Mi experimento. Mi creación
Mis pezones estaban duros como piedras y parecía que quisieran romper la tela. Mi amo fue a dejar el vaso de agua sobre la mesa y lo tiró sin querer. De inmediato, me levanté para recoger el agua con servilletas de papel y que no cayera al suelo ni mojase el pan de molde. Mi amo, sentado en su silla perfectamente derecho, respiraba con la boca abierta y la mirada fija en el frente. Miraba por el ancho cuello de mi prenda, hacia mis pechos que se bamboleaban por efecto del movimiento de mis brazos, derecha, izquierda, derecha, izquierda
Aún hay cosas que me resultan difíciles, a pesar de los meses que han pasado. Cosas tontas, como detenerme a la segunda cucharada de azúcar, o retirar el cazo del fuego en lugar de mirar estúpidamente cómo la leche se derrama. He de estar atenta a lo que hago y recordármelo a cada momento, pero al menos ahora puedo hacerlo, antes no era capaz, me limitaba a quedarme en un rincón y mecerme... pero eso fue hace mucho, cuando ni siquiera era capaz de recordar cómo se hablaba.
Con mucho cuidado, retiro la leche del fuego y la sirvo sobre las dos tazas. Café y chocolate. Tomo el azucarero y lo dejo en la bandeja también, junto con los bizcochos, sostengo la bandeja con cuidado... Bien, puedo llevarla. Sonrío y me encamino a la puerta del laboratorio, que está en el sótano; la puerta tiene truco, parece sólo un trozo más de pared, pero una pequeña lámina de madera, casi a ras de suelo, puede desprenderse y accionarse con el pie, de modo que el cierre interior se suelta y basta con empujarla. Después, al cerrarse, la propia lámina vuelve a su sitio gracias al imán que la atrae y la mantiene sujeta.
-¿Ella? Ella, no dejes entrar al gato, ¿quieres? - me dice mi amo desde abajo, y sonrío. Él y mi gato, Rabia, no se llevan precisamente bien. Hay entenderlo... antes, mi gato me tenía para él solo, y es muy celoso. Y muy rencoroso. No puede olvidar que el amo le usó de sujeto de experimentación, pasó mucho dolor y mucho miedo, pero tampoco él se quedó precisamente atrás; no he pasado pocas noches curando los zarpazos que le hizo al amo. Rabia parece haber entendido que mi amo no va a marcharse de casa, y al menos ya no le ataca, se limita a esquivarle y a marcharse de la habitación en la que esté cuando le ve llegar, pero de vez en cuando aún se le queda mirando y le suelta algún bufido mientras eriza todo el pelo. También mi amo ha mejorado en eso; antes solía lanzarle lo que tuviese más a mano, así fuese un cuchillo jamonero, y llamarle cosas como “bestia infernal”... ahora, cuando Rabia le bufa, él simplemente le ignora o a lo sumo, me dice que me lo lleve. De vez en cuando le sigue insultando, eso sí, pero ya generalmente le llama sólo “el gato”.
Con mucho cuidado, bajo las escaleras hasta el sótano. Mi amo finge no mirarme, pero sé que me atisba con el espejo, por si acaso de repente olvido cómo seguir bajando la escalera. Parece una estupidez, pero me ha sucedido. Finalmente, llego al suelo, y no puedo evitar soltar un pequeño suspiro de alivio. Dejo la bandeja en la mesa grande, junto a él, cuidando de no ponerla encima de ningún papel ni nada parecido. Mi amo me mira y sonríe. Tiene los ojos azules, tan claros que parecen de hielo. Se lleva el café a los labios y sonríe con los ojos.
-Está perfecto. Delicioso y bien calentito. ¿Qué es el hielo?
-Es agua en estado sólido; cuando el agua se enfría mucho, cambia a estado sólido. Cuando se calienta, cambia a gas y se evapora.
-Muy bien. - Sonríe - Muy, muy bien, estás mejorando muchísimo. - Noto calor en mi cara, creo que me he sonrojado de orgullo. Tiene razón. Cuando desperté, no sabía nada, todo lo que había aprendido durante años lo había olvidado en los pocos minutos que permanecí en el túnel. En un principio, mi amo pensó que al morir el cerebro, toda la información contenida en él se destruía. Los recuerdos, el aprendizaje, la personalidad… lo que damos en llamar “el alma”, en realidad no era más que un conjunto de comportamientos aprendidos, y que tan pronto moríamos, se destruía igual que se destruyen los tejidos. Pero al poco de empezar a experimentar conmigo, se dio cuenta enseguida que, aunque dañada, Yo seguía allí. Mi personalidad, mis recuerdos, lo que había aprendido durante mi vida… seguía allí, no se había perdido. Pero sí era como si se hubiera levantado a su alrededor un muro. Era como si mi cerebro hubiese guardado todo aquello que me convertía en un ser único, bajo llave, cada conjunto de conocimientos en una cajita. Y era preciso ir abriendo cada caja una a una y con cuidado. Así, en un principio no recordaba que sabía leer, pero apenas mi amo me ayudó a leer una frase, sólo una frase… aquéllos garabatos incomprensibles tomaron sentido para mí de golpe, recordé cómo leer en un segundo. Mi amo me entregó más tarde un libro, Momo, y apenas empecé a leerlo, recordé que ya lo había hecho. Antes. Cuando tenía otro nombre. Entonces era uno de mis libros favoritos, y ahora lo sigue siendo.
Así pasó con muchas cosas; me parecía que no sabía nada del mundo, no sabía lo que era la lluvia, o la nieve, o la niebla, y mi amo me prestó libros de texto y me hacía preguntas. Apenas empezaba a leer, yo ya sabía qué seguía. Ahora mi amo me hace preguntas así, básicas y por sorpresa, para ver si lo que recupero, no se pierde. Sé que mi caso es extraño, pero aún así yo sé que nunca lo perderé. Mi amo está ahora estudiando mi cerebro, y tiene la teoría de que en terribles enfermedades degenerativas del cerebro, en realidad la información no se pierde, ni se destruye… simplemente se bloquea, olvidamos cómo acceder a ella, pero sigue allí. Dice que le hará falta un cerebro afectado de esa enfermedad y una boca que sea capaz de hablar para poder experimentar, y que por eso conserva la Cabeza.
Odio la Cabeza. Mi amo me dice que no lo mire, pero es que eso me mira a mí. Me da miedo y asco. Mi amo dice que es normal que me lo dé, puesto que él tuvo la culpa, pero que esté tranquila, que ya no puede hacernos nada. Sé que está metido en el tarro, y su cuerpo que le obedecía, enterrado, sé que no puede hacerme ningún daño donde está, pero aún así, cada vez que paso por su lado, tengo que cerrar los ojos. La primera vez que mi amo… Fue cuando me recordó el leer. Estaba sentada frente a la pizarra, él escribió una frase con lo que yo llamaba “garabatos redondos”, porque tenía otro tipo de “garabatos puntiagudos” cuando lo que escribía, era sólo para él. Hoy sé que estaba usando una letra más legible que la suya habitual, inclinada y completamente “de médico”. Empezó a explicarme que las letras son representaciones de sonidos, y señaló la primera letra, y me dijo cómo sonaba, la juntó con la siguiente, y al llegar a la mitad de la segunda palabra, algo prendió en mi cabeza, y fui capaz de leerla entera balbuceando, y llegué al final de la frase con seguridad. “Mi experimento va a funcionar”. Nunca olvidaré esa frase. Mi amo sonrió, con los ojos desbordantes primero de sorpresa y después de entusiasmo, y me abrazó, me besó la cara, y entonces me miró a los ojos. “Mi experimento… mi Creación” dijo con una voz muy suave, y me besó en los labios.
No hay palabras para describir cómo me sentí en aquél momento. Fue como si me estuviera dando algo que yo había deseado siempre, sin saber ni siquiera que lo quería. Como si… como si estuvieras montando un puzzle y llevaras mucho rato buscando una pieza y la encontraras por fin. Fue sencillamente maravilloso, y activó cosas. Abrió cajas de mi cerebro que yo ni siquiera sospechaba que estaban allí. Le abracé y supe cómo devolver el beso sin que nadie me enseñara, y cuando mi amo gimió, tan dulcemente… quise reír, quise llorar, era lo mejor, lo mejor que había sentido nunca. Recordé vagamente que ya lo había sentido antes de tener mi nombre verdadero, pero no con él, ¡no con mi amo, a quien yo quería por encima de todo! Mis manos tiraron de su camisa blanca para sacarla de los pantalones negros y colarse bajo ella, y mi amo tuvo que tomar aire. Separó su boca de la mía aspirando con desesperación, y yo le besé el cuello mientras él apretaba los dientes y temblaba entre mis brazos… y entonces, escuché el jadeo. Era la Cabeza.
“Míaaaaaaaa…. Míaaaaaaaaaa….” jadeaba con una voz odiosa, y nos miraba con ojos llenos de odio. “Míaaaaaaaaa….” decía una y otra vez. Mi amo no me soltó, al contrario, me apretó contra su pecho delgado y me acarició los hombros mientras sonreía hacia la Cabeza.
-Alberto, tú ya la tuviste. - dijo mi amo. - Y la perdiste. He sido yo quien la ha recuperado, y parece que acaba de elegir entre los dos. Yo no la he forzado… - El amo miró hacia la Cabeza mientras me besaba la sien y le dio un desdeñoso manotazo al tarro de formol donde está encerrada. Luego se despidió de mí y yo subí de nuevo arriba.
Mi amo no lo sabe, pero desde el baño, agachándose junto a la rejilla de ventilación y prestando atención se oye casi todo lo que habla en el laboratorio. Aquélla tarde le oí hablar durante mucho rato. Hablaba con la Cabeza, a la que él llama Alberto. No entendí mucho, pero con frecuencia le oigo hablar con eso. Al principio la Cabeza no contestaba, sólo emitía sonidos desagradables, gemidos horribles y arrastrados, como si le costase mucho trabajo hablar. Mi amo está preparando para él un sistema de aire y cuerdas vocales que le permitan hablar más correctamente. Sé que lo necesita para su trabajo y sus experimentos, pero ojalá no lo hiciera; no creo que pueda salir nada bueno de la Cabeza.
Desde que me besó, mi amor por el amo se desbordó. No le gusta que baje al laboratorio y yo lo respeto, pero me sentía sola en la casa sin él, por eso le hacía café y comida cada tanto, para bajar a verle y estar con él un ratito. Generalmente, cuando ya dan las seis o las siete, deja que me quede, porque ya no trabaja mucho más tiempo, y cuando por fin da por terminado el día, subimos la escalera juntos. Cuando lo hacemos, suele tomarme de la cintura, y me parece que mis piernas se hacen de mantequilla. Quisiera que la escalera no se terminase nunca. Cuando llegamos arriba y cierra la puerta, no suele quedarse mucho rato más despierto. Habla conmigo, a veces miramos alguna película, pero lo del beso no se repitió. Yo no entendía por qué, de modo que un día se lo pregunté.
Él estaba leyendo una novela. O hacía como que leía, porque ya me he dado cuenta que a veces simplemente se queda en una página sin moverse; aunque salga del laboratorio, en realidad siempre está allí. El caso es que yo dejé mi propio libro, me arrodillé en el sofá y me acerqué a él .
-Amo, ¿tú me quieres? - él apenas levantó la vista del libro.
-¿Hmm…? Claro que sí, Ella, naturalmente que te quiero.
-Entonces, ¿podemos hacer el amor? - Aquello sí que le hizo levantar la mirada. Volvió la cara para mirarme, inquisitivo. - Dices que me quieres, y yo no lo dudo, pero no lo entiendo, ¿cómo voy a comprender con exactitud lo que es el amor, si no lo hago?
-Ella, ¿qué has estado leyendo últimamente? - cerró su libro y me habló con un ligero tono de reprimenda - ¿Alguna novela rosa? Ya te dije que los libros, son como las setas: no todas son buenas.
-Desde luego que no he leído tonterías, lo he leído en el libro que tú me diste, aquí. - Le enseñé el texto de Física Elemental que me había prestado días antes, en cuyo prólogo hay una cita de un filósofo oriental: “Oigo y olvido, veo y recuerdo, hago y comprendo”. - Ahí lo tienes, ¿cómo voy a entender el amor si no lo hago?
Mi amo se vio pillado, pero no movió un músculo de la cara. Se aupó las gafas desde la patilla lateral y explicó:
-Verás… “hacer el amor”, es el peor eufemismo utilizado por la Humanidad. Cuando dos personas dicen que hacen el amor, lo que en realidad hacen es frotarse groseramente a la búsqueda de unos segundos de dudoso placer, a cambio de quedar sudorosos, sucios, agotados y pegajosos. Es un trauma por el que había forzosamente que pasar para perpetuar la especie, pero no hay nada de romántico en ello. Actualmente, y gracias a la fecundación artificial, ya no es necesario someterse a un ritual tan ridículo y repulsivo.
-Pero, Amo… cuando los protagonistas de una película lo hacen, parece precioso y se sienten felices…
-Ella, ¿cómo he de decirte que las películas son todo mentira? - sonrió. Sacó su móvil del bolsillo y buscó algo. - Mira. Eso de “hacer el amor”, es algo tan patético como esto. - Me enseñó un vídeo en el que aparecían dos perros. Uno de ellos se subía al lomo de otro, y como era algo más pequeño, las patas traseras le quedaban casi colgando. El perro empezaba a moverse de forma espasmódica, abriendo la boca y jadeando mientras hacía como si empujase. Me dio la risa, y más aún cuando el perro mayor echó a andar y el otro se cayó de su lomo, y aún así seguía meneándose como un poseso. Tenía entre las patas traseras una cosa muy rara, roja y muy fea… Me quedé pensativa. - ¿Ves? Es algo que hacen los animales, y obliga a adoptar actitudes ridículas, de vergüenza ajena. Produce cierto placer, es cierto, pero no vale la pena.
-Entonces, ¿cómo se experimenta el amor? - pregunté. Mi amo sonrió y me abrazó. Su pecho es estrecho y sus brazos delgados, pero yo me sentía increíblemente segura y feliz entre ellos.
-Así. - dijo. - Un abrazo, un beso, son demostraciones de amor, y son limpias y dignas, no un cúmulo de sudor, malos olores y fluidos sucios y pegajosos que transmiten enfermedades. Escucha… la gente sobrevalora el sexo por el placer que provoca, pero una mente sana e inteligente encuentra mayores placeres en la lectura, la curiosidad, la investigación o la conversación, que en el sexo. Con el tiempo, irá desapareciendo, igual que otras diversiones propias de gente ignorante, como los toros, el fútbol, o la televisión.
Con eso, mi amo pareció dar por zanjado el asunto, me besó la frente y volvió a su libro. Al día siguiente, empecé a investigar. Mi amo decía que investigar provocaba mayor placer que el sexo, ¿verdad? Bien, pues yo iba a investigar precisamente sobre eso. Encontré así que había personas que se llamaban “asexuales”, que podían practicar el sexo y sentir placer, pero digamos que no le veían la gracia. Según lo que yo leí, se trataba de un porcentaje ínfimo, pequeñísimo, y aún muchos de los que se llamaban así se trataba de algo que sólo hacían por moda, para diferenciarse de los demás. Existía la posibilidad de que mi amo fuese un asexual, pero también existía otra posibilidad: que simplemente se aguantase.
En casa, la que se encarga en mayor medida de la limpieza soy yo; mi amo me ayuda en ocasiones, sobre todo a fregar cacharros y a planchar ropa, igual que el orden y limpieza de su propio cuarto, pero generalmente, la casa es mi territorio, y durante todas las horas que él permanecía en el laboratorio, yo estaba allí, sola a mi antojo. Me da un poco de pesar reconocerlo, pero entré a fisgar en su dormitorio. Mi amo, todas las mañanas, lo deja limpio y barrido “para quitarme trabajo”, pero en realidad lo hace porque no le gusta que entre nadie en él.
Escudriñé cuidadosamente la puerta, sé de sobra lo desconfiado que es mi amo, y podía muy bien haber puesto alguna marca en ella que se cayese inadvertidamente al abrir… pero no, no había nada, de modo que entré. El cuarto de mi amo huele a él, aún después de ventilarlo sigue oliendo, y respiré profundamente. En las estanterías tiene algunos libros de medicina y química y unas pocas novelas, un viejísimo juego de anatomía que tiene desde su niñez y le da pena tirarlo, un barco para montar que dice que algún día montará y algunas cosas más. No tiene ni una sola foto, y el único cuadro es el del perro que ya estaba allí de antes de que yo tuviese mi nombre verdadero. Abrí los cajones de su cómoda, y me sonrojé al ver su ropa interior, y con todo cuidado, busqué entre ella a la búsqueda de cualquier pista que me indicase que mi amo tenía vida sexual, aunque fuese a solas… No había preservativos, ni revistas eróticas, ni nada parecido. Pero en el cajón de los pañuelos, encontré un frasco de píldoras.
Mi amo me había recordado cómo se lee, cómo se usa un ordenador, a tener inquietudes, hacerme preguntas y buscar respuestas. Y después había esperado que, durante todas las horas que yo permanecía sola en casa, ¿me limitase a leer sólo lo que él me recomendaba, y no me hiciese MIS propias preguntas? No sabía si aquello era presunción o candidez, pero algo en mí, me insinuó que no era la primera vez que cometía un error de ese calibre. Fuera como fuese, tomé nota de la composición de las píldoras según la etiqueta del frasco y fui al ordenador a buscar información sobre los mismos, ya que el bote no tenía nombre comercial; probablemente era una preparación hecha en el Hospital o la Universidad.
Me tomó pocos minutos de búsqueda encontrar aquéllos ingredientes, y menos aún darme cuenta de lo que sucedía, ¡mi amo me hacía trampas! Lo que estaba tomando era un represor sexual, una droga que inhibía el deseo. Es cierto, podía aún así ser posible que le diese asco el amor físico y precisamente para luchar contra ello, tomase el inhibidor, pero eso no quitaba que sentía deseo como cualquier persona, como yo misma, y en lugar de permitirme probar y elegir, directamente me lo negaba, y no se molestaba en darme medicación también a mí, algo que me calmase mi curiosidad, o el calor que sentía en mi bajo vientre, las ganas terribles que sentía por las noches de entrar en su cuarto y abrazarle, besarle y… descubrir.
Miré de nuevo el frasco y aquéllas antipáticas píldoras que le impedían acercarse a mí. En el lateral, junto a los ingredientes de la etiqueta, estaba la fecha del preparado. Era justo del día después en que me recordó cómo se leía, ¡el día después del primer abrazo y de su beso! Una pizca de regocijo sacudió mi vientre… mi amo me tenía cierto miedo, había empezado a tomar aquello por que le asustaba su propio deseo hacia mí. Rápidamente, tomé una decisión: en el mueble bar, mi amo guarda varios frascos de píldoras-placebo, no las tiene bajo llave ni nada porque son completamente inofensivas, simples preparados de lactosa y azúcar, caramelos, que usa a veces para experimentos de doble ciego. Uno de los frascos contenía píldoras exactamente iguales al inhibidor. Vacié el frasco, conté las píldoras y las cambié por el placebo. Las auténticas las disolví en agua tibia y las tiré por el baño. Después, dejé el frasco bien tapado exactamente donde lo encontré, borré el historial de internet y navegué por varias páginas al azar para que no cantase el borrado. Ahora, sólo tenía que esperar.
No tuve que esperar mucho. Sólo unos cuantos días más tarde, noté que mi amo no apartaba sus ojos de mí. Cuando me levantaba de la mesa, paseaba por el salón o simplemente cuando cenábamos juntos, no dejaba de mirarme. Mientras antes perdía su mirada en la página de un libro, ahora la perdía en mí, y sus ojos me seguían donde quiera que yo fuese. Su rostro cuadrado siempre permanecía sereno, imperturbable, no se le movía un músculo… pero sus ojos estaban siempre pegados a mí. Acostumbrada a que él no hiciese mucho caso de mi feminidad, yo solía ser algo descuidada en el aspecto de que no solía usar sostén en casa, me inclinaba sin preocuparme de si se me marcaba o no la ropa interior, me daba igual si la camisola tenía o no mangas y si al levantar los brazos se veía por el costado mi pecho, y caminaba descalza. Yo, no me daba cuenta de todo eso, pero mi amo sí. Y a juzgar por cómo su respiración se hacía más profunda y pesada por unos momentos, parecía que el darse cuenta le alteraba seriamente.
Yo controlaba sus píldoras todas las mañanas, contándolas cuidadosamente, y una mañana me llevé una agradable sorpresa: en lugar de faltar una sola, como acostumbraba, faltaban dos. Mi amo estaba convencido que el represor ya no funcionaba, y había empezado a doblar la dosis. No pasaría mucho tiempo sin que se diese cuenta del engaño, de modo que esa misma noche, decidí atacar.
-Amo, ¿por qué sucede esto? - pregunté mientras cenábamos. Mi amo luchaba por mirarme sólo a los ojos.
-¿El qué? - preguntó.
-Esto - dije, estirándome hacia abajo la camisola blanca, para resaltarlos. Mis pezones estaban duros como piedras y parecía que quisieran romper la tela. Mi amo fue a dejar el vaso de agua sobre la mesa y lo tiró sin querer. De inmediato, me levanté para recoger el agua con servilletas de papel y que no cayera al suelo ni mojase el pan de molde. Mi amo, sentado en su silla perfectamente derecho, respiraba con la boca abierta y la mirada fija en el frente. Miraba por el ancho cuello de mi prenda, hacia mis pechos que se bamboleaban por efecto del movimiento de mis brazos, derecha, izquierda, derecha, izquierda…
-¿Es algo malo? - pregunté. Nadie me había enseñado a fingir, ni a mentir… salvo quizás él mismo y sus píldoras que le impedían ser humano, pero yo sabía hacerlo. Me coloqué frente a él y me quité la camisola sin ningún reparo, como si estuviese muy preocupada por el estado de mis pechos - Mira… se levantan solos, me pican, ¿es normal, amo?
Mi amo tragó con fuerza y cruzó las piernas, y sus ojos miraron ávidamente mis tetas, pero también se pasearon por mis brazos, mi cuello, mi vientre… yo no sabía con exactitud si era hermosa, pero vi en sus ojos que a él se lo parecía, que para él mi cuerpo era algo precioso, y me sentí maravillosamente feliz. Un hormigueo muy picante me cosquilleó bajo las bragas y noté que un poco de líquido caliente se deslizaba dulcemente fuera de mi cuerpo.
-Es normal. - dijo, y la voz apenas le tembló, era increíble el autocontrol que tenía - No es nada malo. Esa zona de tus pechos son los pezones, y son órganos muy sensibles; reaccionan al frío, al roce de la tela o al de… al roce en general, y por eso se ponen así. Tápate, por favor.
-¿Para qué sirven? - pregunté, tocándolos con los dedos. Cuando se relajaban, bastaba con acariciarlos un poquito para que se elevasen de nuevo, ¡qué picorcito daba! Era muy agradable, el cosquilleo subía por mi espalda y mis orejas se ponían coloradas.
-Sirven para dar de mamar a las crías. A los bebés - se corrigió, intentando volver a centrarse en el plato, sin conseguirlo - Por eso los humanos somos también mamíferos, como los perros, las vacas, o las ballenas, porque alimentamos a nuestras crías con leche que secretan las mamas. Tápate, por favor. - repitió. No quería hacerlo, quería que él me siguiese mirando, me gustaba lo que sentía cuando me miraba… pero temí hacerle enfadar, y obedecí.
-¿Sólo las hembras tienen pezones, amo? - quise saber.
-No, también tienen los machos. - parecía algo más tranquilo - Los seres humanos partimos de un diseño común, en el útero materno todos los bebés son iguales, sólo que a partir de un determinado momento de la gestación, los órganos sexuales cambian… a veces se quedan dentro, y entonces tenemos una niña, a veces se quedan fuera, y entonces nacerá un niño. Pero los dos tendrán dos brazos, dos piernas, dos ojos y dos pezones.
-¿Puedo ver los vuestros, amo? - Mi amo me miró con incomodidad.
-…No. - contestó.
-¡Por favor! - rogué -¡Si tú has visto los míos!
-Eso, es distinto, los he visto por que tú me los has enseñado para que comprobase que no había nada malo en ellos.
-¡Pero deseo tanto verlos…!
-Ella… - me amonestó, haciendo escudo con la mano - Esta conversación es incómoda y violenta. Es posible que tú no recuerdes las inhibiciones sociales, pero enseñar los pechos y hablar de pezones, no es elegante en absoluto.
Hice un puchero y sollocé. Me fui al sillón y me abracé a Rabia, que maulló dulcemente. Mi amo odia que haga eso. Él siempre dice que esa “bestia infernal” es un monstruo de egoísmo y celos, pero él también tiene celos de él, le molesta muchísimo que yo le haga mimos a mi gato cuando está él delante. Se limpió los labios en la servilleta y se acercó a mí.
-No quería molestarte, amo, de verdad que no… - dije con voz ahogada apenas le vi acercarse; Rabia le bufó, y él se detuvo a unos pasos del sillón - Sólo quería satisfacer mi curiosidad, tú siempre dices que está bien que sea curiosa…
-Lo sé, Ella, cariño… - no muy a menudo me llama así, y enterré mi cara en el pelo de Rabia para que no me viese sonreír. - Es sólo que en lo relativo al cuerpo humano y la desnudez, es preciso ser discreto. - pensó unos segundos - Mira, si encierras a esa maldita bestia, podré sentarme contigo. Y si no se lo cuentas a nadie, te dejaré verlos.
Levanté la mirada, radiante de felicidad, y corrí a dejar a Rabia en mi cuarto. Mi amo estaba sentado en el sillón, muy recto, y me senté junto a él. Empezó a desabrocharse la camisa blanca que llevaba y no pude evitar morderme el labio inferior. No sé si me vio, pero le oí sonreír. Se abrió la camisa. Es delgado y su cuerpo es fino, casi delicado. Desde niño ha estado rodeado de libros, no ha hecho ejercicio nunca, su constitución es delgada y nerviosa, y apenas una pelusilla oscura cubría el centro de su pecho. Un tirillas, que dicen… y me encantó, me lo hubiera comido vivo, pero en lugar de eso, miré sus pezones. Eran pequeños, de color marrón, redondos y planos.
-Son bonitos - dije, y mi amo hizo ademán de cerrarse la camisa, pero acerqué el dorso de mis dedos y toqué el izquierdo. - Mira, amo, también a ti se te levantan.
-Sí… - admitió - No los toques, anda, aparta la mano, deja que me vista.
-¿Por qué no hay que tocarlos? - pregunté, sin separar la mano - ¿es que duelen?
-No, no es eso, es que…
-¿Qué sientes cuando los toco? - quise saber, y acerqué la otra mano para tocar también el derecho. Los acaricié con el dorso de los dedos, me gustaba cómo se ponían duritos…
-No… no siento nada, en realidad.
-¿Nada? Pero yo cuando toqué los míos, sentí picor. Mira - llevé mi mano a uno de mis pechos y pellizqué el pezón, que se irguió al momento - Cuando los toco, siento como picorcito .
-Ella… basta. - suplicó mi amo, muy rojo.
-Mira, amo, toca mi pecho. - le tomé la mano que tenía crispada sobre la rodilla y la llevé a mi pecho. Intentó resistirse, pero su mano pensó por él. Cerró los ojos, noté que intentaba levantarse del sillón, pero no era capaz, las piernas le temblaban y su mano en mi pecho abría y cerraba los dedos. - Así, acaríciame… es muy agradable. Me gusta cuando lo haces, y siento como mucho calor… ¿no sientes lo mismo cuando te acaricio yo?
Me arrimé más a él y empecé a recorrerle en caricias el pecho, los hombros, los costados… Mi amo puso los ojos en blanco y un tremendo bulto apareció en su pantalón. Yo ya sabía lo que era, pero no quise llamar su atención, temí que la reacción de su cuerpo le hiciese huir. En lugar de eso, le abracé con una mano, mientras seguía acariciándole con la otra y él conservaba su mano en mi pecho. El brazo con el que le acariciaba fue bajando lentamente, hasta llegar a su pantalón, y empecé a aletear mis dedos en su erección.
-No… eso no, ahí no…
-¿No te gusta, amo? - pregunté, besando su cuello, su mandíbula recta, buscándole la boca.
-No es eso… Ella, esto es sexo. Re… recuerda lo que te dije del sexo, es ridículo, es patético…
-“La patética” es una sinfonía hermosísima… - fue lo último que dije. Después me lancé a por su boca, y sentí su lengua tocando mis labios. ¡Qué sensación! Cuando su lengua entró en mi boca sentí que mi cuerpo se inundaba; mi estómago giró de un modo agradabilísimo, y mi piel ardía. Un calor maravilloso, sencillamente maravilloso, una oleada de pasión y ternura que me hacía sentir ganas de hacerle feliz, de darle placer, de mimarle y hacerle mil cosas hasta que se quedase satisfecho. Me quité la camisola de nuevo y sus brazos delgados me apretaron contra él. Nos dejamos caer en el sofá, las manos de mi amo coqueteaban con la cinturilla de mis mallas, las mías le acariciaban la erección, y no podíamos dejar de besarnos. Mi amo tenía las gafas empañadas y su respiración agitada le impedía hablar, pero aún así fue en una delicada caricia de sus manos frescas y húmedas como me bajó el pantalón y las bragas.
Le ayudé con las piernas mientras intentaba desabrocharle el pantalón. Una voz interior me recordaba que estaba desnuda, totalmente desnuda con un hombre, y que debía sentir vergüenza, y en parte la sentía, pero era una vergüenza agradable, algo que me daba ganas de reír y jugar, y a él debió pasarle algo parecido cuando se despojó de los pantalones negros y los slips blancos y se abrazó a mí, a juzgar por la risita de niño travieso que se le escapó. Tuve la impresión de que era ahora cuando le estaba conociendo de verdad, cuando me estaba dejando saber quién era. Nos abrazamos, regalándonos besos ora breves, ora intensos y lentos, y cada vez que sus labios, su lengua, tocaban la mía, yo me sentía tocar el cielo.
Mi amo acarició mi muslo, y me hizo abrazarle con él, y entonces sentí el calor. El calor del centro de su cuerpo, de su sexo, en el mío. Su miembro erecto, que yo apenas había visto, se frotaba contra mi intimidad, y de nuevo, una cajita en el interior de mi cerebro, se abrió. Y me asusté. Yo había hecho eso antes, pero con Alberto. Con la Cabeza.
Quise gritar de pánico, ¿yo me había dado placer con eso? Ya suponía que la Cabeza, antes, habría sido un hombre vivo, pero, ¿yo había estado con él? ¿Qué maldita cosa se suponía que había pasado antes de que yo tuviera nombre? ¿Qué… qué me habían hecho entre los dos? Mi amo se dio cuenta de mi cambio, y me abrazó. Lo hizo justo a tiempo para impedir que yo le apartara de un empujón y huyera. Me acarició la cara con suavidad.
-Ella… calma. - le costaba trabajo respirar. - Te has acordado de algo. Algo que sucedió antes de tener tu nombre, y creo que sé qué es. Por eso yo no quería que esto pasase, temía que fuese traumático para ti… pero tú misma has querido hacerlo.
-¿Qué sucedió? - pregunté, y mi voz temblaba - ¿qué pasó conmigo y… la Cabeza?
-Eso que llamas “la Cabeza”, es Alberto. Él vivía aquí, esta casa es tuya, tú le alquilabas una habitación, y él te sedujo para usarte como sujeto de experimentación. - No podía creer lo que oía. Y menos aún cuando me di cuenta que mi amo, muy lentamente, se estaba moviendo, se frotaba contra mí. Ahora mismo, ya no estaba segura de si quería o no, pero él quería, y yo tenía que hacer que siguiese hablando - Ella, esto no va a ser fácil para que lo entiendas, pero… En realidad, estás muerta.
-¿¡Qué!?
-¡Alberto te mató, fue cosa suya! ¡Yo no estaba enterado de ello, se lo habría impedido! Ella, mi experimento consiste en un suero que reactiva los neurotransmisores después de la muerte, si ésta es reciente. ¡Puedo poner en marcha de nuevo un cerebro humano fallecido! Alberto era mi compañero de laboratorio, sabía que yo perseguía algo grande, aprovechó mi amistad, y accedió a mi ordenador y a mis notas. Preparó una muestra de suero y cuando le descubrí, me atacó. Me defendí. Y lo maté. Pero no pude impedir que a pesar de todo, te matase a ti.
-Que… tú… él… amo, no comprendo nada. - Tenía muchas ganas de llorar. Veía retazos en mi cabeza, recuerdos de Alberto riendo conmigo, revolcándonos groseramente, su sudor cayendo sobre mí… y algo más. Recordaba un sabor amargo en mi boca, amargo como la hiel, y una sensación angustiosa en mi cuello, en mi pecho… Mi amo me abrazó contra él y me besó la sien.
-Él se había inyectado una dosis de mi suero, preparado por él mismo, en la Universidad, precisamente como precaución. Cuando me enfrenté a él, Alberto no tenía nada que temer, por eso se lanzó a por mí como lo hizo. Cuando me atacó, me lanzó contra una vitrina de cristal, yo me apropié de un pedazo afilado, grande, y le apuñalé con él. Mientras recogía mis cosas e intentaba pensar en qué podía hacer, si llamar a la policía o qué, él se reanimó. Puedes imaginarte el susto que me llevé. Me estampó la cabeza contra la pared y supongo que pensó que estaba muerto. Cuando desperté, se había marchado con el suero, mi suero. Supuse que iría a su casa, aquí. Y vine por él. Con una sierra de autopsias.
Las lágrimas corrían de mis ojos. Me acordaba. Ojalá no me acordase, pero me acordaba. Mi amo asintió.
-Él había intentado matarte con veneno, pero te daba tan poco que en lugar de envenenarte, habías desarrollado inmunidad. Ahora que estaba muerto, todo le daba igual; él necesitaba un sujeto de experimentación y tú eras su opción… Cuando llegué, escuché tu grito. Abajo, en el laboratorio, y bajé. Pero ya era tarde. Tenía tu cuello entre sus manos, y tú no te movías. Yo te conocía, había estado aquí en alguna ocasión a ver a Alberto, hablar con él… antes de que se delatase como un ladrón, yo le había tomado por un colega legal. Te estranguló. Cuando Alberto me vio, soltó tu cuerpo y se dirigió hacia mí, diciendo que ahora tendría dos sujetos en lugar de uno…. Pero él no sabía como yo que el cuerpo, después de la reanimación, tarda días en recuperar plenamente sus habilidades motoras; aunque él se había inyectado el suero antes de morir y eso le daba alguna ventaja, sería muy torpe.
Devolví el abrazo a mi amo, con los brazos y la pierna. Él no era mi amo por que me lo hubiese ordenado; mi cerebro le había identificado a él con la salvación. Antes de morir estrangulada, él era lo último que yo había visto.
-No diré que fue sencillo. No voy a alardear. Pero Alberto no esperaba que yo viniese preparado para acabar con él. Bajé a saltos la escalera, y él intentó agarrarme para estrangularme como hizo contigo, pero falló y cayó al suelo. Le tiré encima la mesa y me arrodillé en su espalda, intentando inmovilizarle con todo ese peso. Y con la sierra de autopsias, le decapité. Até su cuerpo para estar tranquilo, y entonces pude ocuparme de ti. Llevabas muerta ya varios minutos, te había roto la tráquea, no sabía cómo reaccionarías, no había experimentado aún en humanos… pero tenía que intentarlo. Te inyecté mi suero. Tardaste casi un minuto, pero volviste. Te traje de vuelta de la muerte, Ella.
-…Amo… - sollocé. Todo era cierto, yo lo recordaba. Y recordaba algo más. - Amo… ¡Hugo!
Mi amo gimió al oír que lo llamaba por su nombre, y sus caderas se frotaron contra mi feminidad, se deslizaron suave y cálidamente contra mi cuerpo y sin ninguna dificultad, su cuerpo entró en el mío, en una caricia húmeda y resbaladiza, increíblemente agradable. Gemí. Era más que placer, más que alegría, era… aaaahh… ¡era maravilloso!
Mi amo empezó a moverse contra mí, su cuerpo entraba y salía del mío, y yo sólo podía extasiarme en la sensación, en la maravilla de que dos seres humanos pudieran alcanzar semejante grado de intimidad. Era bellísimo, era tan dulce… mi cerebro quería recordar que con la Cabeza, aunque bueno, no había sido ni remotamente tan tierno ni deseado, pero lo hice callar: ya lo sabía, no me hacía falta que me lo recordara.
Su miembro dentro de mí me provocaba un cosquilleo delicioso, un picor parecido al que había sentido en mis pezones, pero mucho más cálido, más agradable… ¡más insoportable! Mi amo me besó, abrazándome por las nalgas, mientras yo misma me movía contra él, gozando de cada embestida, sintiendo cómo se iba poniendo más tenso a cada segundo. Nuestras lenguas se entrelazaban, y la mano de mi amo empezó a acariciar mi trasero, bajando hasta el ano, y respingué, ¡ni se me había ocurrido que pudiese acariciarme ahí! Sus dedos aleteaban, como si me hiciese cosquillas, y yo reí de placer y de dicha, sintiendo que me derretía entre sus brazos. Mi amo gemía al verme gozar, y algo empezó, empezó a crecer dentro de mi cuerpo, una sensación grandiosa, inigualable, que se veía aumentada por las caricias en mi ano. Mi pierna empezó a temblar, toda yo temblaba y mis gemidos se me escapaban, por favor que no parase ahora, que no parase… ¡Oooh…! Mi cuerpo dio una sacudida y mis nalgas se acalambraron, noté que mi ano se contraía y también mi sexo lo hacía, mientras una encantadora sensación de cosquilleo dulcísimo se expandía por todo mi cuerpo, una y otra, y otra vez, hasta dejarme calmada y satisfecha… haaaaaaaah….
Mi amo no dejaba de gemir y moverse. Él aún no había terminado, aunque a juzgar por cómo se movía, no debía faltarle mucho… suavemente, entre besos, le hice tumbarse por completo y empecé a moverme sobre él. Su miembro dentro de mi cuerpo sensible me hacía poner los ojos en blanco de gusto, y sus gemidos se me antojaban música. Mi culo subía y bajaba velozmente, mientras mi amo me apretaba las tetas y me miraba con la cara sudada y las gafas sucias. Sus jadeos se hacían más seguidos, y sus manos apretaron espasmódicamente mis pechos al tiempo que su cuerpo daba un temblor, se ponía rígido y su cara cambiaba de la sorpresa al éxtasis, abriéndose en ella una gran sonrisa de placer. Noté algo caliente en mi sexo, algo que se escurría y escocía un poco, muy, muy caliente y espeso…. Me dejé caer sobre el pecho de mi amo y éste me abrazó, besándome el cuello entre gemidos agotados y cariñosos. Encerrado en mi cuarto, Rabia maullaba. La Cabeza también lo había matado a él, y también mi amo lo había traído de regreso, si bien mi gatito había sido bastante menos agradecido que yo, y había dejado a mi pobrecito amo hecho un rosario de arañazos….
Ahora, mi amo y yo dormimos juntos en mi cuarto, el grande. Me encanta hacer el amor con él, me parece que cada vez que lo hacemos, me da más gusto, y adoro decirlo “hacer el amor, hacer el amor”, la mera expresión hace que mi cuerpo vibre. Mi amo es sospechoso del asesinato de la Cabeza; la policía encontró restos de sangre de él y de mi amo en el despacho de la Cabeza, pero no hay cuerpo y no pueden demostrarlo. Mi amo dijo que se pelearon, que la Cabeza estaba borracho y le atacó, y que él vino a mi casa, donde él se hospedaba, a buscarle, pero que él nunca llegó. Durante el tiempo que yo no pude hablar ni atender a nadie, mi amo dijo que yo estaba fuera, haciendo acampada libre. Mostró a la policía las fotos y una nota que yo le había dejado a la Cabeza hacía ya un año, cuando efectivamente lo hice. Cuando estuve de nuevo en posición de hablar, mi amo me dijo qué tenía que decir, pero ya no se interesaron mucho por él ni por mí; la señorita Irina, la profesora del Instituto que también anduvo saliendo hace tiempo con la Cabeza, dijo que tenía problemas con el alcohol… que nadie se lo decía, pero que bebía bastante. Encontraron el coche donde mi amo lo había dejado semanas atrás, aquélla misma noche, cerca del pantano de la Traición, y yo dije sencillamente la verdad: que la Cabeza me daba miedo y asco, me asustaba y sólo quería que me dejase en paz. Todo el mundo pensó que Alberto simplemente bebió demasiado, él y mi amo se pelearon y Alberto temió haberle matado; en estado de embriaguez cogió su coche y condujo sin rumbo fijo hasta llegar al pantano. Allí, borracho sin duda, mientras caminaba cayó al agua y el espeso lodo del fondo le atrapó e impidió salir.
La señorita Irina no sabe la suerte que tuvo al alejarse definitivamente de Alberto, quizá podría haber sido ella la muerta… Todavía hoy, hay quien sospecha de mi amo, por eso ya no puede dar clases de Medicina, sólo da conferencias de vez en cuando y trabaja como neurocirujano en el Hospital. Le gustaría comercializar su suero, pero todavía no está listo. Ni el suero, ni el mundo.