Mi esposa quiere ser la Puta de otro

Mi falta de hombría, que reconozco en la fantasía y en la realidad, hizo que desde hace un par de meses me pusiera a pensar en que lo más justo es que mi esposa tuviera un amante. Pero no como los machos que ocasionalmente se la han cogido, sino un amante de planta.

Somos una pareja liberal en la Ciudad de México. Mi nombre es Eugenio; tengo 42 años y estoy casado con Paty, una mujer que socialmente aparenta ser muy recatada, pero que en la intimidad es una verdadera puta. Ella es muy bonita, de ojos grandes y negros, blanca y delgada, pero su mejor atributo es, sin duda, su enorme culo. Sus medidas son 88 centímetros de tetas, 62 de cintura y sus nalgotas alcanzan un metro de circunferencia. Hemos tenido experiencias con algunos hombres que se la han cogido delante de mí, gozándola en todas las posiciones y haciéndole de todo.

Quienes se la han culeado, al principio perciben a una mujer elegante, educada y algo tímida, pero cuando la tienen en la cama se dan cuenta de que es toda una perra que no se niega a casi nada. Sus amantes se la han metido por la panocha, por la boca y por el culo, la han besado delante de mí en la boca y en lugares públicos, le han mamado todo el cuerpo y le han vaciado los mecos en todos lados, excepto dentro de la pucha o del ojete, pues cuidamos mucho nuestra salud y siempre la culean con condón. Sin embargo, una de las cosas que más le calientan es comerse la leche, por lo que casi siempre sus amantes acaban en su boca, sorprendidos al ver que mi puta esposa se traga hasta la última gota de sus mecos.

La verdad es que, al ser tan piruja, debería tener en su cuenta decenas de vergas que la hubieran hecho gozar pero, como comentaba, cuidamos mucho nuestra salud y somos muy selectivos al elegir a mis corneadores, por lo que Paty les ha dado las nalgas a siete u ocho hombres solamente, siempre delante de mí y, eso sí, gozando como una perra (eso es y le gusta que se lo digan). Algunos los hemos contactado por Internet y otros los hemos conocido en viajes o en bares, pero siempre asegurándonos que no corremos ningún peligro. La mayoría de ellos sólo se la han cogido una vez, pues esto lo veíamos sólo como algo ocasional y furtivo, en tanto que sólo un par de ellos, le han metido la verga en tres o cuatro ocasiones.

Durante nuestras sesiones de sexo con otros hombres, yo he participado en algunas ocasiones dándole placer entre los dos, y en otras (las menos) observando solamente cómo se la tiran. Sin embargo, algo que nos calienta a tope es mi calidad de cornudo sumiso, comportándome como un esposo complaciente que no sólo permite que se cojan a su mujer en sus narices, sino que está dispuesto a “colaborar” para que la gocen.

De este modo, sólo con dos de mis corneadores he hecho el papel de cornudo sumiso, aceptando las órdenes que quieran darme, asumiendo que son superiores a mí y sirviéndoles como un criado mientras me ponen los cuernos. Esta situación es la que más nos excita y la disfrutamos mucho cuando la hemos puesto en práctica. Durante esas sesiones de sexo, no sólo sus amantes sino también mi nalgona esposa me humilla delante de ellos, burlándose de mí a carcajadas al ver que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para complacerlos. Yo acepto sus burlas con agradecimiento y acato todas las órdenes que me dan, sin rechistar cuando me insultan y me sobajan. Sé que en esos momentos el importante es su amante y que yo paso a segundo término y, aunque es sólo una fantasía, la he visto gozar mucho más con otros que conmigo.

Siempre que cogemos a solas, ella y yo nada más, nos calienta recordar a los hombres que la han fornicado. Yo le pido que me diga lo que más le ha gustado de su entrega a otros machos y la muy depravada se excita tanto que me lo cuenta mientras se masturba, humillándome, desde luego, contándome los detalles y echándome en cara que cualquiera de ellos se la ha cogido mejor que yo, que cualquiera de ellos tiene mejor, más grande y sabrosa la verga, y que son mejores amantes. Me dice maricón, poco hombre, puto y, casi siempre, mientras me habla de otros cuando cogemos, yo le lamo la pucha, en tanto que la puta de mi mujer invariablemente me dice que quisiera que fuera otro quien le estuviera lengüeteando la raja. A veces, cuando me dice esto, yo le pido perdón por ser yo quien le hace sexo oral y no otro, a lo que ella responde con una sonora carcajada y definiéndome con una frase que acepto como mi condición sexual: “Eres un pendejo”.

Con el tiempo, he llegado a aceptar que no soy suficientemente hombre para satisfacer a la golfa de mi mujer y que, sí, soy un pendejo en la cama. Cuando estamos excitados, ella me lo dice, llamándome “poco hombre” y restregándome que soy muy mal amante, que no la satisfago y que añora que sea otro quien se la clave y no un poco hombre como yo. Sin embargo, cuando no estamos teniendo sexo, en nuestra vida normal pues, jamás ha hecho referencia a lo insatisfecha que sé que se siente. Es prudente mencionar que nos amamos profundamente, que me ha dicho mil veces que soy el hombre de su vida y que nos unen sentimientos poderosos; por ello, precisamente, nunca se ha atrevido a decirme, sin el sexo de por medio, que ella necesita más. Sé que, dejando de lado el sexo, formamos una pareja perfecta y a ambos no nos hace falta nada y, creo que por eso, ella acepta resignada lo pendejo que soy a la hora de coger.

No es que tenga el pene pequeño, más bien lo tengo normal, ni tampoco soy impotente, pero ella me excita tanto (tiene un cuerpo maravilloso) y me calienta de tal manera con nuestra fantasía, que eyaculo muy rápidamente. En ocasiones me he venido sin siquiera tocarme y con tan sólo escucharla hablar de cómo me ha puesto los cuernos; es algo que no puedo controlar y, por eso, procuro provocar un orgasmo en ella lamiéndole el coño mientras se masturba. Trato de controlarme, para no venirme antes, y ella se dedea con mi lengua en la pucha, hablándome de otros, sobajándome y deseando otras lenguas en su vagina, hasta que llega al clímax. Es entonces cuando se la meto, pero sólo puedo aguantar unos segundos antes de eyacular dentro de ella.

Al terminar, ella es muy cariñosa y hasta me dice que fue maravilloso, pero noto en su cara lo que es obvio no sólo para una puta caliente como mi esposa, sino para cualquier mujer: la decepción que provoca la insatisfacción. Y es que ninguna mujer puede sentirse satisfecha con un “rendimiento” como el mío. Generalmente, los otros que se la han cogido delante de mí aguantan mucho tiempo antes de venirse, provocándole varios orgasmos y una cara de satisfacción que yo nunca le he podido arrancar. A pesar de que soy un cornudo sumiso, pendejo y me dice hasta maricón, esto es solamente una fantasía, pero tengo que reconocer que en la realidad no soy suficientemente hombre para la putona de mi esposa.

Mi falta de hombría, que reconozco en la fantasía y en la realidad, hizo que desde hace un par de meses me pusiera a pensar en que lo más justo es que mi esposa tuviera un amante. Pero no como los machos que ocasionalmente se la han cogido, sino un amante de planta que le dé el placer que yo no puedo darle. Un hombre que sea una especie de novio de mi mujer y, a la vez, un amante diestro, potente y que la satisfaga en sus deseos sexuales, alguien que mantenga una relación seria con mi esposa y la tenga, como se dice vulgarmente, “bien cogida”.

Algunos podrán pensar que estoy loco, pero nuestra vida sexual nos ha hecho lo suficientemente abiertos como para aceptar y gozar una situación así, en la que otro hombre sería el dueño de los favores sexuales de mi esposa, dejándome a mí como un agradecido plato de segunda mesa. Un macho que tuviera “derecho de piso” sobre mi esposa y que fuera, incluso, más importante que yo (su marido) en las lides sexuales; alguien por quien me esposa se emocione cuando le llame para verse y que deje todo para ir a darle las nalgas. Un hombre que la deje con una cara de felicidad después de darle verga.

¿Cuál sería mi papel en esa relación? Obviamente, el de un marido cornudo que acepta no poder darle a su mujer la satisfacción que necesita y que está de acuerdo en que otro se la coja una o dos veces por semana para tenerla contenta. Estoy dispuesto y aceptaría llevarla y recogerla en los hoteles donde fuera a darle las nalgas a su amante e, incluso, fungir como criado y sirviente de ambos cuando me requieran para divertirse un poco.

Que mi esposa tenga un amante produce en mí una mezcla de amor (por darle algo que conmigo no tiene), justicia (por la misma razón) y lujuria (pues me excita de sobremanera la posibilidad). Estas tres poderosas razones han provocado que me masturbe pensándolo, sintiendo una satisfacción infinita al imaginarme diversas situaciones. Me excita pasar a recogerla al hotel y que ella, desnuda, me abra la puerta de la habitación, pidiéndome que la espere sentado en una silla mientras termina de coger con su amante. También me calienta que me llame por teléfono para decirme que llegará tarde porque su amante se la quiere coger o que juntos se van de fin de semana a alguna playa.

Como lo comenté anteriormente, desde que estamos casados ella nunca le ha dado las nalgas a otro en mi ausencia, siempre he estado presente cuando la culean. No obstante, un corneador de planta necesariamente vendría a cambiar las cosas y sé que muchas veces yo sería un estorbo para que ellos gocen. Por ello, estoy dispuesto a aceptar humildemente que mi degenerada esposa y su amante decidan cuándo “invitarme” a sus sesiones de placer y a esperar resignado cuando quieran estar a solas.

Después de darle vueltas al asunto y de masturbarme como un mono a espaldas de mi esposa, aproveché una de nuestras sesiones de sexo para proponérselo. Nos desnudamos en la cama y, mientras me fumaba un cigarro y le acariciaba las nalgotas, le expuse mi plan. Ella, al principio, lo tomó como parte de nuestra fantasía y como un ingrediente más para que esa noche tuviéramos relaciones sexuales con otra posibilidad, pero yo la detuve y le aseguré que hablaba en serio. La muy puta no pudo ocultar la cara de felicidad que le producía mi sugerencia, acompañándola con una pregunta: “¿Estás hablando en serio?”.

Yo le aseguré que sí, sin mencionar que estoy consciente de que no la satisfago y que para ella soy un poco hombre, pues aunque ambos sabemos que no soy suficiente para ella sexualmente, quizá por vergüenza nunca lo hemos hablado fuera de nuestra fantasía sexual, por lo que nunca lo hemos aceptado como una realidad, aunque ambos lo sabemos y estamos conscientes de ello. Le dije que sería excitante que tuviera un amante de planta, con quien fuera a culear cuando se le diera la gana y que, además, fuera como un novio para ella. Le aseguré que a mí me encantaba la idea, que no iba a haber consecuencias en nuestra relación y que hasta estoy dispuesto a servirles de criado a ambos, aceptando todas las humillaciones que quieran hacerme y acatando todas las órdenes que quieran darme.

La humedad excesiva en su vagina delató lo caliente que le ponía esta situación y, descaradamente, comenzó a masturbarse mientras lo hablábamos. Era un poco abstracto estar platicando de algo con seriedad, sopesando los pros y los contras de la situación, mientras ella se dedeaba a gusto; fue tal mi sorpresa que ella se percató y me dijo: “Discúlpame, amor, pero no puedo parar de tocarme imaginándolo”. Esto me aclaró que, definitivamente, a la muy perra también le entusiasmaba la idea. Tanto que agregó un ingrediente más a la nueva situación, confesándome que, más que su amante, le gustaría ser la “puta” de alguien, así, con todas sus letras, proponiéndome seguir siendo mi amada esposa y la puta de quien será su amante de planta. Yo, desde luego, estuve de acuerdo y no aguanté más, lanzándome a lamer su panocha, que estaba tan mojada que parecía que se había orinado, lo cual me calentó más, por lo humillante que era que mi esposa se calentara tanto porque otro la haría su puta de planta.

Como ya es costumbre, la adúltera de mi mujer se vino en mi boca gritándome lo cornudo y lo pendejo que soy, y yo sólo aguante dos o tres mete-saca para llenarle la pepa de mecos. Después de una frustración más para ella nos preguntamos, ya sin la excitación del sexo, quién podría ser el que hiciera de mi mujer su puta. Barajamos muchas posibilidades, descartándolas casi de inmediato, hasta que llegamos a Henry, un hombre al que mi esposa le tiene mucho cariño.

Henry conoció a Paty, mi mujer, mucho antes que yo. Es un hombre mucho mayor que mi esposa, rondará los 60 años, de cabello blanco y un cuerpo todavía fuerte por el ejercicio. La cerda de mi mujer lo conoció cuando buscaba trabajo; él era propietario de una editorial y le dio el puesto de recepcionista. Paty se dio cuenta a los pocos días de que Henry era todo un Don Juan y se rumoraba que, además de llevar una relación con su secretaria, ya se había cogido a varias de las reporteras y empleadas de la editorial pues, aunque no es un hombre guapo, las mujeres se sienten muy atraídas por él, dada su personalidad y aplomo.

Aunque la que sería mi infiel esposa años después resultaba ideal para los apetitos sexuales de Henry, se dio entre los dos una relación totalmente fraternal, en la que ella lo veía más como un padre que como un candidato a darle las nalgas. Por tal motivo, Henry la trató siempre como una hija, llegando a tomarle gran cariño y ayudándole en su superación; dicha ayuda llegó a tanto que Henry le concedió una beca para que estudiara periodismo y, poco después, Paty se incorporaría como reportera al equipo de redacción. Todo esto sin que nunca hubiera entre ellos el más mínimo acercamiento sexual o siquiera romántico.

Después de unos años, Paty encontró una mejor oportunidad de empleo en la editorial donde nos conocimos y Henry se manifestó satisfecho de que ella se superara, por lo que dejaron de trabajar juntos, aunque ocasionalmente se veían para comer o desayunar, comentándose las diversas novedades que iban surgiendo. Fue en uno de esos desayunos cuando les acompañó una prima de mi esposa que no conocía a Henry; ella le aseguró a mi mujer que, luego de ver su actitud, era evidente que su “padre postizo” estaba enamorado de ella. Paty lo tomó como una tontería, asumiendo que su prima confundía el cariño fraternal que se tenían con algo que no existía.

Cuando nos conocimos y nos hicimos novios, Paty me habló de Henry como un gran amigo que la veía como una hija, relatándome todo lo que la había ayudado. Yo así lo acepté aunque, cuando lo conocí, también vi una mirada de atracción más que de paternalismo. Se lo comenté a mi esposa y ella me aseguró que no era así.

Yo tenía entendido que ella lo veía como un padre, por lo que me sorprendió que ella misma lo propusiera como su próximo amante de planta, pero la muy zorra me confesó descaradamente que siempre se había sentido atraída por él y que, si Henry se lo hubiera propuesto, no hubiera dudado en darle las nalgas, y lo hubiera hecho con gusto antes de conocerme y, más aún, después de casarnos. Al preguntarle por qué no lo hizo me respondió que no quería romper con la amistad fraternal que ambos habían cultivado con los años. Inmediatamente, le cuestioné por qué ahora sí estaría dispuesta a correr el riesgo y me confesó que en sus últimas citas se había percatado de que quizá su exjefe sí sintiera algo más que paternalismo por ella, pues ahora le tomaba la mano por segundos y lo había descubierto un par de veces mirándole el culo con lascivia. Además, por la estrecha relación que llevan, Paty ya le había confesado a Henry de nuestros encuentros con otros hombres, lo cual él aprobaba totalmente, asegurando que todos tenemos derecho a vivir nuestra sexualidad como nos plazca.

Quizá por esas confesiones, justo unos días antes de que la piruja de mi mujer y yo nos planteáramos la posibilidad de que fuera la puta de planta de alguien, Henry le llamó por teléfono para que fueran a desayunar, asegurándole que tenía algo muy importante que decirle. Aunque mi ofrecida esposa y yo tenemos una comunicación total, no me comentó lo extraño que le pareció lo que le dijo su exjefe ni el nerviosismo evidente que escuchó en su voz al invitarla a desayunar, cuando citarse era algo que sucedía comúnmente. Sin embargo, al otro día de esa llamada, Henry le canceló la cita, se notaba nervioso y cortante; se podría decir que se estaba arrepintiendo de habérselo dicho y más cuando le dijo a mi mujer que olvidara aquello importante que tenía que decirle.

Cuando la cerda de mi esposa me lo platicó, le dije que eran evidentes las intenciones de Henry para confesarle su amor o, de menos, su atracción por ella y que a la mera hora se había arrepentido, quizá por la misma razón que esgrimía la nalgona de mi mujer: no romper con su amistad fraternal o que ella lo tomara a mal. Así, encuerada como estaba junto a mí, le sugerí que le llamara a nuestro prospecto de corneador de planta y provocara una cita para verse, pero que fuera más coqueta e insinuante, para que él viera que ella también tenía interés.

Fue muy humillante escuchar a la zorra de mi mujer hablar con el hombre que, próximamente y si las cosas salen bien, la convertirá en su puta de planta. Le llamó con una voz mucho más coqueta y putona que como le hablaba normalmente y lo que más me calentó fue la humillación cuando la muy ofrecida le dijo delante de mí con voz aterciopelada: “Te extraño mucho”.

En fin, que la cita entre Henry y la nalgona de mi mujer es este próximo miércoles. Juntos decidimos que ella irá vestida de una manera tan provocativa que, seguramente, Henry se sorprenderá. Mi esposa, a pesar de que es una perra consumada, no suele vestirse de manera provocativa, a menos que salgamos juntos con el fin de buscar hombres que se la cojan, por lo que la microfalda sin calzones que llevará y la delgada blusa de algodón sin brassiere que resaltará sus pezones serán más que una invitación para que su exjefe dé el siguiente paso. Para amarrar las cosas, le comentará durante la plática que yo no solamente soy un cornudo, algo que ya sabe, sino que no la satisfago, que soy un poco hombre y que ella necesita un macho que le dé placer, que sea su amante de planta. Le dirá que yo acepto mi condición de poco hombre y que estoy de acuerdo también con que ella tenga un amante.

Ya nos pusimos de acuerdo en que ella aceptará cualquier propuesta que le haga Henry, por lo que esperamos que dicho desayuno termine en la habitación de un hotel, desde el cual me llamará delante de Henry para decirme que va a coger con él y que pase por ella a tal hora. Con esto, queremos que mi próximo corneador permanente se dé cuenta de mi aceptación y de la disposición que tengo de ser humillado por mi putona esposa y, desde luego, también por él.

De cualquier manera, no descartamos la posibilidad de que Henry no se anime o de que la culona de mi mujer tenga no uno, sino dos amantes que le den la verga que yo no puedo darle. Y ésa es una de las razones para escribir este relato: Si estás interesado en que la piruja de mi mujer sea tu amante, escríbenos con una foto de tu cara y hablándonos de ti y de por qué quieres que sea tu puta de planta al correo que creamos para buscarle amante: laputademiesposa@hotmail.com , te responderemos de inmediato y con una foto de la perra de mi mujer completamente encuerada. También puedes llámame cuando quieras al teléfono que adquirimos para que yo atienda a los amantes de mi mujer: 044-55-2406-6514; te aclaro que el teléfono no siempre puedo tenerlo prendido y que mi puta y nalgona esposa no contesta las llamadas.