Mi hermana Paula 3
Las bragas de Paula
Nuestra relación no cambió nada. Paula y yo siempre nos hemos querido mucho. Bromeamos constantemente si estamos de buen humor. Y aún en esos momentos que estábamos a solas no mencionamos lo que había pasado aquella tarde.
Pero me preguntaba qué pensaría ella, ya que yo sí que sentía que habían cambiado algunas cosas. Me preguntaba si ella pensaría en mi cuando se tocaba, si es que lo hacía. Yo sí que lo hacía; cuando el semen salía disparado de mi glande, o se escurría entre mis dedos yo sí que estaba pensando en ella.
Pero seguía sintiendo que estaba muy mal masturbarme pensando en mi hermana. Era una situación complicada. En una ocasión entré en el baño sin saber que Paula estaba en la ducha.
-Estoy yo- gritó. Y salí en seguida. Como la mampara de la ducha no era transparente solo pude ver una imagen borrosa de mi hermana. Pero eso no ayudaba.
En otra ocasión, como algunos días me encargaba yo de poner la lavadora, me metí en el bolsillo una braguita de Paula que estaba en la cesta de la ropa para lavar. Una vez en mi cuarto, apoyado en la puerta que había cerrado tras de mí, me llevé la braguita a la nariz, buscando los olores de mi hermana. Eran días en que andaba un poco desquiciado y me encerraba en el baño y me la pelaba, frotándome el pene con la braguita de Paula.
Pero todo volvió a la normalidad. Nuestras vidas siguieron su curso, yo seguía centrado en mis estudios y mis ocasionales pajas. Habían pasado varias semanas cuando, un viernes, Paula entró en mi cuarto y se apoyó en el escritorio, como había hecho la otra vez. Nos quedamos mirando a los ojos, sin decir nada. Por un lado temía que dijera lo mismo, “Tócame”. Por otro lado lo deseaba. Me debatía en sentimientos encontrados, sabía que debía rechazar una propuesta así, no estaba bien.
Y lo dijo. Permanecimos callados unos instantes y respondí.
-Pero quiero verte desnuda.- De nuevo un silencio.
-Vale- respondió al fin, y empezó a desabrocharse la blusa. Cuando había soltado todos los botones y veía su camiseta interior me miró.
-Pero tú también.- Y empezamos a desnudarnos, mirando cada uno al otro. Finalmente de pie, frente a frente; yo en calzoncillos y ella en bragas una vez se hubo desbrochado el sujetador. Sus pechos pequeños, sus pezones rosados empezaban a excitarme. Nos desprendimos por fin de la última prenda y nos quedamos desnudos, mirando nuestros cuerpos. Ella observaba con los ojos bien abiertos mi pene, que poco a poco iba aumentando de tamaño. Yo contemplaba su figura, sus pechos, el pequeño triangulo de vello que cubría sus genitales. Nos abrazamos y nos acariciamos. Noté como su mano tocaba mi pene. Me separé un poco y le expliqué lo que ocurría, cómo se ponía dura cuando me excitaba y cómo me masturbaba. El intenso placer que sentía cuando el glande expulsaba el chorro de líquido blanco. Mi hermana atendía con mucho interés. Ya tenía la polla totalmente tiesa y empecé a acariciarme, lentamente. Luego cogí su mano y la acerqué al pene. Con mi mano sobre la suya empecé de nuevo un movimiento lento. Solté mi mano y la dejé a ella. Era la primera vez que una mano ajena me la meneaba; ¡y además era la de mi hermana!. Se había puesto a mi lado y continuaba con el movimiento de la mano y mirando fijamente, con un rostro encendido por la curiosidad. Su movimiento era pausado, pero diferente al mío, tirando más de la piel y dejando el glande al descubierto. En algún momento, un gesto brusco, me hacía un poco de daño. Pero aquello me gustaba mucho, sabía que no tardaría en correrme.
Acaricié su cabello, luego mi mano se deslizó a un pecho y acaricié un pezón, jugueteando con este entre las yemas de mis dedos. Sentía como mi polla se ponía más tensa, si es que eso era posible. Deslicé la mano por su espalda desnuda. Paula había incrementado el movimiento. Mi mano se posó en sus nalgas y acaricié su culo. Mis dedos se movían por toda esa superficie carnosa y luego, por debajo, los acerqué a su vagina, acariciando su vulva.
Estaba llegando al clímax y le expliqué a Paula lo que iba a ocurrir. Un chorro de semen salió del glande y Paula emitió un sonido de sorpresa. Seguía sujetando el pene, pero con la mano quieta mientras volvía a surgir el semen expulsado, una y otra vez; mi cuerpo flaqueaba. Finalmente ella lo soltó, entre risas, mientras mi pene volvía, poco a poco, a su estado de reposo.
Desnudos, mirábamos el semen sobre el suelo, mientras yo continuaba acariciándole la espalda y el culo.
-¿Cómo lo haces tú?- Pregunté finalmente. Y Paula se puso ante mí, llevándose la mano a los genitales. Estuvo acariciándose unos instantes y luego sujetó mi mano y la llevó a su vagina. Empecé a acariciarla y ella se abrazó a mí. Sentía los pezones de sus pechos frotándose contra mi piel y aceleré el movimiento de mi mano. Paula, abrazada a mí, cerró los ojos y empezó a respirar más fuerte. Mi mano izquierda sujetaba a Paula contra mí, mientras con la derecha continuaba masturbándola, con mano inexperta, intentando hacerlo lo mejor posible, deslizando un dedo por entre sus labios, haciendo un poco de presión y frotando. Noté un ligero temblor de su cuerpo y cómo ella se aferraba más fuerte a mí.
-Te quiero, hermanito- dijo
Cogidos de la mano finalmente nos sentamos al borde da la cama. Nos mirábamos, mirábamos nuestros cuerpos desnudos, reíamos. Un cambio profundo se había producido en nuestras vidas, aunque no sabíamos en ese momento la medida de todo ello. Quiero a mi hermana, más que a nadie, y en ese momento me sentía más unido a ella que nunca.
Ambos nos encontrábamos contentos, los días siguientes fueron especiales. Una mañana, al entrar en el baño, mi hermana estaba lavándose los dientes, le puse la mano en el culo, acariciándoselo por encima de la falda. Paula se rió. Bromeábamos mucho, tanto que hasta nuestra madre estaba sorprendida.
-Parece que estáis contentos últimamente.
No hablábamos de lo que había pasado, ambos teníamos un secreto, un secreto que duraría toda la vida. Que nos unía.
Todas mis dudas habían desaparecido, ya no me sentía culpable por haber visto desnuda a mi hermana y haber acariciado su cuerpo. No sabía si volvería a ocurrir ni por donde irían las cosas. Cuando me masturbaba veía ante mí, en mi mente claro, el cuerpo desnudo de Paula y la intensidad de esa paja se acrecentaba. Le pregunté en una ocasión si se tocaba y si pensaba en mí al hacerlo. Me respondió que sí, y eso me hizo feliz.
Pasaron varias semanas hasta tener otro encuentro. En silencio nos habíamos desnudado en mi cuarto, Paula se había acercado y acariciaba mi pene, que aún estaba flácido. Observaba con mucha atención cómo este adquiría grosor entre sus dedos. Se asombraba y se reía de la metamorfosis que sufría “la colita”, como le gustaba llamar.
Luego nos tumbábamos en la cama. Nos gustaba estar abrazados, acariciándonos, tocando nuestros cuerpos. Su rostro apoyado en mi pecho. Deposité un beso en su frente. Mi mano se deslizó hacia su pecho y mis dedos acariciaban su pezón. Se deslizaban luego sobre su cuerpo y terminaban en su culo, me encantaba acariciar su culo. Ella también seguía mi cuerpo con la yema de los dedos. Acariciaba mis testículos, eso le gustaba mucho, envolverlos con su mano. Luego seguía con sus dedos el tronco de mi pene. Poco a poco íbamos aprendiendo la manera de hacerlo. Igual que poco a poco mis dedos aprendían la manera de acariciar su vulva, los labios, introducir ligeramente un dedo en su vagina y frotar. Permanecíamos largo rato así. Finalmente la excitación iba aumentando, siempre lentamente. Hasta que llegábamos a un punto en que nuestros corazones se aceleraban, casi los podíamos oír latir, así como la respiración, y el movimiento de las manos se aceleraba también. Nos mirábamos y sonreíamos, conteniendo el aire. Sus dedos acariciaban mi glande hasta que este explotaba como un volcán, expulsando semen que caía sobre mi cuerpo tumbado en la cama, sobre mi pecho y mi estómago. Paula sonreía al oírme gemir. Lo mismo ocurría con ella, resoplaba mientras acariciaba su vagina. Y permanecíamos quietos luego, durante largo rato, disfrutando de nuestra compañía, del placer que nos producíamos uno a otro.
Hablábamos poco en esos momentos, salvo cuando Paula me indicaba la manera que le gustaba que le acariciara. Me contaba cómo iba descubriendo su sexualidad cuando se tocaba, a solas en su cuarto. Poco a poco íbamos aprendiendo cosas sobre nuestros cuerpos. No íbamos más allá, nos bastaba con estar juntos, acariciarnos y tocarnos, darnos placer mutuamente.
Estos encuentros ocurrían de vez en cuando; no se trataba de que nos pasáramos el día magreándonos. Seguíamos con nuestros estudios y, cuando tenía un calentón, me encerraba en el baño y me la meneaba. Dejaba que fuera Paula quien diera el primer paso, ya que yo algunos días iba un poco salido y no quería ir por la casa persiguiendo a mi hermana y metiéndole mano.
Sencillamente había algún momento en que la manera de mirarnos ya indicaba que no pasaría mucho tiempo hasta que nos encontráramos, de nuevo frente a frente, desnudos. Yo lo notaba en la mirada de Paula, en el brillo de sus ojos y su sonrisa cuando, por ejemplo en la mesa, nos mirábamos sin decir nada. Seguramente ella también lo notaría en mí. Algo cambiaba en el ambiente y yo empezaba a excitarme, intuyendo que cuando llegara el viernes se abriría la puerta de mi cuarto y Paula entraría, cerrándola tras sí y echando el pestillo.
Y así ocurría.