Mi gran viaje

A veces las cosas surgen con quien menos te lo esperas.

Ni a Cristina ni a mí nos gustaba el término amantes. Pero eso era exactamente lo que éramos. Si Cris hubiera estado soltera podríamos haber dicho que éramos simplemente follamigos—aunque este era un término con el que tampoco nos sentíamos cómodos porque nos pillaba generacionalmente lejos—, pero apunto de cumplir 40 años, y con Cristina felizmente casada con Mikel, los dos éramos amantes por mucho que nos gustara negarlo en nuestras conversaciones.

Yo siempre pensé que la aversión a la palabra no era tanto un rechazo a poner una etiqueta a lo que estábamos teniendo, como un problema a la hora de aceptar que ya habíamos dejado de ser jóvenes. Eso de ‘tener un amante’ sonaba demasiado serio, como algo que haría la generación de nuestros padres, y no nosotros. Y como Cristina y yo no nos veíamos desde el instituto yo interpretaba nuestra relación como una forma de combatir la nostalgia de nuestra juventud follando como locos con un compañero de pupitre. Pero Cristina, que siempre había sido mucho más práctica que yo, me lo explicó de forma contundente la única vez que saqué el tema en nuestras conversaciones de cama. “Tú y yo no somos amantes porque contigo ni hago el amor, ni  tengo sexo. Lo que tú y yo hacemos en la cama es solamente porno”, me soltó con una seguridad aplastante.

Me tocó darle la razón. Durante los tres meses que llevábamos viéndonos, nuestra relación había sido cualquier cosa menos amorosa. Los dos podíamos estar en las mismas cenas sin estar pendientes el uno del otro, podíamos saludarnos por la calle con el aburrimiento de dos familiares que se ven todos los domingos en casa de la suegra, pero en cuanto entrábamos en un dormitorio y cerrábamos la puerta, nuestra ansia nos llevaba a abalanzarnos el uno sobre el otro con violencia. Lo nuestro no era hacer el amor, era crear coreografías.

En lo que sí que coincidíamos Cristina y yo era en encontrar realmente extraño que los dos hubiéramos acabado follando juntos. Durante los tres años que coincidimos en el instituto no sólo nos veíamos en el aula, sino que nos encontrábamos en todas las fiestas, viajes y cenas de clase que pudieran organizarse. Incluso acudíamos a los mismos bares y discotecas los fines de semana. Sin embargo nunca ninguno de los dos nos intuimos como una potencial pareja. A ella siempre le gustaron otro tipo de tíos, más altos y mayores, y yo, a pesar de reconocerla como guapa, siempre la vi como la amiga loca de la pandilla. Además tampoco es que importara como la viera porque no hubiera logrado con ella nada. Pasé por el instituto sin comerme ni una rosca.

  • Es que eras muy parado Juan. Tan atento, tan majo, tan tierno… Demasiado bueno. Por eso ninguna quería nada contigo.—me dijo una una vez.

  • Que bonita forma de decir que era feo.—le espeté.

  • ¡No digas eso! Desde luego no eras de los guapos de la clase, pero más de una te tenía en el radar. Lo que pasa es que tú no te lanzabas y eso siempre da mala espina.

  • ¿Qué quieres decir?

  • Que ninguna quería ser la primera en salir contigo, porque eso era coger lo que las demás no querían. Pero sí que tenías varias aspirantes a ser la segunda. Desde luego si te hubieras follado a alguna como me follas a mí te aseguro que al día siguiente hubieras tenido una larga cola de chicas ante tu pupitre para pedirte salir contigo.

Madurar es entender que a veces tus críticos dicen la verdad, y en esto Cristina llevaba razón a medias. Sí, durante mis cuatro años de instituto yo fui incapaz de intentar ligar en serio con ninguna de mis compañeras, pero tampoco me las hubiera podido follar como a Cristina. Mi técnica había mejorado gracias a la experiencia que se adquiere con el tiempo, y a la colaboración de una larga lista de novias con las que no había logrado sentar cabeza pero sí aprendido mucho.

Precisamente fue por culpa de una de mis novias el que Cristina y yo acabáramos follando. Fue mi ex, Beatriz, la que se empeñó en que hiciéramos un viaje a Rumanía porque quería ver Transilvania. Fue ella la que contrató el viaje organizado aunque yo, acostumbrado a viajar solo, me había opuesto a la idea de que me llevaran como un rebaño de gira por las trampas  de turistas de Rumanía, y fue ella quien rompió nuestra relación con un viaje pagado a dos días de su salida, cuando el billete ya no era reembolsable. Me vi en la tesitura de tener que perder lo invertido—Beatriz pagaba la hipoteca y yo me encargaba de abonar los viajes y otros gastos— , o irme solo con un montón de desconocidos a un país que no me apetecía visitar. Al final pensé que, teniendo en cuenta que en esta ruptura era yo el que tenía que abandonar la casa, me vendría bien irme fuera de España, despejar mi mente,  y dejarle a mi hermana y su pareja el marrón de acudir al piso de Bea a gestionar mi mudanza.

No me percaté de que compartía viaje con mi antigua compañera de instituto hasta que fuimos a recoger los equipajes. El reencuentro para mí fue una alegría. Esperaba un viaje donde me iba a sentir muy solo rodeado de gente aburrida y en vez de eso me encontraba con que compartiría mi tiempo con la chica más divertida del instituto. Me acoplé inmediatamente al grupo de amigas con el que viajaba Cristina, que resultaron ser la mar de majas.

Ya en la primera cena, cuando empezó a correr el alcohol, me percaté de que Cris me estaba mirando con ojos golosones, y, lo más importante de todo, que a mí aquella posibilidad no me desagradaba. Esa noche lo dejamos los dos pasar—de hecho  atribuí el acercamiento a un calentón provocado por la Pálinka que sirvieron para despedir la cena en el restaurante— pero a la tarde siguiente, cuando sus dos amigas se apartaron discretamente diciendo que se iban a dar una vuelta por Bucarest ellas solas, ya no hubo marcha atrás. Cristina y yo acabamos en la misma cama.

Acostarte con alguien por primera vez siempre crea cierta tensión en torno a qué ritmo y estilo has de aplicar para que le guste a la otra persona. Pero cuando con quien vas a follar por vez primera es con alguien que es tu amiga desde hace años esa presión se multiplica. Yo no sabía como abordar a Cris. Teniendo en cuenta que hacía 20 años que no nos veíamos me parecía peligroso romper con la imagen de ‘el buen chico del instituto’ que ella debía conservar en su memoria. Y además no siempre mi estilo agresivo había sido bien recibido por mis compañeras sexuales. Sin embargo Cristina fue a saco dede el principio, y cuando quise darme cuenta yo ya estaba sin pantalones y Cris usaba la parte plana de su lengua para recorrer toda la longitud de mi polla en un intenso lametón que me dejó temblando.

Cristina me miraba mientras lamia mi polla, y a pesar de que mi pene me tapaba la parte central de su rostro podía ver como una maligna sonrisa de oreja a oreja adornaba su cara. Me tomé aquella sonrisa como una invitación a ser travieso. Así que en una de las ocasiones en que su lengua llegó a mi capullo, agarre a Cristina de la cabeza y empujé firmemente hacia abajo. Mi antigua compañera de clase se tomó inicialmente bien mi propuesta, y apretó los labios sobre mi polla para aumentar el roce mientras yo hacía descender su cabeza a lo largo de mi masculinidad. Pero a unos tres dedos del final del camino tuvo que aflojar y abrir la boca, porque yo le estaba metiendo en la garganta más de lo que ella podía. Al oír sus intentos de tomar aire, solté su cabeza y empecé a sacar rápidamente la polla de su garganta, pero fue Cristina quien, agarrando fuertemente mi pene, impidió que me retirara y pasó a tomar ella la iniciativa en su intento de meterse mi pene completamente dentro.

  • Juan. Necesito que me den caña. ¿Puedes tú o tengo que buscarme otro?—me preguntó nada más soltar mi polla.

Yo sonreí de oreja a oreja al saber que no tendría que contenerme. Entre la regla y el viaje Cris llevaba casi una semana sin darle al tema y se subía ya por las paredes. Yo, por mi parte, necesitaba olvidarme de una ex-novia que siempre me había reprochado que a veces podía ser un bestia en la cama. ¿Qué mejor forma de hacerlo que matar a pollazos a una antigua compañera de clase que agradecía mi estilo agresivo como amante? Aquella tarde en Bucarest Cris y yo juntamos el hambre con las ganas de comer. La combinación perfecta.

Nunca había visto a Cris desnuda, ni siquiera en bikini, pero desde luego estaba impresionado con lo bien que había tratado al tiempo a mi antigua compañera de instituto. Tal vez su cara delatara sus 37 años, pero sus pechos y, sobre todo , su culo estaban firmes como los de una veintañera, sólo que a diferencia de las chicas más jóvenes, con las que en los últimos años yo había adquirido cierta experiencia, Cristina no le hacía ascos a nada. Ni siquiera cuando le metí mi primer dedo en el culo. Lejos de recibir la tradicional advertencia de que sacara cuanto antes mi apéndice de su esfínter, a la que ya estaba acostumbrado, lo que obtuve fue una sincera sonrisa de amante experimentada.

Durante nuestro primer asalto Cris y nos devoramos con ansia. Éramos increíblemente compatibles en la cama. A ella le gustaba comerme la polla y que buscara ángulos innovadores a la hora de penetrarla. A mí me gustaba su capacidad para saber cuando tenía que dejarme hacer lo que quisiera, y cuando tomar la iniciativa para ser ella quien marcara el ritmo. Cada vez me sentía más cómodo siendo yo mismo con ella, e incluso hubo un momento en que la senté encima mío, le saqué de la cama sin sacarle la polla de dentro, y la percutí como un loco mientras apoyaba su espalda contra la pared. Fue en esa posición cuando nos corrimos a la vez, algo que rara vez había logrado con mis antiguas novias.

Acabamos los dos sudorosos, encima de aquella cama de hotel que yo había pagado pensando que serviría para arreglar la relación con mi novia y que ahora había sido testigo del polvo más salvaje que había echado en mi vida.

  • Madre mía, Juanito, madre mía…—exclamó Cristina—¿desde cuando eres un semental que va empotrando así a las mujeres?

Aquellas palabras me devolvieron a mi estado original. De repente ya no me sentí como el macho satisfecho que acababa de follar con su perfecta compañera de juegos, sino que volví a ser el tipo tímido del instituto que había acabado inesperadamente desnudo en la cama con una de las chicas más populares de su clase.

  • Bueno…no sé….he vivido un poco desde el instituto. Pero la verdad es que desde que perdí la virginidad me di cuenta de que me gustaba el sexo fuerte.

  • Joder Juanito. Pues se te da muy, muy bien. Si lo llego a saber te hubiera follado antes.

No pude evitar reír ante la naturalidad con la que Cristina había soltado su frase. Me acerqué para darle un pico en agradecimiento de lo que en ese momento consideré el mejor piropo que alguien puede hacerte. Pero en vez de un pico me encontré con sus labios y su lengua. En pocos segundos Cris y yo estábamos devorándonos la boca y mi pene volvía a levantar cabeza preguntando cuando retomábamos la fiesta.

  • ¿Y esto? ¿Ya estamos otra vez listos para la contienda?—me dijo agarrándome la polla entre risas.

  • Puede aguantar dos rondas…a veces hasta tres…—dije para picarla aprovechando que su vicioso beso había logrado devolverme la autoestima.

  • Juanito…Menuda caja de sorpresas estás hecho.

  • Gracias. Pero no te emociones, Cristina. Me gustaría mucho volver a follarte, pero no tengo más condones. Sólo traía uno en la cartera y, si te soy sincero, no esperaba gastarlo en este viaje.

  • Tú tranquilo porque eso no va a ser ningún problema—replicó ella—. Primero porque no vas a follarme, voy a follarte yo; segundo porque no tienes que preocuparte por dejarme preñada porque hace mucho tiempo que me hice la ligadura de trompas; y tercero porque no pienso dejarte acabar dentro, te vas a correr en mi boca.

  • ¿En serio?—le dije sorprendido ante lo que era la primera chica que me pedía directamente acabar en su boca.

  • En serio. Salvo que en esta “ronda” quieras metérmela por el culo. Entonces tendrás que ser tú el que me folle y tendrás que correrte en mi espalda. No pienso meterme tu polla en mi boca después de haber estado en mi recto. Hace tiempo que no me hago un enema.

Si faltaba algo para que mi polla se despertara aquella declaración de intenciones hizo que esta trempara como nunca la había visto. Agarré a Cristina por la cintura y me recosté sobre la cama dejándola encima mío.

  • Lo del culo lo dejamos para la tercera ronda. ¿Te parece?— Le dije con algo de chulería.

Cris rió ante mi ocurrencia mientras introducía mi polla dentro de su coño.

  • Nene. Prepárate porque te voy a dejar seco—proclamó orgullosa mientras empezaba a cabalgarme con un movimiento circular de caderas con el que me confirmaba, por si aún me quedara alguna duda, que tenía mucha experiencia en volver locos de placer a los hombres.

Aquella tarde Cristina y yo cumplimos todas nuestras promesas. Ella me dejó absolutamente seco y yo la penetré analmente en el tercer asalto de nuestro particular torneo de orgasmos. No podía empezar mejor el viaje.

Cris se marchó a última hora de la tarde, antes de que llegaran sus amigas, y en la cena me trató como si nada hubiera pasado entre nosotros.De hecho ese pareció ser su plan durante nuestra estancia en Rumanía. Por el día hacíamos turismo en grupo y nos tratábamos como los viejos amigos que éramos, pero a medianoche, cuando sus amigas caían de rendidas en la cama, Cristina se escabullía de su cuarto para venir a mi planta y dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos.

La dinámica cambió cuando llegamos a Praga. Nada más entrar al hotel que iba a ser nuestra nueva base de operaciones durante la segunda parte del viaje Cristina cogió su troley y se dirigió directamente a la habitación doble que me habían asignado.

  • A partir de ahora tú yo dormiremos todos los días juntos—me dijo como quien te anuncia que tienes cita en el dentista.

  • ¡¡Pero tus amigas se enterarán que estamos liados, Cristina!!—le espeté intranquilo.

  • Ya lo saben Juan, ya lo saben. ¿Por qué te crees que nos dejaron solos la primera tarde que nos acostamos? Porque les dije yo que nos dieran algo de intimidad para que yo pudiera follarte.

  • ¿Y entonces para qué demonios teníamos que escondernos y follar sólo a medianoche?—pregunté algo indignado

  • Pues porque les dije que follabas mal, que acostarnos había sido un error y que no repetiríamos. Pero anoche Marina me siguió sin que yo me diera cuenta y nos oyó follar desde el otro lado de la puerta.

  • Espera, ¿que hiciste qué?

  • Ay Juan. Que cortito eres a veces. Les dije que follabas mal porque no quería que ese par de lobas se te abalanzarán en seguida. Tú y yo tenemos mucho tiempo que recuperar y no pienso compartirte con nadie en este viaje. Si ellas quieren hacer algo contigo que se esperen a que volvamos a Valencia.

En aquel momento, recostada en el pico de la cama que íbamos a compartir a partir de esa tarde, y con sus rizos azabache cayendo sobre su cara, Cristina me pareció la mujer más bonita del mundo.