Mi estreno anal.
Mientras ejercito mi ano con mi nuevo plug anal, voy a escribir sobre cómo perdí la virginidad por detrás, comenzando mi adicción. Espero que os guste tanto como a mí.
Mientras ejercito mi ano con mi nuevo plug anal, voy a escribir sobre cómo perdí la virginidad por detrás, comenzando mi adicción. Espero que os guste tanto como a mí.
Fue hace unos años, no podría ser demasiado concreta con mi edad real, pero estaba cursando aún la Educación Secundaria. Fui precoz y tuve mis primeras experiencias sexuales con anterioridad, sin embargo, había relegado el concepto del sexo anal exclusivamente a los gays y no me había interesado hasta entonces. Algo cambió.
Yo siempre fui muy activa en internet, a pesar de la época y mi edad. Mis búsquedas y uso de internet me llevaron a desarrollar mucha curiosidad en conocer a alguien distinto, fuera de mi entorno; total, sabía que otra gente lo hacía.
Encontré mientras navegaba una página que, por aquel tiempo, era una de las mejores. Recuerdo que era morada y, además de un foro donde escribir hilos y demás, también tenía una sección de contactos que era bastante buena. De todos ellos, uno consiguió llamarme mucho la atención. Aún lo recuerdo: era unos años mayor que yo y venezolano (mulato), estaba muy bien dotado y nos habíamos pasado un tiempo chateando muy intensamente. Esas conversaciones incluían sesión de web cam que, por aquel entonces, era lo más morboso y excitante a la hora de conocerse bien… Y, finalmente, quedamos.
Vino a mi casa porque mis padres estaban de viaje, ya teníamos claro lo que íbamos a hacer. Recuerdo que me conecté por la mañana y se lo dije. Por la tarde ya estaría en mi casa, pasando toda la noche medio día. Recuerdo que pasé varios días pensando en lo que sucedería aquel sábado, tanto estuve fascinada en mi propia fantasía de montármelo con ese tío que se me olvidó que me vendría el periodo ese fin de semana.
–Mierda –pensé–, sólo quedan unas pocas horas para que venga. Definitivamente no quería posponer la cita, llevábamos tiempo hablando y ya le tenía ganas.
Así que mi única solución era proponerle que lo hiciéramos con una toalla. Le conocía lo suficientemente bien sexualmente hablando y sabía que no me iba a decir que no. Y yo ya lo había hecho en otra ocasión.
Entró a mi casa y tras un rato hablando en el sofá, me tomó con sus manos. Rodeándome y me besaba, me miraba, me acariciaba los senos y me tocaba la entrepierna. Hacía paradas para decirme todo lo cachondo que le había puesto este tiempo, que me tenía unas ganas locas y que estaba como un loco por destrozarme en mi camita.
Yo sólo le pude tomar con la mano y levantarle del sofá para llevarle a mi cuarto, pero cuando se levantó, me volvió a besar y me llevó con su mano hacia el suelo, haciéndome que me arrodillara para que le comiera la polla y eso hice. Se desabrochó el botón y bajó la cremallera, acto seguido emergió su gran miembro de los calzoncillos.
–¡Qué pasada! –dije cachondísima de ver que en vivo era más grande que por cámara–.
–¿Te puedes poner las gafas para comérmela? –propuso con picardía mientras me acariciaba con su polla los labios–.
Yo me las puse en seguida y le comencé a comer la polla. Durante aquellos años no tenía mucha práctica en esos temas, pero yo le chupaba con mi lengua el glande mientras me masturbaba y eso le ponía a mil.
No sin antes ordenarme: “abre tu boquita de estudiante putita”, por supuesto. Yo también estaba a mil y no vacilé ni un instante. Se corrió al poco en mi cara y sobre mis gafas. También se había encargado de darme mi ración correspondiente casi al inicio de mi garganta mientras se la meneaba para exprimirse toda su deliciosa ración.
Siento que me está ardiendo el coño y el culo mientras recuerdo todo esto.
Me llevó a mi habitación tras comerme lo que salió de su polla. Los restos me los limpió él con la lengua y nos enrollamos en la cama. En ningún momento noté que le reblandeciera la polla, más bien al contrario, durante todo el rato se mantuvo más o menos empalmado y lucía orgulloso su polla negra y depilada. Yo, aunque joven, también estaba depilada porque quería que mi nuevo amante me encontrara suculenta y también me había preparado eligiendo una tampax para no manchar nada.
Él me estaba quitando la última prenda de ropa que era imprescindible para follar y cuando me sacó las bragas me abrió las bragas y me devoró la entrepierna. Me pasaba la lengua desde mi ano hasta mi clítoris, succionando y mordiendo cada centímetro. Jugaba con mi clítoris, utilizaba sus manos para sobarme bien y untarme con mis propios flujos junto con su saliva, recubriendo todo.
Yo estaba en una especie de éxtasis que me impedía hablar y moverme. Recuerdo estar mirando al techo boca arriba con las piernas flexionadas y abiertas. Totalmente abstraída y sintiendo un placer enorme con una sensación de plenitud increíble, sintiéndome tan libre y dichosa por estar en esa situación. Entre mis senos y mis rodillas solo sentía placer y un hombre comiéndome el coño y el culo de la manera más increíble que jamás recordaré.
Hizo que le mirase porque necesitaba mi aprobación: –¿Quieres que te folle? –.
–Si, pero… – sólo me tapó la boca y siguió llevándome por las nubes y las estrellas un rato más. No sé si es posible tener un orgasmo tan duradero o, quizás, fueron muchos. Estaba tan sumisa y entregada que nada me importaba.
Empecé a sentir algo que me penetraba y me encantaba. Entraba y salía de mi dulcemente, suave y lo sentía cálido y duro. En mi fantasía yo era una jovencita estudiante que se ofrecía para que su profesor le enseñara cosas nuevas y este le iba a enseñar a follar con la regla.
Al principio, su tamaño era pequeño, pero, poco a poco, me fue llenando. Me hizo sentir lasciva y yo, instintivamente, pude moverme para abrir más mis piernas. Cuando mi amante se dio cuenta me comenzó a dar unos azotes firmes y algo picantes. Yo sentía que me ardía abajo y saqué fuerzas para mirar. Y allí estaba él que escupía sobre los tres dedos que me metía en el culo para después meterme su deliciosa polla negra.
–¿Te gusta ver tu culito abierto? –me dijo entre sonrisas–.
–Me encanta –confesé–, ábrelo bien para que me puedas meter toda tu polla.
–Se te abre genial, casi solito –añadió–, me tienes alucinado. Yo me reí y me metió otro dedo. Gemí tiernamente como la gatita que me sentía en ese instante.
No tardó mucho el meterme sus cinco dedos y para mi sorpresa continuó dándome con su puño dentro de mi culo. Me ponía como una perra ver los músculos de su brazo acompasados con mi respiración y llegó a meterme hasta la muñeca, hundiendo toda su mano en mí. Y me sentí suya, me tomaba de una forma sucia y apasionada y mi único deseo era entregarle mi cuerpo para que hiciese conmigo lo que quisiera. Tuve un electrizante orgasmo, fue breve, pero me dio las energías necesarias para proponerme:
–Úsame, quiero más placer.
Me la metió en la boca y no miento si digo que me la estuvo follando unos treinta minutos para terminar corriéndose como antes, salvo que esta vez me comería todo su semen calentito y no compartiría nada con sus labios carnosos a conciencia, ya que me la bebí toda sin dudarlo succionándole esta vez yo para que me diera hasta la última gotita.
–Que putita que eres–.
Es inevitable tocarme. A día de hoy me sigue excitando este recuerdo y me hace empaparme. Siento mi plug dentro de mí, moviéndose para cada contracción y me hace sentir tan zorrita como aquella vez.
Se metió entre mis piernas y la introdujo en mi culo a la perfección, me cañita dio un rato y se le volvió a poner como una pierda. Así estuvimos pegados un rato, mientras me follaba hasta el fondo con un misionero. Él jugaba con mi cuerpo a su antojo, la sacaba y me la metía del culo a su antojo, era suyo y lo sabía. Me daba fuerte agarrándome del cuello y mordiéndome los pezones, después aminoraba el ritmo y me daba unos buenos azotes que me dejaban las nalgas rojitas y calientes. Yo también estaba roja, su polla era enorme y sentía su presión, aunque me había sometido a un buen entrenamiento para abrirme bien.
Le rogué casi que me follara a perrito que es mi postura favorita, me agarraba de los pechos y de la cadera y me la daba entera, me folló durante un largo rato también en esa posición para mi disfrute personal. A él también le gustaba porque tenía todas las partes de mi cuerpo accesibles, tirándome del pelo y dándome más azotes, recordándome lo puta que era para ser una chica tan joven, me decía que le ponía que fuese aún una niña, pero con pensamientos adultos y calientes como si ya me los hubieran enseñado en otra vida.
Me corrí cuando pudo por fin meterme sus testículos en mi culo, y los sentí junto con mi polla. Me estuvo dando más caña con todo dentro y, cuando se salía algo, simplemente me azotaba y lo volvía a meter. Me estuvo empotrando en la pared por tiempo indefinido, sólo para asegurarse de que lo sentía todo porque decía que era demasiado guarrilla y necesitaba emociones más fuertes.
Cuando se cansaba, me aseguraba de metérmela entera en mi culito sentándome en su polla y clavándomela hasta el fondo y si él se corría se aguantaba para dejármelo en la boca y que yo lo disfrutara, esa noche fue mi caprichosa tragarme todo su semen.
Así pasamos toda la noche. Dijo que yo me había tragado su leche diez veces ya que el resto no se podían considerar corrida porque le había dejado seco. Me hubiese comido más, la verdad, pero esa vez no fue la única que quedamos.