Mi hermana. Mi ama. 2

Miguel sigue contandonos algunos hechos que marcaron su vida. ¿Quien, con mas de cincuenta años, no tiene algun cadaver en su almario?

Pasaron dos o tres años, Lidia nos controlaba a todos. Madre también estaba bajo su dominio, no sabía por qué motivo, pero lo cierto es que también obedecía a mi hermana.

Hubo algunos escándalos protagonizados por Lidia. Se rumoreaba que andaba liada con hombres casados del pueblo. Una esposa contrariada le dio una paliza en la calle, el escándalo fue de aúpa.

Una noche, padre, llegó como tantas noches, bebido. Ese día no trabajó, por lo que estaba descansado y….Con ganas de jarana.

Fue directo a su cuarto y llamó a madre. Entró y oímos voces, Lidia estaba asustada, cuando venia borracho era impredecible, no sabíamos que ocurría allí dentro. Padre se presentó en la cocina, desnudo, donde estábamos mi hermana y yo, a decirnos que entráramos a su dormitorio. La imagen que vimos era penosa. Madre, desnuda, tendida sobre la cama, llorando, cubriéndose la cara por la vergüenza y cruzando los muslos para cubrir lo que pudiera de su frondoso coño.

--¡Desnudaos! ¡Esta noche vamos a follar todos! ¡¿No es eso lo que querías Lidia?! ¡Y tu, mariconazo! ¡Hoy te vas a hacer un hombre! ¡Vas a joder con tu puta madre! Con tu hermana ya estas más que harto.

Intenté escapar, pero padre se interpuso en la puerta, de un empellón me arrojo hacia la cama y caí sobre mi madre, que me abrazó y aprovecho para utilizarme como cobertor y tapar sus vergüenzas con mi cuerpo.

Pero padre no se detuvo. Retorció mi oreja hasta que me levanté y me desnudé. Mi hermana ya lo estaba, ella trataba de calmarlo pajeando su rabo. A pesar de lo dramático de la situación, ella intentaba dominar a la fiera en que se había convertido padre. Claro que había sido ella quien empezó, chantajeando a padre para que lo hiciera con ella. Al menos eso pensaba yo entonces.

Una vez estuve en cueros, obligó a mi hermana a chupármela hasta ponérmela tiesa, y de esa guisa, me empujó sobre madre que no tuvo más remedio que dejarse follar por su hijo de diecisiete años, mientras su hija le chupaba las tetas y padre la follaba.

Todas estas cosas se hacían en casa, sin que nadie del pueblo sospechara nada.

Unos días después de estos hechos, padre se fue a trabajar y no volvió a casa por la noche. Al principio pensamos que estaría bebido y dormido en cualquier sitio, pero al día siguiente tampoco apareció. Madre habló con el capataz de la finca donde trabajaba y este le dijo que hacía dos días que no había aparecido por el tajo. Denunció la desaparición a las autoridades, lo buscaron pero sin éxito.

Casi un mes después de la desaparición nos llamaron al cuartelillo para decirnos que habían encontrado a padre, ahorcado, en un árbol, en la sierra. La verdad, no me afectó, me sentía aliviado y madre también debía sentir lo mismo. No lloró. Por alguna extraña razón Lidia si lo hizo, la trágica muerte de padre fue un duro golpe para ella.

Supongo que se sentía culpable por haber sido la causante de la desgracia.

El ajetreo del entierro, fuera del camposanto, en la zona reservada a los no cristianos. Los vecinos entrando y saliendo a darnos el pésame. Fueron unos días de locura. Lidia se encerró en el cuarto y no quería salir ni ver a nadie, solo yo entraba a llevarle algo de comer y a dormir por la noche. Dormía en mi cama, conmigo. En cuanto la calma de la noche invadía la casa, se pegaba a mi cuerpo, cogía mi verga y me obligaba a follarla una y otra vez hasta el agotamiento. Decía que era la única forma de poder dormir.

Pasados unos días madre nos llamó a la cocina.

--Tenemos que marcharnos del pueblo. Aquí ya no podemos seguir, sin el jornal de padre, solo con lo que saco limpiando, no nos llega para vivir. Me han ofrecido un buen precio por la casa y el huerto de padre y pienso vender. Con ese dinero buscaremos algo donde vivir en la capital y nos sostendremos hasta que encontremos trabajo.

El semblante de Lidia cambió. A mejor. Le gustaba la idea de irnos a Valencia.

Así nos vimos en la gran ciudad, viviendo en un pisito de alquiler con dos habitaciones, saloncito, cocina y baño. Por fin agua corriente, ducha, WC…

Al tener solo dos dormitorios, madre se quedó con el pequeño y lidia quiso compartir el grande conmigo. Tenía una cama de matrimonio. Madre no lo veía bien, pero la alternativa era dormir ellas dos juntas y sabia que Lidia le metería mano.

Madre encontró pronto trabajo como limpiadora, en un bloque de viviendas y Lidia en una tienda, como dependienta. Me contaba lo que le hacia el dueño, cuando cerraban por la noche. Algunas veces se la llevaba a cenar, de copas y a follar, en un apartamento que tenía en el Cabañal.

Como ella le contara que también se lo hacía conmigo, el hombre quiso conocerme. Una noche, mientras ella me masturbaba, me propuso llevarme con Oscar, así se llamaba su jefe. Pocos días después, al llegar por la noche a casa, me dijo que al día siguiente, por la tarde, me esperaban en un bar, en la Avenida del Puerto.

Llegué con tiempo de sobra, la barra, situada ala izquierda del local, estaba atendida por una chica, morena, muy guapa. Me sirvió un café y se puso a charlar conmigo. Entró un parroquiano mal encarado, que empezó a gastarle bromas de mal gusto y querer cogerle las tetas. La muchacha se alejaba del tipo y se acercaba a mí, sin prestarle atención. El otro le pide un cigarro, ella le dice que no tiene, me mira, la miro y le digo:

--¿Me puede dar un cigarro, señorita?

Yo no fumaba, era solo por fastidiar al estúpido.

--¡A ti sí te lo doy!

Enciende ella el pitillo y lo coloca en mis labios. El tipo me mira con muy mala hostia. Sostengo la mirada, desafiante, aunque por dentro estaba temblando. Esperaba una reacción violenta, por parte suya, menos mal que me equivoqué. Agachó la cabeza y se fue. La chica, al quedarnos solos, encaramó su pecho en la barra para acercarse a mí y me dio un piquito en los labios. Mi corazón se me salía del pecho.

--Me llamo Lola, ¿Y tú?

--Pablo. ¿Hasta qué hora estas aquí?

--Salgo a las diez, pero luego voy a un bar de copas, donde trabajo, hasta las tres o las cuatro de la madrugada. Mañana tengo la noche libre. Ven a buscarme, a las diez aquí.

--No faltaré. Te lo aseguro.

Me apoyé en la barra para alcanzarla, ella se acercó y me dio un beso, de tornillo, que aún recuerdo. En ese momento entraron mi hermana y su acompañante. Hizo las presentaciones, me despedí de Lola y nos marchamos al apartamento de Oscar. Por el camino mi hermana, se reía.

--¡Vaya con mi hermanito! ¡Es todo un Casanova! ¿Te has dado cuenta Oscar? ¡Como lo miraba la camarera….!

--Venga ya, déjate de cachondeo.

Llegamos al apartamento, casa típica de playa de los años veinte, reformada para alquilar. Es interior, sin ventanas. Los muros gruesos, típicos de las construcciones antiguas, magníficos aislantes acústicos. Podíamos gritar sin que nadie oyera nada.

--¿Qué queréis beber? Como veréis el bar esta surtido.

--Yo quiero un “barrejat”.

Lidia me mira extrañada.

--¿Y eso qué es?

Oscar se lo aclara.

--Es una bebida típica de aquí. Mezcla de aguardiente y mistela. Pega fuerte ¡Eh!

--Ya lo sé, ahora lo necesito.

--¿Por qué? ¿Qué piensas que te vamos a hacer?

--No lo sé. Pero puedo imaginarlo.

--¿Y no te gusta?

--Ya veremos.

Los dos sonríen con malicia, Oscar me da la copa y se sienta frente a mí, junto a mi hermana. Empiezan a besuquearse. El acaricia su muslo y sube, levantando la faldita, hasta alcanzar el triangulito blanco de las braguitas. Pasa un dedo por el borde y lo aparta, ella se abre de piernas, ofreciéndome la vista de su vulva acariciada por los dedos de su jefe. A pesar de haberlo visto tantas veces, en esta ocasión parecía distinto, nuevo, me excitaba ver aquellos labios, los pelitos alrededor.

Oscar me invita, con un gesto a sentarme al otro lado de mi hermana. Al levantarme no puedo ocultar la erección que empuja con fuerza los pantalones, hasta producirme dolor, que me obliga a colocar bien. Con ese gesto que a tantas mujeres desagrada, pero necesario en esas circunstancias.

Tomo asiento a la izquierda, Lidia coge mi mano izquierda para colocarla sobre su pecho, siento como, a través de la tela, su pezón se endurece. La muy zorra sabe que me encantan sus tetas. Oscar sigue masajeando su sexo, ella se gira hacia mi cara para mordisquear mis labios, después los de su otro amante, ora izquierda, ora derecha. Bajo mi mano hacia su vientre, acaricio, seguimos vestidos y la tensión es insoportable. Ella se levanta, baja la falda, hasta sus pies, se descalza y la aleja de un puntapié. Sus braguitas siguen el mismo camino, el jersey de punto, la camisa, el sostén…Me desprendo de la ropa con rapidez, Oscar también. Lidia con la cara encendida.

--¡Vamos a la cama! ¡No aguanto más!

En el centro de la habitación, una cama enorme, en la pared de la derecha, frente a la puerta, un gran espejo. Lidia asida a mi mano, se arrodilla sobre la cama, me empuja, caigo de espaldas y se abalanza a chupar mi pija, como si fuera la primera vez. Oscar se aparta, nos observa sentado en un sillón, junto a la cama.

Me sitúo debajo de ella, en un sesenta y nueve y chupo sus belfos, chorrean esos líquidos que tanto me gusta saborear. No quiere llegar aún, me aparta y llama a Oscar. Ella sigue en cuatro, el penetra su coñito por detrás.

--¡Migue, chúpame los pies!

Arrodillado en el suelo, enmoquetado, voy lamiendo los piececitos, como tantas veces. Es algo que me fascina.

--¡Por el culo, Oscar!

Saca el badajo del coño, empapado en jugos, escupe y comienza el ritual de penetración anal. Cuando están sus testículos pegados al perineo, se quedan quietos.

--¡Ahora tú, Migue. Métesela por el culo a Oscar!

Mi polla esta dura, me duele. Ella se aplasta sobre la cama. Él, con su polla incrustada en el ojete de Lidia, se deja caer sobre su espalda, ofreciéndome su ano, es raro, parece cuero viejo, pellejo arrugado alrededor de un agujero negro, donde escupo, apunto y empujo, entra la cabeza, poco a poco voy penetrando hasta el fondo. Él se mueve adelante y atrás, perforando y siendo perforado.

Me invade un gran placer, estar dando por el culo al que se folla a mi hermana, me pone a mil. Los orgasmos no tardan en producirse. Primero Lidia, que al tiempo que era enculada se masturbaba con su mano. Su jefe descarga en sus intestinos, su esfínter se contrae con fuerza, me produce un delicioso orgasmo y deposito en su vientre mi esperma.

Derrotados, caemos en la cama, jadeando, respirando profundamente. Mi hermana se reía.

--Por fin has cumplido tu deseo, hermanito, follarte a otro tío. Hasta ahora solo te jodían a ti. Jajaja.

Descansamos un rato, ella nos la meneaba a los dos. Se incorporaba y nos la chupaba. Al poco estábamos los dos con la polla tiesa de nuevo.

--Venga hermanita, se me está ocurriendo algo que hace tiempo no hacemos. Taparte los dos agujeros. ¡Venga Oscar! ¡Tú por delante y yo por detrás! ¡Quédate como estas! Lidia ponte encima y empálate, yo me colocaré encima de ti.

Así lo hicimos. Ella se coloca sobre su jefe introduciéndose la pija por el coño y poniendo a mi disposición su delicioso orificio, lo chupo, rezuma el semen del otro, lo aprovecho para meter mi polla dura de golpe. Nos acoplamos y comienza la acción, ella movía su abdomen de forma que, estando nosotros quietos, al avanzar adelante se clavaba la de Oscar y al retroceder, la mía. Ellos se comían la boca y yo, amasaba y pellizcaba sus suaves y deliciosas tetitas. Oscar fue el primero, tras su rugido, seguido de un aspaviento, se quedó quieto bajo nosotros, yo seguía bombeando.

El culito de mi hermana me volvía loco, llevábamos años haciéndolo y no me cansaba de follarlo. Al poco, Lidia gritó y se desplomó sobre Oscar. A mí me gustaba seguir, después que ella se corría, porque algunas veces se enfadaba y me quitaba, impidiendo mi llegada a meta. El sufrimiento de no poder vaciarme, también me producía un extraño placer. Pero esta vez me dejó. Y disparé, dentro de su cuerpo, la carga de mis testículos.

Tras reponernos, tomamos un refresco, Oscar nos dio una bebida a la que llamo zarzaparrilla, era una especie de cola, parecida a las pepsi o coca actuales.

--¿Sabéis que se me ha ocurrido una idea mientras follábamos?

Mi hermana lo mira con gesto interrogante.

--¿Qué idea? Mira que te temo, Oscar, eres muy peligroso.

--¿Queréis ganar dinero?

--¿Cómo?

--Follando. Haciendo lo mismo que hacéis, entre los dos, pero como espectáculo. No podéis imaginar lo que pagarían por ver a dos hermanos, de verdad, jodiendo.

--Y eso ¿Cómo lo haríamos?

--Facilísimo. Yo me encargo de todo, como vuestro representante. Busco locales, clientes, en fin, todo… Vosotros, al terminar, cobráis vuestros duros y a casa. ¿Qué os parece?

--Podemos probar, a mi me gusta follar y mi hermano hará lo que yo diga.

--Pues no se hable más. Mañana mismo empiezo a hacer las gestiones…

Nos vestimos y en su coche nos llevó hasta nuestra casa.

Era tarde. Madre estaba sentada en la mesita de la cocina, con tres platos de comida, estaba fría, ella no la había probado. A pesar de todo, nos sentamos y cenamos. No nos decía nada, pero sus gestos eran de estar muy enfadada. Por fin estalló.

--¡¿No tenéis nada que decirme?! ¡Llevo horas esperando! No tenéis conciencia, me mato a trabajar para traer un duro a casa, mientras vosotros os gastáis el dinero por ahí. Miraos como estáis. ¿Qué habéis estado haciendo?

Lidia la miró fijamente.

--Follando, madre… Follando… Y ahora te toca a ti. Estas muy tensa y vamos a relajarte un poco. Tienes razón, últimamente te tenemos un poco abandonada. Vamos a la cama.

Madre no podía creer lo que oía. La miró con los ojos muy abiertos, después se tapó la cara con las dos manos y se echó a llorar. Lidia la consolaba, la acogió entre los brazos, la levantó y los tres nos fuimos a nuestro cuarto.

La desnudamos, ella se dejaba hacer. Sabía que no podía oponerse a los deseos de mi hermana. Los tres en cueros, acostados, madre en medio, empezamos a acariciarla, a besarla por todo el cuerpo. No se protegía, abierta de piernas y brazos, dejaba que llegáramos hasta los más recónditos rincones de su anatomía.

Palpé su coño y rezumaba, embadurne mi mano con su licor, lo saboreé y se lo di a probar, metiendo los dedos en su boca, acariciando sus labios, besándolos, las lenguas se entrelazaron. No solo la besaba, bebía su boca.

El deseo crecía, mi verga estaba dura como una piedra, me dolía, la frotaba sobre su mano, que descansaba sobre la cama. Al principio estaba inerte, pero al poco me acariciaba, la meneaba. Me estaba pajeando mi madre. Solo lo había hecho con ella una vez, cuando padre nos obligó. Pero esto era distinto, sus tetas grandes, blancas, las aureolas oscuras, coronadas por los pezones gruesos y que ahora estaban rugosos, duros, casi como mi pija.

Lidia bajó hasta su felpudo, apartó la mata de pelo con las dos manos y se zambulló en la rosada raja, por donde había venido al mundo. Chupó, lengüeteó, desde el ano hasta el pubis, con parada en el perineo y más arriba, el clítoris. Madre empezó a temblar, no era de frio, su cuerpo se movía sin control. Lidia levantó su cara empapada de flujos.

--¡Ahora, Migue, es tu turno!

Yo deseaba aquel momento, llevaba tiempo soñando con volver a estar dentro del coño de madre. No me hice esperar, me coloqué entre sus piernas, con el prepucio pinté la grieta, arriba, abajo, apunté y lentamente, introduje el miembro hasta el fondo. El tacto era cálido, entró con deliciosa suavidad, lubricado al máximo por su licor. Solo entró una vez.

Madre gritó, me rodeo con sus brazos por la espalda y las piernas apresando mi culo. Lidia acariciaba sus negros cabellos. Su orgasmo fue un huracán. No se detuvo, se movía espasmódicamente bajo mi cuerpo, buscaba mayor penetración, adelantando su pelvis, con golpes de cadera. Encadenó varios orgasmos hasta quedar exhausta. Me tendí a su lado, Lidia al otro y nos quedamos dormidos los tres juntos. Mi mano sobre su teta, la mano de Lidia en su coño.