Mi hermana Julia - 8 -

Tras la desfloración anal de Julia, se abre ante los hermanos un periodo de reflexión en que toman conciencia del nivel alcanzado en su relación y se plantean muy seriamente cómo continuar adelante. Julia expone a Luis otros aspectos oscuros de su vida anterior, que aún no le había confesado.

El día siguiente procuramos retomar la rutina cotidiana. Eso sí; quedó ya descartada toda la parafernalia que rodeaba nuestras masturbaciones. Habíamos llegado a un grado tal de entendimiento y determinación en el que el sexo ya había dejado de ser un tabú y empezó a convertirse en un hecho cotidiano. Todas las mañanas tendríamos nuestro desahogo, pero en un plano tranquilo y placentero. Solo quedaba una cosa para que la felicidad para mí fuera completa: la constante obsesión de Julia con el dichoso INCESTO, que limitaba los horizontes de nuestra relación, e impedía mi penetración.

Después del desahogo mañanero, -una simple y sosegada masturbación mutua-, desayunamos y nos sentamos en la sala de conferencias, tal como se me había ocurrido designar entre nosotros al salón.

Julia inició la primera reflexión sobre el asunto.

  • Estoy muy avergonzada, Luisito. ¿Qué nos está pasando, cariño? ¿Cómo es que hemos sido capaces de hacer todo lo que ocurrió ayer? ¡A qué extremo hemos llegado, Luis! ¡Qué vergüenza!

  • No lo sé, Julia. Yo también estoy superado por todo esto. Absolutamente. No me lo puedo explicar. Pero… fue grandioso, Julia. ¡Grandioso!

  • Estuve a punto de dejar que me follases, Luis. Cuando te dije: ¡¡FOLLAME!! solo pensaba en sentir tu polla muy dentro de mi coño, Luis. ¡¡DE MI COÑO, LUIS!! Si te hubieras callado y no me hubieses recordado lo de las normas; si no me lo hubieras dicho, ME HABRIA DEJADO FOLLAR POR TI. DESEABA QUE ME FOLLASES. LO QUERIA DE VERDAD. No sabes cuánto y cómo valoro tu renuncia, Luis. Fuiste muy generoso conmigo.

  • ¿Y cómo se te ocurrió pedírmelo, Julia?

  • El deseo me dominó absolutamente; me cegó y me sacó de la realidad; me arrastró a superar ese límite. Estaba desatada, Luis. Afloró en mí memoria el recuerdo de mis 14 y 15 años, cuando solo vivía pendiente de llevarme pollas al coño. Renacieron en mí todas las ansias de joder, de una forma salvaje, desaforada y sin ningún tipo de control. Se despertó en mí esa bestia dormida que llevo dentro, Luis. Por eso me metía el consolador en el coño con tanta fuerza, casi con saña, pensando que lo que realmente deseaba era que esa penetración brutal fuera realizada por ti Luis; POR TU POLLA. Cerraba los ojos y no manejaba un consolador: eras tú, Luis, convertido en una enorme polla que te metías entero dentro de mí. ¡Hasta ese punto llegó mi calentura y mi ansia por sentirte muy dentro! En ese momento, tú, Luis, me eras tan necesario como el respirar.

  • Pues si llego a saberlo me hubiera callado; sin embargo quise ser honesto y recordarte las normas que acababas de darme. Por encima de mi deseo, que tú ya conoces, estaba no defraudar la confianza que tenías en mí. Aprovechar ese momento de debilidad por tu parte, pasarme de la raya y follar contigo sería abusar de esa confianza. No podía hacerlo, Julia. Significaría el final de nuestra relación. Y te quiero demasiado para hacerte eso, Julia. No te lo mereces. Si llego a penetrarte algún día, no será de esa forma. Pero como premio me pediste que te la metiera por el culo. Menuda sorpresa fue para mí. Jamás lo habría pensado.

  • Estaba loca de deseo, Luis. Necesitaba una polla; TU POLLA, dentro de mi cuerpo; donde fuera; ya la había tenido en la boca y la garganta y lo primero que se me ocurrió fue el culo. A pesar de que eso ya me lo ha pedido Manolo muchas veces y siempre le he dicho que no. Siempre he tenido mucho miedo de hacerlo por el culo. Pero no sé qué me pasa contigo, cariño, que no soy capaz de negarte a ti lo que siempre niego a los demás. Ya no me importaba nada que seas mi hermano.

  • Pues yo debo pedirte perdón, Julia, por lo mal que te traté. Te hice mucho daño. Al principio fue consecuencia de nuestra inexperiencia; yo no sabía qué coño hacer para metértela por el culo. Pero no siempre fue así. Hubo momentos en que yo quise que te doliera; quise producirte dolor; mucho dolor; que lo pasases mal; que sufrieras. Y es de eso, de todo eso, de lo que me arrepiento mucho. Yo también perdí por completo el control; me dejé llevar por ese frenesí y ese ardor que tú ponías en tus gritos y apliqué a mis penetraciones la máxima intensidad. Eso no me disculpa. No debí hacerlo. Ahora lo siento mucho, Julia, lo siento mucho. Pero mi deseo de hacerte sufrir no partió de ahí. Empezó bastante antes. Comenzó cuando te metí la polla en la boca, hasta el fondo de la garganta, y no la quise sacar de allí, aun a sabiendas de que debías estar pasándolo muy mal.

  • No pidas perdón, Luis. No es necesario. Los dos nos pasamos cien pueblos. Yo estaba entre dos sentimientos. El dolor, que me atravesaba el culo y el coño y el placer que estaba experimentando. El uno se sobreponía al otro pero no siempre era igual. A veces predominaba el dolor, pero otras muchas era el placer el que prevalecía. Y, en el fondo, me gustaba. Gozaba con ese sufrimiento.

  • Sigo diciendo que lo siento, Julia. Lo siento.

  • Gracias, Luis. Gracias. Pero ¿Sabes una cosa? Me quedo con lo que dije cuando terminamos la sesión y me dijiste que habías hecho docenas de tomas.

  • ¿Qué dijiste, Julia? Ahora no lo recuerdo.

  • Yo, sí. Acababa de tener una experiencia de lo más brutal y dolorosa, pero también fue placentera hasta límites insospechados. Muy placentera. Te dije: “Tenemos que repetirlo, Luis. Hay que volver a hacerlo. Ha sido algo de lo más sensacional que he vivido. Pero voy a necesitar tiempo para la recuperación. No creo que pueda sentarme en una semana. Cómo me duele el culo. Eres un jodido cabrón; me lo has destrozado, pero estoy contentísima de que hayas sido tú el que lo ha hecho. Te quiero, hermanito. Te quiero muchísimo, cariño”.

Debemos darnos un poco de tiempo para que me recupere y serene mis ánimos, pero lo vamos a repetir; seguro que lo haremos. Lo quiero; lo deseo.

Después de esa conversación con Julia yo seguí imaginando de qué forma podría conseguir que Julia me dejase penetrarla por el coño. Pero durante toda esa semana no saqué el tema a colación. Sí que tuve con ella alguna conversación, encaminada a que me ayudara a ampliar mis conocimientos sexuales, sobre todo de cara a mi futuro con las chicas. Además, Julia tenía todavía resentido el culo, por el tremendo estreno de ese orificio que sucedió aquel lunes.

Pero el lunes siguiente fui yo el que despertó a Julia nada más que los padres se fueron a trabajar.

Golpeé suavemente la puerta de su habitación pues, aunque ya teníamos asumida la diaria práctica sexual como algo normal entre nosotros, yo quería mantener para con mi hermana esa reserva de intimidad.

  • ¿Qué pasa, Luis? ¿Ya tienes urgencia?

  • No, Julia. Para eso siempre estoy dispuesto; ya lo sabes. Pero es que me gustaría hablar contigo. De sexo; te lo puedes imaginar.

  • Vale. Dame solo unos minutos. Charlaremos mientras desayunamos. Ve preparándolo ¿Quieres? Ahora bajo.

Me encaminé a la cocina y preparé un suculento desayuno, en el que no faltaron un par de tortitas -yo sabía que a Julia le encantan-.

Al poco bajó Julia, con cara somnolienta, y el pelo revuelto.

  • ¡Uy! Tortitas. Eres un cielo, Luisito. Pídeme lo que quieras esta mañana. Acabas de ganarte un premio.

  • ¿De veras me he ganado algo? ¿Puedo elegir? ¿Cualquier cosa? Prometo ser cariñoso y delicado.

  • Mientras no sea otra sesión como la del lunes pasado, me puedes pedir lo que quieras.

  • Primero desayunamos y luego nos vamos al salón y hablamos tranquilamente ¿De acuerdo?

Una vez concluido el desayuno nos sentamos cómodamente en el salón.

  • Venga, Luis, ya estamos en el salón. Dispara.

  • Verás, Julia… es que me da un poco de corte lo que te voy a pedir. Es que necesito saberlo, de cara a enfocar mi vida sexual con las chicas; no tardará mucho en llegar ese momento.

  • Anda, zalamero… pregunta lo que quieras. Te contestaré con los mejores deseos de que te sirva.

  • Bueno, Julia… Verás. Tú vas a cumplir pronto 18 años. Me llevas casi tres. Me has contado parte de tu historia; cuando comenzaste a tener sexo; lo de tu embarazo y que sueles beber alcohol. Pero me gustaría que me hablases de Manolo. Cómo lo conociste, cómo se desarrolló vuestra relación; algo así como una pequeña historia de tu noviazgo ¿Se dice así?

  • Luis lo he pensado mucho durante días, porque suponía que algún día querrías saber algo.  Mi relación con Manolo es una cosa muy íntima, que siempre he pensado que debía reservarme, pero con la sesión de la semana pasada nosotros dos hemos entrado en un nivel de relación sexual que hace necesario que todo quede muy claro entre nosotros. Así que he decidido que voy a ir mucho más lejos y completarte la historia sexual de mi vida. Y otros hechos tangenciales. No quiero tener secretos para tí, Luis. Cuando termine no quedará nada oculto. Espero que respondas a mi confianza y que lo que vas a oír lo consideres como lo que es: una confidencia que te hace tu hermana, y que necesariamente has de mantener en completo secreto. No me defraudes. Si lo hicieras me perderías, pero para siempre, Luis. ¿Estás dispuesto a adquirir este compromiso conmigo?

  • Julia, cariño; ¿Cómo puedes dudarlo? Pero no te preocupes. Estate segura, absolutamente segura de que jamás, JAMAS, NUNCA, NADIE, sabrá nada de lo que hablemos nosotros aquí. Ahora; si crees en mí me cuentas lo que quieras. Yo no voy a insistir más. Respetaré tu deseo de privacidad. Tampoco quiero que esto te parezca un interrogatorio, sino una conversación entre hermanos.

  • Vale, Luis. Te creo. ¿Por dónde quieres que empiece? Te advierto que puedo tardar un poco en explicarte todo lo que quieres saber.

  • ¿Tanto me tienes que contar? Puedes empezar por donde te parezca mejor, Julia. Te escucharé atentamente.

  • Escúchame bien, Luis. Mi relación con Manolo no es muy convencional que se diga. Vamos, que no es un noviazgo, como tú dices, al uso. Manolo no fue el primero en joderme y él lo sabe. Se lo dije desde el primer momento en que empezamos a tomárnoslo un poco en serio. Le dije que ya no era virgen cuando le conocí, pero no le conté nada más. Luego, sí, pero ya llegaré a eso. Tú ya sabes que antes hubo varios; a ti si te lo he contado. Y para que no me preguntes cuántos, te diré que no puedo recordar el número exacto, pero más de una docena, seguro. ¿Qué te ha parecido mi respuesta?

  • Que eso ya lo sabía. Me lo habías contado ya.

  • ¿Quieres que continúe, mejor dicho, que te empiece a contar mi historia?

  • Pues claro que sí, Julia. Lo estoy deseando.

Las chicas maduramos mucho antes que los chicos, así que cuando quieras emparejarte a una que te guste, si quieres que no esté ya muy manoseada sexualmente, debes buscarla entre las que tengan de dos a cuatro años menos que tú. La mayor parte de tus compis de clase, chicas, de alrededor de los 14 o 15 ya habrán tenido sus historias sexuales. Esto es solo en líneas generales. Hay excepciones.

Sitúate en mis 14 años. El asunto con el profe de gimnasia lo conoces, pero te lo amplío un poco.

Pablo, el profesor de gimnasia, me descubrió lo que para mí era un mundo fantástico, en el que el sexo era una parte fundamental, aderezada con un poco de droga, de las llamadas, blandas y otro poco de alcohol. Sin pasarme mucho en ninguna de ellas.

Pero Pablo era algo más. Tenía un carisma que te atrapaba. Me cautivó y durante un par de años me convertí en, prácticamente, su esclava. Él no me pedía nunca nada, pero sabía cómo hacer que yo lo necesitase y pareciese que era yo la que lo pedía. Sabía llevarme a su terreno; y yo siempre picaba.

Que abusó de su experiencia frente a mi ingenuidad: está clarísimo; pero yo ni lo pensé ni supe verlo. Me guié por mis ilusiones y apetencias. Pero eso no me excusa de lo que luego hice con él.

Con él empecé a llegar a casa algunas veces un poco pasada de rosca -alcohol, me refiero-, a pesar de que Pablo siempre procuraba que bebiese con moderación y además me daba una pastilla antes de marcharme y me hacía mascar chicle de menta. Mucho chicle de menta, para disimular el olor de la bebida en mi aliento. ¿Recuerdas que siempre tenía ese tipo de chicle a mano?

  • Sí que es verdad. Pero en casa creíamos que es que te gustaba.

Pues no me gustaba nada, en realidad, pero me servía para disimular el alcohol. Eso sí que era lo que me gustaba… Pablo no me lo regateaba nunca.

El día de la fiesta de Halloween -otra vez esa dichosa fiesta-  fui temprano a casa de Pablo. Pero me encontré con la sorpresa de que estaba con un par de amigos, de alrededor de 30 años.

Me sentí cortada al ver a esa gente allí y dije que volvería en otro momento.

- ¿Por qué, Julia? ¿No te gustan mis amigos?

- No es eso; es que creía que íbamos a estar solos.

- Déjala que se marche, -dijeron sus amigos-. Es una chiquilla y es lógico que se asuste entre tanto tío.

- No. Si asustada no estoy. Es que no esperaba que hubiera gente. Pero no importa. Me quedo.

- Anda, Julia. Toma; dale un par de caladitas y verás cómo te sientes mejor; sé que te gusta -y me pasó un porro recién encendido-.

Estaba la calefacción demasiado fuerte para el tiempo que hacía y empecé a tener calor y me quité la sudadera del disfraz. De seguro que estaba de lo más provocativa, porque debajo solo llevaba una simple camisetita, ajustada y de tela fina, sin sujetador -a Pablo no le gustaban-, con lo que mis tetas, muy tiesas a esa edad, se marcaban mucho, y los pezones ni te cuento.

Yo salía de casa con él puesto, pero me lo quitaba en cuanto podía y lo guardaba en la mochila. Al volver a casa me lo ponía otra vez.

Lo siguiente fue tomar un par de chupitos de lo que yo creía que era ginebra, por el color, pero no era ginebra: era vodka.

En cuanto lo probé tosí como una condenada y casi me atraganto. ¡Qué fuerte que era el vodka!

Había llegado sobre las cinco de la tarde y poco después de las seis ya me había fumado el porro yo solita y me había bebido cuatro chupitos de vodka. Pablo me había dicho que ya estaba bien y que no me daría más. Estaba ya casi en pelotas y gastaba bromas con Pablo y sus amigos, que no hacían más que tirarme indirectas sobre lo buena que estaba y lo jovencita que era.

- Julia; estos chicos no se creen que nosotros follamos todos los días que podemos. Dicen que soy un fantasma. ¿Quieres que les hagamos una demostración para convencerles?

-  Vale; lo haré, pero solo si me das otro chupito de vodka. Hace mucho que me tomé el último.

Uno de sus amigos me lo puso delante y el otro me ayudó a quitarme la poca ropa que tenía todavía encima, hasta que me quedé desnuda del todo.

Enseguida se pusieron todos a acariciarme las tetas y el coño y me metieron algún dedo dentro.

Pablo me puso la polla en la boca y yo se la chupé sin dudarlo ni un segundo. Chupar pollas me enloquecía en aquellos tiempos.

Durante un par de horas fui de mano en mano y de polla en polla. Los tres me jodieron todo lo que quisieron y me siguieron dando chupitos de vodka. A veces tenía a dos hombres conmigo. Uno me estaba jodiendo y yo se la estaba chupando al otro. Fue la primera vez que hice sexo en grupo. Pero hubo algunas más. El sexo podía conmigo y me estaba convirtiendo en una ninfómana. Ya sabes; es una mujer incapaz de controlar sus deseos sexuales y que busca satisfacerlos con cualquiera.

A las ocho y media estaba con una borrachera descomunal. Me ducharon con agua fría y me dieron a beber toneladas de café. Sentí que me moría de frío en la ducha. Vomité hasta la primera papilla, pero a pesar de ello la borrachera no se me despejó y a las nueve y media me vestí como pude y Pablo me llevó en su coche a casa, no sin antes decir que como se me ocurriera contar algo de lo que había pasado no volvería a dirigirme la palabra. Me dejó a la puerta del chalet, tocó el timbre y cuando vio que se abría la puerta se fue.

Mamá me recogió casi del suelo y me entró en casa. Me dio un par de aspirinas y más café y me acostó. Hablaremos mañana, dijo.

Esa fue mi primera borrachera de categoría.

Al día siguiente mamá no me sacó una palabra que no fuera que me encontré tirada una botella y se me ocurrió probar lo que tenía, que me lo bebí y llegué a casa como pude, poco antes de marearme por completo. No me sacó de ahí. La cosa no pasó de un par de fines de semana sin salir.

- ¡Joder, Julia! Solo tenías 14 años. ¿Has vuelto a emborracharte así?

- Con tan poca cantidad de vodka no. Ahora ya aguanto mucho más, pero sí que me he emborracho de vez en cuando. Lo que pasa es que aquí ninguno os enteráis. Tengo mi sistema. Ya te lo contaré, Luis.

- Sigue, sigue, Julia. Esto está animadísimo.

- Pues todavía te quedan muchas sorpresas.

Volví con Pablo, pero fui más cuidadosa con lo que bebía y fumaba y no volvió a darse otro caso de borrachera como el de Halloween. Sí que tuve más sesiones de sexo en grupo. La vez que más fue con seis, pero solo fue joder con uno y luego con otro y así hasta que me follaron los seis. Todo muy rápido.

El curso siguió adelante y yo con una aventura tras otra, hasta que llegó Junio y nos dieron las notas y las vacaciones hasta Septiembre, que iría a tercero. El problema, fuera del insti, era cómo estar en contacto con Pablo que, además se marchó a estar con su familia. Me quedaban dos meses a palo seco de polla. Pero se me ocurrió una idea.

Salía de casa a las cinco de la tarde, me iba al CC –Centro Comercial- entraba en los aseos y allí me cambiaba la ropa que llevaba de casa por una más atrevida que llevaba en la mochila y me quitaba también las braguitas. Me ponía una falda cortita y, sin bragas debajo, me daba paseos por las escaleras mecánicas. Cuando observaba que algún tío me venía siguiendo algún tiempo me agachaba un poco para que me viera bien el culo y si disimulaba y me volvía a seguir, me dirigía hacia un lugar de poca gente, me hacía la encontradiza y, al final solía acabar con él en su coche, follando en un descampado que hubiera por allí cerca. Casi todas las tardes conseguía echar algún polvo. Y, además, me daban una pasta.

- ¡Joder, Julia! Eso es hacer de puta.

No, exactamente, pero no lo iba a hacer gratis.

Al final de Agosto estuvo a punto de producirse una verdadera catástrofe en casa. No lo supisteis ni tú ni papá. Solo mamá.

  • Te refieres a lo del aborto, ¿no?

Exacto. Yo estaba aterrorizada. No había tenido la regla ni en Julio ni en Agosto. Estaba embarazada, Luis. Yo estaba embarazada, antes de cumplir los quince.

  • ¿Lo has vuelto a hacer, Julia? ¿Has abortado más veces?

  • No, Luis. No he vuelto a tener necesidad de repetir la experiencia. Ahora comprenderás por qué te pedía un secreto absoluto de estas confidencias.

  • Pero si seguiste jodiendo a lo loco con el que te lo proponía, ¿cómo es que  no te has vuelto a quedar preñada?

  • Mamá se encargó de que me pusieran un DIU. Ya te lo he contado.

-Bueno, sigue.

En cuarto sí que sucedieron cosas relevantes.

Lo empecé con 16 años. Estaba casi como ahora, físicamente hablando: estaba totalmente desarrollada corporalmente y con las cosas mucho más claras en el terreno sexual. Así que corté definitivamente mi relación con Pablo. No le pareció mal, porque para él, en el fondo, una de 16 años era casi una vieja. A él le iban más las yogurinas: a estrenar o de muy reciente estreno.

Bebía, pero poquito; en alguna fiesta o los fines de semana, pero no volví a casa borracha nunca más.

A principio de curso se produjeron una serie de manifestaciones estudiantiles en la capital, casi preferentemente en la Universidad, pero en las que participaba gente de los institutos, ya en bachillerato, como yo. Yo fui a varias y en una de ellas fue donde conocí a Manolo. Nos caímos bien desde el principio. Él estudia Empresariales, con idea de que al acabar la carrera seguirá en el negocio de su padre. También hace Economía. Manolo tenía 19 años, tres más que yo, y vive un poco retirado de aquí, pero no muy lejos. Me llevaba y me traía a la manifa en el coche que le dejaba su padre.

Empezamos a salir medio en broma y medio en serio. Entonces es cuando nos viste tú más de una vez en el seto del parque dándonos el lote.

A Manolo le quiero mucho, hasta el extremo de pensar muy seriamente en casarme con él. También él piensa lo mismo para cuando acabe la carrera. Le quedan dos años.

Cuando vislumbré que la cosa parecía ir en serio quise ser muy honesta con él. Yo no quería que se enterase de nada mío por otros conductos y una tarde me sinceré con él, tal como lo estoy haciendo ahora contigo.

Manolo no quería que le contara nada de mi vida anterior. “Todos tenemos una historia, dijo”. La tuya me interesa solo a partir de cuándo te conocí. Lo demás es tupasado y eso no me importa lo más mínimo. Lo que cuenta es el presente y lo que queramos hacer los dos con nuestro futuro.

Sin embargo, se lo conté todo; sin dejarme nada. Su respuesta fue un beso de los de tornillo y un “Te quiero, Julia”. Así, sinmás . Eso sucedió a primeros de este año; más de un año después de conocernos .

A partir de entonces fue cuando empezamos a joder. Lo hacemos, generalmente, en su casa. Las tardes está vacía a partir de las seis o siete, porque el negocio que tienen sus padres es nocturno. Abren a la caída de la tarde y cierran de madrugada. Tú y yo pasamos casi todas las mañanas solos en casa, y Manolo lo que pasa solo son las tardes/noches. Así que, desde hace poco más de seis meses rara es la tarde que no echamos un buen par de polvos en su casa. Por eso no nos ves ya por el parque. Solo le falta por probar mi culo, que hasta ahora se lo he vedado. Tampoco quiero que se corra en mi boca.

Y aquí se acaba lo que podría llamarse mi historia. El resto forma parte del pasado muy cercano, casi del presente.

  • Ya, es muy curioso, Julia. Manolo te jode a diario, pero no cata tu culo y yo, que ya te he roto el culo, no puedo catar tu coño. ¿No te parece muy injusto para las dos partes: Manolo y yo?

  • Quizá tengas razón, Luis. Tengo que ver cómo solucionarlo. Si hay algo que no quiero ser es injusta con ninguna persona a la que quiero. Y yo os quiero mucho, pero que mucho, a Manolo y a ti, o a ti y a Manolo; como prefieras.

  • Pues deja que te ilumine un poco, hermanita. Porque parece que estás a oscuras. La solución es muy sencilla: Deja a Manolo que te rompa el culo y déjame a mí que te destroce el coño. O viceversa. Como gustes. ¿Ves qué fácil puede resultar todo?

  • Eres un cachondo mental, Luis. ¿No te lo he dicho nunca?

  • Oye, Julia, dime; ¿de qué es el negocio de los padres de Manolo? Eso del negocio nocturno.

  • Luis; los padres de Manolo regentan un club privado. Así dicho parece cualquier cosa, pero es que se trata de un club privado en el que se suele realizar intercambio de parejas. Es todo legal. Los miembros son socios y el local no está abierto al público en general. Allí van matrimonios o parejas, siempre mayores de edad.  En algunas ocasiones puede acudir alguna otra pareja, por expresa y personal invitación de un socio. Puede que alguna mujer no tenga exactamente la edad legal, pero, o bien va acompañada de su marido o pareja, o bien acompañada del padre. Porque también se dan casos de la asistencia de padres separados, divorciados o viudos, que acuden con su hija o sobrina pero, si no tienen la edad legal, le anda bastante cerca. Crías de 16 años o menos, seguro que no entran. Con 16, bien largos o 17, no se autorizan, salvo que físicamente aparenten más edad; pero siempre son excepciones.

Se sirven bebidas pero no se permite el consumo de drogas, a menos que se haga con mucha discreción y, desde luego, no se trafica con ellas en el local.

Allí el sexo es libre y los que lo frecuentan no tienen idea de con quién van a follar; acuden con el morbo de ver cómo se presenta la noche. Es todo voluntario. Nadie está obligado a ceder a la petición de ningún otro. Si te apetece y encuentras con quién, follas, y si no, no pasa nada. Te tomas una copa y te vuelves a tu casa.

Los socios deben acreditar que están libres de cualquier enfermedad de tipo sexual; y se les piden revisiones semestrales. A los invitados se les exige el uso del preservativo. Se cuida mucho la higiene y salud sexual de los socios.

  • Julia. No tenía idea de que existiese ese tipo de clubes, pero me parece bien. Cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera, sin engañar y sin forzar a otro a que haga lo que no quiere. Por eso no entiendo que tú nos tengas a dieta a Manolo y a mí sobre esos agujeritos que soñamos con llenarte.

  • Y dale con la varita. Luis; ya te he dicho que tengo que ver cómo solucionarlo. Déjame que lo piense. No seas tan pesado. Te estás pasando un pelín.

  • Vale, pero me acaba de entrar una tremenda curiosidad. Si quieres no me la contestes; no te voy a presionar para ello.

  • Bueno, no sé si te la contestaré o no. Todavía no me has dicho cuál es esa curiosidad.

  • Es que me da un poco de corte, pero bueno; ahí va. ¿Has estado ya en el club que tienen los padres de Manolo? Por curiosidad; solo por eso.

  • ¿Qué te estás imaginando, Luis?

  • Nada; de verdad. No me imagino nada. Yo sí que tendría curiosidad por conocer un club de esos. Puede que tú también la tengas o la hayas tenido.

  • Estamos a 23 de Julio, Luis. Follo con Manolo desde Enero. ¿Me has visto faltar de casa alguna noche?

  • Bueno, algún sábado que otro te has quedado a dormir en casa de Mónica, o de Celia, preparando algún examen. Pero fuera de esos casos no faltas nunca.

  • ¿Los has contado? ¿Recuerdas cuántos han sido?

  • No, contarlos no los he contado, pero raro es el mes que no me haces alguna pirula de esas y me tengo que cargar esos días con toda tu tarea.

  • Y ¿Qué piensas que hago esos sábados? Luis.

  • ¿Qué vas a hacer? Preparar los exámenes.

  • Qué ingenuo eres. No tienes ni una pizca de malicia. Eres un bendito, Luis. Un bendito.

  • Espera, espera, espera. ¿No me digas que esos sábados? Uy, Uy, Uy, lo que empiezo a pensar.

  • Caliente, caliente. No sigas que te quemarás.

  • O sea, qué ya conoces el club de los padres de Manolo. ¿Es eso?

  • Cada sábado que podía lo pasaba allí. Para eso están las buenas amigas. Para cubrirte si lo precisas.

  • ¿A quién se le ocurrió que fueras al club, a ti o a Manolo?

  • La verdad es que Manolo nunca me propuso nada. Ya te he dicho que empecé a joder con él en Enero; pues poco después le pregunté cómo era ese club de sus padres.

  • Si tienes curiosidad por saberlo, búscate una excusa para pasar un sábado sin volver a casa y vamos a verlo, -me dijo-. El sábado es el mejor día. Suele haber mucho ambiente.

Así que hablé con Mónica, mi mejor amiga. Sabes que vive un poco retirada de aquí, pero con la moto puedo ir fácil a su casa. Los papás no sospecharían nada, así que a principios de Febrero, con la excusa de preparar unos exámenes, un sábado después de comer, en vez de ir a casa de Mónica, fui a casa de Manolo, conocí a sus padres y él dijo que, si yo quería, me dejaría entrar en el club esa noche.

  • Deja que te vea bien, me dijo Raúl, el padre de Manolo.

Yo estaba un poco cortada, como si estuviera pasando un examen; y se me notaba.

  • Raúl me dijo que me quitara parte de la ropa; pero no te asustes, Julia, no tienes que desnudarte. Es que en el club se está con ropa cómoda y pudiera ser que nos visitara alguien de la policía. A veces lo hacen para ver si hay menores, pero como tú ya pasas de los 17 y estás muy desarrollada, no creo que se fijen en ti. Das la impresión de tener más años.

Me quedé solo con la faldita y la camiseta y me di un par de vueltas. Raúl quedó satisfecho. No hay problema. Podéis ir esta noche. Pero, Julia, supongo que no te escandalizarás por lo que veas.

No sé qué te habrá contado Manolo, pero a veces se dan situaciones sexuales algo “fuertes”. No violentas, pero sí muy subidas de tono.

Lo que quiere decir mi padre es que hay gente que se pone a follar a la vista de todos, me aclaró Manolo.

A las seis de la tarde los padres de Manolo se fueron y nos dijeron: os esperamos esta noche, y me guiñaron un ojo. Manolo, prepárala bien para que no se nos asuste.

Nada más salir ellos Manolo se tiró sobre mí; me quitó la poca ropa que me quedaba y, sobre la alfombra del salón echamos un polvo sensacional.

Luego, a las nueve me dijo que me preparase para ir al club. Por cierto…

  • Julia, además de los porros ¿Has probado alguna otra droga?

  • Claro que no, Manolo. Te lo habría dicho. Soy muy sincera contigo. Te he contado todo lo que he hecho.

  • Perdona, Julia. No volveré a preguntarte nada más. Bueno, sí; ¿Puedo preguntarte algo más?

  • Claro que puedes, cariño. Después del polvazo que me has echado puedes pedirme lo que quieras.

  • ¿Te atreverías a probar alguna otra droga?

  • No lo he pensado nunca. Me dan un poco de miedo. ¿De qué droga se trataría? ¿No será heroína? Creo que esa engancha mucho y es muy peligrosa. Crea una adicción que te cagas.

  • No, tranquila. Se trata de coca. Un poquito te pone a mil y te desinhibe mogollón.

-¿Tú la tomas, Manolo?

  • Muy poquitas veces; de vez en cuando, Julia. Cuando salía para estar toda la noche de marcha, a veces me venía muy bien. De higos a brevas.

  • Bueno, Manolo, será una experiencia más. Pero en el club me has dicho que no se consume.

  • No, Julia. Nos podemos meter un poquito en casa y ya vamos colocadillos al club. A ti no te dará tanta vergüenza lo que veas y lo pasaremos bien ¿Qué te parece?

  • Si tú estás conmigo y además tus padres, no me importa. Lo probaré. Confío en vosotros.

Subimos a su habitación y me preparó una raya pequeñita de coca; me enseñó cómo esnifarla y nos fuimos al club. Antes de las 10 estábamos allí.

Al llegar, el portero, que lógicamente conoce a Manolo, nos dio las buenas noches y nos permitió entrar. Luego estuvimos allí hasta que cerraron, a las cuatro de la madrugada.

  • Cuenta, cuenta, Julia. Así que fuiste al club con Manolo, y te habías esnifado en su casa una rayita de coca para colocarte ¿Solo a tomar una copa con Manolo? ¿No hiciste nada más que eso?

  • ¿Tú qué crees, ingenua criatura?

  • Me da la impresión que no solo te tomaste una copa. Anda, Julia, cuéntame esa primera visita.

  • Vale, Luis. Ya te he dicho que voy a contarte toda mi vida sexual, así que no me importa. Te mereces saberlo todo. Escucha con atención.

Al entrar en el club todo mi interés se centró en investigar cómo era. Primero pasamos a un cuarto con muchos armaritos estrechos, como los del vestuario del gimnasio. Allí dejamos nuestra ropa de abrigo, cerramos con su llave y pasamos al bar.

Recorrimos un pequeño pasillo hasta que llegamos a una sala grande, donde había una barra de bar. Allí estaban los padres de Manolo: Raúl y su mujer, Carla.

Me saludaron cariñosamente.

Carla preguntó a Manolo si iba ya preparada, al tiempo que me guiñó un ojo. Manolo le respondió que sí.

Pues te vas a divertir mucho, Julia. Anda, Manolo enséñale todo lo demás.

En la barra había cerca de una docena de personas, hombres y mujeres, todos vestidos y de una apariencia de lo más normal, tirando a gente educada. Tomaban algunas bebidas y charlaban. Manolo pidió a su padre que me pusiera un chupito de vodka.

Tan pronto lo tuve en la barra me lo bebí. Era realmente un chupito, muy poca cantidad, y Manolo le dijo a su padre que no fuese tacaño, por lo que ya me puso una buena cantidad en un vaso alto -de los de bebida larga-. Anda, cógelo y vamos, que te voy a enseñar el resto del local.

Salimos del salón a través de una puerta con una cortina muy tupida, de raso rojo, y recorrimos un pasillo donde a un lado estaba el almacén de bebidas y al otro el cuarto que hacía de oficina. Al final del pasillo desembocamos en otro salón, más grande, diáfano, en el que había bastantes divanes en todo el perímetro de las paredes y pequeñas mesas redondas delante, como veladores. En los divanes había ya varias parejas, inmersas en distintas actividades sexuales. Unos se morreaban y otros ya estaban metiéndose mano directamente, sin ningún tipo de pudor o vergüenza. Un par de ellas follaban a plena vista, sin ningún reparo.

En el centro del salón había una cama redonda, en el sentido estricto de la palabra, en la que podía caber casi una docena de personas.

Ahí se hace sexo múltiple, a la vista de todos, me explicó Manolo. Tiene su morbo porque se folla al descubierto y con cualquiera que se te acerque. La chica que entra en esa cama no puede rechazar ninguna proposición, a no ser que se trate de sexo anal. Esa práctica debe ser siempre consentida. Aquí no se permite ningún mal trato ni imposición para nadie: sexo el que quieras y te consientan, sin ningún  límite. Pero, absolutamente, cero violencia.

Yo bebí un largo trago de vodka y sentí que me empezaba a calentar viendo aquel espectáculo.

En un rincón del salón había una pequeña barra de bar y una puerta tras ella. Había un camarero, que era el encargado de servir bebidas si alguien se las solicitaba.

Manolo me dijo que terminase el vodka y que dejara el vaso en la barra. Me bebí el resto de un trago y fui a la barra a dejar el vaso. Manolo, tras de mí le hizo una seña al camarero y éste, al recibir el vaso no me preguntó, sino que volvió a servirme otra generosa ración. ¡Uf! Aquello sería demasiado para que pudiera aguantarlo, pensé, pero ya estaba tan caliente que no dije nada, cogí el vaso y seguí tras Manolo. Salimos de ese salón y llegamos a otro pasillo. A lo largo de él, a derecha e izquierda, se veían varias puertas, numeradas. En total había veinte puertas, diez a cada lado.

Sobre el dintel  dé cada una había cuatro luces. Dos rojas y otras dos verdes. Las rojas tenían el símbolo masculino y las verdes el femenino.

Manolo me explicó que eran los reservados y siempre estaban cerrados, pero sin llave.

  • ¿Para qué eran las luces? le pregunté a Julia.

  • No me interrumpas, Luis. Te lo explicaré.

Si estaban todas apagadas el reservado estaba vacío. Los socios del club podían pedir la llave en la barra donde estaba su padre y él se la daba al socio. Manolo llevaba una llave, con la que abrió uno de los reservados. Era, más o menos, como si fuera una habitación de hotel.

Tenía una cama de matrimonio, un diván, una mesita baja, un armario, dentro del cual había un pequeño minibar, y una puerta que daba a un servicio completo. Además había una botonera con los mismos símbolos que las luces que había sobre la puerta.

Manolo me dijo que funcionaba de la siguiente manera:

Cada reservado era para cuatro personas, como máximo. Estaba pensado para que pudieran reunirse en él dos parejas, pero era imposible saber quién estaba dentro. El que primero llegaba apretaba el botón con el símbolo de su sexo y se encendía la luz sobre la puerta. El que pasaba por el pasillo veía la luz y sabía que dentro había un hombre o una mujer, según el símbolo encendido.

Si era una mujer quien estaba fuera podría entrar en un reservado que tuviera el símbolo masculino encendido, sabiendo que un hombre la estaba esperando, pero no sabía quién sería ese hombre. También podría entrar si hubiera encendidas dos luces; masculina y femenina, porque se formaría un trío. Lógico que la que entraba tenía intención de follar, pero quería la sorpresa de no saber con quién lo haría; al igual que el que esperaba dentro no sabía quién entraría.

El recién llegad@ entraba y encendía su luz, para dar información sobre los que ya estaban dentro.

Mira, el número 9 tiene una roja y una verde. Hay una pareja. Pero puede incorporarse otra persona. Si tú quisieras podrías entrar y seríais dos mujeres con el hombre que había antes. Podría llegar luego otro hombre y ser dos parejas. O podría ahora entrar yo y la mujer estaría con dos hombres a la vez. Esa incertidumbre de cómo se va a componer el encuentro le confiere un morbo un tanto especial.

La ocupación de los reservados se sigue desde un panel que hay en la oficina. Suele encargarse mi madre de ello.

Con la explicación de Manolo me puse mucho más cachonda de lo que estaba cuando llegué. Le di otro buen viaje al vodka y me sorprendí de no notar mucho sus efectos. Ya había bebido una buena cantidad y me sentía de maravilla.

Volvimos al salón principal y por el camino le pregunté a Manolo.

  • ¿La visita es solo de reconocimiento o puedo hacer uso de todos los “servicios”?

  • Julia, cariño. Eres libre para hacer lo que más te plazca. Si quieres te puedes quedar en pelotas y subirte en la cama redonda del salón abierto -así le llamamos- pero ten en cuenta que te follaría todo el que quisiera.

  • ¿A ti te importaría que lo hiciera, Manolo?

  • En absoluto; si a ti te apetece puedes joder con el tío que prefieras. Te acercas a él y se lo dices. Si no te rechaza: folláis. También puedes follar con el que te lo pida: si quieres, claro, salvo que estés en la cama redonda del salón abierto.

Si quisieras un poco de misterio, pides una llave a mi padre y te metes en un reservado. Seguro que lo primero que llega es un hombre. Una mujer no entraría jamás en un reservado donde solo haya una mujer, igual que un hombre no entraría nunca donde solo hubiera otro. El sexo homo o lésbico solo se lleva a cabo cuando hay dos parejas. Es imposible saber lo que hacen dentro y puede darse cualquier relación, pero solo en esos casos.

Con esa charla llegamos de nuevo a la barra de la entrada. Antes de llegar le pregunté a Manolo.

  • ¿Tus padres toman parte activa en todo esto? Ya me entiendes.

  • Claro que sí. Los dos son muy liberales. Pero no lo hacen habitualmente todos los días. Tienen que encargarse del negocio, pero a veces “echan una canita al aire”.

Con esa charla llegamos de nuevo a la barra de la entrada.

  • ¿Qué te ha parecido la “industria”? dijo Raúl.

  • Interesantísima, y muy atrayente. Una pena que todavía no tenga la edad y viva con mis padres, si no tendrías una clienta fija. Te lo aseguro.

  • Oye, Julia; estás aquí; nadie te ha preguntado la edad. Puedes aprovecharte hoy; si te apetece.

  • Quizá lo haga, Raúl. Anda ponme otro vodka. La coca que me ha puesto Manolo parece que me ha preparado de maravilla. No siento ningún efecto, pero supongo que al final la cogeré buena. Hace un buen montón de tiempo que no bebo más de lo que es aconsejable.

  • No te preocupes por eso, Julia. Te podría dar otra dosis más, si fuera necesario. Siempre tengo una reserva para la familia, me tranquilizó Raúl.

Durante la siguiente hora estuve bebiendo sin parar y dándome el lote con Manolo en el salón de la cama redonda, pero en uno de los divanes. Solo se nos acercó un hombre de unos treinta años, que preguntó muy educadamente si podía participar. A Manolo no le pareció mal y fui yo la que puse límite.

  • Puedes, pero sin llegar a la penetración ¿te parece bien? Es mi primera vez y aún no me atrevo.

La autorización implícita de Manolo para que yo pudiese practicar sexo con ese desconocido, me produjo tal morbo que me dediqué a ello con toda la pasión desenfrenada que la gran cantidad de vodka que ya llevaba en el cuerpo me exigía.

Tardamos menos de dos minutos en estar los tres en pelotas y de tener entre mis manos la verga de aquel desconocido.

La masajeé lentamente y la cubrí de babas de un extremo a otro; desde el glande a la raíz, al mismo tiempo que Manolo me excitaba aún más con una lamida de clítoris sensacional.

Las manos del desconocido sobaron mis tetas de una forma magistral; lenta, suave y cuidadosa, no olvidándose de mis pezones, que pellizcaba de vez en cuando con el cuidado necesario para que no me produjera dolor.

Por un tácito acuerdo dejamos a un lado los besos boca a boca; aún no teníamos el necesario grado de confianza para ello.

La tensión sexual fue creciendo y al final aquel compañero propuso hacer un 69, cosa que acepté de inmediato.

Durante alrededor de 10 minutos estuvimos con las manipulaciones convenientes, de las que no guardo buena memoria debido al avanzado estado de embriaguez que para ese momento ya tenía.

Estuvimos los tres magreándonos y al final le hice una mamada de campeonato al desconocido, pero le dije que se corriera en mis tetas. Lo hicimos en un sesenta y nueve como el nuestro del lunes pasado, mientras Manolo nos contemplaba. Luego Manolo me folló bien follada. No me importó nada hacerlo a la vista de los demás. Lo cierto es que no nos hicieron mucho caso. Cada cual iba a lo suyo.

Después me puse la camiseta por encima -tenía un poco de corte ir a la barra casi en pelotas- y fui a por otro vaso de vodka. Me tambaleaba un poco, pero todavía me desplazaba con cierta seguridad. Estaba muy cachonda, ya bastante borracha, por lo que se me ocurrió una idea muy perversa. (El diablo del sexo que llevo dentro quiso hacer de las suyas)

Llegué a la barra y le dije a Raúl

  • Quiero que me dejes un reservado, Raúl. Dime cual está vacío y en dos minutos os quiero allí a Manolo y a ti. Quiero que me folléis los dos esta noche.

  • ¿Estás segura, Julia? Me parece que estás un poco borrachita. No sé si eres consciente de lo que me estás diciendo.

  • Estoy bastante borracha, Raúl, pero quiero que hoy me jodáis los dos, antes de que me emborrache del todo. Manolo dice que puedo hacer lo que quiera. Pues eso es lo que quiero que me hagáis. Quiero que me folléis los dos. Enseguida. No será la primera vez que folle con más de uno. Ya sabe Manolo que lo he hecho más veces.

  • Cómo quieras, Julia. Cómo quieras.

Raúl me dio una llave.

  • Entra en el último de la derecha. Voy en un minuto. ¿Quieres más vodka?

  • Por supuesto, Raúl. Por supuesto.

Me llenó de nuevo el vaso con vodka y volví al salón abierto, agarré a Manolo y le enseñé la llave.

  • ¿Qué haces con esa llave, Julia?

  • ¿Tú que crees, respondí, con voz pastosa?

  • Bueno; ya te he dicho que eres libre para hacer lo que quieras, pero veo que estás bastante borracha. ¿Estás segura de que quieres ir a un reservado tú sola?

  • Claro que lo estoy, cariño. Pero sola, no. Tu padre me ha dicho que vaya al último reservado de la derecha. Venga, vamos; ven conmigo; tu padre  llegará en seguida. Voy a follar con vosotros dos ¿Te parece bien?

  • Me parece cojonudo, Julia, si de verdad es lo que quieres hacer, me parece cojonudo.

Con paso ya más vacilante, y apoyándome en Manolo, conseguí llegar al reservado. Iba bebiendo vodka por el camino y cuando llegué casi había vuelto a vaciar el vaso. Estaba casi completamente borracha, pero no lo suficiente para no disfrutar de un hermoso polvo con Manolo, Raúl y Carla, que se presentó al poco rato.

  • No quería que otra mujer se entrometiera con vosotros. La primera vez tiene que ser una reunión estrictamente familiar, nos dijo Carla. Las siguientes os las arregláis como queráis.

Estuvimos una hora follando los cuatro y yo seguí bebiendo, porque Raúl trajo una botella de vodka y otra dosis de coca, -de la buena-, que me esnifé en el cuarto de baño del reservado, antes de empezar a joder.

Manolo y su padre se turnaron en mi coño y en la boca, simultáneamente, y yo gocé como una perra teniendo no menos que dos o tres orgasmos. Antes de terminar con ellos la dosis de coca que me llevó Raúl ya me había cumplido su misión y me había reanimado.

Así que agoté el par de horas que faltaban para el cierre del club bebiendo más vodka y magreando alguna que otra polla que se me ofreció, porque esa noche ya no quise follar con nadie más.

Y esa es la historia de la primera visita al club de Raúl. A las cuatro de la mañana, cuando cerraron, continué bebiendo vodka hasta que me quedé dormida. Fue una borrachera de órdago. Más de un año sin coger una buena curda lo solucioné como suelo hacer yo las cosas: sin el más mínimo control. Saber que tenía todo el domingo por delante para recuperarme de aquel exceso hizo que no midiera en absoluto la cantidad de alcohol que bebí. Ya ves como soy.

Dormí en el último reservado de la derecha, que se convirtió en mi favorito y es el que frecuento casi todos los sábados que voy al club. Raúl y Carla se quedaron conmigo, cuidándome.

Desde esa noche renació mi afición a la bebida y volví a hacerlo con asiduidad. Manolo me proveía de lo necesario, incluida la coca, que empecé a consumir, pero eso solo muy de vez en cuando, y lo hacía con todo tipo de precauciones, de manera que hace ya más de seis meses que hacía todas esas cosas y nadie de la familia me ha descubierto.

Así que tienes razón, Luis. No me tomaba una copa. Tomaba muchas. Y de vodka, como en los tiempos de Pablo.

Cada sábado que iba acababa con una borrachera de caballo y me quedaba a dormir allí, en mi reservado favorito. Sabía que tenía la mañana del domingo libre para recuperarme y volver a casa sin ningún rastro de las orgías que había disfrutado.

  • Luis; tienes una hermana que bebe más de la cuenta y tiene el riesgo de convertirse en alcohólica y adicta a la cocaína. Lo del sexo ya es cosa superada y admitida. Ahora solo tengo que admitir el resto de mis adicciones. ¿Te has escandalizado, Luisito? Aún te esperan más sorpresas.

  • Escandalizarme, no; para nada, Julia. Me ha sorprendido mucho todo lo que me has contado, porque no me lo esperaba, y necesitaré de algún tiempo para asimilarlo, pero te quiero lo mismo que te quería ayer, cuando no sabía nada de esto. Por cierto; en el club de Raúl ¿Solo bebías? ¿No hacías nada más? Porque esa primera vez solo jodiste con Manolo y su padre.

  • Claro que hacía más cosas, hermanito: los dos primeros meses jodí como una loca. Las primeras visitas me contenté con alguna mamada y que me tocaran las tetas y el coño, pero un día me encapriché de un tío cuya chica vino a buscar a Manolo y se puso a follar con él. No quise ser menos y acabamos los cuatro en un reservado, follando todos como locos. El tío estaba como un tren y, tanto él como Manolo nos la metieron a ella y a mí por el coño y la boca todo lo que quisieron. La chica hasta le permitió a Manolo que se corriera en su boca, cosa que no hice yo con ninguno de los dos. Estuvimos un par de horas follando y bebiendo como cosacos.

  • Otro fin de semana, a finales de Marzo, vi a una chica muy joven que se subió a la cama redonda y enseguida la rodearon un buen número de hombres que, uno tras otro se la fueron jodiendo. A la vista de todos. Cuando ella se bajó de la cama no lo dudé un momento; impulsivamente me subí yo, ya bastante borracha, y fui jodida por casi una docena de hombres. Polvos rápidos. Meterla, correrse y sacarla. Desde entonces alguna vez más frecuenté  la cama del salón abierto. Todo aquel que quería me tenía a su disposición, abierta de piernas y con una botella de vodka en la mano. Y no veas cómo venían a por mí.

Cada noche pasaban por mi coño unas cuantas pollas. Una jovencita de diecisiete primaveras, con unas ganas insaciables de polla y cada vez un poco más borracha es un manjar que nadie desperdicia. Mis borracheras eran descomunales; empezaba a beber y ya no era capaz de parar hasta que me caía redonda, completamente groggy.

Me convertí en el juguete sexual preferido por los socios del club, que a veces apostaban sobre el número de pollas que sería capaz de admitir en una hora. No voy a contarte en cuánto tengo el record. Es algo de lo que me considero avergonzadísima. Y no me lo preguntes, Luis. Eso no te lo contaré jamás. Pero jamás es eso: JAMAS.

Ahí toqué fondo. Manolo habló conmigo y me hizo ver que el camino que había iniciado solo tenía dos destinos: el alcoholismo y la drogadicción. Al alcoholismo casi has llegado, -me dijo-, y para la drogadicción no te falta tanto. Así de claro y de crudo me lo puso.

Yo te quiero, Julia, y te voy a seguir queriendo. Aunque sigas con esta vida, te querré; te cuidaré; te acompañaré; no voy a dejarte sola nunca; NUNCA. Pero me duele Julia, me duele mucho, ver cómo te destruyes poco a poco, día a día; con cada vaso de vodka que bebes se va una parte de ti, Julia, y esa parte se la estás robando a tus padres, a tu hermano y a mí. No sigas, Julia, no sigas. Si de verdad me quieres: NO SIGAS; JULIA. NO SIGAS. DEJALO YA.

Lloré desconsolada, abrazada a Manolo, como nunca lo había hecho antes. Era un llanto sincero. Estaba asqueada de mí misma y decidida a abandonarlo todo: la bebida, la coca y, si era necesario, también el sexo.

No, Julia. No hace falta que abandones el sexo. El sexo es bonito y gratificante. No es nada malo. Lo que tienes que hacer es desligarlo de la bebida y de la droga. Eso sí es malo. Pero el sexo, no.

Manolo y yo nos hemos juramentado en hacer todo lo posible para que no recaiga y me planteó lo que a mí no se me habría ocurrido nunca.

Si beber tenía para mí un aliciente: ser más activa sexualmente, debía sustituirlo por otro aliciente de mayor importancia; igual con la droga. Al fin dimos con algo muy importante para nosotros.

Tuvimos una reunión familiar, entendiendo por familia los padres de Manolo y nosotros dos. Ellos me conocían bien: Eran los que sufrían las peores consecuencias de mis borracheras. Saben lo que me quiere Manolo y veían como yo me iba destruyendo cada semana. Me cuidaban cuando lo necesitaba, pero no interferían mi voluntad.  A ellos les pareció bien lo que íbamos a intentar. Nos pusimos a ello de inmediato.

No he vuelto a beber desde finales de Abril, por algo que ya te contaré. ¿Te imaginas lo que habría hecho el lunes pasado cuando me la metiste por el culo, si además de cachonda hubiera estado bien colocada, con varias copas de vodka encima y unas cuantas pollas alrededor? Pues lo hice sin beber y sin coca. Manolo tiene razón. El sexo es muy bonito. Lo demás no es necesario.

  • Si no bebes ni consumes coca desde finales de Abril ¿por qué tienes el riesgo de convertirte en alcohólica y adicta a la cocaína?

  • Porque cuando se ha entrado en ese mundo, tan a fondo como yo con la bebida, siempre estás en riesgo de recaída. Hay que ser muy fuerte para no volver a ello. Yo lo intento, Luis; con toda mi alma; con la ayuda de Manolo y sus padres, y quiero pensar que también con la tuya, Luis.  Y lo voy a conseguir. Sé que lo voy a conseguir. Ya lo verás.

  • A medida que te escucho siento que te quiero más, Julia. Jamás pensé que tú pudieras estar pasando por esas situaciones, hermanita. Y Manolo, ¿Qué pensaba de eso?

  • Manolo es maravilloso. Tiene un concepto del sexo y del amor distinto del que tiene la mayor parte de la gente. También del alcohol y las drogas.

El sexo es una satisfacción corporal que puedes obtener de diferentes personas.

El amor es otra cosa. Es vivir de forma que aceptes que el otro haga su voluntad sin que tú le coartes. Solo tiene que ser sincero contigo, que no te mienta ni te engañe para ocultarte cosas.

Uno de los primeros que me folló en el club fue el padre de Manolo, pero porque yo se lo pedí. Él nunca me lo insinuó. Su mujer, la madre de Manolo, también participa algunas veces en intercambios. Son gente muy sana y muy liberal. Ya los conocerás. Y no tardando mucho.

De las drogas y el alcohol, qué te voy a contar;  si es él quien me las proporcionó al principio. Pero me estoy controlando mucho. Estoy consiguiendo dejarlo. De verdad. Además, hace casi tres meses que no he consumido ni bebido nada.

  • ¿Y cómo es que haces todas esas cosas? Creí que pasado lo del embarazo ya te habías vuelto un poco más tranquila.

  • Soy muy contradictoria, Luis, y me cuesta un huevo controlar mis impulsos. Cuando hago una cosa la tengo que hacer “a tope”. Ya viste el lunes cómo te pedí a gritos que me la metieras por el culo, lo que me dolió y lo que luego disfruté con ello. Pues con la bebida es algo parecido. Empiezo a beber y no sé cómo parar. Sí, además, había esnifado un poco de coca, eso hacía que bebiera más; como luego me quedaba allí y Raúl y Carla me cuidaban, pues para qué quería más facilidades. Bebía hasta el infinito.


Tras la exposición de su vida reciente, Julia se ha sincerado totalmente con Luis. Pero aún queda algo pendiente, que conoceremos en el siguiente capítulo. La relación sexual de los hermanos seguirá avanzando.