Mi familia me visita de vez en cuando 7

La marcha de mis sobrinas, de Antonia y de su madre Susana, me permite un poco de tranquilidad, que se acaba enseguida con la vuelta de Rocío y su amiga Rosa. Mi hermana Paula, me anuncia su visita, pero antes recibo la visita de una fontanera.

(A los nuevos lectores les recuerdo que es muy conveniente leer las entregas previas del relato para comprenderlo del todo, aunque no es imprescindible para disfrutarlo.)

La marcha de mis sobrinas, su amiga Antonia y la madre de esta, Susana, me produjo una cierta pena, pero también un cierto alivio, iba a poder retomar la vida tranquila que de alguna manera deseaba o al menos eso pensaba yo. Mi hermana Lola me llamaba con bastante asiduidad para saber cómo estaba y para comentar mis, según ella, proezas sexuales:

-              Me ha contado Susana, que día sí y día también y varias veces cada día, estás hecho una fiera.

-              Lola, no me explico la costumbre que tenéis de contaros ese tipo de cosas.

-              ¿Tú no se las cuentas a nadie?

-              No, Lola, yo creo que esas cosas no hay que contarlas.

-              ¡Qué aburrido eres!

-              Pues eso.

Varios días solo me sirvieron para ponerme al día con el trabajo y darle un merecido descanso a mi polla. De vez en cuando hablaba con Lorena, pero ni ella ni yo deseábamos tener una relación que fuera más allá de la buena vecindad. Parecía que, con la marcha de Susana, ella había perdido el interés en mí. Una tarde noche me llamó mi amiga Rocío, una preciosa chica muy perdida en la vida, con la que de vez en cuando mantenía relaciones sexuales.

-              Hola, Carlos, ¿qué tal estás?

-              Hola, Rocío, muy bien, ¿y tú?

-              Bien también, ya estoy de vuelta.

-              Me alegro. ¿Te has desecho de tu exnovio?

-              Sí, me ha dado pena, pero no quería volver a las andadas.

-              Has hecho muy bien, esa persona era tóxica para ti. Si quieres te invito a cenar.

-              Pues sí, porque tengo bastante hambre y no tengo dinero. Te importa si voy con una amiga.

-              No, en absoluto. ¿Quieres que os recoja?

-              No, mejor nos vemos directamente en el restaurante de siempre a las nueve.

-              Perfecto, pues allí nos vemos.

Tenía ganas de ver a Rocío, era una persona tan generosa e inocente que era imposible no cogerle cariño.

Llegué un poco antes de las nueve al restaurante. Me pedí una copa para esperarlas. A los poco minutos llegó Rocío, nos besamos y se sentó.

-              ¿Y tu amiga? -Le pregunté-.

-              La he citado un poco más tarde, antes quería contarte de ella para que estuvieras sobre aviso.

-              Dime, ¿qué pasa?

-              Verás, Rosa, en verdad es más amiga de mi madre que mía, aunque yo le tengo mucho cariño. De joven era muy religiosa y con veinte años decidió meterse a monja. Resulta, que, tras quince años de estar en un convento, ha decidido colgar los hábitos. Salió hace unos días, la pobre está muy desorientada y no quiere volver al pueblo. Así, que mi madre me ha pedido que viva conmigo un tiempo hasta que se adapte a su nueva vida y yo no he podido negarme.

-              Me imagino que habrá muchas monjas que deciden salirse, debe ser una vida difícil.

-              Imagino que sí. Yo no sé muy bien cómo actuar, por eso le he dicho que se venga a cenar. Tú tienes más experiencia y más mundo que yo y creo que podrías ayudarla.

-              No sé muy bien cómo puedo ayudarla, pero haré lo que pueda. ¿De qué vive ahora?

-              Su familia tenía dinero y ella lo ha heredado todo. Esta tarde la he llevado de compras y al gabinete de estética para quitarle un poco la pinta monja que todavía tenía. Mira, ahí está ya. -Me dijo levantándose y yendo a su encuentro.

¡Joroba, que si le había cambiado la imagen a la exmonja! Rubia, posiblemente de bote, media melena, muy maquillada, los labios pintados de rojo, un ajustado vestido rojo y unos zapatos de tacón también rojos. Era una mujer guapa y con buen tipo, no despampanante como Rocío, pero atractiva. Me levanté para saludarla.

-              Rosa, este es mi amigo Carlos. -Dijo Rocío-.

-              Encantado, Rosa.

-              Igualmente. -Dijo ella extendiendo la mano-.

-              No, Rosa, a los amigos se les saluda con dos besos en las mejillas. -Le dijo Rocío-.

-              Perdona, es la falta de costumbre. -Se excusó Rosa y se acercó a darme dos besos-.

-              ¿Cómo nos sentamos? -Pregunté-.

-              Tú en el centro y nosotras a los lados. -Contestó Rocío-.

Pedimos las bebidas. Agua para Rosa y una botella de vino para Rocío y para mí.

-              ¿Has visto que guapa se ha puesto Rosa? -Me preguntó Rocío-.

-              Bueno, yo no te conocía de antes, pero sí que estás muy guapa. -Le dije a Rosa-.

-              Gracias, no sé si será un poco escandaloso el maquillaje.

-              En absoluto, está muy bien. -Dijo Rocío-.

-              Llevaba muchos años sin maquillarme y, claro, cualquier cosa me parece excesiva. -Explicó Rosa-.

-              Carlos vive por aquí cerca. En una zona nudista. -Dijo Rocío y yo la miré con intención de matarla-.

-              ¿Y eso qué es? -Preguntó Rosa-.

Yo esperé a que contestara Rocío, que era la que había introducido el tema, pero permaneció callada tomando un trago de vino, produciéndose un silencio algo violento, así que me decidí a contestar yo.

-              Una zona en la que se puede ir desnudo por la playa, por la calle o dentro de las urbanizaciones y de los bares.

-              ¿Pero hombres y mujeres? -Preguntó Rosa-.

-              Sí, claro. -Contestó Rocío-.

-              Qué curioso. ¿Tú has estado, Rocío?

-              Sí, algunas veces.

-              ¿Y no te da vergüenza? -Le preguntó Rosa-.

-              Un poco al principio, pero se pasa enseguida.

Vino el camarero y pedimos varias raciones al centro para picar y otra botella de vino.

-              ¿No quieres un poco de vino? -Le preguntó Rocío a Rosa-.

-              Sí, pero sólo por probarlo.

-              ¿Qué tal tu nueva vida? -Le pregunté a Rosa-.

-              Todavía llevo poco tiempo fuera del convenio, pero muy distinta a la anterior.

-              ¿Qué pasó para que te decidieras a dejar el convento? -Le preguntó Rocío-.

-              Sorprendí a la hermana superiora cometiendo actos impuros con dos albañiles. Al principio no di crédito a lo que había visto, pero luego me fue haciendo mella …

-              Claro, lo inesperado y lo impropio. -La interrumpí yo-.

-              Puede ser, pero también pensar que yo había renunciado a las relaciones con los hombres y que, al parecer, no todas las hermanas lo habían hecho. Empecé a obsesionarme por lo que me estaba perdiendo y eso puso en crisis mi fe, hasta que me decidí a colgar los hábitos. - ¡Joder con la historia de Rosa! Pensé-.

-              Bueno, eres una mujer joven todavía y podrás rehacer tu vida.

-              Tal vez. El problema es que no sé nada o casi nada de las relaciones con los hombres. Dentro del convento algunas hermanas a escondidas mantenían relaciones entre ellas. Yo prefería evitar enterarme, pero a veces era demasiado evidente.

-              Esas cosas se aprenden de manera natural en cuanto tengas una pareja. -Le dije-.

-              Ese es el problema, ¿de dónde saco yo ahora una pareja?

-              Por eso no te preocupes, ahora hay montones de páginas de internet para conocer gente. -Le contesté-.

Rosa miró a Rocío como pidiendo confirmación de lo que yo le había dicho.

-              En eso tiene razón Carlos, basta con inscribirte, hacerte el perfil, mirar el resto de los perfiles que te pueden interesar y probar suerte. -Le dijo Rocío-.

-              Si es tan fácil, ¿por qué vosotros no tenéis pareja?

-              Lo nuestro es una elección personal en este momento. No quiere decir que en el futuro no la tengamos -Le contesté-.

Rocío bebía a su ritmo de siempre, es decir, una copa tras otra. Yo procuraba contenerme y Rosa empezó a seguir el ritmo de Rocío.

-              Rosa, me voy a meter donde no me llaman, pero si no tienes costumbre de beber, no deberías seguir el ritmo de Rocío, a ella no le afecta el alcohol, a cualquier otro, sí. -Le dije-.

-              La verdad es que ya estoy un poco mareada, pero me siento bien. Voy un momento al aseo. -Me contestó-.

-              Carlos, deberías hacer algo por ella. -Me dijo Rocío cuando Rosa ya se había ausentado-.

-              Rocío, no me metas en más líos, que bastantes tengo ya.

-              Venga se generoso, a ti que más te da.

-              ¿Pero qué quieres que haga?

-              Que la orientes, tú tienes experiencia y eres un buen hombre.

-              ¿Pero que la oriente en qué?

-              En la vida, en las relaciones con los hombres, en el sexo.

-              ¡Tú estás loca!

-              Mira hacemos lo siguiente, cuando terminemos de cenar, nos ofreces una copa en tu casa, después de la primera copa, yo digo que estoy muerta de sueño y os dejo a los dos solos.

-              Ni lo sueñes.

Volvió Rosa del aseo.

-              Perdona, Carlos, pero me ha dado curiosidad eso de la zona nudista. ¿Puedes contarme algo más? -Dijo Rosa al sentarse-.

-              Poco más hay que contar de lo que ya te he contado. Es un sitio donde se tolera ir vestido o desnudo o cómo a cada uno le apetezca.

-              Invítanos a una copa en tu casa cuando terminemos de cenar y así verá Rosa que es un sitio normal.

-              Bueno, normal, normal tampoco es.

-              ¿Tú o yo no somos personas normales? -Me preguntó Rocío-.

-              Claro que somos personas normales.

-              Pues entonces.

-              ¿A ti te apetece? -Le pregunté a Rosa-.

-              Sí, me da curiosidad, después de haberme llevado la vida entre hábitos.

Terminamos de cenar y nos fuimos andando para mi piso. Debido a la hora, casi todo el mundo iba vestido, excepto algunos rezagados de la playa a los que ya se les había hecho de noche, que iban con el pareo a la cintura. Rocío le contaba a Rosa las excelencias del nudismo y Rosa la escuchaba con cierta incredulidad.

-              ¿Tu madre sabe que tú practicas esto del nudismo? -Le preguntó Rosa a Rocío entrando en la urbanización-.

-              Mi madre sí, mi padre no porque es más chapado a la antigua.

-              ¿Y qué te dice?

-              Que hago bien luciendo el palmito, que ya le hubiera gustado a ella de joven.

-              No me esperaba eso de tu madre.

Llegamos al piso sin cruzarnos con nadie. Mientras servía las copas, Rocío dijo que iba al baño.

-              Pues la verdad, esto me parece de lo más normal. -Comentó Rosa-.

-              Ya quedan pocas personas y es tarde, no pienses que siempre es así.

-              ¿Tú crees que ir desnudo en público es pecado?

-              No me lo he planteado, pero creo que no. Dios nos creó desnudos y hasta hace relativamente poco los humanos íbamos desnudos y luego nos cubrimos por el frío o el calor, lo de los prejuicios sociales o religiosos vino bastante después hace cuatro días.

Vi que Rocío salía desnuda con el pareo a la cintura de mi habitación por detrás de Rosa. Pensé que se iba a liar parda.

-              Mira Rosa, ves cómo no pasa nada. -Dijo poniéndose al lado de Rosa-.

Rosa la miró de arriba abajo con expresión de censura, pero no dijo nada. Les pasé sus copas a las dos y salimos a la terraza. La situación se había puesto un poco tensa desde la aparición de Rocío en pareo. Rosa le dio un sorbo a su copa y dijo:

-              Creo que el alcohol ha terminado afectándome. Carlos, ¿podrías decirme un sitio donde tumbarme un rato para que se me pase?

-              Claro, ven por aquí. -Le dije levantándome y conduciéndola al dormitorio secundario-. Las camas están hechas, ocupa la que quieras. Si necesitas algo dímelo. El baño es la puerta de al lado.

-              No, gracias, sólo necesito tumbarme un rato.

Rosa se sentó en el borde de una de las camas, cerré la puerta del dormitorio, la dejé allí y volví a la terraza.

-              Se te ha chafado el plan. -Le dije a Rocío cuando volví a la terraza-.

-              Sí y no. -Me dijo ella dándome un beso en la boca-.

-              ¿Para qué te has desnudado, si ella no estaba preparada para eso?

-              Que no esté preparada es una apreciación tuya. Estoy segura de que ella ahora está deseando hacerlo.

-              Yo creo que lo que está deseando es dormir la mona.

-              También es posible. ¿Qué tal el final de la visita de tus sobrinas y Antonia?

-              Un dislate, se plantó aquí la madre de Antonia también, que resultó ser una amiga de mi hermana Lola a la que yo conocía de pequeña.

-              ¿Y qué tal?

-              Muy bien, la verdad. Como ella dijo, recuperando el tiempo perdido.

-              ¿Y habíais perdido mucho?

-              Por el que hemos recuperado, yo diría que sí. -Le contesté sin poder evitar reírme-.

-              ¿Y si recuperamos tú y yo parte del que hemos perdido con mi viaje a Granada?

-              No estaría nada mal. ¿Qué se te ocurre?

-              Por lo pronto que te desnudes.

-              ¿Y si cojo frío?

-              Ya te daré yo calorcito.

-              ¿Vamos al dormitorio? -Le propuse-.

-              Luego, ahora se está aquí muy bien.

Mientras me quitaba la ropa ante la atenta mirada de Rocío, que seguía igual de guapa que siempre, le dije:

-              Es curioso lo de Rosa, hay que ser muy valiente para cambiar de vida a los treinta y tantos años.

-              Rosa es una persona compleja. Mi madre dice que nunca se explicó su entrada en el convento, que de joven era una chica muy sensual, pero muy reprimida por su educación religiosa y por su familia.

Terminé de desnudarme, abracé a Rocío y la besé en la boca.

-              Espérame en el dormitorio, mientras yo voy a ver como se encuentra Rosa.

-              Vale, pero no tardes. -Le dije entrando en el piso-.

-              No tardo nada.

Me tumbé en la cama de mi dormitorio, desnudo con los ojos cerrados y con la polla bastante morcillona. Al rato escuché la puerta del dormitorio abrirse y volver a cerrarse.

-              ¿Qué tal está Rosa? -Pregunté sin abrir los ojos-.

-              Míralo tú mismo. -Era la voz de Rosa-.

Abrí los ojos a la misma vez que me incorporaba en la cama y me tapaba la polla. Rosa estaba desnuda al lado de la puerta. Se notaba que llevaba años sin que le diera el sol. Su cuerpo tenía una palidez que casi se transparentaba. Tenía un tipo atractivo con unas tetas medianitas de areolas grandes y rosadas, un pequeño triángulo de vello muy corto en el chocho y unas bonitas piernas. Pensé que, al final, Rocío me la había jugado.

-              Perdona, Rosa, ¿pero que haces aquí así desnuda? -Le pregunté-.

-              No lo sé muy bien. Rocío me ha dicho que viniera a verte, que tú podrías hacer algo por mí.

-              Rocío es una lianta. ¿Qué cree que puedo hacer por ti?

-              Me imagino que rebajar mi ansiedad.

-              ¿Ansiedad por qué?

-              Ansiedad por los hombres y el sexo.

-              Pero esto no funciona así.

-              ¿Es qué no te gusto?

-              No es eso, eres una mujer atractiva, pero te acabo de conocer y no puedes presentarte desnuda en mi dormitorio.

-              Carlos, llevo casi veinte años sin relaciones sexuales y antes sólo las mantuve con un chico que era mi medio novio. Necesito volver a sentirme mujer.

Me daba pena de Rosa, estaba pasando un mal rato y a punto de echarse a llorar.

-              Ven, siéntate y vamos a hablar. -Le dije sentándome en la cama, dejando de taparme la polla y señalándole un sitio a mi lado-.

-              Rocío me dijo que a ella la habías ayudado mucho y que seguro que conmigo lo harías también. -Me dijo sentándose donde le había indicado-.

-              ¿Quieres algo de ropa? -Le pregunté-.

-              No, como comprenderás me siento muy violenta, pero tengo que volver a estar a gusto con mi cuerpo.

-              Como quieras.

-              Creo que me voy a marchar.

-              No, quédate un poco más. ¿Qué esperas de mí?

-              Que me beses, me acaricies y me dejes acariciarte, necesito sentir los labios y la piel de un hombre.

Me volví hacia ella y la miré durante un rato, luego acerqué mi cabeza a la suya, le besé las mejillas y la nariz y terminé besándola en los labios. Sin dejar de besarle los labios la tumbé en la cama, luego le acaricié su cara. Ella permanecía rígida, sin hacer ningún movimiento, sin abrir siquiera la boca para recibir los besos. Le cogí las manos y se las llevé a mi pecho. Rosa empezó a acariciarme el pecho suavemente, deteniéndose en enredar sus dedos en mi vello.

-              Relájate, Rosa, estás muy tensa.

-              Lo intento, pero no me es fácil.

-              No vamos a hacer nada que tú no quieras. Vuélvete de espaldas.

Lo hizo, yo puse las rodillas a los lados de su cuerpo a la altura de sus muslos. Suavemente fui besándole y acariciándole la espalda. Ella empezó a reaccionar a las caricias y gimió quedamente.

-              Tienes que tomar un poco el sol, estás excesivamente pálida. -Le dije-.

-              Llevo quince años sin tomarlo y me apetece mucho. De joven me encantaba hacerlo, aunque fuera con un bañador de vieja

-              Tienes una espalda y un culo muy bonito.

-              Gracias. Lastima que no me hayan servido de nada.

-              Deja de lamentarte. -Le dije acariciándole las nalgas y luego besándoselas-.

Yo ya volvía a tener la polla muy morcillona, pensé que lo mío no tenía arreglo. Empecé de nuevo por besarle el cuello y los lobanillos de las orejas. Luego metí las manos bajo su cuerpo y le cogí las tetas. Rosa jadeó cuando lo hice.

-              Es la primera vez que alguien me coge las tetas.

-              ¿Ni aquel medio novio que mencionaste antes?

-              No le dejaba.

-              Qué cruel con el chaval.

Con el movimiento había terminado encajándole la polla entre las nalgas.

-              ¿Eso es lo que me imagino? -Me preguntó-.

-              ¿El qué?

-              Lo que hay tan duro entre mis nalgas.

-              Si te imaginas la polla, sí.

-              Déjame que te la coja.

-              Si quieres.

Rosa llevó sus brazos hacia atrás y me cogió la polla con las dos manos.

-              ¡Qué dura y qué grande! -Me dijo-.

-              No es para tanto, sólo un poco más larga que la media.

-              No tienes pelos.

-              No, me depilo con cierta asiduidad.

-              Carlos, nunca pensé que me podía producir tanto placer tener una entre mis manos. Estoy muy caliente. ¿Puedo verla?

-              Claro. -Me quité de encima de ella y se giró en la cama, luego volvió a cogérmela con sus manos-.

-              ¿Está así por mí?

-              ¿Por quién si no? -Llevé una mano a su chocho y se lo acaricié suavemente-.

Noté que inmediatamente se corrió sin decir nada.

-              Rosa, expresa tu placer.

-              No estoy acostumbrada y me da vergüenza, creerás que soy una calentorra. -Me dijo sin soltarme la polla-.

-              ¿Y no lo eres?

-              Si quieres verlo así. Yo me siento una mujer pasional.

-              Me parece bien, llámalo como quieras.

-              ¿No te corres?

-              Todavía no. Quiero que te corras tú más veces.

-              No creo que pueda.

-              Claro que puedes.

-              ¿Puedo besártela?

-              Puedes hacer lo que quieras, menos cortármela.

Rosa se incorporó sin soltarme la polla, luego se agachó sobre ella y empezó a darme besos en el capullo y en el frenillo.

-              He soñado con hacer esto muchas veces cuando estaba en el convento.

-              Debiste pasarlo muy mal en el convento.

-              En los últimos años sí. Mi deseo sexual fue creciendo exponencialmente al mismo ritmo que mi insatisfacción. Empecé a masturbarme con frecuencia y después tenía ataques de mala conciencia por ser incapaz de contener mi lívido.

Mientras hablábamos ella seguía besándome el capullo y yo le acariciaba suavemente su culo y su espalda.

-              ¿Qué te llevó a meterte en un convento?

-              No lo sé, entonces pensé que era por mi religiosidad, pero ahora creo que fue el miedo a un mundo que no conocía y a mi propia sexualidad.

-              Ponte encima de mí y déjame que yo también te bese tu sexo.

-              Me da vergüenza que me beses ahí abajo.

-              Tú ponte y déjate de vergüenza.

Se puso en la posición del “69”, le separé las nalgas con las manos y llevé mi lengua a su clítoris y su raja. Gimió muy fuerte al primer contacto de mi lengua con su clítoris y se metió mi polla en su boca.

-              Carlos, creo que voy a tener otro orgasmo.

-              Pues tenlo.

-              ¿No te voy a parecer una calentorra?

-              No me vas a parecer nada, sólo una mujer muy sensual, con deseos atrasados.

-              ¡Sigue, Carlos, sigue, me produces mucho placer, el placer que he deseado durante años, sigue, por favor, sigue, aaaagggg, siiii, siiii, …!

Su chocho se llenó de jugos a la misma vez que se incrustaba mi polla en su garganta, luego se dejó caer sobre la cama de espaldas y perdió el conocimiento con una enorme cara de satisfacción. Me levanté y salí del dormitorio. El piso estaba a oscuras, la puerta del otro dormitorio estaba abierta, miré y Rocío dormía desnuda sobre las sábanas. Me entraron ganas de despertarla y decirle que lo que había hecho no se le hacía a un amigo, pero dormía tan plácidamente que me dio pena, ya se lo diría a la mañana siguiente. Cerré la puerta de su dormitorio, me serví una copa y salí a la terraza a bebérmela pensando en Rosa. La noche estaba fresca. Me pregunté que es lo que hacía que una persona perdiera quince años de su vida e inmediatamente me respondí que, en definitiva, mi matrimonio tampoco había sido tan distinto al enclaustramiento de Rosa. Ella se ha separado del convento y de la religión y yo me separé de mi mujer. Al final sentí frío, me terminé la copa y volví a mi dormitorio. Rosa dormía bajo las sábanas, me metí yo también bajo las sábanas y me quedé dormido.

Me desperté empalmado cuando estaba amaneciendo, Rosa seguía durmiendo. La miré y dudé si abrazarla, pero al final la dejé y me levanté para prepararme un café. Rocío estaba desnuda en la cocina esperando que se hiciera el café. ¡Joder que mujer! Me dije al ver a Rocío.

-              Buenos días, Carlos. ¿Qué tal anoche?

-              Buenos días, Rocío. Pues que sigue sin gustarme que me metan a alguien en la cama.

-              Vale, pero no te enfades.

-              No me enfado, Rocío, pero no me gusta. Rosa es un encanto de mujer, pero no estuvo bien lo que hiciste.

-              Perdona, pero le hacía mucha falta. ¿Cómo fue?

-              Yo no comento esas cosas, que te lo cuente ella si quiere.

Se vino hacia mí, me besó en la boca y pegó su barriguita a mi polla.

-              Al final ayer no recuperamos el tiempo perdido. -Me dijo-.

-              Nosotros no, pero tu amiga sí. -Le dije riéndome-.

-              Me alegro por ella.

-              ¿Qué haces hoy? -Le pregunté-.

-              Ir a trabajar, antes de que me despidan.

-              ¿Quieres que te lleve?

-              No, he quedado con Mari Carmen, vendrá a recogerme, tenemos sesión de depilación en casa de una pareja de ingleses y luego iremos al gabinete. Voy a ducharme.

-              Ve a mi baño, en el otro la ducha no funciona.

Mientras Rocío se duchaba, salí a tomarme el café a la terraza. Al poco apareció de nuevo para despedirse.

-              Carlos, me voy.

-              ¿Me dejas a Rosa aquí?

-              Sí, que me llame cuando se despierte. Échale uno matutino que os vendrá bien a los dos y llévatela a desayunar al chiringuito. -Me dijo dándome un beso y cogiéndome la polla todavía empalmada-.

-              ¿Algo más?

-              Lo dejo a tu criterio. ¿Bajas a abrirme?

-              Eso se acabó, toma un juego de llaves. -Le dije en la puerta-.

-              Gracias. -Me dijo dándome un pico en los labios-.

Terminé el café en la terraza y entré en mi dormitorio. Rosa seguía acostada, pero ya despierta.

-              Vaya, que dormilona. -Le dije sentándome en la cama-.

-              Pues sí, estaba pensando en lo que pasó anoche.

-              ¿Y qué?

-              Qué me gustó mucho, pero tú te quedaste a dos velas.

-              Te equivocas, yo me lo pasé muy bien también.

-              Pero no te corriste.

-              No siempre hay que correrse para pasárselo bien.

-              ¿Te apetece ahora?

-              Te vas a enviciar.

-              Déjalo. Ayer me diste un enorme placer, déjame que te devuelva una parte. -Me dijo incorporándose, besándome en la boca y cogiéndome la polla-.

-              No tienes que devolver nada.

-              Pero es que a mí me gusta saldar mis deudas. -Me dijo poniéndose de rodillas detrás de mí, pegando sus tetas a mi espalda y volviendo a cogerme la polla-.

-              Te has levantado muy traviesa. -Le dije volviéndome para besarla-.

-              Quiero levantarme así el resto de mi vida. Me gusta tener tu polla en mi mano.

-              Pues no te la puedo regalar. Ven anda. -La tumbé en la cama y me puse de rodillas sobre ella mirándola a la cara-.

-              Cógeme las tetas, quiero que me las acaricies y me las sobes, mientras te hago una paja. -Rosa me pajeaba suavemente con una mano, mientras me acariciaba los huevos con la otra mano-. Sabes, el medio novio que tuve me pedía de vez en cuando que le hiciera una paja y, al pobre, no le hice ni una.

-              ¡Qué mala! ¿Sabes que ha sido de él?

-              Sí, se casó y se divorció a los pocos años.

-              Búscalo y se las haces ahora.

-              Igual ahora ya no le gustan.

-              A todos los hombres nos gusta que nos hagan pajas, igual que a todas las mujeres. -Le dije llevando una mano hacia atrás para acariciarle el chocho-.

-              Lo tengo empapado desde ayer.

-              ¿Te puedo pedir un favor?

-              Claro.

-              Regálame tus bragas.

-              Ve por ellas, están en el otro dormitorio.

-              Luego, ahora quiero que termines de hacerme la paja.

-              Carlos, me encanta que me toques el chocho, me excita enormemente.

-              Dime cuando te vayas a correr.

-              No voy a tardar mucho ¿y tú?

-              Tampoco, también estoy muy excitado desde anoche.

Rosa aceleró el ritmo de la paja a la misma vez que gemía cada vez con más intensidad.

-              En el convento me masturbaba casi todas las noches, pero no es lo mismo a que te lo haga otro. ¡Carlos, no pares ahora, sigue, por favor, sigue, que me voy a correr, córrete tú a la misma vez! -La cara de Rosa evidenció que se iba a correr inmediatamente-. ¡Aaaagggg, sigue, sigue, sigue, qué bueno, siiiii, qué intenso, sigue, sigue, …!

-              ¡Rosa, me voy a correr, sigue tú también, sigue, mas fuerte, ya, ya, ya, …! -Le dije cuando empecé a soltar chorros de lefa que llenaron su vientre y sus tetas-.

-              Me voy a morir de placer. No puedo creer que me haya corrido tres veces en poco más de ocho horas. Me ha encantado ver como te corrías, como te salían los chorros y la cara de placer que tenías.

-              Te invito a desayunar en el chiringuito.

-              ¿Tengo que ir desnuda?

-              No, puedes ir como quieras. Yo te recomiendo que vayas con el pareo a la cintura.

-              Me da vergüenza que me vean tan pálida.

-              No te creas que todo el mundo va tostado. Vamos a la ducha. -Le dije quitándome de encima de ella-.

-              ¿Sabes que cuando me duchaba en el convento, me imaginaba que un hombre entraba en la ducha y me follaba?

-              Me hubiera gustado ser ese hombre.

-              Pues nos imaginamos que estamos en el convento. -Dijo Rosa levantándose de la cama-.

Fuimos al baño. Rosa se quedó un rato mirándolo.

-              Me gusta lo que tienes aquí montado.

-              Lo hicieron los propietarios a los que le compré el piso.

Abrí los grifos de la ducha. Nos pusimos bajo el agua cuando estuvo templada. Cogí el gel y empecé a enjabonarla.

-              ¡Qué placer! -Exclamó cuando pasaba mis manos por su culo y por sus tetas-.

-              ¿Qué te hacía el hombre que entraba en tu ducha del convento?

-              Me ponía de espaldas, primero me sobaba todo mi cuerpo, metía sus dedos insistentemente en mi chocho y luego me follaba.

-              Bueno, sobarte, ya te he sobado bastante, me falta lo de los dedos y follarte.

Le levanté una pierna con una mano y la otra la llevé a su chocho, primero se lo acaricié por fuera y luego le metí dos dedos, seguía con el chocho empapado. Rosa llevó una mano a mi polla para acariciármela.

-              No se te baja.

-              Tengo mucho aguante cuando estoy muy caliente.

-              Hubieras sido la bendición del convento. -Dijo riéndose-.

Me cogió la polla con la mano y se la puso a la entrada del chocho.

-              ¡Fóllame! -Me dijo echando el culo hacia atrás, hasta que tuvo buena parte de mi polla dentro-. ¡Qué bueno! El hombre de mi imaginación la tenía más pequeña y no tan dura como la tuya.

-              ¿Había muchas monjas como tú en el convento?

-              Tan calientes como yo, ¿quieres decir?

-              Sí.

-              No muchas o por lo menos que yo lo supiera. -Volví a acariciarle el clítoris-. ¡Cómo me gusta, Carlos!

-              Y a mí.

-              ¿Para qué quieres mis bragas?

-              Para olerlas, tengo esa parafilia.

-              ¿Has olido muchas?

-              Últimamente bastantes.

-              ¡Carlos, me voy a correr otra vez!

-              Pues córrete, que yo me voy a correr también. ¿Me puedo correr dentro?

-              No, no estoy tomando nada todavía. ¡Aaaahhh, síiii, otro, otro, sigue Carlos, sigue follándome, siiiii, me corro, siiii, …!

Cuando terminó de correrse se puso de rodillas frente a mí y se metió mi polla en la boca.

-              ¡Me voy a correr, Rosa!

-              Córrete en mi boca, quiero que me la inundes, como he deseado tantas veces.

-              ¡Aaaahhhh, toma, siéntelos, pues hay más, sigue tragando, aaahhh, que bien me la comes, otro y otro más, aaaggg!

-              Vamos a tener que ir a desayunar, estoy desfallecida.

Terminamos de ducharnos y nos secamos. Rosa salió del dormitorio y volvió al momento con un tanga en sus manos.

-              Toma, lo prometido es deuda. -Me dijo dándomelo a oler-.

-              ¡Vaya, estabas calentita ayer noche!

-              Mucho.

-              ¿Te habías puesto de acuerdo con Rocío?

-              Tanto como ponernos de acuerdo no.

-              ¿Vas a salir en pareo? -Le pregunté-.

-              Si me prestas uno, sí.

No había casi gente en el chiringuito, se notaba que ya no era temporada de vacaciones.

-              Carlos, ¿puedo hacerte una pregunta?

-              Claro.

-              ¿Anoche te acostaste conmigo por lástima?

-              No, anoche me acosté contigo porque me apeteció.

Sonó el móvil de Rosa.

-              ¡Ah hola, Rocío! Perdona, pero no he tenido tiempo de llamarte.

-              ¿Qué has estado haciendo para estar tan ocupada? -Escuche preguntar a Rocío al otro lado del teléfono-.

-              Luego te lo cuento.

-              Mari Carmen y yo ya hemos terminado con los ingleses. Te recogemos en unos quince minutos.

-              Dame un poco más de tiempo, que tengo que volver a casa de Carlos a vestirme. Hasta luego.

Volvimos a casa. Mientras Rosa se vestía, me dijo:

-              ¿Volveremos a vernos?

-              Espero que sí, ya sabes dónde vivo y Rocío tiene mi número de teléfono.

Nos besamos, bajé a abrirle y ya estaban esperándola.

-              Luego te llamo y gracias. -Me dijo Rocío-.

-              De nada.

Me quedé pensando en Rosa. ¿Cómo se le abría ocurrido meterse en un convento con el carácter que tenía? Una mala decisión sin duda, pero mantenerla durante quince años había sido un auténtico disparate. Al cabo de un rato me llamó mi hermana Paula.

-              Hola, Carlos.

-              Hola, Paula. ¿Qué tal estás?

-              Bien. Voy a tener unos días de vacaciones, ¿tienes hueco en tu casa? -Mi hermana siempre igual de seca-.

-              En principio, sí.

-              ¿Cómo en principio? Será sí o no.

-              Sí tengo, no espero a nadie, aunque parezca mentira.

-              Vale, pues entonces me acercaré a verte.

-              Me alegrará recibirte. Si te vienes en avión, te recogeré y te ahorras una pila de horas de coche.

-              A mí no me importa conducir.

-              Pues haz lo que quieras.

-              Te aviso el día que vaya a ir.

-              Perfecto. No tengo que decirte como es esto.

-              No, ya lo sé. Un beso.

-              Adiós, un beso.

Y yo que me había mudado, entre otras cosas, por poner distancia con mis hermanas, aunque las quisiera mucho, pues ya no faltaba nadie por visitarme.

Llamé a mi hermana Lola.

-              Hola. ¿Cómo estás?

-              Hola, hermano, bien. Recuerdos de Susana, que la tengo aquí al lado.

-              Igualmente, recuerdos para ella. Me acaba de llamar Paula, que va a venir a pasar unos días conmigo.

-              ¡Qué milagro, que la montaña vaya a Mahoma!

-              Pues ya ves. ¿Y las niñas?

-              Bien, iniciando el curso en la universidad.

-              ¿Y qué hacéis Susana y tú juntas?

-              Hablando de ti.

-              Me temo lo peor. ¿No tenéis otro tema de conversación?

-              Tan jugoso no.

-              Bueno, que os divirtáis.

-              ¿Has estado con alguna más?

-              Lola, eso no se pregunta.

-              Anda, cuéntanos algo, que nos gusta conocer tus aventuras.

-              Qué no, Lola. ¿Por qué no te vienes cuando esté aquí Paula y así estamos los tres hermanos juntos?

-              Me apetece, veré que puedo hacer, pero me tienen muy liada en el trabajo.

-              Inténtalo.

-              Vale, un beso.

-              Otro para ti.

Estar los tres juntos podía ser una locura, pero realmente me apetecía pasar unos días con mis dos hermanas.

Por la tarde, casi noche, me llamó Rocío.

-              Hola, Carlos. ¿Estás en casa?

-              ¿Dónde voy a estar?

-              Me paso por allí dentro de un rato.

-              Cuando quieras y cenamos algo.

-              Vale, adiós.

-              Adiós, un beso.

Dejé de trabajar y salí a la terraza. Tenía todavía en mente a Rosa y su peripecia vital. Al cabo de un rato escuché la puerta del piso y al momento a Rocío decir:

-              Hola, guapo. ¿Qué tal el día?

-              Tranquilo. ¿Y el tuyo?

-              Con mucho trabajo. Prepárame una copa mientras me cambio.

Fui al frigorífico a por hielo, preparé un par de copas y las saqué a la terraza. Al momento apareció Rocío desnuda con algo en la mano.

-              Toma, un regalo especial de Rosa. -Me dijo dándome un beso en la boca-.

-              ¿Qué es?

-              No lo sé, ábrelo.

Era una cajita roja con un lazo. Le quité el lazo y la abrí. Dentro había lo que parecía ser un tanga blanco. Lo saqué, lo extendí y observé una mancha de humedad en la entrepierna. Me lo acerqué a la nariz y olía a jugos de mujer como para hartarse. También había una pequeña tarjeta en la que, escrito a mano, decía: “Gracias por haberme hecho sentir tan mujer”.

-              Parece que triunfaste. -Me dijo Rocío-.

-              No ha sido para tanto. Dale las gracias de todas formas. ¿Dónde la has dejado?

-              Se ha ido hace un rato. Me ha dicho que quería ir al pueblo a ver si encontraba a un antiguo medio novio.

-              Me alegro. Dentro de unos días vendrá mi hermana Paula y no sé si también mi hermana Lola.

-              ¿Reunión familiar?

-              No sé si reunión familiar o la tercera guerra mundial. En todo caso, me apetece que pasemos unos días los tres juntos.

-              ¡Que día, estoy hasta el toto de depilar chochos y pollas!

Miré a Rocío. Estaba especialmente guapa.

-              Pues te sienta muy bien, porque estás muy guapa.

-              Gracias. -Giró la silla y apoyó sus pies en mis piernas-. ¿Tú serías tan bueno como para darme un masaje en los pies? Los tengo reventados de todo el día.

Cogí sus pies y empecé a darle un masaje en los dedos y en la planta. Tenía unos pies grandes, pero preciosos.

-              No me había fijado en tus pies, pero son preciosos.

-              Son muy grandes. ¡Ay, que gusto, Carlos!

Yo no soy un fetichista de los pies o, al menos, no hasta ese momento, en que decidí besárselos.

-              ¡No seas guarro! -Me dijo-.

-              Guarro, ¿por qué? -Le dije metiéndome uno de sus dedos gordos en la boca y chupándoselo durante un buen rato-.

-              Oye, pues sabes que me gusta.

-              Y a mí, me estoy poniendo juguetón.

-              Pues yo no te puedo regalar mis pies como Rosa su tanga.

Me fijé y tenía su rosado chocho brillante.

-              Creo que no soy yo solo el que se está poniendo juguetón.

Rocío se tumbó más en la silla, mientras yo seguía metiéndome el resto de los dedos de uno de sus pies en la boca.

-              Me estoy poniendo muy caliente. -Me dijo y llevó una de sus manos a su chocho-.

-              ¿Te gusta que te coma los pies?

-              Mucho, creo que voy a tener que acariciarme.

-              Hazlo, quiero verte, mientras me como tus pies.

-              ¿Cómo tienes ya la polla? -Me preguntó llevando la otra mano a su chocho para abrírselo-.

-              Como el palo de una bandera.

-              Sigue comiéndome los pies, cuando me corra te voy a hacer una paja con los pies.

-              Eres una pervertida.

-              No más que tú.

A esas alturas yo ya tenía un calentón de los que hacen época, viendo como Rocío se estaba haciendo una paja mientras que yo seguía con sus pies.

-              He sabido que has estado muy entretenido mientras yo estaba en Granada.

-              ¿Cómo lo has sabido?

-              Llamé a Antonia para saber qué tal les iba y me contó que te habías liado con su madre. ¡Ay que gusto, que paja más relajante!

-              Todas las mujeres tenéis que contaros las intimidades.

-              Bueno, nos gusta saber los polvos que cada una hecha y presumir de los que nosotras echamos. ¡Qué bien, Carlos, qué descubrimiento lo de los pies! ¿Se los has comido a muchas?

-              No, es la primera vez que lo hago.

-              Pues deberías hacérselo a todas, así como me lo estás haciendo a mí ahora.

Rocío había acelerado el ritmo de su mano sobre su clítoris.

-              Me parece que no vas a tardar mucho en correrte. -Le dije-.

-              Y te parece bien. Estoy en la gloria. Necesito correrme después de estos días sin hacerlo. ¡Sigue comiéndote mis pies, aaaaggg, qué rico, siiii, qué gusto, aaaggg, así, así, así…! -Exclamó mientras se corría-.

-              Parece que ya estás mejor.

-              Mucho mejor. Dame un minuto y verás como tú también mejoras. -Me dijo con los ojos cerrados-.

Me tumbé yo también un poco más en la silla. Rocío abrió los ojos y se levantó.

-              ¿Dónde vas? -Le pregunté-.

-              A por aceite de masaje.

Volvió al minuto se puso a mi lado y vertió parte del contenido del bote sobre mi polla y mis huevos y luego lo extendió con sus manos.

-              Sí que la tienes como el palo de una bandera.

Se volvió a sentar y a poner sus piernas sobre las mías, luego colocó la planta del pie derecho sobre mi polla y los dedos de su pie izquierdo bajo mis huevos.

-              ¿Te han hecho esto alguna vez? -Me preguntó-.

-              No, nunca. ¿Y tú lo has hecho?

-              Tampoco nunca.

-              Pues, por ahora, lo haces muy bien.

-              Ya me dijiste que tenía un talento innato para el sexo.

-              Y es verdad.

Los pies de Rocío me estaban produciendo un gran placer y sobre todo un morbo enorme. Estaba muy relajado con las manos sobre sus piernas, dejándola hacer.

-              Joder, Rocío, ¡qué maravilla!

-              Me alegro de que te guste.

-              No es que me guste, es que me estoy poniendo como una moto.

-              Eso pretendo. ¿Te follaste al final a tus sobrinas?

-              Me follé a todo Cristo viviente, fue una auténtica locura.

-              Hiciste bien, ellas lo estaban deseando.

-              No te puedes imaginar el juego que me hizo mi sobrina María, fingiendo que era la chica que venía a ayudar a casa para que la follase. -Rocío se rio con el comentario-.

-              Carlos, creo que vas a durar ya muy poco.

-              Estás en lo cierto, sigue así, sigue con ese movimiento. -Le dije cuando ella deslizaba la planta de su pie a lo largo de mi polla-. ¡Aaaaggg, sigue, sigue, qué gusto, aaaggg, …! -Grité cuando empecé a correrme con unos enormes chorros que cayeron sobre mi pecho y sobre sus pies-.

-              Pues para la faena que le has hecho a Rosa esta mañana, tenías el depósito cargado.

-              Esto tenemos que repetirlo.

-              Cuando quieras. Anda vamos a limpiarnos, que tengo hambre.

Nos dimos una ducha rápida, preparé algunas cosas, abrí una botella de vino y volvimos a la terraza a cenar.

-              ¿Cómo son tus hermanas? -Me preguntó-.

-              Muy distintas. Lola es muy alegre y sensual, como sólo le llevo cuatro años, nos llevamos muy bien. Paula es mucho más joven, tiene veinticinco años ahora, es bastante seca de carácter y no se le conoce pareja. La diferencia de edad ha hecho que no tengamos mucha intimidad.

-              Si vienen las dos te vas a divertir.

-              Bastante. Lola se hizo nudista en una tarde y Paula reniega del nudismo como de la peste, aunque no lo haya practicado nunca, que yo sepa.

-              Ah, el otro día tuve un sueño bastante calentito en que intervenías tú. -Me dijo Rocío-.

-              ¿Lo recuerdas?

-              Más o menos.

-              Pues cuéntamelo.

-              A ver si lo pongo en pie.

Yo estaba de médica en el centro de salud de mi pueblo y apareciste tú como paciente. Te indiqué que te sentaras y te hice las preguntas de rigor para abrirte la ficha. Cuando terminé, te miré y te pregunté por qué venias a la consulta.

- Verá doctora, estoy preocupado porque las últimas dos veces que una amiga y yo hemos intentado tener sexo, no ha sido posible

- ¿Por qué?

- Porque no he logrado tener una erección.

-              ¡Venga ya Rocío! ¿Cuándo nos ha pasado eso a nosotros? -La interrumpí-.

-              Carlos, fue un sueño, no que yo lo haya pensado ni nos haya pasado.

-              Pues podías soñar otras cosas.

-              Déjame seguir que me cortas el hilo.

- ¿Ha empezado a tomar alguna medicación recientemente?

- Ninguna.

- ¿Antes le había pasado con la misma amiga?

- No, nunca.

- ¿Cómo diría usted que era antes su rendimiento sexual?

- Yo diría que alto. Me levantaba casi todas las mañanas con una erección bastante grande y era capaz de hacer el acto sexual dos o tres veces sin que se me bajara la erección.

- ¿Está usted seguro de eso? -Te pregunté extrañada-.

- Claro que estoy seguro. Pregunte a cualquiera de las mujeres con que he tenido relaciones sexuales.

Empecé a pensar que eras de los que se comen una y se cuentas veinte.

- Si usted lo dice. Desnúdese y túmbese boca arriba en la camilla. ¿Está usted pasando por una situación de estrés? -Te pregunté mientras te desnudabas-

- Ninguna en especial.

- ¿Le gustan a usted las mujeres?

- ¿En qué sentido?

- En el sentido de si le excitan sexualmente.

- Bastante, hasta mucho diría yo.

Me puse los guantes de látex y empecé a reconocerte el pene. Pues no está mal dotado, pensé.

- Por fuera parece todo normal. Testículos normales, pene normal tirando a grande.

- ¿Cree usted que podría ser sicológico?

- Podría ser. Su amiga trató de excitarlo cuando no lograba la erección.

- Sí, ella hizo todo lo que pudo.

- ¿Qué exactamente?

- Pues ya sabe, excitación manual, sexo oral, masajes con sus pechos, incluso me dio a oler sus bragas, que es algo que me excita tremendamente.

- ¿Y?

- Desgraciadamente, sin resultados.

- ¿Su amiga es una mujer atractiva?

- Mucho, se parece bastante a usted.

- Gracias por el cumplido. ¿Las dos veces fueron iguales?

- Sí, mi amiga se esforzó cuanto pudo, pero nada.

- ¿Ha tratado usted de excitarse sólo?

- ¿Qué si he tratado de masturbarme?

- Si, eso.

- Lo hice los primeros días, incluso veía películas porno de mujeres con grandes pechos, pero ni así. Luego, al ver que no servía para nada, no he vuelto a intentarlo.

- A ver, trate de intentarlo ahora.

- ¿Qué me masturbe?

- Sí. ¿Qué va a ser?

- Es que así en frío, con cincuenta años que tengo, no me apetece ahora.

- Es terapéutico, piense en algo que le excite.

- Si usted me lo pide.

Llevaste una mano a tu polla y otra a tus huevos y cerraste los ojos para concentrarte.

-              Tú lo que querías era verme haciéndome un pajote. -Interrumpí de nuevo a Rocío-.

-              A nadie le amarga un dulce, pero estaba tratando de ayudarte con tu problema.

-              ¡Qué yo no tengo ese problema!

-              En el sueño, Carlos. No seas pesado.

Te miraba mientras tratabas de excitarte y no puedo negar que yo empecé a excitarme un poco.

- ¿En qué está pensando ahora? -Te pregunté-.

- En los pechos y en el trasero de mi amiga.

- ¿Siente algo?

- Es que en estas circunstancias comprenderá que me cuesta excitarme.

- ¿Tiene alguna foto de su amiga?

- Sí, en el móvil, pero son un poco subidas de tono.

- No importa, coja el móvil.

Te acerqué el móvil que te habías dejado en la mesa de consulta, tú te incorporaste en la camilla y las buscaste. Eran de una chica, muy parecida a mí, reflejada en un espejo mientras follaba.

- ¿Es usted quién la está penetrando?

- Sí.

- Pues entonces le funcionaba bastante bien.

- Ya le he dicho que no me pasaba hasta hace dos semanas.

- Mire las fotos y vuelva a masturbarse.

- Oiga, ¿lo normal no sería mandarme unas pruebas médicas o recetarme alguna píldora?

- Haga lo que le digo ¿o es que el médico es usted?

- Por supuesto que no.

Volviste a cogerte la polla con la mano y a masturbarte, mirando las fotos del móvil. Yo empecé a excitarme bastante mirándote.

- Me parece que aquí vamos a tener para largo. -Te dije, descolgué el teléfono y le pedí a recepción que anulara todas las citas-. ¿Tiene usted alguna parafilia que le excite especialmente?

- Sí, la que le he dicho de oler bragas usadas de mujer que las hayan mojado con sus jugos.

- ¿No le parece un poco sucio y pervertido?

- Cada uno tiene sus cosas. Ve como no hay manera de que tenga una erección.

- ¿Se masturbaba usted mucho de joven?

- Mucho no, pero claro que me masturbaba.

- ¿En que pensaba entonces para excitarse?

- En que una mujer con los pechos muy grandes se metía en la ducha conmigo y me hacía una felación.

- Pues piense en eso ahora.

-              ¿Tú cómo sabes eso? -Pregunté a Rocío-.

-              Porque es lo que se imaginan la mayoría de los hombres.

-              No lo sabía, que poco original era.

- ¿Está pensando que está en la ducha y una mujer de grandes tetas le está comiendo la polla?

- Sí, doctora. -Me contestaste mirándome extrañado por el cambio de lenguaje-.

-              ¿Te estás haciendo ahora una paja, Carlos? -Me preguntó Rocío interrumpiendo la narración-.

-              Sí.

-              ¿Con mejores resultados que en mi sueño?

-              Mucho mejores.

-              No te obsesiones es sólo un sueño.

-              Ya lo sé, pero me estoy agobiando.

-              No te agobies, que el sueño tiene un final feliz.

-              ¡Uf, menos mal!

-              Déjame que siga que ya termino.

En el sueño me quité el tanga que llevaba, sin que pudieras verme, y me lo metí en el bolsillo de la bata.

- A mí me está pareciendo que no sabes masturbarte. -Te dije-.

- ¿Cómo no voy a saber masturbarme, si llevo toda la vida haciéndolo con excelentes resultados?

- No es lo mismo con veinte años, que con cincuenta. Toma, huele esto y déjame a mí. -Te dije pasándote mi tanga y quitándome los guantes de látex-.

Te llevaste el tanga a la nariz, mientras yo apartaba tus manos y te cogía la polla con las mías.

- ¡Qué bárbaro, doctora! ¿Qué le pasa para que huela así su tanga!

- ¿Qué me va a pasar? Pues que me he puesto muy caliente con la consulta.

- ¿Le pasa con frecuencia?

- Según el tipo de consulta y el paciente.

- ¡Doctora, estoy empezando a notar un principio de erección!

- Y yo también empiezo a notarla.

Rocío se levantó de su silla y me dijo que me echase boca arriba en la tumbona. Cuando lo hice, ella se sentó a horcajadas y empezó a masturbarme. Yo ya tenía la polla muy morcillona.

- Doctora, esto es milagroso.

- ¡Qué va a ser milagroso, milagroso sería que se le levantase a mi marido!

Te tenía cogidos los huevos con una mano y con la otra ya recorría el tronco de tu polla, que estaba ya casi plenamente empalmada.

- ¡Doctora, no permita que se me baje!

- No te preocupes que no lo voy a permitir. -Te dije empezando a comértela-.

- ¡Doctora, que bueno! ¿Enseñan esto en la facultad?

- No, se aprende en la facultad, pero no lo enseñan en la docencia. La tienes ya como un palo, ahora vas a pagarme la consulta. -Te dije, me quité la bata, me quedé desnuda, me subí en la camilla y de frente a ti, me metí tu polla hasta el fondo del chocho-.

- ¡Doctora, está usted buenísima!

- Ya lo sé, cógeme las tetas. -Te dije apoyando mis manos en tu pecho-.

Empecé un sube y baja endemoniado, que fue haciendo mella en la resistencia de los dos.

- ¡Doctora, no sólo me he empalmado como un mulo, sino que creo que me voy a correr!

- Me vas a demostrar eso que me has contado antes de que puedes echar varios polvos seguidos.

- Yo lo verá usted misma con sus propios ojos.

- ¡Córrete, que yo me voy a correr ya!

- ¡Siiii, uuuufff, siii, otro, …! ¿Los nota doctora? -Me dijiste cuando empezaste a correrte-.

- ¡Claro que los noto, me corro, me corro, qué rico, aaaagggg, siiii, siiii, …!

A la misma vez que en sueño de Rocío nos corrimos en la realidad.

Sin dejarte descansar un minuto, te dije:

- Ahora, fóllame a lo perrito.

- Claro, doctora como quiera.

Te bajaste de la camilla, te pusiste detrás de mí y me la incrustaste hasta el fondo y yo empecé a mover el culo en todas direcciones.

- Tírame del pelo hacia atrás y sóbame el clítoris.

- Doctora es usted una mujer muy pasional.

- No lo sabes tú bien, pero te vas a enterar hoy.

Tú bombeabas en mi interior constantemente sin dejar de sobarme el clítoris.

- Ve como era verdad lo que le dije de que podía echar dos o tres polvos seguidos, sin que se me baje la erección.

- Lo veo, lo veo y sobre todo lo siento, la tienes todavía como un palo.

Después de un buen rato de seguir follando, te dije que iba a volver a correrme.

- Córrase cuando quiera, yo voy a aguantar un poco más.

- ¡Qué fiera! ¡Aaaaagggg, sigue follándome, sigue follándome, siiii, qué rico, qué largo, aaaagggg, siiii …!

No pude más y me dejé caer en la camilla boca arriba, tiraste de mí hasta dejarme la cabeza fuera de la camilla y empezaste a follarme la boca, hasta que al final volviste a correrte.

Oímos un fuerte jadeo en la terraza de la vecina. Rocío me miró con cara de extrañeza.

-              Es la vecina, que se debe haber puesto calentita con tu sueño. -Le dije en voz baja-.

-              ¡Vaya par de polvos que hemos echado a costa de mi sueño!

-              ¿Ha terminado ya, porque yo no puedo con más?

-              Sólo un detallito.

Cuando nos vestimos y volvimos a la mesa de consulta, me dijiste:

- Doctora, muchas gracias por haberme curado.

- No sabemos si estás curado del todo, vuelve dentro de quince días para repetir el tratamiento.

Nos reímos los dos

-              ¿Lo del sueño es de verdad o te lo has inventado? -Le pregunté-.

-              ¿Y a ti que más te da?

-              Pues tienes razón, a ver si te acuerdas de más y me los cuentas.

Ya en la cama, antes de dormirnos, me dijo Rocío:

-              ¿Sabes que Mari Carmen ha dejado a su novio?

-              No, no lo sabía. ¿Qué les ha pasado, porque parecía muy contenta con él?

-              Pues que el tío tonto se folló a una compañera de trabajo más fea que pegarle a un padre y Mari Carmen se enteró.

-              ¡Vaya, lo siento!

-              Dice que ahora va a disfrutar de lo lindo.

-              Pues mejor para ella.

A la mañana siguiente Rocío se levantó temprano para ir a su trabajo y yo me levanté con ella para hacer café. Al cabo del rato, salió vestida con su uniforme. Mientras se tomaba su café conmigo, le pregunté:

-              ¿Te veo luego?

-              No lo sé, igual vamos a cenar Mati Carmen y yo a ver si se anima un poco.

-              De acuerdo, dale recuerdos de mi parte.

-              Se alegrará de recibirlos.

Estuve adelantando trabajo todo el día, en previsión de la inminente visita de mi hermana Paula. Por la noche llamé a mi hermana Lola.

-              Hola, hermano, ahora te iba a llamar.

-              ¿Por qué?

-              Además de por hablar contigo, para decirte que al final podré acompañaros, pero que llegaré después de Paula.

-              Estupendo. ¿Tú sabes cuando viene Paula?

-              Creo que me dijo que, pasado mañana, el sábado próximo.

-              ¡Tiene cojones que viene a mi casa y no se digna decirme cuando!

-              No te enfades con ella, te llamará seguramente mañana.

-              Bueno, a ver si es verdad. ¿Y tú cuando vienes?

-              El martes siguiente. Tendrás que ir a buscarme, porque me voy en avión.

-              Sin problemas.

-              Un beso de las niñas, que están por aquí.

-              Otro para ellas. Hablamos antes del martes.

Sobre las diez y media de la noche me llamó Rocío.

-              Hola, Carlos.

-              Hola, Rocío. ¿Qué tal?

-              Bien. Estamos Mari Carmen y yo tomando una copa en el chiringuito y nos preguntamos si te apetecería acompañarnos.

-              Pues mira sí, llevo todo el día trabajando y me apetece una copa al aire libre. En quince minutos, el tiempo de vestirme, estoy con vosotras.

-              Si no te quieres vestir no lo hagas, aquí hay mucha gente en pareo.

-              Bueno ya veré, Hasta ahora.

Salí a la terraza, hacía un poco de frío y decidí vestirme. Rocío y Mari Carmen estaban sentadas en una mesa con sus copas por delante. Se habían arreglado mucho las dos para salir a cenar. Saludé a Mari Carmen con dos besos en las mejillas y a Rocío con un pico en los labios.

-              ¡Qué guapas os habéis puesto las dos! -Les dije-.

-              Ya estábamos hartas del uniforme y hemos salido a quemar la noche. -Me contestó Mari Carmen, que había perdido peso desde la última vez que la vi-.

-              ¿Habéis cenado aquí?

-              No, hemos cenado en el centro comercial y luego nos ha apetecido tomar una copa al fresco de la playa. -Me dijo Rocío-.

Mari Carmen estaba un tanto ausente, debía ser por la ruptura con su novio.

-              ¿Qué tal estás? -Le pregunté, cogiéndole suavemente el brazo-.

-              Regular, pero ya se me pasará. -Me contestó. Noté que estaba un tanto bebida-. Lo que peor llevo es no follar.

-              Yo le he dicho que eso tiene fácil arreglo. -Me dijo Rocío-.

-              Yo soy una mujer que necesita follar todos los días, igual que comer o beber y llevo dos semanas a palo seco. -Insistió Mari Carmen-.

-              Ya verás como eso se arregla pronto. -Le dije por consolarla-.

-              Para vosotros es muy fácil, que queréis follar, pues folláis y listo. Para mí ahora mismo, no.

-              Será porque no quieres. Mira la cantidad de hombres que hay. -Le dijo Rocío señalando las otras mesas-.

-              ¿Dónde, Rocío? ¿Dónde? No ves que más de la mitad son homosexuales.

Me fijé y no le faltaba razón a Mari Carmen. Ellas dos se pidieron otra copa y yo seguí con la que tenía. Mari Carmen se levantó para ir al servicio, En el corto trayecto dio varios traspiés que demostraron que estaba no un poco, sino bastante bebida.

-              Pobre Mari Carmen, yo creía que lo llevaba mejor, pero en cuanto ha bebido ya se ve que no. -Dijo Rocío-.

-              ¿Cómo habéis venido?

-              En el coche de Mari Carmen.

-              Pues no está para conducir. Quedaros a dormir en mi casa.

-              Será lo mejor, lo difícil será convencerla. Me duele verla así, al fin y al cabo, es buena amiga y fue ella quién nos presentó.

-              Sí. Lo mejor será que la duerma hoy y mañana será otro día.

Volvió Mari Carmen dando los mismos traspiés que antes.

-              ¿Ha aparecido algún hombre mientras he ido al servicio? -Dijo al sentarse-.

-              No, en todo caso, se ha ido alguno. -Le contestó Rocío-.

-              Muy graciosa. -Le dijo Mari Carmen-.

-              Mari Carmen, Carlos dice que nos quedemos a dormir en su casa y yo creo que es lo más prudente. -Le dijo Rocío-.

-              ¿Allí hay algún hombre más?

-              No te pongas pesada, ya sabes que no. -Le contestó Rocío-.

-              Me estoy acordando de cuando te depilé, tenías una polla muy apetecible. -Me dijo Mari Carmen-.

-              Y sigue teniéndola. -Le contestó Rocío-.

-              Zorra, que bien que te la beneficias. ¿Vosotros folláis mucho?

-              ¿A qué llamas tú mucho? -Le preguntó Rocío-.

-              No sé, todos los días.

-              Cuando estamos juntos dos o tres veces al día.

-              Cacho de guarra suertuda.

-              Déjalo ya, Rocío. Creo que lo mejor será irnos, antes de que demos un espectáculo. -Dije-.

Me levanté, me dirigí al camarero y pagué las copas. Entre los dos logramos levantar a Mari Carmen, llevarla cada uno de un brazo hasta casa, quitarle el vestido y los zapatos y meterla en la cama en ropa interior.

-              ¡Joder, qué borrachera ha cogido! -Le dije a Rocío sirviendo dos copas en la cocina-.

-              Y qué perra le ha dado con lo de follar. Ahora parece que le moleste que los demás lo hagamos, como si le estuviéramos quitando a ella los polvos.

-              Por fin, parece, que mi hermana Paula vendrá el sábado. Podríamos salir los tres a cenar.

-              Por mí de acuerdo, me gustará conocer a tu hermana la pequeña.

-              ¿Tan pasional es Mari Carmen, como para estar así por quince días sin hacerlo?

-              No lo sé, no ha sido hasta esta noche que se ha puesto así.

-              ¿Te vienes a la cama? Estoy cansado.

-              ¿De qué estás tan cansado? ¿No habrás estado visitando a la doctora de mi sueño?

-              No, he estado trabajando todo el puñetero día.

-              ¿Entonces hoy no hay polvete?

-              Vamos, sacaré fuerzas para ti.

Terminamos las copas, cogí a Rocío por la cintura y nos fuimos al dormitorio. Nos aseamos y nos acostamos abrazados. Rocío se durmió sólo poner la cabeza en la almohada y yo un minuto después que ella. Me despertó Rocío sobándome la polla, que ya estaba empalmada.

-              Anoche caíste dormida nada más acostarte. -Le dije-.

-              Bueno, pero hoy me he despertado con las ganas de ayer y las de hoy juntas.

-              Eso me gusta. -Le dije dándole un beso en un pezón de sus durísimas tetas-.

-              Estate quieto, déjame a mí.

Se incorporó, se puso sobre mi polla de espaldas y lentamente fue penetrándose hasta tenerla entera dentro. Su culo y su espalda eran deliciosos. Le cogí las manos y se las puse a la espalda atrapándolas con una de mis manos, mientras que con la otra le acariciaba el culo.

-              Me gusta tenerte así. -Le dije-.

-              Y a mí que me tengas así.

Rocío movía su culo adelante y atrás de una forma deliciosa y gemía suavemente.

-              Tienes un chocho delicioso, parece que esté hecho para mí. -Le dije-.

-              Y tú una polla a su medida.

Escuché un ruido, miré por el costado de Rocío y Mari Carmen estaba en la puerta en ropa interior mirándonos. Rocío debía saberlo desde hacía un rato, pues estaba frente a ella. No dije nada, ya conocía las tendencias exhibicionistas de Rocío, ella debió darse cuenta de que yo me había percatado de la presencia de Mari Carmen en la habitación.

-              ¿Te importa si la invitamos a unirse a nosotros? -Me preguntó en voz muy baja-.

Yo esperaba tener un polvo tranquilo con Rocío, pero tampoco me disgustó la idea de hacer un trío con Mari Carmen. Volví a mirar a Mari Carmen llevaba un sujetador que le apretaba y le subía sus hermosas tetas y un pequeño tanga.

-              Si a ti no te importa, a mí tampoco. -Le contesté-.

-              Ven, Mari Carmen, únete a nosotros. -Le dijo Rocío-.

Mari Carmen debió dudar un poco, pero al final vi como se acercaba a la cama, se quitaba el tanga y se subía en ella.

-              Acércate que te coma el chocho. -Le dije-.

Me puse otra almohada debajo de la cabeza, ella puso sus rodillas a los lados de mi cabeza. Su chocho estaba completamente depilado, tenía el monte de Venus muy carnoso y sus labios mayores bastante cerrados encerraban a los menores. Puse mis manos en su culo y ella se abrió el chocho con las manos, antes de ponérmelo en la boca. Lo tenía empapado y desprendía un fuerte olor a jugos. Pensé que tenía que pedirle el tanga que llevaba desde el día anterior. Cuando le pasé la lengua por su chocho, ella lanzó un fuerte suspiro y luego dijo:

-              ¡Qué rico!

Seguía escuchando los gemidos de Rocío, que ahora tenía sus manos sobre mis muslos y subía y bajaba con más intensidad.

-              Cuando me corra te dejo aquí. -Le dijo Rocío-.

-              No tengas prisa, Carlos me está comiendo el chocho que es una delicia.

-              Lo sé, es una de sus grandes habilidades.

-              ¡Uuuufff, que falta me hacía un rato así! -Dijo Mari Carmen-.

-              ¿Carlos, te vas a correr conmigo? -Me pregunto Rocío-.

-              Sí.

-              ¿Entonces me voy a quedar yo sin probarlo? -Preguntó Mari Carmen con cierto fastidio-.

-              No te preocupes, Carlos puede correrse varias veces seguidas con la misma erección. -Le contestó Rocío-.

Mari Carmen bajó la cabeza y me miró cómo preguntándome si era cierto y yo le hice un gesto afirmativo con la cabeza.

-              ¡Qué bueno, desde luego eres una zorra con mucha suerte! -Le dijo Mari Carmen a Rocío-.

-              ¡Carlos, córrete que yo ya estoy a punto!

Fue decírmelo Rocío y empecé a correrme con mucha fuerza dentro de su chocho.

-              ¿Así, así es cómo quieres que te llene el chocho?

-              ¡Sí, sí así, sigue, aaaagggg, como me gusta que me llenes el chocho con tu lefa, aaaagggg, qué bueno, siiii, …!

-              ¡Carlos, no dejes de comerme el coño, que yo también me estoy corriendo, aaaaggg, sigue, sigue, sigue, aaaaggg, …! -Gritó Mari Carmen corriéndose a la misma que Rocío y yo-.

-              Ponte aquí, Mari Carmen, verás como no te engañaba. -Le dijo Rocío levantándose, un par de minutos después de habernos corrido-.

Mari Carmen se desplazó hacia atrás mirándome hasta cogerme la polla.

-              ¡Joder como la tienes de dura todavía, a mi novio no se le ponía así ni antes de correrse! -Me dijo, echándose todavía un poco más a mis pies y agachándose para metérsela en la boca-.

Rocío se vino a mi lado y me besó en la boca y luego me dijo:

-              ¡Fóllatela bien, que me voy a hacer una paja mirándoos!

-              Rocío, me encanta que seas tan caliente.

-              Y a mí serlo, no sabes cómo lo disfruto.

Mari Carmen me comía la polla con verdaderas ganas. Yo tenía las manos en su cabeza, siguiendo sus movimientos arriba y abajo. Al rato se incorporó, subió por mis piernas, me volvió a coger la polla y poco a poco se la fue metiendo, mientras hacía exclamaciones de satisfacción y de placer. Se sacó las tetas del sujetador, me cogió las manos y se las llevó a ellas. Rocío estaba a mi lado sentada en la cama con la espalda en el cabecero y las piernas abiertas. Se estaba sobando el clítoris y metiéndose los dedos en el chocho.

-              ¡No sabes la suerte que tienes con esto! -Le dijo Mari Carmen a Rocío-.

-              Claro que lo sé. Echar los polvos de dos en dos no tiene precio.

Mari Carmen apoyó sus manos en mi pecho y empezó a subir y bajar sobre mi polla, dando unas fuertes palmadas sobre mí con su culo y sus ingles cuando se dejaba caer.

-              ¡Te lo estás pasando bien! ¿Eh?

-              Bien, no, lo siguiente a lo siguiente.

-              ¿Te queda mucho para correrte? -Le preguntó Rocío a Mari Carmen, con voz de estar ella también a punto-.

-              No, muy poco. No recuerdo la última vez que me corrí dos veces seguidas en el mismo polvo. ¿Carlos, podrás correrte de nuevo?

-              Eso espero, si no, voy a pasar una mañana muy mala. -Le contesté riéndome-.

-              ¡Pues ve preparándote porque yo me voy a correr ya! -Me dijo Mari Carmen incrementando el ritmo de sus movimientos-.

-              Empieza tú, que yo te alcanzo.

-              ¡Aaaayyy, qué bueno, ya, ya, ya, la Virgen, qué pedazo de corrida me estoy pegando, …!

-              ¡Joder, qué pajote más gustoso, que rico, siiii, ya, aaaahhh, si, si, si! -Gritó Rocío sin dejar de sobarse el clítoris y meterse los dedos-.

-              ¿Me puedo correr dentro? -Le pregunté a Mari Carmen-.

-              ¡Claro que sí, como lo hagas fuera te la corto!

-              ¡Toma, toma, toma, uuuuffff, toma más y otro y otro, aaaggg, sigue moviéndote Mari Carmen, sigue, que me queda algo dentro, …! -Grité al correrme-.

Marí Carmen se dejó caer sobre mi pecho intentando recuperar el aliento.

-              ¡Con la perra que me acosté anoche de que no follaba y vaya un despertar que he tenido! -Dijo Mari Carmen-.

-              Mari Carmen, se nos ha hecho tarde, una ducha rápida y luego nos ponemos el uniforme en el coche. -Le dijo Rocío-.

-              Tienes razón. -Dijo Mari Carmen saltando de la cama, junto con Rocío-.

Mientras se duchaban fui a la cocina a preparar café. Cuando el café estuvo preparado salieron las dos desnudas.

-              Toma, me ha dicho Rocío que te lo regale. -Dijo Mari Carmen, dándome su tanga. Me lo llevé a la nariz y madre mía cómo olía-.

-              Hasta luego. -Dijeron las dos al irse-.

Me duché, me peiné y salí al salón a hacer algunas llamadas de teléfono. Primero llamé a un fontanero para que arreglase la ducha del segundo cuarto de baño. Podría haberlo hecho yo sólo, pero sabía que nunca iría a comprar el flexómetro y menos lo pondría. Luego llamé a mi hermana Paula para saber si llegaría al día siguiente, como me había dicho Lola.

-              Buenos días, Paula.

-              Buenos días, Carlos.

-              ¿Te sería mucha molestia decirme cuando vienes?

-              ¿Te has levantado picajoso?

-              No, pero me gusta saber que va a ser de mi vida, al menos a corto plazo.

-              Mañana, si además ya lo sabías por Lola.

-              ¿Sobre qué hora?

-              Pues no lo sé, depende de cuando me levante.

-              De acuerdo, Paula. Llámame para que indique como llegar y abrirte la puerta.

-              Así lo haré.

-              No hace falta que te traigas mucha ropa. -Le dije para picarla-.

-              ¡Vete a la mierda! -Me dijo y colgó-.

Verás las que vamos a tener durante estos días, pensé y me auto recomendé paciencia.

A media mañana, sonó mi móvil, era un número que no tenía en la agenda.

-              ¿Sí?

-              Buenos días. ¿Ha llamado usted a un fontanero? -Me preguntó una voz de mujer-.

-              Sí, esta mañana.

-              ¿Me puede decir dónde está el portero electrónico?

-              No hay, tengo que bajar a abrirle. ¿En qué puerta está usted?

-              Aquí pone puerta B.

-              Espéreme ahí, tardo un minuto.

Me puse el pareo por la prisa y bajé a abrir. El fontanero era una mujer como de cuarenta y tantos años con un mono azul de trabajo, una caja de herramientas pequeña y una caja de cartón bajo el brazo.

-              Pues sí, que está esto anticuado, no tener porterillo.

-              Son cosas de la comunidad. -Le dije cerrando la puerta tras entrar ella-.

-              Están los hombres graciosos con ese trapo reliado, como si fueran indios, de la India, ya me entiende.

-              Ya, ya. Es cómodo.

-              Debajo no se lleva nada, ¿no?

-              Normalmente, no.

-              O sea que con el mandado a su aire.

-              Pues sí, claro.

Nos cruzamos con una mujer como de sesenta años desnuda.

-              Anda esa. ¿Qué querrá lucir?

-              Tampoco se trata de lucir nada.

-              Lo que usted diga, pero yo creo que sí. Normalmente a estas urbanizaciones guarras viene mi marido. El dice que no le gusta que yo vaya viendo mingas, me imagino que para que no vaya a comparar y salga perdiendo, pero yo sé que lo que pasa de verdad es que a él le gusta ver a las tías en pelotas.

-              ¿Y cómo es que ha venido usted hoy?

-              Porque él está en una obra y como el trabajo es fácil, pues me he decidido yo a venir.

En el portal nos cruzamos con dos hombres desnudos y depilados con la toalla al hombro, seguramente camino de la piscina. La fontanera hizo un gesto como de asombro.

-              ¡Vaya que sueltecitos y mejor depilados que muchas mujeres! -Me dijo mientras esperábamos el ascensor-. ¿Usted también se pasea por ahí en cueros?

-              Normalmente no.

-              Mi marido y yo no hemos ido nunca a la playa nudista, aunque él dice a veces que se va a dar un paseo por la playa y yo creo que va a mirar a las que toman el sol en pelotas. Mis chiquillas yo creo que sí que van, porque no les noto la marca del biquini. A mí me da igual que vayan, son muy jóvenes y muy guapas y a ver si luciendo el hopo pillan a uno que no sea un garrulo como su padre.

Qué barbaridad lo que habla esta mujer, pensé. Cuando entramos al piso le ofrecí un vaso de agua.

-              ¿Qué hora es? -Me preguntó-.

-              Sobre las doce y media.

-              Pues si a usted no le importa yo prefiero ya una cerveza.

-              Claro, sin problemas.

Saqué dos cervezas y dos vasos del frigorífico y le ofrecí.

-              Yo no quiero vaso, sabe más fresquita a morro. Habrá que quitarse las mascarillas, sino no sé cómo vamos a beber. -Dijo, quitándosela-.

Era una mujer guapetona con una cara simpática, con una bonita nariz y boca, de labios bastante carnosos. Con el mono, era imposible intuir algo del resto del cuerpo.

-              ¿Y usted va normalmente desnudo por aquí?

-              Salvo que haga frío, sí.

-              Lo que me faltaría a mí sería tener a mi marido todo el día con la cosita al aire por casa. ¿Vive usted solo?

-              Sí.

-              Una pena, los hombres solos no saben apañarse.

-              No crea, yo me apaño bastante bien.

-              Será por las lavadoras que tendrá que poner. -Dijo riéndose-.

-              No muchas, la verdad. -Le contesté riéndome también-.

-              ¿Y qué tal eso de llevar el mandado a su aire?

-              Está bien, mejor que llevar los calzoncillos o el bóxer.

-              Yo se lo digo a mi marido, que cambie de los slips al bóxer, que se le airee un poquito a ver si se le anima. Una vez le regalé uno a ver si se gustaba, se los puso un día y me dijo que estar dando campanazos todo el día era una guarrería y yo le dije, ¿de qué campanazos hablas, criatura? Lo que a mí si me gustaría es lo poder ir sin sujetador, qué comodidad y poder ir luciendo los melones. ¿No cree usted que es un contradiós que, precisamente lo más bonito que tenemos las mujeres, lo disfrute sólo un hombre?

-              Sí, pero así es la sociedad.

-              ¡Qué se vaya al carajo la sociedad! Bueno, ¿me dice dónde está la ducha que hay que arreglar?

-              Por aquí. -Le dije y le indiqué la puerta del baño-.

-              Me voy a quitar los botines, para no ensuciarlo todo.

Se sentó en el inodoro y se los quitó. Luego cogió el rociador y abrió uno de los grifos.

-              El flexómetro que está picado.

-              Yo no entiendo mucho, pero lo he supuesto.

Sacó una llave inglesa de la caja de herramientas y soltó el tubo de la pared y del rociador.

-              Tenga esto lo puede tirar con toda tranquilidad. -Me dijo pasándome el tubo viejo-.

Abrió la caja de cartón, sacó el nuevo, lo colocó y puso el rociador en el soporte.

-              Pues listo, vamos a probar. -Dijo y abrió el grifo sin darse cuenta de que, ella estaba debajo, con lo que recibió un buen chorro de agua hasta que pudo cerrar el grifo-. ¡Me cago en todo, seré tonta!

-              Espere que le traigo una toalla.

-              Gracias, pero me he puesto el mono perdido. ¿No tendrá otro trapo de esos para ponérmelo mientras se seca un poco a ropa?

-              Sí claro, ahora le traigo las dos cosas.

Fui a mi dormitorio, cogí del armario una toalla y un pareo grandes y se los llevé al baño. Ella se estaba quitando el mono de espaldas a la puerta en el momento que regresé.

-              Aquí se los dejo. -Le dije poniéndolos en la encimera del lavabo y entornando la puerta-.

-              ¡Joder, hasta el sujetador y el tanga se han mojado! -La escuché decir desde el salón-. ¡Vamos hay que ser tonta del culo!

-              No se enfade, un accidente le ocurre a cualquiera. -Le dije-.

-              Sí, pero coño, que yo llevo ya veinte años en esto. Oiga, ¿esto como se pone para que te tape?

-              Por encima del pecho, presionado como si fuera una toalla de baño o con un nudo.

Salió del baño con el pareo puesto y el resto de la ropa en los brazos. Le quedaba bien el pareo, tenía unas tetas grandes que le permitían apoyarlo sobradamente y le había hecho un nudo por delante.

-              ¿Le molesta si la pongo en la terraza al sol para que se seque antes?

-              En absoluto. ¿La ayudo?

-              ¿A qué, a tender?

-              Sí.

-              Venga hombre, por Dios, ¿dónde se ha visto eso?

El pareo le hacía un tipo bonito. Cuando se agachó para poner la ropa en el tendedero, se le marcó un culo de bastante buen tamaño. La ropa interior que estaba tendiendo era blanca muy sencilla.

-              ¿Quiere otra cerveza o un vino? -Le ofrecí-.

-              Otra cerveza no, que luego me hincho, pero un vino sí, mientras se seca la ropa. Pues no estoy muy mal con esto del trapo. ¿Se me ve algo indiscreto? -Me preguntó al verse reflejada en el espejo del salón-.

-              Nada. -Le dije mirándola-. Va usted de lo más decente de la urbanización-.

-              Me voy a acostumbrar yo a llevar esto por casa, que se me ventile bien el hopo, aunque mi marido me llame de guarra para arriba. Además, que fácil para desnudarse si surge una oportunidad. -Dijo riéndose-.

Me caía muy bien la fontanera, era sencilla, expresiva, charlatana, espontánea y ocurrente.

-              Llevamos un rato hablando y no me ha dicho usted su nombre. -Le dije al pasarle su copa de vino-.

-              Es verdad, María del Mar, muy de la tierra de Almería. Usted Carlos, por lo que he visto en el albarán.

-              En efecto y yo creo que deberíamos tutearnos, ya que estamos tomando un vino.

-              Por mí perfecto, eso del usted, me parece muy antiguo. Sabe que me está dando curiosidad eso de ir desnuda por la casa y por la terraza. Ya en la calle y eso no, pero en casa, ¿por qué no? Digo yo que a ti no te importará, porque estarás harto de ver tías en pelotas

-              Por mí lo que quieras, María del Mar. Voy a abrir unas latas para acompañar el vino.

-              Si, por favor, porque yo me achispo enseguida con el vino a secas.

Ella se quedó en la terraza, yo abrí un par de latas, las puse en unos platos, con algunos picos de pan, cogí la botella que estaba abierta y me dirigí a la terraza. María del Mar estaba desnuda de espaldas, mirando el mar. Tenía una espalda fuerte, unas caderas anchas, un culo de bastante buen tamaño y unas piernas que no eran feas, aunque con unos muslos anchos a juego con su culo y sus caderas.

-              Al final te has decidido a desnudarte.

-              Total, si va a ser una vez en la vida, pues habrá que probar.

Se volvió hacia mi de frente. Tenía unas tetas muy blancas, más bien grandes, caídas por la edad y los embarazos, un poco de barriga, con algún michelín y el chocho con una buena mata de pelo.

-              ¿Y qué, cómo te sientes? -Le pregunté-.

-              Pues muy a gusto, aunque con un poco de vergüenza. Me tenia que haber decidido cuando era más joven.

-              Nunca es tarde, mírame a mí que he empezado a los cincuenta.

-              Un hombre de cincuenta años es todavía un hombre muy atractivo. Una mujer de cuarenta y ocho como yo, ya ha dejado de ser atractiva, si es que alguna vez lo fue.

-              Eso no es verdad, es el cuento de las mujeres con la crisis de los cuarenta y cinco.

-              Lo que tú digas, pero no. -Dijo picando de las tapas que había sacado-. ¿A ti te importaría quitarte el pareo?

-              ¿Por qué?

-              Por tener la sensación completa de cómo se vive en una casa nudista.

-              De acuerdo. -Le dije y me quité el pareo-.

-              ¡Ay, que jodio, que llevas todo el mandado depilado!

-              Suele ser bastante habitual, ya viste a los vecinos con los que nos hemos cruzado.

-              Pues te queda bien, tienes una minga y unos cojones muy aparentes.

-              Gracias, ya te he dicho que eres una mujer atractiva.

-              ¿Tú crees, con estas tetas blanquecinas y caídas, este michelín y este tamaño de caderas puedo ser una mujer todavía atractiva? -Dijo marcándose cada zona del cuerpo que iba mencionando-.

-              Sí que lo creo. -Le dije rellenando las copas de vino-.

-              Pero soy yo la que no te creo. Esto no se lo puedo contar a mi marido, que me va a llamar de puta para arriba.

-              Pues no se lo cuentes.

-              Una curiosidad. Esto de estar una pareja en pelotas todo el día, debe ser un folladero de mucho cuidado. Aquí te pillo, aquí te mato.

-              En mi experiencia, que tampoco es tanta, la lívido se incrementa bastante.

-              ¿Qué es eso de la lívido?

-              Las ganas de practicar sexo.

-              Pues entonces yo estoy sufriendo de eso ahora mismo.

-              De todas formas, hace unos días, una amiga que tiene una tienda de ropa interior me demostró que una lencería erótica tiene el mismo efecto o mayor sobre la lívido.

-              ¿Tú estás caliente ahora?

-              Sí.

-              ¡Pero si tú debes estar acostumbrado, lo mío es la novedad!

-              Tu eres una novedad para mí.

-              ¡Venga ya, que aquí te tienes que haber follado lo más grande!

Me acerqué a ella le cogí la cara y la besé en la boca. Ella se sorprendió un poco al principio, pero luego abrió la boca y me devolvió el beso, me cogió las manos y las llevó a su culo para que la abrazara. Mi polla empezó a reaccionar con los besos y el abrazo. Yo le cogí sus manos y las llevé a mi culo, me apretó muy fuerte contra ella. Mi polla se empalmó y la metí entre nuestras barrigas.

-              ¡Buen aparato tienes! -Me dijo-.

-              ¿Qué quieres que hagamos? -Le pregunté.

-              Pues echar un quiqui, ¿no?

-              ¿Tienes prisa?

-              No me espera nadie en casa y no tengo más chapuzas que hacer hoy.

-              Vamos al dormitorio. -Le dije y tiré de su mano para que me siguiera-.

En el dormitorio volvimos a besarnos y a abrazarnos.

-              Me estoy poniendo a revienta calderas, como con un novio muy follador que tenía antes de casarme. -Me dijo-.

-              ¿Y eso es bueno o es malo?

-              Eso es estupendo para ti y para mí.

Me cogió una mano y se la llevó a su chocho. Yo empecé a acariciárselo con suavidad.

-              Si está muy seco mójate los dedos en mi boca. -Me dijo-.

-              No está nada seco, sino lo contrario.

-              Hace tiempo que casi no segrego, cuando mi marido me lo hace me tengo que poner crema para que no me duela.

-              Verás como así no te va a doler. -La tumbé en la cama boca arriba y le fui besando y mordiendo poco a poco sus hermosos muslos-.

-              ¡Ay, que rico! Esto no me lo había hecho ni el novio ese follador que tuve.

-              Ábrete el chocho con las manos. -Le pedí-.

Tenía vello corto por todo el chocho, le pasé la lengua varias veces arriba y abajo, deteniéndome especialmente en su clítoris, grande y prominente. Ella jadeaba y gemía insistentemente.

-              ¡Qué bueno, Carlos! A mi marido no le gusta hacérmelo y a mi es de las cosas que me producen más placer, aunque hace tanto tiempo que no me lo hacen, que casi se me había olvidado.

-              Relájate, pásalo bien y olvídate de todo.

Seguí lamiendo su chocho mordisqueando su clítoris. Estaba segregando jugos como si tuviera veinte años.

-              ¡Carlos, siento que me voy a correr ya y te voy a dejar a dos velas! -Me dijo-.

-              De eso nada, ya me encargaré yo de que no sea así.

-              Es que me quedo como desmayada.

-              Córrete sin problemas.

-              ¡Si tú lo dices, ahí voy, aaaaggg, por Dios que rico, sigue Carlos, sigue, presiento que va a ser largo e intenso, aaaaggg, ahora, ahora, sigue, sigue, …! -Tenía espasmos en las piernas y su chocho no paraba de segregar, hasta que se quedó como paralizada-.

La miré, tenía los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Me puse encima de ella para jugar con sus tetas y su barriga. Tenía una piel muy suave que apetecía acariciar. Al cabo del rato abrió los ojos y me miró.

-              Ha sido un orgasmo como no recordaba, pero ves lo que te dije, que me quedo luego como desmayada. ¿Ha pasado mucho tiempo? -Me preguntó-.

-              No lo sé, no he mirado el reloj.

Puso su mano sobre mi polla, que seguía como un palo.

-              Tienes una buena polla, ¿quieres que te haga una paja?

-              Prefiero que me la comas.

-              No sé si me acordaré, a mi marido no le gusta.

-              Seguro que sí te acuerdas.

Me tumbé en la cama con dos almohadas bajo la cabeza, ella se puso de rodillas a mi lado, se recogió el pelo a un lado, e intentó cogerme la polla con la boca directamente. Las dos primeras veces no pudo, pero a la tercera sí. Yo le puse una mano en el pelo y la otra mano la movía entre sus tetas y su chocho.

-              Para no tener experiencia reciente lo haces muy bien, María del Mar.

-              Gracias. -Me contestó escapándosele mi polla de la boca-.

-              Si la coges con la mano te será más fácil y podrás hacerme más cosas.

-              Yo es que vi en una película guarra que una mujer lo hacía así.

-              El porno es el porno y esto es la vida real.

-              Tienes razón, ahora puedo lamerla, comérmela e incluso lamerte y comerte los cojones.

Yo seguía con una mano entre sus tetas y su chocho y elle me lo agradecía gimiendo y lanzando sonidos de placer.

-              ¿Te has corrido en alguna ocasión varias veces seguidas? -Le pregunté-.

-              La mayoría no me he corrido ni la primera. -Me contestó ella riéndose-.

-              Hoy lo vamos a intentar. -Le dije incrementando las caricias sobre su clítoris-. Tienes un clítoris muy hermoso y juguetón-.

-              Eso me decía una amiga del colegio, cuando nos enseñábamos nuestros hopos, para saber cual de las dos se estaba desarrollando más rápido

-              ¡Qué bien me lo haces, que placer me estás dando!

-              Y tú con la mano en mi chocho.

-              ¿Se te han corrido alguna vez en la boca?

-              Nunca, el novio follador no quería más que follarme el chocho y a mi marido no le gusta que se la coma.

-              ¿Te gustaría?

-              No lo sé, no lo he probado, pero en una película porno lo hizo una mujer y me dio curiosidad de que se sentiría.

-              ¡Uy, que bien me lo haces! ¿Ves mucho porno?

-              Ahora no, pero durante una época le dio por ahí a mi marido, para poder empalmarse. Ahora yo creo que él sigue viéndolo para cascársela el solo.

-              Yo estoy en el límite de no retorno, ¿y tú?

-              Muy cerca de correrme otra vez. ¡Sigue acariciándome y si puedes méteme los dedos!

Tenía el chocho completamente lleno de jugos, por lo cual no tuve ningún problema en cumplir sus deseos

-              ¡Cómo me gusta cuando te metes mis huevos en la boca, qué placer!

-              Es que como vas depilado es gustosísimo no estar comiendo pelos.

-              Ahora, María del Mar, hazlo como quieras, ¡me voy a correr!

-              ¡Y yo también me voy a correr, no dejes de acariciarme y meterme los dedos!

-              ¡Ya, aaaggg, toma, toma, María del Mar, todo para ti, siiii, …!

-              ¡Me corro por segunda vez, siiii, sigue Carlos, sigue, no te pares, sigue dándole a mi hopo, …!

María del Mar había decidido enfocarse mi corrida a la cara y a las tetas. Cuando terminó de correrse volvió a caer en el mismo letargo de antes, con la cabeza apoyada en mi vientre. Curiosa mujer, pensé, en realidad estaba deseando practicar nudismo y percibir las sensaciones que produce y luego una cosa ha llevado a la otra.

-              ¡Joder, Carlos, es la primera vez en mi vida que me he corrido dos veces seguidas, coño, ni con el novio follador, que tuve! -Dijo cuando abrió los ojos-.

-              ¿Qué tal un tercero, yo tengo que hacer algo para bajar esto? -Le dije señalando mi polla, que seguía empalmada-.

-              Lo del tercero dalo por imposible, pero algo hay que hacer con el pollón que tienes ahí y que no se te baja.

-              ¿Se te ocurre algo?

-              Yo tengo poca práctica y menos imaginación, pero una vez vi en una peli porno, como una mujer se ponía a cuatro patas en la cama y el hombre se la follaba por detrás. Como yo tengo un culo grande, te puede resultar más sugerente.

-              De acuerdo, ponte aquí en este borde la cama, para que podamos vernos reflejados en el espejo, y yo te follaré de pie.

-              Yo nunca me he visto follando, ¡mira que las cochinadas que se te ocurren!

-              ¡Anda anímate, que lo vamos a pasar muy bien!

-              Yo ya lo he pasado muy bien esta tarde, me parece que más todavía debe ser pecado, Así que a pecar que, si eso, ya me confesaré.

María de Mar se colocó como le había dicho delante del espejo. Sus hermosas tetas le colgaban por la posición y se perfilaba la potencia de sus caderas y de sus nalgas.

-              ¿Sabes que me gusta lo que veo y a ti te gusta? -Me preguntó-.

-              Mucho. -Le contesté poniéndome detrás de ella y sobándole su potente culo-.

-              Me gusta que me toquen el culo, claro que con mi permiso y tú lo tienes para hacer lo que quieras.

Le puse la punta de la polla en su chocho y con las manos sobre sus caderas empecé a tirar de ella para atrás lentamente, observando su cara de placer cuando lo hacía.

-              ¡Que me gusta tu polla tan grande y dura dentro de mi hopo! -Me dijo mirándome a los ojos por el espejo-. Debo tenerlo todavía empapado.

-              No te puedes hacer una idea de cómo estás de jugos.

-              Si eso de la pérdida de jugos no es culpa de la edad, sino de la falta de excitación al follar.

-              ¿Te gusta despacito o fuerte?

-              Me gusta empezar despacio y terminar fuerte.

Ella había cogido su ritmo sola, lo que me permitió ir sobándole con las manos todo su culo, suave y bastante duro, el trabajo debía mantenerla en forma.

-              No recordaba lo que me gustaba follar. -Me dijo moviendo el culo en torno a mi polla-. Cuando empiezas a follar mal es que hasta se te quita el gusto y la afición.

-              En eso tienes toda la razón. Yo no empecé a follar como Dios manda hasta que me divorcié de mi mujer.

-              ¿Hace mucho tiempo?

-              No, apenas un año.

-              Pues has aprovechado el año, porque ahora follas que da gloria.

-              Eres tú que me inspiras.

-              Pues inspírate algo más y métemela más fuerte, quiero notar el rebote de tus cojones en mi hopo.

La cogí las tetas y empecé a darle unos embates tremendos contra su culo que sonaban como trallas.

-              ¿Te refieres a esto? -Le pregunté-.

-              Sí, a esto, a esto. -Me contestó mirándose en el espejo-. Es curioso, nunca me había visto a mí misma follando

-              ¿Te gusta lo que ves?

-              Mucho, primero me gusta verme desnuda y empalada por una buena polla y luego me gusta ver la cara de golfa que se me pone.

Había llevado una mano a su clítoris y se lo sobaba con bastante fuerza.

-              Esa mano te la voy a comer. -Me dijo con mucha guasa-.

-              ¿No te gusta?

-              Claro que me gusta. Me gusta tanto que voy a volver a correrme.

-              Yo también estoy listo. ¿Me puedo correr dentro?

-              Te puedes correr donde quieras, pero mejor hazlo fuera, no estoy tomando nada y para una vez que lo hago con mi marido, usamos condón.

-              ¡Carlos, me corro, me corro, no dejes de sobarme el chocho, por lo que más quieras, así, así, así, aaaagggg, qué rico, siiiiii, aaaaggg, …!

Cuando María del Mar terminó de correrse se dejó caer hacia delante y yo me corrí entre su espalda y su culo.

-              ¡Joder María del Mar, que culo y que espalda tienes para correrse encima de ellos, qué rico, aaaaagggg, …!

-              Voy a darme una ducha para probar el arreglo del flexómetro y luego me vestiré, la ropa debe haberse secado. ¿Me la traes?

-              Claro.

Fui por la ropa a la terraza, en efecto ya estaba seca, se la llevé al baño, dónde estaba terminando de secarse, se puso primero el sujetador y mientras se ponía el tanga, me dijo:

-              Carlos, la fontanería de esta casa tiene ya unos años, por lo que habría que revisarla cuidadosamente. Te llamo y trazamos un plan de revisión que nos venga bien a los dos.

-              Por mí, perfecto, estaba empezando a estar un poco preocupado.

-              Además, he visto que convendría revisar también la instalación eléctrica, si quieres se lo puedo decir a mi hermana pequeña que es electricista.

-              Por mi perfecto.

(Continuará).