Mi hermana, la celosa.
Los celos enfermos de mi hermana mayor hacia mi novia, que derivaron en la practica sexual más tabú y más excitante de todas: el incesto.
Bueno, antes que nada me presento. Mi nombre es Fabián, y soy un joven argentino recientemente graduado de la facultad, no voy a decir en qué carrera. Y el relato que voy a contar comenzó hace unos años atrás, cuando recién ingresaba a la universidad. Por ese tiempo, comence a tener citas con chicas, hasta entablar una relación que prometía ser duradera con una de ellas, pero entonces sucederían eventos que darían por terminada la relación, y afectarían mi vida tal como la conocía para siempre. Pero primero, me parece conveniente contar un poco cómo había sido mi vida en el hogar y mi adolescencia temprana, ya que ahora en retrospectiva, creo que es importante para que se hagan una idea de la situación en que sucedió todo.
Desde que puedo recordar, siempre habíamos vivido en casa mi mamá, mi hermana mayor Julieta y yo. Si bien la persona que es mi padre biológico nos visitaba de vez en cuando y tengo entendido que ayudaba económicamente a mi mamá, jamás desarrollé un vínculo con él, ni le llamé "papá". Así que crecí en un hogar junto a dos mujeres. Mi madre por su lado, tuvo algunas parejas, alguna ida y vuelta con uno de ellos, pero nunca hubo una figura paternal en mi casa, y nunca hubo un hombre que se quedara a pasar la noche tampoco, ya que mi madre tenía mucho reparo en el tema. Solo venían señores de visita, que con el tiempo entendí, eran novios ocasionales de ella. Pero algo que solo más tarde supo que era atípico, mediante conversaciones con amigos, en las cuales finalmente aprendí a no decir más de la cuenta, es el hecho de que mi madre y mi hermana solían andar en paños íntimos por la casa y para mí eso era lo más normal del mundo. Recién en la escuela secundaria, hablando con compañeros, dónde seimpre surgía el tema sexo y divagabamos acerca de tal o cual compañera, o la madre de una de ellas, alguna vez se mencionó que alguien la había visto en ropa interior (lo cual seguor era una mentira) y todos reaccionaron excitados y asombrados, con lo cual entendí inmediatamente que no era una práctica común, y supe que debía llamarme a silencio.
Mi hermana, Julieta, me llevaba cuatro años y tenía una figura prominente. De pelo castaño y largo, tenía el cuerpo típico que uno esperaba a esa edad de una mujer, es decir, similar al modelo de belleza promovido por los medios. Supongo que lo heredó de mi mamá, quién a su vez, pasaba mucho tiempo en el gimnasio y poseía también una figura esbelta.
Para mí era de lo más normal ver a mi hermana de bombacha, y creía que todas las chicas tenían la cola redonda y paradita, había crecido junto a ella, y eso no era motivo de excitación o asombro para mí. Una o dos veces incluso, llegué a verla sin corpiño mientras se cepillaba los dientes frente al espejo del baño, pero al notar mi presencia, Julieta apenas si arrimó la puerta sin prisa alguna, para que no la viera y ya.
Por supuesto, yo también andaba en calzoncillos, simplemente era lo normal, lo esperable digamos. No era algo para meditar al respecto. Y calculo que eventualmente debo de haber empezado a tener erecciones involuntarias y más de una vez ellas lo deben de haber notado, porque en cierto momento, mi madre comenzó a andar con una bata en todo momento y también mi hermana se tapaba de una forma u otra. Entiendo ahora que mi madre le había ordenado cubrirse en mi presencia, por obvias razones. Se había dado cuenta de que yo estaba creciendo y ya no era apropiado circular semi desnudas por la casa. A pesar de esto, mi hermana continuó con los viejos hábitos siempre que mi mamá no estuviera presente, y se vestía o se cubría con una bata cada vez que mi mamá estaba en casa o estaba por llegar. Mas entre semana, mientras se encontraba trabajando, circulaba en bombacha y corpiño como siempre lo había hecho.
Bueno, hasta ahí mi adolescencia temprana. El tiempo fue pasando y no volví a mirar atrás para pensar en ello, en mi mente tan solo había sido la vida normal que había tenido hasta el momento.
Durante la secundaria, más allá de algún episodio en una fiesta o un boliche, no había tenido gran suerte con las chicas, así que seguía siendo virgen, aunque ya la cuestión me molestaba bastante, y a eso se sumaban las burlas y la presión que ejercían mis amigos para que “debutara”. Trataron más de una vez de llevarme a un prostíbulo, pero no quise. No porque no me sedujera la idea, sino porque no me animé.
Fue en la universidad que conocí a esta chica, cuya identidad obviamente voy a preservar, llamándola Daniela. Daniela era como esa amiga que habías tenido de chico (no sé si les pasó) que por algún motivo parecía coincidir en casi todos los aspectos personales con tus gustos, afinidades, intereses y excentricidades. Comenzamos a salir, y pronto me enamoré de ella. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntos, cada recreo en la uni, cada fin de semana, cada rato libre. Y eventualmente llegó el día de llevarla a conocer a mi familia, es decir: a mi madre y mi hermana, que ya desde hacía rato me instaban a presentarla.
Dani fue a cenar una noche, y todo anduvo muy bien. Al menos eso creí yo, y eso pensé hasta algunos meses más tarde, cuando empezaría a conocer la profunda animosidad entre Daniela y Julieta. Dicho esto, aquellos fueron unos de los meses más felices de mi vida.
Sin embargo, con el pasar del tiempo, comencé a notar que Daniela se sentía incómoda en casa, y no quería venir. Primero fueron excusas, excusas, hasta que ya se hizo evidente hasta para mí, que por algún motivo deliberadamente no quería venir a casa. Fue por la misma época que mi hermana comenzó a hacer los primeros comentarios negativos sobre Daniela. Comentarios a los que yo no les veía razón alguna de ser, me parecían completamente descabellados y fuera de su incumbencia. La criticaba por casi todo y me decía sin reparos, que debía dejarla y buscar a otra chica, porque ella (Dani) no era buena para mí.
Intenté varias veces hacer que la una cambiara el pensamiento que tenía sobre la otra, pero fue en vano. Ya al final simplemente dejé de intentarlo, pero no sabía que ése sería el comienzo del fin de mi relación con Daniela. Traté incluso de que mi madre intercediera, pero las pocas veces que hablé con ella, se puso del lado de Julieta, evidentemente también ella tenía un tema de posesividad hacia mí, por ser su hijo varón. Pero lo peor, fue que este “tira y afloje” deterioró mi relación, las cosas con Dani ya no eran como antes. Ahora también ella había asumido una postura agresiva, y no pasaba un día sin que hiciera un comentario negativo sobre mi hermana o mi mamá. La magia ya no estaba, ahora eran discusiones, e incluso sin las discusiones, ya no disfrutábamos de la compañía del otro como en los primeros tiempos. La relación fue empeorando, empezamos a vernos un poco menos seguido, después tuvimos varias separaciones breves, hasta que finalmente ocurrió lo esperable, terminamos por separarnos definitivamente.
Luego de eso pasé un tiempo bastante importante deprimido y solo, pensando en Daniela, en cómo nos conocimos, en lo increíble que había sido todo, y en como se había ido a la mierda todo también.
Recién al año empecé a salir con gente nueva, se sentía raro, todo era menos intenso, a todas las comparaba con ella. No con ella en el final de la relación, sino con ella en el mejor momento (la mente siempre parece jugarle a uno en contra). Pero ya desde el vamos, empecé a recibir advertencias de mi hermana (como si fuera de su incumbencia) “que eligiera bien, que no fuera a traer otra chiruza” y cosas así. Más adelante cuando pensé que había conocido a una chica especial, el pasado pareció repetirse: la llevé a casa, e inmediatamente mi madre y mi hermana comenzaron a verle defectos. Ahora veo que me dejé influenciar por sus comentarios y terminé distanciándome de aquella chica. Y así pasó un par de veces más, hasta que entendí que ninguna mujer que llevara a mi casa sería buena para mi familia.
Un día, de improviso, estando a solas con Julieta, fue como un estallido: la convesación derivó en mi vida amorosa y de pronto exploté y le largué toda la bronca contenida que tenía adentro. Fue tal mi bronca que dejé a mi hermana sin argumentos, sin palabras al menos, y yo seguí desahogándome hasta explicarle detalle por detalle cuánto me habían afectados sus acciones y las de mi madre, pero especialmente las suyas, ya que era la principal instigadora en todo este asunto, y la persona que estaba más tiempo en casa. Ya sobre el final de mi descarga, pronuncié las palabras que pondrían fin a mi relación hermano/hermana como la conocía hasta el momento, o que dicho de otro modo: darían comienzo a lo que estaba destinado a ocurrir.
“…¡Además, ¿no te das cuenta de que necesito coger!? ¡Necesito coger Julieta, tengo casi 20 años y no he cogido, no puedo más! No puedo más…”
Ella bajó la mirada, pensativa, por unos instantes hasta que habló.
-Pero yo no puedo dejar que estés con cualquiera, mejor que no cojas. Mejor que no hagas nada con esas pendejas, me muero del asco si te tocan.
“¡Pero no es decisión tuya Julieta! ¿Alguna vez te cuestioné tus parejas? ¿Alguna vez dije “ah” sobre una decisión tuya? ¿¡Alguna vez me metí en tu vida!?
-No…
“Tenés que respetarme. Ya no puedo más, necesito tocar a una mujer, necesito una mujer en mi vida, no quiero andar con putas, no quiero ser como mis amigos.”
-Claro que no…
“Entonces…”
-Pero vos no te das cuenta, esas pendejas son unas “sucias”, no son para vos, ya va a llegar la indicada, vas a ver.
“¡No, no! Vos no entendés, no es una decisión tuya, no te corresponde a vos juzgar si son buenas o no. Tenés que dejarme de joder, dejarme hacer mi vida. ¿Cómo te lo hago entender?
-Explicame.
“¡Acabo de hacerlo!”
Estaba harto, decidí ser lo más agresivo y explicito posible, para que entendiera que debía dar un paso al costado y simplemente dejarme ser, para que la conversación no volviera a repetirse, y supiera que habrían consecuencias si volvía a tocar el tema o meterse con alguna de mis novias.
“Ando con la pija dura el día entero, hasta que me acuesto. Tengo 19 años, y nunca la puse. Por tu culpa, por tu culpa me mato a pajas todos los días.”
Silencio…
No reaccionó, así que pensé que lo mejor era seguir presionándola.
“¿Y a vos quién te dice algo? ¿Tengo que creer que sos virgen acaso? ¿Y si yo hiciera lo mismo que vos? Ponete en mi lugar: pensás que no se que te cogen, que te vienen cogiendo desde que yo todavía era un pendejo. ¿Cuántos fueron? ¡Decime! ¿Cuántos te cogieron? ¿Cuántos te cogen? O siempre te coge el mismo… (con el más malicioso sarcamo en mi voz)
Ella seguía callada, acorralada con mis palabras, con mis irrebatibles argumentos, con mi tono colérico y mi razón.
“Quiero coger Juli. Necesito coger. Dejá de meterte en mi vida. No me importa que sean unas “sucias” o como les quieras decir, si son buenas o malas, ya lo sabré, pero dejame conocer el cuerpo de una mina, dejame saber lo que se siente tocar la piel de una mujer, dejame saber lo que es que una mujer se desnude para mí. Quiero ver un par de tetas en frente mío y no en una página porno. Quiero saber lo que es, lo necesito. Tengo derecho. ¿Podés entender eso?”
Finalmente dio su primera señal de comprender mi punto, y reaccionó asintiendo levemente con la cabeza. Su mirada era abatida, culpa, vergüenza, todo junto. Y en silencio se fue del comedor, dónde la discusión había tenido lugar.
No pasó mucho, no más de quince o veinte minutos, cuando siento su voz, llamándome desde su habitación, suavemente, pero con firmeza. Creí que me llamaba para uno de dos fines: o bien darme la razón y finalmente decirme que me dejaría en paz, o de nuevo volver con otros argumentos (sino los mismos reciclados) para intentar imponerme su voluntad. Pero no fue así.
Al entrar a su cuarto, la encontré en bata de baño. Y enseguida habló.
-Tenés razón. Tenés razón en todo lo que decís, he sido una egoísta, nunca lo había visto desde tus necesidades. Pasa que sos mi hermano varón, el único que tengo, y te quiero tanto… No podía, ¡no puedo dejar que una cualquiera te ensucie! Y no voy a hacerlo.
En mi interior pensé: “acá vamos de vuelta…” creí que tendría que otra vez replantear mis argumentos, encontrar la forma de hacerla entender, no podía creer lo último que acababa de oír. Pero antes de que siquiera tuviera tiempo de mover los labios, Julieta desató el cinto que ataba su bata, y la dejó caer a sus pies, quedando completamente desnuda frente a mí.
-Tenés razón, vos necesitás saber lo que se siente tocar a una mujer, sentir a una mujer. Pero antes de que te contamines con alguna de esas malhabidas, es mejor que me toques a mí, prefiero que sea yo. Vení.
Su figura era espléndida, ahora sí comprendía perfectamente y podía diferenciar entre un cuerpo regular de mujer, y las curvas perfectamente delineadas de un físico privilegiado. Su cintura de avispa, su cola todavía más parada que antes, y sus suculentos pechos apuntando levemente hacia afuera, con sus oscuros pezones que denotaba dureza. Así y todo no fui, me quede estupefacto, congelado. Pero eso no cambió nada, porque ella vino a mí sin dudarlo.
-Tocame a mí, mirá mis tetas, tenés “carta blanca”. Saciate conmigo, sacate el hambre, hacé lo que necesites para sacar de tu cabeza a todas esas trolas con las que saliste.
Aun así no hice nada, entonces sin esperar un segundo, ella nuevamente tomó la iniciativa. Se acercó descalza (como estaba) sobre el suelo alfombrado de su pieza, su estatura era media cabeza menor a la mía. Tomó mi mano y la colocó sobre su pecho izquierdo.
-Dije que podías tocarme.
Su piel era… especial. Era suave, era… distinta. Fue entonces que tomé consciencia de su perfume… ese día había algo en el aire. No iba a ser un día normal, aquél momento sería mágico, sería inolvidable, cambiaría para siempre mi vida.
Yo seguía como una estatua. Ella seguía avanzando. Empezó a sacarme la rompa. Primero la remera. Me abrazó mirándome a los ojos pensativa, después apoyó su pequeña cabeza en mi hombro durante unos segundos, para luego comenzar a darme pequeños besos en el cuello y el pecho. Entonces prosiguió desvistiéndome.
Me desabrochó el cinto, pero el pantalón no cayó solo, así que lo bajó con sus manos. Pero igual, quedó apenas por encima de mis rodillas. Entonces se arrodilló y fue bajándolo hasta los tobillos, su cara estaba a centímetros de mi pene, y entonces aunque aun como hipnotizado, me di cuenta de que lo tenía completamente duro, totalmente erecto. De más está decir que ella también lo había notado…
-¿Puedo?
Fue lo que dijo antes de comenzar a masajearme el pito sin esperar respuesta.
-La tenés grande eh… ¿Esto era para esas mugrientas? No, no, no…
Dejó quieto mi miembro por unos instantes, y volvió a ocuparse de quitarme el jean. Me desató los cordones de las zapatillas, mientras yo empezaba a acariciar mi propio miembro. Se dio cuenta, y lanzó una mirada hacia arriba.
-No podés más, ya sé…
-A ver, levantá el pie.
Me quitó las zapatillas, y luego el jean. Se puso de pie nuevamente y mirando hacia mi bulto.
-Bueno, sacate eso.
Ahora sí, fue algo natural para mí, continuar con aquello que ya no podía detenerse. Me saqué el calzoncillo lo más rápido que pude, y con el pie derecho lo revoleé contra la pared. Esto le causó gracia, y lanzó una risita:
-¿Estás caliente hemanito?
-Debí saberlo, ahora te entiendo. ¿Me vas a perdonar?
Se acercó todavía más, y me abrazó, presionando su pelvis contra la mía. En realidad contra mis piernas. Mi pito le quedó a la altura del abdomen, presiónándolo con fuerza. Entonces me beso… Es el beso más dulce y excitante que he recibido hasta la fecha. Decidí, no, no decidí, fue pura inercia. Por pura inercia, de absoluta excitación, le devolví el beso. De pronto se puso en puntas de pie, y me empujó la cara mientras me besaba, comiéndome toda la boca. Luego de esto, soltó mi cuerpo, liberó sus brazos y retrocedió apenas unos centímetros, los suficiente para mirar ahí abajo.
-Boludo, la tenés grande en serio.
Era la primera vez que alguien me lo decía, ya que nunca había llegado a intimar con ninguna de mis novias. Y yo pensaba que mi medida era “standard”, pero esa fue la primera vez que tomé conocimiento de que la tenía un poco más gruesa que lo normal. Y la noticia me la estaba dando mi propia hermana.
Entonces tomó la base de mi pené y jaló hacia abajo, hasta el límite.
-Que cabezona… Dije que me tocarás, ¿es feo mi cuerpo?
“Quiero chuparte las tetas”.
-Hacelo, no me lo digas. Ya te dije que te doy permiso para hacer lo que quieras conmigo, te voy a dar permiso de hacer lo que se te antoje siempre y cuando no andes con pendejitas calienta-pija, ¿ok?
“Sí…”
Entonces sentí un pequeño tirón en los testículos, una pequeña dosis de dolor.
-Pero no se te ocurra mentirme, porque me voy a enterar.
Había logrado restablecer su poder, retomar su rol dominante en la relación.
“No, no…”
-Bueno…
-Chupalas.
Me incliné sobre su seno izquierdo, a la vez que ella lo levantó con la mano, ubicándolo a la altura de mi boca y empecé a succionarlo, como si fuera un bebé tomando la teta.
Sentir la suavidad de su piel, sentir el peso de su teta, mientras olía su femenino perfume, me hacia delirar.
-Tocame.
Entonces me agarró la mano y la puso entre sus piernas, estaba muy mojada. Había oído que las mujeres “se mojaban” cuando se excitaban, pero no sabía que tanto…
Sus pezones estaban duros, empecé a tocarla pero se ve que no de la manera correcta, porque me volvió a tomar la mano y la movió de forma circular sobre su vulva, hasta que entendí lo que quería y me soltó. Ahí empezó a gemir, primero sutilmente, y luego con más fuerza. No había nadie allí más que nosotros, sabía que nadie la oiría.
Yo estaba que explotaba, así que me agarré la pija para masturbarme, ella lo notó y posó su mano sobre la mía.
-No, ya te pajeaste demasiado por mi culpa, ahora me toca a mí…
Dejé por un momento de saborear su redonda y pesada teta para poder estar más cómodo. Ya que no iba a precisar mi mano derecha, la tomé por detrás de su cabeza y la jalé hacia mí. Nos besamos los dos.
Y ahí estábamos, hermano y hermana, los dos desnudos, masturbándonos mutuamente, mientras nos besábamos como la más caliente de las parejas, bajo el mismo techo que nos había visto crecer a los dos.
CONTINUARÁ…