Mi familia.

Os presento a mi familia, espero que os guste.

Mi familia.

Tengo una familia rara. ¿Qué por qué digo esto? Veréis. Soy adoptado, mi madre y mi padre no podían tener hijos, así que decidieron adoptarme cuando yo apenas tenía dos años. He de decir que siempre se preocuparon por mí y se desvivieron en que tuviera una buena educación, con libertad y responsabilidad. Hasta aquí todo podía ser más o menos normal, pero resulta que mi padre fue novio de mi abuela y al final se casó con su hija, o sea, cortejó a la madre para acabar casado con la hija que tenía unos cuantos años menos.

Después está mi tío, hermano de mi madre. ¡Es mi ídolo! Empezó a salir con una chica y dos semanas antes de la boda se echó atrás ya que llevaba liado unos meses con la hermana de su novia. Al final no se casó, eso sí, vive con las dos y se las beneficia. Os daré sus nombres para que los conozcáis.

Amparo es mi abuela, en el momento de la historia tenía sesenta y siete años. Pedro es mi padre, con sesenta. Marta es mi madre, con cuarenta y cinco años. Jorge es mi tío, con cuarenta y dos años, sus mujeres son Sara de cuarenta y un años y Mónica de treinta y nueve años. Yo me llamo Pedro, como mi padre.

Una de las mayores rarezas de mi familia era lo unidos que estábamos, y digo esto pues aunque mi madre le había quitado su hombre a su madre y mis tías Sara y Mónica compartían a mi tío, todos los fines de semana nos reuníamos en casa de mi abuela para comer y compartir esos días. Y era todo el fin de semana, desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la tarde. Además de pasar los veranos. Y todos estábamos muy unidos.

Yo por aquel entonces tenía quince años. En el último año había estado malo más de lo normal y pegué un estirón, pasando del metro sesenta y nueve, a medir el metro ochenta, con lo que quedé muy alto, pero muy delgado. Durante los dos últimos meses de clase no pude reunirme con mi familia, no pude ir ningún fin de semana a casa de mi abuela, así que hasta el verano no me pude reunir con ellos.

  • ¡Vaya cómo ha crecido mi nieto! – Dijo mi abuela cuando llegamos el uno de julio a su casa. - ¿Qué le habéis dado que se ha convertido en todo un hombre?

  • A pasado mucho tiempo enfermo y parece que ha gastado todas sus reservas en crecer… - Le contestó mi madre dándole un beso de bienvenida.

  • ¡A mi ya me ha dejado pequeño! – Añadió mi padre.

La misma sorpresa mostraron mi tío, Sara y Mónica al verme. Y en ese momento empezó las mejores vacaciones que nunca tuve. Todos los años tomábamos las vacaciones el mismo mes, el de agosto, pero desde julio estábamos por allí. Mi abuela y yo pasábamos todo el verano, los demás iban los fines de semana de julio y el mes de agosto. Era sábado y todos disfrutamos de aquellos calurosos días. El domingo a las diez de la noche se marcharon mis padres y tíos quedándonos mi abuela y yo solos.

  • ¡Cuida bien de tu abuela y ayúdala en todo lo que te pida! – Me dijo mi madre dándome un maternal beso.

  • ¡Eso, ya eres todo un hombrecito y has de cuidar bien de la familia! – Añadió Sara.

Desde la puerta vimos como los tres coches partían por la carretera hasta perderse a lo lejos. Entramos en casa.

  • ¡Bueno hijo, yo voy a darme una ducha y me acuesto! – Se acercó y me dio un beso. - ¡Mira que todo esté bien cerrado y después acuéstate! – Ella cerró la puerta principal y subió a las habitaciones, yo salí al jardín para tumbarme un rato antes de dormir.

Y así empecé a recordar los cuerpos de aquellas cuatro mujeres que formaban mi extraña familia. Marta, mi deliciosa madre, no es muy alta, pero está proporcionada y la verdad es que es una delicia verla con los bikinis que le gusta usar. Eso sí, se nota que pasa de los cuarenta pues sus pechos ya no son tan firmes y su tripita se abomba hacia fuera. Pero ella en la intimidad de la familia suele usar bikinis extremadamente pequeños e incluso algunas veces todas se han quitado la parte de arriba.

Mi abuela Amparo es una mujer muy madura, y eso se le nota en la piel, pero conserva la figura de una mujer delgada y esbelta. Sus pechos no tienen nada de firmeza y son grandes y redondos que le llegan a la barriga cuando los deja libres para que los caliente los rayos del sol.

Mis tías Sara y Mónica son mis objetos de fantasías sexuales. Se notan que son hermanas pues sus caras son hermosas, con labios sensuales… Una de mis ilusiones sería verlas a las dos mamando la polla de mi tío… O mejor mamándomela a mí. Sara tiene los pechos más pequeños que su hermana y bastantes firmes, pero Mónica tiene esos pezones oscuros y largos, rodeados de una aureola pequeña…

Podía sentir como mis pensamientos y recuerdos de aquellas mujeres me ponían cada vez más caliente. Desde que me puse enfermo no pude tocarme. Las masturbaciones no eran algo que yo frecuentara, pero después de tantos días metí mi mano bajo el pantalón corto que llevaba y me acaricié suavemente.

El fresco aire de la noche, el aroma de las plantas que tenía mi abuela en el jardín, los recuerdos de los cuerpos desnudos o casi desnudos de las mujeres de mi familia, las suaves caricias que poco a poco se iban transformando en fuertes sacudidas… Todo eso hizo que un gran placer me envolviera. Empecé a imaginar a mis tías Sara y Mónica, de rodillas entre las piernas de mi tío Jorge, sus carnosos labios acariciando suavemente la polla de él…

Sentía como en mis huevos el esperma se preparaba para salir. Con la mano izquierda bajé el pantalón y liberé mi polla que estaba a punto de explotar. Cerré los ojos y disfrutaba de mis propias caricias mientras Sara y Mónica no dejaban de tragar la endurecida polla de mi tío… ¡Ya me voy a correr! Dijo Jorge en mi mente a la vez que sentí que todo mi esperma recorría mi polla para ser liberado.

Me incorporé súbitamente a la vez que el primer chorro de semen salía de mi polla. Abrí los ojos excitado y acalorado por la mamada que mi mente fabricaba. Pude ver perfectamente como voló a gran altura aquel semen, describiendo una gran parábola, cruzando el suave aire de aquella noche de verano, viajando a ninguna parte después de haberme brindado el mayor de los placeres… y lo vi aterrizar sobre el pijama de mi abuela que estaba frente a mí a un metro escaso.

  • ¡Abu… Abuela! – Intentaba hablar sin éxito mientras mi polla mandaba calambres de placer a mi cabeza. - ¡Perdona… perdona! – Mi semen seguía saliendo descontrolado y con menos fuerza pues intentaba controlar lo incontrolable.

  • ¡Tranquilo mi niño! – Dijo ella acercándose a mí y cogiendo mi polla con una mano. - ¡Tranquilo, llega hasta el final! – Su mano me masturbaba para que dejara salir todo mi semen. - ¡Venga, tu abuelita te va a ayudar para que acabes!

El flujo de semen casi se había cortado por la impresión de ser sorprendido por mi abuela. Su mano se movía y mi semen se extendía poco a poco por sus dedos. Sabía como hacerlo, parecía que mi polla se iba a dormir, pero su mano la empezó a despertar poco a poco. Me tumbé boca arriba mirando sus ojos azules. Su sonrisa me calmaba y su mano empezaba a despertar de nuevo mi excitación. Si la mamada que imaginé me puso caliente, la paja que me hacía mi abuela Amparo me llevó un paso más allá.

  • ¡Vamos hijo! – Me decía mientras su mano se movía con más fuerza. - ¡Vamos cariño! – Escupió en mi polla para lubricar. - ¡Muéstrale a la abuelita una buena corrida!

Yo sólo podía gimotear y mirar sus ojos y su mano. De nuevo cerré los ojos y sentí mi semen brotar.

  • ¡Ouf, Dios qué maravilla! – Dijo cuando el primer chorro salió disparado con más fuerza que el que le dio a ella. - ¡Vamos cariño, la abuelita quiere más! – Sus palabras me excitaban y otro chorro brotó cayendo en su mano y antebrazo. - ¡Qué bien lo hace mi niño! – Cada movimiento de su mano sacaba un poco más de semen, ya sin fuerza para ser lanzado, resbalando por sus dedos. Su otra mano extendía aquel blanquecino líquido por su piel. - ¡Anda, ve a limpiarte y después acuéstate! – Me dio un beso en la frente y guardó mi polla en el pantalón. – Mañana hablaremos tranquilos de esto, ahora descansa… ¡Ah, y no menciones nada de esto a nadie! – Sonrió levantándose de suelo y guiñándome un ojo. - ¡Por lo menos de momento!

Entró en la casa y ya no la vi más. Quedé unos minutos tumbado en aquel jardín, intentando comprender que había pasado, por qué mi abuela me había hecho una paja… Tenía la cabeza confundida, pero mi polla estaba totalmente relajada por aquella casual paja. Después obedecí a mi abuela, me aseé y después me acosté hasta el día siguiente.