Mi fantasía de servidumbre y post. humillación 4

Continúa la vida de este marido sumiso. Ahora sus amas lo pondrán a prueba y servirá de cornudo por 1ª vez. Aparecerá una nueva persona en la historia, que traerá muchas sorpresas...en próximas entregas.

Mi fantasía de servidumbre y posterior humillación

(4ª Parte)

Capítulo 12

"La libertad es incompatible con el amor. Un amante es siempre un esclavo. "Germaine de Staël (1766-1817) Escritora e intelectual francesa.

Pasaron unas semanas de descanso. Tenía que reposar por el tatuaje, el aro y el tremendo palo que significaba todo aquello. Mis fantasías y lo que comenzó como un juego, estaban salpicando ahora mi vida de una forma cruda y violenta. Mi mujer ya no era tal, se había convertido en una Ama, a la que Herminia educaba día a día, enseñándola en el arte de la dominación femenina. Después de tener listo el cuerpo y la mente para comenzar con mi nueva vida, todavía iban a sucederse cosas para las que uno no podía estar preparado ni harto de vino.

-Acércate esclavo –Mi mujer.

-¿Sí Ama?

-Vamos a ver si el aro ha quedado fijado convenientemente. Desnudo y de cuclillas, ¡ya!

Yo estaba con ropa de calle en el comedor, hace un momento habíamos despedido a unos amigos, que no sabían nada de nuestra relación. Herminia también estaba allí con nosotros. Fue ella la que me quitó la ropa y me puso más tarde un collar al cuello con tachuelas agarrado con una cadena, estando ya de cuclillas a la espera de mi Ama.

-Está bien. Ahora fíjate y atiende, por tu seguridad. Voy a usar este fino hilo de pescador –mostrándome una bobina amarilla de hilo –Y te ataré los dos pies por los tobillos para que los mantengas juntos. Luego voy a usar un cabo del hilo para hacer un nudo desde el aro de tu escroto hasta los dos dedos gordos de los pies que tendrás bien juntitos por la atadura de antes. Lo intentaré tensar hasta que quede tirante. Una vez hecho y como comprenderás ya no podrás moverte, si no es que quieres ver como parte de la piel que envuelve tus huevos se estira y estira hasta desquebrajarse, ¿entendiste bien?

Comencé a sudar desde el mismo momento que me lo dijo, y la idea me pareció de lo más peligrosa. Pensando, pensando, me agarró Herminia por atrás y me esposó las manos por la espalda. Ahora yo permanecía de cuclillas con mis manos esposadas y mi mujer atando mis tobillos y los dedos de los pies a mi aro en el escroto. Ya estaba totalmente inmóvil. Un movimiento en falso y dolor, mucho dolor.

-Muy bien, así me gusta cariño –sonrió mi mujer mientras yo soportaba como podía la pose –Estaba pensando en ir de compras con Herminia. Mientras podrías quedarte a cuidar la casa, jejeje.

Suponía que no lo diría en serio, no podía dejarme así y largarse, en aquella postura y forzando el torso, no iba a poder aguantar demasiado tiempo; y comencé a sudar desmedidamente.

-Vamos Herminia, dejemos al esclavo, a ver si cuando volvemos el aro ha aguantado o nos toca soldarlo otra vez –y se alejó por la puerta riéndose, no sin antes agacharse Herminia delante de mí y susurrarme al oído:

-Dicen que el hilo de pescador aguanta el embiste de un pez espada sin partirse durante más de 3 horas ¿crees que la piel de tus huevos aguantará más? –y me besó en la comisura de los labios, dejándome un aroma a fresas y vino dulce.

No sé cuánto tiempo hacía que se habían ido, pero el cansancio y el tirante del hilo produciendo un dolor indescriptible en mi escroto era ya insoportables. El sudor comenzaba a formar un pequeño charquero a mis pies. No podía imaginar qué pasaría si resbalaba accidentalmente, estando como estaba. Maldije una y otra vez mi fortuna. Aquello superaba con creces mis fantasías más sexuales, y es que podría estar de todo, menos cachondo. Mi rabo era un pedazo de colgajo en aquellos momentos. Solamente podía rezar y esperar a que me liberasen de aquella tortura.

Por fin una luz se abrió en aquella cárcel en la que se había convertido mi casa. La puerta principal se abrió y aparecieron las dos, llevando varias bolsas de la mano.

-Vaya, qué portento, has aguantado muy bien esclavito –fue lo primero que soltó Herminia al verme.

-No me lo esperaba cariño, últimamente te notaba flojo físicamente. La verdad, me hubiera gustado más ver algún pedacito de tu escroto por el suelo, jajaja, pero en fin –no podía creer el sadismo con el que lo decía, mi mujer se había vuelto de una crueldad intratable. A saber cómo eran las clases que le daba Herminia, y raro, porque esta siempre me había parecido más dulce y melosa conmigo. Igual estaban jugando al poli bueno y malo conmigo, no lo sabía, pero aquello comenzaba a tomar forma, una forma que no me gustaba demasiado.

Con unas tijeras de podar cortó bruscamente el hilo de pescador y de la tensión acabé estampándome contra el suelo, dando mi espalda y mi cabeza de lleno contra este. Después me liberaron de las esposas, y me acabaron deshaciendo los nudos de los tobillos y el aro, retornando a mi aspecto original, si es que se le podía llamar así el ir desnudo con un tatuaje en el culo y un aro en mis cojones.

-Bueno esclavo. Como has superado la prueba del aro, y te has portado bien, vamos a regalarte unas cositas que te hemos comprado. Verás que mono quedas con todo, jajaja –sonrió mi mujer mientras yo adquiría la pose sumisa de rodillas (temblándome aún las piernas por el esfuerzo anterior) y con las manos por detrás de la espalda.

-Será mejor que te levantes –me dijo Herminia fríamente.

-Mira cariño – sacando mi mujer de las bolsas varios paquetes.

-Te hemos comprado tu cinturón de castidad, todo él en rígido titanio y un aro especial de metal cromado, con un candadito a juego. También estas muñequeras y tobilleras de cuero, con aros de metal para poder sujetarte bien. Y aquí lo mejor. Tu vestidito de doncella francesa. Ya me estoy poniendo cachonda de pensar como te quedará, jajaja, ah y trae cofia y todo. Este lo vas a estrenar esta noche junto al cinturón de castidad que te pondré ahora mismo. Hoy comienza el racionamiento de pajas cornudito mío, jajaja.

De todo lo que me mostró, fue el cinturón de castidad lo que más me jodía. Se acabarían mis orgasmos, por lo menos diarios. Mierda, ahora solamente iba a dejar que me corriera los Domingos, según las normas.

Fue cuando comenzó a colocarme el cinturón que hice amago de alejarme para evitar que lo instalara, craso error por mi parte, puesto que me gané una sonora bofetada por parte de mi mujer y una patada por detrás e Herminia.

-¿Se puede saber que intentas? Eso te costará dos semanas de castidad, por burro. Ahora te vas a enterar que esto va en serio, desde el mismo momento que te encierre tu ridículo pito de cornudo aquí dentro –señalándome el cinturón de castidad.

Herminia me sujetó por atrás y mi mujer me colocó un aro que traía el aparato aquel, aprisionando mis huevos y el pene. Luego aprovechando que no estaba para nada empalmado, la bofetada había facilitado la cosa, la verdad, me metió la polla en aquel adminículo de metal, a la espera de enganchar todo el juego por un orificio mediante un candado que ya veía coger a mi mujer de encima de la mesa. Herminia se acercó una vez más a mi dulcemente castigado oído y me fue susurrando:

-Oh, cielo, te van a enjaular el pajarito, ¿y sabes? Eso no quitará para que tu mujer pueda usar otras pollas distintas a la tuya. Te vas a morir por correrte, pero te alegrará saber que tanto tu mujer como yo sí nos correremos, seguro que eso te pone más cachondo aún ¿verdad? Pues disfruta del regalito –y me mordió el lóbulo de la oreja, lo cual comenzaba a cansarme ya, aunque esta vez le sirvió para distraerme muy bien, porque sin darme cuenta oía un clic por abajo, y mi cinturón de castidad quedaba completamente cerrado, para mi desgracia y de momento por dos semanas.

-Escucha esclavo –me dijo mi mujer mostrándome una llave que sostenía de una cadena cogida por la mano –esta es la única llave que abre el candado que llevas puesto. Puesto que vas a estar dos semanas de castigo con él puesto, ahora la voy a dejar en la caja de seguridad que tenemos, le pondré apertura retardada para dos semanas justas, para que veas que esto va completamente en serio y que no vamos a dejar que te corras.

Se dirigió a la salita de estar arrastrándome a cuatro patas por las dependencias de la casa. Cuando llegó a la caja fuerte que tenemos detrás de un Monet de pega, me dirigió una mirada pícara desde arriba y abrió la caja, metiendo dentro la llave del candado, acto seguido cerró la portezuela y apretó unos botones para la cuenta regresiva, al sonar el doble clack, mis esperanzas onanistas quedaban reducidas a cenizas por dos semanas, y ahora sí no había nada que poder hacer, puesto que esa caja no había forma de abrirla ya, hasta pasado el tiempo programado, para eso la compré en su día, aciago día pensé.

-Bueno, y ahora que hemos acabado con tus erecciones, jajaja, vamos a ver si el cinturón cumple la función adecuadamente ¿no te parece Herminia?

¿Qué clase de tortura estaban tramando ahora conmigo? En aquella jaula de metal, no podía verme ni el pito, y lo peor es que el capuchón era bastante pequeño, me cupo la polla antes porque la tenía en reposo, pero ¿y si...? oh, no, no quería imaginarlo.

Herminia comenzó a descalzarse y mi mujer también hizo lo propio.

-Veamos esclavo como lames los pies de tus Amas, y que no vea que dejes de lamer o te castigaré.

A cuatro patas, totalmente desnudo ahí estaba yo, con mi polla enjaulada y dando lametazos a cuatro pies sudorosos y descalzados. Mi lengua correteaba indistintamente tanto los pies de mi mujer como por los de Herminia, a la vez que comenzaba a ponerme cachondo, lo cual producía un dolor en mis partes muy agudo. Notaba la polla como queriendo crecer, pero estancada y sin poder hacerlo del todo, me aprisionaba y eso hacía que dejara de bombear sangre, relajando el miembro otra vez. Y vuelta a empezar, ir y venir, y un dolor continuo, aquello tenía que parar, comencé a quejarme por el dolor.

-¿Qué te pasa cielito? ¿Algún dolor en alguna parte? Jajaja –se comenzaron a reír las dos.

-Tú ahí a lamer nuestros preciosos pies. No desprecies el regalo de tus Amas –y Herminia me propinó una patada en el trasero.

Cuando más dolor comenzaba a sentir, observé como Herminia empezaba a subirse la falda, que era un poco más larga de lo que acostumbraba a llevar siempre. Enseguida captó mi vista y mirando hacia arriba me di cuenta enseguida que la muy cerda no llevaba puestas las braguitas. Se le veía la raja perfectamente depilada. Por el otro lado mi mujer que también llevaba falda larga ese día, se la levantó poco a poco con las manos, mostrando sus púbicos y chorreantes encantos. Estaba tan mojada que creí percibir algo de flujo correteando por su entrepierna, bajando por sus muslos. Yo iba a reventar del dolor, mi polla pidiendo guerra y aprisionada a presión. Tuve que dejar de lamer para retorcerme de dolor y suplicar que parasen.

-Por favor Amas, os lo suplico, no aguanto más, ¡dejadlo ya!

-Jajaja –se rieron a gusto ambas –Definitivamente funciona, creo que nos lo vamos a pasar muy bien esta noche en la cena –Mi mujer me apartó de sus pies con una patada en las costillas, mientras Herminia retomaba sus patadas en mi trasero – ¡estúpido esclavo! ¿Acaso eres alguien para detenerte mientras lames nuestros pies? –mi mujer se puso dura conmigo, pero enseguida se calmó al escuchar algo al oído que le decía Herminia, algo que no pude escuchar desde abajo. Dejaron de patearme e insultarme y se alejaron a la cocina, dejándome dolorido y con un dolor de polla y huevos que afortunadamente desaparecía por momentos.

Capítulo 13

"Adivina quién viene a cenar esta noche"

La noche se acercaba, y mi mujer ya me había "disfrazado" de doncellita francesa. Muy mona, se decían la una a la otra mirando cómo me sentaba aquel vestidito. Se me veía el cinturón de castidad por abajo y mi cofia me daba un aspecto ridículo. Además me pusieron unos guantes blancos a juego y me hicieron poner unos zapatos de mujer con un tacón grande. Tuve que aprender a dar bien los pasos antes de comenzar mi tortura vespertina.

-Muy acorde con la velada, esta noche vas a servir la cena a nuestro invitado de honor.

¿Quién sería? No podía dejar de pensar en quién iba a follarse mi mujer, me ponía furioso y excitado a la vez.

-Herminia no estará esta noche, así que estaremos solos tú, yo y mi amante –lo dejó caer como lo más natural del mundo, y yo no me había hecho todavía a la idea de que me pusiera los cuernos y menos de esa forma.

Un nudo en el estómago se me hizo al instante de escuchar el timbre de la puerta. Como rezaban las normas, yo tendría que recibirlo, dándoles un beso en los zapatos. Lo que me faltaba

Y allí estaba, no pude evitar mi asombro. Era demasiado para mí. ¡Pero si era un chaval! Apenas tendría 19 o 20 años, seguramente un universitario o un motopizzero, por favor, no me lo podía creer. Con una fuerza de voluntad enorme me acerqué a él con la cabeza gacha, me arrodillé y le acerqué mis labios a sus zapatillas, ofreciéndoles un par de besos, uno para cada zapatilla. Después dirigí desde abajo mi mirada hacia su rostro y con voz entrecortada por la humillación le dije en voz bajita y fuerte a medida que me salían las palabras: Te agradecería que esta noche me hicieras cornudo y te follases a mi Ama, que es también mi mujer, muchas gracias.

El chaval comenzó a reírse y pasó de mi cara, entrando enérgicamente a donde estaba mi mujer más al fondo del recibidor, y en mi desesperación pude ver cómo le propinaba un morreo a la vez que le sobaba las tetas y le aplastaba el culito, apretándola hacia él.

-Guau -¿ves cornudín? Así besan y saludan los hombres de verdad, y no de rodillas suplicando que le pongan los cuernos, qué patético –se mofaba mi mujer devolviéndole el morreo y sobándole el paquete a él.

La velada fue transcurriendo lo más normal que se pudo. Yo servía la cena mientras ellos dos bebían, reían y se besaban delante de mi presencia con distendida alegría. De vez en cuando saltaban comentarios de él, preguntando por qué seguía una mujer tan linda como ella con un patético cornudo como yo. Mi mujer no le daba ninguna explicación convincente, simplemente seguía bebiendo, riéndose y sobando su paquete por debajo de la mesa.

En cierto momento de la cena, ya con los postres, el chaval me dirigió un gesto para que me acercara y me dijo:

-¿Sabes dónde conocí a tu mujer? en el parque, el otro día. Estaba con unos colegas de botellón y se acercaron dos tías bien buenas –supuse que la otra sería Herminia –en eso que la amiga de tu mujer me suelta ¿te gustaría follarte a mi amiga? Y claro, imagina, con el pelotazo que llevaba y lo buena que está tu mujer, buf, como para decir que no. Luego me cortó un poco la bola, porque me dijo que estaba casada y que antes de poder follármela tendría que prestarme a no sé qué juego sexual con los dos, pero que no me preocupara, que tú eras solamente un puto cornudo sumiso y obediente. Y por lo que veo así es, jajaja –señalando mi cinturón de castidad –joder tío, me entra dolor de huevos solamente de pensar en llevar un trasto de esos ahí en la polla. No podría estar sin hacerme pajas al menos una vez al día. Mira, esta noche mismamente ya no voy a tener que hacerme ninguna en cambio, ¿sabes no? ¡Me voy a follarrr a tu mujer!

Entonces se levantó de la mesa y se sacó la polla allí mismo.

-¿La ves bien maldito marica? Es la misma que se va a comer tu mujer ahora mismo y la misma que traspasará su caliente y precioso coñito en tu propia cama –entonces agarró la cabeza de mi mujer y le hizo tragarse su polla. Mi mujer lo hizo gustosa, mientras me miraba de reojo allí de pie con aquel estúpido disfraz de doncella francesa, impotente y en castidad.

Después de aquel espectáculo soez y vulgar en la mesa, me condujeron a cuatro patas, ya desnudo hasta el dormitorio.

-¿Sabes Natalia? No me fío de tu marido, preferiría follarte sin preocupaciones ¿no puedes atarlo o algo?

-Bueno, realmente no debería hacer falta, pero como es su primera puesta de cuernos, quizá tengas razón, más vale curarnos en salud.

Entonces mi mujer hizo que me pusiera en pie. Yo no sabía que pretendía, pero permanecí así inmóvil y en silencio, tanto como mi orgullo me permitía. Ella se acercó poco después por detrás atando un cabo del hilo de pescador a mi aro del escroto, lo pasó por detrás de mi culo y lo estiró hacia arriba. Le pidió ayuda a su amante, que le trajo una silla. Ella se subió a la misma y ató el otro cabo del hilo a la lámpara del techo.

-Espera, no. A ver cielo –dirigiéndose a mí –Ponte de puntillas, y estírate todo lo que puedas –yo hice lo que me indicó y entonces se aseguró de tensar bien el hilo, ya me estiraba el escroto y no podía estar más de puntillas en una posición forzada, en ese momento volvió a atar el nudo a la lámpara, quedando realmente tenso. Se bajó y apartó la silla. Luego trajo unas esposas y me las colocó, dejándome en aquella incomodísima posición.

-¿Así mejor amor? –esta vez dirigiéndose a su amante.

-Joder tía, me duele de verlo, anda ven a la cama ya –Y sin pensarlo dos veces, mi mujer se desnudó mostrando sus dos pechos y su pubis rasurado al chaval, se volvió un momento y no sé de dónde lo sacó, pero vi aparecer un arnés con bola.

-Abre bien la boca cielo, no quiero que esta noche interrumpas nada –luego me introdujo aquella pelota roja y cerró el arnés por detrás de mi cabeza, se me acercó al oído y me susurró –Quiero que esta noche veas bien cómo se follan a tu mujer, amor mío, y recuerda mantenerte de puntillas…-y me mordisqueó la oreja; la muy zorra estaba aprendiendo bien de Herminia; en ese momento llevaba yo un calentón increíble, aunque no más que el de aquel chaval que ya estaba todo empalmado preparado para montar a mi mujer, yo en cambio solamente podía sentir un dolor de huevos y una polla comprimida, y para colmo rezaba para que no me fallaran los pies. Cuánto sufrimiento para ver cómo me ponían los cuernos.

Comenzaron dándose bocados en los morros como quinceañeros, luego ella empezó jugando con su polla erecta, que envidiaba yo por culpa de mi cinturón de castidad. Primero lo pajeaba con una mano, luego se puso a acariciar su polla con los labios, lentamente al principio para llegar a un ritmo frenético de saca mete espasmódico. Parecía que el chaval ya se iba a correr, pero entonces ella paraba y se le acercaba al oído para susurrarle algo, entonces se reían los dos y volvía a empezar a chupársela. Eso me puso de mala ostia, era un juego que me hacía a mí cuando follábamos. Después de la mamada, se le colocó encima, dándome su espalda ella a mí, y le sujetó la polla al chaval, estaba claro que se la iba a meter por el coño en cualquier momento. Iba a tocar fondo mi humillación, estaba a punto de ser cornudo oficial, y no podía evitarlo de ninguna forma. En un momento de distracción mía, mientras me convencía de que mis pies aguantarían, ella gimió de placer y comenzó a cabalgar sobre la polla de aquel chaval. Se la estaba follando, ya estaba hecho. Siguió arriba y abajo, hasta que decidieron probar otra posición. Esta vez ella se puso a cuatro patas, mirándome de frente, mientras él se la metía por el coño desde atrás o bien por el culo, no lo supe hasta que mi mujer comenzó a gritarme como loca de placer.

-Así amor, por el culito, oh siiii! Me encanta cielo. Sigue, sigue, no pares encanto. ¿Te gusta cómo me follan cornudín? –Dirigiéndose a mí entre gemidos -¿te gusta cómo me la mete un hombre de verdad por el culito? Eso es algo que no te permitiré a ti hacerme nunca, los esclavos no pueden metérsela por el culo a sus Amas, es lo que me dijo Herminia, ahhh, sigue, así, me voy a ir, cabrón, me voy a correr.

Ella se masturbaba con su mano mientras recibía las embestidas anales por parte del chaval. Yo estaba caliente como nunca, y comencé a temblar, peligrando mi integridad física. El escroto comenzaba a dolerme como nunca, mucho más que cuando me dejaron solo en casa. Esta vez la cuerda había quedado realmente tirante y apenas la mantenía algo holgada manteniendo una pose de puntillas que me hacía estirar demasiado las plantas de los pies, casi como a una bailarina de ballet. Mi mujer estaba a punto de correrse, entonces el chaval la agarró con fuerza y se la introdujo por el coño, lo supe porque ella reaccionó con un gemido brutal y se corrió, acabando tirada sobre el colchón. Entonces él se levantó rápido de la cama, se dirigió hacia mí y acabó de masturbarse para eyacular sobre mi cara. No pude evitar el asco, aunque me preocupaba más que el chaval perdiera el equilibrio con el orgasmo, y accidentalmente me empujara, provocando una desgracia para mis pelotas.

Por suerte el chaval acabó sentándose sobre el colchón. Fue entonces cuando mi mujer me soltó el cable y me liberó de la mordaza, obligándome a chupársela a aquel chaval, para limpiarle todos los restos de semen que le quedasen.

-¡Vamos esclavo! No dejes que la polla del que te ha hecho cornudo quede en lamentable estado, la quiero impoluta, sácale brillo como si se tratase de tu misma polla, y luego vete a ducharte.

Y no tuve más que restregar mi lengua sobre su polla, que comenzaba a desinflarse, aún pudo aprovechar para acabar de correrse un poco más y tuve que tragar algo de semen caliente directo a mi garganta.

La noche acabó conmigo en la ducha, un dolor de huevos de escándalo y temblor en las piernas que todavía me duraría una semana más.

Capítulo 14

"El anillo"

Pasaron varias semanas, por fin me liberaron de mi cinturón de castidad el último domingo. Mi mujer seguía fielmente los consejos que le brindaba Herminia. Aunque todavía no había salido el tema, sabía que era toda una profesional del sado, pese a su juventud. A saber de dónde la había sacado mi mujer.

Llegó el momento de colocarme un anillo de propiedad. Mi mujer me llevó hasta una casa especializada en la temática BDSM, y fue cuando íbamos a entrar cuando mi mujer y yo nos llevamos una sorpresa.

-¿Tíos? –se ruborizó agachando la cabeza mi sobrina (la hija de la hermana de mi esposa). Por lo visto ella salía de aquel curioso garito temático a la vez que entrábamos nosotros.

-¿Y tú? ¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Y cómo es que te han dejado pasar dentro? –Mi mujer no daba crédito a lo que veía. Y es que mi sobrina es apenas una adolescente, y menor de edad.

-Mmmm, yo…bueno, es que… ¡pero oye! Que ya no soy una niña, además ya voy a cumplir los 18 la semana que viene. Y bueno, es que aquí estaba solamente de visita, ejem, es que dentro conozco a una amiga… por eso

Me pareció que se inventaba una excusa, lo decía todo de muy nerviosa forma.

-Bueno tíos, que me tengo que ir, llevo prisa, adiós.

Se despidió rápidamente y se alejó al trote, no sin girar la mirada con gesto de sorpresa e incredulidad mientras nos veía entrar en la tienda.

Después de la sorpresa, mi mujer decidió que fue todo una casualidad sin más y que no le iba a dar mayor importancia, no obstante no le hacía gracia que le comentase nada a su hermana sobre nuestra visita allí, que por otra parte tampoco iba a poder comentar sin dejarse ella misma en evidencia, y es que la hermana de mi mujer está bastante chapada a la antigua. Cosa que se reflejaba en su hija, que siempre iba vestida muy modosita; quizá por eso la sorpresa fue tan grande al verla salir de aquella tienda.

Ya dentro de la tienda, mi mujer eligió un anillo de plata al que le hizo inscribir unas palabras por el dorso para mí:

De Natalia, para siempre, a su esclavo.

Era un anillo no demasiado grueso y me prometió que si me lo quitaba alguna vez me castigaría severamente. El anillo estaría listo para llevar en unos días

Cuando volvimos a casa, allí estaba esperando Herminia, a la que tuve que besar los zapatos al entrar yo por la puerta. Después me colocó un collar y me hizo postrar a cuatro patas, no sin antes preguntarle a mi mujer qué tal la compra del anillo. Mientras ellas hablaban yo seguía abajo a cuatro patas.

-Esclavo, ves limpiando los zapatos de tu Ama, anda, que el paseo los ha dejado muy sucios -me obligó Herminia.

Estuvieron comentando la casualidad de encontrarse con nuestra sobrina, y lo raro que resultó todo con ella, dando largas y mintiendo descaradamente.

Después de hablar, mi mujer enganchó la correa a mi collar y me casi arrastró hasta el baño.

-A ver esclavo, quédate aquí a mi lado, que ahora me vas a prestar un buen servicio.

Ella se bajó las braguitas, unas rojitas que me ponían mucho y se dispuso a orinar en el wáter. Cuando acabó, me llevó la boca hasta su coño mojado por la orina y me hizo que la lamiera hasta dejarla bien limpia.

-No quiero volver a tener que usar papel higiénico más en esta casa ¿comprendido? Lo que voy a ahorrar ahora contigo, cariño, jejeje.

A cada lengüetazo que le metía, se me hinchaba un poco más la polla, pero sin poder hacer nada con ella, el cinturón de castidad la tenía a buen recaudo, y faltaban varios días para otro domingo aún.

Acabada mi tarea higiénica, mi mujer me volvió a conducir hasta el salón, donde esperaba Herminia ya impaciente.

-Está bien, esclavo, ahora tu Ama se va a hacer unos recados, te dejaré con Herminia. Hasta luego cielo –dirigiéndose a la cubana.

Levanté la cabeza hasta los negros ojos de Herminia mientras mi mujer se perdía por el pasillo; ella me sonrió con su boquita de piñón, estaba realmente preciosa con sus zapatitos ajustados de tacón fino, medias negras y una faldita muy corta que resaltaban un culete respingón. Arriba un top blanco marcando pezones y esa oscura melena suelta hasta la rabadilla.

-Esclavo, ahora vas a desnudarte –me ordenó insultante.

Yo me levanté y comencé a quitarme los pantalones, enseñando mi jaula metálica directamente puesto que no llevaba calzoncillos. Después la camisa, quedándome ya desnudo para ella.

-Muy bien, ahora quiero que te arrodilles, y observes bien.

Ella comenzó a contonearse, y me dirigió una sonrisa con un beso al aire. Se desabrochó la faldita, dejando que le viera el tanguita que llevaba, todo él en rosita. Se deshizo de las medias y el top, mostrando evidentemente sus dos preciosos pechitos con unos emergentes pezones. Descaradamente se inclinó hasta mi cara, mostrándome bien el tanga y acercándomelo a la nariz.

-¿Hueles esclavo? Es el aroma de tu Ama. Recuerda bien este olor.

Después se bajó el tanga y los ojos se me saltaron de las órbitas, nuevamente le veía el coño a esta preciosa flor cubana. Algunos pelillos aquí y allá, pero bien visible el clítoris, que me acercó a la boca a escasos centímetros.

-¿Te gustaría comerte lo que ves, esclavo?

-Sí Ama, sí –acerté a decir todo caliente.

Sin mediar palabra se giró y me mostro el precioso culo, que me puso en la boca sin llegar a tocármela.

-¿Y esto, esclavo? ¿Te gusta mi culito también? ¿Te lo comerías?

-Sí, Ama, me lo comería –le dije extasiado.

Entonces se inclinó y me arreó un bofetón con la palma abierta de la mano, tan fuerte que hizo que me desestabilizase y cayera hacia atrás.

-Serás estúpido, esclavo. No voy a dejar que lo hagas, antes te patearía los huevos. De momento podrás mirar, pero no vas a tocar ¿entendiste esclavo?

Luego cogió un vaso largo de cristal y se puso a orinar en él. Bajo mi atenta mirada.

-Bebe esclavo, acábate todo el néctar que te ofrece tu Ama. No desperdicies ni una gota o te daré una patada tan fuerte en tus ridículos cojones que te dejarán castrado de por vida.

Me acercó el vaso con la mano para que lo agarrara, y al tenerlo ya entre mis manos, se me quedó mirando fijamente a la cara, observando cómo tragaba poco a poco toda su amarillenta y caliente orina. Cuando casi lo tenía acabado, por el miedo a la posible patada, me lanzó un escupitajo a los ojos, que casi provocan que me atragantase con el último sorbo de orina.

-Así me gusta ¿ves que bien?, te ganaste mi saliva.

Una vez dejé sobre el suelo, el vaso ya vacío, ella agarró la cadena que se unía a mi collar y me condujo a cuatro patas hasta un cuarto trastero que tenemos. Abrió la puerta que sonó chirriante y enganchó el extremo de la cadena a una arandela de metal que habían puesto la semana anterior adosada a la pared, permitiéndome estar a cuatro patas, sobre el suelo. Luego le añadió un candadito y se aseguró de mi imposibilidad de escape. Con clara sonrisa fue saliendo del trastero arrojándome un beso con los labios mientras me decía:

-Ahora me voy a pegar una buena ducha y comer algo, ya veremos si te dejo algún platito para comer algo sólido a ti también, qué de líquidos solamente no vive el hombre, jajajaja –y cerrando la puerta del trastero tras su paso, se alejó contoneando su precioso trasero.

No estoy seguro si me sentía más humillado por estar de esa forma allí encerrado o por tener a una puta casi desconocida e inmigrante, a su antojo por mi casa y yo sin poder evitarlo.