Mi hermana quiere ser ilustradora

La hermana de Clara.

The.sister.of.Clara

Resulta que había entrado en la habitación de mi hermana a por su teléfono móvil. Lo encontré tirado sobre la cama mientras ella se duchaba. No era la primera vez que se lo cogía para mirar tonterías: alguna página de ropa o algún mensaje de mamá.

—¡ Ari, te pillo el móvil!

—¡Valeee…! —dijo al otro lado de la puerta.

Busqué aquí y allá, pero no encontré la foto del vestido que Ari me había enseñado en el desayuno. Pensé que quizá estaba en su cuenta de Instagram y abrí la aplicación. Esperaba encontrarme, además de la falda, fotos de las amigas de Ari, de mamá o incluso mía. Pero lo que me encontré fue algo completamente desconcertante.

Al principio pensé que me había equivocado. O que ella se había dejado esa pagina abierta por error. Pero cuando fui al icono de abajo para regresar a la cuenta de Ari entendí que no iba a ser posible. Que esa era una cuenta que mi hermana se había abierto en secreto, que se la había dejado abierta y que probablemente se moriría si supiera que ahora yo estaba viéndola.

Se trataba de una galería de dibujos en blanco y negro. Casi todos realizados a línea. Es cierto que eran muy bonitos, muy realistas. Pero lo que no podía creer es que mi hermanita, aquel ser tan dulce y encantador, podía dibujar cosas tan eróticas y tremendamente sexuales. Con los ojos como platos recorrí la cuenta de arriba abajo, con el corazón cada vez más acelerado.

Había dibujos de  parejas desnudas besándose, chupándose, lamiéndose. Algún que otro pene eyaculando en bocas de preciosas chicas risueñas que recibían la leche con enorme alegría. Sobre todo chicas, muchas chicas tocándose y frotándose libidinosamente. Había incluso el dibujo de una mujer de espaldas, con un lindo vestido de lunares, que se subía la falda y mostraba en diferentes escenas como su culo se iba dilatando hasta acabar expulsando un enorme zurullo. Sin embargo nada de aquello resultaba grosero o sucio. Todo destilaba sensualidad y elegancia.

Estaba un poco acelerada por aquel descubrimiento, pero temía que Ari saliese de la ducha en cualquier momento, así que intenté memorizar el nombre de la cuenta para poder entrar más tarde.

Pero las sorpresas no habían terminado. Había utilizado mi nombre para titular aquella galería erótica: @the.sister.of.clara

Escuché el grifo cerrarse. Salí de Instagram apresuradamente y tiré el móvil sobre la cama. Con el corazón a mil pulsaciones por segundo salí corriendo de allí.

Me encerré en mi habitación agitada. En mi móvil busqué apresuradamente la cuenta para poder mirarla con más detenimiento.

Al principio pensé en lo divertido de haber descubierto todo aquello. Podría tomarle el pelo durante una temporada, pero con Ari siempre me había llevado bien. Siempre había sido “mi ingenua hermanita”.

Todo el mundo pensaba que éramos gemelas, pero yo le llevaba un par de años y la verdad es que ella siempre me había parecido infinitamente más linda que yo. De nada valía que mis pechos fuesen más grandes, o que hubiera descubierto a más de uno mirarme la cola al pasar. Conmigo los señores eran más descarados y se reían con bromas de doble sentido que creían que no captaba. Pero cuando Ari hacía presencia, ellos se comportaban con enorme ternura. Como si fuese una muñequita de porcelana que se podía romper. Y a mi me daba mucha rabia. Era imposible no verla como una ninfa recién salida de la crisálida. Por eso aquel secreto cobraba una gran importancia para mi.

Me entristecía un poco que no me hubiera contado antes nada de esos dibujos. Yo creía que éramos de esas hermanas que se lo cuentan todo. Ella supo de mis primeros ligues, de mis amores y decepciones. Como fue mi primera vez en el jardín detrás del instituto y de las locuras que siguieron a esa primera vez. Y yo disfrutaba pensando que se escandalizaba al hablarle del primer pene que tuve entre mis manos, o como hice mi primera mamada en la trasera de un coche cerca de la Villa Olímpica. Pero ahora me daba cuenta de que ella solo se reía mientras se lo contaba, o me miraba asombrada, con aquellos ojazos suyos, pero solo hablaba yo.

Todo eso pasaba por mi cabeza mientras miraba uno a uno aquellos preciosos dibujos. La verdad es que tenía mucho talento la niñita. Sabía que le gustaba mucho dibujar. Y le había comentado a mamá que quería estudiar ilustración en la Massana. Yo había visto aquellas princesitas que dibujaba de pequeña sin parar y que llegaron a aburrirme tanto. Imagino que se dio cuenta y dejó de enseñarme sus cosas. Pero estaba claro que había seguido dibujando y ampliando su repertorio desde entonces. Y nadie habíamos sido testigos.

Notaba mi creciente curiosidad por aquella criatura. Me agradaba mucho ver aquellos dibujos. Me preguntaba de donde había sacado aquellas referencias visuales. Imaginaba que había tenido acceso a páginas eróticas. No tenía ninguna duda que había tenido que haber visto videos y películas porno para poder inspirarse de aquella manera. Quizá había ido parando el video para copiar un rostro aquí, una vagina goteante allá. Quizá se había humedecido viendo todo ese material en la soledad de su cuarto. Me estremecí imaginando la primera vez que tuvo que dejar el lápiz sobre la mesa para meter su mano debajo del pijama. La veía acercando los dedos al pequeño chichi mientras aquellas mujeres se frotaban o aquellas pollas soltaban todo su chorro sobre las caras de las actrices.

Casi no me di cuenta de que mis pezones se habían puesto duros y que mientras manejaba el móvil había empezado a acariciar mis pechos por encima de la tela. Me sentía algo acalorada, y también por qué no decirlo, avergonzada por estar imaginando a mi hermanita a punto de masturbarse. Lamentablemente mamá nos llamó desde el piso de abajo y se rompió el encanto.

—¡Clara, Ari, nos vamos!

Me recompuse como pude y salí de la habitación. Casi me choco con mi hermana en el pasillo. Y debí de poner una cara muy rara, porque me miró algo asustada. Bajamos las escaleras y allí estaba mamá con el idiota de mi hermano apunto de marchar.

—Salimos ya. Tenéis todo en la nevera. Si llaman del agua le dices que vuelva a llamar a la tarde o sino mañana, Clara. ¿Os traemos algo?

Nos abalanzamos sobre mamá y le dimos muchos besos.

—No mami, todo bien.

—¿Y para mi no hay besitos? —dijo Alberto con su cara de bruto.

—Claro que si. —dijo Ari, que se colgó de su cuello, aunque yo me hice la loca, como que no había oído nada.

Cuando cerraron la puerta volví a subir a la habitación. Me habían interrumpido en lo que parecía el principio de una bonita paja, y que ahora ya no tenía mucho sentido retomar. Me habían cortado el rollo. Y además estaba todavía un poco confundida por el motivo de mi excitación. La cama estaba sin hacer y quedaban algunas tareas domésticas de las que siempre nos encargábamos nosotras. ¿Por qué Alberto siempre se libraba de hacerlas?.

Cuando terminé de arreglar mi cuarto, como si hubiera estado esperando el momento, oí como llamaban a la puerta de mi habitación. Sin esperar respuesta, Ari asomó la cabeza.

—¿Puedo pasar? —dijo colándose dentro del cuarto.

Su larga melena aún estaba algo húmeda, pero perfectamente peinada con una raya lateral y una onda que caía hacia su lado derecho. Sus ojos me parecieron enormes, como de un ciervo en la espesura del bosque. Llevaba unos pendientes de aro grandes y se había vestido con una camisa blanca que le quedaba algo grande, con las mangas remangadas sobre sus delgados brazos. También llevaba un pantaloncito corto y estaba descalza. Me pareció especialmente bonita.

—Quería pedirte un favor —dijo mientras se tiraba en mi cama, sin importarle lo más mínimo que hubiese acabado de hacerla.

Seguí ordenando el armario sin apenas mirarla, intentando ser natural, aunque me costaba recordar cómo me comportaba habitualmente con ella.

—Verás hermanita —comenzó explicando. —Tengo un proyecto que he empezado hace poco. Son dibujos e ilustraciones en blanco y negro. La verdad es que ¡ya tengo un montón! —anunció de manera jovial. —Lo malo es que hasta ahora he tirado de fotografías y me parece que a los dibujos les falta algo, no sé. Creo que si dibujo del natural me van a salir mejor. He pensado que necesito una modelo y creo que nadie mejor que tu.

—¿Qué? —contesté mientras me daba la vuelta y una voz de alarma comenzaba a formarse en mi interior. —Pero… ¿son retratos? …—dije, por hacerme la tonta más que nada.

—Si, sí. Son retratos. Bueno, también algunos estudios anatómicos —añadió como si tal cosa. “Estudios anatómicos” dijo.

—¿Y qué tendría que hacer?

—Nada, poca cosa. Vamos a mi cuarto y te explico. Serían dibujos rápidos, de no más de cinco minutos. Así tendría mucho material para luego poder pasar a limpio. ¿Qué te parece?. Venga  Clarira, dime que sí…—dijo con el tono mimoso.

—No sé Ari. Bueno anda— acepté sin que notase que me temblaba un poco la voz.

Ari pegó un salto de la cama y me abrazó fuertemente al tiempo que me daba besitos aquí y allá.

—¡Qué guapa eres hermanita!—

Me cogió de la mano y tiró de mi hacia su cuarto, que estaba al fondo del pasillo y que era algo más grande que el mío. Desde que había empezado con la pintura y el dibujo mi madre vio que necesitaba más espacio y al final nos cambiaron de habitaciones. Además de la cama, un sillón algo desvencijado y una mesa para el ordenador, Ari tenía un amplio espacio para sus cosas artísticas. Todo estaba bastante desordenado, lleno de libros, cuadernos, papeles y botes con rotuladores y lápices. En las paredes había posters de películas y de algún cuadro que mamá le había traído de un viaje que hizo a París.

La cama estaba todavía deshecha y el móvil seguía tirado encima.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté allí en medio de la habitación, mientras Ari oscurecía un poco la habitación y dirigía la luz de los flexos hacia el sillón y la cama.

—Tu te subes a la cama y yo te voy indicando. Pero lo primero que tienes que hacer es quitarte la camiseta y el pantalón.

—¿Y eso?

—Es que la ropa aún no me sale bien. Ji, ji, ji. Y es que necesito aprender primero la anatomía de los cuerpos. ¿Te importa?. Además tienes un cuerpo precioso, como para no dibujarlo —dijo Ari mientras escogía uno de los muchos cuadernos que había por allí tirados.

Lógicamente ya nos habíamos visto desnudas en muchas ocasiones. Pero esta vez sentía un poco de pudor ya que sería observada minuciosamente. Si quería practicar anatomía lo que decía tenía sentido. Así que empecé a desnudarme.

Cuando estaba doblando los pantalones y la camiseta sobre el sillón, Ari añadió, como si tal cosa, mientras se recogía el pelo en una cola alta:

—Tampoco me salen bien las bragas y el sujetador.

—Me volví a mirarla y me devolvió una sonrisa tan encantadora, sin resquicio de malicia, que terminé por quitarme el sujetador blanco y las braguitas. Me quedé completamente desnuda delante de ella.

—Que no se vea la cara —bromeé.

—No te preocupes Clarita, ya me gustaría ser tan buena dibujando. Nadie te va a reconocer. Bueno vamos allá, empecemos con algo fácil. Siéntate en el borde de la cama, ponte de lado y mira hacia la pared.

Hice como me decía e iniciamos el trabajo. Intentaba quedarme lo más quieta posible y tan sólo escuchaba el movimiento del lápiz sobre el papel. Pese a no poder verla, por estar yo de perfil, notaba sus ojos sobre mi cuerpo. Intentaba imaginar que parte estaría dibujando y me parecía sentir su mirada como una suave caricia sobre mi piel.

La primera pose fue más rápida de lo que esperaba. Se me pasó volando.

—Ahora ponte de rodillas sobre la cama, dándome las espalda, pero gira tu cabeza hacia mí.

Así lo hice. Esta vez podía mirarla fijamente. Observaba su cara de concentración sobre mi espalda, como la recorría con la mirada hasta llegar a mi culo y se recreaba en él y luego fue subiendo lentamente, a la vez que dibujaba. Cuando nuestros ojos hicieron contacto sentí turbación. Pero en su expresión no había otra cosa que concentración dibujando.

—Caray, este sí que ha salido chulo.

—¿Puedo verlo? —dije ansiosa.

—No, todavía no. Vamos a por otro, que ya le voy cogiendo el punto.

—¿Cómo me pongo ahora? —pregunté cada vez más divertida con este nuevo juego.

—Quiero que te eches sobre la cama, con las rodillas levantadas y con los brazos cubriendo la cara.

Hice como me decía. Iba a ser una pose muy cómoda. Sin embargo escuché como arrastraba el taburete y se colocaba mucho más cerca, casi tocando el borde de la cama junto a mis pies. Me incorporé un poco y pude ver que desde su nuevo ángulo tenía una visión privilegiada de mis piernas abiertas y de mi chichi.

Pronto empezó a mover el lápiz y a cada minuto me sentía más y más impúdicamente expuesta. Y creo además que me estaba gustando.

—Abre más las piernas.

Solo se escuchaba el lápiz deslizándose por el papel. No me atrevía a hablar. Tampoco sé que hubiera podido decirle: ¿Que ya sabía que dibujaba mujeres de maravilla? ¿Que ya había visto sus dibujos en la red? ¿Que me había excitado viéndolos unas horas antes? ¿Que me estaba encantando posar para ella? ¿Que me estaba empezando a poner cachonda al sentirla tan cerca? ¿Que qué narices me estaba pasando?…

—Vamos a seguir con esta pose —dijo Ari rompiendo mi ensimismamiento. —Pero ahora…—hizo una pausa y con las dos manos me abrió las rodillas todo lo posible. —Perfecto, una pose a lo Egon Schiele. Y quiero que pongas la mano derecha aquí, más abajo del ombligo.

Hice lo que me pedía. Eso me permitía poder mirarla directamente mientras se volvía a acomodar en el asiento y preparaba una nueva  hoja en el cuaderno.

Joder, si la mano hubiera estado un poco mas abajo, quizá cerca del clítoris, creo que hubiese iniciado una suave danza masturbatoria. Sería precioso tocarme con lentitud viendo a Ari dibujar y sintiendo aquellos dulces ojos sobre mi cuerpo.

Solo esa idea fue suficiente para que mis pezones se me pusiesen duros como canicas. No me considero lesbiana. Nunca me había imaginado con otra mujer, pero me excitaba ahora mucho esa posibilidad. Más si esa mujer era mi hermana.

Me arrepentí al instante de ese pensamiento. Noté como la humedad invadía mi vagina. Quizá desde otro lugar hubiera pasado desapercibida. Pero así expuesta, abierta para Ari, resultaba imposible que no lo hubiese notado.

Pero mi hermana no se inmutó. Seguía mirando y dibujando, como si se tratase de la tarea más normal del mundo. Por un momento me dieron ganas de levantarme y besarla. Decirle que iba a ser una gran artista. Que era el ser más especial del mundo… y que me estaba poniendo muy caliente. Pero nada de eso hice y seguí en esa pose sin moverme un milímetro. Hasta que finalizó.

—Ya está. Muy bien hermanita— dijo Ari entusiasmada, dando palmaditas con las manos, como una niña pequeña. —¿Cansada?

—Para nada—contesté sonriendo —quiero más.

—¡Genial! Vamos por algo más atrevido ¿te apetece? —dijo con aquella mirada dulce y deliciosa.

—Lo que quieras Ari.

—Vamos a ver… mira, te vas a girar un poco y a subir tus dos rodillas hasta el pecho. Con la mano izquierda te separas un poco los labios ¿Cómo lo ves?

—¡Ostras! Eso sí que es un poco loco. Uff, no sé. Bueno, creo que sí puedo —dije un poco impactada por su atrevimiento.

—Es que esa parte de la anatomía siempre me sale mal. Tiene muchos pliegues, como la ropa. —dijo con la sonrisa.

Hice lo que me pedía. Con un brazo recogí mis dos piernas por detrás de las rodillas. Era consciente de que le estaba enseñando no solo mi coño, también mi ano en todo su esplendor.

—¿Así está bien? —pregunté intentando parecer profesional.

—No, no, espera. Pon la mano aquí y separa los labios. Mira, así —dijo Ari al tiempo que sentía sus deditos tocar mis labios vaginales.

Un ligero temblor me recorrió la espina dorsal. Pensé que ella sentiría la humedad de mi coño en la punta sus dedos. Pero de ser así no pareció importarte. Me cogió con delicadeza mi mano derecha y me fue indicando cómo la quería, poniendo un dedo aquí y otro allá, abriendo mi chichi. Me gustó muchísimo su contacto.

Cuando soltó mi mano sucedió algo muy especial, aunque quizá fueron solo imaginaciones mías. Me pareció sentir como sus dedos daban una ligera caricia a lo largo del brazo. Quizá fuese una caricia de ánimos, o de agradecimiento por la obediencia que demostraba en todas las poses. Fuera cierto o no, el caso es que logró que me turbara.

El dibujo se tomó su tiempo. Escuchaba el lápiz rasgar la página del cuaderno y como se esforzaba en conseguir un buen resultado. Percibía que estaba tan cerca de mi  que si alargase un poco la mano podría tocarme con suma facilidad. No sabía que me estaba pasando por dentro, pero lo cierto es que me sentía muy inquieta. Después de unos pocos minutos terminó el dibujo.

—¡Hecho! —dijo de repente poniéndose de pie. —Un descanso antes de seguir ¿Te parece bien?

—Uff, claro Ari, lo que necesites —respondí, soltando ya mis piernas y tumbándome a lo largo de su cama.

Ari dejó el cuaderno y cogió su teléfono móvil. Estuvo buscando algo antes de tumbarse en la cama a mi lado, de tal modo que su cabeza quedó sobre mis pechos. No era la primera vez que estábamos en esa posición charlando y contándonos cosas. Sólo que ahora yo estaba completamente desnuda.

—Mira, voy a enseñarte el trabajo que estoy haciendo. Pero ni una palabra de esto a mamá ni a nadie, me dijo casi en un susurro.

Desde mi posición podía ver cómo manejaba el móvil. Empecé a acariciarle la cabeza, peinándola con suavidad, mientras Ari entraba en Instagram y abría aquella cuenta que ya conocía @the.sister.of.clara

—Este es el proyecto del que te hablé. No se lo cuentes a nadie, por favor. Ya ves que intento que no me puedan rastrear. La verdad es que me encanta como está quedando la colección de ilustraciones.

Yo veía sus dedos ir bajando la página, enseñándome dibujos que ya conocía.

—Mira que de seguidores tengo. La verdad es que no sé quien es esta gente, pero a veces me escriben y me dicen cosas. —dijo Ari sin apartar la mirada de la pantalla.

—¿Y qué te dicen?

—No sé, a veces es en idiomas que desconozco. Pero la mayoría de las veces son tonterías. Me mandan muchas fotopollas. También me han mandado algún que otro conejito, pero yo paso de contestar. La gente está muy mal de la cabeza.

Me alucinaba estar hablando de aquello con Ari. Hasta me violentaba un poco que ella estuviese expuesta a aquellos depravados. Pero Ari lo veía con mucha naturalidad y no parecía darle mucha importancia. Solo pensaba en su Arte.

—Ji, ji. mira, esta soy yo —dijo Ari señalándome uno de los dibujos.

Mi corazón empezó a bombear con fuerza y sólo desee que Ari no se diera cuenta. El dibujo consistía en un culo en un primer plano, representado con líneas muy sencillas y un coño sin pelos pero con los labios algo abultados. Pero lo que más llamaba la atención era una mano que salía de atrás, sin duda la suya y que introducía el dedo anular dentro de un ano muy pequeño.

—Ji, ji. Es un selfi —comentó como si tal cosa. — Me hice una foto y luego la dibujé. ¿Qué te parece?

—Caray Ari, si que está bien —dije casi balbuceando. —Qué pasada como está dibujada la mano…

—¿Alguna vez te has metido un dedito por ahí ? Mola mucho —preguntó Ari con ingenuidad.

—Uf no, la verdad es que no —contesté. La verdad es que aquella niña no dejaba de sorprenderme por su falta de pudor

—Tienes que probarlo, te va a encantar —añadió, aunque luego se hizo un silencio antes de continuar —aunque bueno, ya habrás probado muchas cosas… —dijo con un tono de tristeza.

—¿Aún no lo has hecho? —pregunté sin dejar de mirar la pantalla del teléfono, procurando que no se me notase mi enorme curiosidad.

—Uf no. Para nada. Además creo que no lo voy a tener nada fácil —me dijo en el momento que se daba la vuelta y se me quedaba mirando de frente. —¿sabes? creo que soy lesbiana.

Intenté que no se notase ninguna reacción en mi rostro. Sus ojos me miraban fijamente, llenos de curiosidad y un punto de temor. Si es lesbiana ¿qué más daría? Yo no lo era, pero hasta esa mañana no sabía que me podía excitar tanto una mujer. Y mucho menos que esa mujer estuviese siendo mi hermana. Había disfrutado con todas y cada una de las relaciones con chicos que había tenido, es cierto. Incluso aquel pete que le hice a mi  novio de entonces no me desagradó en absoluto. Reconozco que las grandes pollas me turban… pero eso no quita para que una linda chica o una mujer bandera de un anuncio me genere un ligero cosquilleo en mi interior.

Acaricié el pelo de Ari con afecto.

—¿Y te gusta alguien en este momento? —pregunte con naturalidad.

Ari abrió aún más sus ojos y una ligera sonrisa iluminó su linda cara.

—Me gusta Sonia —dijo ya más relajada, al ver que no me había sorprendido nada saber que era lesbiana.

Sonia era una de sus amiguitas. Una monada de chica, con los ojos ligeramente achinados y con una de las sonrisas más dulces que he visto en mi vida.  Seguí acariciando su mejilla.

—No me extraña Ari, es super linda Sonia.

—Uff, espero algún día saber lo que se siente estando con otra chica desnuda en la cama y hacer el amor —dijo Ari ignorando que ahora mismo estaba con una chica desnuda en la cama.

Nos quedamos calladas, cada una abstraída en sus pensamientos.

—¿Quieres que sigamos? —dijo Ari, levantándose bruscamente de la cama.

—Por mi vale, lo que quieras hermosa.

—¿Algo más fuerte? —preguntó con una sonrisa intrigante.

— Caray, me das miedo.

Pegó un salto vi como salía disparada de la habitación. Me dejó allí tirada, completamente desnuda, sintiendo su peso aún sobre mi cuerpo.

Tardó un rato en volver, pero al entrar vi de reojo que traía algo grande en sus manos. Al incorporarme pude verlo con claridad y casi me caigo del susto. Se trataba de una polla de latex que las dos manos de Ari apenas podían abarcar.

—¿Qué coño es eso? —dije alarmada.

—ji, ji. Es el amigo de mamá. Se lo acabo de coger de la habitación. Me costó un poco encontrarlo porque no estaba donde siempre. Se había quedado tirado debajo de la cama. Me parece que esta noche hubo movidita en el cuarto de mamá. Lo he estado lavando y creo que ya está todo limpio. ¡Estaba algo pringoso! Ji,ji, ji —rió Ari.

La verdad es que el pene imponía bastante. Era uno de los penes más grandes que había visto nunca. Cuando me lo pasó pude sopesar su peso y grosor. Era bastante flexible y semitrasparente. Me intimidaba un poco. Ese pequeño monstruo había estado anoche alojado dentro de mamá. Desde luego Ari era una caja de sorpresas. Me preguntaba cuantos secretos más estaba por descubrir.

Me indicó que quería hacer una serie de dibujos sencillos posando con el pene. Se trataba de cogerlo con las dos manos, o de dejarlo entre las piernas. Serían poses sugerentes en las que mostrar la relación entre el cuerpo y el juguete. Pensé que si habíamos llegado hasta allí, no tenía sentido negarse ahora. Ari parecía que sabía lo que quería y en toda su explicación no había ningún interés más allá del artístico.

Al principio las poses resultaban muy sencillas. Colocaba el pene vertical entre los muslos como si fuese un cachorrillo simpático o entre los pechos. Hasta empecé a cogerle cariño y entre pose y pose me permitía alguna broma, haciéndolo girar como si fuese una porra de la policía, o un gatito mimoso que reclama besitos, a lo que Ari respondía con el ceño fruncido, pidiendo que dejase de hacer el tonto.

—A ver, Clara, me estás desconcentrando.— dijo bastante sería, dando por finalizando ese sketch que estaba haciendo. —Creo que ya estás algo cansada. Vamos a por los últimos dibujos.

—Tu dirás Ari —contesté, aunque me daba un poco de pena que la sesión estuviese llegando a su fin. Me lo estaba pasando realmente bien y reconocía que me encantaba exhibirme para Ari.

—Lo que ahora quiero es que … —hizo una pausa, le costaba encontrar las palabras —…que te metas un poco la punta —añadió algo ruborizada.

La miré sorprendida. Pese a estar danzando sobre la cama con la polla de latex de mamá, ya me había olvidado de la finalidad de aquel utensilio. Pensé que si hasta ahora había sido obediente y me había comportado de manera profesional, sería una lástima empañarlo todo ahora por remilgos estúpidos. Al fin y al cabo era solo la punta lo que me pedía, imagino que para tener algunos dibujos más morbosos que utilizar en sus futuras ilustraciones.

—Vamos allá —dije, intentando que no se me notase el incipiente nerviosismo, aparentado que se trataba de lo más natural.

Me tumbé sobre las sábanas, con las rodillas ligeramente abiertas. Con una mano agarré el pene de mamá y empecé a introducírmelo. Al principio me costó un poco. El cabezón era especialmente grande. O al menos más grande de lo que estaba acostumbrada a meterme. Por un momento me imaginé anoche a mamá, calzándose todo aquello dentro. La veía hermosa sobre la cama, metiendo y sacando sin parar aquella cachiporra de goma hasta llegar, seguramente al orgasmo. También me imaginaba que pese a los intentos de Ari por lavar aquel aparato, algún resto de mamá podría haber quedado. Y lejos de asquearme, aquello me hizo lubricar con facilidad. Gracias a todo eso el capullo entró finalmente y me sentí enormemente orgullosa. Una ola de placer me invadió, como si lo hubiese estado esperando durante toda la mañana.

No había reparado en Ari, que se había acercado mucho con el cuaderno en la mano y que miraba con ojos atónitos mis esfuerzos de meterme aquella verga.

—Uff Ari, creo que ya está, ¿te parece bien así?

—Si… perfecto —contestó Ari casi balbuceando. Por primera vez en la mañana sentí su nerviosismo y un sonrojo en las mejillas.

Permaneciendo con la verga cogida para que no se me escapase, veía a Ari a menos de un metro borrar y dibujar sin parar, costándole más de lo normal. Desde mi posición podía observarla con calma y recrearme en sus delicadas facciones y su grácil cuerpo. Había doblado sus delgadas piernas sobre el taburete y colocado sobre las rodillas el cuaderno. Su corto short se había metido entre las ingles, muy apretadito, y me pregunté si se habría puesto tanga esa mañana.

Después de mucho esfuerzo la pose terminó y yo pude sacarme aquel cabezón de mi humedecida vagina.

—Bueno, puf. Me ha costado más de lo que pensaba —dijo Ari. —Creo que debería ir pensando en dejarlo por hoy. ¿Otra más, vamos a por la última?

—Me lo estoy pasando muy bien. Sin problema, ¿qué quieres que haga ahora? —pregunté risueña

—Tal y como estás, échate toda hacia atrás. Pon los brazos cruzados por encima de tu cara.

—Muy bien —dije animada —¿y que hago con nuestro amigo?

—Déjatelo metido dentro… entero —dijo Ari pasando una de las hojas de cuaderno, como si tal cosa.

Me quedé un poco aturdida. Era lo más extremo que me había pedido en toda la jornada. Admiraba la manera en que Ari había ido llevando todo aquello. De las sencillas poses de primera hora habíamos llegado a este punto tan loco. Pero qué narices, pensaba que si me acababa de ver con el capullo metido, qué importancia podría tener introducirlo un poco más. Tenía claro que cuando todo aquello terminase saldría corriendo a mi habitación a hacerme una tremenda paja. Caray, qué caliente estaba.

Cogí la polla de latex. Esta vez ya conocía las sensaciones que me produciría el cabezón. Se resistió un poco  al principio, pero después de dilatarme los labios, dejando mi clítoris expuesto, el capullo acabó entrando. Tener que meterse el resto era algo muy distinto. Agradecí la enorme lubricación que me permitió ir avanzando centímetro a centímetro con aquel vagón de mercancías.

Y con mucha paciencia y tenacidad mi pequeño chichi se fue comiendo aquel pene de goma. El muy cabrón se había follado la noche anterior a mamá, y ahora estaba follando el coño de su hija. Este pensamiento me puso muy loca y ayudó a que pudiera entrar un poco más. De vez en cuando palpaba lo que aún quedaba fuera y sentía escalofríos por sus dimensiones.

Mientras tanto Ari miraba incrédula todo aquello. Ni yo misma me creía la gran cantidad de polla que mi coño era capaz de engullir. Las gotas de sudor habían aparecido sobre en mi frente y las mejillas. Finalmente empujando con las dos manos, ya que con una era incapaz de abarcarlo, llegué hasta el fondo de mi capacidad, y pese a todo aún quedaba polla fuera. Al lograrlo me desplomé sobre la cama, soltándolo finalmente y poniendo los brazos como Ari me había pedido.

Sin esperar un segundo mi hermana empezó a dibujar y yo disfrutaba de las sensaciones inusitadas de tener todo aquello metido dentro. Tendría que investigar donde lo ocultaba mamá. Y volver a darle buen uso en la soledad de mi habitación. Puede que a la larga no fuese nada higiénico estar usando la misma polla de latex que mamá, pero es que me daba igual. Me arrepentía ahora de no haberle dado una pequeña lamida la primera vez que Ari me lo había entregado. ¿Me cabría en la boca?

Pensaba en estas cosas y me asustaba las suciedades que la mente me estaba regalando. Sin embargo estos pensamientos lograban aumentar mi lubricidad y en consecuencia aquella verga había empezado a deslizarse hacia afuera, como queriendo salir de mi coño. Así que rompiendo mi pose tuve que meterla nuevamente, produciéndome una oleada de placer. Esta operación se fue repitiendo dos o tres veces más. Escapándose y yo volviendo a introducirla.

Sin embargo a la cuarta ocasión sucedió algo inimaginable. Cuando nuevamente estaba apunto de salirse, Ari cogió la polla de latex y me la metió hasta el fondo de mi vagina con mucha suavidad. Después siguió dibujando, como si nada. Me quedé muy turbada por eso que acababa de pasar. Deduje que no había nada sexual en ello: si quería que no rompiese cada dos por tres la pose, tenía sentido que ella decidiera ayudarme. Sin embargo, el placer que sentí cuando lo hizo fue brutal.

Como mi coño tenía las paredes enjabonadas de excitación, aquello no dejaba de escurrirse y Ari tuvo que repetir la operación una y otra vez. Estaba tan brutalmente excitada que mi pecho había empezado a subir y bajar agitado. Hasta que Ari volvió a introducírmelo por quinta vez y fui incapaz de ahogar un breve gemido. Me arrepentí al instante.

Percibí un silencio en la habitación. Mi hermana había dejado de dibujar. Pero tras aquellos segundos que me parecieron interminables noté como Ari agarraba la parte que sobresalía del pene y empezaba a sacarlo y meterlo con enorme parsimonia.

En poco tiempo aquello se convirtió en una cadencia creciente, con un vaivén que me fue arrancando tímidos gemidos al principio, pero que pasaron a los mas que evidentes jadeos después.

Me incorporé sobre mis codos solo para poder ver la cara de aquella preciosa niña. Sus ojos no se apartaban de mi coño, concentrada en la tarea de proporcionarme placer. Percibía el baile de sus pequeños pechos a través de la camisa, y surcos de humedad se habían formado en la tela  aquí y allá. Nuestros ojos se encontraron, y lo que al principio fue una mirada de animalito asustado, pronto se convirtió en una cariñosa y franca sonrisa. Quizá la sonrisa más maravillosa que había visto en mi vida.

Sin pensarlo un segundo cerré los ojos y me entregué a aquella penetración que mi hermanita me estaba proporcionando. Con una mano metía y sacaba una y otra vez aquella verga que se deslizaba con facilidad dentro de mi coño. Con la otra mano acariciaba mis muslos o rozaba mi clítoris arrancándome agudos lamentos.

Agarré mis pechos y estrujé mis pezones, que estaban duros como gomas de borrar, haciendo que mi calentura se disparara por los aires.

Dejarse penetrar por Ari era lo más morboso que me había ocurrido hasta la fecha.

Una de sus manitas fue descendiendo por mis muslos hasta encontrarse con mis nalgas. No bien entendí lo que quería hacer facilité su maniobra levantando ligeramente las caderas. Pude apreciar como uno de sus dedos, finos y delicados, empezaba a juguetear en la entrada de mi culo. Una oleada de miedo y lujuria se apoderó de mi, pero eso no pareció impedir a Ari introducir la primera falange del dedo. Por un segundo pensé  que podría ser el mismo dedo anular que había utilizado en aquella ilustración tan morbosa y esa sola idea me hizo volar la cabeza.

—¡Uf,  por dios…!— dije cuando introdujo la segunda falange, ya sin visos de querer parar hasta llegar al fondo. Ari imprimió una velocidad rápida a su muñeca, haciendo oscilar aquella verga de goma de tal modo que tuve que agarrar las sábanas con fuerza, hasta que mis nudillos se pusieron blancos.

—No pares ahora, no pares amor…— solo era capaz de decir mientras los inconfundibles chasquidos que hacía la verga en mi coño resultaban ensordecedores. El pelo enmarañado sobre mi rostro me impedía respirar con dificultad. Imaginaba salpicando mis jugos sobre las sábanas, la cama y también sobre las manos de Ari.

Y sin haberse anunciado empecé a correrme salvajemente. Un orgasmo se apoderó de mi, al tiempo que mi cabeza se echaba hacia atrás, para poder soltar el gemido más largo que recuerdo haber dado. Gemí sin cortapisas mientras estertores se apoderaban de mis músculos como si me hubieran conectado a una red eléctrica. Aquello duró un tiempo que se me antojó interminable, embrujada, perdiendo todo control sobre mi cuerpo sudoroso en un evidente trance sexual.

Mientras tanto Ari había empezado a aminorar el ritmo de sus penetraciones, haciéndolas más lentas, mientras su dedito hacía circulitos dentro de mi ano antes de salir.

Cuando recuperé el aliento me dejé caer derrotada sobre la cama. Lo poco que me quedaba de conciencia sirvió para percibir como Ari sacaba por completo aquel cilindro de latex, dejándome como un vacío en mi interior. Percibí una riada de flujo espeso salir de mi coño, derramándose por los muslos.

—Me has matado.

Mucho más tarde me desperté. No sabía cuanto tiempo había pasado desde mi enorme corrida. Fui abriendo los ojos y me encontré a Ari tumbada a mi lado, mirando el móvil, mientras cantaba por lo bajo un tema de Taylor Swift.

Se giró un momento con una sonrisa al verme despertar, pero luego siguió con lo suyo. El pollón había desaparecido. Imagino que lo había devuelto al lugar donde lo había encontrado, en la habitación de mamá. Permanecí callada un buen rato pensando en mis cosas y disfrutando de aquella sensación de plena felicidad.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dije en voz baja. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos, iluminados por la pantalla del móvil. —Esta mañana, ¿sabías que ya había visto tu página de Instagram, verdad?

Ari se ruborizó un poco y tardó segundos en responder.

—Si, en la ducha me di cuenta de que no la había cerrado. Cuando salí del baño ya te habías ido e imaginé lo que había ocurrido. Pensé en contártelo, pero luego quise en ser un poco traviesa.

—Y ese nombre, ¿es por mí?

—Espero que no te importe.

—No Ari, para nada. Pero tengo mucha curiosidad.

—Bueno, no sé. Salió así. Es un homenaje. Me siento muy orgullosa de que seas mi hermana. Eres preciosa. Te quiero tanto Clarita.

Mis ojos empezaron a humedecerse. No esperaba aquella muestra de afecto. Me sentí feliz y completamente saciada de tanto amor.

Me incorporé un poco sobre la cama. Lo justo para pasarle la mano por detrás de la nuca y atraerla hacia mí.

—Tu sí que eres preciosa — dije al tiempo que acercaba lentamente mis labios a los suyos.

Ari se dejó besar. Al poco fuimos abriendo nuestras bocas y las puntas de nuestras lenguas hicieron contacto. Puede que aquel fuese el primer beso de Ari y quería que lo recordase toda la vida. Y aunque al principio notaba su inexperiencia, la niña fue cogiendo soltura, y acabamos morreándonos de manera apasionada intercambiando nuestras salivas. Solo paramos cuando nos empezaron a doler los labios. Ari estaba un poco sofocada y no pudo evitar soltar aquella risa tímida y que tanto me gustaba. Luego se recostó sobre mi regazo, y acaricié su pelo con ternura mientras aún tenía su sabor en mi boca.

Fue entonces cuando hizo aquella pregunta que tanto me turbó y que supondría un torbellino de sentimientos encontrados en los días siguientes.

—¿Posarías con Alberto para mí? —dijo Ari levantando su mirada.

—¡Ni loca! —dije visiblemente alterada.

FIN

(Nota del Autor. Conocí a Clara gracias a mi anterior relato. Estuvimos una temporada juntos antes de que me mudara a otra ciudad. Me contó esta historia con la esperanza de que algún día pudiera escribirla y publicarla).