Mi hermana Julia - 2

Sobre una idea de Kovaliov;(Sept2005), corregido y aumentado. Tras su excursión nocturna a la habitación de Julia, Luis vive subyugado por una idea: convencer a su hermana de tener algún tipo de sexo con él. En esa dirección se afanará obsesivamente; pero Julia comienza a tomar algo de protagonismo.

Aquella noche influyó mucho en el desarrollo posterior de mi vida cotidiana; ya no podía mirar a Julia sin recordar aquella magnífica visión de su cuerpo desnudo. Y no me refiero a que estuviera tan avergonzado que ya no me atreviese a mirarla a la cara; todo lo contrario. Lo mío no era vergüenza o remordimiento por considerar que había hecho algo malo; no. Para mí no existía maldad en mi viaje a su dormitorio, era: ¡¡¡simple y llanamente absoluta excitación!!! Cada vez que lo recordaba revivía en mi mente las imágenes de Julia, yacente en su cama, con todos sus encantos a la vista. Eso me hizo extremar mi cuidado y aguzar el ingenio para llegar más lejos.

A partir de ese día, ver a Julia por casa implicaba fijarme en el tipo de sujetador que llevaba, -o que yo imaginaba que llevaba-, bajo sus camisetas; suponía también extasiarme con su hermoso trasero; ni grande ni pequeño; con el tamaño justo y ligeramente respingón.

Siempre que coincidía con Julia en una escalera; en casa o en el insti, siempre subía detrás de ella, dejando un par de escalones de distancia para que mi vista quedase a la altura de sus glúteos. Intentaba adivinar, por las costuras que podía ver resaltadas en su pantalón, qué tipo de braguitas llevaba; imaginaba sus braguitas tanga metidas entre los preciosos labios de su vulva, mojándose por los flujos que se desprendían de su vagina, anticipo de mi satisfacción al olerlas antes de meterlas en la lavadora.

Nunca antes me fijé tanto en mi hermana; el simple hecho de quitar la mesa y que se agacharse a coger un cubierto que se hubiera caído al suelo, era un acontecimiento, porque me permitía ver ese maravilloso canal que formaban sus dos preciosas tetas en el escote de su blusa. Atisbaba cualquier oportunidad para intentar ver algún centímetro más de su piel, sobre todo en aquellas zonas que me martirizaban. Mi imaginación me transportaba a ese mundo ideal, en que Julia sería solo para mí. Todo cambió a partir de aquella noche… y también mis planteamientos para lograr acceder a los favores sexuales de mi hermana.

Pero no todos los cambios fueron positivos; no. También se despertó en mi interior una especie de Pepito Grillo. Sí; ese que personifica la conciencia y es compañero constante de Pinocho, y le reprocha sin cesar sus errores y malas acciones.

Esta especie de remordimiento;  de saber, por un lado, que quizá habría obrado mal y, por otro, que me era imposible dejar de pensar en seguir intentando ver a mi hermana desnuda, me mantuvo en lucha y desasosegado durante un par de semanas.

Al final la carne venció; y eso que dicen que la carne es débil. Ya lo dice el refrán: tiran más dos tetas que dos carretas. Y qué tetas tenía Julia.

Estaba completamente decidido a llevar mis intenciones lo más lejos posible. Tenía que haber una forma de dar a entender a mi hermana lo que yo estaba sintiendo por ella; las emociones que ella despertaba en mí; tenía llegar a acariciar sus tetas, chuparlas, poder correrme en ellas o sobre ellas.

No sabía cómo conseguirlo y eso me mantenía en un estado casi febril: me obsesionaba. Todo eso pasaba continuamente y sin descanso por mi mente calenturienta, que lo distorsionaba todo.

Tanto que las miradas que echaba a Julia cuando la veía con  algo que, a mí, me parecía insinuante o provocativo, aunque no lo fuera, no le pasaron desapercibidas.

  • ¿Qué miras, Luis? ¿Tengo monos en la cara?

Menos mal que Julia no reparó dónde tenía fija mi mirada: sus tetas, naturalmente.

Para mí, Julia se acabó convirtiendo en lo más parecido a un objeto sexual. Mejor dicho: no un objeto; más concretamente: un objetivo sexual.

Pero no veía la forma de poder lograrlo, es más; estaba seguro que no encontraría la forma de hacérselo entender. Si le deslizara a Julia cualquier referencia sobre ese asunto corría el riesgo de que se fuera con el cuento a los papás. Eso sería una verdadera debacle para mí.

Sin embargo, fue la propia Julia la que facilitó, de alguna manera, mis planes. Sucedió así.

Una de las tantas veces en las que me quedé embobado contemplando a Julia con un mini short y una blusita anudada por encima del ombligo, ella me abordó. Pasando una mano frente a mis ojos me espetó.

  • Despierta, Luisito. Pareces una estatua de sal. ¿Qué haces contemplándome así? ¿En qué piensas?

  • No… nada… Julia. Es que lo que te has puesto hoy te queda muy bien. Estás buen… -iba a decir que estaba buenísima- pero me contuve a tiempo. Eso que estás muy guapa. Eso... muy guapa.

  • ¿Y te das cuenta ahora, hermanito? Vamos a ver Luis. Hace días que te observo y se te cae la baba cuando me miras. Yo diría que, además de la baba… piensas… cosas. Y eso no me gusta nada, Luis. Pero que nada. Sé que estás en una edad difícil y lo entiendo. Yo también pasé por ella, pero eso no se arregla mirando a tu hermana de esa manera. Anda, vamos al salón y me cuentas qué es lo que te pasa.

Habíamos acabado ya las tareas de la casa y nos sentamos a charlar un rato. Todo fue más fácil de lo que yo pensaba.

  • A ver, Luisito. ¿Andas enamorado? ¿Qué chica te ha sorbido el seso? Porque las cosas van por ahí. ¿No?

  • No es eso, Julia. Sí que hay chicas que me gustan, pero no es eso. Es que no sé cómo tengo que acercarme a ellas sin hacer el ridículo. Soy muy tímido. ¿A ti no te pasó eso nunca?

  • Bueno, quizá sí, pero ya hace tiempo de eso.

  • Claro Julia. Tú eres mayor y por lo que he visto en el parque debes tener experiencia. ¿Por qué no me cuentas algo de lo que te pasaba a mi edad? A lo mejor eso me viene bien a mí.

  • Mira, Luis. Las chicas maduramos bastante antes que los chicos. Tú tienes 14 años y a tu edad yo ya había tenido mis aventurillas con los chicos. A los 13 años tuve mi primer novio. Tú eras un crío y no te enteraste de nada, pero mamá me lo detectó enseguida y me regañó; dijo que aún era muy joven para ese tipo de complicaciones. Ya tendrás tiempo, -me dijo- No te apresures, Julia. No te apresures.

  • Joder, Julia. A los 13; voy retrasado cantidad.

  • No hombre, no. Eso es normal. No te apures. Lo mío no fue un novio, novio. Era un chico que, a esa edad, me pareció estupendo. Más mayor que yo. Él tenía más de 15 años; casi como tú ahora.

  • ¿Y con ese chico ya hacías cosas como las que haces ahora en el parque? Sabes que te he pillado.

  • Oye; oye. Eso en un asunto privado. De eso ni se habla ¿De acuerdo?

  • Bueno, pero, al menos, me explicarás cómo se acercó a ti ese chico.

Me lo pensaré, me lo pensaré. Pero, ante todo, deja ya de mirarme de esa manera, no me gusta.

Esta conversación con Julia me dio la pauta: me convenía hacerme pasar por indocumentado en los asuntos relativos al sexo. Quizá despertase en ella la vena didáctica y conseguiría mis propósitos.

Pasaron unos días hasta que me dispuse a entrar en acción con el plan ideado:

Era un sábado por la mañana y nuestros padres estaban trabajando y no llegarían antes de las tres de la tarde. A Julia y a mí nos esperaba ese día toda una serie de tareas domésticas, de manera que cuándo llegasen a casa encontrasen la mayor parte de las cosas hechas.

Me hice el dormido a propósito, pero oí muy bien a mi hermana cuando se levantaba e iba hacia el cuarto de baño.

Julia se acercó a mi puerta y la aporreó con fuerza:

  • Luiiiiis… venga; levántate ya, que tenemos un montón de cosas que hacer.

La oí perfectamente pero no tenía la menor intención de levantarme. Mi plan era otro.

Al cabo de un rato pude oír a mi hermana nuevamente pasar ante mi puerta y luego bajar las escaleras.

Pasaron cosa de diez o quince minutos cuándo me percaté de que Julia venía escaleras arriba; en ese momento comencé a hacerme una paja rápida. Me llevó muy poco tiempo correrme y justo cuando mi hermana aporreaba otra vez la puerta yo lanzaba mi semen sobre el pantalón del pijama, que quedó bastante mojado.

  • ¡¡¡LUIS!!!…. ya está bien de dormir… ¿me oyes? Venga; levántate y ayúdame, ¿o piensas que te tengo que traer el desayuno a la cama? -gritó Julia desde el pasillo-.

Me levanté de la cama, con mis pantalones bien mojados, manteniendo todavía la erección. Me dirigí a la puerta; la abrí de golpe, miré al suelo y con cara de dormido, dije:

  • Ya voy, ya voy… joder Julia, estaba dormido.

  • Pues ya vale ¿no?; sabes que luego viene mamá y si no tenemos hechas las…

De pronto Julia paró en seco: miraba fijamente la mancha de semen en el pantalón del pijama y la elevación que producía mi polla bajo él. Era lo que yo estaba esperando.

Me giré rápidamente, fingiendo sorpresa, di la espalda a Julia y volví a entrar en mi cuarto. Cerré la puerta de un portazo y grité con toda la mala leche que pude simular:

  • ¡¡¡Te he dicho que ya voy, Joder!!! Déjame despertarme de una puta vez. -Me convenía parecer grosero. Quería amilanarla un poco-.

  • Bueno, vale, vale, no te enfades; te espero en la cocina -me dijo Julia con una voz muy apagada-.

Bien… la primera parte de mi plan funcionó a las mil maravillas… el resto era cuestión de tiempo y de echarle el suficiente teatro al asunto.

Me quité el pijama y fui a darme una ducha… después de eso me vestí tranquilamente con ropa de deporte y bajé a la cocina.

Allí estaba Julia, pasando la escoba y con varios útiles de limpieza por en medio.

  • En la nevera tienes el desayuno, dormilón.

  • Vale, gracias -dije secamente, sin mirarla a la cara-.

Esa fue, prácticamente, toda la conversación que mantuvimos mientras Julia limpiaba y yo desayunaba.

Una vez acabadas las tareas domésticas, Julia se fue hacia el salón, puso algo de música en el equipo y se sentó a leer una revista.

Había llegado el momento que esperaba. Era la ocasión propicia para comentar con Julia lo que había sucedido en la puerta de mi cuarto.

Entré en el salón y me senté frente a mi hermana.

  • Oye, Julia…

  • Dime, ¿qué quieres ahora?

  • Respecto a lo de esta mañana… cuándo me has despertado… -dije mirando al suelo-.

  • Oye, oye; yo sólo he llamado a tu puerta… has sido tú el que ha abierto; yo no me he metido en tu habitación, que conste, y menos aún sin llamar… no me esperaba lo que vi; es verdad; no te apures: no diré nada, ¿Vale?

Julia soltó toda la parrafada como avergonzada, sin mirarme y con la mirada baja, fija en la revista.

  • Ya, bueno… si no se trata de eso; me refiero a… no me importa que me hayas visto tú, pero…

  • Te lo repito; puedes estar tranquilo que no voy a abrir la boca; no me interesa. Me bastará con que barras esta semana el salón por mí. ¿Me harás ese favor, Luisito? Hoy por ti y mañana…

En ese momento Julia sí me miró y pude ver una sonrisa socarrona en su rostro.

  • ¡Vaya! Ya salió la contrapartida; pero mira que eres rencorosa y ventajista. Cómo abusas de mí; eres una aprovechada. Eso eres: una aprovechada.

  • ¡Anda! ¿Pero tú qué te crees? -dijo, mientras soltaba la revista sobre la mesita-. Te recuerdo que el experto chantajista de esta casa eres tú: cada vez que me has pillado en el parque con Manolo, bien caro que me ha costado.

  • ¡Ah! Este se llama Manolo. ¿Qué número de novio hace? ¿Doce? ¿Quince? ¿Veinte? He perdido la cuenta de tus “novios”; y con casi todos te pillo.

  • Mira, Luisito; eres odioso. Y un exagerado. No me has pillado con tantos. No te quieras hacer el gracioso conmigo. Además: tengo todos los novios que me sale del coño. No… como otros… Envidioso. La nena lo vale… Pero… dejémoslo. No diré nada; además, no podría ir con ese cuento a papá. Conociendo lo machista que es, hasta le resultaría gracioso y normal. Se descojonaría de risa.

  • Vaya un lenguaje grosero. No es digno de una “señorita”; hablas como si fueras una macarra.

  • Hijo; todo se contagia. Tú sí que eres macarra, haciéndote pajas continuamente. Díselo a papá. Te alabará. Prueba. A lo mejor hasta te sube la paga.

  • ¿Crees tú que a papá le parecería normal?

  • Si se lo cuentas, lo podrás comprobar.

  • No creo que me atreva, ni que él lo entienda.

  • Pues sí, Luis, sí; a todos los hombres eso os parece muy normal y, además, algunos presumen de ello… se supone que es algo que os ocurre a los chicos a según qué edades. Y siempre pensando en una chica; nos utilizáis hasta para eso, para haceros pajas. ¿En quién pensabas tú? ¿Eh? ¿En quién?

  • Vaya, Julia. Ya te salió la vena feminista.

  • Es que es verdad: solo pensáis en nosotras de una forma guarra; para pajearos. Estoy hasta: todos sois iguales. ¡Joder!, qué asco de tíos. No respetáis.

  • Julia; tú has tenido bastantes novios; por lo menos, yo te he pillado en el parque con varios. ¿Te pedían que les hicieses pajas?

  • ¿Pero en qué mundo vives, Luisito? Pareces un pipiolo. Te lo acabo de decir: los tíos no pensáis en otra cosa más que en el sexo. Con los novios solo se pueden hacer tres o cuatro cosas: dejarles que te follen; hacerles una buena paja o dejarles con un calentón de la hostia y que se jodan y se hagan la paja ellos.

  • Eso son tres cosas, Julia ¿Cuál es la cuarta?

  • Bueno; también los hay que te cogen de la manita, te miran a los ojos con cara de cordero degollado, y solo te dicen cursiladas, tonterías y gilipolleces; de todo hay; pero esos son los menos.

  • Y  a ti, Julia ¿Qué te piden los tuyos?

  • Oye, mocoso. ¿A ti qué coño te importa lo que me piden mis novios? Imagínate lo que quieras.

  • Vale, vale… no he dicho nada; ya veo que te molesta. Pero, tal como te suelo pillar en el parque, no creo que seas de las que le deja descontento. Para mí que tú no tienes tanta mala hostia.

  • Vaya; mi hermanito piensa algo bueno de mí.

  • Además, no estoy dispuesto a que pagues conmigo tu cabreo, ni a que me consideres como un machista. No sé qué te habrán hecho a ti los tíos, ni me importa; así que no me des más la barrila.

  • Perdona, Luis. No es por ti pero es que parece que los hombres no queréis otra cosa que meternos la polla al día siguiente de conocernos. Si os dejamos nos consideráis un putón, y si no nos dejamos os tenemos que hacer una paja. Es de lo más asqueroso. Pero eso son cosas mías. No me hagas mucho caso.

  • Bueno… no sé si será normal o no, la verdad… -y volví a mirar al suelo-. Pero lo que viste esta mañana.

  • ¡Pero bueno! -exclamó Laura-. ¿Me quieres hacer creer que es algo que te extraña? ¡Luis; por Dios! que tienes ya casi quince años. Que no será la primera vez que te haya pasado. Que no soy idiota.

  • Vaya; ya salió la sabelotodo… ¿me quieres hacer creer que tú hablaste en su día con mamá sobre esos asuntos?

  • ¡Oye! ¿Pero a ti qué coño te importa eso?

  • Ni me importa, ni me deja de importar; has sido tú quién ha sacado el tema y sólo estamos hablando ¿no?

  • Sí, bueno… Lo que pasa es que me resulta un poco raro estar hablando contigo de todo esto. Es que últimamente estoy muy susceptible. Perdona; son cosas mías. No las entenderías.

  • Pues yo no lo veo tan raro… me refiero… cuando te he pedido consejo en otras cosas siempre me has guiado un poco; al fin y al cabo tú siempre has pasado por todo antes que yo… por la edad, me refiero. No quiero patinar en este terreno ¿Sabes?

  • Ya, claro, Luisito, pero entiende que esto es un tema un poco delicado ¿Eh?

  • ¿Delicado? ¿Por qué?

  • ¡Ay! tú ya me entiendes, Luis; además ¿Qué quieres que te diga yo?

  • Pues es que ni yo lo sé muy bien… -dije, esforzándome lo más posible en ponerme rojo-; ya sabes, todo esto que me está pasando: lo de esta mañana.

  • Bueno, venga ¿qué quieres que te aclare? vamos a dejarnos de rodeos chorras y vamos a hablar claro, Luis: esta mañana estabas dormido y estabas soñando, tú sabrás con qué. Y te has corrido. Bueno. Eso les pasa a casi todos los chicos.

  • Pues no lo sé; no me acuerdo. Bueno de lo del sueño. Que no me acuerdo si estaba soñando.

  • Eso es lo de menos; suele ocurrir; me refiero a que estarías teniendo un sueño erótico.

  • Sí; eso es verdad… ¿Y por qué dices que suele ocurrir? ¿Tú también tienes ese tipo de sueños?

  • Me refiero a que suele ocurrir que olvides lo que has soñado. Joder, ¡Luis!… ¿no te parece que te estás pasando? -me dijo, malhumorada-.

  • Bueno va, déjalo; esto no conduce a nada; si ni siquiera te puedo preguntar algo… Tendré que buscarme la vida por mi cuenta. Como siempre.

  • No… oye… escucha… es que esto se me hace muy raro; no es muy normal que estemos hablando tú y yo de estas cosas.

  • Bueno; el que no lo hayamos hecho antes no significa que no lo podamos hacer ahora. A lo mejor es un buen momento para ello. ¿No crees?

  • Er… bueno, -titubeó Julia-, sí, me imagino que no hay nada de malo en ello; llevo tantos años aguantándote tus rollos, que esto no me parece de lo peor que me pueda pasar contigo.

  • Tranquila, Julia. Te juro que no seré como uno de esos novios tuyos. Bueno ¿Qué me decías? ¿Tú también tienes sueños… ya sabes… sueños calientes o húmedos?

  • Pueees…. Sí… A veces sí. Si un día vuelvo del parque muy caliente suelo tener sueños eróticos. Eso no tiene que ver con ser hombre o mujer. De hecho, a nosotras nos ocurre más jóvenes que a vosotros. A tus años tenía sueños muy a menudo.

  • ¿Te refieres a correrte en sueños y eso; no?

  • Bueno, no -dijo con una voz cantarina-; las mujeres digamos que no terminamos así… o sea, que no tenemos la forma de finalizar un sueño erótico como lo hacéis los chicos… ya sabes… eso de esta mañana… -y me miró a los ojos-. ¡No pongas esa cara! Luis; ya sabes de lo que te hablo: ¡¡¡de correrte!!! Hala; ya lo he dicho. Joder, que pelma.

  • ¡Ah, ya! –Dije, en voz baja, compungido-

  • ¡Ah ya!… ¿qué significa, ah ya?… sabes perfectamente de lo que te estoy hablando ¿verdad? -me espetó bruscamente-. ¿No era por eso por lo que preguntabas?

  • Sí claro, bueno… sí, en lo que a mí se refiere, o sea… yo ya llevo haciendo eso desde hace un año o así, bueno, y no sólo en sueños; es decir, que también me lo hago yo solo cuando estoy despierto.

  • Que te masturbas… ¿no? dijo Julia, volviendo a coger la revista y poniéndose muy seria.

  • Bueno sí… eso… -dije en voz baja-.

  • Vale… pero no tienes que avergonzarte; a papá todo esto le parecería de lo más natural… Por eso te decía que ir a contarle el numerito de esta mañana no me serviría de nada. Hasta me llamaría acusica. Hay, Luisito, Luisito; estoy harta de oírte en el cuarto de baño… a ver si te crees que soy tontita. No es muy normal que te pegues cada día un cuarto de hora encerrado a cal y canto. Está pegado a mi cuarto, Luis… te he oído hacértelo muchas veces.

  • Joder… Julia. ¡Vaya corte! No me lo esperaba.

  • Ja, ja, ja… -¡Te has puesto rojo! ¿Ves lo que consigues con tanta curiosidad? ¿Querías hablar? Pues, bueno; estamos hablando. Sigues tan crío.

  • Vale… si te burlas de mí, lo dejamos -dije apesadumbrado-.

  • No Luis, no me burlo; entiéndelo: es normal y natural que lo hagas… todos los chicos de tu edad lo deben hacer, y estoy segura de que tus amigos ya te habrán contado en más de una ocasión que se masturban ¿o no?

  • Sí, claro; lo que pasa es que eso de que tú lo sepas y que me hayas oído… jo; ya me podrías haber dicho algo.

  • Sí, claro, Luisito; si te parece, cada vez que te oigo cascártela voy a ir a decirte que por favor pares porque ya me tienes harta. Es que se te ocurren  unas cosas...

  • Bueno, sí, claro… prefiero que no me hayas dicho nada… -añadí, sonriéndola-. Creía que no te estabas enterando.

La conversación tomaba una dirección algo más relajada y falta de la tensión inicial; es lo que yo estaba esperando para no darle tregua con mis preguntas, cada vez más capciosas.

  • Oye Julia, vosotras, las chicas… o sea, quiero decir, tú también… ya sabes a parte de los sueños y tal. También….

  • ¿Que si nosotras nos masturbamos?

  • Sí, eso…

  • Pues sí… ¡pero oye!… ¿En qué estás pensando? ¿Qué coño hago yo contándote todo esto?

  • Bueno… tú me has oído y sabes que me meto en el baño a hacerme pajas, pero yo a ti nunca te he oído, y bueno, estoy en la habitación de al lado.

  • Joder… hermanito… es que debo de ser más discreta que tú. Aprende y no seas tan escandaloso.

  • Bueno, ya… vale, pero vosotras no tenéis… no tenéis, bueno, que eso no podéis hacerlo como nosotros los chicos, es decir que no…

Comenzaba a trabarme y mi polla estaba empezando a despertarse. Esperaba ansioso la contestación de Julia.

  • Bueno, Luisito, bueno; ¿No pretenderás que vaya a explicarte cómo se masturba una chica? -dijo Julia, con la voz más recia-. ¿De qué te serviría a ti saberlo?

  • Oye... pues sí… lo siento; debo de parecerte un gilipollas pero, ni me suponía que tú lo hicieras, ni puedo imaginarme cómo lo haces.

  • Mira, Luis; creo que nos estamos pasando. Ya vale de confesiones por hoy, y esto último me parece un tema que tendrías que tratar con otra persona; como papá, por ejemplo.

  • Y dale con papá. ¡Si claro! Ahora cuándo vuelva papá me voy a él y le digo que me has dicho tú que las chicas se masturban, pero que no me quieres decir cómo lo hacen y que me lo tiene que explicar él… de la ostia que me da me borra del mapa.

  • No seas bestia, Luis. No me refiero a eso.

  • Pues entonces ¿a qué te refieres?

  • No sé, oye… habrás de encontrar otro camino para enterarte… ya te he dicho desde el principio que este interrogatorio no era una buena idea.

  • Bueno, vale. Lo dejamos; veo que eres lo suficientemente mojigata para no querer tocar estos temas conmigo. Cuándo se trataba de mí, bien que has comentado todo lo que has querido, pero cuando tocamos tus temas; entonces: a pasar.

  • Joder, Luis; no paso… lo que ocurre es que… no sé… ¿cómo pretendes que yo te explique eso?

  • Mira Julia, pues no lo sé: pero lo puedes intentar; no me subestimes: a lo mejor, hasta soy capaz de entenderlo. Además, ¿cómo te enteraste tú de cómo lo hacen los chicos? es decir ¿cómo supiste que nosotros nos hacemos pajas?

  • Er… -dudó un momento- pues no sé… me enteré. Una se acaba enterando de esas cosas.

  • ¿Y cuándo te enteraste? ¿Hace mucho?

  • Hace bastante; sí.

  • Vale… alguien te lo explicaría… ¿no?

  • Sí; supongo que sí.

-¿Cómo         que supones que sí? ¿Es que ya hace tanto que ni te acuerdas? Venga, Julia. A lo mejor viste a algún chico cómo se lo hacía.

-¡Coño, no!… no seas bruto, Luis.

  • Pues entonces ¿Quién fue? Y no me digas que fue papá. Eso sí que no me lo creería nunca.

  • Bueno; fue una amiga del insti; mayor que yo.

  • Lo ves: una amiga mayor que tú. Pues entonces ¿qué tiene de malo que tú, mi hermana mayor, me lo explique a mí, tratándose, cómo se trata, además, de un asunto de chicas?

  • Pueeeeees…. -volvió a dudar- no sé… me estás liando, Luis, me estás liando.

  • No; no te estoy liando… lo que pasa es que tengo razón, y lo sabes, Julia: lo sabes; y aun así no me lo quieres contar.

  • Bueno, va... deja ya de dar la paliza; ¿qué es lo que quieres saber exactamente?

  • Pues eso… lo que te he preguntado antes… ¿cómo lo hacéis las chicas para correros?

  • Bueno… no se trata exactamente de eso: de correrse -me dijo ella girándose hacia mí y mirándome a la cara- ¿sabes? es algo un poco más complicado.

  • Soy todo oídos, Julia -respondí enseguida; cuenta, cuenta.

  • A ver… vayamos por partes… ¿has visto alguna vez un… bueno una… una vagina?

  • Un coño -dije rápidamente- ¿uno de verdad?

  • Sí, hermanito, sí, un coño… pero qué fino es tu lenguaje: un coño; debe ser la expresión más delicada que has encontrado ¿no? -me dijo girando los ojos y poniéndolos en blanco-. ¿Has visto ya alguno?

  • Bueno… en revistas y eso, sí… pero de verdad, de verdad; en vivo: no he visto ninguno.

  • O sea que eres completamente virgen… ¿no?

  • Julia… vaya pregunta; no creo que te gustase a ti que te preguntara yo lo mismo... ¿eh? ¿Lo eres?

  • Bueno… dejemos eso… sólo intento conocer hasta dónde llega tu información.

  • Puedes empezar como si no tuviera ninguna: respecto a todo esto de las chicas: cero patatero.

  • Bueno, pues nosotras o sea, las chicas, bueno, yo… tenemos, tengo… -tartamudeó mi hermana-.

  • Pues sí que te cuesta soltarlo, Julia.

  • Bueno, es que no sé cómo referirme a ello… mira lo enfocaré hacia mi persona, será más fácil.

  • Vale. Cuenta.

En aquellos momentos mi erección superaba lo aconsejable; y yo hacía todo posible por disimularla.

  • Bueno, pues como chica que soy tengo una vagina: un coño, como tú dices. Una zona de ese coño, es una parte muy sensible: se llama, clítoris.

  • Sí, -le dije- intentando hacérselo más fácil; eso ya lo había oído antes.

  • Pues lo que yo hago, o sea, lo que hacemos las chicas es frotarnos en esa zona; es decir: tocarlo, y de esa manera nos masturbamos.

  • ¿Tocándolo? ¿Solo tocándolo?

  • Sí, tocándolo; lo mismo que tú haces con tú, con tú…

  • Con mi pene; con mi polla, interrumpí.

  • ¡Eso! Tú sigue con la finura… O sea tú te la mueves arriba y abajo y nosotras lo que hacemos es abrir la vagina, o sea, separar las piernas y buscar ese punto. Nos lo frotamos con los dedos y así conseguimos llegar a... a bueno, a… corrernos, aunque no sea de la misma forma que os ocurre a vosotros.

  • Lo que pasa es que yo lo hago pensando en alguna chica que me gusta. Me la imagino conmigo. Me hago la ilusión de que es ella la que me lo hace.

  • Nosotras también nos ayudamos pensando en cosas, en personas o en situaciones.

A ver, Julia. Antes me has dicho que cuando subes del parque muy caliente, esa noche sueles tener sueños eróticos. Supongo que es que te has estado dando el lote con algún chico y te ha dejado cachonda. O sea, que no has conseguido correrte.

  • Más o menos. No vas muy descaminado.

  • ¿Piensas en él cuando te masturbas?

  • Pues sí; a veces sí. Bueno; siempre pienso en algún chico cuando me masturbo. Es lo normal. Eso me excita mucho y consigo correrme antes.

Durante esas explicaciones Julia hizo varias veces con su mano el gesto de mover una polla haciendo un paja y luego el gesto de hacerse el dedillo sobre su falda a la altura de su vientre. Yo pensaba que me iba a morir allí mismo: ¡¡¡Mi hermana, explicándome cómo se hacía el dedillo!!!

Si no me controlaba me correría en cualquier momento: mi polla estaba ya para explotar.

Sin embargo mi hermana parecía que se había convertido en un manantial de explicaciones. ¡No me lo podía creer!

  • Bueno, ya sabes, vosotros los chicos, tú, cuando acabas de hacerte una paja..., lo que haces es correrte y entonces lanzas, eh…, esto… derramas esperma.

  • ¿Esperma?

  • Sí… esperma, o leche; como prefieras, ya que te va el lenguaje de la calle; así lo entiendes mejor. Bueno, pues tú te corres de esa manera: una vez que te has hecho la paja, te corres de manera que de tu polla sale leche… nosotras nos corremos igual, por lo que a las emociones y sentimientos se refiere, pero no expulsamos nada, es decir: no nos corremos como vosotros. No sacamos esperma ni leche.

  • ¿Qué os pasa a vosotras?

  • Cuándo yo me masturbo, cuándo me toco… ¡vaya! cuando me hago una paja, -siguió- al acabar siento el mismo placer y las mismas emociones que sientes tú, pero de mi coño no sale nada, bueno... tampoco es eso exactamente… lo que ocurre es que mientras me hago la paja mi coño se humedece, o sea, también me sale un líquido, pero no en tanta cantidad como lo hace de tu polla… a nosotras nos sale lo que se llama flujo vaginal y eso lo único que hace es mojarnos el coño por dentro, o sea, lubricarlo. Es una preparación para que, si luego se realiza una penetración, no haya rozamientos que produzcan irritación.

Pero no es que eso ocurra sólo al final, -el flujo vaginal-, cuándo ya me he corrido, sino que ocurre durante casi todo el tiempo que me hago la paja… o incluso a veces hasta sin hacérmela; basta que una chica se excite sexualmente para que su coño se moje, se humedezca, se lubrique.

Mientras Julia hablaba, yo hacía todo lo posible para creerme lo que estaba pasando y también me contenía con todas mis fuerzas, para no correrme encima. Tan cachondo me estaba poniendo.

  • Bueno; mira, Luis, más claro no te lo puedo explicar. Si con esta explicación no te enteras, es que eres gilipollas de remate.

  • No… si ya… ya me hago una idea… pero… ¿Sabes? me encantaría poder verlo.

-¡Oye!… ¿Pero qué estás diciendo? -gritó-

  • No… espera… no me has entendido; quiero decir que me gustaría verlo, pero no a ti… bueno; tampoco es eso… o sea, no quiero decir que no me gustaría verte a ti… uf… joder… esto es un lío… no sé qué decir. En la que me he metido. Vaya corte.

  • Ya te entiendo… tranquilo… me parece que han sido demasiadas explicaciones… oye, pero ¿qué haces?

En aquel momento me había levantado del sofá, intentando esconder la barriga y llevándome las manos a la parte delantera del pantalón.

  • Oye… Julia; gracias por todo esto. Perdona, pero voy al… al baño. -y la miré a la cara-.

Julia se puso completamente roja.

  • Mira… lo siento, pero es queeeee… tanto hablar de todo eso…

  • Vale, vale -dijo mirando al suelo-, y, de pronto, alzó la mirada y me soltó: se te ha puesto dura… ¿eh? Pillín.

  • Joder…. Julia…  calla, -balbuceé como pude-.

  • Vale, hermanito, vale… si lo entiendo; tranquilo…. vete al baño y pásatelo bien… no me importa; haz lo que tengas que hacer. Me imagino que toda esta conversación se ha salido de madre más de la cuenta. Ni siquiera sé por qué empezó.

  • No Julia, no es eso… o sea no quiero que pienses que esto haya sido algo malo para mí… todo lo contrario. He aprendido mucho.

  • Que sí, que siiiiii… -dijo-, riéndose, al mismo tiempo que de su cara desaparecía todo atisbo de vergüenza y con su mano me indicaba el camino escaleras arriba. Hala, corre… no te lo vayas a echar encima, como esta mañana.

¡¡Ni que decir tiene que la paja que me casqué en el baño fue antológica!! Mi imaginación no tuvo apenas que trabajar para  conseguir que toda mi leche caliente fuera a parar sobre la falda de mi hermana -en mi fantasía-, que momentos antes había estado instruyendo a su hermano pequeño en el arte de cómo se hacían las chicas el dedillo.

Este fue sólo el principio de una relación un tanto más cercana a mi hermana Julia.

Aquello no fue más allá de una conversación, naturalmente, pero el camino hacia mayores logros se me antojaba que estaba empezando a abrirse; debía ser muy prudente y avanzar paso a paso. No podía arriesgarme a intentar ir demasiado deprisa y con ello enfadar a mi hermana. Se trataba de que se interesase o se comprometiese lo suficiente, para que ella también desease que todo este asunto no llegase a oídos de nuestros padres. Ese sería el momento propicio para pasar a intentar “algo más”.

Mi plan se desarrollaba aceptablemente, y mi cerebro no hacía más que urdir nuevas estrategias.

Sin embargo no me resultó necesario pensar mucho más; la casualidad hizo que esa misma noche se presentase otra estupenda ocasión para dar otro paso hacia el fin del camino.

Ese día mis padres llegaron a casa, como estaba previsto, sobre las tres de la tarde, y a partir de ese momento la vida en casa se desarrolló con absoluta normalidad. Yo salí a ver a mis amigos y me di una vuelta por el barrio; Julia hizo lo propio con su pandilla de adolescentes y fue nuevamente a la hora de la cena cuándo toda la familia se reunió junto a la mesa de la cocina.

Durante la cena era cuándo se comentaba en casa la vida diaria de toda la familia; asuntos de trabajo, estudios y otros sucesos cotidianos.

Aquella noche, cenando, mi madre nos preguntó sobre cómo nos había ido por la mañana. Y nos gruñó. No era la primera ni sería la última vez.

  • No me habéis dejado recogidos los trastos de limpieza; y mirad que os tengo dicho que dejéis las cosas en su sitio después de haberlas usado.

  • Yo he recogido todo lo del cuarto de la ropa -contesté enseguida-.

  • Sí, pero habéis dejado desperdigados por la cocina las bayetas y los trapos: al final siempre lo tengo que recoger todo yo, -refunfuñó-.

  • Eso díselo a Julia y no a mí -repliqué-.

  • No os lo digo a ninguno en concreto; sólo digo que no os vais a morir por echaros una mano... ¿O es que voy a tener que estar siempre explicando, punto por punto, lo que tiene que hacer cada uno?

  • Se me ha olvidado esta mañana recogerlo, mamá -admitió Julia-; es que he acabado todo lo de la cocina y luego se me ha pasado.

  • Bueno, desde que os levantáis -adivina a qué hora- hasta que llegamos nosotros me parece que tenéis tiempo de sobra para hacer las cuatro cosas de la casa ¿no os parece? -intervino mi padre-.

  • Sí, pero esta mañana nos hemos ido a escuchar música a la sala: se nos ha pasado -dijo Julia-. Lo siento.

  • Sí, -dije yo enseguida-; hemos estado hablando y tal. Se nos ha ido el santo al cielo.

No tuve apenas tiempo de arrepentirme de lo que acababa de decir, cuándo mi padre ya soltaba la lógica contestación.

  • ¿Hablando? ¿Tu hermana y tú, hablando? Dirás peleándoos, o discutiendo. Eso sí que me lo puedo creer, pero… ¿hablando? Sería la primera vez que habláis. Búscate otra excusa, Luis. Esa no cuela.

Enseguida noté un golpe en la pierna. Julia me había soltado una patada; estaba sentada justo a mi derecha y quiso llamarme la atención y pedirme silencio. Que no lo estropeara todo.

  • Julia -dijo mi padre- no me importa que le quieras partir una pierna a tu hermano: ya se le curará; pero, por favor apunta bien y trata de no darme a mí.

Mi hermana se puso roja como un tomate y de evidente mal humor. -Malo, malo; esto estaba tomando un rumbo que no me convenía nada-.

  • Lo siento papá, es que este niño cada día es más bocazas.

  • Bueno, vale. Y ¿De qué habéis estado hablando con tanto interés que ni habéis podido acabar con las cosas de la casa? -preguntó mi madre-.

Tenía que intervenir de inmediato. Esto se estaba convirtiendo en algo peligroso para mí y para mis planes para con Julia.

  • Nada importante, mamá… cosas de eehh… ¡del instituto! -Dije-, intentando salvar la situación.

  • ¿Del instituto? ¿Qué tipo de cosas?

Mi padre intervino en ese momento:

  • No estarás enseñándole a tu hermano a hacer chuletas, ¿eh Julia? ¡Sólo le faltaba eso!

  • ¿Chuletas? -dijo Julia, más malhumorada-; yo nunca he hecho chuletas. Es más; de haber llevado chuletas en algún examen ni me hubiese atrevido a sacarlas. Se me notaría. Seguro que me verían.

  • Oye… ahora que me acuerdo… ¿y el examen ese de historia que tuviste ayer? ¿Qué tal? no me he acordado de preguntártelo hasta ahora.

  • Bueno… creo que bien, verás; resulta que nos dieron para estudiar las páginas que hacían referencia a… -contestó Julia- y siguió explicando largo rato cosas sobre sus exámenes y lo injusta que era su profesora de historia y la manera de poner nota que tenía.

Parecía que la situación estaba ya salvada; la conversación tomó otros rumbos y no se volvió a hablar sobre la charla mantenida por mi hermana conmigo esa mañana.

Uf… ¡qué poco había faltado! Ese incidente me hizo recapacitar y empecé a darme cuenta de que era realmente urgente hacer algo para que mi hermana se viese más envuelta aún en mi plan, de manera que no le interesase en absoluto que algo de aquello llegase a oídos de nuestros padres.

La cena terminó con toda normalidad y después de estar un rato viendo la tele en la sala mi hermana se despidió hasta el día siguiente y subió a su habitación.

Esperé unos minutos y también me despedí de mis padres al cabo de un rato, dándoles las buenas noches, y subí a mi cuarto.

Subiendo las escaleras vi a Julia salir del baño y dirigirse a su cuarto, pero en lugar de entrar se detuvo ante la puerta y esperó que yo acabase de subir.

Al llegar a su altura me miró fijamente y cogiéndome de la manga del polo tiró de mí hacia su habitación. No llegamos a entrar del todo; nos quedamos de pie a escasa distancia de la puerta.

  • ¿Tú eres gilipollas o qué? -dijo en voz baja-.

  • Y ahora; ¿qué he hecho?

  • ¿A santo de qué has montado ese numerito en la cocina, cenando?

  • Yo, ¿montar un numerito?… eso tú, con la coz que me has arreado -dije sin pensar mucho en la contestación-. Estaba empezando a cansarme de tanta tontería.

  • Primero: no te he soltado ninguna coz, y, segundo: te la merecías con creces…. ¿a quién se le ocurre decirle eso a papá? ¿Te has parado a pensar cómo suena eso de que tú y yo hemos estado “hablando”?

  • Pues sinceramente, Julia, no me suena a nada. ¿No será que estás un poco cagada por lo que hemos estado haciendo esta mañana?

  • ¡Pero qué dices! Además, yo no he hecho nada, sólo te he estado explicando lo que me has pedido; en todo caso el que ha hecho algo has sido tú, ¡que has salido pitando a cascártela! ¿Acaso quieres que se entere papá de eso?

  • Te recuerdo, hermanita, que has sido tú la que me ha dicho esta mañana que eso te parecía de lo más natural y que papá no se lo tomaría a mal.

  • ¡Claro que no se lo tomaría a mal!… pero, si le dijéramos que hemos estado hablando de eso, te aseguro que no le sonaría a algo tan inocente como tú piensas; de hecho, a mi ahora mismo tampoco me lo parece.

  • Julia; como sigamos hablando aquí y se les ocurra a los papás subir, tendremos que dar más excusas, así que, o lo dejamos aquí o pasas a mi cuarto y hablas bajito para que nos oigan.

  • Mejor, entra tú en el mío. Está más cerca.

Entramos en el cuarto de julia y bajamos la voz hasta casi dejarla en un susurro.

  • Mira Julia; yo es que ya no entiendo nada… me estás liando; unas veces que sí es normal, otras que si no lo es, y ahora parece que te avergüences de haberme explicado todo eso esta mañana… ¡a mí me ha parecido todo estupendo!

  • Ya he visto lo estupendo que te pareció. Algo por ahí abajo estaba contentísimo.

Al decir eso Julia dirigió su vista a mi paquete.

  • No, ¡no lo has visto! Julia; quizás te lo imaginas, pero no lo has visto; no lo olvides. Que yo sepa, no hemos hecho nada malo. Tú misma me has dicho que sabes que me hago pajas desde hace tiempo y ahora yo sé que tú te las haces también. A mí me gusta imaginar cómo te las haces tú, pero tampoco te he visto; sólo lo hemos hablado. Otra cosa es que yo me excite con eso, no sé si a ti te pasa también, pero eso es algo que no puedo evitar. Y sigo diciendo que no me parece nada malo. -Sin darme cuenta había elevado algo el tono de voz-.

  • ¡Shhhhhhh, calla hombre! Más bajito. Escucha; estoy que alucino contigo; acabas de decirme en pocas palabras que te excitas conmigo y que yo soy el motivo de que te la casques en el baño; ¿pero tú sabes lo que estás diciendo? Luis, por Dios, ¡que soy tu hermana!

  • Ya lo sé ¿Y eso qué tiene que ver?… si me excito contigo, o no, eso es cosa mía… antes ya sabías que me masturbaba, me oías pero no te imaginabas en qué estaría pensando mientras lo hacía… ¿ahora te sientes peor por saber que puedo imaginarme que te estás  acariciando el coño, y que lo haces pensando en lo que le acabas de hacer a alguno de tus novios? ¿O es que no piensas en lo que haces con ellos cuando te masturbas?

  • ¡Joder Luis! pero ¿qué dices?… ¿es eso cierto?

  • ¿A ti que te parece?…. después de la clase de esta mañana. ¿En qué quieres que piense?

  • Me refiero a que ¿Tú crees que yo hago con mis novios esas guarradas?

  • Pero, vamos a ver, Julia. Esta mañana me has dicho que los novios: o te follan, o les haces una paja, o les dejas con un calentón, o hacéis manitas; y yo “manitas”, precisamente “manitas”, no te he visto hacer nunca. Te he visto hacer “otras cosas”. ¿Qué coño quieres que me imagine si pienso en ti para hacerme una paja? Tienes 17 años, Julia. Es lo normal ¿No?

  • Me estás empezando a parecer degenerado; eso es lo que me parece: eres un degenerado si piensas esas cosas.

Nos quedamos los dos callados un momento. El silencio fue breve, apenas unos segundos, pero fui consciente de que en esos instantes por la cabeza de Julia pasaba todo tipo de consideraciones éticas.

Aquel era el momento y el lugar en el que se decidiría si aquello podía seguir adelante, según el plan que tenía trazado, o si se iría todo al garete.

El silencio empezaba a durar demasiado; me pareció realmente eterno. Pensé que debía intervenir y mi voz sonó quebrada.

  • Oye, Julia, perdona, pero ¿tú has visto a algún chico mientras se… bueno, eso, mientras se hace una paja?

Ella me miró fijamente, pero en su cara no había atisbo alguno de sorpresa o enfado: suspiró profundamente y esa era la señal de que empezaba a aceptar lo que estaba ocurriendo entre nosotros.

  • ¿Que si he visto qué? –preguntó, como si no me hubiese entendido-.

  • Ya me has oído. Me refiero a que si alguna vez lo has visto… es que esta mañana mientras me explicabas todo aquello hiciste un gesto con la mano, ya sabes, como si estuvieras haciéndole una paja a un chico; por eso pensaba que igual has visto a alguien hacerse una… o que me hayas visto a mí.

  • No, Luis, no… tranquilízate; no te he visto. Me ha bastado haberte oído muchas veces -dijo con voz cansina-. Oye… ¿realmente hice eso esta mañana? quiero decir ¿hice ese gesto?

  • Sí que lo hiciste. Lo recuerdo perfectamente.

En la cara de Julia se dibujó una sonrisa al escuchar mi afirmación.

  • Bueno… si lo hice, no me di cuenta; la verdad.

  • El subconsciente nos traiciona a veces, Julia, sobre todo cuando se habla sobre algo que conoces bien. Los movimientos salen como por reflejo.

  • Qué subconsciente ni que hostias, Luis. Saber cómo os hacéis una paja no requiere una práctica previa del asunto.

  • Ya; bueno, pero… ¿lo has visto o no? Estoy en inferioridad de condiciones; tú sabes perfectamente que yo no he visto a ninguna chica hacerse una paja y yo no sé si tú has visto a algún chico hacérsela.

  • Je, bueno… -titubeó-; sí que lo he visto… pero a ver si te aclaras: no ha sido a escondidas… sólo va a faltar que intentes espiarme en mi cuarto para ver cómo me las hago.

Me dio un vuelco el corazón…. no era ese el momento más adecuado para recordarme aquella excursión nocturna a su habitación ni, por supuesto, para confesárselo.

  • Nunca haría eso -mentí- ¿acaso te preocupa?

En ese momento oímos a nuestros padres que subían a su habitación a dormir. Pasaron ante la de Julia hablando, sin detenerse y siguieron al fondo del pasillo -su habitación estaba al final-. Podíamos seguir hablando nosotros, ya con más tranquilidad.

  • No, no es que me preocupe, pero en vista de que tú te pones, bueno, de lo… de lo cachondo que te pones pensando en mí… pues, eso; que prefiero que no pase de eso… que se quede solo en un pensamiento. ¿De acuerdo?

  • No te preocupes Julia, no lo haré… no te espiaré… El día que tenga que ver a una chica haciéndose una paja no será a escondidas, lo haré como tú: por lo legal.

  • ¡Je! ¡Por lo legal! -dijo ella divertida- ¡vaya una manera de decirlo!

  • ¿Por qué? ¿Cómo fue cuando lo viste tú?

  • Bueno… es que no se puede decir tampoco que yo estuviese allí, viéndolo sin más; o sea, es que con Manolo… ¡Dios!, ¡no me lo puedo creer!… me estás liando de mala manera… ¡no puedo creer que esté aquí hablándote de mis experiencias sexuales! Luis; te juro por lo más sagrado que si se te ocurre contarle esto a alguien: ¡¡te mato!! ¿He? Te mato.

  • No voy a contarle nada a nadie; te lo prometo, Julia. Tranquilízate. Y te lo agradezco. Te lo agradezco mucho; porque yo aprenderé de tus experiencias. Joder, Julia; a nuestra edad, tres años es mucha diferencia.

  • Si yo fuera el chico y tú la chica, a lo mejor tú a los 14 sabías más que yo a los 17. Pero, Luis, como te dije esta mañana, las chicas en estas cosas vamos siempre muy por delante de los chicos.

Julia se dirigió al costado de su cama y se  sentó, dejándome a mí frente a ella, sentado en la silla de su mesa de estudio.  Aquello tenía toda la pinta de una confesión erótica. Me dispuse a no perder una sílaba de lo que me contara Julia.

  • La cosa es que, como te decía, continuó Julia, no es que yo haya visto a algún chico haciéndose una paja… no es que yo estuviese allí mirando sin más.

  • ¿Se la estabas haciendo tú?

  • No vayas tan deprisa, Luis. Esta mañana te dije que me enteré de cómo se hacían las pajas hace bastante tiempo. Tenía solo 13 años, estaba en 2º y me lo contó una chica de 3º. Las dos éramos de la misma panda y ya empezaba a formarse alguna que otra parejita; de tonteo, pero ya cada uno se iba arrimando a quien más le gustaba. Lía andaba a vueltas con un chico y un día me dijo que se la había visto y le había hecho una paja. Así me enteré yo. Luego, a lo largo del curso tuve ocasión de hacérsela al primer chico con el que empecé a tontear. Pero no llegamos a nada más.

  • O sea que desde los 13 años les has hecho pajas a los chicos.

  • No te pases, Luis. No se las hacía a todos con los que tonteaba; solo cuando los dos estábamos ya muy calientes.

  • ¿Y ellos te la hacían a ti, también?

  • No, qué va. La mayor parte no pasaban de tocarme las tetas, o por encima de las bragas. Luego yo sí me lo hacía en casa por la noche. Ahora solo se lo hago a Manolo; bueno y a algunos más, pero no a muchos. Bueno tú nos has pillado bastantes veces detrás del seto ¿no? ¿Qué te crees que hacíamos?

  • Sí; ya lo sabes, pero no he dicho nada a nadie.

  • Bueno, pues ya sabes lo que van a hacer allí las parejas. Estábamos besándonos y tal y a Manolo se le empezó a poner dura; ya me había pedido un par de veces que nos fuésemos en el coche de su padre a algún sitio perdido para, bueno, para… ya sabes… -y me dirigió una mirada interrogante-.

  • ¿Para qué, Julia? ¿Para qué?

  • ¡Coño, Luis! No me lo pones muy fácil que digamos… ya sabes lo que quiero decir… Manolo iba detrás de mí para echarme un polvo: para follarme.

Creo que puse una cara de tonto tan tremenda que Julia empezó a reírse un poco nerviosamente.

  • Bueno… pues eso. Manolo ya llevaba algún tiempo pidiéndomelo, pero yo no quería llegar tan lejos con él… de momento. Por eso nos íbamos allí detrás a besarnos y meternos un poco mano. Fue allí, una tarde, cuándo acabamos y ya nos íbamos, que Manolo me dijo que no le dejase así y se refería, naturalmente, a su polla: la tenía muy dura. Yo ya lo había notado, pero no quería follar con él. Por lo menos; aún no. Por eso me pidió que le hiciese una paja, pero yo me hice la loca. Al principio empezó él; se la sacó y empezó a movérsela arriba y abajo, -mi hermana estaba de nuevo haciendo ese gesto con la mano, ¡por Dios!… qué bueno era todo aquello-, pero luego él me cogió la mano y la llevó hasta su polla y al final fui yo quien acabó el trabajo… ya sabes a lo que me refiero.

  • ¡Madre mía, Julia! -dije yo emocionado- es increíble, es… ¡es estupendo!… y… y Manolo se… se… bueno ¿se corrió?

  • Claro que lo hizo –dijo, con una sonrisa pícara en su rostro-. ¡¡¡Y de qué manera!!! Pero esa no fue la primera vez que lo veía. Ya lo había hecho antes.

  • Claro, si la primera la hiciste a los 13 años, ya lo habrás visto bastantes veces.

  • Muchas, Luis. He visto a bastantes chicos cómo se corrían. Pero eso es natural a mi edad.

  • ¡Guau! Julia, es estupendo que me lo hayas contado, de verdad; no sabes cómo te lo agradezco.

  • Sí… también yo me encuentro mejor, por habértelo aclarado, pero no sé por qué -me dijo-, -mientras con la cabeza baja se miraba la falda y al mismo tiempo se la alisaba con una mano-. Bueno, de todas maneras, ya vale… creo que te he dado material suficiente para que puedas estar masturbándote a gusto durante unos días… ¿eh?

En ese momento levantó la cabeza y nuestras miradas se cruzaron.

  • ¡¡Vaya que sí!! Te aseguro que el imaginarme esa escenita en la que se la estabas cascando a Manolo me ha puesto a tope. ¡Fíjate en esto! -al mismo tiempo le indicaba que se percatase del bulto que aparecía en mi pantalón del chandal-.

  • Bueno, Luis…. ya está bien... una cosa es que hablemos y otra es que te pongas a enseñarme tus erecciones… eso ya no está tan bien, -me reprochó mientras se levantaba de la cama-.

  • Oye… que no te estoy enseñando nada… sólo quiero que te des cuenta de con qué facilidad me pongo a tono con tus explicaciones… bueno… Julia, me voy a mi cuarto.

  • Vale… – me dijo ella mientras yo salía por la puerta de su habitación;  ¡ah! y escucha.

  • ¿Qué?

  • No hagas mucho ruido mientras te haces una paja ahora… es tarde  -y me guiñó un ojo-.

  • Vale hermanita, lo tendré en cuenta… oye Julia… ¿te gustaría verlo?

  • ¿Cómo que si me gustaría verlo? -me dijo ella con cara de pocos amigos-; que si me gustaría ver ¿qué?

  • Bueno… pues eso, lo que acabas de decirme… sabes que voy a hacerme una paja ahora mismo… te pregunto si te gustaría ver cómo me la hago.

  • Oye, Luis… ven; vuelve a entrar por favor.

Le hice caso y volví otra vez a su cuarto.

  • Escúchame: no sé muy bien cómo hemos llegado a este grado de sinceridad sobre nuestra sexualidad, y tampoco estoy muy segura de que esto esté del todo bien: ya te lo he dicho antes. Pero quiero que te quede clara una cosa; quiero que te quede muy clarita ¿me oyes? No podemos hacer nada de eso el uno frente al otro; tú no vas a verme nunca masturbándome, ni yo voy a verte a ti. Ni me vas a ver desnuda; ni vas a verme hacer nada con Manolo ¿está claro? Eso forma parte de la vida privada de cada uno; es un acto muy íntimo y no está bien que haya alguien delante cuándo se hace ¿lo has entendido? ¿Me he explicado bien?

  • Joder, tía sí, vale, vale, está claro. . ¡¡Vaya corte que me has pegado!!

  • Bien, me alegro de que esté claro ese punto… y ahora quiero irme a dormir así que; si no te importa…

  • Vale, vale, ya me voy… buenas noches Julia… y gracias por lo de antes

  • Vale, Luisito; de nada… buenas noches y hasta mañana.

Cerró su puerta cuando salí y yo me dirigí a mi cuarto.

La noche no había acabado demasiado bien. Acabó con una filípica, eso es verdad... pero todo aquello había salido casi de la nada... no había planeado nada de aquello, y sin embargo ocurrió todo con tal naturalidad que casi no me lo podía creer.

Me metí rápidamente en la cama y casi al momento me puse a hacerme una estupenda paja. Eso sí, fui todo lo ruidoso que pude; quería estar seguro de que Julia me oyese bien.

Cuando acabé y me dispuse a dormir me pareció oír un lamento o un jadeo que venía de la habitación de Julia ¿imaginaciones mías? Puede ser, pero aquello me pareció más bien un hondo suspiro de placer de mi hermana, que cualquier otro tipo de ruido.


Luis ha avanzado mucho en su tarea de ver a Julia desnuda y tener algún tipo de actividad sexual con ella. ¿Hasta dónde llegarán sus progresos?