Mi gordita linda

Astrid me gustaba mucho y tuve mucha paciencia para poder conquistar su cuerpo...

Mi Gordita Linda

Muchos se mofaban de la gordita envuelta en trapos largos por que era una asidua religiosa, aunque bien morboseaban con sus senos abultados. A mi sencillamente me fascinaba. Su rostro no era bello, pero si agraciado. El cabello negro azabache y abundante contrastaba con su piel blanca y tersa a pesar de los vestigios de un acné juvenil que por momentos afloraba débilmente. Lo que mas me gustaba era su forma de tratar, su elegancia al expresarse, al caminar y su cariñosidad que poco a poco se me fue convirtiendo en un atractivo erótico. Empecé de pronto a coquetearla suavemente en la oficina llevándole cositas cada vez que podía; manzanas, flores, etc, la verdad su compañía me agradaba y a ella la mía también a pesar de que no lo decía.

Me dí cuenta que los sábados ella se quedaba hasta tarde cuando había mucho trabajo, así que empecé a hacer lo mismo  para tener la oportunidad de estar a solas con ella en la oficina. De manera respetuosa la fui adobando con pequeños detalles. La quería para mí. Soñaba con esas tetas de ensueño que parecían querer desbordar sus recatados escotes, soñaba con las piernas blancas y abundantes que siempre escondía tras las faldas largas. La obseciòn por ella se fue convirtiendo en algo insoportable para mi que la veía todos los días sentada a dos puestos de mí tras el monitor de su pantalla de computador.

A pesar de que mi mujer me complacía mucho sexualmente, yo no paraba de hacerme la paja en el baño bajo la ducha pensando en el culo prominente de esa gordita linda. La imaginaba chupándomela asiduamente. Sabía que si quería conquistarla, debía ir despacio y con educación. Pues ella era una mujer bastante apegada a Dios y no era muy facil de roer por un hombre casado aunque le gustara.

Su rostro es algo redondo. Tiene unos ojos inocentes adornados con unas cejas arqueadas y coposas bien bonitas. Sus caderas anchas y sus nalgas desbordadas. Los pechos le cuelgan firmes y blandos al mismo tiempo. Se balancean con sensualidad cuando camina con parsimonia. Su panza, a pesar de su gordura, no es tan prominente. Astrid es una mujer algo pasada de kilos, pero que mantiene una proporcionalidad de angelito de cuadros renacentistas. Es mi gordita linda.

Pero después de meses de paciencia me aceptó una invitación a caminar por la playa. Ni así, pude converserla de que dejara sus trapos a un lado y se visitera un tanto mas ligera. Vestía siempre con trajes largos, pero bien combinados y elegantes como ella. Uno de esos sábados, la tarde nos cogió cerca al “muelle de los enamorados” en la playa y fue allí después de tanto tacto como si estuviera tratando con una porcelana china, que le robé un besito corto. Pero fue el inicio de todo lo que vendría después. Solo tenía que continuar llenándome de paciencia. Se nos volvió constumbre ir a la playa los sábados un rato después del trabajo y solo hasta el final de la conversa al morir la tarde me permitía besarla suavemente. Le tomaba sus manos, se las acariciaba y luego acercábamos nuestras caras hasta pegar los labios allí de pié frente al sol moribundo y el mar tranquilo como si se tratara de una estampa romántica de fotos que venden en las tarjetas de enamorados. Era hermoso y romántico definitivamente, pero mientras eso pasaba mi verga se hinchaba de deseos bajo mis calzones con solo respirar su aliento de mujer buena. La calentura la pasaba mas tarde en la noche ya fuera con una paja desesperada en la ducha o metiéndosela a mi mujer en su concha flaca y peluda. Que cosa!. Era como estar enamorado otra vez.

El gran salto lo dimos un sábado que ella no quizo ir a la playa por haber demasiada brisa y yo aproveché para convencerla entonces a que nos resguardàrmaos en una cabaña de techo de paja, hamacas y muebles frente a ese mar de nuestro amores fugaces. La cabaña tenía ventanales que nos protegían de las brisas fuertes. Después de dudar un tanto, tímidamente aceptó mi propuesta. Se notaba en su mirada una emoción de niña inocente. Nos metimos en la cabaña que alquilaban por hora y nos sentamos en un sofácama cómodo que dispuesto frente a la ventana nos permitía disfrutar de la vista al mar. Lo mas rico de todo era que teníamos privacidad y había hasta un baño mediano. Le rogué a Dios que esta mujer destapara sus sentimientos y dejara que su cuerpo expresara sus más profundos deseos. Dios me escuchó porque hubo más que simples besos. El hecho de estar en un sofá romáticamente sentados y con intimidad hizo que ella suavisara sus barreras.

El beso esta vez no fue el de siempre: corto y suave, sino prolongado y atrevido. Saborié el aroma de su boca entera jugando con su lengua mientras mis manos acariciaban su cuello y sus brazos. Besaba provocativamente a pesar de sus tres años de separación con su exesposo. No esperaba menos de ella. Cuando el beso se tornó color púrpura me atreví a posar mis manos sobre los melones prometedores que tanto deseaba. Para mi sorpresa ella no lo evitó, sino que prosiguió besándome y pude palpar por vez primera la suavidad y la carnosidad de esos senos tan generosos y comentados por todos. Habría sexo definitamente. El vestido azul como el mar que teníamos en frente tenía una franja de botones grandes en la parte trasera. Así que desplacé mis manos inquietas hacia su espalda y mientras mi lengua lamía la de ella le fui desbrochando cada botón hasta que deshice el que queda justo encima de las nalgas. Dios, eso me daba permiso a la gloria. Me estaba permitiendo que la desnudara. Y eso hice. Le retiré el vestido en su parte superior desnudándo su tronco y su dorso. Sus senos blancos estaban sostenidos por esos brazieres de talla grande marca Leonisa de encajes elegantes. Se veían tan exquisitos y abundantes que sentí que mi excitación se disparó mas allá de mis límites normales. La blancura de su piel desnuda fue despanpanante para mí. Mi verga no cabia en mis jeans, pero tenía que ser cauto. Volví a besarla con ternura mientras mis manos se posaron sobre el calor de sus pechos grandes semidesnudos.

Se los apreutujaba morbosamente como si la paja rusa me estuviera haciendo Se los agarré con el sostén a bordo y pude palpar unas sensaciones de suavidad y abundancia que revolvían el erotismo. El sol brillaba un tanto y el azul del mar profundo aumentaba el encanto del momento. Habíamos estado en la misma pose desde el principio, ella sentada junto a mí lado en el sofá arrullándonos con los besos. Le acaricié la piel suave de su espalda y ella la mía al tiempo que nuestras lenguas revoleteaban bruscamente en un beso profundamente erótico. Mi camisa cayó al suelo y ella palpó la desnudez de mi espalda y de mi pecho. Entonces dí otro paso. Le besé el cuello y fui buscando con mi boca las carnes de sus tetamentas que safé de los sostenes desbrochándolas cuando le acariciaba la espalda. Mi boca se llenó de una carnosidad increíblemente ilimitada. Eran las tetas más bellas y jugosas que jamás había chupado. Grandes como su ternura, cálidas, cumplidoras y suaves. Eran de un blanco hermoso y los pezónes redondos y amplios dotados de una tetilla gruesa y rosada pálida me llenaron la boca de sensaciones táctiles embrujadoras. Esos senos eran tan estéticos que solo contemplarlos me embelesaba. Se los lamí y se los chupé con las mismas ansias de un  niño hambriento, con las mismas que debía tener mi verga de comer en esa concha carnuda. Mi corazón palpitaba. No podía creer que mi fantasía de chupar esos senos tan deseados se estuviera llevando a cabo por fin.

La gordita estaba totalmente entregada a mí, pues solo gemía y gemía con sus ojitos cerrados dejándo que yo jugara con sus senos. Me acaricaba el pecho, mi cabeza, mis brazos,  pero no se atrevía a bajar un poco mas. Disminuí un poco el ritmo y la volví a besar tiernamente sin dejar de acaricar sus senotes. Esta vez le fui subiendo el vestido recorriendo sus piernas con mis manos necias. Le acaricié sus pantorrillas y lentamente llegué a sus rodillas. Ya estabamos en una pose más comprometedora. Ella con sus piernas abiertas sentada en el sofá permitía que yo arrodillado frente a ella poseyera su cuerpo; sus senos, su barriga, su boca y ahora poco a paco desnunando sus piernas levantantdo la parte de su vestido que aún la cubría esas piernotas. Sus gemidos se hicieron sueltos y tiernos.

Llegué a sus muslos. Es difícil describir esa sensación. Mis manos estaban saturadas de abundancia, acaricié esas piernas y eran tan suaves y cálidas que no me imaginaba como de deliciosa debía ser la concha de esa mujer. Así que la gordita siguió pecando con migo. Mis manos subieron un poco más y me topé con la tela sedosa de su calzón. Era un calzón amplio propio de su talla, pero de esos que usan las abuelitas tal como se espera que use una religiosa. No quise ir tan rápido porque podía estropear todo, así que volví a entretenerla con otra remesa de lamidas y chupadas  en esas tetas tan lindas que tenía desnudas frente a mi. No veía el momento en que pudiera meter mi verga entre esos senos  Bajé mi rostro hasta sus rodillas y empecé a subir arrastrando suavemente mi lengua por la piel de sus muslos metidos bajo los trapos de su vestido. En la oscuridad que abrigaba la falda fui buscando la encrucijada divina lentamente hasta que los aromas de su concha se adueñaron de mí. Eran tan penetrantes que me llevaron al delirio obligándome a hacer una pausa. Luego avancé un poco más y logré posar mi lengua mojada sobre la tela delgada del calzón justo donde debían estar el inicio de sus labios mayores. Lamí como perrito mientras mis manos allá afuera jugaban con los pezones. Astrid acariciaba mi espalda con una mano y con la otra empujaba sutilmente mi cabeza mas hacía su intimidad. Estaba totalmente entregada.

Entonces di el siguiente paso: salí a respirar aire otra vez y de un tirón tomé los laterales del calzón y  lo retiré pidiéndole a ella que me ayudara un poco levantando su enorme trasero del sofá. Cuando tuve el calzón en mis manos pude darme cuenta de cuan excitada estaba Astrid. El calzón estaba totalmente húmedo de líquido baboso en la zona donde su posa el chocho y con ese olor fuerte de jugos de concha caliente. Eso me excitó aún mas. Puse el calzón sobre mi nariz para oler los aromas de los flujos de su concha y ella me miraba un poco con desapruebo como diciéndomde cochino. Suavemente le quité el vestido totalmente. Por fín estaba desnuda. Totalmente desnuda. Bella es la palabra para describirla. Su rostro relajado reflejaba su excitación, sus tetas grandes algo caídas eran perfectas para un cuadro de Botero, su panza era bien repartida. Es una gordita bien bonita. Sus piernas gruesas y blancas sorprendían con esa piel tersa y lisa. Los pies eran los mas aseados del mundo. Ternura y belleza era todo lo que ella reflejaba. Y todo eso fue mio. La concha que se tapaba con las manos solo pude mirarla minutos mas tarde cuando la tuve a centímetros para chuparla.

La volví a besar para descender por su entresenos. Arrastré mi lengua por la panza preciosa y cuando mi mentón se topó con las manos angelicales que tapaban su concha fue cuando las quitó dejándome la melcocha par que se la comiera. Abrió las piernas para ofrecérmela sin restricciones. Solo tenía un triangulo pequeño escaso de pelos de un negro bien brillante. Hasta su concha era elegante. Por fin mi lengua saborió realmente la cuca mas carnosa de la oficina. Estaba caliente y suave, mas mucho mas que la de mi mujer. Cuando la lengua la arrastré hasta su pepita esa mujer emitió por fin un gemido fuera de lo normal. Abrió sus piernas montándolas en el sofá dándome todo el acceso del mundo. Me comí con mi boca hambrienta esa cuca que no dejaba de botar jugos en ingentes cantidades. A medida que me la comía mas rica se ponía, yo no podía parar. Me concentré tanto en chuparle el coño que me olvide que mi verga estaba ansiosa. El clítoris estaba hinchado y se lo chupé hasta hacerla desesperar y gemir con soltura. Creo que tuvo un orgasmo en ese momento. Lamí hasta que mi la quijada se me cansó. Me bajé el jean y el calzón y liberé finalmente mi palo hambriento. Ella me lo miró con cierta vergüenza y solo alcanzó a decir: “ten cuidado”. Lo puse en la entrada de su hueco inundado de jugos vaginales y de saliba. Cuando lo hundí emitió otro gemido profundo. Mi verga se inundó pronto de un calor y de una humedad impresionantes. Era la concha más deliciosa que jamás probé. Mas rica que la de mi mujer en la luna de miel.

Allí ella sentada en el sofá con sus piernas abiertas recibió mi cuerpo que yo apoyaba arrodillado en el tapete del piso frente a ella. Así que mientras  me la cogía mi boca algo agotada jugaba suavemtne con esas tetas que saltaban, se abrían y se cerrraban cada vez que la embestía. Los sonidos “ahhhs” y  “hmmms” llenaron la cabaña que aún estaba bañada de los últimos rayos de sol. Me fascinaba ver mi verga gruesa entrar y salir con fuerza de esa concha de labios gruesos y rosados. No aguanté nada, pues tal era la excitación y me llegué. Saqué mi verga y el primer disparo de leche se derramó en su ombligo, el resto de los espasmos cayeron justo en la mota de pelos suaves que adornaban la parte superior de su chocho. Ella contempló el espectáculo como con curiosidad y cuando escurrían los últimos chorritos me dijo que pude haber terminado adentro, pues ella habia tomado precauciones. Le sonreí y la besé con ternura misntras un chorrito de semen resbalaba sobre su concha y un hilillo descendía de mi verga exhausta para unirse al resto de crema yacente ya encima de esos labios vaginales gordotes. Le pedí que por favor extendieramos el sofá cama para acostarnos y asintió. Le pude por fin conocer su espalda y su culo. No sé si era mas hermosa mirarla por detrás o por delante. La blancura y ternura de esa piel eran de una belleza indecible. Las nalgas dotadas me hicieron recuperar fuerzas y le pedí de la manera más decente que pude que se colocara de espaldas hacia mi como perrita. Lo hizo sonriente como preguntándose que hiría yo a hacer. Paró sus nalgas ofreciédome ese culo grande y rico. Cuando tuve esas nalgas totalmente entregadas a mi yo no sabia que hacer. Las contemplé y no pude contenerme. Mi lengua se la arrastré por toda la región de esas montañas de carne y luego le recorrí parte de la espalda. La excitación de Astrid fue máxima. Volví a buscar las nalgas con mi boca y le recorrí el canal hasta encontrame mo el agujero de su culo.

Ella tensionó sus piernas y sus nalgas al sentir mi lengua caliente hurgar en su chiquito. Luego me encontré otra vez con su chocho goteando jugos y semen que había resbalado desde arriba. Le volví a chupar el culito que poco a poco fue relajando. No aguanté mas y como mi palo estaba recuperado se lo metí por su cuca otra vez desde atrás como perrito. El espectáculo de ver su espalda desnuda y esas nalgas de ensueño ajustarse contra mí cada vez que la embestía aumentó mi excitación. El sonido del plap plap de mi vientre golpear contra sus nalgas era estimulante.Parecía como si fuera mi primer “polvo". Luego en una de esos mete y saca violentos mi verga cansada se salió y tropezó con el agujerito. Paramos. Nos pusimos de acuerdo con el silencio y entendí que ella me daba permiso para que la enculara. Así fue. Se la hundí en el culo mas tierno del mundo. Mi verga se arropó de un calor tal que un minuto solamente pude aguantar y me llegué otra vez, pero esta vez dentro. No saqué la verga hasta que la última gota no cayó dentro en lo más hondo de ese heuquito rico. La noche había irrumpido. Nunca imaginé que Astrid le gustara el sexo anal. Supe después que su exesposo la acostumbró tanto a eso que terminó por fascinarle.

Nos tiramos exhasutos y desnudos una  hora mas. Sin hablar mucho pero dándonos caricas. Yo deseaba hacerle una paja rusa, pero ahora yo no me quedaron fuerzas y era tarde. Sería para otra ocasión. Se que la habría. La besé con ternura como agradeciéndo todo lo que me dio. Ella también expresó mucha gratitud. Sabía que hacía mucho ella no disfrutaba de su cuerpo con el sexo. Nos bañamos juntos algo apresurados por irnos. Este sería solo el principio.

Mi mujer me esperaba y en dos o tres horas debía cumplirle con una faena de verga, tal como acostumbrábamos los sábados. Esta vez no iba a poder.

Con calma transcurrió la siguiente semana laboral y cada vez que había ocasión nos dábamos besitos en secreto durante las horas laborales mientras esperábamos con ansias ese sábado para estar juntos. Astrid ahora se maquillaba un tanto y se ponía mas bonita. Estaba enamorada de mí. Que rico y bello. Cuando el sábado llegó y eran las dos de la tarde quedamos solos en la oficina. Yo me acerqué a ella cuando estaba parada frente al dispensador de agua y la abracé desde atrás recostando mi verga ya medio parada contra sus nalgas bien abultadas que lindas se veían tras su vestido.

Le besé el cuello y le susurré que nos fuéramos a la cabaña a hacer el amor. Giró su cuerpo y con mirada pícara me dio un beso breve. Me dijo que no ibamos a poder porque tenía la regla y apenas le había  venido el jueves pasado, así que su concha estaba en semáforo rojo. Yo me desanimé un poco, pues me la había pasado toda la semana pensando en éste momento. La abracé y le dí un beso erótico y provocador mientras mis manos se posaron sobre sus tetas enpolvadas. Ella me correspondió el beso con la misma ternura que la caracteriza. Le dije un poco obscenamente que hiciéramos cositas sin meternos con su concha. Astrid sonrió y comprendió lo que yo deseaba y solo expresó: “hombres, hombres Dios mio”.

Nos fuimos a mi oficina con confianza pues nadie estaba en el piso a esa hora. Ella se apoyó medio sentada en mi escritorio y  yo la tomé por la cintura para fundirnos en un beso juvenil y pasional que erectó mi pene al máximo y seguramente mojó su ensangretada chucha. Le desbroché el vestido que por fuerza gravitacional cayó la piso quedándo ella en ropa interior negra. Se veía muy linda y excitante. Le besé el cuello y ella se acomodó ya sentada plenamente sobre mi escritorio apoyando sus piernas en la silla. Se quitó solita el braziere y esas tetas de ensueño por fin nuevamente aparecieron ante mi con esos pezones hinchados que me indicaban excitación. Se las agarré y le mordisquié el pezón derecho. Ella gemía de placer. Me fui en los abismos de sus entresenos lamiento, chupando y mordisqueando suavemente sus melones mientras que ella atrevidamente acariciaba mi palo y bajaba la bragueta de mi pantalón. La ayudé un poco y me desnudé las piernas. Mi verga palpitante la posé cerca de su concha que bien resguardada tras los encajes sedosos de su calzón estaba. Se veía un bultico lijero seguramente de la toalla higiénica. El acceso estaba prohibido. Sin yo pedirlo y para mi sorpresa ella me acarició el palo haciéndome una pajita suave y rica mientras nos mirábamos a la cara totalmente excitados. Ella sacaba su lengua como saboreándo.

Ese gesto lo decía todo. Que atrevida estaba Astrid. Le pedí que se sentara en la silla y yo me senté en el escritorio justo donde ella estaba. Quedamos de frente. Mi verga apuntaba a su rostro ella lo contempló con cierta resolución lejos de la vergüenza del sábado pasado. Lo acarició y lo fue acercándo a su cara. Pronto la suavidad de sus labios se posó sobre la cabeza de mi verga que bien venuda y gruesa la tenía. La lengua tímidamente lamía con ternura mi capullo hasta que se tomó confianza y la metió en su boca carnosa. Cerró los ojos al mundo y Astrid me propinó una mamada inolvidable. Sabía acelerar, bajar el ritmo, apretar sus labios, soltarlos, jugar serpentinamente con su lengua sobre la cabeza de la verga, lamer el tronco y hasta chuparme los huevos. Que mamada tan rica. Quedé vencido estaba yo ante ella  sintiendo un gozo extremo y viendo a una artista de mamar verga tragarse mi palo duro. Paró en seco porque no quería que me viniera tan rápido. Me ofreció sus tetas otra vez. Me agaché un poco y se las lamí con ansias de perro hambriento. Le ensalivé en entreseno adobando el terreno para culminar con una de las fantasías que me había dado vueltas en la cabeza durante tantos meses y que bien me había hecho hacerme tantas pajas bajo la ducha.

Volví a acomodarme sentándome en el sofá y ella volvió a lamerme la verga con erotismo y evidente atrevimiento. Me dí cuenta entonces que se estaba frotando con la mano en su concha por encima de su calzón. Cuando dejó de lamérmela y expuso su cuerpo hacia mi, me incliné un tanto y mi fantasía se hizo realidad. Mi verga se metió lentamente en su entreseno. Sentí un calor extraño y delicioso a la vez. Ella me miró algo extrañada por mi ansiedad sin dejar de masturbar en su chucha. “Te gusta hacer eso verdad”, me preguntó ociosamente. Con sus dos manos apretó sus tentas una contra la otra para formar el hueco provisional que mi palo necesitaba. No se que era mas excitante, si mirar esas tetas tan grandes unidas por sus propias manos o contemplar la cabeza de mi verga asomarse un poquito cada vez que la embestía. Mi excitación fue total tanto física como psicológicamente. Mi esposa es de senos pequeños y eso nunca era posible hacerlo. Le dí verga entre sus tetas y eso fue tan rico como su chucha el sábado pasado que no pude aguantar mucho; tal vez fueron un par de minutos aunque yo los sentí como una enternidad gozosa. Alcancé a anunciarle que ya me corría.

Ella lo vió como algo evidente y simplemente arruyó mas mi verga con sus tetas para sentir como la crema caliente inundaba su piel carnuda de las mamas. La leche disparada inundó parte de su gargante, el entreseno y los últimos chorritos ella misma los dirigió para que cayeran como hilillos sobre sus tetamentas. Finalmente escurrió las gotas de semen que brotaban de la cabeza de mi polla sobre sus pezones. Mirar eso me puso en la gloria sexual. Me senté exhausto con mi verga palpitante y un tanto flaccida, pero para Astrid la cosa no acababa allí. Sentí pronto una corriente de cosquillas increibles sobre mi cuerpo cuando mi gordita se tragaba toda mi verga otra vez con su boquita preciosa. Me la chupó con fuero de puta esta vez. Ni mi mujer que le gusta tanto falatiar me la chupa así. Astrid se enloqueció y mostró su casta de mujer culiadora y caliente. Yo me deshice en unas sensaciones insoportables al principio, pero ricas después. Mi palo recuperó su virilidad dentro de la boca de ella. Cuando se cansó me lo masturbaba hábilmente con sus manos angelicales y rellenitas. No me daba descanso, pues cuando se cansaba de masturbaba entocnes procedía a trabajar con su boca caliente. Entendí lo que deseaba y supe después que esa era su fantasía: llenarse la boca de mi leche. No la iba a defraudar. Puse mi empeño y me concentré tanto que provoqué otra eyaculación a varios minutos de distancia. Cuando el cosqulleo anunciaba la segunda corrida le pedí que la metiera en su boca. Lo hizo chupándo como loca y sin contenerme mi esperma se esparció en lo mas hondo de su cavidad bucal. Ella no paró de chupar y tragar leche. Cuando respiró mi verga estaba seca por dentro. Todas las gotas fueron a parar dentro.

El cansancio fue tal que nos quedamos desnudos sentados conversando en la oficina hasta que casi se hizo de noche. Tampoco esta vez iba a cumplirle a mi mujer.