Mi experiencia en el sector del telemarketing
El ser jefazo en un sector como el del telemarketing tiene sus cosas malas. Pero también sus cosas buenas. Mónica fue la primera que me lo enseñó.
Al final me pasó como a tantos otros de mi generación. Estudié una carrera, realicé un master, cursos de todo….pero al final lo de encontrar trabajo fue una locura.
En un par de años estuve en varias empresas, hasta que terminé en el sector del telemarketing. Es un sector duro, con mucha movilidad, sueldos y condiciones de mierda…..pero necesitaba trabajar ya que había empezado a vivir con mi pareja y los gastos se acumulaban.
Afortunadamente tras varias experiencias desastrosas terminé en una empresa que, lejos de la venta del telemarketing, se dedicaba a prestar atención telefónica a usuarios de un servicio público, de una administración.
Las condiciones eran buenas y el trabajo no era excesivamente duro. Y encima tuve bastante suerte, ascendiendo rápido a jefe de equipo. De esta forma tenía bajo mi cargo un equipo de unas 10 personas y me dedicaba fundamentalmente a motivarlos, controlar su desempeño, realizar escuchas, organizar horarios, decidir si se renovaban contratos y cosas así. Era jodido a veces, pero me sentía muy cómodo, la verdad. Y encima el sitio de trabajo, en Sevilla capital, estaba a poca distancia de mi casa.
En como suele ser habitual en ese sector, la mayoría eran chicas y mujeres. Más de una vez me encontré mirando un culo o un par de tetas, pero no pasaba de allí. La verdad es que estaba bien con mi pareja y no quería jaleos.
Pero el tiempo pasaba y había situaciones que no pude dejar escapar.
Con Mónica fue la primera.
Mónica había entrado hacía cuatro meses en la empresa. Era una chica de treinta y pocos. Pecosa, tirando para pelirroja, piel blanca, ojos claros, algunos kilos de más. Una vez me había contado que su familia materna era de origen danes. Se le notaba. Estaba casada con un crio de algunos años.
Cuando le faltaba poco para terminar el contrato empezó a hablar más conmigo. Cualquier situación parecía buena para charlar. Yo sabía que lo que le pasaba es que sabía que su renovación o no dependería de mi informe. Y aquella situación me gustaba. La verdad. Quizás fuera una situación injusta, o no, pero me gustaba.
Sabía que esos cafés en los que ella aparecía, esas sonrisas o esas conversaciones tenían para ella un objetivo, pero me daba igual.
Cuando le faltaba una semana más o menos para la terminación del contrato le hice una jugada. Teníamos el encargo del cliente de mantener las lineas abiertas durante un par de horas más de lo normal un viernes noche, ya que había surgido un problema en otra plataforma. Mi equipo debía ser el encargado, pero dado el horario que sería sólo serían necesarias un par de personas. Vi la ocasión y no la perdí.
Le dije a Mónica que había que mantener el servicio abierto y que yo me quedaría para cubrir ese hueco y que me gustaría que, aunque no estaba obligada a ello, se quedara ella también. Me comentó que lo tenía que hablar con su marido y tal y que me diría lo que fuera al otro día. Yo sabía que, dadas las circunstancias, iba a decir que si
Y sí fue.
La respuesta al otro día fue un sí, tal como me imaginaba. No sé si fue queriendo o sin querer, pero me soltó que su marido se iría con el hijo a casas de sus abuelos ya que saldría tarde del trabajo un viernes y, la verdad, eso me envalentonó. Fue decirme eso y ya me la veía a cuatro patas recibiendo mi leche. No sé si fue, ya digo, un comentario inocente o no, pero en mi jugó un papel determinante ante aquella situación.
Ese viernes le había dicho a mi mujer que volvería tarde porque tendría trabajo hasta las tantas. Ella no mostró sorpresa ya que mis horarios más de una vez conllevaban eso.
Llegué al trabajo y solo miraba la puerta para ver cuando entrara Mónica. Entró un par de minutos antes de empezar su turno. Unas zapatillas de deporte NB de color rosa, unos vaqueros y una camiseta sin mangas blanca.
Una sonrisa al pasar a mi lado y a empezar la jornada.
Fueron pasando las horas hasta que nos quedamos solos.
Y entonces ataqué. Viendo que el trabajo era apenas ninguno y tal, me acerqué a ella. Ella estaba con el móvil, sin trabajar tampoco, porque como digo a aquellas horas las llamadas eran casi inexistentes.
-Qué tal? Hablando con el marido?
-Si, si. Me decía que mi hijo estaba ya acostado.
-Es que estas horas….
-Ya te digo.
-En mi casa, igual seguro, todos acostados. Pero yo ya con el jaleo del trabajo….deseando que termine la jornada pero ya verás para coger el sueño. Pensando en tomarme una copa que estoy.
- jajajaj, que te gusta un bar.
-Estas horas es lo que tiene! Oye, podías apuntarte a la copa. Una y verás como duermes más relajada. Además, si no te espera nadie en casa…..
Vi la duda reflejada en aquellos ojos, pero la respuesta fue la que esperaba. Que vale.
Me volví a mi sitio medio morcillón ya.
Cuando llegó el final de la jornada laboral bajamos juntos al parking hablando de chorradas. Nos despedimos del guardia de seguridad y nos dirijimos a los coches.
-Bueno, ¿dónde vamos a ir a por esa copa? - le dije inocentemente.
-Donde tú quieras.
Yo sabía que ella vivía en Alcalá de Guadaira, a las afueras de Sevilla, así que le dije un sitio de Sevilla Este que no le caería mal de camino a casa. Ella conocía el sitio. Obviamente me decisión no había sido casual. Había elegido un sitio tranquilo, donde tomarnos no una, sino varias copas, sin peligro de ser reconocidos.
Cada uno nos fuimos para allá en su coche. El que llegara primero debía avisar por whatsapp.
Lo hice yo el primero. Pero ella no tardó mucho. Nos sentamos en la terraza del sitio y pedimos un par de copas. Ella ron. Yo ginebra.
Era un sitio bastante concurrido, pero por una gente joven que era difícil que nos conociera.
La conversación fue sobre chorradas. En el fondo yo creo que ambos sabíamos que iba a pasar aquella noche, pero ya sabéis que pasa en estas ocasiones. Charla intrascendente.
Habíamos dicho una copa, pero a esa primera le siguió una segunda.
Durante esa segunda copa, en medio de la charla sobre gilipolleces, le saqué el tema de la renovación. Le comenté que me gustaría que siguiera con nosotros, pero que no me lo estaban poniendo fácil. Que la idea de la empresa era ir rotando gente, pero que yo estaba luchando porque la renovaran. Ella me dijo que estaba muy contenta en el trabajo, que lo necesitaba y que, por favor, yo hiciera lo posible por conseguirlo. Le dije que no dudara de mi interés en que siguiera.
Esa caía esa noche.
Fui al baño y pagué la cuenta.
Cuando volví a la mesa le dije que ya estaba todo pagado y no acepté sus protestas ni su dinero. Le solté, de forma inocente pero con toda la maldad, que ya que estaba sola en casa, invitara a una última copa en su casa a cambio de mi invitación. Sus ojos lo decían todo. El no saber que hacer ante aquella propuesta. Pero aceptó.
Me dio su dirección y nos fuimos, de nuevo, cada uno en su coche.
Me costó aparcar cerca. Pero al final lo hice. Ella ya me había avisado de que había llegado, ya que tenía parking. Mentiría si dijera que iba tranquilo, iba con el corazón a mil, medio empalmado y loco por follarme aquel cuerpo.
Vivía en un bloque de pisos modernos. Un pequeño jardin con una valla que daba acceso a un pequeño pasillo. Allí llamé al número que ella me indicó. La puerta se abrió y me encaminé al ascensor. Vivía en el segundo. Subí y me esperaba en la puerta.
Me dijo que no hiciera mucho ruido que no quería jaleo con los vecinos. Nos encaminamos dentro, mi mirada clavada en aquel culo.
Era un piso bastante cómodo. El salón tenía un chaisselong de color gris, una pantalla gigantesca, una mesita y juguetes del niño tirados allá y acá.
-Perdona el desorden, pero ya sabes que…
-Jjajaj, no te preocupes. Sé lo que significa tener hijos y tener nuestro horario.
-Ya ves. Qué quieres tomar?
-Si tienes ginebra….
-Si, claro. Te preparo algo y vengo.
Se fue para la cocina y me dejó allí sentado. Mis ideas eran claras. Cuántas veces habría follado Mónica en aquel sofá con su marido? Cuántos gemidos habría soltado allí? La situación me tenía a mil.
Al poco volvió con las dos copas y de nuevo empezó la charla intrascendente.
Pero yo no pensaba dejar escapar la ocasión y cuando llevaba la copa a medias me lancé al cuello. No sabía si me llevaría un ostión o no, pero me lancé. La respuesta de ella fue dejar de mi boca y mi lengua recorrieran su cuello mientras mis manos apartaban su pelo.
Sentía como su respiración se disparaba. Y aún lo hizo más cuando mi mano fue a sus tetas. Unas tetas grandes pero firmes. Joder. Notaba sus pezones duros. Esa tía estaba caliente a mil, algo que pude volver a comprobar cuando mi mano entró en sus vaqueros y se topó con un coñito depiladito y húmedo a tope.
La miré a la cara y solo le dije una cosa: “voy a reventarte a pollazos”.
Me aparté de ella un poco y me bajé los pantalones. Mi polla lucía erecta y no hizo falta decir nada para que Mónica se fuera directa a ella. Vaya mamada me hizo la tía. Tras esa cara de niña buena se escondía una buena zorra. Sabía lo que hacía con la lengua, recorriendo una y otra vez mi polla, ensalivándola de lujo. Todavía recuerdo y me pone a mil como jugaba con mis huevos con su lengua. Había pensado mil formas de follarme aquella tía, pero la realidad estaba siendo la mejor.
Le apretaba la cabeza contra mi polla y se la metía entera. No parecía molestarle. Como me tenía la tía. Pero en mis planes no entraba correrme en su boca. Iba a correrme dentro de su coño si o si.
Le dije que se apartara y que se desnudara.
Vaya cuerpo tenía. Una piel blanca sólo “manchada” por unos pezones rosados, una pequeña línea de pelo en el coñito y un par de tatuajes: una mariposa en una cadera y el nombre que compartían su marido y su hijo escrito en la espalda sobre el culo.
Yo me desnudé al mismo tiempo. Y tras meterle la lengua en la boca le dije que siguiera comiéndome la polla.
Allí de pie en el salón, con ella de rodillas a mis pies, con mi polla en su boca, mi mano apoyada en su pelo rizado…… joder como me tenía.
Me encantaba sentir esa punta de la lengua en mi polla, en mis huevos…. Pero me iba a hacer que me corriera y no quería.
La levanté y la puse en el sofá tumbada para lanzarme a comerme el coño. Lo tenía superhúmedo. Tenía un sabor dulzón. Me gustaba. Lo saboreaba con placer mientras sus gemidos iban creciendo.
Aquella tía estaba consiguiendo que aquella noche fue la de mi mejor polvo.
Me agarraba la cabeza y me la hundía contra su coño al tiempo que decía que no parara.
Allí estaba yo relamiendo aquel coñito, saboreando sus fluidos, disfrutando de sus gemidos y del tacto de sus dedos en mi piel.
No podía más. Me agarré la polla y se la metí sin miramientos en el coño. Se deslizó hasta dentro gracias a lo mojada que estaba. La respuesta de Mónica fue agarrar mi culo y rodearme con sus piernas, pidiendo que la follara. Joder con Mónica. ¿Sabría su maridito lo que se escondía tras esa mirada de niña buena de su mujercita?
Sentía mi polla en su cuerpo, mis huevos golpeando contra su cuerpo, mis ojos anclados en sus pupilas dilatas……
El movimiento de sus tetas ante mis acometidas era hipnótico. Las gotas de sudor que recorrían su cuerpo se multiplicaban al ritmo de mis pollazos.
Pero no me iba a correr así. La hice girarse y ponerse a cuatro patas.
Así veía el tatuaje que llevaba. Y veía su culito. Por un momento pensé en reventarle el culo, meterle la polla en el culo y escuchar sus gemidos ante ello. Pero al final se la metí de nuevo en el coño. Y empecé a follarla todo lo duro que podía. Me encantaba el movimiento de su culo ante mis movimientos. Me dedos se clavaban en su culo, dejando marcas rojizas en su blanca piel. Le di un bofetón en el culo y el rojizo que apareció hizo que mis acometidas fueran a más. Quería que mi leche la llenara, que su interior se viera relleno con mi lefa.
Recorrí su cuerpo con mi mirada. Desde el pelo rizado caído a un lado del cuello, su espalda blanca salpicada de sudor, su tatuaje sobre el culo, su culo mezclando el blanco con el rojo, y al final mi polla entrando y saliendo ella, rebosante de sus fluidos que goteaban contra el sofá
Joder, me iba a ir.
Entonces vi la foto. Era una foto que estaba sobre un mueble del salón. Se veía a Mónica y a su marido abrazados y contentos en uno de sus viajes. Me quedé con la mirada fija en aquella foto mientras se la clavaba.
No conocía al marido. Pero me podía la situación. Ver aquella foto de ambos. Su marido ahora descansaría tranquilo sin imaginar que su mujer estaba abierta de piernas frente a mi, recibiendo mis pollazos y deseando recibir mi leche.
Lo miraba y pensaba...mira tío, que guarra es tu mujer….mira como folla la zorra.
Y encima en ese momento vi el anillo en el dedo de Mónica. El anillo de casada.
No pude más. Mis manos apretaron su culo y de un último pollazo, con un gemido, se lo solté dentro todo. Fueron cuatro o cinco chorreones enormes. No se merecía menos Mónica. Sentía, con una sonrisa, mi leche derramarse dentro de ella ante mi respiración agitada y sus gemidos.
Necesité luego un buen rato para recuperarme, antes de vestirme y tirar para mi casa.
Por cierto, mi informe para su renovación fue positivo.