Mi hermana

El azar hacen coincidir más allá de lo que ninguno llegara a pensar a dos hermanos de edad madura.

MI HERMANA

Todo comenzó con una llamada de teléfono. Sí? Dígame. Ah¡ mamá¡ Que tal estás?. Bien , bien. Si claro, claro, no. No hay problema. Vale, si, creo que lo podré arreglar. De acuerdo, si. Yo llamo a Esther. Si, hoy mismo. Si, ya me pongo de acuerdo yo con ella. Bueno, cuídate y no te preocupes. Bueno, hasta luego.

649 74. Esther? ...Tu hermano. Si, oye que mamá me ha llamado para .... ya, vale. si, si, yo lo puedo arreglar para el miércoles. ¿te viene mal? No? Pues perfecto entonces... no, no creo que haya problema. Puedo arreglarlo. Seguro que los chicos se alegran y el Director no me pondrá pegas. Me debe algún que otro favor. Bueno.... ya lo buscaremos sobre la marcha. Hay unos cuantos hoteles en la misma ciudad. Si, si, oye ... que vamos en mi coche, no, no, en el mío. Nos hablamos mañana por la noche y ya acordamos la hora en la que paso a buscarte. Vale, pues hasta mañana entonces. Chao.

La casa familiar deshabitada desde que emigraron desde la provincia a la capital tenía un comprador muy interesado. El auge de la construcción había convertido en apetecible no ya la vivienda, casi en ruinas, sino el solar que ocupaba en una céntrica calle de la otrora deprimida ciudad. Su madre viuda y ya anciana aunque bastante activa e independiente no quería saber nada del asunto; que sus hijos se encargaran de la venta y, esa era su única exigencia, que se repartieran las ganancias de la operación por igual. Yo –había dicho- tengo suficiente con la pensión. Tu hermana le dará buen uso y tu seguro que te lo gastas en un coche deportivo o en un capricho estrambótico de esos que tanto te gustan. Ten cabeza, Alberto, ten cabeza.

Esther había pedido dos días libres en el banco que trabajaba y Alberto, por su parte, no había encontrado la menor pega para poder hacer un alto momentáneo en sus clases. No era él de los que a las primeras de cambio pretextan un dolor de cabeza o una supuesta afección gripal para escapar de sus obligaciones lectivas. Y todos sus compañeros lo sabían. Así que el miércoles sobre las nueve de la mañana Esther colocaba su bolso en la maleta del flamante 405 Coupé de su hermano Alberto para iniciar junto a él un viaje de unos 470 Kilómetros que los llevaría a la casa familiar de la que apenas se acordaban y por la que no tenían el menor apego afectivo. De un extremo al otro del país; del norte próspero al sur soleado y agrícola.

La relación que mantenía con su hermana era cordial. No se veían muy a menudo pero subsistía una fuerte complicidad fruto de los años de cierta estrechez que vivieron como inmigrantes recién llegados a una nueva ciudad e igualmente forjada a base de compartir una visión de la existencia muy similar. Su hermana valoraba en Alberto la correspondencia entre sus ideas y su vida. Alberto no pensaba casarse y tampoco era su intención tener descendencia. Alberto siempre había repudiado la idea de que la pareja y mucho menos el matrimonio fuera la cristalización natural de la relación entre hombres y mujeres y conforme a esa convicción no se empeñaba en alargar las etapas de convivencia que habían surgido en su vida más allá de la duración que buenamente fuera viable. Ella, Esther, envidiaba la libertad con la que se movía su hermano porque, aún compartiendo su ideología vital, no había tenido los arrestos, quizás por ser mujer, de resistirse a las exigencias externas de una sociedad que la envolvió con el espejismo de ser una trabajadora cualificada y una madre eficiente; propietaria de adosado en urbanización con piscina y garaje para dos coches de gama, a ser posible, alta; mes de vacaciones en apartamento y niños en colegio bilingüe de pago. Se había casado al poco tiempo de entrar en la entidad financiera para la que trabajaba con un compañero que apuntaba maneras, en opinión de todos, para llegar a ser director de sucursal. Tenía ahora 44 años y uno por uno iban cumpliéndose sus proyecciones de felicidad pero se aburría, se aburría mortalmente. Alberto, en cambio, vivía de alquiler y su cuenta corriente seguro que no abultaba como la suya pero, curiosamente, parecía feliz; despreocupado. Esther se preguntaba si acaso no sería estúpida aquella condescendencia un tanto altiva con la que su marido solía juzgar la existencia de su hermano. Tenía, se propuso, que revisar su tabla de valores y acercarse un poco más a Alberto; conocer más de cerca cómo vivía y qué era lo que le gustaba y por lo qué se interesaba.

Cuando llegaron se dirigieron directamente a las oficinas de la constructora que deseaba el solar para levantar un edificio de oficinas y viviendas. El tiburón inmobiliario tenía ya en los labios las ganancias que iba a obtener y no regateó el precio. Llegaron a un acuerdo rápido en el que Esther llevó todo el peso de la negociación. Mañana, se acordó, firmarían en un notario amigo del impaciente empresario la compraventa. De las ostentosas oficinas del nuevo rico se encaminaron al hotel que les recomendaron como mejor (tres estrellas) y pidieron una habitación doble.

Esther abrió la maleta sobre su cama. Alberto expresó su deseo de darse una ducha muy caliente y de relajar un poco los músculos del cuello y la espalda fatigados del largo viaje. Bajo la reconfortante lluvia de la ducha Alberto recobró fuerzas; el olor del gel y la frescura de la colonia le devolvieron la vitalidad. Una vez se hubo secado comprobó que debía volver a la habitación o cubierto por una ridícula toalla que apenas le cubría o, talmente, en bolas. Sin pensarlo mucho –no era dado a ceremoniosas manifestaciones de pudor- salió completamente desnudo.

- ¡joder Alberto! No creo que fuera necesario éste alarde. – la voz de Esther sonó enérgica pero sin matices de enfado; acaso unas leves notas de sorpresa.

-- perdona hermana. Cuando uno vive sólo se acostumbra a no tener prevenciones... de todas maneras no creo que te asustes por el espectáculo.

- ¡no me seas chulo! ¿espectáculo?.... ¡venga hombre¡.

Decidido a continuar con el clima de broma Alberto adoptó la posición clásica del Discóbolo, la famosa pieza escultural del griego Mirón , y sometió su anatomía al examen de su hermana. El cuerpo espigado tenía cierta elegancia; su afición al deporte y su paso por el gimnasio habían marcado cada uno de sus músculos que ahora, en tensión, lucían suavemente esculpidos. Su miembro contrastaba por lo moreno con la tonalidad dorada de su piel; el glande totalmente expuesto y la profusión de venas dotaban a su polla de una prestancia armónica.

- ¡bueno, atleta¡. Te Puedes sacar un sobresueldo como modelo artístico. No estás mal pero como comprenderás ya no estás en edad de ser un Adonis.

Y soltó una risa nerviosa. Una carcajada que delataba cierto atisbo de no saber como derivaría la situación.

Alberto quiso replicar. Iba a reprocharle a su hermana la observación y, siempre en tono de chanza, decirle que no se cambiaría por ningún joven; ni de treinta ni, tampoco, de veinte pero Esther miraba la pantalla de su móvil. Alguien la llamaba.

- Es Carlos – le dijo a su hermano

- Dime¡. Bien, bien. En la habitación....¿y los niños? ... ya, ya. ...no por favor¡ nada de burguers, que por no molestarte...bueno, vale, tu sabrás...

Mientras hablaba con su marido y con la mano derecha libre comenzaba a desprenderse de su ropa. Distraídamente y paseando por la habitación desabrochaba los botones de su elegante blusa beige. Cuando los tuvo sueltos asomó el discreto sujetador blanco y un vientre blanco marcado por la presión de la falda diplomática.

- ...pero Carlos, por Dios, si aún no hemos cerrado el trato. No, no,.... pero¡ no te parece muy precitado¡...

Con un movimiento de hombros se desprendió de la blusa y la dejo con suavidad y bien estirada sobre su cama. Eran sus dedos ahora los que operaban en la cremallera lateral de su falda. Su vista no reposaba en ningún objeto concreto, sus ojos vagaban como su nervioso ir y venir de un lado a otro sin, aparentemente, ver nada. La falda cayó a sus pies mientras continuaba en un tono cada vez más irritado conversando con su marido.

no es el momento, no es el momento. ¿letras del tesoro? ...ni si, ni no, que no es eso,... que ya habrá tiempo de decidirlo....

Alberto estaba contemplando a su hermana en bragas y sujetador. La ropa interior de su hermana, de un blanco inmaculado, era anodina. Las bragas Calvin Klein con banda elástica ancha no eran especialmente sensuales pero, en conjunto, Esther tenía un punto de morbo al que colaboraban en no poca medida la anchura de sus caderas y hasta incluso los leves hoyuelos que la celulitis marcaban justo a la altura de las nalgas. Su polla hasta ahora en vigilante reposo inició una ascensión que se adivinaba no culminaría prontamente.

¡pero que previsión ni que historias¡ ¿te tengo que repetir que todavía no tenemos el talón?

La vista de Esther, ahora sí, se posó en algo que había variado en el cuerpo desnudo de su hermano. Su polla estaba, casi, en posición horizontal. Tartamudeó al contestar a su marido y con una expresiva y asombrada apertura de los párpados que hicieron aparecer en toda su elocuencia los asombrados ojos negros quiso decir algo. Seguía callada escuchando las elucubraciones inversoras de su marido pero alcanzó a dibujar unas palabras con los labios y sustituyendo el énfasis sonoro por oscilaciones de cabeza dijo algo como ¡pero bueno¡ ¿es posible lo que estoy viendo?. Por toda respuesta Alberto se encogió de hombros con gesto inocente. Su polla seguía creciendo.

  • ¡Carlos, Carlos!, por última vez.....vamos a dejarlo para cuando regrese, ¿vale?.... joder mira que eres obstinado...

Los ágiles dedos de Esther desabrocharon el cierre delantero del sostén y sus pechos blancos desafiaron la mirada de Alberto que no pudo reprimir tocarse la verga erecta. Su hermana continuaba hablando en tono airado por el móvil:

¡Voy a colgar!¡ Carlos...por favor, no me obligues a colgar!.... ¡No, no voy a tomar una decisión por teléfono!....!adiós¡

Colgó. Miró fijamente a su hermano y después de una pausa le dijo

¡j oder macho, menuda situación. Por un lado el gilipollas de mi marido con sus paranoias financieras y tu por el otro con la polla tiesa y una cara de abobado que para qué.

  • bueno, bueno. Que tu marido es un gilipollas no tiene discusión pero lo de la cara de abobado se puede explicar si caes en la cuenta de que acabas de protagonizar delante de mis narices un steap-tease a lo DemiMoore.Es normal que se me empine.

¡Anda, anda¡. Voy a ducharme a ver si se me pasa el calentón.

  • ¿Cuál?

¡Vete a la mierda¡ ... y mientras atravesaba la puerta del baño alcanzó a decir

¡los dos¡

Alberto escuchaba echado en la cama que le correspondía el sonido del agua de la ducha. Quiso rememorar las escasas ocasiones en que el cuerpo de su hermana se ofreció a su mirada. Salvo, claro está, cuando en verano iban a la playa o a la piscina municipal y podía contemplarla en bikini y entonces aquello no tenía el menor interés para él, sólo una vez recordaba haberla pillado en bragas. Cursaba C.O.U así que tendría que tener sobre 17 años. Buscaba un libro que pudiera hacerle entender las disquisiciones filosóficas de Kant y recordó que entre los libros de Esther había una "historia de la filosofía" distinta de la que él manejaba. Cuando abrió la puerta de la habitación de su hermana para buscar el libro en la estantería de la pared donde creía haberlo visto se encontró con Esther en medio del cuarto tratando de sacarse la camiseta por la cabeza y ya sin pantalón. Quedó subyugado sobremanera por la sombra oscura y abultada que tapaba sus bragas. Se disculpó y cerró de nuevo la puerta. Su hermana no lo vio, así que nunca tuvo la certeza de lo que había mostrado pero cuando, finalmente, pudo entrar le reprochó su falta de educación: ¿no te han enseñado a tocar antes de entrar?

Con esa estampa de su hermana en la mente se masturbó en múltiples ocasiones. Alguna vez más atisbó furtivamente sus tetas cuando en el reparto de las tareas domésticas le tocaba limpiar e incluso un retazo de sus bragas cuando con falda y en la seguridad del hogar no cuidaba su forma de sentarse como en público, pero de cuerpo entero sólo tuvo oportunidad de verla en aquella ocasión. De más está decir que codiciaba encontrarse con unas bragas suyas ya usadas pero no era nada fácil. Su madre no abandonaba la casa prácticamente nunca y la ropa íntima era lavada casi a diario. Algún que otro domingo si sus padres salían a comer fuera o a la casa de unos amigos y Esther, a su vez, iba al cine o quedaba con alguna amiga, Alberto tenía el privilegio de registrar la habitación de su hermana o el cuarto de la lavadora y mientras la ansiedad se lo comía a veces tropezaba con la deseada prenda. Entonces organizaba la tarde en torno a ese hallazgo y sólo al anochecer, cuando intuía que el regreso de su familia estaba pronto, y sólo entonces, terminaba por culminar una paja que dilatada y pausadamente administrada lo había mantenido toda una tarde excitado.

El agua de la ducha cesó de correr y Alberto volvió al presente. Esther regresó al espacio que ocupaban las camas envuelta en la exigua toalla blanca con la HS del anagrama del hotel bordadas en azul. En su mano las bragas blancas con las que había desaparecido minutos antes; las dejó caer en su bolso abierto y se desprendió de la toalla. La polla de Alberto hasta ese momento expectante cobró una rigidez casi instantánea.

-- ¡ la hostia Esther¡eres mismamente el lienzo de Courbet.

En efecto, los muslos anchos y el vientre tersamente flácido enmarcando el estallido de negrura del poblado pubis, los hoyuelos de la celulitis y las recias caderas retrataban un desnudo de otro tiempo, una carnalidad natural que inclinaba a una detenida voluptuosidad.

--¿conoces "el origen del mundo"? ¿si?, pues ese es tu cuerpo, tal cual.

-Vale profesor, no te esfuerces que ya conozco tu labia.

-- vale, vale. ¿prefieres que te diga que tienes un polvo?, ¿sí?, pues eso...que tienes un polvo, o dos...

-Ya te entendí. Gracias por el halago pero supongo que no se te habrá pasado por la mente que tu y yo podamos follar.

--bueno...., hay un amplio abanico de posibilidades que no pasan, necesariamente, por follar; aunque, de todos modos,... no, no pensaba precisamente en follar. Pensaba en algo mucho más simple y quizás menos drástico. Pensaba por ejemplo ¿en pasar un rato divertido?; ¿en darle satisfacción a las apetencias?, ¿en no dejarme arrastrar por prejuicios ridículos? ¿en acariciar un cuerpo de una mujer bella y dejar que mis sentidos se llenen con esa vivencia? ¿en dotar de una dimensión cultural el éxtasis sexual?...

bueno, bueno, bueno, no me abrumes con tu erudición.

--Esther, escucha y dime la verdad, ¿qué es lo que deseas hacer?...¿dormir y soñar con la inversión perfecta?, pues si es así apaga la luz y ¡buenas noches¡, ¿o venir a mi lado y dejar que te acaricie?, ...

Su hermana dudo un instante y se dirigió hacia la cama donde su hermano, aún desnudo, reposaba. Se recostó a su lado y tomó su polla.

- Esto es lo que quiero hacer; no es lo que debo hacer pero, sí, hermanito, es lo que quiero hacer. No recuerdo el tiempo que hace que no hago una paja. Debo haber perdido muchas facultades....

La mano de Esther se deslizaba por el miembro de Alberto con suavidad pero también con energía; apretaba con fuerza el tallo de carne morena y se deleitaba en la contemplación de las variaciones violáceas del glande. Los gemidos de su hermano aumentaban su excitación y cuando el dedo de Alberto hoyó el agujero de su sexo el rumor a chapoteo llenó la habitación y llenó de gratuita lujuria su mente toda. Minutos después, tímida, Esther llevó sus labios al tallo del pene como dándole un beso. Al rato y mientras continuaba trabajando con la mano engulló todo el glande. Alberto para distender el silencio únicamente roto por los sonidos guturales de ambas gargantas comenzó a cantar:

-"lo estas haciendo muy bien, muy bien, muy bien,

...sigue y no pares que Dios te lo pague que lo haces muy bien

lo estas haciendo muy bien, muy bien, muy bien"

La canción de Semen Up cantada por Alberto hizo sonreír a Esther que abandonó por un instante su metódica faena para decirle a su hermano " lo cabronazo que era". Alberto se extasiaba en la contemplación de la mano de su hermana. Le fascinaba el trabajo sobre su polla de los dedos anillados; la alianza del compromiso marital y una delicada sortija de plata rozando una y otra vez su piel en busca de la erupción seminal lo enloquecían.

--¡ oye Esther¡ qué yo también tengo hambre....

y como su hermana no reaccionara, insistió:

-- ¡déjame comer algo, por favor...¡

Cuando Esther colocó su chocho al alcance de la boca de su hermano y sintió el primer roce de su lengua se abandonó por completo al placer y dejó de existir en ese momento para otra cosa que no fuera dar y sentir placer. Devoraba la polla de Alberto y sentía por la rigidez que iba adquiriendo que de un momento a otro explotaría en el cielo de su paladar un torrente blanco de espeso semen y que la lengua de Alberto estimulando sabiamente su hinchado clítoris la haría coincidir, con suerte, con su propio y repetido orgasmo.

Amaneció. Se prepararon y después de desayunar en la cafetería del propio hotel salieron con tiempo hacía la notaría. Esther llevó siempre la voz cantante en aquel ámbito tan lejano a los espacios en que Alberto se encontraba a gusto, quien, al amparo de ella, se limitó a asentir cuando el notario se dirigía a él buscando la aprobación para lo que leía. Con los talones bancarios en el bolsillo regresaron al hotel para recoger sus bolsos y emprender el camino de vuelta a casa; casi era la hora del almuerzo.

ayer, quizás por inesperado, disfrute como nunca. Me gustó mucho estar así, desnuda y libre, sin preocuparme más que de mi satisfacción. ¿y sabes?, no me siento culpable de nada; es más, creo que por primera vez en mucho tiempo me siento dueña de mis decisiones. Quiero aprovechar estos últimas horas aquí porque casi seguro que no se van a prodigar muchas ocasiones como ésta en mi vida...

Se desnudó y ayudó a su hermano a desprenderse de los pantalones.

creo que nunca he pasado tanto tiempo seguido en bolas....ja,ja,.

Sobre la cama y, frente a frente, Esther pasó las piernas por los costados de Alberto y tomando su polla la dirigió a su vagina.

- Quiero ver como me entra. Después decides tu pero ahora quiero ver como me entra

Y así, casi sentados, frente a frente, Esther veía como los labios de su chocho cedían al empuje de la polla de Alberto y cuando suave y poco a poco estuvo dentro de ella en su totalidad le pidió a su hermano que por un instante no se moviera, que se quedara quieto porque quería memorizar aquella visión que le colmaba los sentidos.

El teléfono móvil sonó cuando Alberto de rodillas penetraba a su hermana a cuatro patas sobre la cama. Sonó insistente. Sin dejar de embestir, agarrado a sus caderas, el agradecido sexo de su hermana tomó de la mesilla de noche el móvil de Esther y se lo acercó:

- -es el gilipollas de tu marido

-para un momento, Alberto, anda, por favor... –alcanzó a balbucear entre jadeos Esther-

- dime Carlos, no, no, ....todavía no estamos en camino, vámos a tomar algo y en una hora o así cogeremos el coche Si, si, todo bien.... ningún problema. Si, si, ... ya tenemos los talones, ...dos, claro. Si, de la misma entidad.... pero ya hablaremos de eso cuando llegue,.... que sí, que sí....¿vas a empezar de nuevo con ese tema?

Alberto, en efecto, había parado el mete y saca en el que estaban ocupados segundos antes él y su hermana pero no había salido de ella. Mientras conversaba con su marido Esther permanecía empalada por la palpitante polla de Alberto y se notaba llena, colmada. La situación era tan subversiva que Alberto mirando el imponente trasero de su hermana y los húmedos vellos alrededor de la polla bien incrustada en su chocho no pudo reprimir correrse. Una sorda queja salió de la garganta de Alberto al tiempo que una potente descarga sorprendía a Esther quien, presa de una visceral excitación, cortó la comunicación bruscamente para prorrumpir en imprecaciones y jadeos. Alberto la siguió follando hasta la extenuación y de nuevo ...sonó el teléfono.

-Se cortó, si es que estamos entrando en el restaurante y hay poca cobertura... bueno, si, ¿me oyes? ¿me oyes?.... no te oigo nada........Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Tres semanas después Alberto abría la puerta del piso situado en el casco antiguo de la ciudad en el que vivía de alquiler.

--¡ Joder Esther, qué gusto verte¡ pasa, joder, pasa. ¿qué haces por aquí?

-nada, que me he escapado unas horas para ir de compras y pensé que nadie mejor que tu para que me des tu opinión sobre unos conjuntitos de ropa interior que acabo de comprar.

Eran tres los juegos de sujetador y bragas pero tan sólo hubo ocasión de ver el primero.

FIN

Nota: En agradecimiento a todos los que se han expresado sobre mis relatos.