Mi estreno en intercambios (3) (verídico)

Primeras experiencias de intercambios para una pareja conservadora y tradicionalista.

Nota : No intento inundar mis relatos con episodios fantasiosos cuyo único propósito sea el de excitar al lector narrándole escenas irreales de lujuria y sexo; lo que aquí se relata son experiencias verídicas buenas y malas que fueron consecuencia de nuestro primer intercambio de parejas, y se publican con el objetivo fundamental de que puedan servir de orientación para quienes, como yo, se están iniciando en este mundo maravilloso de los swingers. Es por ello que pido disculpas de antemano a aquellos lectores que consideren aburridos algunos pasajes de estos capítulos, que por desgracia resultaron así por ser verídicos. Hecha esta aclaración, continúo con la narración de mis experiencias.

Con las imágenes aún frescas en mi cerebro y con el cuerpo todavía cargado de adrenalina por las experiencias acumuladas desde la noche anterior, nos despedimos de nuestros amigos para dirigirnos a nuestra casa. Ricardo nos acompañó al automóvil y sonrió divertido al ver la lucha inútil de mi esposa por tratar de cubrir sus piernas con aquella minúscula minifalda. ¡Qué hermosa es!, -pensaba yo en esos momentos mientras admiraba los pequeñísimos bellos dorados que brillaban al sol en contraste con la blancura de la piel desnuda de sus muslos. Era esa sin duda la visión más bella que yo había tenido de mi esposa desde hacía mucho tiempo. Orgulloso de haber sido su elegido, deslicé una de mis manos hasta colocarla sobre su entre pierna, palpando la tersa piel de la parte interna de sus muslos y acariciando los labios de su sexo con mi dedo más pequeño. Ella se estremeció al contacto y me sonrió voluptuosamente mientras colocaba un abrigo sobre su regazo, para impedir que otros se percataran de lo que mi mano hacía.

Me sentía contento y satisfecho, y sin embargo, algo ocurría en mí que no lograba identificar totalmente pero que de alguna manera me hacía sentir incómodo. El silencio de Miranda me indicaba que ella también se sentía igual; desde que despertamos esa mañana la notaba extrañamente callada, avergonzada, incómoda consigo misma, como si se esforzara mucho en mirarme a los ojos.

  • ¿Qué tienes? –le pregunté-, ¿porqué estás tan callada?, ¿acaso hice o hicimos algo que no fuera de tu agrado?

  • No, no me hagas caso –me respondió-, creo que solamente estoy desvelada.

  • Tú sabes que no es eso –le dije -, si hay algo que no te gustó es mejor que lo digas para poder aclararlo; este asunto es en extremo delicado y debemos ser claros con las cosas que nos disgustan para poder darles solución, o de lo contrario corremos el riesgo de echar a perder todo lo que hemos acordado.

Un ligero sonrojo apareció en su rostro y la miré a los ojos fijamente, tratando de averiguar el motivo de su turbación.

  • Es cierto –me dijo-, hay algo que no me ha dejado de molestar desde hace que me desperté, aunque sé que no hay ninguna razón que justifique que me sienta así. Me da mucha pena decírtelo -ella se sonrojó aún más e involuntariamente bajó la mirada-, pero no me gustó haber rebasado mis propios límites al permitir que tú y Ricardo me poseyeran al mismo tiempo, ni tampoco me gustó haber propiciado que a Ivonne se lo hicieran de la misma manera, y mucho menos me gustó haber visto con cuánto entusiasmo le hiciste el amor a Ivonne, porque cuando lo hacemos tú y yo nunca te muestras tan apasionado. Me siento muy mal mi amor, pero te repito que no me hagas caso, porque ni yo misma entiendo lo que me ocurre.

  • Es cierto –le respondí sin perder la serenidad-, a mí tampoco me gustó ver cómo te entregabas a Ricardo sin ningún recato y sin el mínimo pudor; me dolió ver cómo le dabas con tanta facilidad todo aquello que a mí me costó tanto trabajo obtener de ti. Cuando hacemos el amor, tú nunca me demostraste tanta pasión ni tanta fogosidad como cuando lo hiciste con él. Sí, yo también me sentí mal en esos momentos, pero sabíamos a lo que íbamos y sabíamos también cuáles iban a ser las consecuencias.

  • Lo sé, mi amor –me respondió-, pero siento como si señales de peligro se estuvieran evidenciando. Esta es tan sólo la primera vez y ya llegamos más lejos de lo que pensábamos en un principio. Tenemos un matrimonio maravilloso y existe el riesgo de que destruyamos en segundos lo que nos ha costado años construir. Tengo miedo de que impulsos locos y desenfrenados como los que tuvimos esta noche nos hagan cometer errores que después tengamos que lamentar toda la vida.

  • Tienes razón; pero sin embargo, en mi opinión hemos llegado a un punto sin retorno. Si nuestra aparentemente inocua decisión de intercambiar pareja con nuestros amigos se nos está revirtiendo dañando nuestra relación, creo que la única solución sensata es terminar con todo esto de una manera definitiva y contundente.

  • ¿Quieres decir no volver a ver a Ivonne y a Ricardo?

  • Así es -le dije-, a menos que se te ocurra otra cosa.

Molesta por mi propuesta, los ojos de Miranda me miraron como rojos tizones de resentimiento, con expresión de evidente recelo.

  • Está claro que me equivoqué al contarte todo esto –me replicó con severidad-, pero yo creo que en lugar de deshacernos de nuestros amigos, debemos ser más tenaces en controlar nuestros impulsos en lugar de que ellos nos controlen a nosotros. Necesitamos tener autodominio de las circunstancias para evitar hacer cosas que en momentos como los que vivimos con ellos, nos puedan ocasionar dolor durante toda una vida. El problema es de nosotros, no de ellos; así es que definitivamente no estoy de acuerdo con tu propuesta.

La discusión se empezaba a tornar difícil; era evidente que ella se mostraba totalmente renuente en terminar nuestra relación con Ivonne y Ricardo.

  • Estoy de acuerdo contigo -le dije-, pero fuiste tú la que acusaste los efectos negativos de nuestro intercambio. Yo sé que es muy difícil imponer límites a nuestro comportamiento sexual en momentos tan ardientes como los que pasamos con ellos; pero insisto, sabíamos a lo que íbamos, así es que si no estás de acuerdo con lo que hicimos y de la manera en que lo hicimos, pues haz una propuesta alternativa a la que te mencioné.

Miranda asintió con la cabeza en silenciosa aceptación, pero se advirtió en ella un gesto de absoluta hostilidad.

No volvimos a cruzar palabra durante el resto del trayecto que de ahí en adelante se hizo interminable. Permanecimos en silencio meditando sobre nuestros errores, sobre nuestras equivocadas decisiones, aunque en el fondo yo también estaba totalmente convencido de que para ambos, la posibilidad de terminar nuestra relación con Ivonne y Ricardo era impensable.

Los días pasaron y la actitud entre nosotros, aunque cariñosa, seguía siendo un poco tímida y distante. El miércoles por la noche hicimos el amor sin que en ninguno de los dos se manifestara una excitación excepcional durante nuestro acto sexual, resultando incluso ser el más frío de cuantos hayamos tenido anteriormente.

  • No podemos seguir así Erick –me dijo con voz nerviosa-, estamos echando por la borda lo mejor de nuestro matrimonio; debemos encontrar una solución razonable y reencontrarnos sexual y sentimentalmente, no tenemos alternativa -y empezó a llorar perdiendo la compostura-.

  • No te preocupes, creo que lo más conveniente será plantearles el problema abiertamente a Ivonne y a Ricardo, para que juntos encontremos la solución más adecuada.

  • Hazlo por favor mi amor –me dijo dibujándose en su rostro el inicio de una sonrisa-. Ivonne ya me ha hablado por teléfono por lo menos cinco veces diarias reclamándome el hecho de que ya no queremos verlos. Ya no sé qué decirle.

  • A mí también me ha hablado Ricardo en varias ocasiones, pero no he querido contestarle.

Sin dudarlo más, tomé el teléfono en esos momentos y le marqué a Ricardo, quien de inmediato contestó.

  • Últimamente han hecho todo lo posible por eludirnos –me reclamó-, no creemos merecer esa actitud por parte de ustedes si nosotros no hemos hecho otra cosa que cumplir estrictamente lo que acordamos.

  • Estoy consciente de ello y les pido mil disculpas. Y sí; realmente tenemos un serio problema que por su delicadeza necesitamos planteárselos personalmente. Es difícil precisar los detalles por teléfono, por eso queremos invitarlos a cenar mañana por la noche. ¿Estás de acuerdo?

  • Completamente de acuerdo –me contestó después de consultarlo rápidamente con Ivonne-. ¿Te parece bien a las ocho en el restaurante de siempre?

  • Perfecto –le respondí-, ahí nos veremos.

La impaciencia se reflejaba en el rostro de Miranda por saber lo que habíamos platicado.

  • ¿Qué pasó?,…. ¿qué acordaron? –me preguntó ansiosa-.

  • Mañana iremos a cenar con ellos –le indiqué-. Necesitamos ponernos de acuerdo en la forma en que les plantearemos nuestros problemas, abiertamente, sin esconder nada; solo así podremos encontrar una solución conveniente.

Miranda lanzó un suspiro de satisfacción; era obvio que lo que ella menos deseaba era terminar aquella relación con nuestros amigos. Tímidamente me dio un «gracias» y un beso en la mejilla, arrepentida tal vez de haber iniciado con su reacción esta serie de acontecimientos tan desagradables.

A partir de ese momento, la actitud de Miranda cambió radicalmente. Era asombroso que un simple intento de mi parte por arreglar las cosas pudiera restablecer hasta tal punto su estado de ánimo. Su carácter volvió a ser el mismo de siempre como por arte de magia, amorosa, sensual, melosa, alegre, …….

Cuando llegamos al restaurante al otro día, Ivonne y Ricardo ya nos estaban esperando. En la medida en que los poníamos en antecedentes de lo que nos había ocurrido, noté que el enojo y sus temores se desvanecían rápidamente dando paso a una actitud mucho más condescendiente y comprensiva.

  • Entendemos perfectamente su problema –dijo Ricardo-; de hecho, nosotros ya habíamos considerado esa posibilidad cuando notamos en Miranda el cambio de actitud después de aquella noche. Y es natural, los celos son normales cuando observamos a nuestra pareja hacer el amor con un extraño, y más aún cuando durante ese acto nuestras emociones y sensaciones se multiplican y se manifiestan con una intensidad inusual, como ocurrió con nosotros. Pero no es nada que tenga que ver con el enamoramiento y el cariño, es algo puramente sexual y nada más. Estoy seguro que cuando comprendan esto plenamente, dejarán de sentir esta incomodidad que tanto les preocupa. Tú a mí me fascinas –dijo refiriéndose a Miranda-, pero de ninguna manera te cambiaría por mi esposa.

  • Sin embargo –continuó Ricardo-, Ivonne y yo hemos platicado largamente sobre este asunto y hemos llegado a la conclusión de que la mejor solución, si están ustedes de acuerdo en continuar con este tipo de relación con nosotros, sería la de invitar a otras parejas a formar parte de nuestro grupo; de esa manera, nuestro trato se volvería más impersonal en lo que al aspecto sexual se refiere y menos comprometido.

Miranda y yo escuchábamos en silencio la insólita propuesta de Ricardo, pero la manera en que planteó sus argumentos hizo que sus aparentemente irrazonables palabras empezaran a cobrar sentido.

  • Suena descabellado, pero parece ser una buena solución –le respondí-; sin embargo, ¿en dónde vamos a encontrar una pareja que se ajuste a nuestras exigencias?

  • En nuestro propio grupo de amigos–dijo calmadamente Ivonne-. Mira, desde hace mucho tiempo, cuando tratábamos de convencerlos a ustedes de que pudiéramos intercambiar a nuestros cónyuges, accidentalmente nos dimos cuenta de que había una pareja entre nosotros que parecía estar dispuesta a hacer lo mismo, por lo que empezamos a realizar con ellos una labor de convencimiento en forma paralela a la de ustedes. Sin embargo, pusimos mucho mayor énfasis en ustedes porque nos gustaban más, y terminamos por dejar a un lado a los otros amigos para enfocarnos en ustedes.

  • ¿De quiénes estás hablando? –le inquirió Miranda-

  • Aunque las reglas de la discreción recomiendan no revelar nombres, creo que en esta ocasión es necesario hacerlo –nos dijo Ivonne buscando con la mirada la aprobación de su marido-. Son Federico y Claudia.

  • ¿Claudia? ,….¿la caderona? –le pregunté más que sorprendido-, no lo creo,….. no creo posible que puedas persuadirla ni tampoco a su marido. El tipo es un témpano –le dije intercambiando con Miranda una mirada de incredulidad-.

  • Ni por un momento lo creas –dijo Ricardo-. Un día, cuando nos reunimos en la casa de Manolo en semana santa, ¿recuerdas?, sorprendí a Freddy observando de la manera más lasciva a mi esposa cuando se encontraba en la alberca. Tan absorto estaba en su contemplación, que no se percató de que yo estaba a su lado desde hacía varios minutos. Yo le pregunté si le parecía que mi esposa estuviera buena y cachonda, y noté que la sorpresa se convirtió en asombro cuando observó que era yo el que le hacía esa pregunta. No pudo responderme, se puso colorado como un tomate y se limitó a asentir con la cabeza….. y eso que no la has visto con su bikini floreado, -le insistí-; estoy seguro que si la vieras con él te seguirías masturbando mentalmente durante todo el día. Entonces me dijo que porqué le hacía ese tipo de comentarios; yo le respondí que se los hacía para que se diera cuenta de que no me molestaba en absoluto que mirara con esos ojos a mi esposa; que al contrario, me complacía enormemente que lo hiciera porque de esa manera me demostraba su admiración por ella.

  • ¿Se dio cuenta Ivonne de lo que pasaba? –preguntó Miranda curiosa-

  • No –le respondió-, aunque después de que se lo comenté, Ivonne empezó a plantarse ante él con las posturas más descaradas e indecentes posibles; ¿no es verdad mi amor? –le preguntó a su esposa-.

  • Es cierto –respondo Ivonne-, y deberías haber visto la cara de Freddy cuando por un descuido se me cayó la servilleta y al agacharme frente a él a recogerla, casi se me salen los pechos del sostén. Es un hombre extremadamente ardiente; cuando estamos en la alberca se la pasa observando con deleite a las mujeres, a tal grado que sus pantalones están permanentemente manchados por su continua erección.

  • Pero eso no es indicativo de que acepte intercambiar a su esposa –le dije-

  • No te preocupes –me dijo Ivonne-, en estos menesteres mi intuición es verdaderamente asombrosa. Yo sé que él quiere algo conmigo y también sé que por lograrlo, está dispuesto a compartir también a su esposa, quien dicho sea de paso, también tiene lo suyo. Creéme, sé que puedo convencerlo de que acepte, y también a Claudia, que ya me ha dado indicios de querer hacerlo con nosotros.

  • Pues ustedes dirán qué es lo que hacemos –les dije-

  • Mira Erick, –me dijo Ricardo-, no se nos ha olvidado que próximamente será tu cumpleaños; ¿qué te parece si invitamos a Freddy y a Claudia de este sábado que viene en ocho y te damos la sorpresa de llegar a tu casa en Cuernavaca?; de esa manera nuestras esposas tendrán tiempo suficiente para trazar un plan, ya sabes que para eso se pintan solas.

  • ¿Qué piensan ustedes? –les pregunté a Ivonne y a Miranda-

  • Me parece perfecto –respondió Ivonne-, solo tenemos que ponernos de acuerdo para comprar un par de cosillas que necesitaremos para la reunión. En previsión de los imponderables que pudieran surgir, debemos determinar con precisión todos los detalles de nuestro plan, y para ello, necesitamos reunirnos a platicar tú y yo con toda calma en mi casa; ¿no es así Miranda? -le preguntó con un extraño brillo en sus ojos-.

  • Como quieras, –le dijo mi esposa con ojos radiantes-, luego les comunicaremos a nuestros maridos lo que hayamos acordado para estar en sintonía.

  • Pues no se diga más, –señaló Ricardo con no poca satisfacción-. Mañana mismo hablaré con Freddy para hacerle la propuesta. Les avisaré de inmediato sobre los resultados que obtenga.

  • Pero, ¿crees que puedas persuadirlos de que vayan? –les dije-

  • No te preocupes, –respondió Ricardo-, estoy absolutamente seguro de que Federico hará lo que sea con tal de no perderse esa reunión.

Miranda no podía ocultar su euforia cuando nos despedimos de nuestros amigos. Ya no era un secreto para mí el hecho de que ella se sintiera unida a Ivonne por lazos que iban más allá de los estrictamente amistosos; pero no me importaba, es más, me agradaba que así fuera. Su cara ahora mostraba la plácida expresión de quien ha recuperado una joya perdida.

Al otro día, Ricardo nos llamó para comunicarnos los resultados de su gestión :

  • Acabo de hablar con Freddy, –me dijo-. Al principio se mostró un tanto evasivo y nervioso por la carga de trabajo que en ese momento tenía, pero cuando le expliqué de lo que se trataba, el cambio en su voz resultó evidente. Sin dedicar mucho tiempo a considerar la idea, me dijo que para esos días tenía una agenda muy comprometida, pero que una reunión de esa naturaleza justificaba sobradamente la alteración de dicha agenda por muy apretada que estuviera; que irremediablemente contáramos con él para esta reunión. ¿Ya ves?, te dije que convencerlo no iba a ser ningún problema.

  • Hubiera sido interesante ver su expresión cuando le dijiste de qué se trataba.

  • ¡Ya lo creo! –respondió Ricardo-; sobre todo me divirtió mucho la excitación de sus palabras.

  • Entonces, ¿cómo quedó el arreglo? –le pregunté-.

  • Quedamos de vernos de este sábado que viene en ocho, a las diez de la mañana en tu casa de Cuernavaca; yo voy a llegar una hora antes para ayudarte a preparar las cosas. Le dije que era una sorpresa, pero que no se olvidara de llevar trajes de baño y ropa adecuada, porque seguramente nos la íbamos a pasar en el sol junto a la alberca.

  • Perfecto –le dije-, los espero entonces a las nueve de la mañana, salvo que nuestras esposas determinen otra cosa cuando platiquen entre ellas.

Cuando comenté con Miranda esta conversación, se puso excepcionalmente contenta. Consideramos entonces conveniente partir dos días antes a nuestra casa de Cuernavaca, para hacer los arreglos pertinentes.

Cuernavaca en una población ubicada aproximadamente a 80 kilómetros de la Ciudad de México; su extraordinario buen clima oscila en promedio entre los 25 y 30 grados centígrados durante todo el año, razón por la cual se ha ganado el nombre de «la ciudad de la eterna primavera». Durante muchos años, mis padres vivieron en una casa de campo cercana a esta población, la cual pasó a mis manos cuando ambos fallecieron. Sin ser una mansión, la casa es bastante cómoda y confortable, y aparte de su extraordinaria tranquilidad, su mayor atractivo lo constituyen el casi centenar de árboles frutales que existen en su huerta y una alberca de muy buenas dimensiones, que hacen de este lugar el sitio ideal para descansar.

Así pues, el jueves llegamos a Cuernavaca para iniciar los arreglos necesarios; el ánimo de Miranda era excelente, casi eufórico. Me comentó que me tenía varias sorpresas preparadas, producto de sus entrevistas con Ivonne.

  • ¿Y cómo te fue con Ivy? –le pregunté maliciosamente-; ¿cuántas veces se metieron al jacuzzi?

Entre sorprendida y avergonzada, ella no acertaba qué responder.

  • No sé porqué te empeñas en hacerme preguntas de esa naturaleza, – me respondió con la cara roja de vergüenza-. Lo haces solo para molestarme.

  • Bueno –le dije con una torcida sonrisa -, no es necesaria mucha imaginación para saber qué fue lo que acordaron durante esas entrevistas, haciendo especial énfasis en la palabra "acordaron".

  • No te puedo negar que me gusta mucho la compañía de Ivonne –me respondió con voz súbitamente trémula-, ni tampoco que nuestra relación me hace sentir excepcionalmente bien. Ivonne es muy bonita y con su trato y atenciones me hace sentir que yo también lo soy, y mira que ya no soy precisamente una jovencita.

  • No mi amor –le dije con sinceridad-, lo que pasa es que no te has dado cuenta de lo hermosa que eres, que has sido siempre. Te lo digo en serio, no te cambiaría por nada en el mundo, pero ojalá y no se te ocurra nunca que esa misma relación que tú tienes con Ivonne, la tenga yo con Ricardo. Ni se te ocurra; yo estoy perfectamente bien en ese sentido –le dije entre risas-; además, me han dicho que entre hombres duele mucho y de ninguna manera pienso probarlo, y menos con Ricardo que parece tener tres piernas.

El sábado nos levantamos temprano. En Cuernavaca Miranda siempre duerme desnuda debido al agobiante calor, por lo cual se cubre únicamente con una sábana. Su cuerpo, sin embargo, se conserva siempre inusitadamente fresco y tibio, con la delicada tersura de un recién nacido. Al retirar la sábana que la cubría, no pude menos que acariciar sus pechos y besar su espalda inmaculadamente blanca, mientras trataba de abrir sus nalgas e introducir mi miembro que a esas horas se presentaba completamente rígido.

  • ¿Estas seguro de querer hacerlo, mi amor?, –me preguntó con una voz que parecía un ronroneo-. ¿No crees que sería mejor aguardar para que puedas cumplir adecuadamente con lo que te espera este día?

  • Creo que tienes razón, –le dije-, aunque quién sabe qué tan dispuesta sea Claudia para estos menesteres. Ojalá y no me quede como el perro de las dos tortas, sin nada de nada.

  • No te preocupes mi amor; si eso sucediera, que lo creo sumamente improbable, yo no voy a permitir que te quedes en ayunas; te lo prometo –me dijo sobando delicadamente mi miembro y dándole un beso en la roja cabeza.

Faltaban diez minutos para las nueve de la mañana cuando llegaron nuestros amigos. Ivonne iba enfundada en un short blanco que dejaba al descubierto sus macizos muslos y una blusa semitransparente anudada a la cintura. Como siempre, no llevaba sostén, razón por la cual sus senos se balanceaban temblorosos a cada paso que daba. Se veía hermosa y provocativamente sensual. Ricardo advirtió en mis ojos la mirada inconfundible de un degenerado sexual.

  • Qué bueno que las cosas volvieron a su curso normal –me dijo-. Cuando termines de desnudar a mi esposa con la mirada, me gustaría que voltearas a verme para saludarme; yo también ya estoy aquí.

  • Discúlpame Richard, pero con lo esplendorosa que viene Ivonne no es fácil quitarle la vista de encima, –le dije dándole un abrazo de bienvenida-.

  • Qué bueno que te siga gustando mi amor –me dijo Ivy al tiempo que restregaba sus senos en mi pecho y tomaba una de mis manos para colocarla en sus nalgas, ante la mirada sonriente de Miranda y de Ricardo-; ya verás qué buen regalo te hemos preparado para el día de tu cumpleaños.

Cuando dejó de abrazarme, tomó de la mano a Miranda y juntas se encaminaron hacia el interior de la casa, contoneando sus nalgas de manera exagerada y volteando repetidamente hacia nosotros para burlarse de nuestra reacción.

  • Caray, –le dije a Ricardo-; ¿qué te parece si mejor nos olvidamos de todo lo demás y las atrapamos ahora mismo para metérselas hasta por las orejas?

  • No me digas porque me convences, –me respondió-, pero creo que es más conveniente esperar, porque lo que viene pudiera ser muy interesante; ¿no crees?

  • Ojalá y no te equivoques, –le dije sin estar plenamente convencido-.

Descargamos las maletas del auto y procedimos a cambiarnos de ropa por una más adecuada. Apenas entraba la mañana y ya el sol estaba en pleno esplendor, haciendo que el ambiente se tornara cada vez más caliente y sofocante. Sin camisa y con unos pantaloncillos cortos, Ricardo y yo nos acomodamos en un par de camastros junto a la alberca, colocando cerca una sombrilla que nos proporcionara sombra para no quemarnos. Poco tiempo después llegaron hasta nosotros Ivonne y Miranda, como casi siempre lo hacían, tomadas de la mano como dos inseparables colegialas.

Cada una portaba un vestido cortísimo, más aún que aquellos que utilizan las jugadoras de tenis; sus faldas tableteadas se levantaban hasta la cintura en cada vuelta que daban. La tela de los vestidos era vaporosa, casi transparente, bajo la cual se dejaba adivinar el contorno magnifico de sus cuerpos. Pero lo más impresionante era su escote, tan amplio y tan suelto que cuando se agachaban, sus pechos colgantes quedaban completamente visibles para quien estuviera situado frente a ellas. Ambos vestidos eran semejantes, aunque no totalmente iguales; se diferenciaban en el corte y en los dibujos estampados seguramente para dar la impresión de que fueron adquiridos en lugares distintos y no como parte de un plan preconcebido, pero en los dos, las aberturas de las mangas eran tan amplias que se podía apreciar sin ningún esfuerzo más de la mitad de sus pechos. Sus pantaletas, sin ser de hilo dental, dejaban al descubierto una generosa porción de sus aterciopeladas nalgas.

  • ¿Qué les parece?, -nos preguntó Ivy al vernos casi babeando por la impresión-, ¿creen que esta ropa sea lo suficiente sugestiva como para despertar la lujuria de Federico?

  • Pues si con eso no despierta, tampoco podría despertar aunque le hicieran explotar un petardo en el culo –le respondí-.

  • ¿Les apetece alguna bebida?, –nos dijo Ivonne-.

  • Se los agradecería infinitamente –le dije-; el calor ya nos está matando.

  • La prefieres de limón o de naranja –me preguntó Miranda sacando los pechos de su vestido y ofreciéndomelos en la cuenca de sus manos-.

  • Creo que me gustaría una mezcla de ambas, -le dije mientras tomaba los dos pechos con mis manos y acariciaba con mi lengua sus pezones, los cuales respondieron de inmediato poniéndose rígidos al contacto-.

Riéndose con los pechos al aire y balanceándolos a cada paso que daba, Miranda nos dio la espalda para acompañar a Ivonne por las bebidas. Cuando regresaron, platicamos brevemente sobre las estrategias que íbamos a poner en práctica cuando llegaran nuestros invitados. Instantes después, en nuestra conversación se produjo una pausa al escuchar el timbre de la puerta; Claudia y Federico habían llegado también unos minutos antes de la hora prevista.

Fue Ricardo quien junto con Ivonne, insistieron en abrir la puerta para dar la apariencia de que yo no estaba enterado de la asistencia de ellos a nuestra reunión. Una vez que entraron, con beneplácito y fingida sorpresa, aunque no sin cierto nerviosismo, Miranda y yo nos dirigimos a recibirlos a la puerta.

  • Qué milagro Federico –le dije-, menuda sorpresa nos has dado.

  • Venimos a felicitarte por tu cumpleaños –dijo-; esperamos no ser inoportunos.

  • De ninguna manera; pasen por favor, están en su casa –les dije – y muchas gracias por haberse acordado de nosotros en este día.

  • Felicidades –me dijo Claudia dándome un abrazo y un cálido beso en la mejilla-. Veo que no has cambiado nada Erick, sigues igual que siempre.

  • Tu sí has cambiado Claudia; -le respondí-, pareces aún más joven y guapa que la última vez que te vi.

  • Veo que no se le ha quitado lo galante y lo mentiroso a tu marido, –le dijo Claudia a Miranda mientras la saludaba con un beso en la mejilla-.

  • Pero es cierto Claudia, –le respondió alegremente-, también yo te veo cada vez más guapa.

Claudia es una mujer trigueña clara de no más de 37 años de edad. Sus ojos cafés son de gran belleza al igual que sus delicados rasgos faciales y su tersa piel; su estatura alta y su bien formada figura se evidenciaba pese a su clásico estilo de vestir. Llevaba un vestido de corte discreto, aunque provocativamente corto, con una abertura en la falda que dejaba al descubierto unas piernas deliciosamente formadas y unos exquisitos muslos regordetes.

Federico por su parte es un hombre flaco y membrudo, de rasgos duros como una piedra y extremadamente introvertido; parece estar siempre callado y taciturno y su escueta sonrisa ocultaba un carácter sumamente serio. Sus ojos inquietos se mueven continuamente de un lado a otro como queriendo captar escenas que para otros pasan desapercibidas. Siempre inmerso en sus pensamientos, para nadie era ya un secreto que se sentía atraído por mujeres de actitud distante que lo trataban con cierta indiferencia, pero que se rendía ante ellas como un esclavo incondicional cuando lo privilegiaban con actitudes preferentes y melosas. Y era precisamente en estas últimas cualidades -¿o debilidades?- en las que Ivonne y Miranda habían apostado el éxito de sus diabólicos planes.

Cuando nos encaminábamos hacia el interior de la casa, Ricardo y yo intercambiamos una mirada de complicidad al comprobar el impacto que había causado en Freddy la vestimenta de nuestras esposas; había enmudecido repentinamente y miraba con asombro a una y otra sin preocuparse en lo más mínimo por nuestra presencia.

  • Espero que no te incomode la vestimenta de nuestras esposas, –le dijo Ricardo a bocajarro-.

  • Al contrario –contestó con los ojos brillantes-, les quedan maravillosamente bien.

  • Lo que pasa es que tanto a ellas como a nosotros nos gusta vestir cómodamente cuando hace mucho calor –comenté-. Pero bueno, todos somos adultos y estamos con amigos de absoluta confianza. ¿o no es así Freddy?

  • Por supuesto –me contestó-, por mí no te preocupes en absoluto.

Federico arrojó el saco y la corbata sobre una silla, y juntos nos acomodamos alrededor de una mesa de jardín que estaba cubierta con una gran sombrilla. Claudia penetró al interior de la casa y cuando regresó, se había despojado de su saco y de sus medias dejando al descubierto parte de sus deliciosas piernas desnudas. Desprendía un ligero aroma a perfume cuando pasó cerca de mí.

  • Hueles delicioso –le dije en un susurro-; me encanta tu perfume.

  • Gracias, –me respondió coqueta-, me halaga que te guste.

¿me puedo sentar junto a ti?.

  • Nada me gustaría más –le dije acercándole una silla-. ¿Gustas que te traiga una bebida?

  • Te lo agradecería –me dijo con voz melosa-.

  • Espera, yo se la traigo, –dijo intempestivamente Miranda, quien no había perdido detalle de mi conversación con Claudia-.

Cuando estuvimos todos reunidos, empezamos a platicar animadamente sobre diversos temas, en los que prevalecían los chistes y comentarios de color subido. Ivonne y Miranda no perdían oportunidad de adoptar posturas en las que mostraban sin recato sus encantos, llegando al punto de provocar que en el pantalón de Freddy apareciera una descomunal mancha, producto de una excitación mayúscula. Con los ojos, Ivonne me señalaba furtivamente los pantalones de Freddy, sonriendo divertida.

  • Voy a poner un poco de música –les dije levantándome y dirigiéndome al interior de la casa-.

Cuando ponía un disco en el aparato, sentí la presencia de alguien a mis espaldas. Cogido por la sorpresa volteé instintivamente y descubrí a Claudia mirándome fijamente con una gran sonrisa en su rostro.

  • Espero no haberte asustado –me dijo con voz de ensueño-, tenía curiosidad en saber qué música ibas a poner.

  • La de siempre, –contesté-; ya sabes que me gusta la música romántica.

  • Igual que a mí, –respondió-. Siempre que escucho las canciones de Frank Sinatra y de Sarah Brightman me acuerdo de ti; se ha vuelto también mi música favorita.

  • Me encanta estar contigo Claudia, –le dije con voz trémula-; es sumamente agradable platicar con alguien con un carácter tan compatible con el mío.

  • ¿Te gustó que haya venido? –me dijo con una voz que parecía haber salido de la boca de un ángel-.

  • Bien sabe Dios que es un auténtico placer tu visita; no puedo menos que estar agradecido con ella.

No supo qué responder. El intenso rubor que cubrió su rostro me hizo entender que iba muy rápido y que debía reconsiderar mi estrategia para no echarlo todo a perder. Claudia tomó mi rostro entre sus manos y me estampó un delicado beso en la mejilla; luego se dio vuelta y se dirigió rápidamente hacia donde estaba el resto de las personas.

Cuando regresé a la mesa, el grupo platicaba acaloradamente sobre política. Federico sudaba copiosamente por el intenso calor y por Ivonne y Miranda, que no dejaban de atormentarlo con las sugestivas posturas que adoptaban frente a él.

  • El calor está estupendo –dijo Ivonne-; ¿porqué no aprovechamos para cambiarnos de ropa y nos ponemos al sol para que se nos tueste un poco la piel?

Me parece perfecto, –dijo Miranda-, ¿pero me podrías untar protector solar para evitar las quemaduras? –refiriéndose a mí-.

  • Por supuesto –dije-; solo acomódate para que lo haga.

  • ¿Porqué no aprovechas y las imitas Claudia? –le dijo Federico a su esposa-.

  • Lo que pasa es que mi traje de baño es muy pequeño y me da pena usarlo –contestó-. No me atrevo a ponerme bañadores tan atrevidos.

Al escucharla, Ivonne soltó una divertida carcajada.

  • Eso que no has visto los nuestros; ¿verdad Miranda?..... nuestros bañadores sí que son pequeños; pero no importa, creo que todos los que estamos aquí somos de absoluta confianza, ¿o no es así?.

  • Claro que sí –le dijo Federico a Claudia-; y no te preocupes, estamos entre amigos.

Entre Ivonne y Miranda tomaron de las manos a Claudia y juntas se dirigieron alegremente al interior de la casa para cambiarse de ropas. Cuando regresaron, Ivonne y Miranda nos dejaron con la boca abierta. La parte inferior de sus trajes se reducía a un miserable triángulo de tela que apenas cubría, y muy deficientemente, su sexo por la parte frontal, en tanto que su trasero estaba prácticamente desnudo a no ser por un hilillo delgado que insistía en introducirse en las profundidades de sus inmensas nalgas. Sus pechos, entretanto, estaban cubiertos únicamente por una franja de tela sin copas que apenas cubría la sombra de sus pezones, haciendo que sus inmensos y temblorosos globos de carne quedaran prácticamente expuestos en su totalidad al agacharse.

El bañador de Claudia era bastante más discreto. Se trataba de un bikini de diseño clásico ceñido como una segunda piel, que permitía apreciar su trasero firme y respingón, así como sus pechos, de regular tamaño, conformados por una piel tan tersa y fina como la del resto de su cuerpo. Apareció envuelta de la cintura para abajo con una túnica casi transparente parecida a la de un sari indio, para evitar quemaduras en sus regordetes y exquisitos muslos. Se veía bellísima, aunque no tan provocativa y sensual como Ivonne y Miranda.

Todos estábamos sin aliento, admirándolas en silencio, excepto Federico que estupefacto no cesaba de decir : ¡qué bárbaras!, …...¡qué bárbaras!..... El hombre prácticamente babeaba permaneciendo hipnotizado por la escena, incapaz de hacer nada que no fuese mirar con desorbitados ojos aquel conjunto de bellas mujeres.

  • Quisiéramos que nos untaran un poco de protector solar, –nos dijo Miranda-, pero para protegernos de sus miradas lascivas e indiscretas, queremos que se cubran los ojos con estas mascadas.

Acto seguido, nuestras esposas nos cubrieron los ojos con unas mascadas negras prácticamente transparentes que nos permitían ver con absoluta claridad, pero que vistas desde fuera, parecían estar impidiendo completamente la visión de quien las portaba. En el caso de Federico, Ivonne tuvo especial cuidado de dejar la mascada floja, de manera que nada le obstruyera la visión del espectáculo que estaba a punto de presenciar.

Posteriormente, con una maliciosa sonrisa en los labios, Ivonne y Miranda se despojaron del bañador quedando completamente desnudas. Casi me atraganto al descubrir que el sexo de ambas estaba completamente depilado y había desapareciendo de ellos hasta el más minúsculo vello, dejando expuestos los apetitosos labios de sus vaginas. Orgullosas del fuerte impacto que nos habían causado, lenta y sensualmente se acostaron boca abajo en los camastros disfrutando el tormento que nos causaba el tener tan cerca de nuestras manos esos culos de ensueño. Claudia no salía de su asombro. Se había quedado parada y petrificada al ver lo que nuestras esposas hacían, en tanto que Federico permanecía también inmóvil pendiente de la reacción de su mujer. Como si despertara de un trance, Claudia únicamente se desabrochó el sostén sin quitárselo y se despojó de la tela que cubría sus piernas, tendiéndose boca abajo en el camastro y esperando con cierto recelo a que su marido le untara el protector solar. Sin estar muy seguro de lo que hacía, Federico apretó con fuerza el tubo del protector, haciendo que una gran cantidad de líquido saliera disparado del contenedor. Nerviosamente, Freddy levantó la mascada por arriba de sus ojos para limpiar con sus manos el líquido derramado, pero sin quitar la vista de las nalgas desnudas de nuestras esposas. Ricardo y yo fingíamos no darnos cuenta de lo que ocurría, pero a duras penas podíamos contener la risa.

A tientas y con toda la calma del mundo, procedimos a untar el protector solar sobre el cuerpo de nuestras respectivas esposas. Ricardo era un maestro en el arte de controlar sus impulsos, pero no tardó mucho tiempo en que empezara a masajear los labios de la vagina de su esposa, introduciendo en ella sus dedos de cuando en cuando; al calor de la caricia, Ivonne separó las piernas para permitirle una mayor libertad de movimiento, emitiendo continuos gemidos de placer que no pasaron inadvertidos para ninguno de nosotros. Freddy no daba crédito a lo que estaba ocurriendo; con una de sus manos apretaba fuertemente su dilatado miembro mientras que con la otra untaba torpemente el protector solar sobre la espalda de su esposa; ¡parecía que estaba apunto de eyacular! Claudia, entretanto, miraba alternativamente a Federico y a Ivonne sin saber qué hacer, terminando por despojarse nerviosamente de toda su ropa hasta quedar también completamente desnuda.

Inesperadamente Miranda giró su cuerpo hasta quedar boca arriba, mostrando orgullosa la blancura de sus enormes pechos y abriendo levemente sus piernas para mostrar su apetitoso sexo. Fingiendo conducirme a tientas, mis manos masajearon y se deleitaron con cada centímetro de su cuerpo, hasta que mis labios se depositaron suavemente a la entrada de su vagina tratando de introducir mi lengua en las profundidades de aquella cueva de placer.

Claudia y Federico no perdían detalle de lo que ocurría entre nosotros. Las manos de Federico empezaron a acariciar frenéticamente los rincones más íntimos de su esposa, sin que a ninguno de los dos les importara mayormente la presencia nuestra; ella se dejaba hacer con los ojos cerrados y apretando los labios para ahogar las exclamaciones del placer que esto le causaba. Permanecieron así varios minutos, restregándose ardientemente, parando de súbito sus escarceos al darse cuenta de que Ivonne y Miranda los miraban fijamente con una gran sonrisa en el rostro. Sintiéndose avergonzados, dieron por terminada su faena a pesar de que Ivonne y Miranda los animaban en silencio con señas a que continuaran haciéndolo. Ricardo y yo, por nuestra parte, seguíamos fingiendo no haber visto nada.

Una vez que Federico y Claudia pudieron recuperar medianamente la compostura, en aparente calma continuamos absortos con nuestra difícil tarea de seguir untando protector solar en el cuerpo de nuestras esposas. Concluido este agotador trabajo, a tientas regresamos a nuestro camastro para untarnos nosotros mismos el famoso líquido y luego tendernos al sol. Ivonne y Miranda continuaron desnudas, en tanto que Claudia se cubrió el cuerpo con la túnica semitransparente que traía anteriormente, dejando a un lado el bikini.

Pasamos un buen rato en silencio. A través de la venda virtual que cubría mis ojos admiraba la espléndida figura de Claudia. Las curvas de su cuerpo se apreciaban perfectamente a pesar de estar cubierto por la manta, especialmente el montículo de sus nalgas que se levantaba considerablemente por sobre el resto de su cuerpo. Cuando vi su cara, descubrí que sus ojos me miraban fijamente. Ella sabía que yo podía verla a través de la venda que cubría mis ojos, y sin embargo, permaneció así, desnuda e inmóvil, sin hacer nada que alterara su expresión de plácida calma. Me sentía obsesionado por la visión de aquella mujer, y fue entonces que en un impulsivo momento me atreví a sonreírle para hacerle saber que la estaba observando; ella asintió comprendiendo y en su rostro empezó a formarse una sensual sonrisa de silenciosa aceptación. Sentí que me derretía igual que la cera de una vela, y vislumbré entonces que las posibilidades de éxito de hacerla mía no eran tan remotas como yo pensaba.

El calor flotaba sobre el ambiente como una opresiva manta. Fue Ivonne la que con su característica energía rompiera aquel compás de tranquilidad. Ruidosamente empezó a estirarse como una gata que despierta de un largo letargo; sus pechos descomunales se levantaban retadores haciendo que Federico se quedara petrificado con la boca abierta y con la venda a la mitad de los ojos. Ivonne le sonrió con un extraño y prometedor brillo en sus ojos, satisfecha sin duda de lo sorprendentemente fácil que le había sido tener a aquel hombre a su antojo.

  • Qué dicen si antes de comer nos damos un chapuzón en la alberca, –propuso Ivonne-.

Sí, –dijo Miranda con entusiasmo-, pero antes debemos pasar a la ducha para quitarnos los restos de protector solar.

Está bien, pero que los señores no se quiten las vendas de los ojos hasta que nos hayamos retirado.

  • Vayan tranquilas –les dije sonriendo malévolamente-, nosotros continuaremos sin ver.

El protector solar había hecho su efecto y la piel de todas ellas mostraba un ligero tono sonrosado. Las tres se levantaron desnudas rápidamente de los camastros y corrieron balanceando sus maravillosos pechos hacia la

ducha instalada a un lado de la piscina, la cual estaba protegida con una cortina de hule;

se introdujeron todas juntas dentro de la cortina para empezar a bañarse entre gritos y risas. De cuando en cuando, la cortina se abría dejando ver fugazmente unos deliciosos pechos o unas soberbias nalgas que sobresalían momentáneamente para volverse a esconder.

Federico se veía agonizante, no daba crédito a lo que sus ojos estaban viendo; parecía no darle importancia en absoluto al calor sofocante pese a que se encontraba cubierto en sudor.

  • Creo que imagen más bella no la veremos jamás en nuestras vidas, –les dije a mis amigos casi sin pensar-.

  • Tienes razón Erick, nunca en la vida me imaginé que podría ver un espectáculo semejante, –mencionó Freddy todavía aturdido por los acontecimientos-. Estaremos muertos y enterrados antes de que volvamos a ver lo que he visto hoy.

  • Lo que dices no es del todo exacto Freddy –dijo Ricardo-; es posible que todo esto lo puedas volver a vivir cuando tú lo desees.

Incapaz de asimilar estas últimas palabras, Freddy se le quedó viendo a Ricardo con una inexpresiva mirada, como dándole a entender que no había logrado comprender totalmente el significado de sus palabras, pero no tuvo tiempo de aclarar nada.

En ese momento, enfundada ya cada una en su correspondiente bikini, nuestras tres mujeres salieron de la ducha corriendo y gritando con dirección a la piscina, sumergiéndose en las frescas aguas entre patadas y manotazos. Nosotros nos levantamos y acompañamos a Freddy a que se cambiara de ropa, regresando poco tiempo después en traje de baño y con una bebida en la mano.

  • Les jugamos un partido de volley-ball, –propuso Miranda-; hombres contra mujeres.

  • Ok, –dijo Ricardo-, pero que sea con apuesta.

  • Vale; si nosotras ganamos, tendrán que ser nuestros esclavos durante todo el tiempo que estemos en Cuernavaca.

  • Y llevarnos a comer a un restaurante lujoso, –completó Claudia divertida-.

  • Y comprarnos todo lo que nosotras queramos sin hacer muecas de fastidio, –nos dijo Ivonne-.

  • ¿Y si ustedes pierden?, –preguntó Ricardo-.

  • Ustedes pidan lo que quieran –replicó Ivonne-, siempre y cuando no sea hacer la comida.

  • Un Striptease–les dije-; un Striptease sin censuras; ¿están de acuerdo?

Ante mi propuesta, se mostraron sorprendidas y se juntaron para cuchichear en grupo su decisión. De pronto, Claudia se separó del grupo y llamó a Freddy aparte de nosotros, se advertía en ella una nota de preocupación. Durante varios minutos hablaron excitadamente entre ellos, hasta que finalmente nos pidieron que nos acercáramos.

  • A riesgo de parecer estúpido –nos dijo-, ¿puedo preguntarles si lo que ha ocurrido este día obedece a un plan previamente concebido por ustedes?

Mira Freddy, –dijo Ricardo-, déjame que te explique brevemente las cosas. La verdad es que desde hace un buen tiempo, las relaciones entre Miranda y Erick con nosotros han sido de este tipo, que dicho sea de paso y por lo que a nosotros respecta, han sido maravillosas. Sin embargo, lo que teníamos previsto con ustedes para esta ocasión era únicamente festejar a Erick por su cumpleaños, pero han sido las circunstancias las que nos ha llevado a hacer lo que hemos hecho, que para nosotros es ya cotidiano. Pero si ustedes no están de acuerdo con ello, lo de menos es dar marcha atrás y seguir tratándonos como siempre nos hemos tratado, pero quiero decirles, y estoy seguro de que hablo también por Miranda y Erick, que para nosotros sería un inmenso placer poder compartir con ustedes las experiencias de este nuevo trato amistoso. Créanme, pocas cosas son tan maravillosas y placenteras como éstas.

Ricardo, que siempre ha demostrado una pasmosa habilidad para plantear las cosas a su conveniencia; había logrado que en las mentes de Claudia y Federico las ideas entraran y salieran en un confuso limbo en el que todo se mezclaba y confundía.

  • Pero, ¿y si esto se llegara a saber? –replicó Freddy-; tenemos hijos a los que no podríamos volver a ver a la cara, y familiares, y relaciones de negocios muy importantes que se vendrían abajo si se enteraran de todo esto.

  • Mira Freddy; en nuestro grupo, la regla número uno es la absoluta discreción–repuso Ivonne con vehemencia-. Nosotros, como ustedes, también tenemos mucho que perder, Miranda y Erick también tienen hijos y mi marido tiene una compañía importante. Pero ante todo somos amigos entrañables que nos tenemos una confianza ciega, y nos queremos y respetamos por sobre todas las cosas a pesar de lo que hayas visto. Nuestro único propósito es vivir la vida lo mejor posible, haciendo lo que más nos guste sin dañar a nadie. Por eso estaríamos más que felices si ustedes se integraran a nuestro grupo; porque los consideramos nuestros amigos y porque sabemos que nos respetarán, que es otra de las reglas torales de nuestro grupo, sin importar la clase de relación que tengamos. Créanme, sería una feliz experiencia tenerlos con nosotros.

  • Pues planteado de esta manera, todo esto parece tener una perspectiva de lo más agradable; ¿no te parece Claus? –comentó Freddy a su esposa-.

  • Si la decisión estuviese en mis manos, no dudaría ni por un instante en aceptar la propuesta de nuestros amigos –señaló Claudia clavando su mirada en mis ojos-, pero eres tú el que consciente de las consecuencias que pudieran surgir, debe decir la última palabra –le dijo a su esposo cargándole hábilmente todo el peso de la decisión-. Pero eso sí; si aceptas, no voy a permitir reclamaciones de ninguna especie. Debemos asumir plenamente la responsabilidad de nuestras decisiones.

  • Pues nos sentiríamos muy halagados si nos aceptaran en su grupo, aunque yo les pediría paciencia y tiempo para comprender y aceptar todo lo que implica esta nueva relación con ustedes, –señaló Freddy visiblemente satisfecho y nervioso-.

Ninguno de nosotros pudo contener una gran sonrisa al escuchar las palabras de Freddy.

  • Pues bienvenidos a nuestro grupo, –exclamó Miranda dando un fuerte abrazo a Federico y posteriormente a Claudia-. Ya verán, estamos seguros que no se arrepentirán.

El resto de nosotros imitamos a Miranda y les dimos también un cálido abrazo. No puedo decirlo con certeza, pero me pareció que cuando me abrazó Claudia, su cuerpo se apretó más estrechamente con el mío por un tiempo más prolongado de lo normal. Esto no pasó desapercibido para Miranda, quien me sonrió complacida.

  • Creo que por esta ocasión ya te tienen completamente acaparado –me dijo Miranda en secreto-; convendría que guardaras fuerzas para lo que te espera.

De mi parte, solo hubo una sonrisa de respuesta

  • Asumo que sigue vigente nuestra apuesta –dijo Ricardo aventando al agua a cada una de las mujeres-; ¿o no es así?

  • ¡ Claro que sí ! –repuso Miranda-, a menos que ustedes ya se hayan acobardado.

Y empezamos a jugar. Al principio íbamos ganando fácilmente, y nos desternillábamos de risa al ver que cada vez que se zambullían Ivonne y Miranda, al salir súbitamente del agua se les bajaba la tela que cubría sus temblorosos pechos, dejando a la vista sus inmensos globos de carne. Terminaron por aventar la tela fuera de la alberca, quedando con los senos al aire. Federico estaba radiante; reía como loco.

  • Claudia, quítate el sostén, –le espetó Ivonne-; la distracción es la única arma que tenemos para ganarle a estos tipos.

Pero Claudia no se atrevía a hacerlo; titubeante miró a su marido con ansiedad como pidiendo permiso para despojarse de la prenda. Al no recibir respuesta, rápidamente se quitó el sostén y lo aventó fuera de la piscina, dejando sin velo alguno sus bellísimos senos coronados por unos pezones rosados en forma de chupón. El ardid dio resultado; a partir de ese momento, mis ojos mantuvieron la mirada sobre sus pechos sin pestañear siquiera, disfrutando inmensamente aquella visión deslumbrante que a Federico parecía no importarle.

  • ¿Cómo esperas tener un romance con esa mujer si no mueves el culo y te despabilas? –me dijo Ricardo al oído-.

  • Dios bendito, ¿pero has visto lo hermosa que es? –le respondí con expresión de asombro-.

  • Sí; la he visto, pero si no reaccionas nos ganarán el partido y no veremos ningún Striptease por tu maldita culpa, –me dijo Ricardo molesto-.

La perspectiva de perder no me gustó en absoluto. Con renovados esfuerzos y haciendo caso omiso de aquellas exquisitas pelotas, me concentré en el juego que finalmente ganamos por un amplio margen. La decepción se dibujó en el rostro de nuestras esposas y entre todas ellas cambiaron miradas de incredulidad, pero Ivonne no se dio por vencida :

  • No importa –replicó obstinadamente-, o nos llevan a comer a un restaurante lujoso, o les hacemos el Striptease a obscuras; ustedes deciden, ¿o no muchachas?

  • Creo que no conviene porque la comida ya está lista – le indicó Miranda-, nos la dejaron preparada las personas que nos cuidan la casa; pero a cambio les cumpliremos el castigo solamente que nos lleven de compras; ¿de acuerdo?

  • De acuerdo –repusimos de mala gana-, pero eso será hasta mañana, antes de partir a la Ciudad de México.

  • Pero, ¿a qué horas cumplirán con su castigo? –preguntó Federico con evidente ansiedad-.

  • Apenas entrada la noche –contestó Miranda-, porque si lo hacemos después de comer, se nos pueden infartar.

Dicho esto, nos cambiamos de ropa y nos metimos a la casa agradeciendo la fresca atmósfera que prevalecía en el interior. Más que comer, empezamos a devorar los diferentes platillos que nos habían dejado previamente preparados.

Después de comer, no tardamos en dormirnos un poco disfrutando la reconfortante sensación que nos proporcionaba el aire acondicionado de la casa. Ricardo y yo fuimos los primeros en despertar, en tanto que Federico roncaba plácidamente con una expresión de paz y tranquilidad en su afilado rostro; sus manos, inmóviles, se encontraban pacíficamente cruzadas sobre el estómago.

  • Déjalo –me dijo-, no lo despertarías ni metiéndole un petardo en el culo.

Descubrimos entonces que nuestras esposas tampoco estaban con nosotros; las encontramos reposando acostadas en una de las recámaras, cuchicheando y riendo como desesperadas. Ricardo y yo no quisimos interrumpir y nos dirigimos nuevamente hacia los camastros, a absorber los últimos rayos de un sol que estaba a punto de agonizar por ese día; me pareció que el tiempo transcurría con exasperante lentitud. Minutos después nos alcanzó Federico con la ansiedad reflejada en su rostro.

  • ¿Qué pasó? –nos dijo-, ¿no es hora ya para que las señoras cumplan con su castigo?

  • Espera un rato más –contestó Ricardo con expresión calmada-; vamos a esperar siquiera a que esté un poco más oscuro, será más interesante.

Federico hizo un gesto de fastidio pero no dijo nada, sólo se sentó a esperar con nosotros.

  • Nuestras mujeres deben estar en estos momentos carcajeándose de nosotros, pensando en que nos tienen con los nervios de punta por esta espera –dijo Ricardo-.

  • ¿Y no es así? –le respondí-. En lo que a mí respecta, si no salen en diez minutos tendré que masturbarme frente a ustedes. Ya no aguanto este dolor de testículos.

En esos momentos aparecieron ellas, riendo felices y solazándose con nuestras caras de mártires. Ivonne y Miranda vestían las mismas ropas que portaban en la mañana, con sus faldas tableteadas cortísimas que dejaban al descubierto sus hermosas piernas desnudas y unos enormes escotes por los que casi sobresalían completamente sus maravillosos pechos. Claudia por su parte traía el mismo discreto vestido, por cuya abertura se apreciaban los regordetes muslos que me habían obsesionado hasta la médula. Se veían maravillosas, bellísimas. Su aspecto era sorprendentemente alegre y saludable; carecían del habitual aspecto de formalidad que las caracterizaba cuando estábamos con otros amigos. No podía menos que sentirme impresionado con la sensualidad que emanaba de cada una de ellas.

  • Ya estamos aquí, no se preocupen –dijo Ivonne-; ¿acaso creían que no íbamos a cumplir?

  • Tal vez convenga esperar un poco a que esté más oscuro –les dijo Ricardo haciendo gala de una insólita paciencia-.

Todos quedamos estupefactos ante la descabellada propuesta de Ricardo.

  • ¿Acaso no tienes ninguna prisa en que hagamos el Striptease? –le reclamó Ivonne con voz airada-.

  • Claro que sí, pero también sé que ustedes intentan imponer sus condiciones para cumplir con su apuesta –les dijo con reclamo-, y ése no fue el trato. El compromiso fue que ustedes nos harían el Striptease sin censuras , y eso no es precisamente lo que ustedes están planeando; ¿o no es así?

Ellas intercambiaron miradas de desconcierto

  • No sé cómo lo averiguaste pero tienes razón –admitió Miranda-; lo que pasa es que pensábamos hacer algunas trampillas porque a Claudia le da mucha vergüenza hacerlo. Pero creo que tienes razón, un trato es un trato y hay que respetarlo; ¿no te parece Claudia?.

  • Está bien –aceptó Claudia con desgano y con la cabeza baja-, pero que conste que les advertí que yo no tengo madera para hacer un Striptease; mi cuerpo no es tan bonito como el de ustedes.

  • Eso no en cierto –le dije levantando su cara por la barbilla-; tú sabes que eres una mujer bellísima.

Ella pareció relajarse con mis palabras y en sus ojos se advirtió un brillo de agradecimiento.

Llegamos a la estancia y entre todos nos dispusimos a preparar el sitio de aquél insólito espectáculo. Hicimos que la iluminación del improvisado escenario situado en un extremo de la sala procediera de lámparas convenientemente colocadas, situando tres grandes sofás en el centro que tuvieran cerca un carrito provisto de hielo y suficientes bebidas. Ellas saldrían por atrás de las cortinas de un gran ventanal que las mantendría ocultas hasta el momento de su aparición.

Preso de una creciente ansiedad y de un gran nerviosismo, me dirigí a poner la música de Jazz que serviría de fondo para sus respectivos bailes, teniendo especial cuidado en seleccionar aquellas canciones que tuvieran la mayor duración posible.

Caballeros, ¡empieza el espectáculo! –les dije con un tono impregnado de emoción-.

Fue Ivonne la que inició su baile contoneándose hasta el centro del escenario. Sus movimientos eran tan sensuales como la más experimentada bailarina de un table dance. Consciente de sus encantos, se ponía en cuatro patas y al agacharse, sus enormes pechos se balanceaban de un lado a otro como bolsas de miel; al levantarse lentamente, nos dio la espalda e inclinó su cuerpo bajando sus bragas hasta dejar descubierta la mitad de sus hermosas nalgas; luego las volvió a subir aguijoneando nuestra lascivia y se volvió de frente bajándose completamente el escote, dejando totalmente libres esos pechos de delirio coronados por sendos pezones que se mantenían erectos por efecto de la tremenda excitación. En el pico más alto de su baile, fue hasta donde se encontraba Federico y tomando su rostro entre las manos, lo hundió entre sus pechos haciendo que el pobre hombre quedara petrificado por la emoción sin conseguir reaccionar. Freddy permaneció rígidamente inmóvil como si el contacto con los pechos de Ivonne hubiera anestesiado sus instintos; miraba continuamente la reacción de Ricardo y al darse cuenta de su complacencia, se hincó frente a ella y rompiendo sus pantaletas clavó su lengua entre los ardientes y dilatados labios de su vagina. Aquello era la locura; Ricardo y yo aplaudíamos desenfrenados mientras Ivonne se quitaba violentamente lo que le quedaba de ropa y se sentaba sobre las piernas de Federico completamente desnuda, ronroneando como una gata mientras la boca de Federico se prendía furiosamente en uno de sus pechos.

El turno era de Miranda. Un poco nerviosa empezó a bailar en el centro de la sala, contoneando su trasero tímidamente mientras Ricardo y yo gritábamos y aplaudíamos como locos. Poco a poco fue venciendo el miedo y sus contoneos aumentaron al ritmo de la música haciéndose cada vez más enérgicos y sensuales; con frecuencia levantaba su vestido hasta la cintura dejando ver unas piernas de ensueño y volteaba de cuando en cuando hacia nosotros dejando intencionalmente que uno de sus pechos se saliera del vestido y descubriendo el otro momentáneamente. De pronto, se deshizo de las pantaletas y acostándose en el suelo, levantó las piernas dejando completamente expuesta su vagina ante nuestros desorbitados ojos, acariciando con sus manos los labios dilatados e introduciendo su dedo medio en aquél agujero de placer. Terminó de quitarse el vestido y se puso en cuatro patas presentando su trasero hacia nosotros, haciéndose perezosamente hacia atrás para permitir que sus nalgas se abrieran y dejar expuesto ante nuestros ojos el rosado botón de su ano. Era demasiado; Ricardo restregaba furiosamente su miembro por arriba de su ropa en una lucha por contener su ya próxima eyaculación, en tanto que yo buscaba en las cercanías de mi asiento algún medio para contener la continua emisión de fluidos de mi maltratada verga. Satisfecha de su actuación, Miranda llegó hasta mí desnuda balanceando exageradamente sus pechos para plantarme un jugoso beso en la boca, mientras Ricardo se apoderaba de su imponente trasero y acariciaba con su lengua el pequeño y arrugado orificio al que tanto le tenía ganas. Miranda se estremeció ante la caricia y se dejó caer en los brazos de Ricardo, quien ni tardo ni perezoso empezó a sobar su vagina con el dorso de su mano mientras besaba a mi esposa apasionadamente en la boca.

Entretanto, yo veía cómo Claudia miraba azorada lo que estaba ocurriendo en la estancia, sin que se atreviera a dar un paso afuera de la cortina que la escondía, pero tanto Federico como Ricardo se encontraban ya perdidos en un abismo de lujuria disfrutando las caricias de Ivonne y Miranda. Cuando se percató Claudia de que únicamente yo la miraba, con la cara roja de vergüenza avanzó lentamente hacia el centro del improvisado escenario, apretando contra su cuerpo una toalla enredada. El maravilloso contorno de su cuerpo era ahora completamente visible para mis ojos; me fascinaba ver cómo se balanceaba suave y armoniosamente al compás de aquella voluptuosa música. El tiempo pareció ralentizarse cuando sus ojos me lanzaron una seductora mirada. Su timidez le hizo bajar la cara, esa excesiva timidez que le daba un encanto tan especial. Poco a poco y muy lentamente, sin atreverse a mirar a mis ojos, comenzó a desabrochar su blusa hasta quedar en sostén, cubriendo su pecho con la toalla que llevaba entre las manos. Dándome entonces la espalda, comenzó a bajar el cierre de su falda que cayó al piso con la ligereza de una pluma. Dios bendito -pensaba yo-,….. qué me ha dado esta mujer que me tiene hipnotizado? Yo sentía los latidos de mi corazón latiendo descompasadamente, y sin embargo me sentía sorprendentemente tranquilo, entre nubes, como si me hubiesen transportado a un universo distinto. Por el contrario, ella se mostraba nerviosa, insegura, pensando sin duda que tenía demasiadas excusas que le impedían seguir adelante; y sin embargo dudaba en retirarse, su actitud me hacía darme cuenta de la lucha interna que estaba viviendo por no ceder ante su vergüenza. Finalmente su sostén y pantaletas cayeron al suelo quedando ella gloriosamente desnuda ante mis ojos; su figura permaneció inmóvil como una estatua que se resistiera a animarse. Hubiera dado mi testículo derecho por hacerla mía en ese momento, pero también en mí se había desatado una lucha por contrarrestar los efectos de mi creciente excitación. Lentamente me acerqué a ella que permanecía inmóvil con los ojos cerrados y apretando fuertemente contra su pecho la toalla extendida que cubría sus senos. Con dulzura mis manos recorrieron las delicadas curvas de su espalda que se estrechaban en la cintura como en una guitarra española, para ensancharse después en sus caderas hasta formar el cuadro maravilloso de sus espectaculares nalgas, cuya impresionante belleza y sensualidad me es imposible describir. Su cuerpo empezó a temblar incontroladamente cuando una de mis manos acarició su vientre por debajo de la toalla, atrayendo su cuerpo hacia el mío.

  • Qué bella eres Claudia –le dije susurrándole al oído-; ¿qué otra cosa podría ser más tonificante para mi alma que estar contigo?

Como respuesta, ella dejó caer la toalla y tomando mis manos, las llevó a sus pechos apretándolos delicadamente; después, se dio vuelta y sus labios se unieron a los míos en un largo y ardiente beso, mordiendo levemente mi lengua con sus dientes y lamiendo mi boca dejándome saborear el exquisito sabor de su saliva.

  • No sabes cuánto deseo estar contigo –me dijo -, que me acaricies, que me hagas tuya.

Yo deslicé mis manos por su espalda, hasta llegar a la exquisitez de sus nalgas, abriéndolas e introduciendo mis dedos entre ellas hasta rozar el inmaculado orificio de su recto. Traté entonces de conducirla hasta el sofá, pero me sorprendieron los ojos de Federico que miraban con hipnótica fascinación lo que ocurría entre nosotros. Me desconcerté por un momento, pero de inmediato comprendí mi falsa alarma al comprobar que Federico aprobaba con una discreta sonrisa lo que estaba a punto de suceder entre su esposa y yo. Miranda y Ricardo ni se inmutaron, continuaban sumidos en un mundo aparte en donde sólo sus ardientes caricias existían, sin importar lo que ocurriera en su alrededor. Yo conduje al diván a Claudia, abrazándola suavemente y depositándola en él con extrema delicadeza; mis labios empezaron a recorrer cada centímetro de su maravilloso cuerpo, deteniéndose en sus partes más íntimas que por la excitación, despedían un maravilloso aroma. Ella cerraba los ojos extasiada y abría ligeramente sus regordetes muslos que me embargaban, para facilitar que mi lengua acariciara prolongadamente el botón rosado de su clítoris, mientras mis manos se daban gusto masajeando sus pechos que orgullosos mostraban sus inflamados pezones.

Imitando las lecciones aprendidas anteriormente de Ricardo, me despojé de mi ropa y acomodé el cuerpo de Claudia de lado haciendo que los montículos de sus nalgas sobresalieran ligeramente de la orilla del sofá, y estando yo hincado, abrí sus nalgas para permitir que mi lengua acariciara libremente las partes más recónditas de sus partes íntimas. Pronto mis caricias surtieron su efecto; el cuerpo de Claudia empezó a contorsionarse violentamente cuando mi lengua penetraba su vagina y ella con sus manos apretaba mi rostro contra sus nalgas, como queriendo que mi lengua completa la penetrara más profundamente. Su cuerpo empezó a temblar y sus manos mantenían una lucha constante con mi cabeza intentando que mi cara no se separara de la hendidura de sus nalgas por los constantes movimientos, y de pronto se vino en un delicioso y prolongado orgasmo; las uñas de sus manos arañaban con desesperación la tela del sofá y sus dedos se entrelazaban con mis cabellos jalándolos dolorosamente, mientras pequeños gritos entrecortados salían incontrolablemente de su garganta haciendo que nuestros amigos suspendieran momentáneamente sus escarceos y contemplaran con asombro la intensa sexualidad que emanaba de aquel cuadro.

Poco a poco sus gritos callaron y las convulsiones desaparecieron hasta dejar su cuerpo sumido en una plácida languidez, situación que yo aproveche para abrir nuevamente sus nalgas y en esta ocasión, introducir mi excitado miembro en su cálida funda. Los abundantes jugos segregados durante su orgasmo facilitaron la entrada de mi miembro a tal punto que su cabeza resbaló fácilmente a su interior; cuando me sintió dentro, agrandó sus ojos sorprendida por aquella invasión, pero una sonrisa dulcificó su rostro abandonándose a las delicias de nuestra entrega.

  • Me encanta que me hagas esto –me dijo-, pero por favor, no te vengas dentro de mí porque puedo quedar embarazada.

  • No te preocupes, te aseguro que seré cuidadoso.

Yo sentía mi corriente sanguínea inundada de adrenalina. Inicié un mete y saca con mi excitado miembro en su cuerpo, disfrutando en cada movimiento un cúmulo de sensaciones inenarrables; me apoderé de la calidez de sus jugosos pechos, succionando con vehemencia cada uno de sus rosados pezones. Ella se dejaba hacer; sus caricias estaban ya inmunizadas contra la vergüenza y me las otorgaba generosamente, sin restricción de ninguna naturaleza. Sus ojos miraban sin ver, pero se advertían en ellos los primeros indicios de fatiga; con voz súbitamente trémula me pidió que cambiáramos de posición, saliéndose de mí e hincándose sobre el sofá para que la poseyera por detrás. Al sentirme dentro, reanudó sus movimientos apretando los músculos de la vagina cuando mi miembro salía y aflojándolos cuando entraba. La sensación era exquisita; mi miembro entraba hasta el fondo mientras mis manos se recreaban con la calidez de sus pechos. Una vez más sentí su lucha por contener sus crecientes deseos, al sentirse de pronto atrapada en el torbellino de un nuevo orgasmo; paré momentáneamente mis embestidas haciéndolas más lentas para propiciar que su orgasmo se presentara antes que el mío, pero ella empezó a gritar cuando lo empezó a sentir mientras yo apretaba los dientes y sus senos en un intento por contener el mío. No pude más; intempestivamente me salí de ella y de mi verga empezó a salir una gran cantidad de semen acumulado durante los incontables momentos de suprema excitación que me habían sacudido durante ese día. Cariñosamente y todavía calmando mis estertores, Claudia tomó con su mano mi miembro limpiando con su lengua los restos de mi abundante eyaculación.

  • ¿Lograste sentir tu segundo orgasmo?–le pregunté con ansiedad-.

  • Sí mi amor, me hiciste sentirlo nuevamente. Gracias, me has hecho muy feliz.

Ambos quedamos exhaustos, fundidos en un tierno abrazo. Fue hasta que recuperamos la conciencia cuando nos dimos cuenta de lo que ocurría con mi esposa y los demás amigos; el cuadro no podía ser más excitante : Federico se encontraba virtualmente en estado de coma, disfrutando con los ojos en blanco las caricias bucales de Ivonne, que parecía succionar con sus labios los restos de sustancia gris que aún le quedaba en el cerebro. Miranda por su parte, se encontraba hincada dándose un agasajo lamiendo y estrujando los colgantes pechos de Ivonne, mientras que Ricardo la poseía por detrás aprisionando sus pechos con las manos. Pero fue hasta ese momento que me percaté de las descomunales dimensiones del miembro de Federico, más de lo grueso que de lo largo. Ivonne estaba feliz con él, y aunque apenas le cabía en la boca, no cejaba en su intento de introducírselo hasta la garganta. En Miranda mientras tanto, era evidente que sus deseos sexuales se inclinaban más hacia Ivonne que hacia Ricardo, lo que de alguna manera aliviaba mis inquietudes relacionadas con una probable infidelidad de su parte.

Aquello se volvió un maremágnum de gritos y gemidos cuando uno tras otro se vino en un estruendoso orgasmo, impregnando el ambiente con una mezcla de sudor y semen. Al igual que nosotros, ellos quedaron exhaustos abrazados entre sí en un amasijo de piernas y brazos sudorosos. Nadie hablaba; todos quedamos un largo rato en silencio, un largo rato en el que pareció que el tiempo se había congelado.

Ya muy entrada la noche, Claudia se acurrucó en mis brazos tiernamente y cerró los ojos mientras me acariciaba.

  • Llévame a la cama por favor; estoy muy cansada.

Me levanté y la conduje al dormitorio; en el camino hice una seña a Miranda quien asintió comprendiendo y me siguió llevando de la mano a Ricardo, en tanto que Ivonne hizo exactamente lo mismo al ver que todos abandonábamos la estancia. Al darse cuenta Claudia de todo ello, se acercó a mi oído diciéndome en secreto :

  • Me hubiera gustado estar a solas contigo; ¿porqué no se quedaron ellos en la sala?

  • No me ha dado tiempo de ponerte al tanto –le dije-, pero tenemos un acuerdo entre nosotros de que hagamos lo que hagamos, lo debemos hacer siempre unos frente a otros. Ya después te explicaré las razones de este convenio.

Desnudos como estábamos todos nos acostamos en la amplia cama; Claudia se acostó sobre su costado izquierdo tomando como almohada uno de mis brazos y yo me acosté a sus espaldas abrazándola con mi brazo derecho y tomando en mi mano uno de sus pechos, mientras ella pegaba sus nalgas a mi vientre moviéndolas en círculos para acomodar mi verga entre ellas. A un lado de nosotros, quedaron Miranda y Ricardo y en el otro extremo de la cama, Ivonne y Federico. Finalmente, el sueño y el cansancio hicieron presa en varios de nosotros y nos dormimos profundamente no sé por cuánto tiempo.

  • mmmmmhhhhhh, … estás enorme Freddy, no creo que quepas en mí.

Fueron estas palabras pronunciadas por Miranda las que me hicieron abrir los ojos. Al levantar la cabeza por sobre el cuerpo de Claudia, vi que mi esposa tenía las piernas totalmente abiertas y que Federico friccionaba ansiosamente la vulva con sus manos, metiendo los dedos en su vagina y acariciando su clítoris. Ella mientras tanto, sobaba con las dos manos la inmensa tranca de Federico en un incesante sube y baja, haciendo que de la enorme cabeza fluyeran grandes cantidades de líquido preseminal que impregnaban las palmas de sus manos.

  • Ya estoy lista mi amor, -le dijo quedamente-, hazme tuya …..

Miranda entonces se recostó sobre su costado derecho y levantando su pierna izquierda, dejó expuesta su vagina para que Federico la poseyera por detrás. Poco a poco, el hombre clavaba su enorme miembro en el sexo de mi esposa hasta casi desaparecer por completo….

  • Con cuidado mi amor, mmmmmhhhhhh, -le decía Miranda-,…..estás muy grande, me llenas completamente.

  • ¿Te lastima? –le preguntó-.

  • Un poco…… pero no la saques, solo hazlo despacio.

  • ¿Te gusta?

  • mmmmmhhhhhh, …… me fascina, dámelo todo …….

Miranda permanecía con los ojos cerrados y su rostro reflejaba un raro gesto de dolor y placer.

Yo no sabía qué hacer; todavía no me hacía a la idea de que mi esposa estuviera a mi lado con la verga de otro hombre clavada en su vagina, ni que le masajearan ante mis ojos sus inflamados pechos con tanta vehemencia, ni mucho menos que diera muestras de estar gozando tanto la invasión de su trasero por un extraño; y sin embargo me gustaba, me extasiaba verla así, me excitaba de una manera indescriptible apreciar cómo se la cogían y le apretujaban sus pechos sin compasión, y cómo se excitaba, y cómo se retorcía de placer, y cómo gemía, y cómo se venía en medio de estertores agónicos

Pero no era yo el único; con sorpresa vi que también Claudia no perdía detalle de lo que sucedía entre su esposo y mi esposa; estaba embelesada observándolos con una expresión libidinosa en su rostro. Poco a poco, sigilosa e inconscientemente la mano de Claudia se extendió hasta abarcar uno de los pechos de Miranda, acariciándolo delicadamente mientras que con la otra tentaleaba los labios de su vagina como si tratara de masturbarse. Miranda no abría los ojos; estaba en éxtasis completamente entregada al placer de recibir en su cuerpo la enorme estaca de Federico.

La intensidad de aquel cuadro volvió a enardecerme. Mi miembro volvió a endurecerse hasta alcanzar una fuerte y dolorosa erección; los dedos de mis manos empezaron a hurgar ansiosamente entre las nalgas de Claudia hasta encontrar aquella perla que la hacía estremecerse al menor contacto. Ella temblaba y abría sus nalgas para que mis dedos la hurgaran con mayor libertad. No tardó Miranda en abrir los ojos y darse cuenta de lo que ocurría; con una sonrisa en los labios tomó entre sus manos los pechos de Claudia y los empezó a masajear, mientras las dos acercaban sus bocas y se besaban intensamente sin el menor recato.

Pronto la vagina de Claudia volvió a verse empapada por la creciente excitación. Cuando se dio cuenta de que trataba de meter en ella mi miembro, se levantó colocándome boca arriba y sentándose a horcajadas sobre mí, desesperadamente cogió mi verga y la enterró en su vagina iniciando con sus caderas unos movimientos desenfrenados hacia delante y hacia atrás friccionando con desesperación su clítoris contra mi vientre. Poseídos de un frenesí salvaje que nos impulsaba, bombeamos como enajenados el uno contra el otro como animales en celo.

  • No, -le dije-, no te corras; quiero tenerte en otra posición.

  • Pero si ya me tienes completamente enganchada –me dijo con un gesto de ansiedad-, ¡y ya lo tengo en la puerta!

De pronto, el cuerpo de Claudia empezó a arquearse enterrando dolorosamente las uñas en mi pecho; una ola de convulsiones frenéticas se apoderó de ella mientras fuertes gritos entrecortados salían de su garganta como si la estuvieran torturando.

  • No, -le insistía yo-; por favor, todavía no te corras, espérame un poco.

Pero ella ya no escuchaba, sus temblores no cesaban y una y otra vez su cuerpo se sacudía frenéticamente. Después se desplomó saliéndose de mí y cayendo inerte a mi lado; mi verga quedó latiendo desesperada pareciendo que sus venas iban a reventarse por la tremenda excitación. Me quedé sin saber qué hacer, totalmente frustrado. Y fue Miranda quien al darse cuenta de mi apremiante situación, sin permitir que Federico se saliera de ella tomó delicadamente mi miembro entre sus manos y lo metió en su boca, lamiendo y succionando acompasadamente hasta recibir completamente las emisiones de mi adolorido miembro. Quedé como muerto, abandonado a mis propias sensaciones y acariciando con ternura y agradecimiento los cabellos de mi esposa, que me mirada con inmensa ternura.…….. Poco después, fue Miranda la que empezó a manifestar las sensaciones de un delicioso orgasmo con Federico.

Y eso fue lo último que supimos. Nuestros cuerpos no aguantaron más y nos quedamos todos profundamente dormidos. Ya entrada la mañana del otro día, el calor intenso hizo que despertara con el cuerpo sudoroso, por lo que rápidamente me levanté a poner el aire acondicionado. Observé entonces que en la cama únicamente estábamos Ricardo y yo. Nos despertamos y poco después encontramos en la alberca chapoteando alegremente desnudos a Federico y a nuestras esposas. En cuanto nos vio Freddy, nos saludó con la mano invitándonos a que los acompañáramos en la piscina; se le veía radiante, como iluminado, con una inmensa sonrisa dibujada en su rostro. Ni Ricardo ni yo tuvimos las fuerzas ni las ganas de meternos a la piscina, por lo que decidimos tomar solamente una ducha y esperar recostados en los camastros a que terminaran de nadar. Cuando salieron, Ricardo y yo pudimos observar horrorizados la enorme magnitud del miembro de Freddy; era un inmenso falo carnoso y prieto con un glande circuncidado recorrido hacia atrás que dejaba apreciar una enorme cabeza, custodiado por dos grandes testículos colgantes que parecían sacos de canicas; Ricardo y yo lo contemplábamos entre sorprendidos y horrorizados, pero lo que para nosotros era una monstruosidad, para nuestras esposas era un tesoro invaluable y un instrumento de placer que contemplaban y acariciaban fascinadas. Federico se dejaba hacer; no pareció darse cuenta de la reacción de ninguno de nosotros y al salir, simplemente se calzó su traje de baño y se dispuso a descansar en el camastro visiblemente satisfecho y con una bebida en la mano.

Poco después nos vestimos y nos sentamos a la mesa para el desayuno. Todo era cordialidad entre nosotros, particularmente entre las mujeres que no perdían oportunidad de cuchichear sus experiencias.

  • Miren, -nos dijo Freddy con expresión seria-; ahora que estamos juntos y tranquilos, quisiera aprovechar para comentarles algo que me ha dado qué pensar durante estos dos últimos días. Desde hace mucho tiempo, Claudia y yo hemos tenido un matrimonio realmente difícil, agobiado con problemas de todo tipo, pero principalmente en el terreno sentimental, al grado de que nuestras relaciones se han vuelto frías, sin sentido, ni siquiera me acuerdo de cuándo hicimos el amor por última vez –decía mientras miraba a su esposa-. Muchas veces hemos hablado de divorcio, pero han sido nuestros hijos los que nos han impedido llevarlo a cabo.

Claudia lo miraba azorada, pero no se atrevía a interrumpirlo.

  • Pero en estos días –continuó diciendo-, me he percatado de varias cosas. Ayer, -le dijo a Claudia mirándole a los ojos-, cuando estuviste con Erick, me di cuenta de lo fogosa y apasionada que aún puedes ser; me asombró la intensidad de tus emociones, yo pensaba que ya no eras capaz de sentir, y te extrañé, y extrañé aquél temperamento que tenías cuando nos casamos. Pero también, cuando estuve con Ivonne y Miranda, me di cuenta de lo mucho que me he perdido de la vida por estar entregado en cuerpo y alma a los negocios, negocios que ya ni siquiera reclaman mi presencia porque marchan solos. Por alguna razón que me resulta inexplicable, ya no daba importancia al privilegio de tener como compañera a una mujer tan singular como tú -le decía a su esposa tomando una de sus manos-, y no sé si aún sea tiempo de arreglar las cosas, pero nada me gustaría más que intentarlo.

Todos en la mesa estábamos en silencio, como aturdidos, incluyendo a Claudia que no daba crédito a lo que estaba escuchado. Nos sentíamos abrumados con las frases de Federico, a quien ni remotamente sentíamos capaz de pronunciar tales palabras.

  • Y por todo esto que me ha ocurrido les doy las gracias –continuó diciendo-, no tengo palabras para expresar a todos ustedes mi gratitud por haberme abierto los ojos y por haberme permitido estar con ustedes, que ha sido lo mejor que me ha ocurrido en mucho tiempo. Pero sobre todo, le doy las gracias a Miranda y a Ivonne de haberme aceptado tan abiertamente, por haberme dado lo que ni en sueños hubiera imaginado de tan maravillosas y hermosas mujeres.

Y para enfatizar sus palabras, se levantó y nos dio un abrazo a todos nosotros.

Yo me quedé sin palabras; sinceramente no esperaba que nuestra reunión tuviera un desenlace de esta naturaleza, y supongo que los demás tampoco, que todavía seguían mudos por la sorpresa.

  • Pues brindo por eso Freddy –le dije tomando el vaso de jugo de naranja-; creeme que nada nos complace más que haber tenido el buen tino de tenerlos con nosotros, y sobre todo, de haber contribuido, aunque sin querer, a que las cosas se arreglaran entre ustedes. No cabe duda, estoy persuadido de que este es el inicio de muy buenos tiempos para todos nosotros.

  • Y para todas nosotras –enfatizó Ivonne maliciosamente-; tu presencia nos ha dado un placer inesperado, y no es precisamente por tu linda cara –le dijo a Freddy con divertida expresión-.

  • Por alguna razón inexplicable, nuestras mujeres encuentran a este hombre irresistible –dijo Ricardo con sarcasmo-.

  • Pues ni tan inexplicable –enfatizó Miranda-, es por una «enorme» razón, ¿o no es así Ivonne?

Federico no respondió; se limitó a sonreír complacido.

  • Pues yo quisiera agradecer algo más y es el regalo que he recibido en este cumpleaños. Difícilmente habrá un mejor regalo para mí en lo que me resta de vida –les dije mirando a Claudia con admiración y agradecimiento-.

Claudia bajó la vista con un gesto de asentimiento y las mejillas coloreadas al influjo de lo que estas palabras significaban. Sin embargo, advertí que el rostro de mi esposa había palidecido perceptiblemente al escuchar estas frases, por lo que cariñosamente tomé su cara entre mis manos y estampé un delicado beso en sus labios; ella me respondió abriendo su boca y mordiendo mi lengua en señal de comprensión.

Pues para festejar esta ocasión –propuso Ricardo-, ¿qué les parece si nuestra próxima reunión la realizamos en el club de la amistad?; estoy seguro de que les gustará a Claudia y a Freddy.

Pues si las condiciones van a ser las mismas que las de esta ocasión, será un verdadero placer hacerlo –replicó Federico evidentemente encantado-; ¿estás de acuerdo Claus?

  • Por mí encantada –contestó Claudia-, pero eres tú el que tiene la última palabra.

  • Pues lo haremos –dijo Freddy-, sólo espero que me expliquen dónde queda dicho club y los detalles de la reunión.

  • Si les parece bien, lo haremos el sábado dentro de tres semanas para cumplir con algunos compromisos que tenemos pendientes–dijo Ricardo-. Los detalles te los daré con calma más adelante, no te preocupes.

Todos quedamos de acuerdo con la propuesta de Ricardo. Y después, para cumplir con lo prometido, nos fuimos de compras todos juntos a las tiendas de Cuernavaca para terminar comiendo en un restaurante de lujo, como eran los deseos de Claudia.

  • Me encantó haber sido tu regalo de cumpleaños–me dijo Claudia al despedirse-; espero que hayas quedado complacido.

  • No tienes idea de lo feliz que me has hecho –le contesté-, hiciste de este cumpleaños el mejor de mi vida. Muchas gracias ….

Nos despedimos de nuestros amigos calurosamente, quedando de vernos nuevamente en tres semanas más. Miranda y yo decidimos quedarnos unos días más en nuestra casa, para descansar de tan extenuante fin de semana.