Mi hermana me invita a descubrir su bisexualidad
La relación entre mi hermana y yo había cogido una intensidad que ni yo mismo pude imaginar. Su máximo momento llegó en unas vacaciones que pasamos juntos, cuando tuvimos la oportunidad de hacer un trío con una completa desconocida.
Ya os hablé en “Juego de hermanos” lo unidos que estamos mi hermana Raquel y yo; bueno, quizá unidos es poco. Tras el incidente de la comunión, durante los meses posteriores nuestros encuentros sexuales fueron subiendo de tono cada vez más. ¿Qué puedo decir? El riesgo nos ponía. Un día lo hicimos en el probador de Primark. En otra ocasión, nos metimos a la película más cutre posible para no tener público (y, aun así, lo tuvimos). Estas aventuras se deben a dos motivos principales. En primer lugar, en casa solía estar, al menos, uno de nuestros padres, lo que dificultaba el mantener relaciones. Por otro lado, empezamos a hacerlo todo juntos. Dejamos de lado otras posibles parejas para centrarnos en nosotros. Salíamos muy a menudo por zonas donde no pudiera vernos ningún conocido y actuábamos como los novios que éramos.
Mi vida era perfecta, pero no duró mucho. Recién graduado en la universidad, me salió la oportunidad de irme a otra provincia a trabajar. Cómo no, que el mayor abandone el nido es un palo para toda la familia. Lo fue, sobre todo, para mi hermana. La noche antes, la encontré llorando en su habitación.
—No pensaba que me fueras a echar de menos tan rápido —dije desde la puerta, caminando despacio hasta el borde de la cama. Ella estaba tumbada.
—Pues claro, idiota. Te quiero más que a nada en el mundo. Además, nunca nos habíamos llevado tan bien, y me fastidia que tengas que irte justo ahora.
Obviamente, con nuestros padres en la casa, Raquel y yo nos veíamos obligados a utilizar un lenguaje en clave que no delatara nuestros verdaderos actos. Ella estaba completamente hundida. Yo, sin embargo, me tiré los últimos tres días pensando en fórmulas de mantener vivo nuestro amor y, sobre todo, nuestros lascivos deseos.
—¿Acaso vivimos en el siglo XIX? —dije—. Podemos hablar por mensaje, e incluso hacer videollamadas —guiñé un ojo al decir esto último—. Y vendré de visita algunos fines de semana. Y, obviamente, reservaré un hueco en mis próximas vacaciones para mi querida hermanita.
A Raquel pareció convencerle mi plan. Sin previo aviso, se lanzó sobre mí con un intenso abrazo y besándome (la mayoría de veces en la boca). Desde que le propuse mi plan, parecía algo menos disgustada por mi marcha.
Cuando puse rumbo a la gran ciudad, estábamos en enero. Pasé los seis meses posteriores hablando casi a diario con Raquel. Cuando no era una llamada, eran continuos mensajes. Durante el día, nos preguntábamos absolutamente todo sobre la vida del otro. No teníamos filtro a la hora de las conversaciones, podíamos hablar de cualquier tema. Por la noche, la cosa solía reducirse a cuánto echábamos de menos nuestros cuerpos y lo que haríamos si estuviéramos en la misma habitación. De vez en cuando, acompañábamos el intercambio de mensajes eróticos con fotos o vídeos. Si había suerte, esperábamos a que nuestros padres se durmieran para hacer una videollamada y masturbarnos juntos.
Fue así hasta que en julio me dieron vacaciones. Lo tenía todo planificado: Raquel y yo iríamos a una playa apartada del mundo, donde nadie nos pudiera reconocer como hermanos. Allí, viviríamos nuestro amor durante cuatro días de las formas más intensas que se nos pasaran por la cabeza.
Hacía poco que me había podido comprar un coche, con el que pasé por casa para recoger a la pequeña (con 19 años recién cumplidos). Nuestros padres no estaban, así que simplemente tuve que parar en la puerta, subir la maleta y largarnos bien lejos de allí. Ella llevaba un top ajustado y un pantalón corto que dejaba ver el final de las nalgas. Cuando nos abrazamos para saludarnos, ella me susurró al oído: <>. Acto seguido, me mordió levemente en la oreja, lo que me puso a mil.
La primera noche en la playa transcurrió como esperaba. Los dos estábamos molidos por el viaje cuando llegamos al hotel, así que, simplemente, pedimos la cena al servicio de habitaciones y nos pusimos cómodos. Me había encargado personalmente de que tuviéramos todas las comodidades y todo tipo de lujos a nuestra disposición. Después de cenar, nos dimos un baño de lo más sensual en el jacuzzi. Los dos nos tumbamos con actitud relajada, disfrutando del momento. Yo debí quedarme durmiendo unos minutos, porque de pronto abrí los ojos y tenía la mano de Raquel agarrada a mi pene. La movía delicadamente de arriba a abajo. Cuando me vio despertar, se acercó a mi boca y me besó sin cesar la maniobra. Llevaba tantos meses soñando con ese momento que me corrí casi al instante.
—Esto es un agradecimiento por todos los esfuerzos que has hecho por nosotros, hermanito.
Se estaba haciendo tarde, así que no tardamos mucho en salir y acostarnos. Los dos estábamos completamente desnudos. Dejé que ella se echara primero sobre la cama para poder admirar su hermoso cuerpo. Y allí la tenía, ante mí y para mí. Con sus perfectos y enormes pechos, sus curvas de modelo y sus infinitas piernas. Sin pensarlo dos veces, me acerqué a su sexo, completamente depilado. Ella, consciente de lo que se venía, abrió las piernas al máximo para facilitarme el trabajo. Empecé a comerle el coño como si llevara siete meses sin probar otro elixir igual. Acompañaba mi lengua con algún que otro dedo. Mientras, Raquel se retorcía de placer y agarraba las almohadas como otras veces me había agarrado a mí. Y ella también debía haber deseado mucho aquello, pues tardó poco en expulsar todos sus fluidos dentro de mi boca, mientras se retorcía como nunca sobre las sábanas blancas. Cuando pudo relajarse, me acerqué a besarla.
—Esto es un agradecimiento por lo del jacuzzi.
Los dos nos dormimos profundamente. A la mañana siguiente, desperté solo en la cama. No me apetecía levantarme, con lo que prolongué al máximo el momento. Al rato llegó ella, luciendo una sonrisa de oreja a oreja.
—No te vas a creer lo que me ha pasado en una tienda de aquí al lado.
Yo aún estaba despertándome, así que la miré esperando su historia.
—Pues verás, aprovechando que dormías he ido a comprar galletas Oreo porque me apetecía mucho. Y en una tienda que hay al lado del hotel, la cajera ha empezado a tirarme la caña. Obviamente, me he hecho la dura y le he contado que estaba aquí con mi novio y tal. Total, que llega la tía y me dice que nunca lo había hecho con un hombre, pero que estaba dispuesta a intentarlo solo por acostarse conmigo. ¡Y le he dicho que sí!
Yo no terminaba de creerme todo lo que estaba pasando. Mis preguntas se remontaban hasta hacía mucho.
—Un momento, Raquel. ¿A ti desde cuando te van las tías?
—¿Te crees que eres el único que tiene secretos, hermanito? Soy bisexual casi desde que tengo uso de razón.
—Así que… ¿vamos a hacer un trío?
—Eso parece. ¿No es increíble?
No había nada de la frase “vamos a hacer un trío” que no me excitara. Primero, por el simple hecho de volver a tener sexo con mi hermana. Segundo, por hacer un trío. Y tercero, por la oportunidad de verla a ella follando con otra mujer mientras yo participo.
—¿Y cuándo va a ser? —pregunté.
—Dentro de un rato. Me ha dicho que solo estaba cubriendo a su compañera porque había tenido que salir un momento.
Así que iba a hacer un trío, y apenas tenía tiempo para hacerme a la idea. No sabía si eso era malo o bueno. Desde que la palabra “trío” salió de la boca de mi hermana, mi cabeza no tenía otra cosa más que calentón. Yo me metí a ducharme para estar presentable. Justo en ese momento, llegó la invitada. El aseo era de cristal tintado, así que se podía ver el otro lado. Oportunamente, para entrar a la habitación había que pasar junto al baño. Así que, cuando mi hermana abrió, pude ver a una rubia de metro sesenta, con unos pechos algo más pequeños que los de mi hermana pero igual de bien definidos, con un culo perfecto y unas curvas que me pusieron malo. La chica me miró de arriba a abajo y se abalanzó sobre mi hermana. Las dos empezaron a enrollarse y desvestirse poco a poco. No tardaron en quedarse en bragas y sujetador. Yo terminé la ducha lo más rápido posible para poder unirme.
Mientras me secaba, la chica se deshizo de la poca ropa que les quedaba y empezó a comerle el coño a mi hermana. Raquel tenía la cara desencajada. Se notaba la práctica de la muchacha, que no pasaba de los 25 años. Yo saqué los preservativos y me uní a la fiesta. Me puse de rodillas en la cama junto a Raquel, que empezó a lamerme la polla. Lo hacía con cuidado y a ratos, porque los gemidos le impedían muchas veces hacer otra cosa. Estuvimos así un rato, hasta que decidí cambiar de postura para penetrar a mi hermana. Entonces, fue la chica desconocida quien colocó su sexo sobre la cara de mi hermana. Las embestidas eran brutales, y las dos chicas gemían como locas frente a mí. Raro sería que no subieran de recepción a reñirnos por el ruido. Era imposible que en el resto de la planta no se estuviera escuchando aquello.
—¿Sabes hacer un squirt? —preguntó la chica a mi hermana.
Raquel asintió y, sin cambiar la posición, metió sus dedos en el coño de la desconocida y empezó a moverlos con gran ritmo. Segundos después, estaba chorreando fluidos sobre la cara de mi hermana. Yo, que no había parado de penetrar a mi hermana, noté cómo ella empezaba a convulsionar de placer. Esto me provocó un orgasmo tremendo; estuve chorreando semen durante un buen rato. Exhausto, me tumbé sobre ella, y la otra chica se colocó junto a nosotros. Empezamos a besarnos entre los tres. No esperaba que la desconocida me besara a mí también, pero lo hizo de forma absolutamente apasionada. Yo me incorporé un poco y me quedé disfrutando el espectáculo que era Raquel enrollándose con otra mujer, y que además estaba tan buena.
—Oye, chica desconocida…
—Puedes llamarme Sandra —dijo ella, sin apartar apenas la boca de mi hermana.
—Sí, perdona —dije con tono idiota—. Sandra, mi hermana me ha dicho que nunca has estado con un hombre. ¿No te gustaría probar?
Creo que no pillé desprevenida a Sandra, que me lanzó una sonrisa picarona. No tardó mucho en incorporarse y quitarme el condón. Acto seguido, empezó a lamer el semen que había quedado sobre mi, de nuevo, erecto pene. Obviamente, no lo hacía como Raquel, pero el placer era el mismo. Hablando de mi hermana pequeña, ella se tumbó boca arriba, mirándonos, y frotaba su vagina con delicadeza. Yo me levanté un momento para coger otro condón, colocármelo y volver junto a Sandra, que imitaba la posición de mi hermana. Yo me puse sobre ella y empecé a penetrarla. Era una sensación agradable, aunque algo incómoda. Estaba muy estrecha y me daba miedo hacerle daño. Fui subiendo poco a poco la intensidad, mientras Sandra se debatía entre el placer y el dolor. Con el paso de las entradas y salidas, el placer fue ganando terreno. Yo lo notaba, sobre todo en los arañazos de la espalda. Así que empecé a subir el ritmo y el nivel de las embestidas. Alternaba sus ojos con los de Raquel, que ya pasaba de cualquier tipo de delicadeza en su masturbación. Jamás había disfrutado tanto del sexo. Raquel empezó a tener otro orgasmo y a gemir como una posesa. Eso hizo que yo, a la vez que subía al máximo la cadencia de penetraciones, me corriera dentro de Sandra. Ella, por su parte, se sumó al efecto dominó que desencadenó el orgasmo de mi hermana y arqueó la espalda al tiempo que gritaba de placer.
—A la segunda será mejor, te lo prometo —le dije a Sandra, esforzándome al máximo por respirar.
Los tres quedamos exhaustos y tirados en la cama. Raquel estaba en el centro, y al ser la más joven también era la atracción principal. Así que alternaba besos entre Sandra y su hermano mayor. Yo, de vez en cuando, llevaba la mano a su vagina y la masturbaba con suavidad. La tormenta había pasado, pero nos resultaba difícil llegar a la calma. Nos gustábamos mucho entre los tres, y seguíamos muy calientes. Era obvio que aquello solo era el comienzo de algo.