MI HERMANA - Protegiendo de mí a su hija
Las continuas sospechas de que, con mi fama de seductor, pueda atraer a mi sobrina a una relación más allá de la puramente familiar, provocan un conflicto entre mi hermana y yo, que deriva en un estallido de violencia como colofón a nuestra mutua animadversión.
El día 26 de diciembre, San Esteban, es uno de los más celebrados de la Navidad catalana. Es, en cuanto a importancia, similar al mismo día 25 e incluso, quizás más que la Nochebuena o la Nochevieja.
Ese era el día elegido tradicionalmente para celebrar todos juntos en mi familia, mi escasa familia, uno de los días de las fiestas navideñas.
Los otros importantes, mi hermana Laura, con su marido Andrés y su hija Lauri disfrutaban de las comidas o cenas con la familia política de ella o solos y por mi parte, yo tenía mis compromisos con mis amigos o digamos, otras amistades femeninas, aunque me reservaba normalmente la Nochebuena para hacer también compañía a mis padres y al inseparable tío Eusebio. El único hermano de mi madre.
Mis padres tenían ya una edad muy madura sin llegar todavía a ser considerados unos ancianos. Ambos estaban cerca de los setenta y cinco. El tío ya si superaba los ochenta. Era viudo desde hacía bastante años y no había tenido hijos. Mis padres y sus sobrinos éramos su única familia y estaba, por esa razón, muy apegado a nosotros, principalmente a su hermana y a su cuñado.
El hecho de que mi padre tampoco hubiera tenido hermanos fue el argumento que expuse antes para esgrimir que éramos una 'escasa familia'.
Todos, padres, el tío Eusebio y mi hermana y su familia, vivimos en el mismo barrio, pero el día de San Esteban es el único que se puede decir, literalmente, que veía o coincidía con mi hermana o mi cuñado. La falta de empatía, cercana a la más pura enemistad entre ella y yo, era antigua, latente y patente en cada encuentro navideño.
Con mi sobrina Lauri era diferente. A pesar de tener solo 18 años nos unía un cariño, amistad y complicidad exquisitos. Era, para mí, la hija que no iba a tener jamás y quedábamos a menudo para comer, tomar algo o comprarle algún regalo sin ninguna motivación o excusa especial.
Presumía de su "tito", como siempre me llamaba, delante de sus amigas y con sus zalamerías me conquistaba siempre que quería.
Yo, Raúl, tengo 42 años. Vivo solo y me gusta vivir así. Jamás he tenido el más remoto pensamiento de comprometerme con nadie. Nunca me ha atraído la idea de embarcarme en la odisea del matrimonio. Ni tan siquiera vivir en pareja. Tengo suficientes amistades femeninas con las que poder suplir las escasas ventajas que una unión formal puede proporcionar: sexo, viajes, cenas y sobre todo, amistad desinteresada si es el caso.
Laura, mi hermana, tiene 47. Se puede decir y además de manera muy real, que ha mejorado exquisitamente con el paso de los años. De joven no llamaba apenas la atención. A pesar de su relevante altura, no solo no tenía una figura llamativa si no que esta quedaba afeada por unos kgs de más. Era totalmente plana de pecho y ni en el vestir tenía una pizca de gracia. Con el paso de los años a base de cuidarse en cuanto a dieta y gimnasio, a cambiar su forma de vestir con un toque no solo más moderno, incluso muy atrevido y provocativo y a la implantación de dos soberanas prótesis de silicona, consiguió que, de pasar desapercibida, a su edad madura cualquier hombre se girara para contemplarla, incluido yo, que la detestaba profundamente.
Todo lo que en su físico había mejorado, su mal carácter y su manera de ser habían ido a peor con el paso de los años. Su arrogancia, soberbia y vanidad seguían siendo su seña de identidad.
Si alguien no hubiera conocido años atrás a mi hermana y a mi cuñado, no entendería como pudo llegar a casarse con un ser tan simple y anodino en todos los aspectos como es Andrés. La razón es bien sencilla. Cuando se conocieron ambos eran unos 'patitos feos'. En aquel momento estaban hechos el uno para el otro porque de otra manera no hubieran conocido a nadie más que los acogiera.
Ahora eran totalmente diferentes en todos los aspectos, sin embargo, nunca sabré el motivo, Laura mantiene una posición de bienestar al lado de una persona que en ningún momento le replica o contradice en nada. Él es el típico "cero a la izquierda" o el "don nadie" que no tiene criterio ni opinión en su propia casa y eso unido a que mi hermana, que no es tonta, debe ser consciente que ningún otro hombre aguantaría por mucho tiempo sus desplantes, sus malas formas y su pésimo carácter.
Si tiene o ha tenido en algún momento algún amante o alguna aventura ocasional, no lo sé ni es algo que me importe. Siempre la he visto fría y arrogante como sucumbir a una pasión sexual desbocada.
Este 26 de diciembre, San Esteban, mantenía el mismo cariz del año anterior y de todos los pasados. Una comida buena en cuando a platos, pero monótona en todo lo demás.
El tío Eusebio y mi padre, fieles a su costumbre, dedicados casi únicamente a comer y beber. Era el único afán que tenían. Sus conversaciones eran mínimas.
Mi madre tratando de contentar a todos. Su felicidad consistía en preocuparse de que no nos faltara de nada y era su manera de abstraerse de la rutinaria reunión a la que algunos acudíamos por simple compromiso.
Andrés, mi cuñado revoloteando por todas las conversaciones. Las escasas de mis padres y mi tío. Las de su mujer, que no le prestaba ninguna atención y las mías con Lauri, donde se metía sin venir a cuento hasta que se daba cuenta que no le otorgábamos el más mínimo interés.
Mi hermana, solo comía y bebía frugalmente. Su cara denotaba un sentimiento de hastío y aburrimiento. Su compañía más cercana era su móvil, que miraba continuamente demostrando su falta de respeto hacia los demás. Otra de sus características como persona.
Lauri y yo, ajenos a todos, manteníamos charlas y conversaciones de todo tipo. Serias, informales, sin sentido y hasta algunas con un puntito de picardía que ella asumía de la manera más natural. Estas últimas eran las que hacían que Laura abandonara su pasividad y su obsesión por el móvil, para prestar atención y cambiar el gesto o poner una mirada nada complaciente.
Una vez acabadas las viandas principales y recogida la mesa, pasamos a la típica costumbre de llenarla de dulces, frutos secos, turrones y cava. A partir de este momento, y como sucedía tradicionalmente cada año, los grupos se separaron de manera natural.
En un extremo de la larga mesa, al fondo del comedor, comenzaron las partidas de bingo con los mismos participantes de siempre: mis padres, el tío Eusebio y como no... mi cuñado. Este era el momento en que más cómodo se sentía y disfrutaba como pez en el agua de las risas y el jolgorio, casi infantil, con el que se deleitaban los cuatro.
Recostada en el sillón individual, mi hermana con la única compañía de su fiel Iphone. Ausente a todo o a casi todo. Encerrada en su mundo y sin ningún afán o interés por involucrarse en alguna conversación.
Mi sobrina, radiante, guapísima, alta ya casi como su madre y un poco más delgada. Llevaba un estrecho vestido ajustado a su esbelta figura. Madre e hija rivalizaban en la cortedad de la prenda que cada una se había puesto.
Lauri y yo, como habitualmente hacíamos tras esta típica comida, nos sentamos a charlar y de paso aislarnos del resto del grupo familiar en el sofá.
Ella con su espalda apoyada sobre el brazo del mismo y sus piernas apoyadas sobre las mías. Mientras hablábamos ella acariciaba mi oreja con sus dedos y yo hacía los mismo con sus estilizados muslos. Esta vez más atrayentes que nunca, cubiertos por unas medias negras de rejilla.
- "¿No me vas a contar si ya hay algún chico en la "uni" que te atraiga un poquito, cariñet?" - le pregunté sabiendo que esa confianza le agradaba.
- "¡Qué va tonto!" - usaba a menudo esa palabra conmigo en plan cariñoso - "En mi clase hay pocos chicos y son todos unos niñatos" - y de nuevo, tocándome el pelo y la oreja, añadió: - "Además, tú ya sabes que no me puedo echar novio todavía".
- "Pues no, no sé el porqué y nunca me lo has contado" - le contesté sabiendo la respuesta que me esperaba ya que, en realidad, si me lo había dicho en plan de broma, en más de una ocasión.
- "¡Oh, vaya!" - exclamó haciéndose la sorprendida y llevándose las manos al pecho de manera teatral - "Hoy mi "tito" está más bobo y más desmemoriado que nunca".
- "A ver, cielito" - le seguí la conversación entrando en su juego - "Hazme memoria ¿por qué no te puedes echar un novio a tu edad?. La bebida me ha dejado muy espeso".
Mis manos seguían acariciando, de manera inocente, sus preciosos muslos, pero también, disimuladamente, echaba una mirada de soslayo hacía mi hermana para comprobar que, a pesar de estar entretenida con su móvil, no perdía detalle de la conversación tío-sobrina y de paso yo observar sus maravillosas piernas que, debido a lo corto de su vestido y a su postura, totalmente recostada en el sillón, quedaban expuestas ante mí de una manera que, debo reconocer, estaban alterando mis pensamientos más libidinosos. Dejé estos a un lado, ya que Lauri siguió con la conversación que estábamos teniendo.
- "¿No te he dicho muchas veces que yo solo te quiero a ti como novio, tontín?" - me dijo pellizcándome cariñosamente la mejilla y continuó - "Pero claro, mi "tito" me ve como a una niñita boba y además, ya tiene muchas amantes como para fijarse en mí, ¿verdad?".
Como siempre, no pude reprimir soltar una carcajada ante esa ocurrencia que, por supuesto, no era la primera vez que me la decía: - "Jajaja, pero amor, ya te he dicho, que tú no te puedes enamorarte de mí. Primero, soy tu tío preferido..."
- "Y único, "tito" y único" - me corrigió.
- "Pues eso" - continué - "Soy tu tío, te llevo casi 25 años y eres para mí, más que mi sobrina, una hija" - y para finalizar le dije, con un noto de ficticia seriedad - "¿Ves como son suficientes razones como para que tú no te enamores de mí?".
Y imitando mi mismo tono jocoso, me replicó: - "¿Sabes? todas mis amigas están enamoradas de ti y como tú eres mi tío yo tengo más derecho que ellas. Así que, mientras no me rechaces con otra excusa, yo seguiré esperando que quieras ser mi novio".
Laura empezaba a removerse en el sillón.
Yo sabía perfectamente que esas conversaciones, aún siendo de manera inocente, la reconcomían por dentro y en mi afán de que aún se alterara más, tomé a Lauri de la cara y acerqué su oreja a mi boca para que, el hecho de que no estuchara lo que le iba a decir, le jodiera todavía más: -"¿Quieres la principal excusa?".
Sin separar su cabeza de la mía, pero en voz alta soltó: - "¡Va, dímela!".
- "Pues, imagina que, además de tener a tu madre como hermana... ¡la tuviera que tener como suegra!" - le dije haciéndome pasar por una potencial víctima futura.
Lauri se separó un poco para emitir una sonora carcajada que hizo que, hasta el grupo que estaba jugando al bingo, se girara para mirarla y en voz alta, con su mano apoyada en mi hombro y sus humedecidos ojos por la risa que le provocó mi ocurrencia: - "Es verdad "tito"... en eso no había caído. Creo que si me tengo que olvidar de ti como novio, jajaja".
Mi hermana estaba a punto de estallar. Ya no solo por la conversación que estábamos manteniendo, si no porque sospechaba y con razón, que ella era la protagonista de la última parte casi silenciosa de la misma.
Ya más sosegados pregunté a mi sobrina: - "¿Qué haces mañana, cariñet?".
Arrugó los labios, para hacerme participe de su fastidio, antes de responderme: - "¡Jo, pues estudiar!. Se me ha atravesado una asignatura del primer trimestre de la carrera y después de Reyes tengo el examen".
Sin pensar en las consecuencias que podría acarrear, le confesé: - "Vaya, yo que quería invitar mañana a mi Lauri al "japo" comer".
Su respuesta no se hizo esperar: - "Siii, 'porfa', sí que puedo. Por un par de horas no pasa nada" - y dando por descontado que podía ir, añadió a continuación - "¿Me esperas a la 1 en mi portal, vale?".
Por supuesto, no se le ocurrió decir "¿subes a la 1 a mi casa a buscarme?" .
Mi hermana, oculta todo el tiempo tras su pantalla de aislamiento, pero con la clara evidencia de que no se estaba perdiendo la conversación, decidió a intervenir: -"Lauri, tienes que estudiar, así que no vas a ir a comer mañana con nadie" . Por supuesto, ese " nadie " no era traducible por un: " con nadie ". Ese " nadie " era exclusivamente para mí.
En ese momento, mi sobrina, sacó a relucir su carácter más fuerte, del que pocas veces hacía gala, pero que, si la provocaban o contrariaban en exceso, no tenía ningún reparo en usar y respondió bruscamente a su madre sin temor a quedar en evidencia delante del otro grupo ausente: - "Te he dicho muchas veces que no me llames Lauri ¡Joder!" - y tras una breve pausa, continuó replicando - "A ver si se te mete en la cabeza de una vez... ¡Me llamo Laura! ¡La-u-raaa!".
Aguantándome la risa, miré de reojo a mi hermana y pude notar sus mejillas completamente rojas. Más por ira que por vergüenza.
Yo, aprovechando la rocambolesca situación que se acababa de producir y que yo mismo había provocado, con la maliciosa intención de meter el dedo en la llaga, le dije a mi sobrina, acariciando su muslo de manera más evidente, hasta casi entrar mi mano por debajo de su vestido: - "Venga Lauri, no seas así. No te enfades que dejas de estar un poquito guapa" - y con una sonrisa y juntando mis dedos índice y pulgar - "Pero solo un poquito ¿eh?".
- "Jo, "tito". Es que me hace cabrear, ¡joder!. Sabe que no me gusta que me llamen Lauri y seguro que lo hace a propósito" - me dijo a mí, pero mirando hacia su madre de manera desafiante.
Sin añadir nada más, había dejado bien claro que solo a mi me permitía llamarla por el diminutivo. Realmente Lauri me tenía ganado del todo.
Ya más calmada, pero sin abandonar su enfado, se levantó del sofá y estirándose el vestido: - "Voy a hacer pipi" - anunció seca y contundentemente. El ruido de sus tacones se escuchó por todo el pasillo hasta entrar en el baño.
Ese fue el momento que Laura aprovechó para levantarse del confort de su "aposento" y sentarse a mi lado. Sin disimular el momento alterado en que se encontraba, pero en voz baja, principalmente para que Lauri no pudiera llegar a escucharla: - "Raúl, me estás jodiendo. Me estás jodiendo toda la tarde, cabrón".
El gesto irónico que le dispensé con mi cara y mi mirada, sin responderle, le hizo continuar: - "¿De qué vas? ¿A qué vienen esas conversaciones tan íntimas con mi hija?.... ¡con tu sobrina!".
Ya si intervine y lo hice buscando excitarla aún más: - "A ver, hermanita...".
Me cortó de raíz: - "No me llames hermanita ¿vale?".
- "Vale, no eres mi hermanita" - y antes de darle la oportunidad de que volviera a replicarme, algo que veía venir - "Estas conversaciones las tenemos Lauri y yo desde siempre y no significan nada. ¿Me entiendes?. ¡Na-da!. Así que no te pongas trágica conmigo o mejor diría, tragicómica" - y acallándole antes de que volviera a intervenir: - "Todo lo que tú ves es solo producto de tu fantasiosa mente calenturienta. Como tú bien dices, es mi sobrina y la quiero solo por lo que es y por como es. No hay nada más y no busco nada más".
- "¡Vaya!" - ya si la dejé continuar - "Y el manoseo que le has estado dando todo el rato en las piernas ¿a cuento de que ha venido, imbécil?. Si casi le has llegado a las bragas con la mano".
Hoy la venganza me estaba resultado más dulce que nunca y nada fría, así que, buscando prolongarla, le respondí en consecuencia: - "Pues creo que a ella no le molesta que le toque las piernas, porque al contrario que tú, no ve ninguna extraña intención por mi parte".
Estaba a punto de lanzar otro de sus improperios, pero no se lo permití y fui yo quien se adelantó en la canallesca carrera que estábamos librando: - "Por cierto, las bragas, preciosas y ese color púrpura le favorece mucho. Seguro que las ha elegido ella, teniendo en cuenta tu mal gusto".
Era un farol que le había echado ya que no se las había visto, pero si un momento la tira de su sujetador y supuse que podía ir a juego con la parte inferior.
La bilis estaba a punto de escapársele a través de su mirada. No pudo responderme a esto último ya que escuchamos como se abría la puerta del baño. Mientras Lauri caminaba por el pasillo solo se atrevió a decirme con la voz más baja si cabe: - "Ni se te ocurra ir mañana a buscarla. Te lo advierto" - y zanjó la conversación con un - "No va a ir a comer contigo ni al "japo" ni a su puta madre".
No dejó que Lauri se volviera a sentar. De manera imperativa le comunicó tanto a ella como a su marido que ya se iban a casa. Andrés, de manera inocente, le dijo: - "Un momentito, cariño. A ver si hago bingo".
Como si tuviera un resorte en el trasero, se levantó de golpe al escuchar a su querida esposa: - "¿Eres tonto o gilipollas?. Te he dicho que nos vamos ¡Joder!".
Lauri me dio un abrazo efusivo y un par de besos muy apretados a modo de despedida mientras yo, a sabiendas que Laura no nos quitaba ojo, le respondí con un par de palmadas en sus nalgas.
Ya por el pasillo, Lauri me hizo un recordatorio: - "Tito, no te olvides, ¿eh?. Mañana a la 1 en mi portal".
Laura no dijo nada, pero la mirada fulminante que me dispensó solo podía compararse con la de "la niña del exorcista".
Mi madre me preguntó tristemente si ya me iba a ir yo también y por no hacerles un feo, le dije que me quedaba a acabar la partida con el cartón de mi cuñado.
La tarde me había dejado muy satisfecho.
Hoy, después de la ajetreada e intensa comida familiar de San Esteban, me he levantado pronto.
Fui ido a cenar con una amiga, pero regresé a casa a una hora prudencial.
En esta ocasión tener sexo con ella no era una prioridad. Necesitaba mi apoyo y mi hombro para llorar. Estaba recién separada y aunque habíamos tenido en los últimos años, dentro de una gran amistad, bastantes encuentros sexuales, siempre había antepuesto su familia por encima de todo. Quizás fue el motivo por el que, al confesarle su marido que había otra mujer y pedirle el divorcio, se había hundido anímicamente. Mi compañía fue un bálsamo y más en estas fechas navideñas.
Me acababa de poner mis pantalones de deporte para salir a correr y justo cuando iba a coger mi camiseta y ponerme mis zapatillas sentí el timbre del telefonillo. Ni idea de quién podía ser un domingo, a las 8 de la mañana y después de un día festivo.
Fue preguntar quién era y el "yo" que recibí me sacó enseguida de dudas.
Laura era especialista en contestar con monosílabos. "Yo", "qué", "si", "no", "ya", eran como una seña de su prepotencia y su superioridad.
Abrí y la esperé en la puerta tal y como estaba vestido. Solo con los pantalones.
Entró y sin esperar que yo lo hiciera fue ella quien cerró.
Tras lanzarle un sarcástico: - "Buenos días, mi bella dama y... bienvenida a mis aposentos" , como irónico recibimiento al ser la primera vez que pisaba mi casa, le di la espalda y me dirigí a mi cuarto a ponerme la camiseta. Ella venía con la misma ropa del día anterior y sin decirle nada dejó colgado su abrigo en el perchero de mi recibidor.
Estaba ya en él, cuando noté que me tomaba del brazo para que me girara hacia ella.
- "¿Tú de qué vas, hijo de puta?" - me lanzó de manera directa a modo de bofetada verbal.
Me tomé en serio su pregunta y vi que la cosa no se presumía fácil. Sabía a qué venía. El juego se había acabado por mi parte.
- "Laura, ayer fui muy clarito yo también contigo, ¿te enteras, pija de mierda?" - y antes de que pudiera contestarme - "No tengo nada con tu hija, que no sea cariño como mi sobrina que es. Métetelo en la cabeza de una puta vez"
- "Raúl, no me toques los cojones" - fue su siguiente ataque y bajando un poco la voz continuó por ese mismo camino - "¡No me los toques!. No tienes fama de santurrón precisamente y con lo que vi y escuché ayer, cada vez tengo más claro que no te vas a privar de llevarte a tu sobrina a la cama".
- "Nunca me he acostado con jovencitas ¿vale? y con todas las mujeres que he tenido algo han sido más ellas, en la mayoría de los casos, las que me han buscado a mi" - le respondí ya con un tono de evidente enfado.
- "Jamás vuelvas a sobar a mi hija ni las piernas ni nada o darle cachetitos en el culo. ¿Me has oído?" - y creo, que para zanjar el asunto y marcharse cuanto antes, solo añadió, de manera falsamente sosegada - "Y olvídate de la comida de hoy. Laura no va a salir de casa".
Supongo que esperaba un asentimiento por mi parte y no se esperó mi respuesta. Con toda mi mala leche, buscando sacarla de quicio y expulsar de mi la rabia que me había provocado: - "Creo que, en realidad lo que te pasa es que estás mal o nada follada y ayer te subió la libido y la calentura porque no era a ti a quien estaba tocando ¿verdad?"
La cólera que irradiaba su mirada era palpable y sin saber que decirme solo le añadí: - "Aunque seguro que a ti, más que las piernas, hubieras preferido que mi mano manoseara tus bragas para que yo mismo notara lo mojadas que las deberías tener".
No llegué a saber de dónde saqué los reflejos para agarrar de la muñeca la mano de Laura que, a toda velocidad y con las uñas por delante, se dirigía hacia mi cara.
Al apartarla y teniéndola bien sujeta, mis dedos tropezaron con el escote de su vestido y con la fuerza del empuje se rompieron los dos botones superiores y se desbrocharon otros dos. La prenda se abrió casi hasta su ombligo y uno de sus enormes pechos siliconados, oculto levemente tras un excitante y minúsculo sujetador, quedó ante mí de manera más que sugerente y provocadora.
- "¡Pero como puedes ser tan cabrón!" - me escupió fuera de sí - "Mira como me has dejado el vestido" - añadió.
- "Vaya, tu puesta en escena ha sido impecable" - y con total seriedad, sin soltarle la mano que, al no fiarme de sus intenciones, aún tenía cogida, le lancé: - "A lo mejor, ayer además de tus piernas y tus bragas, también anhelabas que te sobara los 500 cc de silicona de cada pecho".
Con menos fuerza y determinación esta vez, trató de golpearme en el pecho con el puño cerrado de la mano que tenía libre por lo que, adivinando la intención, no tuve ningún problema en atraparla también por la muñeca.
Estábamos mirándonos fijamente y separados por escasos centímetros. Ninguno decía nada, pero el aliento de nuestras convulsas respiraciones se estrellaba en la cara del otro.
No sé cuánto tiempo permanecimos así ni cuantos segundos necesitaron nuestras bocas para aproximarse de manera paulatina. Solo se produjo una pausa cuando nuestros labios ya si llegaron a posarse los unos sobre los otros.
Fue, entonces, cuando nuestros ojos se cerraron y yo liberé sus muñecas. Mis manos se aferraron a su cintura mientras que las suyas se entrelazaron en mi cuello. El frenesí, en forma de beso húmedo y descontrolado, provocaba que un calor desmesurado irradiara de nuestras bocas. Hilos finos de saliva resbalaban por nuestras mejillas y barbillas.
Los brazos de Laura, apretando mi cuello, casi me dejaban sin respiración hasta que, por fin, sentí el alivio de que este era liberado al dirigirse sus manos a mi pantalón, introducirse por él y buscar mi pene, que en esos momentos había alcanzado ya su máximo esplendor.
Sin dejar de besarnos, tomé su vestido por la parte superior y salvándolo de los hombros, lo dejé caer al suelo con la facilidad que suponía el tenerlo en parte desabrochado. Ella misma me facilitó, elevando los brazos, que le extrajera el sujetador sin ni siquiera quitarle los corchetes.
Bajó mis pantalones de deporte hasta el punto en que ellos mismos caerían al suelo y con un empujón brusco pero certero, me sentó en el borde de mi cama. Se acercó a mí y su pelvis quedó a la altura de mi cara. Tomando sus glúteos con mis manos la atraje y mi boca fue en busca de su sexo escondido tras sus bragas. Mis labios notaron al primer contacto la empapada humedad que estas emanaban. Su sabor era salado, fuerte y de un olor atrayente. Lamí esa prenda negra con devoción hasta que deseé profundizar más y poco a poco las fui bajando para que quedara ante mí su pubis. Solo un hilo negro de escaso vello subía desde la raja de su coño. El resto era un páramo limpio. Mientras mi lengua y mis labios se entretenían con ese espacio de carne, mis manos bajaban del todo sus bragas para que cayeran por si solas al suelo. Tenía ante mí el soberbio cuerpazo de Laura, mi hermana, vestida únicamente con una medias hasta medio muslo y los mismos zapatos negros, con altos tacones, del día anterior.
Notaba como sus manos apretaban mi cabeza para que no la separara del origen de su alteración y mi lengua continuara el masaje que proporcionaba en su raja y sus labios. Apretando sus ingles con mis dedos pulgares noté como estos se humedecían con los flujos que emanaban de su vagina. Laura solo respondía con leves gemidos, buscando no dar pruebas de la excitación que mi conducta le estaba provocando.
Sintiendo que podría llegar a correrse sin desearlo todavía, me tomó de los hombros y me empujó hacia atrás para que mi espalda reposara sobre la cama. Se aproximó y se arrodilló en el suelo para acercarse a mi pene. Éste ardía y mi glande era una enorme bola encarnada en forma de fresón a punto de reventar. Laura lo metió despacio en su boca y fue profundizando progresivamente hasta que tuvo que detenerse al sentirlo cerca de su garganta. A partir de ahí comenzó un laborioso trabajo por su parte de meterlo y sacarlo de su boca. Sabía lo que hacía y como hacerlo y antes de que mi excitación llegara a las cotas de una pronta explosión, mirándome a los ojos, paró y se sentó sobre mi pubis con sus rodillas apoyadas sobre el borde la cama.
Su coño, mojado y auto lubricado, atrapó la punta de mi pene y fue bajando por todo su contorno. Laura tenía los ojos cerrados mientras esperaba llegar al punto final de su recorrido. Una vez alcanzado éste y con su cuerpo totalmente erecto, apoyadas sus manos por detrás en mis muslos, me miró y empezó un movimiento convulso ascendente y descendente. Llegaba hasta el inicio de mi polla y cuando, de manera milimétrica, adivinaba que ésta estaba a punto de llegar a su punto más extremo, de nuevo se dejaba caer sobre ella para que su coño recibiera todo su recorrido.
Cada uno de estos movimientos repetitivos eran sucesivamente más violentos. A la vez que su coño buscaba de manera súbita encontrar el final de mi polla, mis caderas se elevaban para que ésta se encontrara con su vagina de forma sincronizada. No éramos conscientes del daño que estábamos provocando a nuestras pelvis y sin duda estas nos lo recordarían al día siguiente.
Mis manos solo podían corresponder al castigo que me estaba infligiendo apretando canallesca, pero lascivamente, esos pechos artificiales pero voluptuosos y desproporcionados.
Cuando su movimiento de ascensión y caída se fue acelerando aún más y notando que el objetivo del orgasmo se iba a producir por su parte, de manera inmediata, tomó mis testículos con una mano, los apretó con una fuerza de extrema violencia y en el último descenso, desde lo más alto de mi pene se dejó caer, más agresivamente que nunca, para no volver a elevarse.
No emitió ningún grito ni quejido. Fue más una exclamación, entrecortada, pausada, seca, pero que denotaba que su orgasmo se había producido de manera más que satisfactoria. Mientras yo estiraba su negro cabello ella me miraba con ojos desgarradores y su respiración era forzada y pronunciada.
Ya más calmada y aún con su coño apretando una polla que suplicaba clemencia para ser liberada, solo me preguntó: - "¿No te has corrido, cabrón?".
- "No, Laurita" - le respondí mimosamente - "No te pienso dar tregua para el segundo asalto".
Me liberé de mi aprisionamiento y tomándola por las caderas, invertí nuestras posiciones. Esta vez era ella la que quedó, de rodillas, apoyada en el borde mi cama. De pie sobre el suelo, su coño y su culo quedaron expuesto a mi mirada y mi lascivia. Mi pene, perpendicular a mi cuerpo, apuntaba hacia ella esperando el momento de adquirir el total protagonismo, pero sabía que aún debería esperar a ello.
Me agaché apoyado sobre los dedos de mis pies y sobre sus caderas y mi lengua se dirigió hacia la parte más expuesta de su anatomía. Mi lengua se paseó desde la parte inferior de su vagina para ascender por su raja hasta su ano, el cual lamí sin ningún tipo de asco o pudor. Mordí la cara interna de sus nalgas con saña hasta que Laura, emitiendo un grito seco de dolor y tirándome del pelo me obligó a apartarme. Llegué a su cóccix y jugué en él con mi lengua proporcionándole, en este caso, suaves mordiscos, que Laura agradeció con un suspiro de alivio y placer.
- "Éntrame ya, Raúl" - me imploró mi hermana aunque con un tono totalmente imperativo.
Me puse de pie hasta alcanzar mi pene la entrada de su coño y apoyado ese sobre sus labios inflamados esperé la siguiente orden por su parte: - "Siii, yaaa!".
Contundentemente, sin ninguna pausa, la longitud de mi polla se perdió abruptamente dentro de su sexo. El sonido gutural que expelió su garganta significaba que podía continuar con el bombeo que iba a permitir que, esta vez sí, llegáramos a culminar, de manera conjunta, una explosión de sentimientos muy contrapuestos a los que, desde niños, habíamos experimentando negativamente.
Tras unos minutos de suma actividad frenética por parte de los dos y sabiendo ella que poco más podía yo resistir, intuí que me decía: - "Córrete dentro, Raúl" - y el final de la frase quedó remarcado con un - "Tengo un DIU".
Ningún lamento o queja expuso cuando, acompañando mi orgasmo, estiré su pelo agresivamente en el mismo momento que sus entrañas se llenaban de mi semen.
Me apreté todo lo que pude a ella y así quedamos unidos en una unión que nunca se había producido ni tan siquiera en un simple beso en todos los años de nuestras existencias.
Se dejó caer sobre la cama y solo me pidió, mientras mi cuerpo yacía sobre ella: - "No la saques aún, déjala dentro".
Minutos después, cuando mi pene ya había recuperado su volumen normal, nos separamos y ya si, recostada de lado a lo largo de la cama, la tapé y comprobé que empezaba a caer en un cierto sopor.
Recogí mi ropa de deporte y me vestí para reemprender la actividad que dejé interrumpida con la llegada de Laura.
Me acerqué y apoyando una rodilla en la cama, llegué con mi boca a su cara. Antes de depositarle un beso en su mejilla le dije: - "Me voy a correr un rato, amor. Tú sigue aquí descansando".
- "Sí, estoy muy gusto" - me aseguró, antes de continuar, con un nada imperativo - "No traigas muy tarde a Lauri hoy después de comer ¿vale?".
- "A las 3 te la dejo en casita, nena" - le prometí.
- "¡Gracias, cariño"! - me respondió dulcemente
Gracias y cariño. Dos palabras que, por separado jamás había escuchado por su parte y aún menos dirigidas a mí, pero que de manera conjunta, como esta vez las había pronunciado, me resultaban del todo inauditas.
Estaba a punto de abandonar mi cuarto para dirigirme a la calle, cuando a pesar de la tenue luz que habitaba en mi cuarto, pude ver sus gestos reflejados en el cristal que protege las puertas de mi armario y que me provocaron una más que cierta intriga.
Laura, con los ojos cerrados y creyendo que yo ya me había marchado, se lanzaba a ella misma un beso, mientras mojaba su labio superior con la punta de su lengua y acompañaba este gesto con una sinuosa sonrisa.
Esa visión me acompañó a lo largo de todo mi ejercicio por las vacías calles del barrio.
Al llegar a casa pude comprobar que mi cama estaba vacía y que Laura ya no estaba en casa. Entré en mi baño para darme una ducha y marcados con carmín, la huella de sus labios y un corazón estaban impresos sobre el espejo.
Mirando esos dibujos y recordando la imagen de Laura sobre el cristal de mi armario, solo pude alcanzar a pensar una cosa: ¿Realmente mi hermana vino a mi casa, con actitud amenazante y solo para advertirme y para proteger a su hija de mi?