Mi hermana quiere ser ilustradora (II)
Los planes de Ari
The.sister.of.clara
Desde que Ari me había hecho aquella pregunta, si quería posar con mi hermano en su habitación, mi vida no había vuelto a ser la misma. Pasaban los días y me sentía muy inquieta. Probablemente muchos de mis temores eran infundados. Al fin y al cabo, me decía razonando, Ari solo estaba buscando un modelo masculino para sus dibujos. Y qué mejor que tirar de nuestro hermano Alberto para lograr sus fines.
En un principio posar los dos juntos no debería ser un problema. Pero si yo había tenido que desnudarme desde el principio, solo había que sumar dos y dos para entender que lo que mi hermana estaba solicitando era que posásemos los dos sin ropa. El hecho de que mi hermano me viese desnuda no me agradaba especialmente. Pero es que además Alberto era un rematado idiota y odiaba ofrecerle alegremente la visión de mi cuerpo.
Por otro lado no quería que Ari suspendiese su proyecto artístico en Instagram por mi culpa. Menos aún que terminase viéndome como una remilgada pudorosa. Caray, ¡hasta la fecha había demostrado que era suficientemente abierta como para haber aceptado todo lo que me había propuesto! Además, conociendo a mi hermana, estaba segura de que con mí o sin mí acabaría dibujando a Alberto. Y el dejarla sola con él me gustaba aún menos.
Armada de valor decidí afrontar el asunto con valentía y fui en su busca. Ari estaba al fondo de su habitación, sentada en la mesa, probablemente dibujando. Al oírme se volvió.
—Hey Ari, cómo lo llevas —dije cordialmente.
—Acabando unos ejercicios de clase.
—Perdona que te interrumpa, pero he pensado en aquello que me habías propuesto… lo de Alberto digo —comenté llena de nervios.
Cerré la puerta con cuidado. Ari se giró en la silla y cruzó sus manos sobre las rodillas.
—¿Te acuerdas? No si sé ya has hablado con Alberto…
—No, aún no.. —contestó con una voz apenas audible.
—Pues lo he pensado estos días y vale. Por mi parte de acuerdo —dije aparentando seguridad en mi misma.
—¿De verdad? — Ari se iluminó de alegría.
—¡Sin duda! —confirmé contagiada de su ilusión.
Mi hermana se levantó de la silla y vino corriendo hacia mi. Se tiró a mi cuello al tiempo que besaba mi cara y nos fundíamos en un maravilloso abrazo de hermanas.
—Qué buena eres Clarita, muchas gracias.
Desde aquella vez no habíamos vuelto a hacer nada juntas. Como si aquello que pasó entre nosotras hubiese sido una travesura que se nos había ido de las manos. Pero sentirla en ese abrazo tan fuerte me hizo estremecer de arriba abajo.
Confieso que no había parado de hacerme pajas desde aquel día. Entraba en su cuenta de Instagram @the.sister.of.clara esperando encontrar nuevos dibujos. No lograba adivinar si los cuerpos de aquellas chicas dibujadas correspondían a alguna de las poses que habíamos realizado. Leía los relatos que había escrito debajo de cada ilustración y siempre terminaba masturbándome. Una vez me puse a investigar en el cuarto de mamá. Quería volver a introducirme aquella enorme verga de latex. Pero por más que revolví entre las cosas fui incapaz de encontrarla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que quizá mamá se había dado cuenta de que alguien más la había utilizado. Quizá la había olido, adivinó que otra persona la había utilizado y decidió deshacerse de ella.
Cuando Ari aflojó el abrazo, se me quedó mirando a los ojos. Con delicadeza me apartó un mechón de la cara y me besó en los labios, .
—Eres preciosa Clara —dijo a continuación. —Estos días hablo con Alberto y te cuento. A ver como se lo toma, ji, ji, ji.
Los días transcurrieron con normalidad. Sin embargo por la noche me despertaba sobrecogida pensando si había hecho bien tomando aquella decisión. Me costaba mucho tranquilizarme y buscaba todo tipo de argumentos para convencerme de lo correcto de mi decisión.
Una mañana Ari entró en la cocina donde estaba desayunando.
—Ya he hablado con Alberto —me anunció con una sonrisa triunfal.
—Uf, ¿cómo fue?
—Estaba un poco nerviosa. Llevaba unos días dándole vueltas sin saber cómo contárselo y al final opté por ser lo más directa posible. Le dije: “Alberto, coge el móvil y abre el Instagram, que quiero enseñarte una cosa”.
—¿Y lo hizo?
—Me vio tan decidida que apenas protestó. Le dije que entrara en la cuenta de ilustraciones y dibujos —siguió contando Ari. —Al principio los miró sin ganas, pero cuando se fijó detenidamente se le pusieron los ojos como platos.
—No me extraña Ari. Alberto es un salido.
—Jo, como te pasas con él. No sé por qué os lleváis tan mal. Es tan gracioso... —dijo Ari con tono mimoso, cosa que me enojó.
—Será contigo guapa. Que todo el mundo te trata como una muñequita. Pero conmigo es super borde, un rematado imbécil.
—Ji, ji. Pues no me lo pareció cuando le conté nuestro proyecto.
—¿Le contaste…?
—Si claro. Un poco por encima. Le conté lo mismo que a ti el primer día. Que necesito modelos del natural y que ya habías posado para mi completamente desnuda. Que lo hiciste como una modelo profesional. En fin, esas cosas. No veas cuando le dije que quería que posarais los dos juntos para mi.
—Oh, dios mío. ¿Qué dijo Alberto? —pregunté preocupada
—Se quedó paralizado, con esa cara de bobo que se le pone cuando no entiende algo. Ja, ja. Quiso que se lo explicase otra vez. Y cuando supo que tú estabas de acuerdo, no veas la sonrisa que se le puso. ¡Estaba encantado!.
Un escalofrío recorrió mi espalda y empecé a arrepentirme seriamente de haber tomado esa decisión. Imaginaba lo que habría pasado por la mente a aquel pervertido. Se iba a poner las botas viéndome desnuda en diferentes posiciones. Pero Ari estaba tan entusiasmada con la idea que me vi incapaz de echarme atrás sin parecer una aguafiestas. De modo que decidí no decir nada.
Esa noche durante la cena estaba muy cortada y me costaba decir nada. Normalmente siempre me guardo una ironía o un sarcasmo para Alberto. Pero no era capaz. En un momento se cruzaron nuestras miradas, pero su rostro ni se inmutó. Llegué a pensar incluso si Ari me había contado una trola y estaba jugando conmigo.
Tras cenar ayudé a mamá a recoger la mesa y fregar los platos mientras Ari y Alberto se tiraron en el sofá del salón a ver al retrasado de Pablo Motos.
—Clara, estás bien? —dijo mi madre despertándome de mis pensamientos. —En la cena has estado muy callada. ¿Vas bien en los estudios, te pasa algo con Ari?
—¿Eh?, no mami, estoy bien. Es que esta noche dormí poco y estoy algo cansada. Creo que me voy a mi cuarto, cuando acabe todo esto.
—Mmm. No sé que haces por las noches Clara, que estás durmiendo tan poco —dijo mamá mirándome fijamente.
Creo que me puse roja como un tomate. Estaba segura de que ella sospechaba que fui yo quien cogió su polla de goma.
—No, no, es que dormí mal, solo eso.
—Un día de estos vamos a tener que hablar entre nosotras Clarita. Me parece que hace tiempo que no tenemos una de nuestras charlas de “amigas”—dijo con cierta severidad.
Muy agitada acabé de fregar todo y me fui volando a la habitación antes de dar las buenas noches. Estuve con la luz apagada mucho tiempo pero sin poder dormir. Pasadas las doce de la noche escuché los ruidos provenientes de los baños y finalmente cerrarse el último de los dormitorios, que era el de mamá.
Cuando ya estaba apunto de coger el sueño, escuché unos suaves toques en mi puerta. Luego se abrió y en la semi oscuridad escuché la voz de Ari.
—Clara, ¿estás bien? —susurró cerrando la puerta a su espalda antes de venir hacia mi cama, metiéndose entre las sábanas.
—Si, no te preocupes. Estoy bien, no me pasa nada. Es que mamá había empezado a interrogarme y me puse nerviosa… ¿crees que ella sabe algo..?
—¿Mamá? Para nada —dijo Ari con seguridad, pegando su cuerpo al mío.
—Es que me ha mirado de una manera… además me ha dicho que teníamos que hablar un día de estos. ¿Sabías que su dildo de goma ha desaparecido?
—¿Es que lo has estado buscando?—preguntó Ari con un tono jovial.
—Eh, bueno, tenía curiosidad… Jo, que corte Ari.
Cuchicheábamos casi en susurros, una muy cerca de la otra, casi tocándonos con la frente.
—Estuve viendo todo el material de aquel día—empezó diciendo. —La verdad es que me encantó la sesión de dibujo. ¿Te puedo contar un secreto? —preguntó acariciando mi mejilla.
—Claro que si.
—Aquella noche me masturbé viendo los dibujos, ji, ji, ji.
Semejante revelación hizo que mi corazón empezara a bombear con fuerza.
—¿Te gustó entonces lo que pasó?
—¿Que si me gusto? Caray Clarita ¿tú que crees? ¿Y sabes lo que más recuerdo? —preguntó en un hilo de voz
—No.
—Cuando me besaste.
Nos quedamos en silencio sin dejar de mirarnos a los ojos. La luz de la calle se filtraba por las persianas. Lentamente me fui acercando a su boca e hice contacto con sus labios. Lo deseaba desde hacía días.
Al principio fueron besos tiernos, casi tímidos. Nos rozábamos los labios y nos separábamos tan solo para darnos alguna caricia. Pero pronto nuestras bocas se fueron abriendo y nuestras lenguas realizaron un encuentro dulce. Todavía tenía sabor a pasta de dientes de clorofila. Y como es un sabor que me encanta, decidí recorrer cada una de las esquinas de su boca buscando aquel frescor.
Nos besábamos cada vez más furiosamente. El calor hizo presencia bajo las sábanas por lo que arrojamos al suelo toda la ropa.
Ari había venido en un pijamita muy fino, de pantalón corto. Sus pequeños pechos ya se marcaban a través de la tela. Empecé a soltar, uno a uno, todos los botones. Al ver esa operación, Ari empezó a respirar fuertemente, sin duda intuyendo lo que estaba por venir.
Al abrir la chaqueta del pijama saltaron ante mi aquellas pequeñas tetas, tan bien formadas, de pezones endurecidos como gominolas de menta. Acerqué mi lengua percibiendo su estremecimiento. Durante los minutos siguientes me dediqué a mordisquear, lamer y esparcir mi saliva por sus pechos, mientras mi hermana enterraba sus manos en mi cabello.
—Siempre me han encantado tus tetas Ari.
—No creo que tanto como a mi las tuyas —replicó la mocosa.
Me incorporé y me deshice de la parte superior de mi pijama para que pudiera disponer de ellas a su antojo. De este modo volvimos a besarnos, sin dejar de manosearnos, sintiendo una humedad cada vez más difícil de ocultar en la entrepierna.
—Que caliente estoy.
Mi hermana tenía aquel brillo de excitación en la mirada, por lo que me animé a quitarle toda la ropa. Luego me deshice de mis bragas para acabar las dos desnudas sobre la cama. Tumbé a Ari boca arriba y me eché sobre su cuerpo. Recorrí su delgado cuello y descendí por sus pechos hasta llegar a su pubis. Este camino dejó un recorrido brillante de saliva, que a la luz de la noche brillaba como el rastro plateado de un caracol.
Ari estaba muy nerviosa. Su caja torácica oscilaba arriba y abajo como el pistón de una locomotora a vapor. Con mucho cariño entrelacé mis dedos con los suyos.
—Tranquila Cielo, voy a ir muy despacio —le dije intentando calmarla.
Ari me acarició la cara y asintió con la cabeza. Introduje uno de mis dedos en su boca, que atrapó y chupó con fruición durante unos segundos.
Me dio permiso abriendo por completo sus rodillas. Regresé a besar la cara interna de sus muslos, cerca de su coño, que apenas tenía pelo. De reojo vi que sus labios estaban hinchados y una tremenda humedad parecía querer salir del interior. Mi hermana era un bizcochito empapado en almíbar que estaba pidiendo a gritos ser comido. Con un poco de miedo acerqué la punta de mi lengua hasta que hizo contacto con su chichi. Quizá por la impresión, Ari arqueó violentamente la espalda y agarró tan fuerte las sábanas que creí que las iba a desgarrar.
Tras dejar que se recobrase, inicié la danza de mi lengua sobre aquel maravilloso tesoro. Dicen que nadie sabe dar placer a una mujer como otra mujer. No sé si será cierto, pero quise comprobarlo por mi misma. Acaricié con lentitud su clítoris mediante pequeños toques que combinaba con algún chupón. Ari, que gemía por lo bajo, pronto empezó a resoplar.
—¡Ay Clara por favor…! —dijo entremezclado con un quejido.
—Shhh. Más bajo Ari.
Yo no era lesbiana, pero tenía que reconocer que comerme una almeja estaba siendo algo fascinante. Con los dedos abrí sus labios y aquella concha rosada derramó una pequeña gota de fluido que recogí con el dedo. Luego decidí darle un lametazo de abajo arriba. Sin poder aguantarlo Arí pegó un pequeño grito.
—¡Ari!, que nos va a oír mamá —dije cada vez más preocupada.
Ari se llevó el puño a la boca para ahogar sus lamentos, mientras yo proseguí, con parsimonia, aquel banquete. Este era el primer coño que me comía, y no estaba nada mal. Si me quedaba alguna duda sobre mi habilidad para darle gusto, su manera de retorcerse en la cama me indicaba que le agradaba mucho. Sus gemidos eran música para mis oídos, pero empezó a alarmarme seriamente que se escuchase más allá de las paredes. Me incorporé de la cama lo justo para obligar a Ari a darse la vuelta boca abajo. Tumbada sobre las sábanas levanté su pequeño culo. Eso me permitía dos cosas. La primera es que Ari pudiera enterrar su cara en la almohada para ahogar sus grititos. La segunda el tener una visión privilegiada de su vagina. Y aunque ya podía comerle el coño sin contemplaciones, pensé que a la larga me dolería el cuello. Así que me tumbé sobre mi espalda y me colé entre sus muslos abiertos.
Al sentir mi cara debajo de ella, Ari separó su cadera por un efecto reflejo, aunque luego la volvió a bajar. Esa operación se repitió varias veces hasta que logró controlarse y que su chichi reposara sobre mi boca. Me recordó a esos aviones que antes de aterrizar van dando pequeños botes sobre la pista hasta que definitivamente toman tierra.
Esta posición era mucho más cómoda. Tan solo tenía que sacar un poco la lengua para lamer su almeja en toda su extensión. Y además permitía que su humedad se derramase directamente dentro de mi boca, algo que me encantaba. Ya más confiada, mi hermana empezó a agitar sensualmente sus caderas sobre mi rostro, como si me lo estuviese follando.
Decidí realizar mi mejor esfuerzo por satisfacerla. Empecé a chuparla, aunque de vez en cuando hacía vibrar su clítoris con la punta de mi lengua. Al tener las manos libres pude acariciar sus dos bellos glúteos, pese a que mi interés ahora era otro bien distinto. Quería dotar aquella experiencia de algo realmente singular que ella no pudiera olvidar. Había pensado que si disfrutaba metiéndose un dedo en el culo de vez en cuando, no le importaría tener allí también el mío.
Recogí un poco de esa viscosidad que se formaba en su almeja y que me serviría como lubricante. Al principio realicé suaves masajes con la yema del dedo indice, pero al poco ejercí algo de presión. Todo aquello no suscitó ningún tipo de reserva por su parte.
—Oh dios mío… no pares ahora—gimió al sentir como lograba introducir el dedo en su ano poco a poco.
El movimiento circular de las caderas sobre mi cara se intensificó. Sus bufidos se escuchaban atenuados por la almohada, que apretaba sobre su rostro.
Moví el dedo dentro de su culo, como si quisiese encontrar algo en su interior. Por un momento me preocupó lo lejos que habíamos llevado todo aquello. Si embargo ningún remordimiento cruzó por mi mente y tan sólo esperaba que mi Ari estuviese disfrutando. Habíamos cultivado una relación inusual entre dos hermanas donde practicar el sexo era realmente fabuloso.
Fue su frenética manera de oscilar la cintura lo que me avisó de su incipiente orgasmo. Aceleré el deslizamiento del dedo dentro de su pequeño culo al tiempo que me prendía de su rosado clítoris al que castigué sin compasión. Pronto los espasmos se manifestaron en forma de golpes de cadera sobre mi cara. A través de la almohada pude escuchar unos agudos gemidos, como de ladrido de perrita, mientras ella se corría sobre mi boca.
Cuando los movimientos cesaron, permanecimos durante unos cuantos segundos en la misma posición y yo aproveché para terminar de limpiar la zona, ya muy sensible. Ari se tumbó de lado, recuperando el resuello y yo me incorporé hasta abrazarla por la espalda.
Pese a que yo iba muy caliente, no quería romper ese momento de ternura, así que me hundí en su melena y dejé que recuperase el pulso. El sueño nos fue venciendo y acabamos dormidas en ese lindo abrazo hasta el amanecer.
Con las primeras luces de la mañana Ari se levantó de la cama.
—Me voy a mi cuarto, no quiero que mamá nos pille aquí —susurró Ari, después de darme un beso en los labios.
—¿Cuando vamos a hacer la sesión de dibujo? —quise saber.
—El lunes mamá tiene turno doble. Había pensado empezar por la tarde.
—Lo tienes todo pensado.
—Todo no. Esta noche no estaba en mis planes — dijo algo preocupada.
Se besó los dedos y luego me los puso en mi boca. Después se deslizó fuera del cuarto desnuda, con su ropa debajo del brazo y desapareció en la oscuridad del pasillo. Me quedé allí tumbada, rememorando la noche y el sabor de Ari en mis labios. Sin darme cuenta mi mano estaba acariciando mi vagina. Estaba como en una nube, pero agotada. Y así, con el dedo metido en la raja, volví a quedarme dormida.