aunque me hubiera gustado tenerlo un poco más dentro.

—Por favor Alberto, sácalo con cuidado —dije.

Así lo hizo, con tanta lentitud que no pude dejar de sorprenderme en todo lo que había entrado. De vez en cuando lo volvía a introducir un poco, imagino que para no dañarme, cosa  que me agradaba bastante.  Supongo que también aprovechó para recrearse viendo su dedo salir de mi ano, arrastrando crema y viscosidades. Por un momento imaginé que mi ano se iba a quedar abierto, como si formase una O chiquita y eso me puso un poco loca. Pero cuando finalmente lo sacó, ocurrió algo que me estremeció.

—Ay madre! —exclamó Alberto.

—¿Qué pasa? —dije girándome alarmada.

—Creo que se me ha quedado dentro.

—¿Qué coño se te ha quedado dentro? —casi grité.

—Mi alianza.

De un brinco me puse en pié escandalizada. Alberto me enseñó la mano, con el dedo pringoso del lubricante, y efectivamente, su alianza plateada había desaparecido.

—Joder joder —dije dando vueltas por la habitación, —¿se te ha quedado dentro el anillo? ¡Joder!.

—Bueno hombre, tranquila. Déjame que te lo saque —dijo Alberto algo asustado al ver mi furia.

—¡Ni de coña te acercas otra vez a mi culo, tío! —dije mientras le señalaba. —Ari, ven a ayudarme.

—Yo creo que lo mejor es que te pongas de cuclillas y hagas fuerza. —dijo Alberto aguantándose la risa. —¡Vamos como si estuvieras cagando!

Me dieron ganas de partirle la cara, pero había que admitir que había una lógica en lo que decía.

Allí en medio de la habitación me puse de cuclillas mientras Ari se colocaba detrás para poder ayudarme. Alberto se había arrodillado delante y aunque en ese momento me irritaba su contacto, agradecí tener donde apoyarme para mantener el equilibrio.

Empecé a hacer fuerza, para expulsar el puto anillo. Pero allí no salía nada. En un enésimo esfuerzo hasta me salió un pedo, cosa que me dio mucha vergüenza, aunque ellos no dijeron nada. Menos mal.

Viendo mi frustración Ari empezó a tocarme alrededor del ano, que debería seguir dilatado, y dejé que me introdujera un dedo. Sentí un cierto alivio al ser ayudada por ella. El frescor de sus manos siempre me había agradado, y pude apreciar como entraba poco a poco y empezaba a hurgar en mi interior. Reconozco que su delicadeza consiguió relajarme. Alberto me tenía bien cogida para que no perdiera el equilibrio. Yo miraba hacia abajo, por no enfrentarme a su mirada. Su polla estaba delante de mi, apuntándome directamente, a corta distancia de mi chichi. No había perdido rigidez desde que Ari le había trabajado el culo. Me hubiera gustado recrearme en aquella pija si no hubiera estado tan preocupada. Al no haber avances decidí adentrarme yo misma mi vagina. Quizá si me metía los dedos dentro de mi coño podría ayudar algo al otro lado. Cuando lo hice fue inevitable rozar el pene de Alberto, y sentí como se estremeció un poco.

Mientras Ari se esforzaba por recorrer mis paredes rectales yo introducía los dedos en mi vagina, que estaba suficientemente húmeda como para que lo hiciese sin ninguna dificultad. Notaba sus deditos al otro lado de mi coño. Si no fuese por la situación, hubiese aprovechado para pajearme con furia. Podía ver la polla de Alberto, que se me antojaba deliciosa, y a la que me dieron muchas ganas de tocar ya sin disimulo, si no perteneciese a quien pertenecía y no estuviese en la situación en la que estaba.

—¿Lo encuentras Ari?

—Uf, no, nada de nada.

—Ay madre, por favor Ari, sigue buscando.

Después de un par de minutos, hurgando dentro de mi, sentí frustración y tuve que aceptar que la cosa era más seria de lo que pensaba.

—Déjalo Ari, ya está —dije al tiempo que retiraba su dedo y me apoyaba en los hombros de Alberto para ponerme de pié. Cogí mi ropa de debajo del montón para comenzar a vestirme.

—¿Te vas? —preguntó Ari.

—Claro que me voy. ¡A urgencias!. No quiero que esto sea un problema.

—¿Pero y si te encuentras con mamá de guardia? —preguntó Ari muy asustada

—Pues le digo que Alberto le podrá contar cómo fue posible que perdiese su anillo dentro de mi culo.

Sin embargo, en medio de aquella tensión, empezamos a escuchar una risa.  Ari y yo nos giramos para ver a Alberto sentado en la cama mirándonos divertido. No había que  ser muy lista para entender que todo había sido otra payasada de mi hermano.

—¡No tengo nada dentro! —grité.

—Ja, ja, para nada. Era una coña —dijo Alberto enseñándonos las manos donde había vuelto a aparecer el puto anillo.

Me dieron ganas de lanzarme a darle puñetazos y patadas. Pero al poco casi me pongo a llorar.

—¿Ves? por eso no quiero saber nada de este idiota. ¡Siempre está haciendo gilipolleces! —dije a mi hermana.

Sin embargo Ari me miraba aguantándose las ganas, divertida por la broma. Y reconozco que ver su linda sonrisa me tranquilizó bastante y en poco tiempo estábamos los tres riendo.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté más relajada tras las risas. Había que reconocer que lo estábamos pasando bien. Excepto Ari que seguía vestida, nos parecía ya lo más normal del mundo estar en pelotas cerca uno de otro. Y por qué no decirlo, también tenía curiosidad por la nueva locura que se le podría ocurrir a Ari.

—Vamos a aprovechar que Alberto la tiene tan levantada —comenzó diciendo Ari. —Ahora lo que quiero es que, de rodillas, te acerques todo lo posible a su pene, como si estuvieses apunto de besarla. ¿Te atreves Clari?

Joder con mi hermanita. Le iba la marcha. Tan sólo esperaba que Alberto se comportase. Y al menos hasta ahora, si no fuese por la broma, me había sorprendido. ¡Incluso se había dejado penetrar por mi hermana! Lo cierto es que había dejado de verlo como un bruto de barrio y empezaba a apreciar ciertas sutilezas en su personalidad.

Me puse de rodillas y eché toda mi melena hacia atrás. Alberto se posicionó a poca distancia de mi, apuntando aquella polla hacia mis labios.

—¿Así está bien? —dijo con tono bajo.

—No, un poco más cerca, Alberto —contestó Ari

Su polla se posicionó a escasos dos centímetros de mi cara. Podía ver perfectamente la uretra y un líquido trasparente y viscoso a punto de gotear. Era una polla hermosa, sin duda. Sentía una atracción que me resultaba difícil de controlar. Aquella gota me tenía idiotizada pero no iba a dudar en mantenerme firme en mi sitio. Si Alberto podía controlarse, no sería yo la que demostrase menos dominio de su voluntad.

—Más cerca Alberto —decía Ari mientras no dejaba de sacar fotos.

Ya a menos de un dedo de distancia de mis labios, aquello se había convertido en una tortura. La gotita oscilaba sutilmente y me preguntaba cuánto tardaría en descolgarse. Me estaba quemando por dentro unas ganas poderosas de recoger aquella gota, pero me echaba para atrás evidenciar no estar a la altura de lo que se esperaba de mí. Caray, además se trataba de Alberto. Por otro lado no podía soslayar el hecho de que a mi hermano le era imposible negar lo caliente que iba. Me recocijaba pensar el esfuerzo que debería estar haciendo al tenerme allí desnuda, con su polla recta como una lanza, a punto de caramelo de mi boca.

Sin pensarlo acerqué mi mano y rodeé aquel tronco. No fue más que un acto reflejo, pero me dije que la confianza que ya habíamos desarrollado durante la jornada me daba permiso para hacerlo. Ari dejó por un segundo de sacar fotos, quizá impactada por mi atrevimiento. El contraste de mi mano con aquel cilindro, que no lograba abarcar del todo, era flipante. Ari empezó a moverse de un lado a otro, sin dejar de disparar fotos, para no perder detalle del acontecimiento.

Por suerte Alberto solo emitió un resoplido, pero no dijo nada. Quizá estaba tan asustado como yo. ¡Ni me atrevía a mirarle a la cara!

Los pezones se me habían puesto muy duros, y es probable que se notase mi agitación. Su silencio me permitió centrarme en aquella verga como si no fuese suya. Finalmente usé también mi otra mano.

—Muy bien Clara —dijo Ari —esto está muy bien.

Animada por mi hermana, queriendo mostrar profesionalidad, fui buscando nuevas maneras de colocar las manos a lo largo del tronco. Incluso las fui subiendo hasta abarcar el capullo, que sobresalía del pellejo. Consciente de lo que hacía, fui bajándo poco a poco el prepucio hasta liberar el glande por completo, que era tan liso y grande como una bombilla de una lámpara de mesita. La gota de liquido preseminal se escurrió hasta caer en mi muñeca. Ari no perdió el tiempo y dejó constancia de todo aquello con múltiples fotos.

—Ahora mueve las manos a lo largo de la pija —susurró Ari.

Si alguien entrase en la habitación podría parecer que le estaba haciendo una paja a mi hermano. Pero ni loca, me decía. Todo era por el bien de las fotografías. Su glande me pareció maravilloso, terso y brillante. Con el pulgar de mi mano acaricié por debajo, a lo largo del frenillo, arrancando algún bufido a Alberto. Me resistía a reconocer que mi hermano tuviese una polla tan extraordinaria.

Cuando Ari dejó de sacar las fotos me aparté de inmediato, un poco confundida por lo que acababa de hacer. Miré a mi hermano a la cara y mostraba la misma expresión de confusión que yo. Pensé que los próximos días Alberto se iba a hacer múltiples pajas pensando en ese momento, pero ya no había manera de borrar nada de esa tarde e hice esfuerzos por no pensar más en ello.

—Seguro que alguna vez habías fantaseado con esto, ¿verdad Alberto? —dije por hacer una broma, intentando recuperar el aliento, mientras Ari revisaba las fotos en el móvil.

—¿Eh?, bueno yo … uff —fue lo único que logró balbucear aquella cabeza de chorlito.

Sus titubeos me demostraron que no iba desencaminada. Aquello era igual de chocante para él que para mi. Notar como perdía seguridad en sí mismo no hacía más que envalentonarme y afianzar mi posición ante él.

—¿Eso es un sí o un no?. Es que no me ha quedado claro, Alberto, si esto formaba parte de tus sueños morbosos —pregunté con una ceja levantada al tiempo que volvía a agarrar a dos manos aquella verga erecta.

—Bueno… alguna vez…

—Ah, caray. Fíjate lo que está diciendo Ari. Que se había imaginado a su hermana arrodillada cogiendo su polla a dos manos. Eso no está nada bien ¿no es cierto Ari? Nada bien —dije acariciando con la yema de los dedos la parte inferior del tronco hasta llegar a los testículos.  —Fantasear con tu hermana… ¡qué cochino! ¿Y qué más imaginabas?

—Que me la lamías.

—¿Has oído Ari? ¡Ya te dije que Alberto era un salido!. Ja, ja, ja.  Dice que se imaginaba que se la lamía. Pero la verdad es que no se me ocurre cómo lo imaginaba. ¿Crees que era algo así?

Saqué la lengua de mi boca y con curiosidad y algo de miedo, di una lamida a aquel glande rosado, mientras mi mano se cerraba fuerte sobre la polla. Juro que no quería más que jugar y poner nervioso a mi hermano, que respiraba ya con dificultad. Sin embargo Alberto balanceó un poco la cadera hacia delante, de modo que su punta hizo contacto con mis labios.

—¡Hey! —dije retirándome —que vas muy lanzado hermanito.

Mientras tanto Ari se había arrodillado a mi lado para no perder detalle. Aunque notaba su respiración exaltada, no dejaba el móvil ni un segundo.

—Perdona Clara, lo siento, perdona —dijo Alberto.

Escuchar a mi hermano disculparse era una conquista extraordinaria. ¡Quién me lo iba a decir hacía unos días!. Sentía mi triunfo sobre él. Mi sensación de dominio era completa. En agradecimiento moví un poco el puño sobre aquel tronco a lo largo y Alberto gimió de gusto.

—Mira Ari, creo que le sale un poco más de líquido. ¿Quieres verlo de cerca?

Ari dejó de hacer fotos y se puso a mi lado fascinada por aquel espectáculo. Sin necesitar que Alberto me invitase, saqué nuevamente mi lengua y le di una lamida a la punta de aquel glande, llevándome el líquido conmigo. Un hilo quedó colgando entre nosotros antes de romperse. Pude saborear con detenimiento la textura del néctar y tuve que aceptar que estaba rico.

Más animada apreté aquel pedazo de polla en busca de un poco más de jugo. Pensaba que Ari Aprovecharía la ocasión para sacar fotos, aunque parecía más interesada en ver aquello de cerca.

—¿Por qué no le pasas la cámara a Alberto para que pueda sacarnos fotos desde arriba?

—Buena idea —dijo Alberto.

De este modo quedamos las dos arrodilladas ante Alberto. Sentía el calor de mi hermana cerca de mi mejilla.

Mira Ari, qué venas más marcadas. Nuestro hermano tiene una buena polla. ¿Verdad?

—Si…—dijo tímidamente Ari.

—Y el grosor es brutal —añadí. —¿Tú crees que algo así cabría en la boca de alguna chica? Yo creo que no, es imposible. ¿No te lo parece?.

Hacía no más de una semana mis dudas sobre mi orientación sexual me llevaron a pensar que era lesbiana. Ari y su bella presencia femenina me había hecho gozar de tal modo que mi mundo anterior se me había desmoronado. Sin embargo, estar ahora moviendo aquel tronco a dos manos había despertado en mi otro tipo de deseo, que en nada tenía que ver con el amor o la ternura que nos profesábamos entre hermanas. Aquello era algo morboso y salvaje. El tamaño de aquel pene cerca de nuestros estilizados cuerpos generaba un contraste brutal y cuya sola visión apelaba a un tipo de deseo turbio e irresistible.

—¿Alberto, alguna vez te han comido este pedazo de rabo?

—Ehh , no…

—¿No?, no me lo creo. Mis amiguitas siempre preguntan por ti cuando volvemos de vacaciones. Con lo bruto que eres no creo que sea precisamente buscando tu conversación ilustrada. Yo creo que siempre se han imaginado que tenías esto escondido debajo del  pantalón. ¡Vaya con mis amiguitas!, creo que voy a tener una conversación muy seria con ellas —dije dándole otro lametazo a aquel capullo suave y rosado. —Empiezo a pensar que si son amigas mías, a lo mejor es por puro interés. Y quien no estaría interesada en algo tan espléndido como esto.

Alberto se retorcía a cada lametazo. Mi mano derecha disfrutaba moviendo sus pelotas o acariciándolas con ternura.

—Mira Ari, —dije dirigiendo el pene hacia su cara —mira que bonita es la forma del capullo. Seguro que vas a dibujarlo en las próximas ilustraciones muchas veces ¿verdad? ¡Si vieras además lo suave que se siente! No es bueno dibujar solo las cosas que puedes ver. También deberías saber qué se siente.

Ari me miró de reojo perpleja. Acerqué el pene hacia ella apuntando a sus labios. Al principio dudo un poco, pero luego cerró los ojos y echándose hacia delante dejó reposar sus labios sobre el glande de Alberto, a modo de beso.

—Oooh, joder —rugió Alberto —¡esto es la hostia!.

—¿La hostia? Yo creía que tus recursos dialécticos eran mayores —dije haciéndome la ofendida. Acerqué de nuevo su capullo a mis labios.

—Podrías decir que esto es maravilloso —y pasé mi lengua por la cabeza.

—O que esto es fascinante —volví a darle un lametazo.

—O que esto es embriagador —esta vez mi lengua rodeó el capullo, girando alrededor como un remolino.

—Estoy flipando… ¡no pares Clarita, por favor…!

Una sonrisa asomó en mi cara. Su excitación le había llevado a suplicarme, a rogarme con desesperación. Pero no soy cruel ni vengativa. Pensé que al menos debería darle un premio, una chuchería de consolación que recordase durante mucho tiempo.

Abrí la boca todo lo que pude y me metí su polla dentro.

La boca me dolía, especialmente en las comisuras, debido a su grosor. Pero no quería ceder. Me sentía orgullosa de mi triunfo. Al sacarla, la saliva había logrado  abrillantarla. Aquella pieza de arte me tenía subyugada. Me eché la melena a un lado y volví a metérmela en la boca mientras mis dedos se aferraban al tronco. Decidí acompañar mi succión con el movimiento rítmico de mis manos, pajeándolo. Mis pulseras chocaban entre sí, en un tintineo metálico que añadía una música sensual a aquella escena.

Notaba la presión que Alberto ejercía por intentar meterla más y más, y que a mi no me importaba.

En una de las ocasiones que la saqué, vi que Ari no perdía detalle. Ella estaba sonrojada, muy impresionada. Aún así me sonrió y asintió con la cabeza, animándome a continuar. Lugo se puso detrás de Alberto mientras yo seguía chupándosela. Me costó entender lo que pretendía hacer, pero no quise dejar mi actividad. Si le estaba haciendo una mamada, quería que esa fuese la mejor mamada de su vida, para que no la pudiera olvidar.

—¡Hostiaaaa…! —se sobresaltó de repente mi hermano. No entendí muy bien lo que había pasado. Sin dejar de cascársela tuve que separarme para ver lo que había ocurrido. Resulta que Ari había empezado a trabajarle desde atrás el culo. Y parece que le estaba gustando.

Volví a comerme aquella verga, esta vez con intensidad. Alberto se estaba poniendo las botas. Tenía a sus dos hermanas arrodilladas ante él, una delante y otra detrás, acompasadas en proporcionarle todo el placer posible. Mientras la de delante movía su cabeza en una morbosa mamada, la de atrás, como si fuese un reflejo de la primera, le estaba practicando… caray, no sé qué le estaba haciendo Ari al culo de Alberto. Pero él bramaba que daba gusto.

—Joder hermanas, sois las mejores, ¡Unas putas diosas! —gritó eufórico —Perdón por lo de putas…

Aquella explosión de espontaneidad nos hizo gracia. Mi hermano me estaba sorprendiendo. Agradecí hasta su disculpa, aunque ya no era necesaria. Mi hermano me había gustado en esta jornada y quería agradecérselo.

—Me encanta tu polla Alberto— dije mirándole a los ojos, mientras lo masturbaba frenéticamente. Sabía que me arrepentiría el resto de mi vida de semejante confesión. Pero mi calentura y la fascinación por aquella verga había roto todas mi resistencias. En aquella mirada compartimos muchas cosas: deseo, lujuria, arrepentimiento y entrega.

—Joder Clara, ¡estoy apunto!—dijo entrecerrando los ojos —... tengo un regalito para ti. ¡¡Dios, no pares!!

Entendí sin necesidad de más explicaciones. Me aferré a su polla y me la metí profundamente, esta vez sin manos. No dudé en empezar a frotarme a toda hostia mi chichi, que a esas alturas estaba ardiendo.

Alberto había agarrado mi cabeza y me daba fuertes golpes de cadera, como si me estuviese follando la boca, sin contemplaciones. Quizá en otras circunstancias me hubiera molestado, pero eso me puso mucho más enloquecida.

Empezó a correrse en mi boca sin preámbulos. Un grito gutural salió de su garganta mientras sus piernas temblaban. Con cada calambre iba soltando chorros de lefa que se estrellaban en mi garganta. Decidí ir tragándomelos a medida que los recibía. Su corrida era espesa y de un sabor intenso, pero me agradó. Noté como separó sus manos sobre mi cabeza, así que continué el vaivén de mi cabeza sin perder la intensidad. Cuando la última eyaculación terminó, apreté con los labios el tallo para poder sacarle la última gota y vaciarle por completo los huevos.

Me aparté hacia atrás, terminando de tragar, y Alberto se derrumbó sobre la cama. Nosotras quedamos de rodillas, mirándonos. No sé muy bien qué había hecho Ari ahí detrás, pero su cara estaba sofocada y su cabello revuelto. Nos quedamos así unos segundos y al poco empezamos a reírnos.

—¿Qué pasa? ¿De qué os reís? —dijo Alberto tumbado de espaldas, recuperando el pulso.

—Nada, cosas de chicas —dijo mi hermana.

Yo me tiré sobre la alfombra agotada del esfuerzo. No me había corrido y estaba muy excitada. Ari vino y se echó a mi lado.

—Anda Alberto, déjanos ahora solas.

—Dame un minuto, anda Ari.

—No Alberto, ¡ahora! Que te vas a quedar dormido y luego no hay quien te levante.

Resignado Alberto se levantó y cogió sus ropas bajo el brazo. Antes de marchar se agachó para darle un beso a Ari en la cabeza y otro a mi en la mejilla.

—Tú siempre has sido mi preferida —me susurró al oído.

Antes de cruzar la puerta para marcharse se giró y le sonreí, aun sorprendida.

Mi hermana revisó que todas las fotos estuviesen bien antes de apagar el teléfono. Estábamos hechas un desastre, pero aún vibrábamos de emoción. Retiró el pelo de mi cara.

—¿Te has comido toda la corrida? —preguntó mirándome muy fijamente.

—Mmmm, si. Todita, toda —contesté haciendo el gesto de relamerme.

—Ostras, qué fuerte Clara… ¿Y a qué sabe una corrida? —quiso saber

—Cada uno tiene un sabor distinto. Pero si tienes tanta curiosidad, creo que aún me queda algún resto por aquí dentro.

Ari dudó un poco, pero finalmente cerró los ojos y se acercó a mi boca. Puede que le hubiera hecho una mamada a mi hermano, pero los besos solo estaban reservados para mi hermanita. Su lengua buscó la mía y estuvimos intercambiando sabores durante un buen rato. Si me quedaba algún espermatozoide perdido de Alberto, creo que Ari se los llevó todos.

—Vaya, —comenzó diciendo. —Me hago una idea. Es un sabor extraño este de la lefa, entre amargo y salado. No sabría decir si me gusta o no… Sabes, prefiero las vaginas.

Nos reímos con ganas. Habíamos hecho muchas locuras esta tarde, pero aún me quedaba una curiosidad.

—¿Qué le has hecho a Alberto por detrás? Casi se vuelve loco. ¿Dónde has aprendido todo esto, Ari? —pregunté curiosa.

No me respondió. Tan solo soltó aquella risita tan divertida y me besó en los labios.

—Vamos a ducharnos, que olemos a mofeta —dijo incorporándose—¿Quieres dormir conmigo esta noche?

Pegué un salto hasta ponerme de pié y tiré de Ari hacia la ducha. ¡Qué cosas tenía esta chica!. Esas cosas no se preguntan.

En la ducha nos besamos con ternura y nos dimos dedo. Íbamos tan calientes que después de arreglar la habitación y ordenar el estropicio, pudimos meternos en la cama para acabar haciendo el amor, frotándonos y lamiéndonos con pasión hasta corrernos varias veces.

Derrotadas, casi ya al amanecer, Ari me abrazó por detrás. Sentía sus labios darme suaves besitos en el cuello, hasta que se fue dejando vencer por el sueño.

—Caray Ari. No sé cómo lo haces, pero has conseguido material para tus ilustraciones con todos nosotros —dije casi susurrando —Ya no sé qué será lo siguiente. No me extrañaría que le propusieras posar también a mamá —dije bromeando.

Me quedé un rato en silencio, pero ella no reaccionó de ninguna manera.

—¿Ari? —Volví a preguntar. No sabía si me había oído o ya se había quedado dormida.

FIN

Chocante

Osado

Entrañar

FIN

(Nota del Autor. La historia que Clara me contó corresponde al primer capítulo. Entre nuestros juegos me propuso escribir como la continuaría).