Mi hermana ciega 6. Silvia y Ric.

Silvia se desentendió de mi lengua, y dando la vuelta sobre sí misma alzó sus piernas y las enrolló en la cintura de él abriendo a tope el agujero vaginal para que la polla de mi hermano entrase más aún.

El viernes de buena mañana, fuimos de compras. Fran insistió en que debía ampliar mi vestuario que, según él, es una herramienta de trabajo, el contenedor del voluptuoso cuerpo que vendo cada día y que, al igual que las joyas, no basta con ser preciosas, si no que deben ir envueltas en un bonito estuche. Yo, aún extenuada por el ajetreo de los dos últimos días, caminaba orgullosa colgada de su brazo acariciando su biceps con mi pecho derecho. Los dos días anteriores, a los que me he referido, fueron de locura pues Virgin, la madam, me había preparado dos citas cada día, mañana y tarde con un breve receso a mediodía para pinchar algo y reponer fuerzas. Tres de los cuatro clientes eran comensales del almuerzo del primer día. Puedo asegurar que todos quedaron muy satisfechos, tal es así que Virgin ya tenía preparados  otros dos para hoy, cosa a la que me negué en redondo, alegando que mis partes nobles reclamaban a gritos descanso, aunque tuve que prometer que el sábado y el domingo atendería a dichos clientes, pero uno cada día. Aproveché el momento para aclararle qué, en lo sucesivo, solo me ocuparía de un cliente al día y también qué de sexo anal, nada de nada, por el momento. Ella refunfuñó, aunque terminó por aceptar mis exigencias salvo la última que le hice:

- Mira, Virgin, no quiero ser más que nadie, pero tampoco menos. Has de pagarme lo mismo que a tus chicas especiales: 2.000 euros por cliente.

- Joder Lena, solo cobran 2.000 las veteranas y además incluyen el culo.

- Te prometo qué, en cuanto lo tenga más dilatado, también dispondrán de él. Es solo cuestión de días. – ella, aún fastidiada por aumentar mi caché en 500 pavos, claudicó.

Me sentía feliz enganchada del brazo de mi hermano, mientras mirábamos escaparates que mostraban vestidos preciosos, aunque carísimos. Entramos en una boutique, de las más caras, por cierto. Ambos jugueteábamos mientras sacábamos las perchas de los vestidos que él ponía sobre mi cuerpo a la vez que yo hacía muecas extravagantes. Me encantaba jugar con mi hermano, como hicimos siempre desde que era una cría, bueno, una cría que él hizo mujer. Elegimos tres vestidos y pillamos un probador que ocupamos cubiertos por una leve cortina, me desnudé y él me probó los vestidos a la vez que mis entreabiertos labios que estaban golosos de los suyos al tiempo que con sus dedos alzaba la falda acariciando mi clítoris, temblando los dos. Necesitábamos follar con urgencia, pues hacía más de tres horas que no había entrado en mí y mi hermanito me tenía ardiente hasta las cejas. Al final eligió dos de los vestidos, uno minifaldero y ceñido y otro más elegante, rojo, que tapaban las rodillas, pero no los pechos que bailaban casi libres en el escote corazón. Pagó al contado y nos fuimos corriendo a casa.

-  Cariño, ¿por qué te has negado a aceptar los pantalones que elegí para ti? también tú debes renovar el vestuario, ahora nos lo podemos permitir - pregunté sentada sobre sus piernas, tomando café en el sofá de la salita.

  • Porque no los necesito, Lena. Tengo un cuerpo cañón, incluso en pelotas soy todo músculos ¿a que sí? reía como un chiquillo.

  • Anda, Fran, mejor vamos a la cocina, porque ya noto tu músculo hinchado entre mis piernas. Tendremos que reservarnos para la cena de esta noche, ¿no?

Discutimos acaloradamente tomando café en la cocina. Él se mostraba tranquilo, incluso gozoso por la cena de esta noche en la que, presuntamente, nos íbamos a revolcar con dos personas ajenas  a nosotros, mientras que yo estaba cada vez más confusa, imaginando a mi hermano entre las garras de Silvia, lamiéndose los dos, follando cómo hienas hambrientas …

-Venga, Lena, no dramatices. Solo es una cena que vosotros habéis preparado, así tendré el placer de conocer a tu “ amigo Ric ” – enfatizó amigo – mientras yo jugueteo con su mujer, claro, si a ella le apetece.

-Fran, Ric y yo convinimos que, si alguno se sentía incómodo en la cena, no tenía más que levantarse de la mesa. Y se acabó la aventura. – Concluí dando nerviosas vueltas al anillo que brillaba en el dedo anular de mi mano, con el que nos habíamos desposado anoche – Aunque, no es necesario que llegue la cena, si tú no quieres tan solo tienes que decir una palabra: NO.

-Solo es una cena, cariño …

-Los dos sabemos que lo de hoy no solo es una cena: es una entrega que va a cambiar nuestras vidas, quizá para siempre. – no pude evitar el sollozo. Esta vez sí sentí a mi hermano alejarse de mí.

A las ocho en punto llegamos con la moto a la mansión de Ric y Silvia, cuya dirección él me detalló por watsApp. Estaba situada en las afueras de la ciudad, era un caserón enorme y lujoso rodeado de un cuidado jardín. Ric nos esperaba en el portón, vestido con un elegante traje oscuro de corte italiano que contrastaba con el pantalón chino y la camisa blanca, muy usada, que vestía Fran. El anfitrión me abrazó fuerte (demasiado) y estrechó la mano de Fran. Tras decirme lo preciosa que estaba estiró el brazo invitándonos a entrar. Al momento apareció una mujer joven con pasos firmes y seguros, una melena negra azabache que descansaba justo sobre los hombros enderezados y enmarcaba un bello rostro con ojos negros, labios rojos muy sensuales y un cuerpo delgado, aunque adornado con suaves curvas que destacaban la falda de vuelo blanca y la blusa negra ajustada, medio desabotonada.

-Perdonad, chicos. Estaba indicándole a la doncella la distribución de la mesa – decía con una sonrisa que iluminó el vestíbulo – Eres Lena, ¿verdad? – apoyó sus mejillas contra las mías, mua-mua. El mua-mua lo repitió sobre la cara de mi hermano, aunque a este le envolvió la cintura con los brazos, muy pegadita a él.

-Vale ya de presentaciones, cenemos que estoy hambriento – soltó Ric – supongo que habéis preparado la mesa en la cocina que es más íntima y podremos hablar de lo nuestro con tranquilidad. – miró a Silvia interrogante.

-Sí, Ric, la doncella, Amparo, ya se ha ido. Tenemos la casa para nosotros solos y, ¡claro que tenemos que hablar! vuestra propuesta es un tema importante, al menos para mí. No estoy segura de querer variar mi modo de vida – dijo ya sentada en la mesa de la cocina, clavando sus ojos en los de Fran, que lo había sentado a su derecha – ¿Tú que opinas, Fran? porque aquí tenemos que hablar todos, no solo ellos.

-Yo estoy a lo que vosotras digáis: mi hermana y tú – se encogió de hombros – solo soy un invitado a tu casa, y sé que Lena ya está entregada a tu marido, así que, la última palabra la tienes tú, Silvia.

-Fran, ¿cómo puedes decir eso? –no grité por respeto a la casa ajena, pero lo miré muy jodida – hemos hablado extensamente de este nuevo proyecto de vida en común y tú parecías estar de acuerdo. No soy un objeto al que se pueda entregar de mano en mano.

-Lena, tú trabajas de escort, ¿no? – Silvia me miraba con una sonrisa algo torcida.

-Sí, a mucha honra. Me gano la vida honestamente, repartiendo cariño; no como otras que optan por ser mantenidas …

-Si te refieres a mí, cielo, me mantengo yo solita. Dirijo una gran empresa de arquitectura, eso sí, asociada a mi marido.

  • ¡Basta ya! – exclamó Ric muy alterado – aquí estamos para tomar decisiones, no para meterse en absurdas discusiones – nos miró uno tras otro y siguió – Tendréis que aceptaros las dos, algo que no veo imposible, no hay más que ver cómo os miráis las dos: cargadas de deseo sexual. De eso se trata, de que aprendamos a compartir nuestro amor. Los cuatro, ¿verdad Fran?

-Estaré encantado de follar a tu mujer, Ric – respondió él – por supuesto si ella quiere.

  • ¿Puedo sugerir algo? – Silvia sonreía halagada por la declaración de mi hermano – Esta noche firmamos el acuerdo y, para celebrarlo, dormimos juntos y revueltos.

Ni que decir tiene que terminamos la cena en pocos minutos, nos relamíamos pensando en el “ postre ” que saborearíamos esa noche: un combinado de gruesas berenjenas untadas con almejas frescas, pero cocinadas al vapor. Todos estábamos desnudos sobre la enorme cama, Silvia y yo en medio y nuestros respectivos al lado sobando nuestras tetas que eran de tamaño similar, manejables, aunque sus pezones eran más oscuros que los míos, y los teníamos erguidos por el masaje de los chicos. Esa noche fue una auténtica locura, un diluvio de sexo que mojaba nuestros coños mientras las dos nos los comíamos en un increíble sesenta y nueve retorciéndonos sobre la cama, unas veces ella encima y otras debajo, yo saboreaba con deleite esa nueva vagina y la alfombrilla morena y rizada que, para mi sorpresa, adornaba el pubis, al tiempo que los chicos se iban turnando ocupados en llenarnos de carne el coño de la que quedaba arriba, claro.  En ese diluvio sexual nos mareábamos pues aquello parecía el Arca de Noé, llena de animales y follábamos como tales. Yo, todavía no estaba habituada al grosor de la polla de Ric y me sentí llena de él hasta el punto de temer que mi vagina reventase, pero no, la vagina se dilataba poco a poco acomodándose a sus furiosas embestidas que me provocaron varios gigantescos orgasmos, no sé si debido a la lengua de Silvia que castigaba mi clítoris o al destrozo que Ric hacía en el útero ¿tal vez por ambas cosas?

Cuando volteamos nuestros cuerpos y ella quedó arriba, he de reconocer que sentí algo raro cuando a un par de centímetros de mi lengua que lamía el botón erguido de Silvia, vi la tiesa polla de mi hermano entrando en su agujero, suavemente al principio y con rabia después hundiéndola hasta en fondo entre los gritos desgarrados de ella que jadeaba y gemía por el dolor que la súper larga polla de mi hermano le desgarraba la matriz, mientras yo sonreía “¿no querías la polla de mi hermano?, pues ahí la tienes, so  zorra vas a enterarte de lo que es que te destroce un verdadero hombre ¡el mío!” . Silvia se desentendió de mi lengua, y dando la vuelta sobre sí misma alzó sus piernas y las enrolló en la cintura de él abriendo a tope el agujero vaginal para que la polla de mi hermano entrase más aún. Mi cuerpo les servía de cama, follando sobre mí al tiempo que se comían los morros con ardientes besos, menos mal que mi considerado hermano, apoyaba las rodillas en la cama evitando mi aplastamiento pero aún así noté un intenso dolor en el pecho; en modo alguno estaba dispuesta a compartir con nadie el amor de mi hermano y lo que veía entre Silvia y él traspasaba el umbral del puro sexo, pero mientras pensaba en mi hermano, Ric llenó mi boca con su gorda polla y la folló durante un buen rato hasta que se derramó en mi garganta aunque yo no paraba de pensar en la conversación que urgentemente tendríamos mi hermano y yo.

Tras la intensa noche de sexo compartido, Silvia sugirió que nos quedásemos a dormir en su casa, que ya que estábamos desnudos y mañana era sábado …  Yo argüí que tenía mal dormir y solo me relajaba en mi cama. Agarré la mano de mi hermano y lo arrastré hasta la salida, nos besamos los mofletes con cariño y montamos en la moto despidiéndonos agitando las manos.

Estaba tan confusa y cabreada que, cuando llegamos a casa apenas hablamos, me desnudé y me metí en nuestra cama tapada hasta las orejas, dándole vueltas al coco sobre lo nuestro, además mañana al mediodía tenía una cita con el puñetero cliente. En pocos minutos, mi hermano se deslizó junto a mí, me abrazó, me dio su calor y apoyando la cara sobre su pecho, entre sus brazos, el dulce sueño se apoderó de mí.

Al día siguiente a media tarde regresé a casa. Fran estaba tumbado sobre el sofá, como siempre,

  • Hola cielo, hoy vuelves temprano. ¿has escurrido al cliente por la vía rápida?

-Estoy jodida, Fran. Me ha bajado la regla, ¡precisamente hoy!, que Pepe es un estupendo  cliente de los que siempre meten un billete entre mis tetas antes de irse.

  • A pesar de la regla, ¿has acudido a la cita con Pepe?

-Pues cuando salí de casa no me había bajado. Tú mismo lo comprobaste, Fran, cuando me pusiste la braguita blanca estaba limpia, aunque ya de camino al hotel me noté muy mojada pero no le di importancia porque, bien sabes, que siempre me humedezco antes de follar, pero cuando me bajé las bragas para ducharme comprobé horrorizada que mis muslos estaban ensangrentados por lo chorros que salían de la entrepierna.

-Míralo desde el lado positivo, Lena. Disponemos de tres días para nosotros. Que entre nuestro lío con Silvia y Ric, más tus numerosos clientes, apenas tenemos ocasión para jugar los dos. Comer tu jugoso coñito …

-Ni te imaginas cuánto echo de menos tus caricias y tus lamidas, Fran. – tiré de su brazo enroscándolo a mi cintura, con la braguita blanca en mis tobillos, aunque la braguita estaba teñida de rojo mezclado con una especie de moco amarillento, vamos, una golosina asquerosa. – Que conste que mis revolcones con Silvia y Ric son muy divertidos, pero nada comparable a lo que siento cuándo me come mi hermano – suspiré entre sus labios.

-Pues mira, este es un buen momento para comerte el coñito, oye – rio al tiempo que daba un insinuante lengüetazo a mis labios – No será que no he chupado cientos de veces tu sangrienta vagina y la follaba resbalando mi polla entre las húmedas paredes. Tú decías que esos polvos sangrientos te arrancaban unas corridas distintas, inmensas.

-Sí, pero aquellos eran otros tiempos en los que solo follábamos los dos, cariño. Ahora mi vulva parece el coño de la Bernarda que entra cualquiera que pase por ahí. ¡Fueron días tan felices! – abrí mucho los ojos – Supongo que no estás insinuando succionar mis líquidos que, seguro, están llenos de bacterias e incluso de residuos de semen de los clientes, ¿no?

-Justo eso es lo que afirmo. No lo insinúo. Si las bacterias y cualquier resto están enterrados en el fondo de tu coño, son tuyos ¿no? – afirmé repetidas veces con la cabeza – pues todo lo tuyo es mío.

Emocionada por cuanto me dijo mi hermano, en segundos estaba despatarrada en la cama a la espera de su lengua que succionase los líquidos que encharcaban mi vagina, lo labios mayores y menores, el clítoris (que ya estaba juguetón), e incluso la uretra que, por si no lo sabéis, es el agujerito situado justo debajo del clítoris por el que hacemos pipí las chicas. Los líquidos seguían su camino bajando por el perineo hasta el ano que goteaba ensuciando la sábana. Ahí estaba yo con el tomatito rojo ansioso de lengua.

  • Tienes el tomatito rojo – mi hermano tenía el don de leerme el pensamiento, tal era nuestra compenetración. Bastaba con mirarlo y él sabía lo que pensaba o lo que iba a decir. Ese don era de ida y vuelta pues a mí me ocurría lo mismo con él y leí en sus ojos las cochinadas que pensaba hacerme esta tarde.

  • ¡Ya tardas en comer mi tomate!, amor de mi vida …–exclamé abriendo el coño con mis dedos lo que provocó un nuevo derrame del cóctel viscoso que salía a chorros.

Hundió su cabeza entre mis muslos, lamiendo, chupando, succionando hasta la última gota, mientras yo me retorcía apretando su cabeza con las manos contra mi abertura, alzando las caderas convulsas, agitada por los repetidos orgasmos que me invadían despiadadamente. Pero todo era inútil, contra más veces me corría más flujos y sangre salían del fondo de la vagina, hasta el punto que le pedí a mi hermano que cesara de morrearme el coño, pues lo tenía muy escocido.

-Anda, Fran, para de chupar que a este paso me voy a deshidratar. Busca un tampón y me lo metes, a ver si se empapa bien y seca un poquito el coñito.  – lo miré amorosa.

Él devolvió mi mirada con la cara empapada de sangre hasta las orejas, lo que me provocó una carcajada: parecía un payaso. Estiró un brazo y sacó un tampón del cajón de la mesita, me lo colocó. Como siempre.

  • ¿No se te olvida algo, hermanito?

-No, hermanita. Tu botoncito está irritado por mis mordiscos y el jaleo de anoche, así que, por hoy ya está bien. Debes descansar.

  • ¿Por hoy ya está bien?  - grité muy alterada – dijiste que íbamos a follar los tres días sin parar. Claro, igual has quedado con Silvia, ¿no?

  • Bueno, … quedamos en que me pasaría por su casa un ratito después de cenar, aunque solo lo dije por quedar bien … - él respondía cómo haciéndose el loco, disimulando.

-Fran, tenemos que hablar. Ha llegado el momento de que mostremos nuestras cartas sin mentiras ni engaños. – me senté sobre la sábana mirándolo fijamente – Sé que soy algo veleta, que fui yo la que propuso el intercambio sexual con ellos, pero anoche cuando vi cómo entrabas entre las piernas abiertas de Silvia, follándola como solo tú lo haces, estremeciéndote entre sus brazos, besándoos con esa pasión, no solo la desgarrabas a ella, también desgarraste mi corazón.

-Pues para estar tan desgarrada, bien que le pegaste una buena mamada a Ric, que os vi hermanita como tragabas su abundante corrida. – hizo una pausa y siguió - ¿Sabes lo que pienso, Lena?, que lo que quieres es tenernos a los tres a tu entera disposición, colmar tu insaciable apetito sexual y no digas que no porque antes te diste una buena ración de sexo con el coñito de Silvia.

  • ¿Por qué no me entiendes, Fran? Admito mi culpa, pero anoche descubrí que solo mi hermano puede colmar ese apetito del que hablas. Me es imposible aceptar que otra mujer sea el destino de tus caricias. Tú eres mío y yo soy tuya, sin excepción alguna, así que, por mi parte se ha terminado este juego. Voy a dedicar mi vida a cuidar de mi hermano, a devolver los mimos que tú me diste en los buenos y lo malos momentos. Pero, cómo esta noche se te ocurra irte con Silvia: olvídate de tu hermana.