Mi esposa y mi suegra me pajean con los pies

De como mi esposa me propone hacerme una paja con los pies a la que invitara a sumarse a su madre.

MI SUEGRA Y ESPOSA ME PAJEAN CON LOS PIES

De como mi mujer y su madre me hacen una paja con los pies.

Hola, queridos lectores, después del polvazo que me pegué con mi suegra en la piscina de su chalet (recordaréis que con anuencia de mi esposa), estaba deseando tener nuevas historias con ella. Lógicamente, mi mujer me pone mucho, por lo que, si se repetía con su madre, sería siempre con la condición de que mi mujer lo supiera y aprobara.

De manera que, sin esperar a que mi mujer me preguntara cómo me había ido con su madre en la piscina, esa misma noche, cuando estábamos en la cama, le dije que si quería se lo contaba.

Mi esposa asintió y me propuso algo realmente excitante: que le relatara la experiencia mientras ella me practicaba una espléndida felación. Ni que decir tiene que acepté encantado y relaté con todo lujo de detalles mi follada a su madre, lo que parece ser que encendió a mi esposa, pues me la chupó con más vicio y frenesí que nunca.

Cuando terminamos mi mujer me propuso algo muy morboso. Consistía en que al día siguiente, aprovechando que nos quedaríamos solos los tres por la noche, mi esposa prepararía todo para que ella y su madre me masturbaran con los pies. Yo quedé encantado con la propuesta, pero le dije que me parecía muy difícil, a lo que contestó que nada es imposible.

El plan trataba de lo siguiente: tras la cena yo iría al salón de la televisión y me taparía el regazo con una manta. Por supuesto que tenía que llevar el pijama puesto para sacar el pene fácilmente. Cuando ellas terminaran de fregar los platos mi esposa se las ingeniaría para traer a su madre al salón y sentarse en el tresillo tumbadas una a cada mi lado. Mi mujer empezaría a hacérmelo y su madre se sumaría con toda seguridad.

La excitación que me producía la propuesta me quito el apetito, pero no las ganas de beber; así que tome bastante vino, a ver si se me pasaban los nervios y me daba menos corte lo que tramábamos.

Conforme al plan, cuando ellas se pusieron a fregar yo me instalé en el salón, haciendo que veía el rollo que habitualmente dan todas las cadenas por la tele. Estaba completamente empalmado solo de pensar lo que se avecinaba. Tan es así que tenía el glande empapado de flujo.

En menos de media hora llega mi mujer, con una batita muy corta y transparente. No llevaba nada debajo, se le notaban los pezones duros, por lo que intuí que a ella la historia la excitaba tanto o más que a mí. Se tumbó en el tresillo a mi izquierda, metiendo los pies debajo de la manta que ya cubría mi regazo, llevándose el dedo índice a los labios pidiéndome absoluto silencio. Al poco aparece la maciza de mi suegra con una batita similar y sin llevar tampoco nada debajo. Yo creí enloquecer.

En esto que mi esposa dice a su madre que se tumbe con nosotros, pues hacía un poquillo de fresco y el abrigo de la manta se antojaba tentador. Como no había otro lugar, mi suegra se tumba en el tresillo a mi derecha. Al rato noto que mi mujer me empieza a pasar los pies por el paquete, abriendo los ojos desmesuradamente al ver mi erecta disposición. Así empezó un masaje divino que me llevaba al cielo. En un momento dado se incorpora Y me dice al oído: ¡sácatela!. Obedecí más que como esclavo como un autentico salido. Mi mujer tiene los pies muy suaves, siempre se aplica crema y pontingues para evitar las tan frecuentes como desagradables durezas de los pies. Además los tiene gorditos y blanditos, lleva las uñas muy cuidadas y esa noche pintadas en todo corinto. Alojó mi miembro en los puentes de sus plantas y comenzó un sube y baja arrebatador. Mi flujo lubricaba la acción y a ella le encantaba sentirse humedecida por tal líquido en sus pies.

Como el movimiento era cada vez mas notorio, mi suegra evidentemente se apercibió y muy pícaramente preguntó:

- ¿Que hacéis?, vaya trajín.

Mi mujer quitó la manta de repente y aparecieron sus pies masajeando frenéticamente mi vergota, que relucía como un candil.

Mi suegra abrió los ojos asombrada y dijo:

- ¿Puedo?.

A lo que ambos asentimos solo moviendo la cabeza y con una sonrisa lujuriosa en nuestros rostros.

Mi suegra acercó los pies, por cierto tan cuidados como los de su hija, a mi polla, retirándolos mi esposa para dejarla trabajar. No la resultó difícil dada mi excitación prender mi rabo, cogiéndolo igualmente con los arcos de sus plantas, preciosas por cierto.

Yo ya estaba loco, fuera de mi y les pedí que para exacerbar mi ya desaforada líbido me enseñaran sus pechos. Aceptaron y lentamente se sacaron esos manjares. Les dije que se acariciaran los pezones, pero ellas, cachondas al máximo, traspasaron la orden, dándose unos pellizcos y estirones en sus duras puntas que casi me asustaron, pensé que se los arrancaban.

A la vez mi suegra seguía deleitándome con el tercipelo de sus pies en la sensible carne de mi glande, empapado en flujo.

Les supliqué que me lo hicieran las dos a la vez y se lo montaron formando con los dedos de sus pies como un círculo en el que mi polla batía una y otra vez.

¡JODER QUE GUSTAZO!.

Estuvimos así algún tiempo, y yo ya no me aguantaba, por lo que les pedí que me exigieran una inmediata corrida que serviría de crema especial para sus prodigados cuidados pédicos.

¡AHHHHHHHHHHHHHHHH HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!

Y, así fue, queridos lectores como me pegué un corridón antológico, regando los pies de mis dos zorras con todo el semen, rompiendo ellas en una lasciva carcajada.

Ya les contaré como acabó la historia porque la excitación de escribir este relato me la ha puesto dura. ¿Se imaginan lo que voy a hacer?, ¿no?.........

Saludos.