Mi estreno en intercambios (4) (verídico)

Primeras experiencias de intercambios para una pareja conservadora y tradicionalista.

En los días que precedieron aquel encuentro con nuestro grupo de amigos, ocurrieron muchas cosas; Ivonne, Claudia y Miranda se reunían casi cada tercer día en diferentes casas para platicar y hacer planes que supuestamente llevarían a cabo durante nuestra reunión planeada para el club de la amistad. En una de esas ocasiones, hablé con mi esposa sobre una reunión que yo iba a tener con algunos de mis ex-compañeros de trabajo, reunión que finalmente se suspendió por otros compromisos de mis amigos, de manera que me quedé en casa sin poder avisar a mi esposa sobre la cancelación del compromiso. Como habitualmente lo hacía, me encerré en mi estudio para continuar con la lectura de uno de mis libros, y pasado un tiempo, escuché en la estancia las voces y risas femeninas de mi esposa y otra persona que hasta esos momentos desconocía su identidad. No queriendo ser inoportuno, continué con mi lectura sin que se evidenciara mi presencia en la casa.

Absorto como estaba en el libro, tardé en darme cuenta que las voces y las risas se habían convertido en murmullos hasta casi quedarse apagadas, pero algo había de inquietante en aquel aparente silencio que de pronto reinaba en la estancia. Con cautela me acerqué al resquicio de la puerta para no hacer ruido y al asomarme, el cuadro que observé me impactó con la contundencia de una bofetada : Claudia estaba sentada en un sillón, llevaba una minifalda azul de corte recto que le cubría hasta la mitad de sus muslos y una blusa blanca con botonadura en el centro de su pecho; su rostro estaba sonrojado por la turbación y reflejaba una creciente excitación; permanecía inmóvil con los ojos cerrados mientras los labios de Miranda le acariciaban delicadamente la comisura de su boca, de sus mejillas, de sus párpados, de su garganta. No se atrevía a moverse, pero tampoco rechazaba las caricias, y cuando la punta de la lengua de Miranda se introdujo suavemente entre sus labios, ella le permitió entrar sin siquiera fingir que dudaba; atrapó la lengua aprisionándola levemente entre sus dientes y el contacto entre sus labios se hizo entonces más ardiente, más intenso. La mano de Miranda se había posado sobre los tensos muslos de Claudia que los mantenía tímidamente cerrados, pero que poco a poco se fueron abriendo hasta permitir que los dedos de mi esposa se introdujeran lentamente por abajo del vestido acariciando la parte interna de sus muslos hasta tocar los labios de su sexo. El contacto hizo que Claudia, con la cara roja de vergüenza se estremeciera y nerviosamente se bajara la falda, retirando bruscamente las manos de Miranda, pero la insistencia de mi esposa no cedía. Delicadamente retuvo el rostro de Claudia entre sus manos y estampó sobre sus labios un ardiente beso que literalmente obligó a Claudia a abrir su boca y a corresponder con una intensidad inusitada a los besos de Miranda, quien ahora lamía y mordía su lengua desenfrenadamente. Las dos mujeres se enfrascaron entonces en una lucha de lascivas caricias sin el menor recato. El vestido de Claudia subió hasta sus caderas dejando expuestos sus encantos a las lujuriosas caricias de Miranda, quien desesperadamente trataba de bajarle las pantaletas. Claudia cooperaba alzando sus caderas para facilitarle la tarea, mientras con sus manos atraía el rostro de Miranda y le besaba los ojos, las mejillas y los labios, tratando de introducir su lengua en la boca de mi esposa. Pronto las manos de Miranda empezaron a desabrochar los botones de la blusa de Claudia, y cuando sus pechos estuvieron libres, fueron prácticamente devorados por la boca de Miranda, que los chupaba y los lamía desenfrenadamente hasta dejarlos rojos y duros como cerezas. Como si así lo hubieran planeado, las dos mujeres literalmente arrancaron de sus cuerpos las ropas y las aventaron desordenadamente al piso hasta quedar completamente desnudas, y fue entonces que, sin la menos inhibición, se dedicaron a lamer sus cuerpos y a acariciar e introducir sus dedos en sus vaginas y en sus traseros. Ambas gritaban y maldecían mientras se entregaban a las más perversas y lascivas pasiones.

Yo miraba extasiado aquél cuadro de locura. No lograba entender cómo tan sólo en unas cuantas semanas, mi esposa, que era una persona tímida y recatada que se jactaba de sus principios conservadores, se había transformado en una sensual mujer que destilaba lujuria por todos sus poros y en una experta en el arte de la seducción, en especial cuando de mujeres se trata. A medida que transcurrían los minutos mi excitación iba en aumento; había aparecido ya en mis pantalones una gran mancha húmeda a la altura de mi entrepierna, producto de mi tremenda excitación, pero me era imposible apartar los ojos de aquél cuadro tan intenso. Veía cómo Miranda disfrutaba de acariciar los pezones de Claudia con las yemas de sus dedos con una delicadeza inusitada, deslizándolos por el contorno de sus pechos y sopesándolos con la palma de sus manos haciendo que nuestra amiga cerrara los ojos en completo éxtasis, literalmente dominada por las caricias de Miranda. Claudia se apartaba continuamente de Miranda para estudiar su rostro detenidamente, amorosamente, como queriendo penetrar hasta lo más profundo de sus bellos ojos. Al poco, volvía a besarla en los labios introduciendo la lengua en su boca y saboreando con evidente gusto el sabor de su saliva.

Inesperadamente, Miranda tiró de las piernas de Claudia alzándolas con sus manos por arriba de su cabeza y clavó sus boca entre los húmedos labios vaginales de Claudia, restregando su rostro entre ellos e introduciendo su lengua en esa deliciosa cueva, arrancando los gritos y jadeos desesperados de la boca de Claudia que se retorcía como si la estuvieran sometiendo al peor de los tormentos. Sin más, las dos mujeres se entregaron entonces con desesperación a las más lujuriosas y desenfrenadas caricias, lamiéndose los pechos y los labios de sus sexos en un torbellino de lascivas posiciones, hasta terminar con las piernas entrelazadas y sus vaginas en estrecho contacto la una con la otra, dando inicio a frenéticos movimientos que culminaron en ambas con un intensísimo y prolongado orgasmo. Por un largo rato las dos quedaron exhaustas e inmóviles con sus cuerpos entrelazados y sudorosos por el esfuerzo inmenso a que fueron sometidos.

Todo había pasado en una sola y vertiginosa emoción, todavía no acertaba a decidir con precisión qué era lo que debía hacer. Me quedé clavado en el piso respirando con grandes jadeos y el corazón me latía enloquecido, me sentía preso todavía de una intensa excitación. Decidí esperar un poco a que los ánimos se calmaran. Después de unos minutos, volví a asomarme y vi que las dos mujeres se estaban vistiendo y maquillando tranquilamente el rostro con pinturas. Con cuidado y lo más silenciosamente posible, me dispuse entonces a ir a mi habitación para cambiarme de ropa, pero apenas iniciados mis pasos escuché la voz de Miranda :

  • ¿Porqué tardaste tanto en venir?. –me dijo con una pasmosa tranquilidad-. Te esperábamos desde hace mucho rato; ¿o no es así Claudia?

En esos momentos Claudia todavía se encontraba semidesnuda, con los pechos al aire. Al verme, con la cara roja de vergüenza tomó rápidamente un cojín del sofá y se cubrió los senos.

  • No sabía que estuvieras aquí –me dijo Claudia-. ¡Qué vergüenza, Dios mío!

  • ¿Pero vergüenza porqué? –le dijo Miranda-, ¿acaso no fue suficiente el tiempo que pasamos juntos en Cuernavaca para conocernos?. Vamos, -le decía tomando su rostro entre sus manos y dándole un delicado beso en los labios-, sabes que entre nosotros no hay secretos ni vergüenzas, en especial con mi marido; ¿o no es así mi amor? –me preguntó-.

  • Claro que sí, -les dije-, pero no me había aparecido ante ustedes para no ser inoportuno; parecían estar muy entretenidas.

  • ¡Y vaya que lo estábamos!, -afirmó Miranda maliciosa-, Pero mira nada más cómo estás; ¿acaso no te duelen los testículos?

  • ¡Claro que me duelen! Pero eso me pasa por andar de calenturiento, viendo escenas que me ponen como burro en primavera.

  • ¡Pobrecito mío!, -dijo Miranda jalándome hacia ellas por el cinto-, pero nosotras le vamos a poner remedio a esta situación; ¿no es así Claudia?

  • No; perdóname, -dijo Claudia con una tímida sonrisa mientras trataba inútilmente de ocultar con un cojín sus hermosos pechos-, pero no me siento cómoda, no estoy acostumbrada a esto.

Rápidamente se colocó la blusa guardando el brassier en su bolso y a toda prisa se enfiló hacia la puerta con pasos vacilantes y apresurados. Miranda se levantó alarmada tras ella temiendo que se hubiera molestado.

  • ¿Porqué te vas de esa manera? –le preguntó-, ¿acaso te ofendimos de alguna manera?

  • No Miranda, nada de eso –le contestó mortificada-, es sólo que me apena muchísimo que tu marido se haya dado cuenta de todo lo que ocurrió entre nosotras. Yo sé que no hay nada de lo que deba preocuparme, pero necesito tiempo para asimilar las cosas. Te prometo que mañana vendré a verte nuevamente, siempre y cuando me prometas que estarás sola. ¿Me lo prometes?

  • ¡Claro que te lo prometo!, y también te prometo que no volverá a ocurrir nada que te moleste, pero para demostrarme que no estás molesta, quisiera despedirme de ti con un beso; ¿puedo?

  • Está bien, -le respondió sin estar muy convencida-; sólo te pido que me des un poco de tiempo para acostumbrarme a esta nueva situación. Me gusta mucho estar con ustedes y disfruto lo que hacemos, pero me cuesta mucho trabajo abrirme totalmente y romper con mis prejuicios.

Acto seguido, Claudia permitió -un poco turbada- que Miranda tomara su cara entre sus manos y la plantara un prolongado beso en los labios; tampoco se resistió cuando la lengua de Miranda exploró el interior de su boca, mordiendo su lengua delicadamente. Era una escena ardiente ver cómo Claudia, a pesar de mi presencia y de lo incómodo de la situación, correspondía sin poderse resistir a las caricias de mi esposa, cómo chupaba su boca y cómo besaba su cara. Pero cuando las manos de Miranda volvieron a tocar sus pechos, cuyos pezones parecían perforar su blusa, se retiró abruptamente mirando nerviosa hacia donde yo me encontraba, dirigiéndose después a toda prisa hacia la puerta. Antes de salir, sin embargo, lanzó con los labios un último beso a Miranda, y cerró la puerta tras de sí.

  • Discúlpame, -le dije a Miranda-, no pensé que mi presencia pudiera ser tan inoportuna. Creo que te causé muchos problemas.

  • Nada de eso –me respondió-, es sólo que todavía no logra abrirse totalmente con nosotros. Pero dale tiempo, yo sé que la está pasando muy bien y que le gusta mucho esta nueva relación. Pero el que me preocupa eres tú, que si te quedas así se te puede echar a perder, y eso sí que no lo podemos permitir.

Rápidamente, Miranda se sentó en el sofá jalándome por el cinturón, bajó mis pantalones y sacando mi miembro se lo introdujo completamente en la boca, acariciando con su lengua mi prepucio mientras que con sus manos sobaba delicadamente mis testículos. Pronto, muy pronto, mucho antes de lo que hubiera deseado, mi cuerpo empezó a experimentar las oleadas intensas de placer que anteceden al orgasmo, las cuales aumentaban su intensidad en la medida que mi esposa acariciaba con mayor fricción las caricias con su lengua. Pese a mis agónicos esfuerzos, no pude reprimir más las exigencias de mi cuerpo que reclamaban la inmediata liberación de tanta pasión acumulada, y fue así que en medio de una desesperación apenas contenida, se produjo en mí uno de los orgasmos más explosivos que haya experimentado; mis emisiones literalmente inundaron la boca de mi esposa quien las tragó con no poca dificultad, pero feliz de haber logrado mi alivio con resultados tan espectaculares.

Una vez calmados, Miranda y yo nos pusimos a analizar detenidamente la situación.

  • Si me permites decirlo, creo que sería conveniente que tuvieras mayor cautela en tu relación con Claudia, o de lo contrario nos podemos meter en un terreno de arenas movedizas –dije a mi esposa-.

  • Es posible que tengas razón –me respondió-, pero por extrañas razones que desconozco, cuando estoy con Claudia me salgo de control. La atracción que sentí por ella desde la primera vez que estuvimos juntas es mucho mayor de la que sentí por Ivonne. ¿Crees que eso me pueda traer problemas con Ivonne?

  • Es una posibilidad. Me parece que quizá estés mordiendo más de lo que puedas tragar –le dije-. Convendría que manejaras esta relación con más cuidado, con mayor discreción.

  • Tienes razón –me dijo-; procuraré ser más discreta en mis preferencias, aunque creo que me estás pintando un cuadro más negro de los que es.

El sábado llegó pronto. Nos dirigíamos con retraso hacia nuestro punto de reunión debido al intenso tránsito que se registraba en la zona cuando recibimos una llamada por el móvil. Era Ricardo, que nos avisaba que el club se encontraba cerrado debido a que lo habían rentado para una fiesta privada, pero él ya había hablado con los dueños y había logrado que nos dejaran entrar. Sólo teníamos que presentarnos con el capitán y él ya tenía instrucciones al respecto.

Contentos y relajados continuamos nuestro camino. Yo examinaba de reojo la figura de mi esposa. La Miranda de hace cuatro meses ya no existía; en su lugar había surgido una mujer de una hermosura indescriptible, excepcionalmente bella y sensual, en la que las curvas de su cuerpo se habían definido con una claridad asombrosa debido al nuevo estilo de su vestimenta, haciendo que su figura luciera intensamente provocativa. Llevaba un vestido de cóctel de dos piezas : una falda verde elaborada con una tela ligerísima que le llegaba un poco arriba de sus rodillas, y una blusa blanca adornada con figuras brillantes que lanzaban destellos cuando incidía en ellas alguna fuente de luz. La blusa se sujetaba a la cintura mediante unas tiras que daban vuelta a su cuerpo y tenía un amplísimo escote que dejaba al descubierto una gran parte de sus hermosos y temblorosos pechos. Como era ya una costumbre no llevaba sostén, y también como siempre, sus piernas, sus deliciosas piernas iban cubiertas por medias negras que le llegaban a la mitad de los muslos, pero sostenidas en esta ocasión por un liguero que le llegaba a la cintura; lo sé porque vi cuando se estaba vistiendo. Se veía absolutamente exquisita, inmaculada. Consciente de sus atributos físicos, su andar era ahora más lento y sinuoso, más provocativo, más sensual; a cada paso que daba, sus nalgas se contorsionaban de una manera espectacular y sus piernas, increíblemente bellas y bien formadas, provocaban un vaivén en el vuelo de su falda que irremediablemente captaban la atención de cualquier mortal que se atravesara en su camino. En esta ocasión se había recogido el cabello con un rodete en la nuca, adornando sus orejas con discretos pendientes que le daban un aire de singular elegancia. Se veía espectacular, radiante, hermosa…….

Cuando llegamos al club, observé con satisfacción que el capitán recorría con admiración cada centímetro del cuerpo de mi esposa.

  • Buenas noches –nos dijo-, sus amigos ya los están esperando. Pero antes, quisiera comentarles que en esta ocasión, un grupo muy numeroso de miembros rentaron el club para celebrar el onomástico de varios de ellos. Sin embargo, quisiera aclararles que todos ellos son un grupo de magníficas personas, de un gran ambiente, que estoy seguro que no les causarán el menor inconveniente, y si así fuera, les agradecería que me lo hicieran saber. Permítanme entonces conducirlos con sus amigos.

En efecto, nuestros amigos nos esperaban ya con una gran sonrisa en la boca, felices con lo que estaban viendo. Debido a la gran cantidad de gente, nuestra mesa la habían colocado fuera del área de la pista, pero en un sitio desde donde se podía apreciar la totalidad del salón. En esos momentos, el lugar era un manicomio. La gente, que gritaba estridentemente, llevaba ya varias horas de celebración. Se trataba del grupo de swingers que se había formado desde la fundación del club y al cual pertenecían los dueños del lugar. El grupo había crecido desmesuradamente, llegando a contar ahora con más de cincuenta parejas; sin embargo, para esta fiesta se lograron reunir unas ochenta personas, de las cuales, aproximadamente la cuarta parte eran hombres y el resto mujeres.

Cuando llegamos, nos acomodamos todos alrededor de nuestra mesa: Claudia, Federico, Miranda, yo, Ivonne y Ricardo, en ese orden, cerrando el círculo lo más que pudimos para poder platicar debido a que el ruido era muy intenso.

Pronto nuestras miradas se enfocaron en los juegos que las personas del grupo anfitrión practicaban en el centro de la pista. En esos momentos se celebraba un concurso de identificación de senos. De entre los asistentes, se escogieron varios grupos de cinco parejas cada uno : a los hombres les vendaron los ojos y las mujeres se despojaron de la parte superior de sus vestimentas, quedando con los pechos al aire. El juego consistía en identificar exclusivamente con la boca a la dueña de aquellos pechos, quedando las parejas ganadoras dispuestas para otros juegos. Cuando los hombres empezaron a chupar y a lamer los pechos de las mujeres, el público les gritaba continuamente tratando de confundirlos con diversos nombres. En su mayoría, las parejas eran hombres y mujeres heterosexuales, aunque también participaban algunas lesbianas y bisexuales. El juego, además de divertido era especialmente erótico; los pezones de las mujeres se mostraban duros y erectos por efecto de las caricias bucales a las que eran sometidos. Entre nosotros, se había abierto un poco el círculo para poder apreciar mejor los juegos; yo me había levantado de mi asiento debido a que la pista quedaba a mis espaldas, y momentos después, Ivonne hizo lo mismo y se colocó también delante de mí. La algarabía subía a un tono ensordecedor cuando se festejaba a los ganadores.

Después de haber pasado cinco grupos, se dio paso a otro concurso que consistía esencialmente en lo mismo, pero en esta ocasión se trataba de identificar culos con la boca. En esta etapa, las mujeres se desnudaban completamente y agachaban el torso con las piernas abiertas, para que su compañero o compañera tuviera completo acceso con la boca a sus partes más íntimas. Aquello era una locura. Había mujeres que tenían que sostenerse de una silla para no caerse cuando las personas encargadas de identificar los culos metían sus lenguas entre sus nalgas y en los orificios de sus vaginas y anos. Hubo entre ellas una que tuvo un orgasmo durante su participación.

Para ese entonces, el intenso erotismo de los juegos había hecho mella en nosotros. Ricardo había pasado el brazo por sobre los hombros de Claudia, y moviéndola con suavidad, la mantenía abrazada sobando con las yemas de sus dedos los pezones de sus pechos por encima de la ropa, mientras le daba discretos y delicados besos en el cuello. Federico no sabía qué hacer; miraba alternativamente a las parejas del concurso sin perder detalle de lo que ocurría entre su esposa y Ricardo. Se le veía extremadamente excitado y apoyaba su mano continuamente en la rodilla de mi esposa, sin atreverse a dar a sus caricias un mayor descaro. Ivonne permanecía delante de mí; poco a poco había acercado su trasero a mi vientre hasta mantener un estrecho contacto entre nuestros cuerpos. Su aroma era intoxicante, magnífico, era lascivia pura. Con frecuencia imprimía un movimiento oscilatorio a su trasero como queriendo estrechar aún más el contacto entre nuestros cuerpos, y palpaba con su mano mi verga, apretándola, acariciándola, sobándola. Yo me pegaba a ella restregando mi paquete contra sus nalgas mientras mis manos abarcaban con dificultad sus enormes pechos, que orgullosos evidenciaban unos pezones duros y erectos, dispuestos a responder a la menor caricia.

A medida que transcurrían las horas, nuestra excitación iba en aumento. Varias de las parejas que se encontraban en la pista se encontraban ya completamente desnudos, entregados por completo a las más lascivas caricias; una mujer se encontraba inclinada hacia delante sosteniendo y lamiendo el miembro de un hombre mientras otro la penetraba por detrás, en tanto que las personas que los rodeaban gritaban y los animaban a continuar con el espectáculo.

Otras parejas se encontraban en pleno coito acostados en el piso o apoyados en las columnas, y otras practicaban sexo oral a sus parejas. Era una bacanal. En medio de los gritos y de un escándalo ensordecedor, el conductor de la fiesta solicitó por el micrófono la presencia en el centro de la pista de aquellas mujeres que quisieran concursar con el tamaño de sus pechos; la que los tuviera más grandes, se llevaría como premio una gran caja de botellas del mejor tequila.

Una algarabía ensordecedora se posesionó entre los asistentes, mientras varias mujeres se empezaban a desprender de la parte superior de su vestimenta quedando con los pechos al aire.

  • Deberías concursar –le dije a Ivonne sopesando sus senos con mis manos-; tienes los pechos más grandes y más hermosos de todas las mujeres presentes.

  • No estoy segura –dijo vacilante-, ¿crees que tenga alguna oportunidad?

  • ¡Claro que sí! –le respondí-, sólo mira tus pechos; no hay nadie que los tenga mejor que tú.

  • Pero es que no vengo vestida apropiadamente –me dijo preocupada, aunque el brillo de sus ojos era más intenso-. Mi vestido es de una pieza y para mostrar mis pechos tendría que quitármelo completamente.

  • ¡Pues quítatelo!. Como quiera que sea, tu aspecto luce formidable –le dije sinceramente-.

Como dudando un poco de su decisión, Ivonne echó una mirada de reojo a Ricardo que en esos momentos se encontraba absorto besando a Claudia y tratando de acariciar sus pechos, y después se lanzó impetuosa hacia el centro de la pista. Su andar era lento y sinuoso, oscilaba exageradamente sus caderas como si fueran una mina de oro, mientras su vestido ondeaba mostrando a cada paso el inicio de sus nalgas perfectas. Sí, era una diosa, una diosa que irradiaba arrogancia y belleza de pies a cabeza. Cuando los reflectores la encontraron, la blancura de su piel se hizo más nívea, más hermosa, más deseable, haciendo que su figura destacara con mayor garbo entre las demás participantes.

Hasta esos momentos, mi atención se había focalizado exclusivamente en la figura de Ivonne, pero cuando bajé la cabeza, pude observar que la mano de Federico había desaparecido totalmente bajo la falda de mi esposa, quien para cubrirla, había extendido su vestido hasta sus rodillas para evitar que otros se percataran de lo que esta mano estaba haciendo. Yo me quedé viéndolos con interés desde atrás de ellos, pendiente de todos sus movimientos. No tardó mucho Miranda en abrir sus piernas, para permitir que la mano de Federico vagara libremente por entre sus partes sexuales. Pude ver cuando la mano de Freddy luchaba por jalar hacia abajo las pantaletas de mi esposa hasta sacárselas por los tobillos, y pude ver también los gestos nerviosos de Miranda cuando los dedos de Federico empezaron a penetrar una y otra vez en su vagina, y también cuando ella se sentó con sus nalgas en el filo de la silla para que esos dedos acariciaran y penetraran quizá el dulce orificio de su ano. ¡ Diosssss ! …. Cómo me excitaba ver a mi esposa en ese estado de éxtasis absoluto. Su cara mostraba una mezcla de gestos de placer y ansiedad; los dedos de sus manos retorcían con fuerza la tela de la chaqueta de Federico y sus ojos se cerraban y abrían desmesuradamente, angustiosamente, lo cual era una señal inequívoca de que Federico la tenía ya en las puertas del orgasmo. Mi miembro palpitaba con fuerza y sentía que mi ropa interior se encontraba empapada de líquido preseminal, por lo que tomé mi pañuelo y lo coloqué en la punta de mi miembro para absorber lo que más se pudiera de mis emisiones corporales. Fue inútil; una gran mancha húmeda comenzó a formarse en mis pantalones, a la altura de mi vientre. Decidí no hacer caso y seguir atento a las deliciosas y candentes escenas que se estaban produciendo entre mi esposa y Federico.

Un griterío que se produjo de pronto en el centro de la pista me sacó de mis contemplaciones. Cuando levanté la vista, vi que Ivonne se encontraba bailando en el centro mientras se despojaba de su vestido sacándoselo por la cabeza. Sus nalgas inmensas se contoneaban armoniosamente mientras su vestido desaparecía poco a poco dejando al descubierto su cuerpo desnudo, cuya piel brillaba por el calor del ambiente como una piedra preciosa, escultural y perfectamente moldeada. Finalmente se deslizó fuera de su vestido como una serpiente que cambiara de piel. Se veía joven y fogosa, su cuerpo destilaba sensualidad por todos los poros. Cuando sus pechos quedaron al aire, la gente empezó a aplaudir y a gritar mientras ella los bamboleaba de un lado hacia otro. Pronto aventó el vestido al suelo y empezó a quitarse las medias, que era lo único que le quedaba de vestimenta. Cuando me acerqué a la pista para recoger su ropa, me dedicó una sonrisa centellante y lo suficientemente malévola como para hacer sentir una monja a la más puta de las demás competidoras. Sus ojos tenían un brillo temerario y desafiante. Eran los ojos de una mujer que, a diferencia de muchas otras, se negaba a sentir culpa de sus excesos y que llevaba una existencia regulada por sus propios términos.

El baile acabó e Ivonne se dirigió desnuda hacia donde se encontraban el resto de las participantes, pero cuando intentó pasar entre la gente, varias manos empezaron a acariciarla rudamente abriéndole las nalgas y metiendo los dedos en su vagina y ano, mientras otras se apropiaban de sus pechos pellizcando dolorosamente sus pezones. Ella trataba de liberarse angustiosamente de esas manos que la maltrataban y le causaban dolor, pero cuando lograba deshacerse de unas, otras más surgían pellizcándola y dañándola severamente. Yo traté de llegar hasta ella para tratar de ayudarla pero la gente me lo impedía cerrando el paso. Y fue en esos momentos en los que el dueño del lugar, que fungía como conductor de la fiesta, hizo su aparición para rescatarla. Rápidamente la abrazó para protegerla y alejó a la gente de su entorno, impidiendo que se acercaran. Cuando llegué hasta ellos, Ivonne me echó los brazos al cuello y me abrazó llorando.

  • Oh Erick –me dijo-, estoy muy asustada. No sé lo que pasó; de pronto parecían furiosos y empezaron a maltratarme.

Discúlpanos –le dijo a Ivonne el dueño del club-. Están borrachos y quisieron hacerte sentir su desaprobación porque tú tomaste ventaja sobre las demás participantes al desnudarte completamente, siendo éste un concurso exclusivamente de senos. Discúlpanos, son leyes no escritas en este grupo que siempre hemos acatado, pero que desgraciadamente tú desconoces.

Una expresión de incredulidad apareció en el rostro de Ivonne, que no pudo evitar una mueca de disgusto. Algo quiso reclamar a las personas que la observaban y que sonreían con sarcasmo, con las mejillas encendidas y la malicia marcada en sus ojos, pero rápidamente desechó la idea por estúpida. Por unos momentos permaneció inmóvil, con el rostro convertido en una máscara, y después, con la cabeza gacha y en silencio, nos encaminamos hacia donde se encontraban nuestros acompañantes. Sin embargo, algo en mí quedó inquieto, herido, como si fuera una señal de que algo más grande y desagradable estaba por ocurrir.

Cuando llegamos con ellos, nos dimos cuenta de que ninguno se había percatado del incidente ocurrido en la pista: Ricardo había logrado despojar a Claudia de su blusa y sostén, y su boca se encontraba enfrascada en una lucha titánica con los pezones de sus pechos, en tanto que sus manos acariciaban con casi desesperación las piernas de la mujer, a quien le había remangado la falda hasta enredársela en la cintura. ¡Ni siquiera nos vio cuando regresamos!

Federico estaba igual. Lamía con desesperación los pechos de mi esposa mientras los dedos de su mano derecha se introducían en su cuerpo sin ninguna contemplación: uno en el ano y el otro en la vagina. Miranda se encontraba semiacostada en la silla con la falda en la cintura, exponiendo sus partes íntimas y jadeando con la mayor desvergüenza.

Aquel cuadro me hizo sentir incómodo, parecían animales entregados sin ningún recato a las más grandes perversidades. Me senté en una silla y suavemente atraje a Ivonne para que se sentara sobre mis piernas. Extrañamente su cuerpo, que aún permanecía completamente desnudo, no despertaba en mí otras sensaciones que no fueran la de una infinita ternura; de sus expresiones había desaparecido todo rastro de buen humor y había dado paso a un gesto que reflejaba una profunda tristeza. Permaneció en silencio, con su cabeza recostada en mi hombro; su piel era tibia y suave, despedía un delicioso aroma que sugería frescura y limpieza. Ella permanecía pensativa, mirando a la nada con los ojos llorosos. Lentamente mis labios se acercaron a los suyos apenas tocándolos. Ella correspondió tomando mi rostro entre sus manos e introduciendo su lengua entre mis labios en un prolongado y sensual beso.

  • Disculpen la interrupción–dijo una voz-. Veo que están sumamente entretenidos pero preciso interrumpirlos para invitarlos a que nos acompañen a las alcobas, estoy seguro que ahí estarán mucho más cómodos y con mayor privacidad. Les propongo utilizar la sala VIP que está reservada para nuestros amigos especiales y que cuenta con casilleros suficientes fuera de las áreas comunes. Y nuevamente mis disculpas por el mal rato que pasamos hace unos momentos.

La voz pertenecía al dueño del club, amigo de Ricardo (después supe que se llama Julio), que nos hacía esta invitación como un desagravio por el desagradable incidente ocurrido a Ivonne, aunque nuestros compañeros no comprendían a qué incidente se refería Julio, porque ninguno de de ellos se había percatado de lo ocurrido. Sin embargo, Ricardo agradeció el gesto y, después de que Ivonne se enfundara nuevamente en su vestido y guardara las medias en su bolso, nos dispusimos a trasladarnos a las famosas alcobas. En el camino, Ricardo le preguntó a Ivonne porqué estaba desnuda y a qué mal rato se había referido Julio. Ella, malhumorada, no quiso contestar; me jaló de la mano y se limitó a caminar de prisa contoneando con exageración sus increíbles nalgas.

Por una puerta simulada que todos desconocíamos y que se encuentra en la parte más oscura del fondo del salón, Julio nos condujo a un conjunto de habitaciones. En la primera de ellas, se encontraban unos casilleros en donde las personas guardan sus ropas y pertenencias mientras permanecen en las alcobas, asegurados con un candado cuya llave se cuelgan al cuello. Después, atravesamos un oscuro pasillo iluminado apenas con luces rojas en cuyos lados se ubican otras dos amplias y largas habitaciones, cada una de las cuales posee una especie de tarima larguísima acolchonada que hace la vez de cama, sobre las cuales se encuentran las personas desnudas en pleno acto sexual, todos contra todos. Aquél era el lugar preciso para los actos de perversión más inimaginables, un verdadero jardín de placeres y delicias.

Al final del pasillo se ubica una última habitación, más pequeña que las demás pero notablemente más confortable, reservada para los amigos o clientes especiales de Julio. Nosotros nos ubicamos ahí. Rápidamente nos desnudamos y nos dispusimos a continuar lo que habíamos interrumpido en el salón. Federico estaba tremendamente excitado; su miembro había adquirido dimensiones descomunales debido a una erección completa. Embelesadas, Ivonne y Miranda contemplaban como hipnotizadas aquella verga que a ellas les parecía fascinante. Sin poder contenerse, Miranda tomó entre sus manos aquél falo gigantesco y empezó a acariciarlo lentamente, saboreando cada centímetro de su pavorosa longitud. Acto seguido lo metió en su boca, lamiendo golosamente su chorreante punta de la que emanaban gruesas gotas de líquido preseminal. Federico entornaba los ojos con un gesto de agonía en su rostro, lanzando profundos suspiros entrecortados por las caricias que mi esposa le prodigaba. Sin poderse contener, Ivonne secundó el acto hincándose para lamer los testículos de Federico y también lamer la parte del miembro que Miranda no podía meterse en la boca. Yo miraba aquello con total fascinación, y tal vez con un poco de envidia por lo que Federico estaba disfrutando.

Fue Ricardo quien una vez más puso la nota discordante al proponernos la idea demencial de unirnos al grupo de personas que se encontraban en las alcobas practicando el sexo más desenfrenado. Yo quise protestar pero mi propuesta se perdió en el vacío. Sin esperar más, Ricardo simplemente tomó la mano a Claudia y la condujo a través del oscuro pasillo hasta la alcoba ubicada a la derecha de nuestra habitación. No de muy buena gana, seguimos a Ricardo y nos adentramos en la larga habitación en la que se encontraban aproximadamente unas veinte personas, entre hombres y mujeres, todos ellos entregados a las posiciones sexuales más perversas; incluso se observaban hombres bisexuales que montando a una mujer, recibían por el ano el miembro de otro hombre.

Todos quedamos petrificados ante esas escenas tremendamente eróticas. Federico miraba a su alrededor con los ojos desorbitados, que parecían haber perdido todo contacto con la realidad. Había colocado a Miranda delante de sí y le apretujaba los pechos mientras su inmenso miembro se introducía entre las nalgas de mi esposa sin penetrarla, manteniendo un suave vaivén con su cuerpo que hacía que de su miembro salieran continuamente densas gotas de líquido preseminal. De manera semejante, el miembro de Ricardo estaba también erecto, pero notablemente más pequeño que el de Federico. La mano de Claudia lo sostenía firmemente mientras uno de sus dedos sobaba su cabeza extendiendo su lubricación hasta la base del pene. Yo abrazaba a Ivonne acariciando sus pechos con las palmas de mis manos; su piel, que irradiaba lujuria, se sentía suave y ligeramente húmeda por la excitación del momento, despidiendo un delicado aroma de perfume. Mis dedos acariciaban sus duros y erectos pezones haciendo que su cuerpo respondiera involuntariamente como si le aplicaran una corriente eléctrica. Excitados ante la perspectiva del sexo, todos teníamos las mejillas encendidas y la malicia marcada en los ojos; nos encontrábamos pasmados, como transportados a un paraíso de lujuria en donde sólo prevalecía el sexo salvaje y desenfrenado.

Para las personas que participaban en aquella orgía nosotros no existíamos; nos miraban con la absoluta indiferencia de quien mira una mesa o una silla. Ocasionalmente las miradas de algunos hombres se posaban en los cuerpos de nuestras esposas, examinándolas como quien examina a una nueva víctima de sus correrías sexuales. Aquello era demasiado….. Ricardo descubrió un espacio libre en el extremo de la habitación y ni tardo ni perezoso cargó el cuerpo de Claudia y lo depositó suavemente sobre la gran cama, al tiempo que abría sus piernas e iniciaba un desesperado ataque bucal en las partes íntimas de la esposa de Federico, que gritaba de gusto y de placer. Federico por su parte se tendió boca arriba sobre la cama, lo que aprovechó Miranda para sentarse a horcajadas sobre su vientre y enterrar con evidente esfuerzo aquel enorme mástil en su sexo; Miranda sudaba y cerraba los ojos apretando los dientes ante las embestidas de Federico, quien como loco bombeaba una y otra vez mientras observaba cómo su esposa gozaba con la boca de Ricardo. Ivonne, conocedora de mis más íntimos anhelos, se había colocado en cuatro patas en la orilla de la cama, presentando ante mí el divino cuadro de sus inmensas nalgas; diosssss …… cómo me gustaba aquella mujer…….. Goloso, me dediqué a agasajarme sobando la tersísima y blanca piel de su trasero, besando e introduciendo alternativamente y con extrema delicadeza mi lengua en su vagina y su ano, arrancándole roncos gemidos de placer y haciendo que las uñas de sus dedos casi rasgaran la aterciopelada tela de aquella insólita cama.

Poco a poco, saboreando el momento y la sensación, introduje mi miembro en la cálida cueva de mi amiga; Ricardo no perdía detalle y observaba atento cómo mi miembro se perdía por completo en las entrañas de su esposa. Empecé entonces un dulce balanceo metiendo y sacando casi por completo mi verga de aquel estuche maravilloso. Ivonne gemía y retorcía sus nalgas en un movimiento circular como queriendo introducir aún más mi adolorido falo. ¡Cuánta delicia! El cuadro de mi esposa siendo cogida por el inmenso miembro de Federico, sus muecas de placer, el roce delicioso de la vagina de Ivonne sobre mi pene, la boca de Claudia literalmente devorando la verga de Ricardo, el desenfreno sexual de las demás parejas que cogían como enajenados, todo aquello aparecía ante mis ojos al mismo tiempo, en un mágico momento que era impensable borrar de mi mente por el tiempo que me quedara de existencia. Me sentía en el éxtasis. El momento perfecto de mi vida. De pronto, con un delicado movimiento Ivonne me sacó de su cuerpo y con las mejillas coloreadas me pidió que se la metiera por el culo. ¡Era lo único que faltaba para que mi dicha fuera completa! Con evidente delicia, abrí sus nalgas y observé el dulce agujero de su rosado culo; con cuidado lo lamí con mi lengua sintiendo cómo su esfínter se abría y se cerraba en un hermoso latido, como queriendo atrapar la punta de mi lengua. Ivonne gemía y se retorcía cuando mi lengua pudo introducirse en aquél estuche.

  • ¡Oh mi amor, dame más! ¡métemela por favor! –me suplicaba-.

Mi verga estaba a su máximo. Poco a poco fui introduciendo mi verga en aquel precioso y estrecho agujero, sintiendo cómo sus paredes se distendían trabajosamente hasta dar cabida por completo a mi miembro. Mis testículos chocaban con sus nalgas y el esfínter de su culo me apretaba la verga de una manera deliciosa, imposible de describir con palabras. Empecé a bombear lentamente saboreando cada movimiento, cada sensación, cada instante, deleitándome también con las nalgas de mi esposa que aparecían ante mí en todo su esplendor, mostrando sin pudor el rosado agujero de su culo deformado por la invasión de su vagina por la verga de Federico.

Y fue en esos instantes que como una ráfaga, apareció ante mis asombrados ojos la figura de otro hombre colocándose atrás de mi esposa tratando de introducir su verga por el agujero desocupado de mi mujer. Antes de que nadie pudiéramos hacer nada, aquél hombre le propinó a Miranda una terrible nalgada que dejó marcados sus dedos en el glúteo derecho de mi esposa. Sin pensarlo siquiera, me salí de Ivonne y tomando a aquel hombre por el cuello, lo azoté violentamente contra la pared presionando su tráquea con mi antebrazo. Me disponía a golpearlo con el puño derecho pero antes que pudiera hacerlo, varias manos me sujetaron los brazos y el cuerpo inmovilizándome, al tiempo que alguien me golpeaba fuertemente en la boca del estómago. En un instante todo se convirtió en un caos. Me costaba un agónico esfuerzo mantenerme erguido; el dolor era punzante y no podía respirar. Federico y Ricardo se levantaron de inmediato y se dispusieron a defenderme. Julio llegó corriendo al lugar de los hechos; se mostraba apenado y molesto con lo que había ocurrido.

  • Pero, ¿qué es lo que ha ocurrido aquí? –nos preguntó angustiosamente-.

Antes de que nadie pudiera contestar, el individuo que propinó la nalgada a Miranda se me acercó y me dijo, entre avergonzado y confundido :

  • Mira; .estoy muy apenado por lo ocurrido, pero ni siquiera me pasó por la mente que tú tuvieras inconveniente en que yo me uniera a ustedes para hacerle el amor a esta señora. Aquí las mujeres son de todos y nunca protestamos porque ellas cojan con quien se les venga en gana, es lo usual, y se veía que ella estaba realmente gozando cuando cogía con tu compañero. O tal vez lo que te molestó es el que le haya dado una nalgada, pero déjame decirte que casi a todas las mujeres presentes les gusta que les den nalgadas, las excita. Pero en todo caso, quiero aclararte, y a usted también señora –dijo refiriéndose a Miranda-, que en ningún momento quise ofenderla o causarle daño, y le pido disculpas si eso fue lo que ocurrió. Pero antes de entrar al club –continuó-, les aconsejo que discutan entre ustedes si son capaces de tolerar nuestras ideas y costumbres, para que no surjan problemas como éste.

  • Tiene razón –repuso Julio suavizando el tono de sus palabras-, en este club tenemos ciertas reglas y limitaciones que nos hemos impuesto y que respetamos para evitar conflictos, y tal vez yo haya sido el culpable por no habérselas explicado, pero supuse que Ricardo ya los había enterado. Pero no importa. Lamento mucho el inconveniente y les pido que lo olvidemos y nos sigamos divirtiendo.

Yo ya no lo escuchaba. Cuando el agresor de mi esposa dijo que le impresionaba la manera en que mi esposa estaba gozando cuando cogía con Federico, en ese momento me di cuenta de cuál era nuestra realidad, … y no me gustó. Veía a mi esposa ahí parada, con el cabello hecho un desastre, mostrando ante todos su cuerpo desnudo con una absoluta ausencia de pudor, con el semen de Federico aún resbalando por el interior de sus muslos. La vi sucia, descarada. Y luego ví a mis amigos y a sus esposas, igualmente sucios y sudorosos. Me dí cuenta entonces que habíamos llegado a los límites de la indecencia y la depravación, víctimas de nuestros propios errores al no cumplir con las reglas que inocentemente nos habíamos impuesto al inicio de nuestro pacto. Pero entre todo aquello, lo más doloroso era ver hasta dónde había llevado mi matrimonio con Miranda. De pronto añoraba aquellas palabras que si bien en estas circunstancias pudieran parecer cursis y ridículas, en épocas pasadas nos hablaban del inmenso cariño que existía entre mi esposa y yo. Hacía mucho tiempo que entre nosotros ya no hablábamos de esa manera, ya no nos acariciábamos amorosamente la cara ni nos besábamos discretamente. No, nuestro matrimonio se estaba yendo irremediablemente a pique.

Miranda permaneció parada mirándome fijamente a los ojos, con una expresión de infinita tristeza en su rostro. Era como si hubiera leído mis pensamientos, como si también se hubiera dado cuenta de que nuestro matrimonio se estaba enfilando directo hacia el fracaso.

  • Me voy a casa –le dije-. Quédate si quieres; estoy seguro de que ni Ricardo ni Federico tendrán inconveniente en llevarte de regreso cuando termines.

En su voz se advirtió una súbita nota de calidez cuando me respondió.

  • Me voy contigo Erick; sólo espérame un momento mientras me aseo un poco.

Nos encaminamos juntos a tomar una ducha y vestirnos. Atrás de nosotros, en silencio, venían también nuestros cuatro amigos.

  • Erick, -me dijo Ricardo-, lamento que incidentes tan desagradables hayan ocurrido y me siento un poco culpable de ello por haberlos comprometido a reunirnos en este club. Creeme, nunca pensé que las cosas se derivaran de esta manera.

  • No te preocupes Richard, -le dije-. En realidad nadie tiene la culpa de nada, porque la decisión la tomamos todos. Pero no es lo que ha ocurrido en el club lo que me tiene tan molesto, en realidad esos incidentes no tienen ninguna importancia. Lo que realmente me molesta es ver hasta qué niveles tan bajos hemos llevado a nuestros matrimonios y a nuestras mujeres. Las exhibimos como si fueran animales en celo, y nos las cogemos frente a desconocidos que se sienten con el derecho de cogérselas sin su consentimiento y delante de nosotros como si no existiéramos. Todo esto es una experiencia inusual para mí Ricardo. Me he dado cuenta que nuestros valores y nuestra sensatez se han esfumado, y cada vez nos hundimos más y más. ¿Qué ha pasado con nuestros acuerdos y nuestros pactos? Nada, nos han valido un carajo. Nos hemos dejado llevar por el ímpetu del sexo y hemos lastimado sin piedad a nuestros matrimonios con nuestras malas decisiones. Yo ya no puedo hablar con mi esposa de cariño ni de nimiedades de enamorados. Lo siento fuera de lugar. Ahora sólo hablamos de sexo y de cómo cogimos con otras personas. Eso no es lo que queríamos al principio Richard, -le dije dirigiéndome también a Federico y a nuestras esposas-. Lo que queríamos era algo placentero, discreto, sin compromisos, entre amigos, …… y mira dónde estamos. No, creo que debemos replantear nuevamente nuestros acuerdos si queremos seguir con esto, y obligarnos a cumplirlos estrictamente, sin excusas. De otra manera, nosotros no seguiremos con esto –les dije refiriéndome a Miranda y a mí-.

  • Creo que tienes razón Erick –señaló Federico-. Les propongo reunirnos en mi casa el próximo sábado para discutir esto, porque me parece que en este momento nos encontramos en el sitio menos indicado para hacerlo y en las condiciones más inadecuadas –haciendo alusión a que todos aún estábamos totalmente desnudos-. Hablaremos y tomaremos decisiones serias encaminadas a corregir errores que hayan impactado en nuestra vida matrimonial, porque nosotros también estamos de acuerdo en que nuestras relaciones se han enfriado un poco –dijo refiriéndose a Claudia y a él-.

Todos estuvimos de acuerdo con lo dicho por Federico que más que una propuesta, era una exposición de hechos. Sin más comentarios, nos dirigimos a las duchas y nos retiramos del lugar después de despedirnos tímidamente.

Desde entonces, nos hemos reunido nuevamente varias veces con nuestros amigos, y en algunas de esas ocasiones hemos reanudado nuestros encuentros sexuales con ellos, pero siempre cumpliendo con las premisas acordadas conjuntamente.

Y desde entonces también, Miranda y yo hemos estado enfrascados en la difícil tarea de armonizar nuevamente nuestro matrimonio. No queremos romper con nuestros amigos, los queremos mucho y nuestros encuentros sexuales con ellos son realmente placenteros, pero ha sido muy difícil retomar el mismo trato que tenía con mi esposa antes de nuestros intercambios. No obstante, cueste lo que cueste, estamos firmemente resueltos a corregir nuestros errores y a retomar la armonía de nuestro matrimonio, y no me cabe la menor duda de que lo lograremos.

Este proceso de reencuentro entre mi esposa y yo, ha sido el principal motivo de mi demora en publicar este capítulo de nuestras experiencias en intercambios de parejas, que por cierto será el último de todos ellos. Espero que las escenas y situaciones que describimos y relatamos, todas ellas verídicas, les sean de alguna utilidad a nuestros amables lectores, y no incurran en errores similares que puedan poner en riesgo la estabilidad de sus matrimonios.

No olvidemos que cuando uno se enfrenta a lo desconocido, lo único seguro es la incertidumbre, y que ello nos lleva a tomar decisiones muchas veces equivocadas. Debemos analizar nuestras acciones detenidamente, haciendo hincapié en las consecuencias que se deriven de ellas, y veremos entonces que a veces las soluciones a esos problemas suelen ser de una ingeniosa simplicidad. Debemos caminar despacio, paso a paso, sin apresuramientos, imponiéndonos criterios moderados discutidos previamente con nuestras parejas, sin llegar a extremos que pudieran resultar peligrosos. Los planes improvisados usualmente se disuelven en el caos, y es extremadamente difícil volver a retomar el camino adecuado. Estoy seguro que una buena comunicación entre las parejas involucradas y buen planteamiento de las acciones, darán como resultado un intercambio sexual placentero, sin duda alguna.

Nuevamente, gracias por su paciencia ……..