Mi hermana julia

Luis siempre ha visto a su hermana Julia como eso: su hermana. Pero llega una circunstancia que hace que empiece a verla de forma diferente. Desde entonces urdirá trama tras trama para conseguir sus propósitos.

MI HERMANA JULIA

En la mayor parte de las historias de incesto la víctima suele ser una chica o una cría muy jovencita, que es seducida, o violada, por algún miembro de la familia, generalmente el padre, tío, primo, hermano y, en pocos casos, un abuelo. En casi todos ellos la chiquilla es engatusada o, más bien, sencillamente engañada, -de ahí su carácter de víctima-. En ocasiones es un chico el objeto de incesto pero el grado de parentesco suele ser el mismo, aunque a veces también participe la madre.

Al final de la historia la “víctima” casi siempre tiene agradecimiento para el pariente que la inició sexualmente, por los mundos desconocidos que le hizo descubrir y disfrutar.

Pues bien; la historia que voy a contar pudo haberme sucedido a mí y la voy a narrar en primera persona. Ocurrió cuando yo era un adolescente de cierta edad, y tuvo lugar dentro y a veces fuera del seno familiar.

Mi historia se parecerá poco a las que estáis habituados a encontrar en esta sección.

En este relato no soy la víctima. El novato, el ignorante en materia sexual soy yo y, sin embargo, soy el que promueve el incesto. Soy el protagonista, el que urde toda la trama y el que suele llevar la iniciativa.

Quedará patente desde el primer momento, pero habréis de tener paciencia para llegar al final. Os aguardan sorpresas que pocos podríais imaginar.

Bien; al grano. Mi nombre es Luis y la historia se remonta a un buen puñado de años atrás, concretamente cuándo aún todos vivíamos en el domicilio familiar.

La familia estaba compuesta por mi padre, Pedro; mi madre, Felisa; mi hermana Julia y yo.

Por aquel entonces estaba a punto de cumplir quince años y mi hermana Julia tenía diecisiete, casi dieciocho. Me llevaba tres.

Como hermano pequeño, era el blanco  en que confluían casi todos los golpes. En casa no tenía voz ni voto; porque todavía era un crío. La mayor, no; Julia  ya era toda una señorita, buena estudiante y pronta a ingresar en la Universidad; se le tenían en cuenta sus opiniones. Pero nada de eso me hizo ser resentido. Yo la quería, y la quiero, muchísimo.

Yo adoro a mi familia. Me llevo bien con todos, -en aquella época, dentro de un orden-, y no había problemas dignos de mención. No podía quejarme.

Mi padre poseía una pequeña industria y mi madre le echaba una mano con la administración. Vamos, que se encargaba de la oficina. Vivíamos en un chalecito con jardín y piscina, dentro de una nueva urbanización, en una localidad del cinturón industrial, muy próximo a una capital de la costa mediterránea. Nuestra economía gozaba de una cierta holgura, lo que permitía que tuviera una paga semanal nada desdeñable -aunque siempre me parecía poca-, pero eso va implícito a esa edad en que nada te parece suficiente.

Mis padres salían de casa cada mañana temprano, sobre las siete y media. Mi hermana y yo preparábamos nuestro desayuno, para luego irnos al instituto, que no quedaba muy lejos de casa. En la tarde se distribuían las tareas de la casa, en las que colaborábamos mi hermana y yo, hasta que hacia la caída de la tarde volvían nuestros padres. Julia cumplía con lo suyo y yo con lo mío. Para ninguno de nosotros era una cuestión problemática. Sí era un incordio la presencia permanente de Julia en casa, lo que limitaba en algún modo, mi libertad de acción. Me sentía algo controlado, pero no era un problema insoluble.

Mis estudios por aquel entonces atravesaban una fase mediocre y teniendo en cuenta que Julia era brillante, terminaba Bachillerato y apuntaba a la Universidad, algún trabajillo extra me caía con frecuencia, para darle a Julia más lugar a que preparase mejor sus exámenes finales.

Respecto a Julia… bueno, ¿qué puedo decir? La verdad es que siempre la vi simplemente como mi hermana; nada más, sin connotación sexual alguna.

Muchos de mis amigos, con los que, tanto mi hermana como, yo crecimos juntos, me repetían una y otra vez lo buena que se había puesto Julia: tío; ¿en qué mundo vives? Julia está de muerte; tiene a todos los del insti babeando tras ella

Julia es bonita, eso seguro; es morena, como nuestra madre; alta; bien proporcionada; y con sus diecisiete años y una figura muy esbelta, hasta parecía un poco frágil.

Pero tenía unos hermosos pechos que, sin ser excesivamente grandes, adornaban soberanamente esa figura de muñeca, dándole la fuerza y el vigor necesario para configurar una planta casi de mujer.

Recuerdo bien los comentarios graciosos y un tanto machistas de mi padre cuándo ella empezó a desarrollar sus pechos; las reprimendas que mi madre le dirigía; y los enfados monumentales de mi hermana… cosas naturales, imaginaba yo entonces.

Yo, por mi parte, hacía poco caso de todos esos comentarios de mis amigos sobre mi hermana… los aceptaba; pero al mismo tiempo los rechazaba interiormente. Bastante tenía con intentar vencer mi timidez para abordar a las chicas y tratar de ver cómo podía “comerme alguna rosca”.

Yo veía a Julia todos los días; habíamos crecido juntos; para mí, Julia no tuvo tetas de la noche a la mañana; fue algo progresivo y no puedo recordar cuándo dejó de ser esa chiquilla con la que me peleaba de pequeño, y cuándo empezó a ser esa mujer que mis amigos me repetían una y otra vez, y que, horror para mí, tenía cada noche durmiendo en el cuarto de al lado.

Tampoco me esforcé nunca en verla desnuda. No sentí esa pulsión de intentar ver en mi hermana lo que tanto ansiaba ver en mis compañeras de clase. Jamás la espié ni nada por el estilo. La recuerdo perfectamente en la playa de pequeña, cuándo no llevábamos traje de baño… y, para mí, no había cambiado tanto. A mí, la chica que me volvía loco de verdad era una cría de  mi clase, Patricia, un año mayor que yo, pero por mi timidez no me atrevía ni siquiera a decirle algo. Tan cortado era yo entonces. -Patricia pronto se enrolló con otro-.

En cuanto a mi físico no hay mucho que comentar; también era moreno, de una estatura normal para mi edad, y según pude comprobar a través de juegos y “cosas de niños”, las chicas en el colegio se fijaban en mí, hacían bromas y se producían las típicas “risitas” al pasar junto a un grupo de ellas. Era, en definitiva, un chico normal y sano, aunque mis relaciones con el sexo contrario fuesen realmente escasas; por no decir, nulas. –Ya he dicho que era muy tímido-. Me costaba mucho incluso el hecho de hablar con las chicas en el colegio. Todo eso me condicionaba mucho.

Julia no era así… recuerdo perfectamente sus frecuentes ligues con chicos de su edad, y también la pandilla de gente con la que salía, en la cual ella era el centro de atención… todos los chicos parecían estar embelesados por los encantos de mi hermana, aunque yo por aquel entonces no podía llegar a comprenderlo.

Sin embargo esos sentimientos hacia mi hermana habrían de cambiar mucho en el futuro.

Bueno… la nuestra no era una familia muy permisiva respecto al sexo: eso seguro; aunque tampoco lo consideraban como tema tabú. De todas maneras el ambiente había sido lo suficientemente “estricto” como para que Julia y yo tuviésemos cuartos separados a partir de una edad prudencial. Eso sí; nos tocó compartir pared en el primer piso de la casa. Subiendo las escaleras la primera habitación era la de Julia, la siguiente la mía y al fondo estaba la habitación de mis padres y un cuarto de baño completo, en medio.

Tampoco tuvimos Julia y yo ningún tipo de conversación relacionada con el sexo. Desde luego; yo no la tuve con mi padre, por lo que supuse que mi madre tampoco educaría mucho a Julia en tales menesteres. Nos defendimos y aprendimos como cualquier otro chaval: en el colegio, con los amigos, alguna que otra revista y, en definitiva, en la calle.

Yo empecé a notar cambios en mi cuerpo ya hacía unos años; de los sueños calientes y de despertarme mojado pasé a saber controlar tales emociones y poder satisfacer mis necesidades por medio de la masturbación.

Mis imágenes favoritas para tales “trabajos manuales” siempre fueron las chicas de clase, y alguna que otra profesora buenorra que teníamos en el colegio.

Por su parte, Julia ya debía de haber pasado de tales “juegos”, si es que alguna vez los practicó, ya que varias veces la sorprendí con algún chico detrás del seto del parque de la urbanización, en actitud algo más que simplemente “amistosa”.

Bueno… era lo normal; era el lugar al que las parejitas iban a pasar el rato y también mi lugar favorito, y el de mis amigos, para ir a hacerles gamberradas.

Gracias a tales encuentros y a mi “altamente desarrollada” capacidad de chantaje, pude librarme en más de una ocasión de las labores domésticas más incómodas. Julia claudicó más de una vez.

Eso fue lo más importante a señalar entre mi hermana y yo, en cuanto al tema “sexo” se refiere. Una buena excusa que me permitía librarme de alguna tarea doméstica, siempre a cambio de mi complicidad y silencio, y una preocupación más para mi hermana, para que yo no la pillase dándose el lote con algún chico del barrio.

Sin embargo todo esto cambiaría radicalmente, precisamente por una de esas tareas domésticas.

Bien; hacía ya años que mi hermana se ocupaba de recoger la ropa sucia del resto de la familia, introducirla en la lavadora y ponerla a funcionar, aun cuándo a mí me tocaba alguna que otra vez el colgarla para que se secase y luego recogerla una vez seca.

A raíz de unos exámenes de recuperación de mi hermana esa fue otra de las tareas que recayó sobre mí. De poco me sirvió discutir. Los “estudios de tu hermana” -dijo mi padre- eran más importantes que mis locas ganas de irme a dar una vuelta con mis amigos por las tardes; así que tuve que pasar por el aro. Después de aprender de mi madre cómo programar la lavadora, esa fue otra tarea que ocupó mis ya de por sí cortas tardes de ocio.

A partir de ese día -fatídico día en aquellos momentos-, todo mi apremio era llegar a casa, realizar mis tareas rápidamente, junto con la de recoger y poner a lavar la ropa,  y salir cuanto antes de casa para estar con los amigos.

Normalmente todos dejábamos la ropa sucia en una cesta de mimbre enorme que teníamos en el cuarto de la lavadora, pero algunas veces me tocaba recoger también la ropa sucia, cuarto por cuarto, para luego llevarla a lavar. No protesté. Para mí, todo era válido con tal de acabar pronto y poder irme.

Un día por la tarde al llegar de clase pude ver que el ciclomotor de Julia estaba aparcado frente a casa… -bueno, pensé yo-, se ve que hoy ha acabado las clases antes y se ha venido a estudiar; y así fue… Para advertir mi presencia entré en casa dando un portazo.

  • Holaaaaaaaa… ¿Julia?

  • ¿Qué quieres? contestó desde su habitación, en el piso de arriba.

  • Nada, que ya estoy aquí… voy a recoger un poco y me voy, que me esperan. -Hoy no tocaba la dichosa lavadora-.

La puerta de su habitación se abrió, y oí cómo Julia bajaba las escaleras…

  • Luis, escucha, ha llamado mamá y me ha dicho que le dejes la lavadora puesta, que necesita un par de cosas para mañana, sin falta, y están sucias en la cesta.

  • Joder, Julia, por favor… hazlo tú... ¿Qué te cuesta?… te he dicho que me esperan.

  • Ni hablar; estoy estudiando; me voy hasta la nevera a pillar una lata de cola y sigo. Mañana tengo un examen bastante duro de roer; por eso he venido antes hoy.

  • Vale, hermanita, ¡muchas gracias!, ya me pedirás tú algo.

  • De nada -rió ella- y se alejó hacia la cocina.

Se ve que había estado tumbada en la cama estudiando, porque llevaba puesto el pantalón del pijama y una camiseta… y bueno; la verdad es que Julia estaba muy buena, sí; muy buena, ¿por qué no habría de reconocerlo?

Iba descalza y parte de su mata de pelo negro le llegaba casi hasta media cintura… pero en fin… seguía siendo mi hermana, y encima no me ayudaba lo más mínimo.

Me puse de inmediato a recoger la cocina y una vez que tuve listo eso me dispuse a meterme en el cuarto de lavado para seleccionar un poco la ropa tal y cómo mi madre me había enseñado.

Durante esa selección de ropa me topé, como tantas otras veces, con unas braguitas de Julia, que fueron a parar enseguida al montón de ropa interior que había formado a mi izquierda.

Sabía perfectamente que eran las bragas de mi hermana: las distinguía de lejos de las de mi madre.

Julia se vio sometida, como cualquier niña durante su época infantil, al capricho de sus padres en cuanto a la ropa que había de vestir, pero en cuánto pudo decidir qué tipo de ropa comprarse, ésta se diferenció en seguida de la que usaba mi madre. No podía ser de otra forma.

Las braguitas de Julia eran eso: “braguitas”… no como las de mi madre que eran “bragas”, con “A” mayúscula.

También tuvo Julia especial cuidado en escapar de la tiranía de colores, en cuánto a ropa interior se refiere, que mi madre le impuso de pequeña; las bragas que le compraba mi madre, de un blanco impoluto o de un austero color crudo, pasaron a ser para Julia rojas, negras e incluso azules y. alguna que otra, ¡dorada!

En cuanto a modelos; sin duda la braguita tanga era la más normal para Julia… a veces me pregunté si “eso” no debía molestarle. –Me refiero a esa minúscula tirita que une el frente y la cinta.

En fin; me había convertido en un experto en lo que a la ropa interior de la familia se refería.

Pues bien, durante esa selección de ropa llegaron hasta mis manos las braguitas de Julia. En esta ocasión eran unas blancas, muy pequeñas, la verdad… tenían esa característica forma enrollada que adquiere la ropa interior femenina una vez que su dueña se ha desprendido de ella.

No sé muy bien porqué pero me dediqué en esa ocasión a estirar las braguitas de Julia antes de echarlas al montón, y fui desenrollando la braguita completamente hasta que tomó su forma original.

Entonces me llamo la atención una pequeña mancha en el interior de la misma… bueno… -será flujo vaginal-, me dije a mí mismo.

No es que hubiese visto nunca un coño o hubiese estado lo suficientemente cerca, para saber lo que era aquello; pero algo sabía del asunto, por lo que me habían contado algunos de mis amigos, que ya presumían de haber estado con chicas.

Me detuve, en lo que a mí me pareció un largo momento, en contemplar aquella delicada mancha sobre la parte inferior de las braguitas de mi hermana; entonces y al acercarlas más y más a mi cara fue cuándo noté un olor penetrante, pero al mismo tiempo, para mí, agradable.

¿Pero qué me estaba ocurriendo? Cuándo me quise dar cuenta estaba oliendo el flujo vaginal que había dejado mi hermana sobre sus braguitas usadas, al mismo tiempo sentí como mis pantalones no podían dar cabida a la erección que tenía lugar en su interior.

No podía evitarlo… olían tan bien. Había algo que me hacía sentir bien con aquel aroma. Nunca antes me había excitado con un olor; en todo caso con revistas, fotos o incluso con recuerdos mientras me masturbaba; pero nunca con un olor.

Sentí el impulso de tocarme mientras seguía oliendo aquella prenda de ropa interior… empecé a acariciarme el bulto bajo mi pantalón con una mano mientras con la otra sostenía las bragas de mi hermana sobre la cara.

  • ¡Luis! -oí de pronto-.

¡Dios mío! Si alguien puede imaginarse lo que es que el corazón se le venga a la boca, ese fui yo en aquel momento. Estrujé las braguitas de Julia en mi mano de manera que desaparecieron dentro de mi puño y me giré en redondo hacía la cocina.

  • Er… ¿Qué? -dije, como buenamente pude-.

  • Te he traído mi ropa, la que tenía en mi cuarto para que la metas junto con este montón.

  • ¡Ah!… ya… bueno, gracias.

  • Para que luego digas que no te echo una mano, gruñón; aquí te la dejo… te he traído también la de la habitación de mama y la del baño. No tienes que subir a por nada. Esto es colaborar.

  • Estupendo… te lo agradezco, Julia, -dije, sintiéndome como un idiota-.

  • Oye… ¿qué tienes? Luis ¿Te pasa algo?

  • No… nada, tan sólo que quiero acabar con esto cuanto antes,  para irme.

  • Bueno, vale; cuándo te vayas dime algo; estaré en mi cuarto.

  • Vale, ya te avisaré.

Y con esto Julia dio media vuelta y salió del cuarto de la lavadora hacia la cocina y luego la oí subir las escaleras hacia su habitación.

Uf… ¡por qué poco no me había pillado con sus braguitas sobre mi cara!

No quise ni imaginarme la situación. El corazón aún me latía fuertemente y sentía un enorme nudo en el estómago.

Y, sin embargo, aún mantenía una enorme erección: ¡¡¡la tenía dura como una roca!!!

Dios, esperaba que ella no se hubiese dado cuenta; ¿me hubiese dicho algo si lo hubiese notado? no lo sé; pero me quedé algo inquieto.

En todo caso no me dio esa impresión; simplemente me notó un poco raro, y nada más; claro, sí es que me quedé plantado allí como un gilipollas, con sus braguitas en mi mano; normal que se extrañara.

Decidí enterrar ese recuerdo en mi mente lo más profundo que pude y me dispuse a acabar rápido con el asunto de la ropa para salir de casa enseguida. Necesitaba olvidar aquel incidente lo antes posible.

Clasifiqué en varios montones toda la ropa de la cesta de mimbre y, cuándo lo tuve hecho, me dirigí al montón de ropa que Julia había bajado del piso de arriba hacía unos minutos.

Me puse enseguida a ordenar también esa ropa cuándo de nuevo me topé con otras braguitas de Julia.

Estas eran de nuevo blancas y, si cabe, aún más pequeñas que las anteriores… otra vez estaban enrolladas de esa manera tan característica.

Bueno… aún la seguía teniendo dura… y Julia estaba en su cuarto; esta vez con toda seguridad. No sé qué me estaba pasando pero nuevamente me dispuse a desenrollar sus braguitas.

Una vez las tuve bajo su forma original en mi mano, miré hacia la cocina una vez más para comprobar que estaba solo.

Sin duda Julia estaba en su cuarto… me acerqué las braguitas un poco más, intentado ver nuevamente esa mancha de flujo.

Allí estaba… ¡¡¡pero esta vez pude comprobar que aún estaba húmedo!!!

Claro… debían de ser las bragas que se quitó al llegar a casa, por eso llevaba el pantalón del pijama… no debía llevar nada debajo.

Me las acerqué nuevamente a la cara y aspiré profundamente… ¡¡¡qué maravilla!!!

Ese maravilloso olor era ahora mucho más fuerte… estaba mucho más presente; me excitaba mucho más.

Mi polla estaba tan tiesa que me iba a reventar el pantalón. Me estaba destrozando literalmente; la tenía tan dura, que me dolía. Tenía que hacer algo.

Sin soltar las bragas de mí hermana me encaminé nuevamente hasta la cocina, sin hacer ruido, y comprobé que no había nadie en la planta de abajo; sin duda mi hermana seguía estudiando en su cuarto.

Volví al cuarto de la ropa sucia y me desabroché el cinturón de mis pantalones junto con el botón y la cremallera.

Me costó trabajo apartar los calzoncillos de lo tiesa que la tenía… y una vez la hube liberado todo fue muy rápido.

Las braguitas de mi hermana volvieron a estar sobre mi cara; a mí me bastó apenas con tocármela para tener una corrida como pocas veces recuerdo: llené todo el cristal del bombo de la lavadora con un buen chorro de leche caliente, y el resto de la corrida fue a parar a las baldosas de la pared.

Pasados esos momentos de inmenso placer del orgasmo, me encontré con las bragas de Julia sobre mi cara, temblando de la emoción y, al quitármelas y mirar hacia abajo, me di cuenta de la inmensa corrida que me había pegado: lo había puesto todo perdido de leche; la lavadora, las baldosas, el suelo, mi mano… joder, vaya plan.

Una vez recuperado del placer me tocó recoger todo aquello. Lo hice utilizando las braguitas de mi hermana, que quedaron empapadas de mi leche; total, las tenía que lavar igual ¿no?

Recuerdo que esa fue la primera vez que tuve fantasías sexuales con mi hermana… y esa noche, en concreto, también tuve otra soberana corrida, ya estando en la cama, pensando en el incidente del cuarto de lavar la ropa y, por supuesto, en Julia.

A partir de ese día, la tarea de poner la ropa a lavar se hizo, para mí, cada vez menos pesada.

Siempre ponía especial atención en la ropa interior de Julia. Me fijaba mucho en sus braguitas y en las manchas que aparecían en ellas.

Cuándo podía, me masturbaba con las bragas de mi hermana en el propio cuarto de la ropa sucia y me limpiaba con su ropa interior; otras veces me limitaba a correrme directamente encima de su ropa.

Cuándo no podía realizar tales menesteres en el cuarto de la lavadora, porque hubiese gente en casa, me las apañaba con mucha discreción para guardarme una de sus braguitas en uno de mis bolsillos -tan pequeñas era muy fácil disimularlas- y después me masturbaba con ellas en el cuarto de baño, o por la noche en mi cama.

Empecé a ser un verdadero experto en el reconocimiento del olor del flujo vaginal de mi hermana, y también pude darme cuenta de que su olor variaba en intensidad, dependiendo de los días del mes en los que nos encontrásemos.

Había días en los que las manchas de flujo eran grandes y con un olor muy fuerte, y sin embargo en otras ocasiones ni tan siquiera estaban manchadas.

Tardé poco tiempo en darme cuenta de que ello debía de tener algún tipo de relación con la “regla”; ese asunto que tanto revuelo levantó en mi casa cuándo mi hermana a los doce años escasos la tuvo por primera vez. Yo sabía que Julia usaba tampones; había visto algunas veces los recipientes de cartón y los envases en el cubo de la basura; también sabía que mi madre usaba compresas: la basura de una familia dice mucho de sus costumbres.

Con mucho, mis mejores corridas en todo ese tiempo eran aquellas en las que podía conseguir unas braguitas de mi hermana acabadas de quitar.

Pasaba a menudo por la puerta de su cuarto cuándo recogía la ropa y le preguntaba si tenía ropa sucia para bajar. Algunos días tuve suerte y me daba sus braguitas recién quitadas; en esas ocasiones aún estaban húmedas y calientes y su olor era delicioso.

Recuerdo especialmente unas braguitas tanga negras que me entregó una tarde en la que estaba hacía un buen rato estudiando en su habitación.

  • Julia, soy yo. Oye ¿tienes algo para bajar al cesto de la ropa?

  • No, déjalo, si acaso ya lo bajaré yo -me dijo sin abrir la puerta-.

Maldiciendo mi suerte me encaminé hacia las escaleras.

  • ¡Oye… espera! oí, mientras ella abría la puerta de su habitación.

  • Toma, llévate esto; voy a pegarme una ducha, a ver si me despejo de tantos números,-dijo-, al tiempo que me entregó lo que parecía ser una camiseta enrollada.

Rápidamente me fui hacia el cuarto de la ropa sucia sin tan siquiera fijarme en mi hermana, que sólo llevaba puesto en ese momento una bata rojiza que apenas le disimulaba sus preciosos pechos.

En cuánto llegué a la lavadora desenrollé el paquete de ropa que me había dado; allí, junto a la camiseta, un pantalón corto y un sujetador, estaban aquellas deliciosas braguitas negras; unas braguitas diminutas, tipo tanga.

Las cogí y enseguida noté que estaban completamente mojadas; no húmedas, no; ¡estas estaban mojadas!

Toda la parte estrecha del tanga estaba completamente empapada, me lo acerqué a la cara y lo olí con desespero: ¡delicioso!

El sólo hecho de pensar que aquella prenda había estado acariciando hacía escasos minutos los labios vaginales de mi hermana y que incluso, al ser una braguita tanga, habría estado introducida en su tierna rajita, hizo que me corriera como un loco…. pero esta vez sin sacármela del pantalón.

Aun habiéndome puesto perdido, la corrida fue estupenda. Después de eso pasé a limpiármela concienzudamente usando, ¡cómo no! las braguitas de mi hermana.

Esa tarea se empezó a convertir en parte del ritual y disfrutaba muchísimo con ello; notar cómo ese delicado tejido, que había estado minutos antes en contacto con el coñito de mi hermana, limpiaba mi polla, aún dura y palpitante, de los restos de mi reciente corrida, era increíblemente satisfactorio.

Estuve durante unos meses practicando mi afición favorita y también empezó a despertarse en mí un sentimiento de viva curiosidad por el cuerpo de mi hermana; poco a poco empezó a dejar de ser mi hermana, para convertirse cada vez más en una tía buena, apetecible y que me ponía cachondo.

Las veces que no podía disponer de una de sus braguitas mis ejercicios masturbatorios solían ir acompañados de mi más calenturienta imaginación respecto al cuerpo de Julia.

También hubo un punto y aparte en este sentido.

El calor apretó durante ese verano, y tengo que reconocer que Laura se esforzaba en sus estudios y ¡¡¡de qué manera!!!

Yo estaba en época de vacaciones y toda mi vida se centraba en pasármelo bien con mis amigos y en cumplir a rajatabla mis obligaciones caseras, sobre todo en lo que se refiere a hacer la colada.

Aquella mañana hacía un calor realmente infernal y me levanté algo tarde, porque la noche anterior estuve hasta las tantas viendo una película en la tele.

Debían de ser las doce o algo así cuándo me digné salir de la cama; mis padres, naturalmente, no disfrutaban de nuestros privilegios de estudiantes y estaban en la fábrica.

Bajé a la cocina dispuesto a prepararme algo de desayunar, pasando de camino por delante de la puerta de la habitación de Julia.

  • Julia…. voy a la cocina a preparar el desayuno… ¿quieres algo? dije, al mismo tiempo que pasaba andando por delante de la puerta de su habitación, que estaba abierta.

  • ¿Desayuno? Pero, Luis ¿tú sabes qué hora es?

Esto me hizo mirar hacia el interior de su cuarto; Julia estaba de espaldas a mí; llevaba puesto un pantalón corto y… solo eso… ¡¡¡¡¡nada más!!!!!

Pude ver su perfecta espalda completamente desnuda y cómo su pelo negro recogido pasaba por su nuca y se deslizaba hacia la parte delantera de su cuerpo, que yo no alcanzaba a ver

Se encontraba echada sobre la cama, de costado, dándome la espalda; debía de estar leyendo algún libro, o unos apuntes; algo.

De todas maneras, no pude ver nada; seguí andando instintivamente, pero esa imagen me acompañó durante todo el día y fue motivo de inspiración para varias corridas.

Aquello se estaba convirtiendo en obsesivo; ya no eran las chicas de clase ni las profesoras ni las fotos de las revistas. Todo giraba ya en torno a mi hermana; todo era Julia: las braguitas de Julia; las imágenes de Julia; el olor de su chochito; todo era Julia y nada más que Julia. No podía pensar en otra cosa que en poder oler ese coño: pero de verdad. Poder olerlo, tocarlo, lamerlo… esos eran mis pensamientos; mis únicos pensamientos, mientras me masturbaba una y otra vez, soñando con mi hermanita.

Aquello no podía continuar así; tenía que hacer algo para conseguir ver a Julia desnuda. Ese día me convencí de que no pararía hasta poder ver a mi hermana en pelotas. Necesitaba nuevos estímulos y nuevas imágenes para poder seguir haciéndome pajas y más pajas a su salud. Sus braguitas seguían pareciéndome igual de seductoras que siempre y realmente me ponía a cien con el olor de sus flujos; pero necesitaba algo más.

Estaba decidido. Era la época ideal; hacía calor, y me imaginaba de qué manera debía dormir Julia. Tenía que hacerlo; tenía que meterme en su habitación, mientras dormía, para verla desnuda.

Julia terminaba de estudiar por las tardes sobre las siete o siete y media, y después de bajar a la sala cuándo llegaban mis padres, cenaba algo y solía salir a dar una vuelta al parque con su pandilla, para volver a casa entre las 10 y las 11 de la noche.

Esa noche no fue especial. Llegó a casa poco antes de las once; coincidimos un rato en la salita frente a la tele y de allí subió a su habitación. Yo también subí a mi cuarto al cabo de un rato.

Estuve entreteniéndome en aquello que pude; leyendo revistas y navegando un poco por Internet en mi cuarto, hasta que oí acostarse a mis padres.

Después de eso la casa quedó en completo silencio: eran, más o menos, las doce y media.

Me mantuve despierto hasta las tres y media, con la luz apagada y procurando no hacer el menor de los ruidos; tuve la precaución de dejar mi puerta tan sólo encajada de manera que al abrirla no hice ningún ruido. Llegó el momento, -me dije-. Ahora no puedo volverme atrás.

Salí de mi habitación sigilosamente y me deslicé con mil precauciones hasta la puerta del cuarto de mi hermana. En el peor de los casos, por si algo salía mal, podía excusarme diciendo que me había despertado y me dirigía al cuarto de baño.

Toqué con mucho cuidado la puerta de mi hermana en la oscuridad: cedió unos centímetros; estaba sólo encajada.

Bien.

Debí emplear cerca de diez minutos en abrir la puerta, poco a poco, hasta lo suficiente como para poder deslizarme dentro de su cuarto. Cuando al fin estuve dentro pude comprobar, con inmensa rabia, que… ¡no veía nada!

-¡¡¡Maldición!!! pensé- La ventana estaba abierta; notaba el aire fresco y el ruido de algún coche de la calle, pero las cortinas estaban echadas y en la habitación no penetraba el menor rayo de luz.

-¡Mierda!- No había contado con eso: tocaba retirada. La anhelada visión del cuerpo desnudo de mi hermana había quedado reducida a la nada, dada la absoluta oscuridad reinante.

Nuevamente me costó unos diez o quince minutos volver a mi cuarto sin hacer ruido.

Pero una vez estuve en mi cuarto se me encendió la bombilla y recordé algo: ¡¡¡la linterna!!!

En algún lugar yo tenía una linterna, de esas de tipo bolígrafo que regalaban en el banco por abrir una cuenta corriente, o algo así; mi padre trajo a casa unas cuántas y me dio una de ellas.

Empecé a buscarla con mucho cuidado para no hacer ruido y al final la encontré al fondo del cajón de mi mesita de noche. Eran las cuatro de la mañana y comencé de nuevo mi peregrinaje hacia el cuarto de Julia.

Esta vez me encontré con la puerta tal y como la había dejado anteriormente y pude deslizarme fácilmente en su habitación sin perder tiempo. Me quedé muy cerca de la puerta y accione la linterna con la precaución de cubrirla con la mano.

Cuándo se encendió, aún cubierta por mi mano, toda la habitación se iluminó de un tono rojizo intenso: me dio un vuelco el corazón. Tal era la oscuridad en la habitación, que esa pequeña luz, a pesar de estar tamizada, fue capaz de hacerme ver toda la estancia. A mí se me antojó algo así como la luz intensísima de un faro. ¡Uf! qué mal trago pasé.

Pero de pronto mi vista fue a parar hacia Julia: allí estaba, y tal y cómo yo pensaba. ¡¡¡DESNUDA!!!

Estaba tumbada de lado y su cabeza reposaba sobre la almohada, a la que estaba abrazada. Desde el sitio que yo ocupaba en la habitación distinguía perfectamente su espalda, su precioso culito y sus largas piernas.

Empecé a moverme muy despacio rodeando la cama y pronto empecé a ver sus magníficas tetas. Tuve una perfecta visión de su pecho izquierdo y de su hermoso pezón oscuro. Del otro pecho tan sólo veía el contorno ya que su cuerpo lo ocultaba parcialmente.

Mi vista fue bajando y recorrí con la mirada su vientre, el delicado ombligo y finalmente su vello púbico. ¡Dios! casi no tenía. Lo poco que podía ver, dada su posición y la, realmente escasa luz, era una pequeña matita de pelo perfectamente recortada, en triángulo invertido hacia sus piernas; ahora entendía por qué tan pocas veces encontraba en sus bragas algún pelo de su coñito.

Mi curiosidad fue a más; era el primer coño en directo que veía en mi vida y estaba dispuesto a hacer todo lo posible por aprovechar la ocasión al máximo.

Mi polla hacía tiempo que había cobrado vida; la tenía enhiesta y al mirar hacia abajo vi cómo una parte de mi pijama estaba totalmente levantada por su presión.

Empezaba a dolerme muy dulcemente; era ese dolor tan agradable que sentía cuándo tenía una de las braguitas de mi hermana sobre la cara.

Decidí ir un poco más allá de la parte baja de la cama y me acerqué al lado izquierdo. Desde allí pude observar mucho mejor las tetas de Julia, ¡eran realmente hermosas!, ¡Las tenía tiesas, aun estando tumbada!; sin embargo su pezón no era muy grande; no ocupaba mucho de su pecho. Aquella fue una visión y una contemplación deliciosa.

Pero mi principal anhelo se encontraba entre las piernas de Julia; pero no podía ver bien su coño. Sus piernas, una encima de otra, me ocultaban esa visión; tan sólo alcancé a ver una pequeña parte de su monte de venus.

De pronto la respiración de Julia cambió de tono, se hizo más ruidosa y acto seguido carraspeó; rápidamente apagué la linterna.

Me quedé muy quieto en la absoluta oscuridad y pude oír perfectamente cómo mi hermana se movía sobre la cama; duró poco, apenas unos segundos, pero estaba claro que había cambiado de postura. Pero ¿se habría despertado?

¿Qué debía hacer ahora? ¿Encender de nuevo la linterna, para poder ver algo más?

No sabía cómo actuar; el miedo a ser pillado en plena acción era inmenso, casi paralizante, pero mi polla me estaba reclamando algo más: necesitaba seguir viéndola. Era demasiado tentados lo que tenía delante para dejarlo así ahora: a medias.

Me agaché lentamente y pasé la linterna bajo el borde de la cama y en esa posición y una vez cubierta de nuevo por mi mano volví a accionar el interruptor; nuevamente esa luz rojiza, esta vez, sí cabe, aún más tenue y apagada.

Pero todo mereció la pena, visto el resultado: mi hermana Julia había rodado sobre sí misma hacia la derecha y ahora estaba completamente boca arriba; su cabeza reposaba sobre el borde de la almohada y estaba ligeramente inclinada hacia la puerta. Sus perfectas tetas apuntaban al techo y sus dos lindos pezones me parecieron realmente preciosos y excitantes. Mi polla palpitaba y estaba para reventar de un momento a otro.

Rápidamente dirigí la mirada hacia su coñito; esta vez sí estaba perfectamente visible; su pierna izquierda estaba algo flexionada por la rodilla y eso me dejaba ver muy bien su tierna rajita: tenía toda la parte baja completamente depilada y sólo lucía un pequeño triángulo de vello púbico en el monte de venus. Ya lo había visto antes.

No sé cuánto tiempo estuve contemplando extasiado el panorama que el cuerpo desnudo de Julia me ofrecía. Pero aquella visión, sin nada que la entorpeciera, pervive en mi memoria como si fuera de hace un instante. Sentía mi boca seca, efecto de la ansiedad y el miedo que me consumían. ¿Julia se despertaría?

Decidido a continuar mi inspección y casi sin darme cuenta, mi mano fue apartándose de la linterna y ésta pasó a enfocar directamente hacia su coño. Tenía unos delicados labios vaginales entre los cuales pude apreciar un pequeño bulto en su parte superior; no sabía lo que era, pero esa visión en primer plano fue demasiado para mi exaltado estado emocional.

Noté como un potente chorro de esperma caliente mojaba el pantalón del pijama; un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y tuve que contenerme para no hacer ningún ruido mientras me pegaba esa soberana y espontánea corrida.

Sentí como la leche empezaba a deslizarse por mis piernas y me apresuré en salir de la habitación: no quería dejar el suelo pringado con el cuerpo de mi delito.

Una vez de vuelta en mi cuarto me quité toda aquella ropa mojada y mis recuerdos sobre aquella magnífica visión fueron motivo suficiente para, esta vez sí, haciéndome una soberbia y magnífica paja, correrme de nuevo.

El sólo hecho de pensar en que, si no hubiese llevado puesto el pantalón del pijama, hubiese bañado a mi hermana, literalmente, con mi leche caliente, fue el recuerdo decisivo que me impelió a la búsqueda de una tercera paja antes de quedarme definitivamente dormido. Supremo.


El afán de Luis respecto a ver a Julia desnuda no ha hecho más que empezar. ¿Qué maquinará?