Mi ex es una hembra ardiente
Era una de esas tediosas tardes otoñales de domingo. Estaba en mi casa, recostado en el sofá, dormitando levemente y pensando en algo que hacer.
Era una de esas tediosas tardes otoñales de domingo. Estaba en mi casa, recostado en el sofá, dormitando levemente y pensando en algo que hacer. Era primera hora de la tarde y no tenía planes. El sábado a la noche había salido de caza, pero no había tenido suerte. Últimamente había perdido el toque con las mujeres y me era imposible conquistar a ninguna. Mi cuerpo necesitaba sexo. Mi cabeza deseaba sexo. Estaba muy excitado, quizás demasiado, pensando en poner una película erótica y masturbarme para aliviar esa calentura, cuando, el pitido del móvil me sacó de mis pensamientos. Mi ex. La que por unos creía que era la mujer de mi vida, y dotada de un cuerpo maravilloso para generar placer.
Quedemos para tomar un café decía el mensaje. En la mañana había insistido en ello, y cuando ya creía que no sería posible, de repente las puertas se me abrieron. Había algo especial en ella. En su olor. Simplemente al penetrar su aroma en mi nariz mi cuerpo se sobreexcita de manera inusual. Es algo sobre lo que hemos hablado y a ella le pasa lo mismo. Nuestros cuerpos, como una mágica solución de alquimista reaccionan el uno con el otro en busca de sexo. A medida que aspiro su aroma mi pene crece, en la misma proporción que su sexo se humedece. Dicho y echo. En 40 minutos en el lugar acostumbrado.
La negra cinta de asfalto que me llevaba hacia ella pasaba veloz bajo las ruedas de mi coche. Tenia ansia por verla, por mirar sus ojos, aspirar su aroma, sentir su tacto, sus manos, sus labios. Sentir el calor de su boca en la mía.
Nos encaminamos a un music-bar a tomar unas cervezas, en vista de caldear un poco el ambiente. Ella sabia perfectamente cuales eran mis intenciones y yo también sabia de las suyas. Yo quería sexo, ella también. Poco a poco, al son de la música nuestros cuerpos fueron acercándose, primero con leves pero intencionados roces, su pecho en mi brazo, mi pene con trasero, susurros al oído, hasta que sin darnos cuenta, su cintura yacía cautiva de mis manos, cautiva y sin posibilidad de escape. Sentía su olor de hembra en celo.
Denotaba el deseo en sus ojos, en el rojo de sus mejillas y en lo erecto de sus pezones. Poco a poco, y casi a traición, mis labios comenzaron a besar su cuello y su cara mientras los suyos buscaban mi boca. Pero tardó en encontrarla. Sé que eso la excita. Buscar algo, pedir algo, querer algo, y esperar por ello le excita sobre manera. Y al fin nuestros labios se encontraron, a la par q mi mano siniestra se deslizaba por su cuello y su nuca, y la diestra, sigilosamente, ya estaba acariciándole discretamente un pecho. Nos unimos en un ritual de besos y roces por un largo tiempo, lo que hizo que ambos nos excitásemos sobre manera. Al acercar mi mano a la cara interna de sus muslos, noté en calor de su sexo a través de los vaqueros. Estaba muy excitada, y ya era hora de cambiar de aires y buscar intimidad.
Subimos al coche en dirección a un hotel situado cerca de donde estábamos, en las afueras de la cuidad, la noche había caído y apenas había trafico. Así que una vez al volante, cogí su mano y la lleve a mi entrepierna. Saqué mi falo a través de la bragueta de mi pantalón y continué conduciendo a la vez que ella me masturbaba. Era una situación placentera. De vez en cuando, mi mano abandonaba el volante y se encaminaba a sus pechos, o a sus muslos.
A la llegada al hotel apenas pudimos mantener la compostura a la hora de coger la habitación. Estábamos muy excitados. Una vez en el ascensor, y sin pensar ya en otra cosa que en unir ambos cuerpos y follar como dos locos, mis manos ya habían dejado al aire sus pechos. Afortunadamente no había nadie en el pasillo de nuestra habitación, y allí, ella contra la puerta, con sus pechos al aire, resoplaba de placer mientras mi boca besaba su cuello y una de mis manos frotaba sus pechos, a la vez que la otra intentaba abrir la puerta de la habitación.
Una vez dentro, todo se desmadró. Nos desnudamos el uno al otro casi con violencia. Las ropas volaban en todas las direcciones de la habitación. De pronto, ella se sentó en la cama, frente a mí, posando sus labios sobre mi cintura, y encaminándose rápidamente a mi polla. Pronto comenzó a besarla y chuparla con una fuerza tremenda. Se deslizaba sobre ella con la suavidad que la seda se desliza sobre el cristal. Su lengua recorría todo mi erecto falo, mis testículos, el escroto... todo. No podía más. A punto casi de correrme, sujeté su cabeza, la empuje hacia atrás, y arrodillándome frente a la cama, separé sus piernas y comencé a besar su coño.
Suavemente. Pronto sus labios exteriores se separaron, dejando a la vista un clítoris increíblemente dilatado, con el cual mis labios se entretuvieron un buen rato, a la vez que mis dedos jugaban ya con los labios internos de su vagina. Separándolos poco a poco preparando el camino de la boca... y al final mi lengua se introdujo en ella. Y durante un tiempo la follé con mi lengua a la vez que mis dedos ya se habían encaminado a agasajarla con un suave masaje anal. La sentía gemir y estremecerse cada vez que mi lengua entraba en ella. Ya no pude más. Salí de su vagina, buscando sus pechos con mis labios, sus pezones estaban enormes, y comencé a besarlos a la vez que comencé a penetrarla. Estaba muy húmeda y dilatada, por lo cual fue muy sencillo entrar en ella.
Estaba bajo mi cuerpo, tumbada boca arriba. Veía el placer en sus ojos, sentía su aliento excitado en mi cara, hasta, que en un arrebato de pasión, le hice girarse y ponerse a cuatro patas, separando sus piernas de una manera casi animal, para comenzar a follarla en esa posición. Y entré en ella de nuevo. Y cada vez más profundamente, y cada vez más fuerte. Sentía como gemía fuertemente, con esa mezcla de placer y dolor solamente tolerable cuando la excitación es extrema. De pronto, su respiración se aceleró cada vez más, sus gemidos casi eran gritos y sus labios gritaban ¡Sigue! ¡Sigue! ¡Sigue! Y yo seguí, excitado de tal manera que ambos alcanzamos el climax a la vez. Y me corrí dentro de ella. Sentí el calor de su liquido vaginal al igual que ella sintió el calor de mi semen en su interior. Y después se giró. Y vi su cara de satisfacción. Al contrario que antaño, que reflejaba enorme felicidad por sentirse amada, ahora se sentía satisfecha por sentirse bien follada.