Mi estudiante y yo
Sobre la primera vez que rompí el código ético estudiante - profesora.
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Nunca me había sentido atraida por ningún estudiante antes. He de decir que mi situación sentimental había cambiado mucho. Acababa de romper con mi pareja, con la que llevaba 10 años, y me encontraba en un momento de esplendor, mimando mucho mi cuerpo y muy activa sexualmente. Qué tendrá la soltería que saca lo mejor de nosotras mismas..
Durante toda mi carrera he sido muy profesional con mis alumnos a pesar de ser cercana y crear un ambiente de clase discendido y divertido, siempre hay un punto en el que controlo mucho que me sigan viendo como la profesora que les está enseñando y alentando a aprender y no la colega con la que se van de birras al bar a cambiar el mundo. Por mi forma de ser soy incapaz de quedarme al margen de la educación emocional de mis estudiantes, y procuro que vean las tutorías cómo un lugar donde pueden contarme los obstáculos que se plantean en su aprendizaje.
Hace dos años en una clase de 30 alumnos apareció Marcos. Ese cuatrimestre se creó un ambiente especialmente bueno en clase, todos los estudiantes hicieron piña y quedaban después de clase para debatir sobre la asignatura y proponer nuevos temas en clase. Eran muy activos, y crearon infinidad de actividades. Uno de los más activos y más inteligentes era Marcos, un chico de 22 años alto, moreno y guapo hasta decir basta. Su cerebro me conquistó, a pesar de mantener esa imparcialidad dentro de la clase, las tutorías se alargaban horas y quería empujar a esa masa gris para que explotara todo su potencial.
Hasta aquí se podría decir que es todo muy inocente, y que no habría actuado de una forma diferente a cómo lo hubiera hecho con cualquier alumno que sintiera un interés marcado por la asignatura. Pero un día en una tutoría lo noté muy nervioso, no se podía concentrar en la conversación, y de pronto demostró incluso cierta timidez. Al poco quiso marcharse explicándome que tenía un compromiso muy importante que había olvidado. De los nervios se le cayeron los libros que había traído a la oficina, y yo sólo podía mirarlo con ojos de asombro, sin entender qué narices estaba pasando. Al poco de que Marcos desapareciera fui al baño y al lavarme las manos me miré al espejo. Entonces me dí cuenta de que con el calor y al llevar un sujetador muy finito la camiseta me marcaba exageradamente los pezones.
Entré en el despacho super excitada. Darme cuenta del por qué del nerviosismo de Marcos hizo que un pequeño relámpago de placer naciera en mi clítoris y me recorriera el cuerpo. Tenía la piel de gallina. Cerré la puerta del despacho, me recosté en la silla y empecé a fantasear. Estaba muy caliente así que mientras me tocaba los pechos con ambas manos me imaginé cómo podría haber acabado aquella situación.
Me imaginé cómo le decía tranquilamente antes de que él notara mis pezones bajo la camiseta que el calor había llegado de repente ese día y cómo hubiera cogido sus manos para que tocara mis pechos por encima de la camiseta. Metí mi mano dentro del pantalón y empecé a acariciarme lentamente el clítoris. Dos golpes en la puerta me devolvieron a la realidad. Ahora era yo la que estaba nerviosa. Me recompuse como pude y me cubrí con una chaqueta fina cruzando los brazos en mi pecho mientras gritaba: ¡pase!.
Era Marcos. Mi confusión era enorme. ¿Por qué había vuelto?
En mi desconcierto balbuceé:
¿No tenías una cita importante?
Eh, no. Perdona, en realidad me lo inventé.
Me mantuve expectante para darle la opción de seguir contándome.
- No se muy bien cómo explicarte por qué, ni si debería, pero creo que entra dentro de tu rutina que los estudiantes se sientan atraidos por alguien tan inteligente y atractiva.
En mi cerebro yo trataba de asimilar que Marcos estaba verbalizando su atracción por mí, pero mi cara debía ser un poema, así que intentó excusarse.
Siento muchísimo si he creado una situación incómoda, no tenía que haber vuelto. Yo.. yo sólo quería.. no se qué quería, sólo creo que exageré yéndome.. Perdón, me voy.. otra vez.
No, siéntate, le dije.
ooook, - dijo dubitativo.
De forma mecánica me quité la chaqueta, comprobé que mis pezones seguían marcándose, quizás un poco menos que antes, pero eran perfectamente visibles.
¿Te pone nervioso que me haya quitado la chaqueta?
¿Tengo realmente que contestar?
Sólo si quieres.
Medio sonrió. Aproveché para proseguir normalizando la situación.
- Es totalmente normal que dos mentes o dos cuerpos tengan una atracción. La atracción es química. Sólo hay que saber encontrar los límites para esa atracción mientras se disfruta.
De pronto su cara cambió, sonrió abiertamente como entendiendo el juego que le estaba proponiendo, pero quiso asegurarse.
¿estás hablando en términos generales o en mi supuesto práctico?
En nuestro supuesto práctico.
Lanzó un suspiro al darse cuenta de que la tensión sexual era mutua.
De pronto desperté como de un sueño, y me di cuenta de que con la excitación del momento, yo sí estaba cruzando límites. Intenté volver al tema tutorías.
Si quieres podemos vernos la semana que viene para la siguiente tutoría después de clase.
La semana que viene empiezo ya los exámenes, podríamos hacerla esta semana, ¿por ejemplo el jueves?
Espera, a ver.. el jueves tiene que ser a última hora, porque tengo tres tutorías antes.
Sí, lo se, pero no me importa quedarme en la biblio hasta que termines.
Me dio un vuelco al corazón, y sentí que la situación se me estaba escapando de las manos. Hice un silencio, debatiéndome en si era una buena idea hacer una tutoría fuera de mi horario laboral un jueves. Creo que al ver mis dudas volvió a insistir.
- Sé que es fuera de tu horario y entiendo que soy yo el que tiene problemas por los exámenes y que es mi responsabilidad pero me vendría muy bien esa tutoría.
Estuve a punto de decirle que no, estuve tan a punto.. tan tan tan a punto de decir no. Pero me vi a mi misma diciendo:
Sí, no te preocupes, el jueves está bien.
Mil gracias. Nos vemos el jueves, vendré con todas las dudas anotadas y siento de verdad la incomodidad de la conversación, no era mi intención.
Olvídalo. Hasta el jueves.
Tres días. Tres días que pasaron volando. Lo ví en clase atento como siempre, participando, preguntando. El segundo día se acercó a preguntar dudas junto a otros alumnos y me rozó más queriendo que sin querer la mano que tenía apoyada en el filo de la mesa. Lejos de asustarme me pareció divertido, y sonreí sin mirarle. El tercer día no pude evitarlo y me vestí a conciencia, eligiendo unos pantalones elásticos vaqueros con una camiseta ajustada de licra morada. Cuando entré en clase le cambió la cara. Me mordi el labio mientras sonreía triunfante por haber causado aquel impacto. Era miercoles. Cuando terminé la clase fui a mi despacho. Tras dos golpes en la puerta y un pasa, apareció Marcos por la puerta.
¡Hola Marcos! Nuestra tutoría es mañana ¿verdad?
Sí, perdona que haya venido sin cita, sólo quería decirte que no entendí muy bien la clase de hoy, y que probablemente necesite más tiempo mañana, por si crees que debemos cambiarla a otro día por si se nos hace muy tarde.
Mientras hablaba me volví hacia la estantería, y cogí un libro de la balda más cercana al suelo, dejando mi trasero en pompa a la altura de su vista. Cuando me incorporé le pillé mirándolo, y le sonreí con satisfacción.
- No te preocupes. No tengo planes para el jueves, así que estaremos aquí cuanto necesites.
Él se fue, y volvió el jueves a la hora acordada. Al final yo sí que tenía planes, mi mejor amiga había decidido celebrar su cumpleaños bajo la temática años 20 para celebrar los 30, en un principio iba a ser el sábado pero era imposible que coincidiéramos todas, así que esa misma mañana se había decidido cambiar el día por el jueves.
Lo recibí en mi despacho con una amplia sonrisa. Estuvimos debatiendo el tema, y profundizando en algunos conceptos mientras tímidamente nos tocábamos las manos para quitarnos el boli, o le rozaba con el pie la pierna como de casualidad. Cuando terminamos ya no quedaba nadie en el edificio pero le dije si podía esperar 5 minutos a que me cambiara y me diera su opinión sobre dos vestidos que tenía que llevar a una fiesta de los años 20.
- ¡Claro! Me encantan los años veinte, te daré mi más sincera opinión.
Fui al baño y me acompañó, me puse unos pantalones acampanados de rayas grises con una camiseta blanca ajustada y unos tirantes negros que me daban aspecto de mafiosa. Salí, y allí en el baño posé para él de perfil, de frente, por detrás.
¿Qué te parece?
Me encanta. Estás total. ¿Es una fiesta de disfraces?
No exactamente, es temática.
Pues vas genial.
Espera que te enseño el otro.
Me quedé en sujetador y tanga y me puse un vestido de flecos negros que se abrochaba por detrás. Salí del baño sujetando el vestido por la parte de delante pero con toda la espalda abierta dejando entrever todo lo que mi tanga exponía de mi trasero.
- ¿Puedes abrochármelo?
Me miró y tardó un instante en reaccionar.
Claro, claro. ¿Te subo la cremallera entera?
Sí, por favor.
Con poca dificultad subió la cremallera hasta la mitad de la espalda. Era un vestido holgado que me daba un aspecto muy acorde con la época.
¿Qué te parece?
Me gustan los flecos, - dijo cogiendo suavemente algunos a la altura del pecho, rozándome al hacerlo - pero creo que te pega más el look mafia del primero, este te hace demasiado mayor.
Bueno, es que soy mayor.
¿Cuántos años tienes?
30.
¿30? ¿En serio? Pues aparentas mi edad, bueno se que es imposible porque eres profe en la uni... pero si te viera esta noche en el bar con los pantalones de antes y no te conociera te entraría a saco.
Me reí. ¿Qué iba a hacer?
- Anda, desabróchame el vestido, que me has convencido. Me voy a poner los pantalones y el top blanco.
Me desabrochó poco a poco el vestido, como si no quisiera terminar de bajarlo. Sentí su respiración en mi cuello, y un bulto que se pegaba entre mis nalgas. Instintivamente al sentirlo curvé la espalda elevando ligeramente mi culo y descendiendo suavemente. La cremallera estaba totalmente bajada. Me besó el cuello, sus dedos recorrieron cosquilleando mis brazos desde mis hombros hasta mis muñecas para terminar aprentándolas al mismo tiempo que echaba para delante su pene para que lo sintiera más cerca. Esa sensación me hizo querer sentir todo eso dentro de mí. Estaba muy excitada y sabía que estaba yendo demasiado lejos con todo esto. Estaba medio desnuda con un estudiante en el cuarto de baño de la universidad. Pensé que podrían despedirme por ello, y me excité todavía más.
Dejé caer el vestido al suelo y me separé de Marcos. Ahí estaba yo, en ropa interior y tacones, apoyándome en la ventana del baño. Quería que me viera, que admirara mi cuerpo, quería que se le pusiera tan dura mirándome que me la pudiera meter incluso sin lubricar. Aunque en realidad, yo estaba empapada. Él no dijo nada, pero se metió la mano en el pantalón y empezó a masturbarse. Mi clitoris palpitaba. Quería vérsela.
- Creo que no es justo que yo esté en ropa interior, y tú todo vestido..
Se mordió el labio sonriendo. Pensé que estaba perdiendo la cabeza por follarme a un niño de 22 años. Se quitó la camiseta, y pude ver que sin estar fuerte, tenía un cuerpo atractivo, o quizás era sólo mi excitación. Se desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón y el calzoncillo a la vez. Un pene grueso y erecto se irguió. Mi clítoris palpitaba tan fuerte que tuve que presionar un poco por encima del tanga curvándome de placer, echando la cabeza para atrás mientras se me escapaba un gemido. Él lo tomó como una invitación a acercarse. Me besó. Le devolví toda la pasión que subía desde mi vulva y me cogió en brazos. Me metió dos dedos que entraban y salían deslizándose fácilmente por lo mojada que estaba. Sin darme tiempo a recuperarme me la metió. Dí un respingo abrazada a su cuello por lo inesperado y porque sentí como su pene casi me partía en dos. Me cogió por la cintura y me puso en horizontal moviendome rápidamente. Estaba a punto de correrme. Sin darme tiempo a llegar cambió la posición.
- ¡No, joder!. estaba a punto...
No me dio tiempo a decir nada más porque me metió un dedo en la boca, me dio media vuelta y reclinó mi espalda. Su pene estaba otra vez dentro de mí. Apoyé las manos en la pared para evitar caerme por la fuerza de sus embestidas. Estaba tan excitada que intentando mantener el equilibrio me metí un dedo en el culo. Así llegué y me retorcí de placer. Me temblaban las piernas, pero él no paraba. Siguió embistiendo y al ver que apenas podía estar de pie, me dejó en el suelo sin dejar de meter y sacar su pene. Con ayuda de mis manos me incorporé y levanté mi pecho y mi abdomen del suelo, el aprovechó para meter las manos por el sujetador y tocar mi pecho izquierdo. Me sentía a su merced, y seguía tan excitada como antes de correrme. Sacó su pene y me dijo que tenía miedo de correrse dentro. La voz de la cordura.
Cogí su pene en mis manos y me lo metí entero en la boca. Revotó en el fondo de mi garganta, y lo expulsé. No me di por vencida y empecé a chuparle la punta con pequeños besos, y luego poco a poco succionando con mi lengua jugueteando con la parte del frenillo. Quería comermelo entero. Él me cogió la cabeza y empezó a moverse rápidamente. En el silencio del baño sólo se oía el sonido de mi boca succionando su pene intentando seguir el ritmo que marcaba. Oí sus gemidos, y desprevenida, lo siguiente que sentí fue toda la leche en el fondo de mi garganta. Tragué como pude y seguí succionando más pausadamente. Me la saqué limpiando la última gota que colgaba de la punta. Él se apoyó en el lavabo para conservar el equilibrio.
En ese silencio quería seguir tocándome recordando la sensación de su pene en mi boca. Sin mediar palabra, se agachó y empezó a comérmelo. Me volvió a pillar por sorpresa y eso me excitó todavía más. En pocos minutos estaba estremeciéndome y gimiendo tras mi segundo orgasmo. Un crio de 22 años me había regalado dos orgasmos en 20 minutos. Dos.
El suelo estaba frío, y su cuerpo desnudo bullía emitiendo un calor que me reconfortó al abrazarme. Volví a la realidad. La excitación desapareció y un sentimiento de culpa me inundó. Él me leyó la cara.
- Yo busqué esto desde el primer momento.
No dije nada. Cogí mi ropa y me vestí. Le miré suplicándole que esto no transcendiera. Él sonrió y me dijo.
- Somos sólo dos cuerpos y dos mentes que se atraen, tú marcas los límites.