Mi hermana Julia - 3 -

Sobre una idea de Kovaliov (Sept2005) Corregido y aumentado. Las confesiones de Julia abren a Luis muchas posibilidades, y prepara planes para conseguir su fin: conocer sexualmente a Julia. Una circunstancia no prevista dará un nuevo giro a la situación.

Tras haberse sincerado Julia la noche anterior, en relación a su actividad sexual con Manolo, yo escrutaba al detalle el comportamiento que mi hermana mantuvo después  conmigo.

No cambió de forma radical su manera de tratarme. Sin embargo, en los días que siguieron noté que Julia prefería esquivarme. Procuraba no coincidir conmigo en los mismos lugares de la casa y si era yo el que entraba en alguna habitación donde estaba ella, no tardaba mucho en irse a otro sitio, empleando cualquier pretexto, por nimio que fuera, y su trato conmigo se fue reduciendo a tan solo  lo imprescindible. Se hizo superficial e impersonal.

Supuse que su mente estaría asumiendo con dificultad todo lo ocurrido el sábado pasado, y su ética personal la estaría reprochando, en alguna medida, su conducta hacia mí. Julia podría estar pensando que no debíamos seguir por ese camino.

Hablábamos muy poco y la vida en casa volvió a ser muy aburrida y rutinaria.

Levantarnos; prepararnos el desayuno; salir pitando al insti -estaba ya mediando Mayo y se acercaba el fin de curso a toda leche-. Nos faltaba el arreón final y había que espabilar.

Vuelta a casa; comida y hacer las labores domésticas. Tiempo de repaso y tareas escolares. Tampoco nos sobraba tiempo, precisamente.

El insti me relajaba bastante. En clase tenía algo a lo que estar muy atento. Además, el resto de los compañeros me hacían olvidar los pensamientos que en casa me atosigaban. Los descansos en el patio eran un vivero de distracción. Se comentaba y opinaba de todo y sobre todo: los resultados deportivos; las últimas novedades musicales; los propósitos de cada uno cuando terminara el curso -quedaba poco más de un mes-, en fin; todo aquello que nos ocupa y nos preocupa a los quinceañeros.

Por otra parte; Julia deambulaba con su grupo inseparable: Mónica, Celia, y algún chico más. Reían desenfadadas, y Julia se mostraba alegre y guasona; para no perder la costumbre. No era la más guapa del grupo, ni menos aún del insti, pero tenía un algo indefinible que le hacía caer bien a casi todos los que se acercaban a ella.  Algún que otro moscón a su alrededor, -de esos nunca faltaban-, pero sin que los hiciesen demasiado caso. Ellas seguían a su rollo y, además, tanto Mónica como Celia tenían ya un ligue, más o menos serio, y pasaban bastante de los advenedizos.

Yo, con mi grupito de chavales inexpertos, nos dedicábamos a comentar lo buenas que estaban las chavalas, sobre todo las mayores, y nos hacíamos ilusiones de conquistar alguna, sin reparar que no estaban al alcance de ninguno de nosotros; más bien: eran inalcanzables.

Pero, ¿qué le íbamos a hacer? Las de nuestro curso no nos hacían ni puto caso, como se suele decir, porque estaban obsesionadas con los más mayores, y las de los cursos inferiores a nosotros nos parecía que solo eran unas crías. Así que no nos quedaba otra que contemplar a aquellas que estaban fuera de nuestras posibilidades y soñar con ellas. Joder, qué edad más triste la nuestra. A medio camino de todo. Ni jóvenes ni adultos. En el puto medio.

Luego, en casa, volvía mi obsesión sobre cómo conseguir a mi hermana. Era eso: una obsesión.

Imaginar ahora a Julia haciéndole una paja a su novio, o sola haciéndose deditos, ya no me causaba  el mismo efecto que los primeros días. Necesitaba renovar los estímulos con que seguir alimentando mis fantasías eróticas sobre ella.

Por la noche la oía suspirar en su habitación, a la vez que se masturbaba, y por las mañanas otro tanto de lo mismo. Yo aguzaba mi oído tratando de no perder uno solo de sus gemidos; vivía pendiente de su actividad sexual, o de lo que yo imaginaba era su actividad sexual, aunque quizá no lo fuera.

Menos mal que me quedaba mi pasatiempo favorito. Las braguitas de mi Julia, que me seguían pareciendo tan fascinantes como el primer día. Mis corridas sobre ellas, oliendo el flujo vaginal de su chochito, seguían siendo absolutamente salvajes.

Sospeché que Julia se estuvo masturbando a diario durante los días posteriores a nuestra última conversación. Quizá su actividad sexual con Manolo se estuviera ralentizando y debía darse satisfacción en casa, o habría alguna nueva circunstancia de otra índole que la excitase mucho, porque sus braguitas estaban cada día más empapadas y su olor era más penetrante y delicioso para mí.

Como sus masturbaciones eran muy ruidosas, no tenía duda de que Julia era consciente de que yo lo oía todo. Eso me dio por pensar que Julia lo hacía exclusivamente para excitarme; que se masturbaba sin ningún recato, a sabiendas de que yo la oía a través del tabique y pretendía “castigarme” por haber intentado penetrar tanto en su intimidad. Por la noche Julia me “calentaba” con sus gemidos y durante el día pasaba olímpicamente de mí. Casi diría que me ignoraba. Era una tortura. Me estaba pasando factura por lo sucedido y bien cara que yo la estaba pagando.

La tarea de recoger la ropa, llevarla al cuarto de lavar, clasificarla y poner la lavadora, era sin duda mi quehacer favorito. Siempre me masturbaba en aquel cuarto. Usar luego las bragas de Julia para recoger toda la leche vertida y limpiar con ellas a conciencia mi polla dura y palpitante, era lo que más me gustaba. Me encantaba hacerlo.

Aquel pasatiempo llegó a convertirse hasta tal punto en una rutina indispensable para mí, que casi estuvo a punto de arruinar toda mi obra.

Cada día, después de levantarme temprano, empezaba a hacer las cuatro cosas de casa que me fueron asignadas por mis padres. A Julia ya le tenía controlado el horario y la rutina; se levantaba, iba al baño, se duchaba y bajaba a desayunar.

Yo aprovechaba ese tiempo en el que ella estaba en el baño para recoger la ropa sucia de casa, incluyendo su ropa, y me encaminaba hacia el cuarto de la lavadora. No había nadie en casa, así que allí realizaba el ritual de cada mañana con las braguitas que Julia acababa de quitarse, y después continuaba como si tal cosa hasta que ella bajaba a desayunar. Todo era muy perfecto y normal pero, claro; esa felicidad no podía durar demasiado.

Una mañana, sin clase a primera hora,  fui hacia su cuarto como cada día y, una vez que comprobé que ella estaba duchándose, recogí su ropa y bajé rápidamente hasta el cuarto de lavar. Antes de llegar allí noté que mi polla había crecido más de la cuenta dentro del pantalón. No era una novedad. Aunque no tanto como aquel día, eso me ocurría casi a diario.

Enseguida me puse a buscar sus bragas. Esta vez eran aquellas maravillosas braguitas rojas con encajes. Las desenrollé completamente y mientras con una mano me las acercaba a la nariz, para olerlas bien, con la otra ya estaba acariciándome el rabo suavemente, que ya estaba pidiéndome guerra.

Muy pronto comencé a meneármela con frenesí, mientras absorbía por mis fosas nasales todos los olores que exhalaba aquella pequeña prenda.

De pronto oí un ruido a mi espalda. Me quedé petrificado y, al girar, pude ver cómo Julia entraba en la cocina y cómo miraba hacia el cuarto de lavar. Su cara pareció descomponerse y palideció de la sorpresa al verme de aquella guisa.

Yo aún tenía las bragas muy cerca de la nariz y pude ver a Julia que se dirigía hacia mí con cara de pocos amigos. Entonces me di cuenta de que tenía la polla completamente fuera de mis pantalones.

Todo sucedió muy deprisa: intenté esconder  las bragas en uno de mis bolsillos y, al mismo tiempo, meter rápidamente la polla dentro del pantalón. Lo hice a gran velocidad, pero no fui lo bastante rápido. Julia lo había visto todo.

Sentí una especie de ahogo y me di cuenta de que no podía respirar. Tuve que esforzarme para que llegara algo de aire a mis pulmones, a base de boqueadas compulsivas.

Julia se plantó ante mí en dos zancadas y, con una cara de cabreo impresionante, me dio un fuerte empujón que casi me empotra contra la lavadora.

  • Pero ¿¡QUE COÑO ESTAS HACIENDO!? ¿ESTAS LOCO O QUE? -chilló, enfurecida-.

Julia tenía la cara totalmente congestionada y desfigurada por la rabia.

  • ¿QUE TIENES AHÍ?… ¡¡¡¡¡DAME ESO AHORA MISMO!!!!! ¡¡¡¡¡VAMOS!!!!! ¡¡¡¡¡DAMELO!!!!!

Mis manos no fueron hábiles para ocultar con celeridad sus braguitas en mi bolsillo y esta vez tan sólo pude llegar a sostenerlas torpemente entre mis dedos, antes de que mi hermana me las arrancase de la mano con un soberano tirón.

  • ¡MIS BRAGAS! ¡¡¡¡ESTO SON MIS BRAGAS!!!! Vociferó, incrédula. ¡¡¡TE ESTABAS HACIENDO UNA PAJA CON MIS BRAGAS SOBRE TÚ CARA!!! ¡¡¡NO LO NIEGUES; TE HE VISTO!!! Pero; niñato de mierda, ¿A TI QUE OSTIAS TE PASA? ¡¡¡¡TU ESTAS ENFERMO, CHAVAL!!!!

La sorpresa me dejó sin capacidad de reacción. Aniquilado. No pude articular ni una palabra…. no supe qué decir, me sentí horriblemente mal… todo se había ido a tomar por el culo; y todo por un descuido, por un exceso de confianza por mi parte… Tanto trabajo, tanto urdir planes y de pronto; plaf: en un segundo todo al garete. Todo se vino abajo; al igual que un globo se deshincha y pierde en un momento todo el aire, que tanto esfuerzo te ha costado introducir para inflarlo, si se te deshace el nudo que cierra su boca.

Entonces me di cuenta de que Julia no tenía el pelo mojado esa mañana, como los demás días; Julia ¡¡¡no se había duchado aún!!!

  • Solo acerté a balbucear malamente algunas excusas incoherentes.  Yo… yo, Julia, mira… yo… lo siento mucho… creía que estabas en la ducha… se supone que no tendrías que haberme visto… me has pillado… yo… lo siento mucho… lo siento… de verdad. Por favor, Julia, no se lo digas a los papás… por favor… pídeme lo que sea… haré todo lo que tú quieras… -esas eran las palabras más sinceras que yo le dirigía a mi hermana en mucho tiempo-.

Me sentí muy mal. Fatal. Estaba terriblemente asustado. Temblaba de pies a cabeza. Yo diría que tiritaba, a pesar de estar en Junio. No sabía dónde meterme. Cómo me hubiera gustado morirme en ese momento, o al menos poder desaparecer, por no tener que pasar por lo que me esperaba; y por todo lo que me temía.

Julia me llamaría de todo. Me despreciaría. Me insultaría. Me iba a humillar hasta el infinito, y el caso es que yo estaba convencido que me merecía todo eso. Me sentí sucio, cobarde, vil, depravado. Era un tropel de sentimientos que me destruían por dentro. ¿Cómo podía haber llegado a ese extremo? -Empecé a sentir que se me humedecían los ojos: estaba a punto de llorar-.

  • ¿QUE ESTABA EN LA DUCHA? -seguía gritándome- ¿QUÉ ESTABA EN LA DUCHA COMO CADA DIA?… ¿ME QUIERES DECIR QUE HAS HECHO ESTO OTRAS VECES? ¡¡¡¡CONTESTAME; OSTIAS!!!!

  • Julia, escucha… yo no… no quería hacerlo, bueno, es decir no quería decírtelo; yo, el otro día cuándo hablamos estuve a punto de confesártelo, pero no podía, o sea, no me atreví a decirte nada... estaba seguro de que tú te enfadarías conmigo y tuve miedo; mucho miedo; yo, lo intenté, pero pensé que tú no lo ibas a entender y… Julia, yo… yo… -esta vez sí que noté como las lágrimas empezaban a brotar de mis ojos-. Era un llanto sincero, compungido, en medio de hipos y sollozos. Lo siento, Julia… Lo siento. Era lo único que repetía: Lo siento…  lo siento…

  • Luis… para… ¡¡PARA!!… ¿me oyes? Deja de llorar de una puñetera vez y háblame claro… ¡¡¡HAZ EL FAVOR DE TRANQUILIZARTE!!!  -volvió a chillar-.

  • ¡Lo estoy intentando!, vale ya.  ¡¡¡Pero no puedo, si no dejas de gritarme!!! Repliqué con ira, pero muy compungido y acobardado.

  • Vale; vale; vale -dijo Julia. -Se giró y dio unos pasos hacia la cocina-. Me voy al salón… tómate tiempo; tranquilízate; vamos a tranquilizarnos los dos un poco y hablamos de toda esta mierda.

Se llevó las manos al pelo y empezó a recogérselo nerviosamente en un moño.

  • Te espero en el salón… sécate esas lágrimas y ven, que tenemos que hablar… -y de pronto volvió a chillarme- y ¡por lo que más quieras! ¡¡¡¡¡¡TÁPATE ESO DE UNA PUÑETERA VEZ!!!!!!

Miré hacia dónde mi hermana señalaba y pude comprobar con horror que con las prisas de subirme el pantalón de deporte para tratar de ocultar mi polla, no lo subí lo suficiente y casi media verga asomaba por encima del elástico del pantalón. Otro patinazo más. Desde luego; aquel no fue mi día.

Guardé mi polla bien guardada y, ya algo recompuesto y un poco más calmado, titubeante, con la cabeza gacha y con un pánico indescriptible ante la que me esperaba, me dirigí hacia el salón.

Allí estaba Julia, mirando por el ventanal de la terraza del jardín.

  • Julia -dije en voz baja- escucha, yo…

No me dejó siquiera iniciar la frase.

  • No, Luis, no. No digas nada, por favor: cállate; cállate…, siéntate… y escúchame tú a mí. Mira, Luis. Pasé por eso de que me pidieras consejo, en según qué cuestiones; acepté a explicarte cómo nos masturbamos las chicas; también te confesé algo, tan privado, como una parte importante de los inicios de mi vida sexual. No sé cómo conseguiste convencerme para que lo hiciera, pero hasta llegué a pensar que estaba haciendo algo bueno por ti; que aprenderías con ello, y lo soporté de buena gana; he tenido muchas dudas sobre si todo eso fue correcto, -no te vayas a creer-, y las sigo teniendo; sobre todo cuándo me confesaste que te excitabas pensando en mí y que había veces que las pajas te las hacías imaginándome. No me puedes negar que he sido comprensiva contigo, Luisito… ¡HE SIDO MUY COMPRENSIVA!  ¡DEMASIADO COMPRENSIVA!

  • Ya; Julia. Lo sé. Te lo agradezco mucho, pero…

  • El otro día, Luis, te oí perfectamente hacerte una paja en tu cuarto y sabía que estabas pensando en mí; sabía que pensabas en la escena que te conté de cuándo yo se la hice a Manolo. Eso ya me dejó bastante preocupada... pero también intenté comprender eso. Pero Luis… quise dejarte las cosas claras, y parece ser que, o no me escuchabas, o no te salió de los cojones entenderlo. ¿Lo entiendes, coño? ¿Lo entiendes ahora, pedazo de gilipollas?

  • No Julia… no es eso… te entendí, pero es que… -nuevamente, Julia no me dejó acabar-.

Se llevó las manos a la cabeza y dejó de mirar por la ventana. Se volvió y se acercó al sofá donde estaba sentado; se detuvo un momento, me miró con fijeza y, finalmente, se dirigió a mí.

Yo continuaba sentado y Julia, de pie frente a mí, me pareció imponente, se me hacía aún más mayor. Me sobrecogía con su indignada presencia y yo… yo me acobardaba cada vez más ante ella.

  • ¡No! Luis. Espera un momento. No digas nada; calla y escúchame tú; por una vez en tu vida Luis: ¡¡ESCUCHA BIEN LO QUE TENGO QUE DECIRTE!!

Puedo entender muchas cosas, Luis. Yo he pasado también por la pubertad, y sé que es complicada y desconcertante, pero no he llegado nunca a los extremos a los que tú estás llegando. He tenido mis historias; muchas historias, que ahora no vienen al caso; no las entenderías. Pero,  escucha, Luis. No está nada, pero que nada bien que te excites conmigo... lo he pensado mucho y sé que no está bien… no es algo natural; somos hermanos, Luis… no puedes hacer según qué cosas pensando en mí… eso me ensucia… me rebaja… tendrías que hacerlas, si las haces, pensando en otras chicas; pero nunca en mí. Y lo de hoy, Luis, lo de hoy; esto que te he pillado haciendo hoy; eso... eso es que ya no tiene nombre; pero ¡por Dios!… ¿me quieres decir en qué coño estabas pensando? ¡¡¡¡HACERTE UNA PAJA CON MIS BRAGAS EN TU NARIZ!!!! Es que es de psiquiátrico, Luis. De psiquiátrico.

  • Bueno, Julia… verás… lo de tus bragas lo puedo explicar… no las tenía sobre mi cara por qué sí… te habrá parecido eso… lo que hago es olerlas.

  • ¡¡¡¡¡¿OLERLAS?!!!!!… Dios mío, Dios mío –dijo Julia, saltando del sofá como un resorte-. ¡¡¡¡PERO ESO… PERO… ESO ES ASQUEROSO, LUIS!!!!

  • ¡No! No lo es, Julia… tú no lo entiendes… tus bragas despiden un olor que me… que me pone… ya sabes; debe ser el olor de tus flujos, no es por las bragas, me daría igual si tus flujos estuviesen en un pañuelo, en un calcetín, o en cualquier otra prenda; es por su olor, Julia: su olor me fascina; me pone.

Julia quedó muda al oírme. Me miraba con cara de desconcierto y se derrumbó de golpe en el sofá.

  • ¡El olor; dices que es el olor de mis flujos! Resulta que el olor de mis flujos te pone cachondo, Luis ¡Pero qué barbaridad me estás diciendo!

  • Sí… Julia… es por eso por lo que me masturbo con ellas… por eso paso a buscar cada mañana tu ropa… y yo pensaba que hoy estarías, como cada día, en la ducha y me daría tiempo a hacerme… eso; por eso estaba haciéndome… bueno, por eso me has pillado.

  • ¿Mi ropa? ¿Cómo cada día en la ducha?

Julia balbuceaba y repetía tontamente todas mis frases: parecía estar completamente alucinada. Como ida. De pronto reaccionó, muy alterada.

  • Luis… ¿desde cuándo estás haciendo esto? Y no me mientas… Por favor… No me mientas.

  • No sé, tú… a lo mejor unos cuantos meses; quizá medio año o así.

  • ¡¡¡¡¡¿MEDIO AÑO?!!!!! ¿Hace medio año que te corres con mis bragas?

  • Si… -dije torpemente-. Más o menos, medio año.

  • Te corres ¿“con” mis bragas o “en” mis bragas?

  • Sí… bueno, las dos cosas… a veces lo hago… según… sobre todo, las huelo; me pone muy cachondo el olor que deja en ellas tu coño; pero también me limpio con ellas después de correrme; otras veces me corro encima de ellas. Depende.

Mis palabras sonaban estúpidas; intentaba justificarme, pero mis explicaciones resultaban aún más hirientes para Julia y faltas de todo sentido.

  • ¡Hace medio año que me estoy poniendo bragas en las que tú te has corrido! Luis… ¿no entiendes que eso es asqueroso? Peor aún… ¡¡¡¡¡ES REPUGNANTE!!!!!

  • No; bueno, Julia… luego las pongo a lavar… siempre me masturbo antes de meterlas en la lavadora… me limpio o me corro en ellas, pero luego las lavo: nunca te has puesto nada sin que haya pasado antes por la lavadora.

  • ¡Increíble! esto es increíble… no lo puedo entender. Pero ¿Por qué?, Luis, ¿Por qué haces eso? Dame al menos una buena razón. No puedo creer que no tengas una explicación, por extravagante que sea; aunque me cueste creerla.

  • No lo sé Julia… sólo sé que ese olor de tu coño es irresistible para mí… no lo puedo evitar… empezar a oler tus bragas y correrme es todo uno… cuándo me has pillado estaba a punto de correrme y acababa de empezar… hay días que lo he hecho varias veces; en alguna ocasión me he llevado uno de tus tangas a mi habitación: esas son las que mejor huelen. Me imagino que es porque como son tan estrechas por... por esa parte, ya sabes… por la zona del coño; pues me imagino que como se te deben de meter dentro… pues… eso, que huelen estupendo. Sobre todo si las recojo de tu habitación que es cuándo te las acabas de quitar; entonces huelen de maravilla. Algunas veces están incluso un poco húmedas. En una ocasión me las diste tú misma y aún estaban calientes... eso fue… esa vez fue estupendo.

  • ¿Estupendo?… yo… yo… yo… no sé qué decir... no se me ocurre… nada…

Julia estaba empezando a tartamudear. Aquel broncazo inicial se estaba diluyendo por momentos; intuí que quizá Julia empezaba a comprender mis sentimientos hacia ella y estaba, si no dispuesta a perdonar lo que ella consideraba una gran ofensa, sí al menos un tanto inclinada a intentar entenderme.

Era el momento adecuado. Tenía que aprovechar aquella ocasión; rebajarme todo lo que fuera preciso, darle toda la razón en su crítica a mi conducta y, después de eso, recomponer en la medida de lo posible nuestra futura relación. Hay veces en que es necesario retroceder, para poder coger un nuevo impulso y saltar más lejos.

  • Mira, Julia, siento que te hayas enterado así… y también entiendo que no te guste. Tienes toda la razón y todo el derecho a criticar mi conducta. Me lo merezco. Eso y mucho más. Imagino que debes sentirte muy incómoda pensando que tengo controlada toda tu ropa interior y sabiendo que las braguitas que llevas puestas ahora mismo han estado cubiertas muchas veces por mi leche o que han estado en contacto directo con mi polla, pero intenté decírtelo la semana pasada… de verdad que lo intenté… pero no me atreví, Julia. Me dejaste muy cortado con la perorata que me soltaste cuándo te pregunté si te gustaría ver cómo me hago una paja, y cuando te lo pedí… tu respuesta fue tan tajante… me cortaste muchísimo.

  • Pero, pero, Luis, escucha…. no fue ningún discurso… intentaba poner las cosas claras. Yo… yo no entiendo cómo hemos sido capaces de llegar a esto…

  • Yo tampoco, Julia. Te juro que solo intentaba conocer cosas respecto a las chicas. Soy muy tímido. Lo sabes. Pero todo se ha enredado.

  • Empezaba a temérmelo después de las últimas escenitas estos días atrás, -continuó Julia-, y ¡mira que intenté explicártelo con toda mi buena fe! Pero ahora veo que ya es tarde. Esto no tiene arreglo posible. Sobre todo, si es cierto eso que has dicho de que te estás corriendo sobre mis bragas desde hace medio año.

  • Lo siento Julia… pero así es, y eso no lo puedo cambiar. Por mucho que me arrepienta; y sí que me arrepiento de ello. Pero lo hecho, hecho está.

Esa última frase fue la gota que colmó el vaso de la paciencia y tolerancia de Julia. Era una frase redonda; quedaba hasta bonita, pero ¿cómo coño no pensé en sus consecuencias? Era de una total y absoluta incoherencia. Acababa de decirle que me arrepentía, y soltaba: “Lo hecho, hecho está”. Como si  me afirmase en mi actuación. Decididamente era un IMBECIL; UN ABSOLUTO Y TOTAL IMBECIL. LA ACABABA DE CAGAR OTRA VEZ. Y ESTA NO TENIA YA  REMEDIO.

Julia se levantó… y sin decir absolutamente nada más, salió del salón, dejándome allí con tres palmos de narices, como un pasmarote. Ni siquiera me dirigió una mirada. Ni me mostró su desprecio. Salió del salón como si yo no existiera. Ignoró mí presencia. Salió y subió a su habitación.

Aquel ignorarme; aquella indiferencia hacia mí fue lo que más me dolió. Entonces comprendí claramente que todo había acabado; había perdido por completo la confianza de mi hermana; nunca más volvería a oír historias eróticas contadas por ella, ni me daría más lecciones de sexo. Nuestra relación entraba en una crisis imposible de superar. Y, por supuesto, ya podía olvidar para siempre mis planes para poder llegar hasta su maravilloso cuerpo. Todo estaba ya perdido; absolutamente perdido; destrozado; muerto; kaputt.

Ni tan siquiera pasó por mi mente la peor de todas las consecuencias que aquello podía acarrear: que Julia se lo contase a nuestros padres. Tenía la esperanza; quería; estaba seguro de que Julia no me castigaría así. Julia es generosa, me decía. No hará eso. Es mi hermana. No puede odiarme tanto. ¿O, quizá sí?

Me levanté derrotado del sofá, subí despacio a mi habitación y me encerré. Aquel día no tuve ánimo ni ganas para nada; ni siquiera pude hacerme una sola paja. Estaba realmente hundido; estaba hecho polvo. Kaputt. También estaba terriblemente asustado de las consecuencias que mi abominable comportamiento podía tener para la convivencia familiar. En resumen. ESTABA ACOJONADISIMO.

Julia y yo no volvimos a cruzar palabra en todo el día; ni siquiera nos volvimos a mirar a la cara.

Pasé un día horrible. Y las semanas que siguieron fueron por el estilo. Yo vagaba por la casa como un alma en pena. Hacia mis trabajos, iba al Insti y al volver me encerraba en mi cuarto. Solo intercambiaba con Julia las palabras imprescindibles para llevar a buen puerto las tareas comunes. Mis masturbaciones no pasaron de alguna que otra paja, pero en una medida infinitamente menor que lo que yo acostumbraba; hasta me costaba trabajo motivarme; mi libido había caído a niveles tan bajos como impensables para mí.

Me costó mucho trabajo aparentar normalidad en presencia de mis padres.

Todo lo contrario que Julia, que se mostraba alegre y dicharachera, como era su natural; lo que hacía que me encerrara más en mí mismo. Llegué a considerarme como un ser deleznable; una especie de depravado sexual, indigno de Julia.

Pero no hay mal que 100 años dure -ni cuerpo que lo resista-. Llegó el momento en que Julia debió considerar que ya había penado suficientemente mi pecado y decidió levantarme el castigo.

La víspera de San Juan era sábado; no quise levantarme temprano. De poco me serviría; mi rutina diaria había quedado destrozada tres semanas atrás. No tenía ya ningún aliciente que me animase.

En consecuencia, cuándo sonó el despertador no me levanté; me quedé en ese estado de duermevela que antecede al momento fatal de levantarse, dejando que pasara tranquilamente el tiempo, pensando: otro día de tormento. ¿Hasta cuándo durará esta tortura? Estaba perdiendo toda esperanza de que eso terminase algún día.

De pronto me sobresalté al oír unos golpes en la puerta.

-Luis. ¿Aún duermes? -sonó la voz de Julia al otro lado de la puerta-.

  • Mmmmmmmhhhh… ¿qué?… ¿qué quieres? -le contesté, haciéndome el dormido-.

  • ¿Puedo pasar?

  • Eh, sí... claro, pasa, pasa. Qué raro -pensé-.

Julia abrió la puerta, pero no entró. Llevaba puesta una falda de esas de tipo cheerleaders de equipo, y un top que le aprisionaba las tetas hasta casi aplastárselas. Pude contemplar su liso vientre hasta el comienzo del elástico de la falda. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Mi hermana estaba en la puerta de mi habitación y daba la impresión de estar de buen humor. No me lo podía creer. ¿Qué milagro había sucedido? ¿O vendría luego el desengaño y sería aún más cruel?

De pronto vi volar algo hacia mí… y cuál no fue mi asombro, cuándo vi lo que aterrizó sobre mi cama: unas braguitas de Julia; ¡me las había lanzado ella misma desde la puerta!

Las cogí y las miré… después volví la vista hacia Julia que permanecía allí de pié, mirándome con cara de recochineo. -Debí poner una cara de imbécil de mucho cuidado, ya que Julia me espetó-.

  • No pongas esa cara, hermanito… -me dijo sonriendo espléndidamente-. De todas maneras te las ibas a ingeniar para conseguirlas por tu cuenta, ¿o me equivoco? Pues para eso, ¡prefiero dártelas yo!… y te advierto que, ¡me las acabo de quitar!… están jugositas… bueno, me voy a la ducha… ¡pásatelo bien, Luisito!

Volvió a sonreírme, disfrutando de mi cara de desconcierto, y se fue,  cerrando la puerta de golpe.

Estuve tentado de pellizcarme. Aquello no podía estar sucediendo. Soñaba. Eso era; estaba soñando. Era imposible un cambio así en Julia de la noche a la mañana. Ayer estaba igual de hosca que las últimas semanas. No podía ser; no podía ser, me repetía una y otra vez.

Pero era cierto. Yo estaba despierto. Despierto por completo. Y allí estaban las braguitas de Julia. Jugositas; tal como había dicho y pude comprobar tras una somera inspección.

No tuve tiempo de llegar a sacarme la polla del pantalón del pijama… en cuánto cogí aquellas bragas, sentí aquella extrema humedad y aquel olor fuerte y penetrante, los chorros de esperma empezaron a brotar de mi capullo. Una vez más lo puse todo perdido, ¡¡¡¡QUE CORRIDA!!!! Con el tiempo que hacía que no disfrutaba de una buena paja, mis huevos debían estar repletos de esperma.

Me cambié rápidamente y baje a toda mecha a la cocina. Encontré allí a Julia, que limpiaba la campana extractora.

Tenía que agradecerle su regalo. Tenía que decirle algo… tenía que hablar con ella sobre ese cambio… Tenía que decirle tantas cosas… pero Julia se me anticipó y no me dejo articular palabra.

  • ¡Ah! ya estás aquí. Sí que has tardado poco hermanito… ¿Ya estás? ¿Ya has terminado la rutina?

  • Er… sí… ya… ya estoy -dije completamente cortado-.

  • Bueno… traerás las bragas ¿no?… si es así mételas en la lavadora… espero que no te olvides nunca de hacerlo: no me gustaría ponerme unas y encontrar alguno de tus “regalitos”. ¿De acuerdo?

  • Si… si las traigo… están, bueno, aquí están… toma…

Alargué la mano y le enseñé las braguitas negras que me había tirado sobre la cama apenas hacía unos minutos, con las muestras de mi hazaña.

  • ¡Oyeeee!… no me acerques eso… ¡por favor!… pero, por Dios, si las has dejado empapadas… ¿qué has hecho?  ¿Te has corrido cinco veces encima de ellas o qué? No pretenderás que encima las meta yo en la lavadora… venga va... eso lo puedes hacer tú… ¿no?

  • Ay… si claro, claro… -dije, apartando las bragas de su vista, escondiéndolas tras mi espalda-. Es que hacía tanto que no me corría; como me has tenido castigado todo este tiempo, pues… eso. Que tenía los huevos a reventar.

  • No me digas que has estado a dieta. ¿No me habrás escamoteado algún tanga o algo parecido? Mira, Luisito que ya no puedo fiarme de ti.

  • No, Julia. Te lo juro. Alguna vez me he hecho una paja, pero nunca ha sido como antes. No paro de reprocharme cómo me he comportado contigo. Ni siquiera me he atrevido a pedirte perdón. No he tenido valor para hacerlo, Julia. Y mira que estoy arrepentido de todo. Pero es superior a mí. No me he atrevido a hablar contigo y pedirte disculpas por todo lo que te he hecho. Solo espero que me perdones algún día. Solo eso, Julia. Solo eso.

Fui hasta el cuarto de la ropa y las introduje en el bombo de la lavadora. Cuando volví a la cocina Julia estaba sobre una silla limpiando la parte del  interior de la campana extractora. Su perfecto culito quedaba a la altura exacta de mi barbilla; tuve una fuerte tentación de mirar por debajo de su faldita, pero me contuve. No quería un nuevo conflicto.

  • Oye Julia, dije, con la voz más cautivadora que pude modular.

  • ¿Qué? –Respondió-, mirando hacia abajo desde el interior de la campana.

Al mirar yo hacia arriba me di cuenta de que el top se le había deslizado un poco hacia sus pechos y me dejaba vislumbrar parte de sus tetas por la parte de abajo.

  • Oye… esto de hoy… lo de que me des tus bragas y tal… ¿A qué viene ese cambio? Creí que estabas muy enfadada conmigo. Has estado más de un par de semanas sin siquiera mirarme. No... No me digas nada… no me quejo… sé que me lo merecía. No te lo reprocho. Pero este cambio…

Julia bajo de la silla, se apoyó sobre la encimera de mármol y empezó a componerse el top.

  • ¿Sabes qué día es hoy?, Luis.

  • Claro, 23 de Junio.

  • y ¿Sabes que hacían los antiguos tal día como hoy? Buscaban por los rincones y los desvanes; cogían todos los trastos viejos que encontraban por la casa, los acumulaban en un montón y los quemaban. Querían deshacerse de lo viejo, de lo que ya no sirve, y dar la bienvenida a lo nuevo; al sol; a la luz; al verano.

  • Ya; ese es el origen de las hogueras de San Juan. Se celebran en toda la costa mediterránea.

  • Pues eso he querido hacer yo contigo, Luisito. Lo viejo ya no vale; no sirve. Aquello es pasado. Guardarlo en nuestro corazón solo nos sirve para vivir amargados. No sé tú; pero yo no quiero vivir así.  Hoy tenemos que festejar que hay algo nuevo que es digno de disfrutarse, Luis. La vida nos espera. Vivámosla a tope.  Vivamos el presente, pero sin olvidarnos del pasado; así evitaremos repetir los errores. Ven, Luis; dame un beso hermanito.

Me acerqué a Julia y le fui a dar un beso de los que solíamos intercambiar; un beso de hermano.

Pero Julia me cogió y me dijo. Así, no: ASÍ. Y me estampó un beso en plena boca que me dejó sin el más mínimo aliento. Cuando me soltó, resoplé.

  • Qué, Luisito ¿Sorprendido?

  • Joder, Julia. Vaya beso. No es de hermano que se diga.

  • No; no lo es. Ha sido un entrenamiento para los que tendré que dar esta noche en la playa al saltar la hoguera. Hoy he querido besarte de esta manera para compensarte un poco de todo lo que te he hecho sufrir. Te lo merecías. Que conste. Pero un delincuente siempre tiene derecho a optar por la reinserción. Has pagado tu pena y ahora tienes la oportunidad de volver a la sociedad. Tienes derecho a volver a tener una hermana. No lo estropees, por favor. No lo estropees.

  • Yo también estaré esta noche en la playa. ¿Me volverás a besar así?

  • Pues claro; tonto, más que tonto.

  • Ya, gracias, Julia. Estoy muy nervioso. No me esperaba esto, la verdad. No sé qué decirte. O sí. TÚ SI QUE ERES UNA BUENA HERMANA. Pero, lo de las bragas, eso de tirármelas esta mañana. ¿Por qué lo has hecho?

  • ¡Ah! eso… bueno… verás… después de lo que pasó hace tres semanas, he pensado mucho. Sigo estando bastante enfadada, pero he recapacitado y creo que yo no soy quién para decirte cómo tienes que vivir y disfrutar tu sexualidad: debes hacerlo como prefieras. No puedo, ni debo, ser tu juez y, mucho menos, determinar cómo tienes que comportarte en materia sexual. Debes tener plena autonomía para tomar tus decisiones: acertadas o equivocadas. Lo único que me importa, y mucho, es que laves muy bien esas bragas; no quiero ponerme ninguna que pueda tener “restos” tuyos. Eso sí que me molestaría mucho.

  • ¡Ah!… bueno… si es por eso, puedes estar tranquila. Te prometo que las lavaré dos veces, si hiciera falta… pero no me refería a la higiene. Me refería más bien a ese asunto de que me des tus bragas recién quitadas y tan jugositas como estaban estas de hoy.

  • Bueno… ¿Y qué?… Es lo que te acabo de decir. Vive tu sexualidad como más te guste. Si para ello necesitas mis bragas, no pasa nada: te las doy yo misma. Si no te las diera, buscarías la manera de conseguirlas… ¿no?... pues mejor que sea así: yo te las doy y en paz.

  • Si... si… vale… si me parece estupendo… ¡¡¡no tengo nada que decir!!! -dije yo riéndome un poco-.

Julia empezó a reírse a su vez.

  • Las bragas de hoy; esas que me has dado hace un rato… ¿sabes? ha sido algo muy especial para mí; de verdad, Julia. Estaban completamente mojadas y olían muy bien: gracias. Me he pegado una corrida increíble… no he tenido ni que tocarme… bueno, de hecho me he corrido encima del pijama, sin llegar a quitármelo. Luego me he tenido que limpiar la polla con tus bragas.

  • ¿Te has corrido encima sin tocarte? ¡Vaya! Pues sí que te ponen cachondo mis bragas, Luisito.

  • Te lo juro, Julia… no te lo puedes ni imaginar. Ya te he dicho que estaba a reventar.

  • Estás en lo cierto Luis… esas bragas eran especiales… no creo que nunca hayas tenido otras en parecidas circunstancias en tus manos: acababa de hacerme una grandísima paja con ellas puestas… por eso estaban tan mojadas y por eso era tan fuerte el olor de mi flujo. Quería dártelas bien recientitas.

  • ¡Julia!… ¿de verdad?  -Dije, completamente alucinado y con la boca abierta-.

  • De verdad.

Y mi hermana me sonrió, pícaramente.

  • Julia… mira, tengo algo que decirte. Por favor, escúchame… no me interrumpas… no me cortes… esas bragas tuyas son lo más cerca que puedo estar de tu coño, lo sé; entendí perfectamente lo que me dijiste el otro día. Es más, esas bragas son lo más cerca que podré estar en mucho tiempo de un coño, aunque no sea el tuyo, tengo casi quince años y creo que me faltan unos cuántos para poder conseguir que alguna chica me enseñe su coño. Me gustaría preguntarte cuándo fue tu primera vez… a qué edad lo enseñaste tú. Así sabré a qué chica me tengo que dirigir. Pero si eso te incomoda, déjalo estar. No quiero que te sientas agobiada.

  • Qué ingenuo eres, Luis. Primero tienes que estar con una chica que te guste y luego, poco a poco vais haciendo cositas, hasta que lleguéis a eso.

  • Ya, o sea que me tengo que buscar la vida.

  • Más o menos, pero si te quedas más tranquilo te explicaré algo sobre lo que me has preguntado.

  • Vale, Julia, cuéntamelo.

  • Te dije un día, que vi la primera polla en 2º, a los 13 años. Bueno; a finales de curso ya casi tenía 14, y me había enrollado con un chico, Javier, de 4º. Él tenía 15 años y fue al primero que le hice una paja. La suya fue la primera polla que vi y el mío fue el primer coño que vio el. Como mi amiga Lía me dijo que ya lo había hecho -lo de joder-, Javier quería que nosotros lo hiciésemos también, pero yo no me atreví. Así que le hice la paja y le enseñé el coño. Quedamos en hacerlo del todo el siguiente curso. Pero no lo hicimos. Ya te explicaré algún día por qué. ¿Satisfecho?

  • Sí; gracias Julia, pero lo que quería decirte es que necesito ver cómo te haces una paja… lo necesito, Julia. Te lo pido por favor… no puedo seguir oliendo cada día tus bragas, imaginándomelo tan sólo. Quiero verlo; necesito verlo… necesito ver cómo disfrutas y juegas con tu coño hasta que te corres. Me gustaría mucho poder mirar mientras lo haces. Bueno déjalo, ya me estoy metiendo en otro jardín. No me hagas caso. Olvídalo.

Julia se puso nuevamente un tanto seria

  • ¿Ya estamos otra vez? No Luis; lo siento, pero eso no puede ser. De verdad que no. No es por ti, Luis… simplemente es que no puede ser. Yo… yo… no me sentiría cómoda… masturbarse es un acto muy íntimo… dudo que si lo hiciera delante de ti pudiese correrme… es algo que me incomodaría… lo siento, pero no puedo... y, además, no creo que deba hacerlo.

  • Vale, lo comprendo… eso sería, como tú dices, ir… demasiado lejos ¿no?

  • Eso es, hermanito.

  • Bien pues, entonces, mírame tú a mí.

  • ¿Que te mire yo?

  • ¡Sí! Mírame tú como me masturbo. Quiero que mires mientras me hago una paja… a mí no me importa. Tú ya has visto a muchos chicos hacérsela y se la has hecho tú también ¿no? Bueno, yo no quiero que me la hagas tú… aunque no me importaría que me la hicieras… sólo te pido que me mires mientras que yo me la hago.

Julia permaneció callada, quizás pensando en la oferta que su hermano le acababa de hacer.

Decidí continuar; ahora que había llegado tan lejos no era el momento de quedarme callado.

  • ¿Llevas bragas ahora?

  • ¿Eh?… claro… sí… claro que llevo bragas.

  • Vale, pues vente conmigo al cuarto de baño… ¡vamos!... ¡no te quedes ahí! ¡Ven!

Y empecé a andar hacia el cuarto de baño del primer piso…. ése era más grande que el de abajo. Digamos que era el cuarto de baño “de bonito” muy amplio y tenía la mampara del baño de espejo.

Julia permaneció un momento en la cocina.

Mientras yo subía me pareció oírla decir.

¡Qué diablos! Es verdad que se las he hecho a bastantes, ¿Por qué no voy a ver a mi hermano?

  • Espera, que voy -mientras venía tras de mí-.

Yo entré en el baño y esperé. Julia llegó poco después, pero se quedó en la puerta. No entró.

  • Bueno… venga… Dame tus bragas ¡¡Dámelas!!

  • ¿Quéeeee?… ¿ahora?… ¿quieres que me quite las bragas ahora? ¿Aquí?

  • ¡Claro!... Venga; date prisa. No te preocupes, no voy a mirar… Además, si no quieres no te veré nada; te las puedes quitar por debajo de la falda.

Julia sonrió y me dijo:

  • Bueno, vale... ¡pero no mires ¿eh?!

Me volví de espaldas, pero podía verla porque estaba frente al espejo de la mampara.

Julia se metió ambas manos bajo la falda buscando los tirantes de sus braguitas; luego hizo varios movimientos de cadera, a la vez que empezó a tirar de las bragas hacia abajo.

Yo estaba ya sentado en la taza del inodoro y contemplaba el espectáculo de Julia tratando de quitarse las bragas sin que yo la viera nada. ¡Mi verga estaba ya tan dura como una piedra!

Por fin sus braguitas blancas aparecieron por debajo de su falda y vi cómo las deslizaba, piernas abajo. Julia seguía tirando de aquellas braguitas, que iban recorriendo toda la longitud de sus largas piernas, a la vez que se enrollaban sobre sí mismas, según mi hermana las hacía bajar. -Claro ¡por eso siempre me las encontraba de esa manera!-.

Julia alzó una pierna para sacarla de las braguitas. Su calzado deportivo, pasó fácilmente por el agujero de la pernera de su ropa interior, pero a continuación, al intentar hacer la misma operación con la otra pierna, trastabilló y casi pierde el equilibrio. Tuvo que dar unos saltitos laterales para no caer y como su faldita aún estaba algo levantada por habérsela subido un poco para quitarse las bragas, el movimiento que Julia realizó para evitar la caída me permitió vislumbrar por un instante su entrepierna; muy arriba, muy cerca de su coñito.

Fue una visión cortísima, pero sublime; ahí delante estaba mi hermanita quitándose su ropa interior para mí, y yo dispuesto a hacerme una soberana paja en su presencia.

  • Bueno, Luis; aquí las tienes; -dijo Julia- y me las lanzó desde dónde estaba. Esto es lo que querías ¿no?

Cogí las braguitas al vuelo y enseguida busqué ese punto dónde mi hermana dejaba impregnados sus flujos. Me las llevé a la cara y las olí largamente, disfrutando de ese inefable aroma que hizo que mi polla se endureciese aún más, si eso era ya posible. De nuevo sentí aquel dulce dolor de huevos que siempre precedía a mis mejores corridas.

  • ¡Estupendo!, exclamé, mirando a mi hermana, con agradecimiento. Julia tenía cara de sorpresa, en la que se reflejaban por igual, la curiosidad y la excitación.

Permanecía de pie junto a la puerta, aunque había ganado algo de terreno hacia dónde yo me encontraba. No sé si fue a causa de estar ya sin bragas, o lo hizo instintivamente, pero Julia empezó a acercarse a mí mirándome fijamente para no perderse el más mínimo detalle de lo que sucediera a continuación.

En ese momento, teniendo a mí hermana tan cerca, dirigí mi mirada al top que cubría sus pechos. Bajo él se había resaltado claramente un bultito en cada una de sus tetas. Sus pezones debían estar duros como piedras. Era evidente que mi hermana estaba bastante excitada.

No recordaba haberme fijado nunca tanto en sus pechos, pero la estrechez de la prenda que los aprisionaba hacía que se marcasen, perfectos, sus hermosos pezones bajo la tela, con lo que mi excitación crecía y crecía y mi polla pedía acción de inmediato, sin que ya nada pudiera  frenarla.

Dejé un momento las bragas sobre el depósito del inodoro y me bajé el pantalón del chandal hasta los tobillos. Bajo mis calzoncillos se podía observar una enorme hinchazón. Miré fijamente a Julia, que dio un paso más hacia mi posición en el baño; aquello que estaba mirando tan atentamente la interesaba sobremanera: eso estaba clarísimo.

Escruté la cara de Julia más detenidamente y pude observar un leve humedad sobre su labio superior ¿estaría sudando? Sus dientes superiores mordían ligeramente su labio inferior, y eso le confería a Julia una imagen de pura lascivia; sus ojazos tenían un brillo especial y no se apartaban de mí paquete en ningún momento. Sin duda alguna, Julia estaba excitadísima.

Bien plantado frente a ella bajé por completo mis calzoncillos. Mi polla, libre ya de contención, saltó de ellos como un resorte, mostrándose ante Julia en toda su formidable erección.

Dirigí la mirada directamente a sus ojos y noté enseguida que Julia no me miraba a la cara; no: sus ojos estaban clavados fijamente en mi polla, yo diría que un tanto alucinada ante su tamaño y grosor. Julia parecía abstraída en la contemplación de mi hermosa verga. -Supongo que no esperaría ver ese ejemplar en un crío de apenas quince años-.

  • Julia, quiero preguntarte algo. Ahora que me la estás viendo… es, me refiero; la mía… esta… ¿es una polla normal?... en cuánto a tamaño y eso… ya sabes.

Esas palabras fueron excusa suficiente para que Julia se acercase aún más. Julia ya estaba a un metro escaso de mi palpitante polla y no quitaba sus ojos de ella.

  • ¿Normal?… sí... bueno... tienes solo catorce años; yo diría que es algo más que normal... para tu edad; sí, Luisito, tu polla: ¡¡¡ESTA MUY BIEN!!! Luisito; ¡¡¡TIENES UNA POLLA FANTASTICA!!! -respondió- en un tono altamente emocionado y un poco quebrado por la alta excitación que la poseía.

Me senté en la taza del water y cogí sus bragas, me las puse sobre la cara, cerca de la nariz, me agarré la verga con la mano derecha y empecé a meneármela a un ritmo pausado; quería y tenía que disfrutar al máximo de ese momento.

Me deleitaba con los recorridos de subida y bajada de mi mano en torno al falo, que llevaban el prepucio a cubrir casi por completo el glande, para luego dejarlo descubierto, terso y brillante, con la aparición de las primeras gotitas que preceden a la eyaculación.

Realizaba todo este ritual de forma pausada, dando lugar a que Julia no perdiera de vista uno solo de mis movimientos. Mientras mi mano subía y bajaba por mi polla, todos mis sentidos se concentraban en observar, atentísimo, todas las reacciones y el comportamiento de mi hermana.

Julia ni tan siquiera pestañeaba. Tenía todos sus sentidos atrapados en ese vaivén de mi mano alrededor de mi verga. Estaba totalmente abstraída en la contemplación de lo que allí se realizaba ante sus propias narices.

Yo  podía verla entre los encajes de sus bragas, y me di cuenta que, a la vez que yo incrementaba el ritmo de mi masturbación, sus manos enseguida se deslizaron en busca de su coño. Su mano derecha comenzó por tocarse la falda sobre él, muy levemente, y, poco a poco. Al mismo ritmo que yo aumentaba la velocidad con que meneaba mi polla, ella apretaba cada vez más la mano sobre su falda, a la altura en que estaría situado su coñito.

Esa visión fue demasiado fuerte para mí. Intenté dejar de movérmela a fin de retrasar un poco mi eyaculación, pero la cuenta atrás ya había llegado a cero y, como si del despegue de un misil se tratara, de mi polla empezó a brotar leche a borbotones y noté cómo parte de ella caía sobre mis piernas.

Casi por instinto, dirigí las siguientes ráfagas de semen hacia dónde estaba Julia, que había dejado de realizar aquellos movimientos con su mano, para concentrarse únicamente en la extraordinaria visión de mi corrida. Forcé mi polla hacia abajo para hacer que mi capullo apuntase en su dirección, sin riesgo de alcanzarla directamente: era el mejor regalo que podía ofrecer a Julia por haber accedido a mis deseos.

Noté de nuevo cómo otra embestida de placer me sacudía, a la vez que mis huevos continuaban vaciándose de semen. Otro chorro salió catapultado de mi capullo con tal fuerza, que cayó a muy pocos centímetros de los pies de Julia; -pese a todas mis precauciones, ¡estuve a punto de salpicarla!- Sentí cómo mi mano se calentaba con el contacto de mi verga y la leche que no cesaba de manar de ella.

Mi placer fue inmenso, inenarrable; cómo nunca lo había sentido antes. Aquella fue la mejor paja de mi vida. Pero no quise cerrar los ojos en ningún momento: allí, frente a mí, con una expresión llena de lujuria bailando en sus brillantes ojos, estaba Julia; mi querida hermanita Julia, que miraba con un gesto de incredulidad todo lo que acababa de suceder ante sus atónitos ojos.

  • ¡Vaya! ¡Luis!… ¡¡Qué corrida!! pero ¿no acababas de correrte antes en tu habitación? ¡¡¡Has soltado una cantidad increíble de leche!!!

  • Sí, -dije entre jadeos- pero es que ha sido increíble… hacía tanto tiempo… y estabas tú, Julia; ahí, mirándome, ¡y sin bragas! Y has estado tocándote el coño. No me lo niegues. Te he visto, y verte hacer eso me ha puesto más cachondo aún.

  • Sí… bueno… -dijo Julia, visiblemente cortada- sí que la tienes bastante grande para tú edad… ¡y te has corrido con tantas ganas! Nunca había visto correrse a nadie así… has soltado mucha leche… Luis. Te aseguro, hermanito, que algún día harás muy feliz con ese “aparatito” tuyo a más de alguna muchacha ¡Ni mi Manolo se corre de esa manera!

  • Vaya, gracias, Julia…. no me había parado a pensar que tenías con quién compararme… -dije jocosamente-  mientras me limpiaba la polla con sus bragas. Me esmeré en dejarla completamente seca.

Julia me miró de nuevo a los ojos por un instante. Los suyos tenían un brillo muy intenso y extraño, que jamás le había visto antes. Bajó de nuevo la mirada hacia mi polla, que yo aún manoseaba lentamente, alargando el placer de mi corrida. Su mirada recorrió toda mi verga, escrutándola. Pude casi notar el contacto de sus ojos en mi miembro, como si se tratase de unas manos etéreas; después contempló los restos de leche esparcidos por mis piernas y por el suelo y se detuvo a observar un pequeño charco de semen a sus pies. Yo diría que Julia se estaba deleitando con la visión pormenorizada del resultado de mi corrida. Creí que se agacharía para verlo mejor, pero eso no llegó a ocurrir.

Pareció que Julia empezaba a despertarse de un sueño. Dio unos pasitos atrás y empezó a estirar su falda hacia abajo, tratando de recomponerse y recobrar en lo posible el control de sus emociones.

Su mirada dirigió la atención de nuevo hacia mi polla. Estaba empezando a perder un poco de su erección y aproveché para cogérmela de nuevo desde la base, junto a mis testículos y, haciendo presión sobre ella, deslicé mi mano hacia el capullo: los restos de leche acumulados dentro de mi verga afloraron por la parte superior y se derramaron sobre mi glande, descendiendo por toda la longitud de mi aparato hasta acabar formando un pequeño depósito de semen en la base de mi polla, donde se mezclaron con el poco vello púbico que tenía. Las bragas de Laura sirvieron nuevamente para limpiar esos restos de leche acumulados sobre mis huevos.

Julia no perdió detalle de toda esa operación. Permaneció allí plantada, con la boca semi abierta, una mirada de deseo incontenible y una excitación imposible de ocultar.

  • Me temo que tendrás que coger otras, murmuré quedamente al enseñarle sus braguitas, que goteaban, literalmente,  leche por todos lados.

  • Sí, claro, claro… -dijo al cabo de un instante-, con un ligero balbuceo.  Bueno, Luis. Recoge esto; voy a mi cuarto a vestirme.

Julia se dio la vuelta para salir del baño.

  • ¡Julia!, volví a llamarla yo.

Julia se giró hacia mí.

  • No me dejes así. Dime algo. ¿Te ha gustado?

  • Sí, Luis; claro que me ha gustado. Ha sido estupendo verte; pero ahora termina con esto y vamos a seguir con las tareas de casa, antes de que vengan los papás y se las encuentren a medias.

Diciendo eso me dejó en el baño y se metió en su cuarto. Tardó algún tiempo en bajar, y estoy seguro que debió hacerse una sesión de dedillo fabulosa.

Mi conclusión fue que yo también podía excitar a mi hermana. Me sentí orgulloso y muy contento por ello.


Esta masturbación marca un hito en la relación entre los hermanos, pero Luis quiere llegar aún más lejos. Lo seguirá intentando sin rendirse jamás.