Mi gran actuación

Soy actriz y al regresar a casa con el vestuario puesto, de la dama y el vagabundo, mi perro me confundio y bueno...

MI GRAN ACTUACION

Vivimos solas en Lima mi hermana y yo, aunque somos de provincia, y lo hacemos por motivos de trabajo. Ella es enfermera y yo soy actriz de teatro, tengo 23 años, y mi hermana tiene 25, ambas somos solteras. Por nuestro trabajo muy pocas veces coincidimos, salvo los domingos, y es que a ella le toca guardia en el hospital a veces de día y otras de noche. Yo a veces tengo función en el día y otras en la noche, por lo que decidimos criar un perro que nos cuidara la casa en nuestras ausencias. Es así que conseguimos a Balú, un perro chusquito y de mediano tamaño.

El día de mi relato, me encontraba en el teatro celebrando el fin de la temporada de la obra para niños La Dama y el Vagabundo y todo era alegría y jolgorio. Habíamos tenido muy buena acogida, pero lamentablemente algunos del elenco ya no iban a estar, en medio de los tragos, las risas y las fotos, sonó mi celular, era mi hermana que me decía que se iba a quedar en el hospital porque había surgido un inconveniente y que me fuera rápido a la casa. De mala gana colgué y uno de mis compañeros al ver mi cara de fastidio me preguntó a que se debía. Le conté que debía retirarme y el se ofreció a llevarme a casa en su carro. Le dije que aceptaba, pero que me diera unos 15 minutos para cambiarme y limpiarme el maquillaje. Me dijo que no, porque su esposa estaba en el auto esperándolo desde hacía un buen rato y que como él me iba a llevar, no había inconveniente en que me fuera con el vestuario puesto, ya que era mío. Vi que tenía razón, así que me despedí de todos y salimos del teatro.

En el auto estaba esperándolo su esposa quien se acompañaba de una linda perrita pequinesa a la que le había colocado un coqueto lacito en la cabeza. Subí a la parte posterior y en el trayecto le pedí que me dejara jugar con la perrita. Me la dio y yo la tuve en mis faldas, la acariciaba, la cargaba, le hacía mil cariños y ella me respondía lamiéndome y sobándose contra mí.

Llegamos a mi casa, me despedí, bajé del auto y abrí la puerta, encendí la luz y ante mí estaba Balú quien al verme con el vestuario puesto empezó a ladrar.

Era lógico, ante él estaba yo enfundada en un enterizo de peluche color caramelo desde el cuello hasta los tobillos, con dos grandes orejas también de peluche colgando a los lados de mi cara y el rostro maquillado con la nariz negra, pecas y sombras. El perro me ladraba y retrocedía cuando cerré la puerta. Tuve miedo que se abalanzara sobre mí, así que le hable. Él se quedó extático, reconocía mi voz, pero no mi figura, me dirigí a la cocina y abrí la refrigeradora para ver si mi hermana había dejado comida preparada. Puse en la mesa un plato y me dirigí a mi dormitorio a cambiarme.

Durante ese trayecto, Balú no dejaba de inspeccionarme. Entré al dormitorio y me senté en la cama, me quité los zapatos y Balú se acercó a olerme. Estiré la mano para acariciarme y él comenzó a mover la cola con furor mientras ladraba, definitivamente estaba confundido, le hablaba, pero nada, él seguía ladrando y agitando la cola con rapidez, me agaché y traté de agarrarle la cabeza, su hocico se dirigió a mis manos y las olió con ímpetu. Ahí me di cuenta que lo que percibía Balú era el olor a la pequinesa y pensé que estaba celoso, me acerqué a él y lo cogi del cuello mientras le decía que no tenía de que preocuparse. El se zafó de mí y me hizo caer delante del gran espejo del ropero. Solté la carcajada mientras me veía ahí, tirada en el suelo, con un disfraz de perro y Balú oliéndome por todos lados.

Fue entonces que se me ocurrió algo. Al llegar mi perro no me había reconocido, aun no sabía si ya lo había hecho o solo se guiaba por el olor a la pequinesa que yo tenía impregnado en las manos y en el disfraz, decidí ir entonces mas allá y probarme que era una buena actriz y podría hacer muy bien mi papel de Dama, pero ante un perro de verdad, me puse en cuatro patas y le ladré. El retrocedió y me respondió el ladrido, pero seguía agitando la cola y olfateándome, caminé a gatas ladrando y moviendo la cola de peluche con alambre que llevaba y a la cual yo podía subir o bajar con un cordoncillo interno que tenía,. Balú seguía el juego, me senté y me felicité a mi misma, había engañado al perro y ahora creía que yo era una perra. El se acercó y yo lo acaricié, pasé su mano por el lomo hacia abajo y luego la subí a contrapelo. El animal se estremeció y arqueó un poco. Yo noté lo sucedido y volví a repetir la caricia a contrapelo y sucedió lo mismo, solo que ahora me percaté que de su funda asomaba una pequeña punta roja: era su pene y mi caricia lo había excitado. Mi cerebro trabajaba a mil por hora. Debía ir más allá en la actuación perruna y me paré ordenándole a Balú que saliera del cuarto; no me obedeció, así que lo tomé del collar y lo saqué cerrando la puerta, él se quedó afuera llorando y ladrando. Me quité el disfraz y cogiendo unas tijeras, descosí con cuidado la entrepierna, me quité el calzón y me disfracé de nuevo. Acercándome al espejo, vi que la diferencia no era mucha, en si no había diferencia, no se notaba nada; me puse en cuatro patas y me miré al espejo: ahora si la ilusión era mejor, porque ante mí estaba mi vulva entre las piernas forradas con el traje de peluche. Tiré el hilo y mi cola se levantó; parecía una perra de verdad. Un calor me comenzó a invadir e instintivamente me acaricié la vulva sin darme cuenta que mis manos tenían el olor de la pequinesa. A gatas me dirigí a la puerta y la abrí, Balú entro al galope, cerré la puerta y caminé (siempre en cuatro patas) hasta ponerme frente al espejo, no quería perderme ni un detalle de la reacción de Balú. Ladré muy quedito y sacando la lengua jadee un poco. La respuesta del perro fue instantánea, comenzó a olisquearme toda, era probable que la pequinesa estuviera en celo y al yo tenerla en mis faldas, el olor se había transferido, presentándole a Balú la imagen de una perra en celo: yo era la perra en celo.

Me rodeó varias veces, yo lo seguía con la mirada, acerqué mi cara a su cuello y el me lamió, sentí un escalofrío recorrer toda mi espina dorsal, me sobé contra él y metí mi cabeza bajo su cuello. Su reacción fue instantánea, arqueó el lomo y la punta del pene asomó tratando de introducirlo pero en mi hombro, ahí lo noté en toda su gloriosa magnitud a la altura de mi cara. Estaba a medias salido de su funda, con una cabeza roja y el cuerpo surcado de venas y unas gotas de lubricante asomándole. Mi cerebro se nubló y como poseída le di la espalda, ésta sería mi consagración como actriz, había hecho que un perro se creyera que yo era una perra en celo. Al ver mi vulva palpitante, Balú la lamió con desesperación excitándome como nunca antes había sentido, después de cuatro o cinco lengüetazos, ya lo tenía atenazándome la cintura e intentando introducirme su tremenda verga. Yo me incliné un poco y como soy de nalgas poco pronunciadas le facilité el trabajo. Dio uno o dos empujones y no atinaba, metí mi mano por debajo y le cogí el húmedo pene y me lo coloqué entre los labios de mi vulva. Él empujó una, dos y a la tercera vez ya lo tenía todo enterrado. Me sacudí de placer, el metía y sacaba su pene, pero solo un poco, eso me hacía delirar de placer, yo gemía y jadeaba, no quería hablarle nada ya que se rompería la ilusión, al fin y al cabo las perras no hablan y yo lo estaba engañando a la perfección.

Cavilaba en esto y gozaba moviéndome de atrás hacia delante, sin pensar en un pequeño detalle que se me estaba pasando por alto por mi ignorancia en cosas de perros: de un empujón final Balú me metió su bola. Como no era un gran perro y yo no tengo mucha nalga, no tubo problemas, la verga entró hasta la base. Por la arremetida y el dolor, mezclado con placer, instintivamente apreté los músculos de mi vagina y esa fue la señal; el perro se sintió sujeto y pasando la pata por mi lomo, nos quedamos culo con culo, abotonados como dos perros verdaderos.

Reaccioné y pensé en lo que pasaría si en ese momento llegaba mi hermana, yo estaba ahí abotonada con Balú mientras sentía como su verga seguía hinchándose dentro mío y arrojando chorros y chorros de liquido seminal. El placer era indescriptible, yo me mordía los labios, gemía y emitía jadeos y rugidos roncos. Intenté separarme pero no pude, tuve que resignarme, yo había visto a los perros en esa posición, pero nunca me imaginé que podía sucederme a mí ya que no sabía porque quedaban unidos. Ahora lo estaba viviendo en carne propia, y lo mejor de todo es que lo disfrutaba. Empecé a mover lentamente los músculos de mi vagina, masajeando la verga de Balú, cuando en eso sonó el celular, me arrastré como pude hasta la cama, jalando a mi amante perruno que seguía atorado en mi, y contesté; era mi hermana que me decía que se quedaba en el hospital hasta el día siguiente, que cerrara bien la puerta, que le diera de comer al perro, lo mismo hiciera yo y me acostara.

Le respondí que así lo haría y que en ese momento Balú y yo estábamos comiendo. Colgué y como a los diez minutos pudimos separarnos. Un chorro de esperma comenzó a salir de mi vagina, cogí mi calzón y usándolo como tapón viré el cuerpo para observar a Balú. Este se había echado a un costado y se lamía la hinchada verga tratando que volviera a su funda.

Lo había logrado, había sido mi mejor actuación, ya era yo una verdadera perra, miré a Balú y sentí en lo profundo de mi una ternura hacia mi macho, me acerque hacia él en cuatro patas y le lamí el palpitante pene; supuse que eso haría una perra de verdad hacia su macho. Nunca lo había hecho antes, pero no me pareció mal hacerlo, repasaba mi lengua de arriba abajo por su miembro caliente y empapado en mis jugos y su semen, sin metérmelo en la boca porque una perra no lo haría así. Poco a poco recobró su tamaño y se escondió en su funda, me recosté y lo quedé mirando con cariño.

Debo haberme quedado dormida unos minutos, porque desperté bruscamente ante las arremetidas del hocico de Balú, quería un segundo encuentro. Me había hecho gozar tanto que no podía negarle ese placer y tampoco negármelo yo. Me puse en cuatro patas y levanté la cola del disfraz.

Inmediatamente Balú me empezó a lamer, pero ahora su lengua llegaba a mi culo. La sensación fue la de una corriente eléctrica, después de varias lamidas tanto a la vulva como a mi ano, el perro me volvió a coger de la cintura y me montó dando topetazos con la punta de su miembro que ya había recobrado su dureza. La excitación anal que tenía hizo que doblara un poco las rodillas para que pudiera penetrarme por el culo, así lo hizo y de un golpe metió la punta y un poco más. Sentí dolor y traté de zafarme, pero Balú no estaba dispuesto a permitirlo, con el hocico me cogió del cuello inmovilizándome, un segundo empujón hizo que toda su verga, convenientemente lubricada con sus jugos, penetrara en mi ano, yo gemía de dolor y placer, pero era tarde para arrepentirse, un empujón seco hizo penetrar la bola y ahí estaba yo, nuevamente ensartada y culo con culo con mi macho. Esperamos pacientemente a desabotonarnos, le limpié el pene con mis labios, ahora si chupándolo con delicadeza y placer y lo saqué del dormitorio.

Estaba excitadísima y me sentía en la gloria, pero había que ratificar la teoría, me quité el disfraz y lo metí en una bolsa plástica herméticamente cerrada guardándolo en lo alto del ropero. Me dirigí a la ducha y me bañé lo mas escrupulosamente que pude. Me puse una bata y me dirigí a la puerta. Hice entrar a Balú y dejé que se paseara por la habitación, luego me senté en la cama, lo llamé y al acercarse abrí mi bata ofreciéndomele desnuda, él me miró y se echó a mi lado. Debía llegar mas allá, me puse en cuatro patas y me acerqué, el no se inmutó. Al no tener yo el olor a perra, ya no le interesaba, había logrado lo que me propuse: al perro no le interesaba yo, sino la perra, con el disfraz de peluche, había creado un personaje convincente. Me metí a la cama y me dormí

Desde ese día cuando mi hermana tiene guardia en el hospital, me pongo el disfraz y gozo como loca toda la noche, es en esos días en que me transformo en una verdadera perra.

Segunda parte:

La segunda parte de mi historia tuvo lugar cinco meses después, yo había seguido siendo la perra de Balú hasta un día en que al llegar a mi casa y abrir la puerta, él no vino a verme. Me dirigí al dormitorio y lo encontré todo revuelto. Mi hermana, en camisón, había cambiado la disposición del cuarto y estaba acomodando las cosas. Al verme y yo preguntarle por Balú, me dijo que lo había encerrado en la lavandería porque no la dejaba limpiar, al sacar las cosas del ropero, él se había puesto a ladrarle a la bolsa con el disfraz de perro. Era lógico, el olor lo excitaba, mi hermana le enseñó que sólo era un traje de peluche, pero el no cedía, continuaba con sus ladridos, por lo que ella lo encerró. Al volver al cuarto y ver el traje en la cama sintió curiosidad de verse como yo en el teatro y se lo había colocado. En ese punto cambió de tono de voz y me dijo que me pedía disculpas por lo que había hecho. La tranquilicé diciéndole que no tenía nada de malo el haberse probado mi vestuario y que no dijera tonterías. Ella refutó diciendo que no lamentaba el hecho de ponérselo sin avisarme, sino que al hacerlo lo había roto en la entrepierna.

Debo haber puesto una cara muy especial porque ella insistió en sus disculpas. Mi mente maquinó algo, le dije que se pusiera el disfraz y que yo la iba a maquillar para tomarle una fotografía de recuerdo, que ya después lo cosería. Ella con entusiasmo se quitó el camisón y en un santiamén ya se estaba colocando el enterizo, yo la interrumpí y le dije que usarlo con ropa interior era incómodo y que mejor se quitara el calzón.

Ella contestó que la primera vez no sintió nada incómodo y yo le insistí en que por eso lo había reventado, así que mejor se quitara el calzón. Ella obedeció, se terminó de colocar el disfraz y yo me acerqué para maquillarla. Al terminar se miró en el espejo y me dijo que parecía una verdadera perra. Yo le respondí que las perras no andaban en dos sino en cuatro patas y era así como quería tomarle la foto. Se colocó en esa posición y disparé la cámara.

Se iba a parar, cuando le dije que quería tomarle otra junto a Balú, como si fueran una pareja de perros, un chusco y una cocker bastante crecidita. Ella rió a más no poder y me dirigí a la lavandería. Balú entro rápidamente y al ver a mi hermana con el disfraz de perra, comenzó a olfatearla frenéticamente. Ella se asustó e intentó pararse, yo le dije que ya tenía la cámara lista que no se moviera y al hacerlo ella, Balú la montó por detrás y dado que estaba acostumbrado al tamaño de mi cuerpo la atenazó con las patas delanteras por las caderas y de una sola estocada le enterró la verga.

Ella gritó e intentó separar al perro, pero era tarde, la práctica que tenía conmigo la usó con ella y cogiéndole la nuca con el hocico la inmovilizó y en una segunda embestida ya había logrado abotonar a mi hermana, al tiempo que se giraba y quedaban pegados. Ella lloraba y me pedía que la librara de esa tremenda verga que le colmaba toda la vagina y la estaba inundando de semen. Yo le dije que como ella había querido verse como una perra, ahora lo era verdaderamente y que se mirara en el espejo para gozar el momento.

Mi hermana cayó en la cuenta que la costura no la había zafado ella, sino yo a propósito y así me lo dijo en medio de jadeos y suspiros de placer, le respondí preguntándole si lo estaba gozando, ella no me respondió, jadeaba, pujaba y se movía relamiéndose la boca de placer.

Metí mi mano a su vagina y ella pensó que la iba a ayudar a desabotonarse y me pidió que no lo hiciera, sino después de uno ratito mas, ya estaba gustándole la atracada que le daba Balú. Sin embargo, esa no era mi intención, me embarré la mano con los jugos de mi hermana y poniéndome delante del perro me quité el calzón y me sobé la mano húmeda en mi vulva acercándola a su hocico.

El empezó a lamerme con frenesí logrando que yo me viniera presa de un éxtasis incontrolable. Al rato Balú se desabotonó y se echó a limpiarse como de costumbre. Me dirigí a mi hermana y le dije que ya era la perra de Balú, como lo era yo, pero que debía terminar su faena de perra amorosa y fiel lamiéndole la verga que tanto placer le había dado.

Ella me miró, miró el tremendo y palpitante miembro y a gatas se acercó y empezó a limpiárselo a lengüetazos y chupadas. Saqué al perro del dormitorio y le pregunté que le había parecido la experiencia. Se sonrojó y me agradeció por compartir a Balú con ella. Le dije que entre perras debíamos compartir a nuestro macho, y que ahí estaba el disfraz, que lo usara cada vez que quisiera. Me miró tiernamente y me besó fuerte en la boca, yo ladré muy bajito y ella aulló, soltando después la risa. Éramos las perritas de Balú.

Si desean escribirme solo las chicas háganlo a: chabu94@yahoo.es